sábado, 27 de febrero de 2016

"En busca de la verdad " ( Capitulo 1 )






Hola chicas tanto tiempo sin leerlas , vuelvo hoy con esta adaptación y pienso subir un par mas aprovechando las ultimas semanas de vacaciones , les pido mil disculpas por mi ausencia es muy complicado trabajar y estudiar por lo que durante el año se me complica, pero hoy estoy feliz de volver a subir una adaptación pablali, espero que les guste y no se hayan olvidado de mi , saludos y les pido por favor que me dejen algún mail o twitter donde les pueda avisar que ya subi cap o que arranco nueva adapta, besos
CARO .



EN BUSCA DE LA VERDAD


CAPÍTULO 1
     Por fin Mariana Glenn estaba ante las rejas de la mansión de Pablo Winton y no se sentía capaz de seguir con su plan. Toda ella deseaba agarrarlo por el cuello y no soltarlo hasta que admitiera ser el padre del niño de su hermana.
     Ian tenía seis meses y hacía cinco que Daniela no estaba con ellos, pero era la primera oportunidad que Mariana tenía de acercarse al hombre. No había contado con que los nervios de última hora la dejaran paralizada.
     Se recordó cuánto le había costado convencer a su amiga, Candela, para que la enviara a la entrevista. Si se acobardaba, dejaría en mal lugar a su amiga, y también a Dani y al bebé, así que no tenía más remedio que seguir adelante.
     Aunque eso la matara.
     Con un suspiro, pulsó el intercomunicador, y liberó parte de su frustración apretándolo mucho más tiempo de lo apropiado. Oyó el aullido de lo que parecía un perro enorme y, segundos después, una voz airada sonó por el altavoz.

     -No hace falta apretar hasta romperlo. Diga su nombre y qué quiere.

     -Soy Mariana de la agencia Homebody -replicó ella con voz dulce, aguantándose las ganas de sugerirle dónde podía meterse el intercomunicador-. Vengo a ver a Pablo Winton, necesita a alguien que cuide su casa -por el tono de la voz que había oído, imaginó que hablaba con Pablo en persona. Y acertó.

     -Soy Pablo.¿Qué le pasa a Candela?

     Candelaa era la dueña de la agencia Homebody. Normalmente, ella misma visitaría a un cliente tan importante como Pablo , y estaba claro que él lo sabía.

     -Está ocupada con... -el enfado de Mariana o Lali como todos le decian iba en aumento, así que cortó su disculpa-. ¿Podríamos discutir esto cara a cara, señor Winton? ¿0 hacemos la entrevista por intercomunicador?

     Un zumbido parecido al de un enjambre de abejas ahogó la respuesta, y las altas rejas de hierro se abrieron suavemente. Lali volvió a montarse en el coche y entró. Las rejas se cerraron tras ella. El sentido común le dijo que debían activarse con un sensor, pero tuvo la incómoda sensación de que entraba en una cárcel.
     Llegó ante la imponente casa y salió del coche, pero se detuvo al ver un movimiento por el rabillo del ojo. El autor de los aullidos llegó corriendo de un lateral de la casa, lanzando gravilla con sus enormes patas. Lali apenas tuvo tiempo de meterse en el coche y cerrar la puerta antes de que un perro del tamaño de un poni se lanzara contra la ventana. Su corazón palpitó acelerado al ver una enorme boca con dientes dignos de un tiburón.

     -Abajo, Dougal. Aquí.

     La orden fue tan autoritaria como si la diera un general, así que a Lali no le sorprendió que el perro se apartara de la ventanilla como si le hubieran pegado un tiro. Se estremeció, sin saber si era por la súbita aparición del perro... o por la de su amo.
     Sintió alivio cuando el perro se sentó junto al hombre que esperaba ante los escalones que subían a la casa. Era Pablo Winton en persona; lo reconoció por la fotografía de la contraportada de sus- libros. Sin embargo, su primera impresión de él, casi dio al traste con sus prejuicios. Aunque no conocía al escritor de cuentos infantiles, no se esperaba un hombre vibrante que exudaba tanta energía como un cable de alta tensión. Tenía la piel perfecta y el cabello tan castaño como el pequeño Ian, aunque mucho más fuerte. Le caía hasta la parte baja del cuello; este caballero no llevaba armadura, sino una remera color marfil y unos pantalones negros.

     Estaba acostumbrada a llamarlo La Bestia, el apodo que utilizaba su hermana, pero no parecía bestial en absoluto. Era más alto de lo que había imaginado, mas de una cabeza más que ella. Aunque fuerte, no tenía los músculos desarrollados de un atleta, sino los de alguien que se cuidaba. En ese momento, lo más bestial de él era la arruga de su entrecejo, que creaba un surco entre los ojos verdes más hermosos que Lali había visto nunca. La arruga se profundizó al ver que miraba al perro intranquila.

     -Ya puedes salir. No te hará daño.

     Lo hizo. El hombre le agarró la mano y sintió una descarga eléctrica por todo el brazo. Intentó soltarse, pero la mano que la sujetaba era fuerte como el acero. Sintió cierta alarma.

     -¿Qué está haciendo...?

     Él le ofreció su mano a Dougal, que la olisqueó. Lali se preguntó si, a continuación, se la comería de un bocado, parecía muy capaz de ello.

     -Amiga, Dougal. Amiga -dijo Pablo

     El perro movió el rabo lentamente al principio, después comenzó a agitarlo como una bandera en un vendaval, y le pegó un lametón. Aliviada, Lali acarició el pecho del peludo perro con la otra mano. El agachó la cabeza y la golpeó suavemente.

     -Buen perro -sonrió ella, preguntándose cómo podía haber sentido miedo del lanudo animal.
   
    Pablo asintió con aprobación, dándose cuenta de que no había cometido el típico error de intentar acariciarle la cabeza.

     -¿Entiendes de perros?

     -Me encantan. Cuando era niña, tuve un kelpie australiano que se llamaba Buddy -a Lali le costaba pensar a derechas; él seguía teniendo los dedos entrelazados con los suyos, pero no parecía darse cuenta de su incomodidad.

     -Te refugiaste en cuanto Dougal apareció.

     Lógicamente, él había visto su indigna carrera de vuelta al coche. Eso la ponía aún en mayor desventaja, así que se defendió.

     -Podría haber sido un perro guardián, entrenado para comerse a los intrusos -no añadió «igual-que su amo», pero su tono de voz reflejó el pensamiento. Él le soltó la mano, y ella sintió una sorprendente sensación de desilusión.

     -Se supone que Dougal es un perro guardián, pero probablemente mataría al intruso a lametones, le encanta tener compañía.

     Ella pensó que al amo no le pasaba lo mismo.

     -¿Vienen muchos intrusos por aquí?

     -No cuando está Dougal. Vete, vuelve a tu hueso -al oír la palabra mágica, el perro meneó las orejas y se fue trotando por donde había llegado-. ¿Entramos? -dijo Pablo indicando la escalera con un ademán.

     Su voz adquirió un tono profesional, y fue como si una brisa gélida helara la atmósfera. Por un momento ella se preguntó si conocería su identidad, pero comprendió que su enfado era en respuesta al de ella.

     -Lo siento si fui algo grosera por el intercomunicador -se disculpó Lali, recordando que Candela confiaba en que supiera comportarse.

     -Lo fuiste -corroboró él-, pero tenías un punto de razón.

     Ella comprendió que eso era lo más parecido a una disculpa que podía esperar, y lo siguió. A través de un arco, entraron en el vestíbulo, cruzaron un salón doble, amueblado con antigüedades, y .dejaron a un lado la puerta entornada de un dormitorio que parecía recién utilizado. Lali se preguntó si había estado durmiendo a media tarde; como era escritor, seguramente tenía un horario poco convencional.
     El cerró la puerta y solo tuvo tiempo de ver una enorme cama con dosel, cubierta con ropa de cama tan revuelta que daba que pensar: o tenía el sueño más inquieto del mundo, o había pasado allí un rato en buena compañía.
     Esa idea la inquietó, y se preguntó por qué le resultaba más difícil imaginárselo como una bestia, solitaria y sin amor, que como un atleta sexual para quien su hermana había sido una conquista entre muchas. Ambas imágenes la llevaban a un terreno que no quería explorar. Su vida personal no tenía nada que ver con la razón por la que deseaba conocerlo.
     El abrió otra puerta y entraron en una biblioteca con estanterías de suelo a techo, repletas de libros. Ella los miró con curiosidad y descubrió que muchos eran libros de referencia sobre temas variados. Dentro de la biblioteca, una puerta daba a lo que parecía un despacho, a juzgar por los ordenadores, impresoras y demás aparatos que se veían allí. Todo estaba hecho un caos y eso la sorprendió; parecía el tipo de hombre que organizaba su vida con precisión militar.

     -Siéntate -él señaló un sofá. Los pelos grises que había sobre el cuero sugerían que Dougal solía hacerle compañía mientras trabajaba. Esa idea la ablandó un poco, pero la rechazó con resolución: que permitiera al perro dormir en un sofá caro no impedía que fuera La Bestia-. ¿Café? -ofreció Pablo , cuando ella se sentó, nerviosa, al borde del sofá. Pensó que él creería que no quería mancharse la ropa de pelos; si conociera la razón de su nerviosismo, seguramente le echaría al perro.

     -Gracias -aceptó ella. Relacionarse socialmente con Pablo Winton no era parte de su plan, pero beber algo suavizaría la sequedad de su garganta-. Me gusta solo y sin azúcar.

     -Una mujer sensata -murmuró él. Ella frunció el ceño y él se explicó-. Es la única manera de beber café bueno. A mí me lo traen de Costa Kona, en Hawai.

     -Qué suerte -masculló ella entre dientes, comparando la libertad de él para comprar café en medio del Pacífico, con su necesidad de vigilar cada penique para poder sacar adelante a Ian. Había gastado la mayoría de sus ahorros en las facturas médicas que no había cubierto el seguro de su hermana, así que la escasez de recursos regía su vida.

     Su trabajo como asesora informática estaba bien pagado, pero desde la muerte de Dani había podido dedicarle menos horas, al tener que ocuparse de Ian. Esa era una delas razones por las que había aceptado trabajar para Candela durante un par de semanas. Podía llevarse al bebé a la oficina y además el salario pagaba algunas de las interminables facturas.
     Su madre y su padrastro, Nico, habían ayudado en lo posible, pero eran desastrosos en cuestión de finanzas, y Lali tuvo que hacerse cargo de casi todo. No le había negado a su hermana nada que pudiera hacer más felices sus últimos meses de vida, y no le gustó nada ese recordatorio de que Pablo Winton podría haberla ayudado si hubiera querido.

     -No he oído eso -dijo él, trayéndola de nuevo al presente-. ¿No te gusta el café hawaiano?

     -Yo..., sí, es muy bueno -improvisó ella. Sintió la necesidad de salir de allí antes de tirarle algo. ¿Cómo pudo pensar que sería bueno encontrarse con él cara a cara? Cuando Daniela le dijo que esperaba un hijo suyo, Pablo no la aceptó con los brazos abiertos, sino todo lo contrario. Según Dani, le dijo que era imposible que fuera el padre del niño y la echó de su casa.,

     A Lali la torturaba recordar que el tumor de Dani llevaba un año en remisión cuando empezó a ilustrar uno de los libros de Pablo . Nunca sabrían si habría vuelto a remitir si Dani no se hubiera quedado embarazada de él, pero el embarazo aceleró el proceso. Daniela murió un mes después de dar a luz. Lo único que consolaba a Lali era lo feliz que el bebé había hecho a su hermana; ella no hubiera querido que nada fuera distinto.
     Excepto la reacción de Pablo. Su hermana quedó devastada por su rechazo. Después de los tratamientos médicos, Daniela había estado tan segura de que no podía quedarse embarazada que no había tomado precauciones. No había entrado en detalles, pero Lali asumió que él tampoco lo había hecho. Pablo no debía conocerla nada bien, a pesar de haberse acostado con ella, si creía que Dani era el tipo de mujer que podía dudar sobre la paternidad de su hijo.

     Probablemente él creyó que lo había elegido por su fama y riqueza. Solo Lali sabía que Dani se había entregado a Pablo en un momento de intenso miedo y soledad: esperaba los resultados de la última revisión médica.
     Lali escuchó la historia una noche, varios meses después de que la enfermedad de Dani volviera. Al oírla dar vueltas y más vueltas, fue a verla. No se podía hacer nada para aliviarla, pero, al menos, charlando Dani olvidaba momentáneamente el intenso dolor. -
     Daniela le contó que cuando llevaba algún tiempo trabajando para Pablo , llegó a su casa y se lo encontró rompiendo metódicamente la resolución de divorcio que había recibido esa mañana. Ella misma estaba angustiada, a la espera de que la llamara su médico con los resultados de la última revisión. Ninguno de los dos tenía ganas de trabajar, y se habían consolado el uno al otro. Él no había sabido la razón de la inquietud de Dani, pero sí comprendió que lo necesitaba tanto como él a ella. Ian había sido el resultado.

     Lali, consciente del infierno por el que había pasado su hermana antes de que el tumor entrara en remisión, no podía culparla por disfrutar de ese momento de placer. Además, sabía que el instinto compasivo de Dani la habría llevado a intentar consolar a Pablo.
     Lali tampoco culpaba a La Bestia por buscar consuelo cuando recibió la fría y dura prueba de que su matrimonio había terminado. Sabía muy bien lo que se sentía cuando una relación se rompía. Había estado saliendo varios meses con Benjamin Cross, un compañero de trabajo; cuando creyó que la relación iba a consolidarse, él le exigió que eligiera: él o el hijo de su hermana. Lali se sintió como si el mundo se acabara, eso no era una elección. No se arrepentía de haberse quedado con el bebé, pero aún le dolía.
     No habría podido retener a Benja, suponiendo que lo hubiera deseado tras ese ultimátum tan cruel. Pero sí podía culpar a Pablo por su fría negativa a aceptar su parte de responsabilidad por el bebé de Dani. Ese pensamiento le dio a Lali la fuerza suficiente para realizar el trabajo que Candela le había encomendado. Abrió el maletín y sacó una carpeta.

     -He cambiado de opinión. Prefiero no tomar café y empezar con la reunión.

     -Espero que no te moleste que yo sí tome. Llevo trabajando desde las cinco de la mañana -sin esperar una respuesta, entró al despacho.

 La ira de Lali se incrementó al oír el silbido de una cafetera exprés y una cucharilla chocar con porcelana. Pablo no se privaba de nada.
     Aparte del lujo que suponía tener una cafetera exprés en el despacho; la biblioteca, desde los cuadros que había en las paredes a los muebles de diseño, clamaba opulencia. Lali, rabiosa, pensó en Ian, que estaba con Cande en la oficina. ¿Cómo se atrevía Pablo a vivir tan bien cuando su hijo tenía tan poco?
     Pablo volvió con una taza en la mano, el aroma del café la tentó y deseó no haberlo rechazado. Privandose no conseguiría que él cambiara de actitud; además una actitud negativa podría hacer que sospechara algo.

     -¿Seguro que no quieres? -preguntó él, dejando la taza en una mesa auxiliar.

     -No, gracias -dijo ella, sorprendiéndose de poder hablar rechinando los dientes. Había sabido que reunirse con Pablo no sería fácil, pero nunca creyó que supondría tanto esfuerzo. Ni tampoco que le haría recordar el último y trágico año, cuando había cuidado de Dani durante su embarazo, sabiendo que volvía a estar enferma.

     Tuvo que aguantarse el dolor que supuso la muerte de su hermana, para ocuparse del bebé. Había llegado a ver a Ian como a su propio hijo; por eso estaba tan enfadada con Pablo. No podía ser objetiva, y Candela necesitaba que lo fuera; era mejor acabar con la entrevista antes de que dijera algo de lo que tuviera que arrepentirse.

     -Me gustaría que empezáramos -le dijo. Él se acercó al sofá y se sentó a su lado, tan cerca que sus muslos casi se rozaban.

     -No hasta que me digas por qué estás tan enfadada conmigo -dijo él.

     Esa invasión de su espacio personal fue la gota que desbordó el vaso para Lali. Sin embargo, para su sorpresa, lo que menos sintió al tenerlo tan cerca fue enfado. Sintió una excitación intensa y alocada, que no deseaba que él provocara.

     -¿Qué te hace pensar que estoy enfadada? -preguntó, esforzándose para que no le temblara la voz.

     -Instinto de escritor -replicó él-. Creo que apenas puedes aguantarte las ganas de tirarme algo, y me gustaría saber por qué. No puede ser porque te chillé por el intercomunicador. Estaba en mitad de una escena y cuando escribo me convierto en un oso salvaje. Candela debe habértelo advertido -la miró y ella negó con la cabeza.

     -Me dio la impresión de que eres uno de sus clientes favoritos -replicó Lali, refugiándose en la verdad. El sonrió y el cambio fue dramático. Fue como si alguien hubiera encendido una lámpara solar; ella se acercó como si él fuera una fuente de energía. Se apartó con esfuerzo-. Mi problema es personal.

     La palabra «personal» habría sido suficiente para hacer callar a la mayoría de los hombres, pero Pablo parecía interesado.

     -¿Personal significa que tiene que ver con un hombre? -inquirió él. Lali comprendió que, sin quererlo, había atraído su atención y decidió tener más cuidado.

     -Lo cierto es que no pienso...

     -Eso es justo lo que yo quería decir -cortó él-. No se puede pensar cuando se está preocupado con otra cosa. ¿Te recuerdo a ese hombre que tienes en mente?

     -Quizás -dijo ella inexpresivamente, Pablo era demasiado intuitivo para aceptar una negativa. Si supiera la verdad...

     -Eso explicaría la transferencia de antagonismo -comentó él para sí-. Perdona, uno de mis vicios es analizar a la gente, le ocurre a la mayoría de los escritores.

     -Pero escribes para niños.

     -Mis lectores también quieren personajes creíbles y convincentes -dijo él con tono ofendido-. La única diferencia es que escribo mis historias con el vocabulario apropiado a su edad.

     -No pretendía sugerir lo contrario.

     -Estoy acostumbrado -se encogió de hombros-. Despreciar la literatura infantil es el deporte favorito de mucha gente. ¿Tienes hijos, Lali?

     -No creo que...

     -¿Que sea asunto mío? -acabó él-. Posiblemente tengas razón pero, para que podamos entendernos, necesito saber más sobre ti.

     Lali pensó que, como frase hecha, era suave como la seda. No la extrañaba que Dani se hubiera rendido ante él. Afortunadamente, ella no cometería el mismo error.

     -Lo único que necesitas saber de mí es que Candela me ha enviado para que me ocupe de solucionar lo del cuidado de tu casa.

     -Precisamente -insistió él-. Entonces, ¿tienes hijos?

     -Sí -espetó ella, para callarlo y volver a los negocios. El hombre era imposible.

     -¿Niños? ¿Niñas?

     -Niño, singular -replicó, preguntándose qué edad se imaginaba que tenía-. Solo tengo veintitrés años. Ian tiene seis meses, así que no te lo encontrarás haciendo cola para recibir tu autógrafo.

     -Es algo joven para mis libros -aceptó él sin inmutarse-. Aunque espero que se sigan vendiendo cuando empiece a leer.

     -Seguro que sí -dijo ella con tono supuestamente halagador. A ese paso no acabarían nunca; decidió seguir a rajatabla el guión de Candela

     -Ese hombre con el que estás tan enfadada, ¿es el padre de Ian?

     -Sí, lo es -afirmó ella, contenta de poder contestar sinceramente.

     -¿No estás casada con él? -preguntó Pablo, mirando el dedo anular de su mano izquierda.

     -No, gracias a Dios -replicó ella secamente, maldiciéndose por no haberse puesto un anillo para disimular. Notó que su vehemencia lo intrigaba.

     -Tienes un hijo suyo pero no quieres que forme parte de tu vida. Interesante.

     Ella intentó convencerse de que eraa su instinto de escritor lo que le hacía imaginar historias en todo, pero su interés amenazaba con socavar su enfado y eso no le gustaba.

     -No quiero hablar de mí -aseveró. La alarmaba que la conversación girara en torno a ella, cuando su objetivo era descubrir cuanto pudiera sobre él, para compartirlo con Ian cuando tuviera edad de preguntar por su padre.

     Descubrió, con desmayo, que su cuerpo tenía ideas propias. Pablo estaba tan cerca que percibía la fragancia boscosa de su loción para después del afeitado, junto con un indefinible aroma varonil. La combinación era fresca y relajarte, campestre, no sofisticada como la de Benja. Comparó inconscientemente a ambos hombres. El aura de Pablo era tan atractiva que afectaba peligrosamente a su equilibrio, eso nunca le había ocurrido con Benjamin.
     Se recordó que salir con Pablo no era parte de plan. Desde lo de Benja, disfrutaba de no tener que rendirle cuentas a nadie excepto a sí misma y a Ian. Poco importaba que Pablo fuera hombre de campo o cosmopolita, o que se dedicara a celebrar orgías tras las verjas de hierro de su casa.

     Se preguntó por qué había pensado eso. Algo en él hacía que su mente recorriera caminos indeseables. Solo hacía unas semanas que había roto con Benja, así que no tenía razones para anhelar las atenciones de un hombre.
     La imagen de la cama deshecha de Pablo invadió su pensamiento y se obligó a recordar que se había acostado con su hermanastra, dejándola embarazada, para luego negar que el bebé era hijo suyo. A pesar de eso, le costaba concentrarse, y se preguntó si Dani había sentido lo mismo. No resultaba difícil imaginar lo ocurrido. Pablo era uno de esos hombres que atraían a las mujeres como un imán, pero Lali no tenía intención de caer en sus garras.
     Se dijo que probablemente el divorcio tuvo causas justificadas. Dani, siempre bondadosa, había aceptado la explicación de que él y su mujer eran incompatibles, pero Lali hubiera indagado más. «¿Adicto al trabajo o mujeriego? ¿Ataques infundados de celos?». No estaba dispuesta a considerar que la culpa fuera de su ex mujer; eso la llevaría a sentir lástima de él, como le ocurrió a DAniela

     Por el bien de Ian, tenía que mantener la mente clara. La mejor manera de hacerlo era pensar en él como La Bestia que nunca se convertiría en príncipe. En otro caso, lo habría hecho cuando Dani le contó lo del niño, pero los había rechazado a ambos.

     -Yo diría que tu hijo es muy importante en esta discusión, si vas a cuidar de mi casa cuando esté de viaje -apuntó él, interrumpiendo su pensamiento.

     -Te equivocas -dijo ella-. Yo solo he venido a entrevistarte para conocer tus requisitos, no a ofrecerme para el trabajo.

     -¿Por qué no? No eres la asistente habitual de Candela. ¿Qué ha ocurrido con esa guapa rubia de la risa contagiosa? Rochi, ¿no?

     -Sustituyo a Rocio durante su luna de miel. Se fugó con un cliente -explicó ella. Aunque le daba igual que encontrara atractiva a la asistente de Candela, sintió satisfacción al darle la noticia. Él arqueó las cejas y comprendió que lo había sorprendido. Si Rocio le gustaba, se tenía bien empleado que hubiera huido con otro, se merecía una dosis de su propia medicina. Sin embargo, también la embargó una sensación sospechosamente parecida a los celos; debía ser toda una experiencia ser objeto de su pasión.

     -¿Va a volver? -preguntó él.

     -Volverá dentro de unos días, con su marido -aclaró ella, haciendo énfasis en «marido» y preguntándose si Pablo no se rendía nunca.

     -¿Qué ocurrirá contigo cuando regrese?

     Lali comprendió que había malinterpretado su interés. Había creído que Rochi le interesaba lo suficiente como para que no le importara su estado civil, siempre y cuando volviera. Pero parecía que se interesaba por ella; un interés que Lali no deseaba ni necesitaba, aunque le produjo un agradable cosquilleo.

     -Ella recuperará su puesto y yo volveré a mi trabajo.

     -Y, ¿cuál es?

     -Soy asesora informática para pequeñas empresas que no cuentan con programadores a tiempo completo. Organizo sus oficinas y sus ordenadores para que obtengan la máxima eficacia -no quería hablar de sí misma, pero él no le daba otra opción-. Ahora, podríamos...

     -Deja que piense un minuto -se frotó la barbilla pensativamente. Aunque, a juzgar por el olor a loción que emanaba, se había afeitado esa mañana, tenía el pelo tan oscuro que una sombra oscurecía su mentón, dándole cierto aire de pirata-. Dotes de organización y empleada de Candela. Podrías ser justo la persona que necesito. Mi asistente personal se marchó a Zimbawe hace un mes. Yo tenía que cumplir con una fecha ,de entrega, y no he tenido tiempo de reemplazarlo.

     -Candela entendió que necesitabas a alguien que cuidara de la casa -apuntó ella, comprendiendo la razón del caos del despacho.

     -Es cierto, me voy de gira para presentar el nuevo libro. Pero sería una gran ayuda si esa misma persona pudiera organizar mi despacho mientras estoy fuera.

     -En cualquier caso, yo no puedo tomar esa decisión -protestó ella, mirando la lista de preguntas que había sacado del maletín. No estaban siguiendo el guión de Cande en absoluto.

     -Pero yo sí, y si decido que eres la persona adecuada para el puesto, Candela  no lo discutirá. Sabe que pago bien -mencionó una cifra que Lali sabía superaba con creces las tarifas habituales de Candela. Incluso después de descontar su comisión, la cantidad restante resolvería muchos de sus problemas.

     No resolvería el principal: que Pablo era el padre de Ian. Pero trabajar para él le daría la oportunidad de descubrir muchas cosas que contarle a su hijo cuando llegara el momento. Hubiera sido preferible que Ian conociera a su padre y tuviera contacto regular con él, pero eso no ocurriría mientras Pablo negara su paternidad.
     Lali sabía demasiado bien lo que era crecer sin conocer al propio padre. Aún no entendía como su madre, la mujer más alocada del mundo, había conseguido casarse con un estricto profesor de historia y tener una hija. Se habían separado cuando ella tenía seis años, y su madre se casó con un entomólogo tan excéntrico como ella. En ese momento, ambos estaban en algún lugar de la selva amazónica, buscando mariposas para un proyecto de él. La última vez que había visto a Nico y a su madre fue cuando volvieron a Australia para el funeral de su hija.

     Su madre se quedó para ayudarla, pero tras un par de semanas había organizado tal caos que Lali decidió que se apañaría mejor sola. Con cariño, pero con firmeza, animó a su madre a que volviera a la selva a reunirse con Nico. Sospechaba que a su madre le encantó obedecerla. Se querían, pero llevaban vidas muy diferentes. Lali había salido a su verdadero padre, el organizado de la familia. Dani, que había heredado el talento de Nico para crear desorden, siempre se había burlado de ella porque sabía dónde lo tenía todo. Lali intentó ayudar a su hermana a organizarse, pero nunca duraba mucho.

     -Aceptémoslo, he salido a mi padre, y tú al tuyo -decía Dani, alzando los brazos con desesperación. Y Lali admitía que era verdad.

Aunque no había tenido mucha relación con su padre mientras crecía, sí la suficiente como para saber lo ordenado que era. En su adolescencia intentó conocerlo mejor, pero incluso a ella la superaba su meticulosidad. Se ganaba su desaprobación solo con llegar cinco minutos tarde a una cita; era incapaz de imaginarse su reacción si, por ejemplo, se hubiera manchado de comida o utilizado los cubiertos incorrectos. Siempre había tenido cuidado de no hacer nada así, pero no podía relajarse en su compañía.
     Aunque su padre se había esforzado por cumplir sus expectativas, sus encuentros siempre pecaron de rigidez e incomodidad. Le dolía que su padre supiera más sobre Isabel Tudor que sobre Lali , pero tuvo que resignarse porque eso no cambiaría nunca. Lo único que tenían en común era su amor por el orden.

     -Siento no poder darte lo que deseas, ni poder comunicarme contigo -le había dicho él tras uno de esos encuentros-. No tengo ni idea de cómo ser un buen padre. Estarás mejor sin mí.

     Ella había llorado durante dos días y después decidió aceptar la verdad y seguir adelante con su vida. Estaba orgullosa de lo que había conseguido: empezar a comprar un apartamento y establecerse como trabajadora autónoma. Pero eso no paliaba los momentos de tristeza en los que se preguntaba qué había en ella para que a su padre le costara tanto quererla. Deseaba algo mejor para Ian, e intentaría por todos los medios que no lo asolaran esos momentos de tristeza. Aunque significara trabajar para Pablo .
     Por lo que llevaba visto, no era fácil hacerlo cambiar de opinión, y parecía empeñado en que cuidara de su casa. No quería perjudicar a Cande, así que decidió aprovechar la oportunidad para cumplir su objetivo. Pero antes tenía que asegurarse de que él no aceptaría otra opción.

     -¿Podemos, al menos, cumplir con las formalidades? -le preguntó.

     -Adelante -dijo él con tono satisfecho-, siempre y cuando el nombre que aparezca al final de esa larga lista de preguntas sea el tuyo.

     Lali comenzó a preguntar y a puntear respuestas, incómoda al descubrir que él le interesaba tanto por sí misma como por el bebé. Cuando cerró la carpeta, él sonrió y ella se desmoronó. Era más fácil considerarlo La Bestia cuando fruncía el ceño, entonces no se sentía como si flotara mecida por las olas.

     -Tenía razón, ¿verdad? -inquirió él.

     -¿Sobre qué? -preguntó ella a su vez, confusa.

     -Después de puntear todas esas cajitas, sigues siendo perfecta para el puesto.

     -¿Cómo puedes saberlo? No me conoces -dijo, pensando que, si por ella fuera, no la conocería. Se le heló la sangre al pensar que podía relacionarla con Daniela y tratarlos, a ella y al niño, con la misma crueldad.

     -No necesito conocerte más. Cuando te instales me iré de viaje. Solo estaremos juntos el tiempo suficiente para que te explique lo que hay que hacer, luego la casa será tuya.

     Lali hubiera jurado que sonaba decepcionado, pero supuso que eran imaginaciones suyas.

     -¿No te molesta que haya un bebé en la casa?

     -Mi hermana, Mery, tiene dos hijos pequeños, la casa está equipada para acoger a un bebé -su rostro se oscureció-. Dado mi trabajo, no sería normal que me molestaran los niños.

     -Podría negarme a aceptar el puesto -dijo ella, pensando con enfado, que Ian sí lo había molestado.

     -Pero no lo harás.

     -¿Por qué estás tan seguro? -preguntó ella, mirando fijamente sus ojos verdes.

     -Porque no quieres que Candela pierda a uno de sus mejores clientes.

     Lali comprendió, con un vuelco de corazón, que él había ganado la partida.