miércoles, 2 de enero de 2013

Capìtulo 12: "Vos necia, Yo mentiroso"


Hola espero que hayan arrancando super bien el año, les vengo a traer nuevo capi, auqnue creo que estan de vaciones pero cuando vuelvan ya se pondran al dia jajjaa, este cap va dedicado a Y@yoo (decime tu nombre jaja) que me esta haciendo el aguante, besos

P.D: Percha parece ya me estas preocupando te deje instantaneos al msn y nada :(

CAPÌTULO 12:
Por otro lado Lali…
¡Cómo odiaba cruzarse con su jefe! Y cada vez ocurría con más frecuencia. Era como si Pablo, sabedor de lo incómoda que se ponía junto a él, gozara exasperándola. Ahora nunca se iba de la casa hasta después de que ella llegara, y generalmente regresaba antes de las seis. ¡Un horror!
El encuentro de las primeras horas solía ser más soportable. Luego de servirle el desayuno, Lali aprovechaba para salir a limpiar el balcón, (¡nunca había estado tan reluciente como entonces!), y para cuando volvía a entrar, generalmente Pablo ya se había esfumado. ¡En cambio esas dos horas de la tarde!
Lali cerró la puerta vidriada con cuidado, apoyó el balde y los trapeadores en el piso, y encendió los monitores de vigilancia. Nadie. ¡Gracias a Dios!
Como solía hacer luego de lavar el balcón bajo el sol radiante de la mañana, se paró frente a la ventila por la cual salía el aire acondicionado, se soltó el cabello, se abrió el primer botón, y saboreó la delicia de esa brisa prestada jugueteando entre sus pechos.
En el interior del departamento se negaba a usar uniforme. Pablo nunca se lo había exigido, así que ella se limitaba a vestir un jean y una camisa discreta. Pero cuando salía al balcón sólo se cubría con aquel delantal mínimo, y gracias a ese ardid, sus piernas ya habían adquirido un tono bronceado envidiable, más propio de unas vacaciones en Ibiza, que de su humilde tarea como asistente domiciliaria.
Sí, amaba aquel trabajo. Era como una beca. Y las horas de soledad transcurridas en aquel bello lugar eran encantadoras. Pero cuando a eso de las seis de la tarde volvía a aparecer Pablo, la magia se escurría en un instante. Lo que más la sacaba de quicio de él era aquella fruición que tenía por encomendarle tareas inútiles. Esa mala costumbre que había adquirido de rondarla mientras ella trabajaba, mirándola con descaro. ¿Tendría Pablo alguna idea sucia en mente? De ser así, más le valía sacársela de la cabeza. No era tan estúpida como para dejarse seducir por un tipo semejante.
Pero no... No debía ser un interés romántico lo que lo hacía fastidiarla con trabajos inventados. Eso hubiera significado un rasgo de humanidad, y Pablo no la tenía. No. Era pura maldad. Como aquello de la celulitis, por ejemplo. Recién al presenciar la extraña reacción de Rochi por un ligero poceado en sus piernas, (real o imaginario), había entendido la magnitud de las palabras de su jefe. Con ellas había querido ofenderla, sin encontrar mejor manera para lograrlo que acusarla de tener celulitis.
Sí, acusarla. Porque, al parecer, las mujeres de la ciudad vivían con culpa hasta esa pequeña deformidad, y los hombres la usaban para aprovecharse de ellas. En su Mendoza natal, en cambio, a pasos de la Cordillera de los Andes, donde en invierno se esquiaba, en primavera se hacía “mountain bike”, en verano se escalaba, y en otoño le tocaba el turno al “trekking”, las muchachitas se ocupaban más de sus músculos que de su grasa. En la ciudad, por el contrario, la vida era sedentaria, y la celulitis una obsesión.
Lali  extrañaba la nieve. ¡Adoraba esquiar! ¿Cuántos veranos había trabajado en los lujosos hoteles que albergaban a los turistas extranjeros, sólo para comprar el mejor equipo de montaña para el invierno? Claro que gracias a esa experiencia con el turismo, hoy podía servir cualquier porquería como si fuera un manjar, y comportarse con, a la vez, la ausencia y la solicitud que se esperaba de una buena empleada.
Lali desabrochó los otros tres botones del delantal, dejando su cuerpo casi desnudo al amparo del aire fresco. Llevaba el corpiño y la braga azul que habían sido los favoritos de Gas. Secó con sus manos el sudor incipiente que cubría su piel, y recordó las caricias de su marido.
¡Cómo lo extrañaba!
Por un segundo se dejó invadir por la melancolía, pero de inmediato se repuso. Terminó de sacarse el delantal, y comenzó a vestirse. Antes de salir al balcón había tenido la precaución de apagar la cámara del gimnasio, que era el lugar de la casa adonde se encontraba, así que podía moverse allí con tranquilidad. Pero ya era tiempo de encenderla. Su jefe solía controlar los videos al regresar, y se enojaba cuando quedaba desactivado una parte del circuito de vigilancia por mucho tiempo.
Deslizó el jean por sus piernas. ¡Celulitis!... Ese Pablo era un cerdo, y se las sabía todas, (o creía saberlas), a la hora de humillar a una mujer. ¡Cómo si a ella le importara la estética! Aunque, si tenía que ser sincera, luego de que él se lo dijera, había cedido a la tentación de mirarse con el pequeño espejo de mano de Rochi, pero solo lo había hecho para cerciorarse de que el tipo deliraba. ¡Celulitis ella!
Sonó el timbre de la puerta. En los tres meses que llevaba trabajando allí, era la primera vez que lo escuchaba. Y es que para poder llegar desde la planta baja al elevador principal del edificio, había que sortear al menos tres puestos de vigilancia, y un solícito portero. Ellos servían de filtro.
No formaba parte de sus tareas como asistente domiciliaria el recibir paquetes ni visitas. ¿Quién podría ser, entonces? Buscó la imagen de la cámara que enfocaba la recepción del edificio, y se estremeció... ¡¿Él?!¡¿Qué hacía él allí?!
En la oficina…
—¡¿Qué haces vos acá! --Agustin pegó un salto.
—¡Pablo! ¡¿Queres matarme de un infarto?!
—¿Qué mierda haces acá?
—No te vuelvas paranoico... Estaba buscando la denuncia del caso IBM-Banco
Nación. Estoy armando una nota sobre grandes casos de corrupción en el país, y
quería ejemplificarlo con...
—¡Olvídalo!
—Tengo la nota casi armada, y...
—¡Olvídalo!
—¿En qué andas, Pablo? Desde que soy editor en jefe de tu revista, jamás
interferiste en mi trabajo. Aún cuando opináramos diametralmente distinto, nunca...
—Siempre hay una primera vez. No quiero que hostigues al gobierno y...
—¿Hostigarlo, yo? ¿Acaso no sos vos el que está preparando la nota sobre los
sobrepagos en...?
—¡No mezcles las cosas! –lo interrumpió—. ¡¿Pero, qué ocurre?! ¿Ahora todos mis
empleados van a rebelarse, y a hacer lo que quieren?
—¿Todos tus empleados?... ¿Quién más se te está rebelando? –preguntó Agus con suspicacia.
—Alguien que no conoces. Pero no importa. Lee esto.
 Agus observó el papel que su jefe le alargaba.
–¿No es el artículo que me mostraste el otro día? –se extrañó—. Ya te dije que
estaba bien.
—Tiene algunas correcciones.
—¿Corregiste tu propia nota?
—Yo no fui.
Agus tomó el papel, y comenzó a leerlo con curiosidad.
—¿Y quién corrigió esto? –preguntó al fin, divertido.
—No importa. ¿Qué te parece?
—Alguien de la redacción seguro que no fue –insistió el otro—. Aquí todos te tienen
miedo.
Pablo lo miró sin ocultar su ironía, y su empleado se corrigió.
—¡Está bien! Te “tenemos” miedo... ¿Quién fue?
—Eso no importa. ¿Qué te parecen las correcciones?
—Brillantes. Quien haya sido, es incluso más malvado que vos.
—En periodismo eso se llama ser “incisivo”. Y, por cierto, deberías probarlo.
—Lo lamento, pero ya tengo suficientes enemigos sin necesidad de buscarme más.
Y, por lo que veo, para “incisivo” el tipo de las correcciones te alcanza y sobra.
Pablo volvió a tomar el papel, sin ocultar su satisfacción.
—Necesito algo de vos, Agus, pero quiero que quede entre nosotros. Y sobre todo
que no se entere Benja.
—¿No confías en Benja?
—No confío en Benja cuando hay una mujer de por medio.
—¡Y lo bien que haces!


1 comentario:

  1. HOLA HOLAAAAAA... Paso a dejarte una firma rapiddito xq ando corta de tiempo y tengo a mis primos en mi casa por toda la semana....
    La nove va cada ves mejor.... ya quiero saber q le va a pedir Pablo a Agus q haga...!!!
    Ahhh y mi nombre es Daiana pero me gusta q me digan Dayo!!!!☺
    Espero q subas pronto besos q estes bien!!!! :D

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