PD: Que bueno que volviste Jess me alegro veer tu comentario y espero tu proximo cap. ansiosisisma ¬¬
CAPITULO
22:
—Sí, necesitamos hablar... Pero no aquí. A dos calles hay
un barcito.
—Si queres, podemos quedarnos en este –sugirió el muchacho,
señalando el de la
esquina de la casa de Pablo.
Pero lo último que Lali necesitaba en ese momento, era toparse,
además, con su jefe.
—Prefiero el otro –respondió con sequedad.
Recorrieron en silencio la corta distancia que los separaba
de aquel lugar, con la reverencia propia del último viaje del condenado y su
verdugo. Pero, ¿cuál de ellos sería el encargado de soltar la guillotina sobre
las ilusiones del otro?
Todavía Lali no se había sentado, y ya su amigo intentaba
atropelladamente hacerse cargo de la situación.
—Quiero que, por primera vez en tu vida, Lali, me escuches
sin interrumpir.
—Si he venido hasta aquí, Vico, ha sido precisamente
porque prefiero no hacerlo.
Hay cosas que no deben decirse nunca entre dos buenos
amigos.
—Pe... pero...
—Nunca necesitaste hablar para que yo me diera cuenta lo
que querías decirme.
Pero ayer conocí una parte de vos que no sabía que
existía.
—O que no querías ver.
La joven lo miró desolada antes de proseguir.
—¿Cuántas noches hemos despertado uno al lado del otro,
Vico? ¿Cuántas, hemos
charlado hasta el amanecer, los dos solos, mientras Gas
dormía? ¿Cuántas veces
bailamos apretados vos y yo, como lo hicimos anoche?...
¿Crees que si hubiera
sospechado entonces lo que te estaba pasando, hubiera
permitido que te
aproximaras así? ¿Pensas que Gas lo hubiera permitido?
—Gas sabía –murmuró el otro, con encono.
Pero, por fortuna, Lali no lo escuchó.
—No, Vico... Te vi y te sentí siempre como a un hermano,
y como a tal te he tratado.
Y ahora vos me pedís que de un día para el otro, cambie
mi cabeza, y mi corazón.
—¿Entonces tu res... tu respuesta es no?
—Mi respuesta es “no me esperes”. Seguí adelante. Trata
de enamorarte de otra. Y
si es de Dios que un día terminemos juntos, estoy segura
que encontrará alguna
forma de volver a unirnos.
—¿Me estás echando de tu vida? Yo no puedo respirar si no
te tengo...
El corazón de Lali se ablandó ante aquel hombre que quería
tanto. Y como solía hacer cuando lo veía así, lo acarició con ternura. Pero le
bastó la reacción de él ante aquel breve contacto, su mirada inundada de
ansias, para saber que las cosas entre ellos habían cambiado para siempre.
No. Por muy doloroso que fuera, no había vuelta atrás. Así
como alguna vez había tenido que enterrar a Gas, ahora le tocaba el turno a
aquel amigo, último bastión de un pasado en el que Lali había sido feliz.
—Escucha, Vico... Si has venido a la Capital para
buscarme, podes regresarte.
Mendoza queda tan lejos de mí, como la felicidad.
Pretender volver, sería como
intentar dar vuelta las agujas del reloj... Pero si vas a
quedarte por algún otro motivo,
por supuesto que podemos seguir viéndonos... como amigos.
—¿Existe alguna remota posibilidad de que un día...?
—No me esperes. Si se da, se da.
Volvieron a mirarse como extraños.
—Me pregunto qué me hubieras dicho anoche, si ese maldito
de Pablo no se
hubiera cruzado en nuestro camino. Estoy seguro de que
fue él quien mandó cortar
el neumático.
—Pablo no tiene nada que ver en esto. No lo veas como un
rival. Lo único que a él
le interesa es el sexo. Con llevarme a la cama se
conformaría. Pero vos, no.
“No, claro que no”, pensó Vico. Pero... ¡cómo deseaba
hacerlo!
—Vos me debes, Lali.
—¿Yo?
—Sí... Me debes una oportunidad.
—No entiendo...
—Sales con hombres... Vas a citas... Y sobre tu cabeza pende
aquella promesa
tonta que le hiciste a tu suegra. Quiero que me trates
como a los demás. Que me
des una chance.
—¡Eso es imposible! Te conozco demasiado.
—¡Me debes esa oportunidad!
¿Salir con Vico? Podía ser refrescante hacerlo, aunque
fuera una vez, con alguien en quien confiara. Que compartiera con ella sus
ideales y su Fe. Alguien a quien no tuviera que explicarle las verdades del
catecismo, ni que la creyera una fanática sólo por defender sus convicciones.
—Sí –concedió Lali al fin—. Claro que puedo darte esa
oportunidad que pides. Pero
entonces vas a tener que conformarte con el mismo trato
que le doy a los extraños.
—No me importa tener que conquistarte –le respondió él,
con dulzura.
Y su mirada clara la acarició .Lali buscó en su cuerpo
alguna reacción ante aquel gesto tan dulce. Pero no. Nada. ¿Vico? prácticamente su hermano?? ¡Qué difícil!
—Ahora tengo que irme. Pablo me espera.
—¿Cuándo vas a dejar de jugar a la empleadita?
—Bueno..., no te lo dije, pero mi jefe me promovió.
—¿A qué te referis?
—Trabajaré en su equipo, ayudando con las notas.
—¿Y eso? ¿Desde cuándo? –se enojó Vico.
—Anoche.
—¡¿Anoche?! ¿Y qué otras cosas sucedieron anoche, y que
todavía no me has
contado? –le replicó, sin ocultar la ofensa que sus
palabras implicaban.
—Ya empiezas mal conmigo, Vico. De ser un desconocido, te
hubiera dado vuelta la
cara de un cachetazo. No te aproveches de nuestra
amistad.
—No confío en Pablo.
—¡No! En la que no confías es en mi... Pero aquí, entre nosotros,
él único que ha
mentido siempre has sido vos.
—No confío en él.
—Pues acostúmbrate que si reclamas los privilegios de un
extraño, pierdes los
derechos de un amigo. Mi vida es mía, y no tengo que
rendirle cuentas a nadie. Y si
voy ahora mismo, y me acuesto con Pablo, es asunto sólo mío.
—Y de Dios.
—Y de Dios... Pero vos no sos mi conciencia... Y ahora tengo
que irme.
Lali no esperó más. Se puso de pie, tomó sus cosas, y se
dirigió con paso firme hacia la salida. Pero todavía no había llegado a la
puerta, cuando Vico la interceptó.
—Entonces... ¿pu... puedo pasar a buscarte esta noche para
ir a cenar?
—Quizás mañana. Llámame.
La joven se soltó, apurándose a salir. Pero apenas había puesto
un pie en la acera, cuando ya estaba de vuelta.
—Ahora que lo pienso, Vico..., ¿vos no estabas saliendo
con Candela??
Por oro lado…
—¡Cande!
—Ahora no puedo, mamá –replicó la muchacha, justo antes
de que una nueva
catarata de vómito la tomara por asalto.
—Hija –susurró su madre, desde el otro lado de la puerta del
cuarto de baño—.
¿Estás segura de que no queres que llame a un médico?
“¿Para qué?”, pensó Cande. Por desgracia su diagnóstico
ya estaba confirmado.
—No, gracias, mami... –se limitó a decir— ¿Quién era en
el teléfono?
—Del diario. Quieren saber si mañana podrás volver al trabajo.
—Decile que mañana sí.
La señora Vetrano trató de cumplir el encargo de su hija
lo mejor posible, intentando sonar calmada. Pero en su corazón, la
desesperación se habría paso. En los últimos dos meses su pobre niña se había
sentido cada día peor. De haber sido otra muchacha cualquiera, su madre hubiera
sospechado de inmediato que estaba embarazada. Pero en el caso de su hija, eso
era imposible. ¡Era tan seria la pobrecita! ¡Ni novio tenía! Su única diversión
era el trabajo en el diario. ¡Lástima! Porque si continuaba faltando, hasta eso
corría peligro. Y si la querían despedir, como el bueno del señor D´Alessandro
se había marchado a la Capital, nadie iba a defenderla. Y es que el sobrino del
dueño le había tomado mucho cariño, de las épocas en que ella había sido su
secretaria. Pero ahora, sin él en la redacción, ya nada era lo mismo.
Sí, por desgracia Vico había sido el único en ese lugar
capaz de apreciar las virtudes de su hija. ¿Qué sería ahora de Cande sin él?....
CAPITULO
23:
Lali miró su reloj, y se escurrió con cuidado por la entrada
de la cocina.
“Lo último que necesito es encontrarme con Pablo”, se
dijo mientras acababa de cerrar los cuatro cerrojos de la puerta. Pero fue todo
cuestión de que terminara de pensarlo, y se diera vuelta, para aterrizar de
lleno en los brazos de aquel galán tan temido ¡Pablo!
Otra vez aquel maldito estremecimiento, y ese reclamo entre
sus piernas. Últimamente su jefe se había tomado la mala costumbre de circular
por la casa sólo cubierto por unos pantalones livianos. Descalzo, se desplazaba
por allí como un fantasma, y la pobre muchacha nunca podía estar segura por
dónde iba a aparecer.
—Por fortuna para vos, Berta, no acepté la apuesta. Son las
once, y tu horario se
inicia a las diez –le reprochó en tono suave,
reteniéndola. Pero la muchacha se soltó
de inmediato.
—Esta noche me quedaré una hora más, para compensar mi
demora.
Pablo sonrió.
—¿No tendrías que usar ese tiempo para enterrar el cadáver
de Victorio? Desde
aquí se huele el aroma de la kriptonita. Apuesto a que
liquidarlo no fue fácil.
—Usted apuesta demasiado, pero creo que dentro de la descripción
de tareas de mi
nuevo trabajo no figura la amistad. Preferiría mantener
las distancias entre usted y
yo.
Otra vez aquella sonrisa. ¡Engreído!
Pero Pablo dio un paso más. Literalmente un paso más. Se
aproximó hasta ella, y casi al oído, le susurró.
—¿Temes que intente seducirte?
Era fácil comenzar a temblar ante aquella cercanía. Su presencia,
tan masculina y fuerte. Su olor varonil...Pero Lali no era tan estúpida, así
que tomó distancia, lo miró con desdén, y declaró en tono fuerte:
—Jamás me atrevería a pensar algo semejante. Pero recuerdo
a la perfección su
advertencia del primer día, acerca de su influjo sobre
las mujeres. Y si vamos a
trabajar juntos, a ninguno de los dos nos conviene que yo
caiga víctima de él, ¿no le
parece? –exclamó con un tono frío y expedito, más propio
de quien habla de
negocios, que de una cuestión romántica.
Pablo volvió a sonreír. Y si la respuesta de ella, por impertinente,
había logrado enojarlo, no dejó que se trasluciera.
—Sirve el desayuno –le ordenó antes de retirarse.
¡Uff! Aquello no iba a ser nada fácil.
Como todas las mañanas, Lali encendió los monitores de
vigilancia. Pero, a diferencia de otros días, esta vez la figura de alguien
extraño apareció en una de las pantallas. Claro que no se sobresaltó. Ningún
ladrón entraba a robar cubierto sólo por una braga y un corpiño. Pero, ¿por qué
aquella mujer hermosa le resultaba tan familiar? Y no fue hasta que aquella
niña se agachó, que Lali lo supo, sin que le quedaran dudas.
¡Vaya!
Quizás Pablo tenía razón en burlarse de ella. Quizás había
sido un poco pretenciosa al pensar que su jefe, teniendo disponible el mejor
trasero de la Argentina para hundirse a su antojo en él, intentara buscar
consuelo en el de su empleda. Era ridículo pensar lo contrario, y aquel galán era
de todo, menos ridículo. Sí, quizás su interés hacia ella se habían limitado al
plano profesional, pero... ¿cómo creerle a un mentiroso?
Luego de aquel posible traspié, (¡y eso que apenas eran las
once y treinta de la mañana!), y decidida a justificar su sueldo, Lali se apuró
a preparar con arte la bandeja para dos. Una vez terminada, se arregló el
cabello, se ajustó la camisa, y se dirigió con paso firme hacia la sala. Pero,
para su sorpresa, Pablo estaba solo allí, y parecía esperarla.
—¿La dama? –preguntó Lali con inocencia.
—¿Te referis a Flopy?... Ya se fue. Y, por cierto, la muchacha
es cualquier cosa
menos una dama –le respondió su jefe con aquella sonrisa
que ya estaba sacando
de quicio a su empleada.
—Lástima. Como la vi por el circuito de vigilancia, preparé
el desayuno para dos.
—Mejor... ¡Séntate!
—¿Cómo?
—Que te sientes a desayunar conmigo. No tiene sentido desperdiciar
el café.
—No, mejor... –intentó oponerse ella.
Pero, como siempre, su jefe se mostró terminante.
—Séntate, Berta. Te prometo que haré lo posible por contenerme,
y no arrojarme sobre vos.
La joven tuvo que aceptar el reproche sin protestar. Era
de esperar que Pablo no dejara pasar fácilmente su presunción.
—Vamos, séntate Berta. Necesito hablarte, y no quiero tener
que levantar la cabeza.
Lali obedeció. Pero su jefe todavía aguardaba, expectante.
Y no fue hasta que la muchacha puso la taza en sus labios, que Pablo comenzó a
hablar.
—Desde hoy comenzarás con tus nuevas tareas. A eso de las
tres de la tarde
volveré aquí con Macarena . Ella es una mujer
excepcional, y muy inteligente.
Escúchala, si querés aprender. Benja y Agustin Sierra, mi
editor en jefe, en
cambio, llegaran por su lado. A ellos, si así lo deseas,
podes ignorarlos. Sobre todo a
Benja. ¡Es un idiota! Te tocará a vos recibirlos si, cosa
que dudo, llegaran antes que
nosotros... Generalmente nos reunimos de lunes a jueves,
y no nos levantamos
hasta que el trabajo está terminado. Cada uno explica lo
que ha hecho, y luego
planeamos las tareas para el día siguiente. Esta semana,
por ser la primera, sólo
quiero que escuches, sin hablar, a menos que sea
necesario. Tenes que llevar un
cuaderno, y en él anotarás todo.
—¿Un cuaderno?... ¿Cómo en el colegio?
—¿Vas a objetar cada orden que te de?
Pablo tomó uno de los bizcochos del plato, pero al llevarlo
a su boca se detuvo, electrizado.
—¡Canela!
—¿Perdón?
—¡Este es el olor que tenías anoche en tu cabello! ¡Canela!
–gritó con satisfacción.
En efecto, el día anterior Lali había dejado caer por accidente
el pequeño envase plástico que contenía la canela. En cuestión de segundos
había quedado bañada por aquel aroma penetrante. ¡Pero luego de eso se había lavado!
—Al parecer es bueno para los olores –dijo por decir
algo, y así ocultar sus mejillas
sonrosadas.
—Soy capaz de reconocer cualquier fragancia importada,
pero tu perfume me tenía
desorientado.
—¿Conoce los perfumes femeninos? –preguntó ella, incrédula.
—¡Por supuesto!... No existe un obsequio más íntimo, y a
la vez más impersonal.
Las fragancias no son tantas, y las de moda, menos aún.
Pero una mujer a la que le
regalas el perfume que usa, siempre se siente halagada.
La hace sentir especial, y
agradece que te hayas tomado el trabajo de prestarle
atención. Si te fijas, es algo
gracioso, porque yo lo hago justamente para evitar la
complicación de tener que
buscar otra cosa.
—Que astuto –replicó la joven, con un tono que a las claras
indicaba lo contrario.
—Tu perfume, en cambio, me tenía confundido.
—Me hubiera preguntado directamente: yo no uso perfume.
—Sin embargo, siempre tenes un olor muy particular.
—¿Lo dice para hacerme sentir “especial”? –preguntó ella
con ironía.
—Creo que quedó claro que no tengo que tomarme ese
trabajo con vos. Y, además,
si de verdad me interesaras, jamás te revelaría mis
estrategias... No. Hice el
comentario, simplemente porque es así.
Durante algunos segundos permanecieron en silencio. Pero
de inmediato Pablo volvió a hablar.
—¿Cómo quedó ahora tu situación con “tu amigo”?
—Creí que también eso había quedado claro. No es de su
incumbencia.
—Todo lo que hacen mis periodistas es de mi incumbencia.
Este es un negocio que
se basa en la confianza. Un comentario inapropiado puede
cagar la más maravillosa
de las notas. Así que si una de mis empleadas tiene un
embrollo romántico con un
periodista de la competencia...
—¡No tengo ningún embrollo con Victorio!
—¿Entonces lo has fletado sin más trámite? ¡Berta! No tenes
corazón.
Lali observó a su jefe con desprecio, mientras en su fuero
íntimo no podía dejar de preguntarse cuál sería la pena por clavarle aquel
coqueto cuchillito de manteca, en su yugular.
—Quizás uno que otro día salgamos juntos –explicó, por no
seguir imaginando
aquella muerte que tanto placer le daba.
—¿Salir como novios?
—Salir como..., como en una cita. Pero no pienso hablar con
él de trabajo, si eso es
lo que lo inquieta.
—¡No seas necia, Berta! Si nunca antes te calentó como hombre,
será inútil que lo
intenten. No se puede extraer petróleo de un pozo seco...
—¿Ese pensamiento también lo anoto en el cuaderno? –
preguntó Lali con sarcasmo.
Por un segundo los dos contenientes se midieron, enfrentados.
“¡Esto no va a ser nada fácil!”, pensaron al unísono. Pero, por las dudas,
ninguno de los dos se atrevió a hablar.
Me encaaaaaanto! Mas nove mas nove.
ResponderEliminarCapii doble que genia!
Te vamos a extrañaar :(
Mucha sueerteeee! Y, amo la nove :D
:O!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! GENIAL loS capS! Espero te conectes pronto!!!
ResponderEliminarSol!