domingo, 30 de diciembre de 2012

Capìtulo 11:"Vos necia, Yo mentiroso"


Holaaa hola paso a dejarles el capi  numero 11 gracias  las chicas que siempre están yo se que en estos días se complica; por eso les dejo el otro capi cuando puedan se ponen al día ,besote
CARO

CAPÏTTULO 11:
Por otro lado….
¿Acaso nunca más iba a poder ser feliz? Era como si siempre llegara a la vida de Lali demasiado tarde. Victorio tropezó con una mujer, que retrucó sus sinceras disculpas con una maldición. La gente de la ciudad parecía eternamente molesta y a punto de estallar, y cada paso que daba por Buenos Aires lo hacía extrañar un poco más la calma, el orden, y la limpieza de su Mendoza natal. Él no encajaba allí, y Lali menos. ¿Qué hacía entonces junto a un mentiroso profesional como Pablo Martinez, objetado aún por sus propios colegas? ¿No era acaso como dejar la oveja más mansa al cuidado de un lobo despiadado? Se aprestó a cruzar la avenida del Libertador. La empresa no era fácil. La calle era ridículamente ancha, y los automóviles se apiñaban en ella, circulando a toda velocidad.
Dejó pasar los segundos que faltaban de luz verde, (no quería arriesgarse) Pacientemente contempló la romería de autos importados, y cuando el destello verde se apropió del semáforo otra vez, comenzó a cruzar a paso acelerado. En sentido contrario observó a un joven en silla de ruedas, luchando por lograr lo imposible. Del otro lado, la luz ya comenzaba a parpadear. Por un momento pensó en ayudarlo, pero de inmedliato desistió. El trabajo en la revista era intenso, y tenía poco tiempo para buscar Lali.
Por otra parte, la ciudad era una jungla, y de seguro aquel muchacho ya estaba acostumbrado. ¿Qué ganaba con ayudarlo? Los porteños eran agresivos y volátiles, y hasta era probable que, si lo hacía, lo terminara insultando por la “humillación”.
Como fuera, quizás por miedo a los automovilistas que hacían bramar sus motores, o para aquietar su conciencia, Victorio corrió los últimos pasos hasta la acera, haciendo pie en tierra firme en el preciso momento en que, detrás suyo, la locura se largaba otra vez ¿Lo habría logrado el muchacho? Por las dudas decidió no mirar. No era su culpa, y, de todas formas, no podía hacer nada.
Caminó a paso lento por las veredas anchísimas y arboladas. Los lujosos edificios tenían un aire europeo, a pesar de elevarse al cielo como los grandes rascacielos americanos. Victorio se sentía inapropiado allí. Provenía de una larga estirpe de bodegueros y periodistas, y siempre se había considerado a sí mismo como un hombre rico. Pero aquello era otra cosa. Un lujo obsceno que le molestaba, donde la valía de un hombre se juzgaba sólo por sus posesiones, y no por sus logros. Incluso los pocos negocios abiertos, estaban hechos más para alejar a los indeseables, que para atraer a los clientes, y hasta los vendedores miraban con altivez al resto de la humanidad.
Cruzó la calle con cuidado, y se detuvo. ¡Ese aroma! Jazmines... ¿De dónde salía? Como ocurría con el dinero que había servido para construir aquel sitio, también el aroma parecía no provenir de ninguna parte. Por un momento, y bajo su influjo, se dejó transportar al pasado: la casa de sus padres, y aquella planta frondosa que le permitía fumar sin ser descubierto, cuando apenas era un niño. Y esa noche mágica en que, parado junto a ella, y con un cigarrillo en la mano, había visto el destello del cuarto de Lali, y ella, entrando allí apenas cubierta por su cabello liso, y una toalla.
Durante algunos minutos la había observado casi en trance, mareado de tanto olor a jazmín, y de tanta belleza. Y entonces había ocurrido lo imposible: la toalla cayendo, y el milagro de los pechos incipientes de su vecina, su compañera de juegos, que de un día para otro, y sin pedirle permiso, se había convertido en una mujer.
Desde entonces la había amado con tanta devoción como locura, y ya nada había vuelto a ser lo mismo en su vida. Tartamudeaba al hablarle, y temblaba cada vez que la tenía cerca. Desde aquella noche, cuando apenas tenía trece, hasta los dieciséis años, se había despertado cada mañana jurándose a si mismo que no iba a llegar la noche sin haberla abrazado y besado con pasión. Pero nada. Bastaba su cercanía para enmudecer. Y después llegó Gaston….
—Disculpe, por favor.
Perdido en sus recuerdos, Victorio se había quedado en la esquina, inmóvil en medio de una ciudad que nunca se detenía, por lo que alguien se lo había llevado por delante. Era algo que le ocurría con frecuencia desde su llegada a la Capital.
Pero esta vez no había sido como las otras. Esta vez aquel breve contacto le había acariciado el alma. ¡Era ella! Su voz sensual, su presencia leve, su figura menuda. ¡Era Lali! No pudo reaccionar. Como si se desplazara sin tocar el piso, en cuestión de segundos Lali ya había ingresado al lujoso edificio de la esquina. El guardia la había saludado con familiaridad.
Victorio chequeó la dirección con la que la vieja editora le había dado. ¡Mierda! Era la casa de Martinez. Había ido hasta allí para desmentir su peor temor, no para confirmarlo. Pero la verdad estaba ahora ante sus ojos.
Pablo era soltero, y ella no estaba vestida con la formalidad propia de quien concurre a un trabajo. Por el contrario, sólo unos jeans, unas zapatillas, una camisa liviana..., ¡y una estúpida bolsa con provisiones! ¡No! ¡Era imposible! ¡Debía existir otra explicación! Ni siquiera un tipo como Pablo era capaz de hacer tambalear las convicciones de...
Como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, apareció por la puerta de entrada principal la figura imponente de su rival. Sin duda alguna era él. Lo conocía por la televisión. Alto, fornido, próspero... Todos los que estaban sentados en las mesas del bar ubicado en la planta baja, y que formaba parte del edificio, voltearon la cabeza a un tiempo para contemplar su paso altanero.
¡No! ¡Era imposible que Lali...! ¿Era imposible?
otro lado Lali…..



viernes, 28 de diciembre de 2012

Capìtulo 10: "Vos necia, Yo mentiroso"


Holaa  chicas como les prometi les traigo el nuevo capii, y es larguito hee espero q les guste y se pongan al dia las que siempre leen, besos

CARO


CAPITULO 10:
—¡Vamos, Rochi! Hace una hora que te espero, y ya no sé como quitarme de encima a tu jefe.
—Vos siempre tan impaciente, Lali. Apenas son las nueve. Mi turno todavía no se acaba.
—¿Y para qué me pediste que te viniera a buscar tan temprano, entonces?
—Quería que conocieras a unas personas, y...

Su amiga se exasperó.
—¡Otra vez, Ro! Te dije que no estaba interesada en salir con los tipos que conoces en los eventos en que trabajas.
—¡No seas tan amargada! A estos me los presentaron en un Congreso de Medicina. Son médicos.
—¡Ni aunque fueran millonarios! ¡No me interesan!
—Sos vos la que necesita encontrar un marido antes de los treinta, no yo... Y ya tenes veintisiete. El tiempo pasa, amiguita. Deberías agradecerme.

Dos tipos de unos cuarenta años se acercaron hasta ellas. Eran lindos, y tenían aspecto de prósperos, pero todo en su actitud parecía gritar “trampa”. Para empezar, sus maletines y sus trajes eran más los de un visitador médico, que los de un doctor. Sus perfumes eran baratos, y no como las delicadas fragancias importadas en que solían invertir los solteros de esa edad. Incluso, el más bajo exhalaba un olor intenso a champú para niños. El otro, en cambio, tenía el típico halo claro en su dedo anular. ¡Idiotas!
Ni bien saludaron a las muchachas con unos besos babosos, se apuraron a anunciar que la cita iba a ser breve. Tenían que regresar antes de la medianoche, porque, a primera hora de la mañana siguiente, les habían pautado una operación de cerebro. Por supuesto, durante el transcurso de la charla quedó en claro que aquellos tipos nefastos no habían estado nunca en contacto con un cerebro ajeno, y mucho menos con el propio.
Posiblemente aquella fuera una de sus primeras escapadas, ya que ninguno de los dos había perfeccionado la delicada trama de mentiras que solía acompañar al infiel experimentado.
Sí, porque a esa altura de su derrotero como soltera por la ciudad, Lali ya era toda una experta en engaños y ardides masculinos.Durante la primera media hora de la cita, los dos idiotas comenzaron a competir con disimulo, (¿?), para quedarse con Rochi. Lali  ya estaba acostumbrada. Su compañera era de una belleza impactante, y solía usar una pollera  tan pequeña como su moral.
Luego de hacer el ridículo por un rato, por fin se impuso el tipo con aroma de bebé. El del anillo olvidado, en cambio, tuvo que conformarse con el premio consuelo. Claro que Lali no se consideraba a sí misma como de descarte. Por el contrario, se sabía hermosa, y conocía su poder sobre los hombres inteligentes. Pero con tipos como aquellos, más preocupados por un buen culo, o unas gomas como repisa, ella, gracias a Dios, no tenía demasiada chance.
Por un tiempo largo el del anillo faltante, que al parecer ya se había resignado a su poca suerte, intentó una conversación íntima que lo acercara pronto a su objetivo. Fue entonces cuando comenzaron a surgir historias sobre autos importados y vacaciones al Caribe, tan falsas y ridículas como su presunto protagonista. En todas ellas el epílogo que se desprendía era el mismo: “terminamos en la cama, y la maté, porque en la cama soy el mejor”. Y cada vez que el tipo la contemplaba buscando su admiración, Lali apenas podía contener la risa.
Rochi, en cambio, escuchaba al otro arrobada, de seguro imaginándose mientras paseaba en un lujoso modelo deportivo alemán. Y es que, a pesar de haber oído historias semejantes cientos de veces, de boca de otros tantos hombres, la pobre muchacha todavía conservaba la ilusión de que, alguna vez, tales fantasías fueran reales.
—Así que sos periodista –aseveró el tipo sin el anillo—.¿Dónde trabajas?
—Bueno –se apuró a contestar Rochi, temiendo que Lali dijera alguna barbaridad—, en realidad ella es...
No pudo seguir, porque su amiga se anticipó a terminar la frase.
—Asistente de Pablo Martinez –confesó, sin faltar a la verdad.
—¿Pablo Martinez? ¿El de “Rompiendo las pelotas”?
—Sí. El de “RLP”.
—¡Vaya! –exclamó el otro con admiración— Ese fulano está metido en todos los líos que se arman en la política. ¡Parece saberlo todo! Me pregunto como hará...

Lali sonrió, y bastó aquel gesto inocente para que su amiga, del otro lado de la mesa, se pusiera a temblar. ¡Conocía esa sonrisa y, lo que era peor, lo que venía después!

—¡Qué rico está el cordero patagónico! –mencionó Rocio, en un intento vano por cambiar el tema.
—En realidad –contestó Lali, impiadosa—, mi jefe tiene el único archivo con datos interrelacionados del país. Todo lo que sos o tenes, figura en él.
—¡Guau! –se sorprendió su acompañante—. Me encantaría ver el de Tinelli, o el de Suar.
—Pero no sólo están los famosos de la televisión – continuó la muchacha con fingida inocencia—. “Todos” figuramos.
—¿“Todos”, cómo quien? –preguntó el que parecía más listo, con algo de preocupación.
—Te daré un ejemplo –explicó LAli, encantada—.Hace ya un mes, una noche Rochi y yo salimos con un par de idiotas. Los tipos nos habían dicho que eran solteros, y que trabajaban en un hospital. ¡¿Podrán creer que nos estaban mintiendo?!

El del anillo faltante se atragantó, pero el otro salió rápidamente en su auxilio.

—Hay gente para todo –comentó compungido.
—¡Ni que lo digas! Bueno, por fortuna, al llegar a casa lo primero que hice fue entrar en los archivos de mi jefe. Allí figuraba todo: estado civil, domicilio actualizado, estudios, profesión. ¡Y nada de lo que habían dicho resultó cierto!
—¡Qué desfachatados! –simuló espantarse el que parecía más listo.
—¿Y qué hiciste? –preguntó en un hilo de voz el otro.
—¡¿Qué iba a hacer?! ¡Lo único posible! Me comuniqué de inmediato con la mujer, le aporté las pruebas concretas, y para las ocho de la noche ya la pobre muchacha había cambiado la cerradura de su casa, y vaciado las cuentas bancarias conjuntas. ¡Era lo mínimo que ese idiota semerecía!

El compañero de Lali miró al otro con un gesto desfalleciente, obligándolo a intervenir.

—Sí, se lo merecen por torpes –replicó “aroma de bebé”, con la vista fija en su amigo—, por dar sus nombres verdaderos.

Lali volvió a sonreír. Aquellos presuntos “Rafa y Gero”, varias veces habían intercalado un “Néstor y Lalo”... ¡Principiantes!
—¡Claro que no nos dieron sus verdaderos nombres! Pero me bastó buscar la matrícula del automóvil que conducía uno, y mirar los datos de la tarjeta de crédito que usó para pagar la cuenta el otro, para que quedaran al descubierto.
—¡¿La matrícula?! ¿Anotaste el número de las placas? – preguntó el “sin anillo”, al borde del colapso. Y de inmediato se dirigió a su compinche—: ¿Por qué no meacompañas al “toillete”, amigo? Creo que el cordero está haciendo su efecto.

En menos de un segundo, y como por arte de magia, los dos farsantes habían desaparecido.

—¡¿Por qué hiciste eso, Lali?! ¡Sos horrible!
—¿Qué pretendías? ¿Acaso no te has dado cuenta que no han dicho ni una sola cosa cierta desde que se sentaron?
—¿Y con eso, qué? Todos mentimos un poco.
—¡Son casados!
—¡¿Y con eso, qué?! De seguro Rafa no es feliz con su mujer, si el pobrecito tiene que ir por allí en busca de una aventura.
—¡Ni siquiera se llama Rafa!
—Ya sé. El tuyo le decía Néstor todo el tiempo.
—¡Silencio! Allí vienen.

Lali se apuró a ponerse de pie, y salirles al encuentro. ¡Lo único que faltaba era que se fugaran sin pagar su parte!

—Nos ha surgido algo, muchachas. La operación de cerebro...
—¡No me digas! –se espantó la presunta periodista— De seguro explotó antes de tiempo... “Perfume de bebé” la miró con desconfianza, pero se imitó a decir: —Algo así... Tenemos que irnos.
—¿Ya pagaron la cuenta? –los apuró Lali.
—¿La cuenta?... Ah, sí, sí, claro... Me había olvidado... Aquí les dejo doscientos pesos.

—¿Y nosotras cómo nos volvemos a casa? –preguntó con auténtica inocencia Rochi.
—¿Por qué no nos llevan en su auto? –añadió con malicia su amiga.
—¡No! –gritaron ambos galanes al unísono.

—Aquí les dejamos veinte más para un taxi... ¡Hasta luego!

—¡Hasta luego, Néstor! –contestó Lali con una sonrisa.

Y el pobre “Rafa” se estremeció.

Luego de eso, la huida de los dos galanes fue tan precipitada, que apenas quedó como recuerdo de su presencia el viento colándose desde la calle. En cambio, para cuando las muchachas salieron de allí, el enojo de Rocio perduraba.

—No te entiendo, Lali. No entiendo lo que queres.
—Un hombre sincero, y no un estúpido mentiroso. Alguien que me diga la verdad.
 
—¿Queres escuchar mi verdad, Lali? Mi verdad es que esta noche voy a dormir sola.
—Igual lo hubieras hecho. ¿No los escuchaste? ¡Tenían que operar cerebros!... ¡Cerebros! –repitió la muchacha, sin poder contener la risa.

Su amiga, en cambio, oculta por las sombras, lloraba. Su dolor era tan sincero, que de inmediato Lali  se conmovió.
—¿Qué te ocurre, Ro?
—¡¿Qué me ocurre?! Te diré que me ocurre. Me ocurre que en un mes cumplo treinta. ¡Treinta!... ¿Sabes dónde se suponía que iba a estar yo a los treinta? Desfilando con Tyra Banks, para Victoria´s Secrets, y casada con Brad Pitt.
—No eran unas metas muy realistas, amiga.

—¡¿Qué me importa la realidad?! ¡Era mi sueño! ¿Sabes lo que es un sueño, Lali?... Pero cuando llegué a la Capital para modelar, me di cuenta que era demasiado baja para alta costura, demasiado linda para actriz, demasiado común para la publicidad gráfica. Una más... Y entonces me convencí a mi misma de que eso no era el fin del mundo. Que no tenía que volver derrotada a mi provincia, de donde me había ido gritando con soberbia. Que bastaba que me casara con un tipo millonario y buen mozo, de esos que había tantos en las revistas. Pero la realidad, tu puta realidad, me golpeó otra vez. Los millonarios y lindos, sólo se casan con millonarias y lindas..., o con millonarias. Y los millonarios y feos, no están interesados en comprometerse con una cara bonita, cuando la pueden comprar por poco. Y entonces me di cuenta que yo, que creía que valía tanto, no me cotizaba a mucho más de dos mil pesos por noche. Así que decidí dejarme de joder, y conformarme con un marido, como todas las demás. Cualquier marido. Cualquier tipo que me mantuviera cuando comenzaran a salirme arrugas y celulitis. Pero, ¿sabes qué?, de nuevo esa mierda de tu realidad. Los hombres se acuestan con las lindas, pero se casan con las feas...

Rochi estaba tan descontrolada, que lloraba a los gritos. Algunas personas que pasaban por allí se habían detenido para observarla. Y entonces, irreflexivamente, y como si faltara algo para terminar el show, la muchacha se levantó la pollera hasta la cintura, dejando al descubierto unas bellas piernas largas, mientras señalaba algo en su nalga izquierda, apenas tapada por una braga que se resumía en unos pocos hilos.

—¿Ves esto, Lali? ¡¿Ves esto?! Este hueco que tengo aquí se llama celulitis, Lali. Y la celulitis forma parte de tu puta realidad. ¡Claro que a vos no te interesa! Porque yo tenga celulitis, el mundo no es más injusto, ni se empeora el hambre en el África, así que a vos no te importa. Te cagas en las mujeres, y en los huecos de sus piernas.
 
 Lali, avergonzada por la pequeña multitud que se había reunido a su alrededor, obligó a su amiga a bajarse la pollera, arrastrándola fuera de aquel circo. Durante unas calles, las dos jóvenes caminaron en silencio, pero finalmente Rochi volvió a hablar.
—Quiero un hombre que me ame. No me importa si es casado, viudo o soltero. Me da lo mismo si es sincero o mentiroso... Quiero alguien que me caliente por las noches, y me ayude a levantarme por las mañanas. ¿Es mucho pedir?
—Es lo que queremos todas –replicó Lali, apesadumbrada.

—Vos, al menos, ya lo tuviste, aunque fuera por un tiempo.

—¿Y crees que eso es una ventaja? ¿Crees que es fácil vivir cuando has sepultado la mitad de tu vida? ¿Sabes qué se siente cuando ves morir al hombre que amas entre tus brazos? Sí, amar y ser amada así fue maravilloso, pero... perder a Gas fue devastador. Porque sé que luego de él no habrá otro amor para mí. O, al menos, otro tan intenso. Porque así se ama sólo una vez en la vida, y yo ya perdí la chance.
Ahora era Lali la que había comenzado a llorar, y su amiga la que la consolaba. Pero Rochi  seguía descontenta. Sí, quizás su celulitis no pudiera compararse con la pérdida de un gran amor... ¡Pero también dolía mucho!
—Cuando vos hablas, Lali, los hombres te miran maravillados...
—Espantados, diría mejor. Todavía muchos se asustan por una mujer que piensa.
—Pero yo, en cambio... Yo sólo tengo mis piernas, mi culo, y estos implantes que aún no termino de pagar. Y si eso se cae...
—Si eso se cae, queda Rochi, la mujer que no te atreves a buscar, obsesionada como estás por la belleza. Créeme, no va a servirte un tipo que te acaricie mientrasmiente. Todas nos engañamos diciendo que queremos un hombre. Pero no es cierto: queremos un gran amor, y eso...
—Pues yo me conformo con...
—No, no te conformes. No vale la pena. Para ser infeliz no hace falta compañía.
—Pues yo me conformo con cinco minutos de buen sexo... ¿No extrañas el sexo?
Lali se estremeció. No, no extrañaba el sexo. Lo extrañaba a Gas. Y ese placer intenso colándose entre sus piernas cada vez que él la tomaba en sus brazos. Esa pasión incontrolable que la sacudía hasta hacerla perder la razón. Su pobre amiga Rochi  ni sospechaba todas las cosas que se podían hacer en la cama, con un poco de amor. Ella se conformaba sólo con sexo... Mejor.
Lali, en cambio, iba a tener que soportar para siempre aquel recuerdo que la consumía. Que la llenaba de ansias imposibles de saciar. Sí, ahora le quedaba sólo la mitad de su vida. Y nunca más podría volver a ser feliz o eso creía……

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Capìtulo 9: "Vos necia, yo mentiroso"



Holaa chicas gracias por sus comentarios, perdón por la demora por las fiestas estuve muy acelerada jajaja espero que hayan pasado una feliz navidad , sin mas les dejo el nuevo capi!!, besotes genias

Posdata: perchaaa recibi tu mensaje , no tenia credito igual antes te deje un saludito en tu msn aun no tengo instalado el msn me compre una nueva compu y ya lo voy a instalar, que estes bien, APARECEEE  :D

CARO



CAPÍTULO 9:
—¡Vico!
Victorio observó a la vieja editora, y se apuró a correr hasta ella.
—¡Cálmate, querido! Reserva tu ímpetu para cuando tengas que agradecerme.
—¿Consiguió algún dato sobre ella?
—No hay nada imposible para mí. Aunque tengo que confesarte que me costó
muchísimo esfuerzo.
—¿En qué editorial trabaja?
—¿Trabajar? No, querido... Ella no trabaja. O, al menos, no como todas las demás.
—No entiendo.
—Es la amante del jefe, cariño... Del dueño de “RLP.”. De “todo” RLP, la revista y el
programa televisivo. Y conociéndolo a Pablo Martinez, créeme, no la culpo.
—¿La amante?... ¡Imposible!
—Pues lo sé de muy buena fuente.
—No entiendo... Ella no es de ese tipo de chicas.
—Cualquier mujer lo es, cuando se trata de un semental como el colega Pablo. Es
soberbio.
—No, Lali no. La conozco desde que nació.
—¿Era tu novia?
—Mi vecina.
—¿Y por qué tenes tanto interés en encontrarla, entonces?
—Porque... Porque...
—Déjame adivinar. La amas. La amaste en silencio todos estos años, mientras la
mirabas por la ventana de tu casa –se burló de él aquella mujer desagradable.
—Sí –contestó el otro, enojado.
—¿Y tuviste que esperar a que se mudara para decidirte?
—Era la esposa de mi mejor amigo. Yo los presenté.
—Y ahora tu amigo...
—Murió.
—¡Ah, puerquito! Así que estabas caliente con la mujer de otro.
—¡No era su mujer! ¡Era mía!... Siempre fue mía.
—¿No dijiste que...?
—Él me la robó a mí.
—¿Y nunca tuviste tiempo de confesarle lo que sentías por ella cuando vivía cerca?
—Se veía tan enamorada de Gas que...
—¿Gas?
—Gaston.
—Así que no tuviste el valor, y entonces preferiste matar al marido. ¡Confiesa!
—¡No lo diga ni en broma! Lo acribillaron en la puerta de su casa, y nunca
aparecieron los culpables... Por más ridículo que suene, a mi nadie me quita de la
cabeza que la madre de él me ha mirado con desconfianza desde ese día.
—¡Guau! ¡Así que sos un tipo de cuidado!... Pero no se te ocurra hacerte
el matón con Pablo Martinez, porque es un fulano muy peligroso.
—¿A qué se refiere?
—Todos saben que trabajó de periodista en Estados Unidos, y que figura en el
equipo de un ganador del Premio Pulitzer.
—Eso no lo hace tan especial. Mucha gente...
—Eso es lo que todos saben. Lo que nadie se explica, en cambio, es como amasó
su fortuna, que está calculada en algo más de diez millones.
—¡¿De pesos?!
—¡De dólares, cariño! Y nadie se enfrenta con alguien capaz de hacer tanto dinero
antes de los treinta, en la misma profesión en que todos los demás nos cagamos de
hambre.
—¿Y quién le ha dicho que él y Lali son amantes?
—Busqué los datos que me diste en las nóminas de las distintas redacciones. Ella
figura en la de “RLP” desde hace más de dos meses, y cobra su sueldo
puntualmente, pero hasta ahora nadie la ha visto aparecer por allí.
—Puede ser una informante, o una periodista “free lance”.
—¿Con domicilio en la casa del gran jefe? ¡Por favor!... La muchacha vive con él...
Decime, ¿tu amiga es linda?
—Hermosa.
—Entonces, pequeño, estás perdido. Conociéndolo a Pablo, si no se la ha llevado ya
a su cama, no tardará mucho en saltar a la de ella. No es del tipo de hombre que
acepte un no por respuesta.
Victorio se deshizo ante los ojos de la anciana. Sí, evidentemente  estaba perdido.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Capìtulo 8: "Vos necia, Yo mentiroso"


Buenas y Santas , como andan ??? espero que esten bien les traigo un nuevo capi gracias por su onda para comentar , me alegra que les guste!!, besos
CARO

CAPÍTULO 8:
¿Qué se suponía que tenía que hacer?
La noche anterior Lali se había ido de casa de su jefe con la última palabra, y aquel galán malvado no parecía del tipo de los que pudieran perdonar una insolencia semejante. ¿Qué hacía? ¿Se consideraba despedida sin más trámite, o volvía al trabajo como si nada?.
Con temor ingresó al departamento por la puerta de servicio, y se apuró a encender los monitores de las cámaras de vigilancia. La sala estaba vacía, así como el gimnasio, el micro cine, el escritorio, y el cuarto de huéspedes. El dormitorio principal, en cambio, estaba bloqueado, pero eso no le llamaba la atención. Su jefe solía desconectar las cámaras durante la noche, cada vez que llevaba “visitas” allí.
Buena señal, porque si tenía humor para el sexo, significaba que ya había olvidado la maldita página ocho. Lali se quitó la camisa y se puso el delantal, antes de deslizar los pantalones por sus piernas, dispuesta a comenzar con su rutina.
Adentro de la casa la temperatura y la humedad eran constantes, a fin de preservar el numeroso material fílmico que se almacenaba en las bibliotecas. Un verdadero archivo de la historia reciente de la nación, (programas televisivos, entrevistas, etc.) Pero afuera, en los grandes balcones que rodeaban al piso, y que se abrían a la avenida del Libertador, el calor era agobiante. Por eso, para limpiarlos, la muchacha solía cubrirse apenas con aquel delantal de trabajo olvidado allí por alguna de las empleadas anteriores, (¿Berta, quizás?), y que le quedaba un poco corto, y demasiado ancho.
Por cincuenta minutos Lali se dejó acariciar por la brisa matinal, disfrutando la frescura del agua con la que limpiaba las baldosas negras, hasta volverlas brillantes. Era más cuestión de placer que de trabajo, porque allí, en el piso veintidós, difícilmente se acumulaba el hollín de los autos, o el polvo. Cuando la limpieza llegó a su fin, le tocó el turno a los jazmines. Amaba esa planta como si fuera suya, y su aroma le recordaba su infancia. A Gas, su marido, a Vico, y a su infancia. Por eso, atenderla, regarla, o remover la tierra a su alrededor, solía ser su momento favorito de la mañana.
Cuando ya no hubo más excusas, se dirigió de nuevo al interior del piso. Todavía encandilada por el sol, cerró la ventana, y se agachó para recoger el balde y el trapeador.
—¿Sabes que tenes celulitis?
Sí, por muy increíble que le resultara, su jefe estaba allí, y no había encontrado mejor manera de saludarla.
—¿Cómo? –preguntó sorprendida.
—Tenes celulitis.
—La celulitis es tan femenina como la maternidad. Tarde o temprano a todas nos
pasa –se defendió la muchacha, sin ocultar su molestia.
Hizo un esfuerzo por ajustar su visión a la sombra, y entonces lo vio. Allí estaba. Con el pecho desnudo, descalzo, sólo cubierto por un pantalón pijama de esos que usaban los galanes de las películas, posiblemente de seda. Con sus ojos verdes espectaculares, y la misma soberbia aborrecible de siempre en ellos.
¡Celulitis! ¡Más se quisiera ese gusano! Por unos segundos Pablo la observó en silencio recoger todo, y dirigirse rumbo a la cocina. Pero cuando ya Lali estaba por alcanzar su tan ansiada libertad, la voz de él la obligó a detenerse.
—¿Te gustó?
—¿Qué cosa? –preguntó auténticamente confundida.
—El artículo... ¿Te pareció bueno?
Lali se puso roja, y él aprovechó su desconcierto para insistir.
—No había forma de que estuvieras tan segura de que esa hoja nunca había llegado
a la casa, a menos que hubieras leído el artículo ese mismo día.
—Así que apareció la hoja... –dijo ella, tratando de disimular su satisfacción.
—La tenía mi editor en jefe.
—Me alegro, señor. Pero tengo que seguir con mis...
—¡Momentito! Te he preguntado algo, y no me has respondido... ¿Siempre lees mis
papeles privados? Sabes que has firmado un convenio de confidencialidad, ¿no?
—Por supuesto... Y jamás leo sus papeles privados. Ese artículo estaba rotulado
“Para publicar el jueves 8”. Desde mi punto de vista, en tal caso sólo se trataba de
una primicia. Y ahora, si me permite...
—¿Qué te pareció?
—No me paga por hacer críticas, y...
No pudo terminar. Pablo la interrumpió de una forma que la hizo estremecer.
—¿Qué te pareció?
Lali suspiró antes de ceder.
—El artículo es conciso y claro. El lenguaje es adecuado, y la redacción, brillante. Es
un tema difícil, y usted lo volvió entretenido. De verdad lamenté la ausencia de la
página ocho.
—Aquí está. Léela.
—Pero tengo que...
—Léela.
Resignada, Lali dejó el balde en el piso y se dirigió a tomar el papel que su jefe le entregaba. Pablo la observó leer en silencio, pero atento a cada uno de sus gestos.
—Ya está. Gracias.
—¿Te gustó?
—Es... interesante.
—¿Pero?
—Interesante.
—Tenes un pero. Lo sé. Has fruncido la nariz, como siempre que algo te molesta.
—No soy quien para juzgar su...
La mirada de su jefe volvió a hacerla estremecer, pero está vez intentó negarse con firmeza.
—Escuche, mi trabajo me fascina. No quiero mezclar las cosas, ni crear
resentimientos...
—¿Resentimientos? ¿Tan malo te parece?
—No es eso. Es que...
Otra vez aquella mirada. Por poco conveniente que le pareciera, le iba a ser imposible no obedecer a Pablo.
—Escuche... Como le dije, el artículo es periodismo de primera. La denuncia que usted hace es sólida.
Lali se detuvo, y su jefe la instó a continuar.
—Vamos, decilo ya.
—La denuncia es sólida, creíble, pero no está probada. Todo el artículo divierte,
pero no me ha acercado ni un paso a la verdad. ¡Y su entrevista con el presidente!
Esta página ocho parece dictada por el oficialismo... Podría haberlo puesto a su
merced con sólo dos preguntas. En cambio le ha brindado las herramientas para
desmentir con facilidad lo mismo que el artículo denuncia en las otras diecinueve
hojas.
Cuando Lali terminó de hablar, (lo había dicho todo de un tirón), observó a su jefe con miedo. Pero, para su sorpresa, lejos de mostrarse ofendido, parecía encantado.
—No debe ser tan obvio, porque sos la primera que me dice algo semejante.
—No, no lo es. El resto del artículo es demoledor, y suficiente como para crear una
duda razonable.
—¿Quién te contrató, Berta?
—A Berta no sé. Pero a mí me contrató usted.
—¿Yo?
—Sí... Había ido a la redacción de “RLP” en busca de un empleo, pero usted se
negó a atenderme. Luego salió de su oficina gritando que ya estaba harto de
periodistas, y que sólo necesitaba alguien con un master para limpiar su retrete.
—Y vos tenes un master.
—Algo así.
—¿Y no pensaste que estabas un poco sobre calificada para el puesto?
—Era eso, o trabajar de puta. Hacía dos meses que pateaba redacciones sin que
me atendieran. Al parecer, todos están hartos de los periodistas. Y yo tengo el mal
hábito de comer todos los días.
—De puta hubieras ganado más. Incluso a pesar de tu celulitis.
—Como buena periodista, no me vendo.
—Al parecer tú y yo no conocemos a los mismos periodistas... Todos tenemos un
precio.
—Yo no.
—¿Por qué te pago mil pesos más que a una empleada, Berta?
—Porque, a diferencia de Berta, yo jamás hubiera tirado la página ocho. Porque
además de limpiar y cocinar, pienso, planifico, y me hago responsable. Soy como
una esposa, pero sin el sexo.
—¿Sin sexo? Entonces sos una esposa perfecta.
La muchacha lo escrutó con desdén, antes de preguntarle:
—Usted no se casó nunca, ¿no?
—¿No notas mi aspecto feliz y relajado? ¡Por supuesto que soy soltero!
—Sí... Se nota –replicó Lali, de aquella manera indescifrable, que ponía como loco a
su jefe—. ¿Puedo retirarme?
—Todavía no. Sabes, no sé cuál fue tu fantasía al aceptar este trabajo, pero... De
verdad, periodistas me sobran...
—Me quedó claro –se apuró a responder la muchacha. Pero su jefe no había
terminado la frase.
—...y mujeres también.
—¿A qué se refiere?
—Sé el tipo de reacciones que genero en las mujeres, y no quisiera que pasaras de
asistente, a acosadora domiciliaria.
Esta vez fue la mirada de la muchacha la que hizo estremecer al jefe.
—Por fortuna a mí tampoco me faltan hombres.
—¿A pesar de tu celulitis?
—Los hombres que salen conmigo no son tan huecos como para reparar en ese tipo
de detalles. Como ve, en lo que a mí respecta, está a salvo. Así que si usted no se
mete conmigo, yo haré el “esfuerzo” de no suspirar por usted, mientras lavo sus
prendas íntimas. Y ahora, si me permite, tengo que llevar esto a la cocina.
Pablo Martinez observó a su empleada agacharse, y luego salir con paso rápido de su vista. Pero bastó que se cerrara la puerta que los separaba, para que ambos contendientes pensaran al unísono.
 “¡¿Quién te crees que sos?!”


sábado, 22 de diciembre de 2012

Capìtulo 7: "Vos necia, Yo mentiroso"


Holaa como andan como les prometi algun dia voy a subir seguido jajja, y como mis mejores comentaristas ya leyeron les dejo un nuevo capi :) les quiero agradecer por pasar siempre y hacermelo saber, sin mas les dejo con el cap espero q les guste y no odien a mi Pabli empresario, besos
CARO

CAPÍTULO 7:
—¡No hay caso!... La maldita hoja no se puede reconstruir.
—¿Nos podemos ir a casa, entonces? –preguntó Agustin Sierra, esperanzado.
Pero la mirada de su jefe lo persuadió de no insistir.
—No te preocupes, Pablo –intentó consolarlo Benja—, en el programa sólo estaban
pautados cinco minutos para promover la nota de la revista, así que puedo
rellenarlos con facilidad.
El editor en jefe de “RLP”, por el contrario, se entristeció.
—En cambio para mí ya es muy tarde para llenar con estupideces las cinco páginas
destinadas al artículo.
—¿Queres que te dé el material de Charly García? –se ofreció Benja con solicitud—.
A la gente siempre le interesa.
—¿Qué hizo esta vez? ¿Subió un poco más alto, y se tiró del quinto piso, y no del
cuarto, a la piscina del hotel?
—No... Unas prostitutas le reclaman por no abonarle lo pactado...
—¡Mierda! –se ofuscó Pablo— ¡¿Creen que a alguien le interesan sus locuras?!
Tengo un reportaje sobre uno de los mayores casos de corrupción del año, y
ustedes...
No pudo terminar. Una secretaria acababa de entrar con una carpeta, a pesar de que ya eran más de las tres de la madrugada. Y es que esa era una de las características de aquella redacción: las horas de trabajo se sucedían a lo largo del día y de la noche con total regularidad.
—El currículum que pidió, señor.
—Gracias. Puede retirarse.
—¿A mi casa? –preguntó la dama, esperanzada.
—¡A su oficina!
La pobre mujer se apuró a salir, y los tres hombres volvieron a quedar solos.
—¿Qué es eso? –preguntó Agus.
—Ya que no puedo tener la hoja, al menos demando una explicación. Y quizás aquí
la encuentre.
—“Mariana Esposito” –leyó Benja, con sorpresa—. ¡¿Haz hecho investigar a tu
empleada?! ¡Ya es el colmo de la paranoia!
—Desde que ella llegó a mi vida, comenzaron los problemas.
—¿Y por qué no la despides? –preguntó Agus con inocencia.
Pero fue Benja el que le respondió.
—Al parecer es muy buena limpiando retretes.
Mientras su amigo hablaba, el editor en jefe había continuado examinando las hojas del currículum de Lali.
—¡Guau! –exclamó al fin—. ¿Tenes a una licenciada en ciencias políticas para que
te limpie el retrete, Pablo? ¡Sí que debes tener una mierda pegajosa!
—¡¿Qué decis?! –se sorprendió su jefe.
Y de inmediato le arrebató los papeles que el otro estaba leyendo.
—¡¿Ciencias Políticas de la Universidad de Cuyo?! ¡Lo que les dije! ¡Ella es la espía!
Y, quizás, hasta fue ella la que infectó la... ¡¿Casada?! ¡¿Cómo que es “casada”?!
Esta vez fue Benja el que le arrebató el papel.
—¿Está divorciada?
—Aquí dice “casada” –insistió Pablo, sacando una vez más el currículum de manos
de su amigo—. ¿Qué edad tiene?
Y otra vez las hojas viajaron por el aire, para aterrizar junto al bello conductor televisivo.
—Veintisiete. Aparentemente, si no me fallan las matemáticas, se casó a los veinte.
—¿Y el marido dónde mierda está? ¡Nunca habla de un marido! –insistió Pablo.
—Con vos nunca habla de nada.
—Por supuesto, si cuando vos llegas no dejan de cacarear.
Olvidado por los otros dos, Agustin se escandalizó.
—¡Señores! –los conminó— ¿O debo llamarlos “señoras”? Parecen unas viejas
chismosas... Una licenciada trabaja limpiando retretes, y a ustedes sólo les llama la
atención su estado civil. ¿Tan buena está la nena?
—Pequeña, pero hermosa –exclamó Benja.
—Una más –se impuso Pablo.
—Pues para ser una del montón, te interesaste demasiado –se burló su editor.
—Porque la pequeña me está jodiendo –se apuró a defenderse Pablo.
Pero Benja no lo dejó terminar.
—Eso es lo que vos quisieras.
—¡Señores!... ¿Por qué mejor no nos ocupamos de la página perdida, y de nuestra
principal sospechosa?
—¿Dice el nombre del marido? –insistió Pablo, sin prestarle atención.
—“Gaston Dalmau” –leyó Benja.
—¿Gaston Dalmau?... ¿Por qué me suena?... Mucho me suena...
—Ahora que lo dices –se extrañó Pablo—, a mí también... ¿Cuál es su ocupación?
—Periodista –leyó Benja—. ¡Guau! Quizás tenes razón, y ella te robó la hoja para...
—¡Ya sé! –rugió Agus—. Gaston Dalmau era ese periodista de “La Voz del Pueblo”,
que acribillaron en la puerta de su casa, en la provincia de Mendoza. Yo mismo cubrí
esa nota, porque estaba allí. Había ido a hacer trekking, y alguien me alcanzó la foto
de la pobre viuda, con el cadáver de su marido entre los brazos. Incluso creo que la
entrevisté.
—Lo recuerdo... –dijo Pablo— Fue hace dos años.
—Más o menos. El tipo estaba investigando unas “comisiones” por el tendido de la
red cloacal. Un asunto más sucio que la mierda, y que, por supuesto, estaba en
manos de Nicolas Vasquez.
—¡Vasquez! ¿Cómo se animó a meterse con él, el muy pelotudo? Con un tipo así no
se juega –se espantó -Benja.
—Y menos cuando se es un periodista de provincia –le contestó Agus, mientras su
jefe los miraba, pensativo.
—¿Y vos decis que mi Lali es su viuda? –reflexionó Martinez, con asombro.
Y bastó aquella extraña elección de palabras para que sus colaboradores cruzaran una mirada de entendimiento.
—No sé si “tu” Lali, pero Mariana Esposito, sí.
—¡Yo sabía que esa turrita se estaba guardando muchas cosas! –explotó al fin—.
¿Tenes el número de Alejo, el tipo que hace seguimientos?
—No creo que sea necesario, Pablo –intentó disuadirlo Benja —. Es evidente que
Lali es una buena muchacha, y, aunque no lo fuera, ella ha firmado un acuerdo de
confidencialidad antes de trabajar con vos. No se expondría a...
—Alcánzame un papel. Vas a comunicarte con Alejo, y le vas a pedir que averigüe
todo lo que te voy a anotar.
—Acá tenes.
Benja observó a su amigo escribir cosa tras cosa, hasta agotar la carilla.
—¿Todo eso? ¿No es un poco demasiado?
—No –respondió Pablo, inconmovible.
Y fue en el preciso momento en que dio vuelta la hoja para continuar con su loca
tarea, cuando lo supo.
—¡La página ocho! –gritó alborozado— ¡La puta página ocho!
—¿En mi escritorio? –se sorprendió su editor— ¡Mierda! Debí dejarla aquí cuando te
entregué el escrito. Al fin, ¡tanto lío, por nada!
—Bueno –reclamó Benja a su jefe, en tono enojado—, ahora que la maldita hoja
apareció, ya sabes lo que tenes que hacer.
—¡Claro! ¡Publicar la nota cuanto antes! No quiero más errores.
—¡No! ¡Tenes que pedirle perdón a Lali! No tenías derecho a desconfiar de ella, y
mucho menos, a hurgar en su pasado.
—¡¿Pedirle perdón?! ¿Te has vuelto loco? Le pago lo suficiente como para que sea
ella la que tenga que disculparse conmigo por su altivez.
Agus sonrió al escuchar a su jefe. “¿Altivez?”, se dijo. “¡Cómo si alguien pudiera superarte en eso!”. Pero calló. En efecto, su jefe pagaba lo suficiente como para no tener que pedir perdón. Y jamás lo hacía......