domingo, 27 de marzo de 2016

Capìtulo 4: "En busca de la Verdad"


Hola chicas les dejo nuevo cap. que tengan lindas pascuas y buen comienzo de semana :)



CAPÍTULO 4
     Ian dio un grito en la otra habitación y Lali apartó la vista del ordenador. Le parecía imposible que se hubiera despertado tan pronto. Solo hacía media hora que lo había acostado en su cochecito en la biblioteca, con la esperanza de trabajar un buen rato antes de que se despertara.

     -De poco le sirve a una madre hacer planes -murmuró con resignación, y se puso en pie.

     -No es culpa tuya que esté de mal humor -le dijo al lloroso bebé, sintiéndose mejor en cuanto acunó el cálido cuerpo entre sus brazos. Las lágrimas del niño se secaron como por arte de magia-. La culpa es del caos de la habitación de al lado. No entiendo como La Bestia es capaz de hacer algo en ese desastre de despacho. Debería alegrarse de haberse librado de su antiguo asistente, aunque supongo que era el único capaz de aguantar su mal genio.

     -Om-om be-be -balbució Ian con el pulgar el la boca y dejó caer la cabeza contra su hombro. Lali suspiró, sabía por experiencia que no había dormido lo suficiente, pero también que era inútil intentar convencerlo. Ambos sufrirían las consecuencias después, cuando estuviera rendido.

     -Quieres decir «hombres», ¿no? -preguntó con una sonrisa irónica. Le dio un sonoro beso en la mejilla y él se rió-. No hago más que olvidarme de que tú eres uno. O lo serás cuando crezcas. Si está en mi mano, serás uno de esos maravillosos y sensibles hombres de la nueva era, con los que sueñan las mujeres.

     -¿Hablabas de mí?

     Ella se atragantó cuando Pablo entró en la habitación, todos sus sentidos se pusieron en alerta roja. Pensó que nadie en su sano juicio lo consideraría sensible o de la nueva era, y mucho menos maravilloso. Con su hermana había sido el colmo de la insensibilidad; a ella la trataba mejor, pero solo porque necesitaba su ayuda.
     No había exagerado cuando le dijo que cuando escribía se comportaba como un oso. La mañana anterior había cometido el error de preguntarle algo mientras escribía y su respuesta no fue algo que se atreviera a repetir. Pensó que él se disculparía más tarde, pero seguía esperando.

     -Deja que lo adivine; antes eras algo creído, pero ahora eres perfecto -le dijo con dulzura exagerada.

     -Por supuesto -asintió él, con una sonrisa calculada para derretirle el corazón.

     Ella se resistió, el niño que tenía en brazos le recordó que la sonrisa de Pablo era tan superficial como su imagen de Don Encantador. Los hombres encantadores no rechazaban a su propio hijo, ni robaban las ideas de otros para utilizarlas como si fueran suyas.
     Aún así, una oleada de calor recorrió su cuerpo, desde la planta de los pies hasta las orejas. Apretó el rostro contra Ian, para que Pablo no viera el efecto que tenía en ella. Él se acercó a la estantería de libros de referencia, hojeó un volumen, leyó algo, y emitió un murmullo satisfecho.

     -Lo que yo creía, pero está bien comprobar que tengo razón -le lanzó una mirada triunfal y añadió-. Como siempre.

     Desde que la había instalado en el despacho, Pablo había adoptado la costumbre de escribir en un ordenador portátil, en el estudio. Cuando LAli se había levantado esa mañana él estaba trabajando, y lo hizo durante todo el desayuno. No le importaba ocuparse de sí misma, estaba acostumbrada, pero se sentía muy sola en el enorme comedor, con la única compañía de Ian. Pablo tenía una asistenta que iba a limpiar dos veces por semana, pero le había dicho que solo contrataba a una cocinera cuando tenía visitas, añadiendo que prefería estar solo y que no lo molestaran. Eso hizo que ella se preguntara por qué había insistido tanto en que se quedara allí.

     Recordar que era una empleada, no una invitada, no disminuía la irrazonable sensación de que la trataba con negligencia. Le había dicho a IAn que estaban mejor sin Pablo, porque era un antipático que nunca les diría una palabra amable por la mañana, pero eso no hacía que se sintiera mejor. Llevaba tres días viviendo y trabajando bajo su techo y, por desgracia, la encantaba sentir la atmósfera eléctrica que creaba su presencia. Era un conversador brillante, y cambiaba de tema a tema con fascinante facilidad. No había conocido a un hombre más estimulante en su vida, y se esforzaba por recordarse que la electricidad era tan peligrosa como elemental.

     -¿Sobre que tenías razón esta vez? -inquirió, incapaz, a pesar suyo, de contener la curiosidad.

     -Los hábitos migratorios de las ballenas -apuntó algunos datos en un trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo de la camisa.

     -Ayer era el hielo seco -comentó ella-. ¿Dónde va Panda Cósmico esta vez? ¿A la Antártida?

     -Está en un planeta helado que tiene mucho en común con la Antártida -confirmó él, dejando el libro en la estantería. Se agarró las manos por detrás del cuello y se estiró-. Ahora mismo no va a ningún sitio, ya he escrito suficiente por hoy. Y mi agente está dándome la lata con lo del Archivo de Literatura Infantil. Prometí prestarles las ilustraciones originales del primer libro para una exposición, lo he ido dejando y ahora es urgente. Esperaba que pudieras aplicar tu eficaz mente a esa tarea.

     Esa era la oportunidad que ella esperaba. Probablemente, parte del trabajo de su hermanastra estaría con esas ilustraciones. Podría ser la evidencia que necesitaba para demostrar que Dani había inventado el personaje de Panda Cósmico. Le remordía la conciencia actuar así, pero necesitaba la prueba para bien de Ian

     -Me encantaría hacerlo.

     -¿No te será difícil trabajar con un brazo ocupado? -preguntó él, señalando al bebé.

     -Intenté que se durmiera, pero IAn tiene otras ideas -explicó ella. Como si la entendiera, el niño dio un gran bostezo y se frotó los ojos.

     -¿Servirá de algo que le cuente un cuento?

     Aunque sabía que Pablo solo se ofrecía para que pudiera preparar las ilustraciones de la exposición, se alegró. No sabía cómo conseguir que Pablo pasara más tiempo con su hijo. Aunque no reconociera su paternidad, estaba empeñada en que Ian conociera a su padre mejor de lo que ella conoció al suyo.

     -Es buena idea -exclamó efusivamente.

     -Tendrás que ocuparte sola de las ilustraciones, mientras yo consigo que Ian se duerma.

     -No me importa. Para eso estoy aquí -al menos, eso creía Pablo, pensó para sí.

     -Podría acostumbrarme a tu ayuda.

     -No es buena idea -ella negó con la cabeza. Al menos, para su propia paz mental, no lo era.

     -¿No te gusta el trabajo?

     -Me encanta, pero tu despacho no siempre será un caos. ¿Qué haría después?

     -Trabajar para mí en otros proyectos. Está bastante claro que necesito ayuda permanente.

     -No lo niego, pero la respuesta sigue siendo un no -incluso si no se hubiera sentido tan atraída por Pablo, el niño que tenía en brazos obviaba cualquier posibilidad de que ellos trabajaran juntos a largo plazo.

     -Sé que a veces es difícil aguantarme -dijo él.

     -Eso es quedarse muy corto -con una mueca de dolor, desenredó los dedos de Ian de su cabello-. Cuando me gritaste ayer, aprendí un montón de vocabulario que no había oído nunca.

     -Ya te advertí cómo soy cuando estoy trabajando -Pablo  se frotó la barbilla con una mano.

     -Es cierto, lo hiciste -admitió ella, pensando que era una pena que nadie la hubiera advertido del efecto que él tendría sobre ella.

     Ian le dio unos golpes en la cara para atraer su atención y ella le besó los deditos uno a uno. El niño rió encantado, e intentó agarrarle la mano. Lali se dijo que había trabajado para suficientes jefes difíciles como para no ser capaz de aguantar a un escritor gruñón. Era cuestión de trabajar lo mejor posible, hasta que él comprendiera que no podía tratarla como a un mueble.
     Mucho más difícil era superar el efecto que Pablo tenía en ella como mujer. Por más que se decía que era La Bestia, se le aceleraba el corazón en cuanto aparecía.

     -No me interesa un trabajo de jornada completa -dijo, odiando el temblor que oyó en su voz. Pablo no pareció notarlo.

     -¿No sería mejor criar a un niño con un sueldo fijo, en vez de con facturas aquí y allá, como debes hacer ahora?

     -Gracias por tu voto de confianza en mis capacidades -espetó ella, airada.

     -No quería sugerir nada por el estilo -protestó él con cara de asombro.

     -Solo sugieres que no soy capaz de ocuparme de mí misma y de mi hijo.

     Pablo se mesó el cabello, dejando surcos que Lali, a su pesar, deseó poder alisar.

     -Solo quería decir que un trabajo fijo haría tu vida más fácil. No puedes negarlo. Y tú me acusas a mí de tener mal carácter.

     -No quería saltar así -se disculpó ella, consciente de que él tenía razón en lo del trabajo. Pero no iba a cambiar de opinión, la mera presencia de Pablo , la excitaba tanto que se sentía como un cañón a punto de explotar-. Supongo que estoy algo cansada.

     -¿Es porque Ian te tuvo en vela la mitad de la noche? -inquirió Pablo 

     -Espero que no te molestáramos -dijo ella, tan contrita como realmente se sentía.

     -No me preocupo por mí. Sé, por los hijos de mi hermana, que no puedes encender y apagar a un bebé como si fuera una máquina.

     -A veces, es una lástima no poder hacerlo -dijo ella sonriendo con cariño a Ian-. Otras madres me dicen que pronto dejará de despertarse a todas horas. Y también que empezará a gatear a toda velocidad, que me aterrorizará que intente subir las escaleras en cuanto empiece a andar, y que tendrá berrinches que despertarán a todo el vecindario.

     -¿Se supone que eso hace que te sientas mejor? -Pablo hizo una mueca de horror.

     -Por curioso que parezca, sí. Hace que ser padre sea un perpetuo viaje hacia lo desconocido, como descubrirás cuando lo pruebes tú mismo.

     -Es bastante improbable que lo haga.

     Ella había hablado sin pensar, olvidando por completo que era el padre del niño que tenía en brazos, y que le había negado un lugar en su vida.

     -Esta conversación debe estarte aburriendo -dijo con voz seca, y se dio la vuelta para colocar a Ian en el cochecito. Inmediatamente, el niño empezó a berrear a pleno pulmón.

     -Déjame -Pablo se inclinó y levantó de nuevo al niño. La novedad de estar en unos brazos masculinos fue suficiente para silenciar los gritos del bebé, que tocó la boca de Pablo y, considerando que la textura era intrigante, siguió explorando el rostro, hipando mientras sus lágrimas se secaban.

     -No hace falta que lo tengas en brazos si prefieres no hacerlo -dijo ella tras esperar, inútilmente, que Pablo se quejara-. A veces llora cuando lo acuesto, pero suele callarse enseguida.

     -Y, entretanto, lo pasa fatal. No podemos permitir eso, ¿verdad, Ian? ¿Qué te parece si te cuento un cuento, mientras tu madre se toma un descanso?

     Aunque se dijo que quería que Ian pasara tiempo con su padre, Lali no pudo evitar una punzada de celos. Tuvo que controlarse para no quitarle al niño de un tirón.

     -Querrás decir mientras organizo las ilustraciones para la exposición, ¿no?

     -Quiero decir un descanso -Pablo la miró a los ojos-. Tómate algo de tiempo libre. Yo me ocuparé de IAn mientras dedicas una hora a ti misma. No has descansado desde que llegaste.

     -¿Y la exposición?

     -Han esperado hasta ahora. Un día o dos más no tienen importancia.

     -Pero no te gustan los niños -soltó ella sin poder evitarlo.

     -¿De dónde has sacado esa idea tan tonta? -Pablo le lanzó una mirada afilada como un cuchillo. Lali no podía admitir que la había sacado del modo en que trató a su hermana cuando se enteró de que estaba embarazada de él.

     -Siempre que menciono que algún día tendrás un hijo, te vuelves frío y distante. Creí que...

     -Pues creíste mal -refutó él con tono helado-. Es obvio que no me dedicaría a este trabajo si no me gustaran los niños.


     «Siempre ,y cuando no cambien tu estilo de vida», pensó Lali . Tenía amigos que admitían que les gustaba cuidar a Ian, siempre y cuando se lo llevara al acabar la visita. Y Pablo no había reaccionado a la idea de la paternidad con ninguna alegría. El modo en que había reaccionado, era como para helarle los huesos a cualquiera.

     -Gracias por ofrecerte a cuidar de Ian, pero es mejor que lo cuide yo -se acercó para quitarle al niño-. El jefe no debe hacer de niñera.

     -Entonces, admites que soy tu jefe -aseveró él, sin soltar a Ian.

     -De momento -dijo ella mirando a uno y a otro, incómoda al ver cuánto se parecían.

     -Entonces, como jefe tuyo, te ordeno que descanses. Los dos te lo ordenamos, ¿verdad Ian? -Pablo levantó un pisapapeles de cristal con forma de gato y lo alzó contra la luz.

     -Ba-ba-me -fascinado, Ian vio el juego de los rayos del sol con el objeto y estiró el brazo para agarrarlo.

     -¿Lo ves? -Pablo asintió con la cabeza como si entendiera perfectamente al niño-. IAn está de acuerdo conmigo.

     -Dos contra uno no es juego justo.

     -¿Aceptas que te hemos ganado?

     Dado que la única alternativa era montar una escena que podría afectar a Ian, Lali decidió rendirse, de momento.

     -Muy bien, lo haré. Pero llámame si necesitas..., si necesita algo.

     -Lo prometo -cuando ella llegó a la puerta le preguntó-. ¿Cómo aprovecharás el tiempo libre?

     -Seguramente, preocupándome -replicó ella por encima del hombro. Salió de la habitación sabiendo que Ian estaría perfectamente con Pablo. Había visto lo suficiente para saber que podía cuidar de un bebé, estaba claro que su hermana le había enseñado bien. Le daba vergüenza admitir que estaba más preocupada por sí misma. No le gustaba cómo se sentía cuando estaba con Pablo: cada vez era menos La Bestia y más un hombre que podría llegar a amar.

     En su dormitorio, se dio cuenta de que no sabía cómo utilizar el tiempo libre. Mucho antes de conocer a Pablo se había acostumbrado a trabajar mientras Ian dormía la siesta y a dedicarle todo su tiempo cuando estaba despierto. Una hora libre era un lujo desacostumbrado. Tuvo una súbita inspiración: se daría un baño. Su dormitorio tenía cuarto de baño, equipado con una bañera de mármol. La había mirado con deseo desde que llegó, sin esperanza de poder disfrutarla.
     Pensó, con culpabilidad, en las ilustraciones que esperaban a ser catalogadas para la exposición. Debería dedicarse a eso, no solo porque fuera parte de su trabajo, sino también para aprovechar la oportunidad de encontrar pruebas de que Panda Cósmico era creación de Dani.

     -Alégrate, Lali. La vida es corta. ¿Por qué no aprendes a disfrutarla -el eco de la voz de su hermana resonó en su mente. Dani tenía razón, la vida era corta. Nadie lo sabía mejor. Acalló su conciencia y se preparó para darse un baño.
     
     -¿Qué estará haciendo tu mami con su tiempo libre? -preguntó Pablo colocando al bebé en el sofá, entre un montón de cojines-. Seguro que está trabajando. ¿Sabías que tu madre corre el riesgo de convertirse en una adicta al trabajo? .

     Ian murmuró como si estuviera de acuerdo y Pablo sintió una opresión en su interior. Quizá lo que hacía no fuera tan buena idea. Su hermana solía pedirle que bañara o leyera cuentos a sus sobrinos, niño y niña, pero casi nunca estaba solo con ellos más de unos minutos. Reconocía que, desde que se enteró de quee nunca podría tener un hijo propio, evitaba estar a solas con los niños de Mery. Aunque los adoraba, le recordaban que nunca sería padre.

     Sacó el manuscrito de un libro de un cajón del escritorio. Pablo había contratado a un artista para que dibujara animales de colores para una rima sin sentido, referente a un zoo pintado donde todo era nuevo, las cebras eran de color azul.

     -Eres el primero que verá esto -le dijo a IAn-. Me gustaría que hicieras ruiditos de aprobación, o no me atreveré a dárselo a mi agente. Espera otro libro de Panda, y ya sabes cómo son los agentes cuando su escritor se arriesga a hacer algo distinto. No, no lo sabes, ¿verdad? Quizá lo sepas algún día, si sales tan listo como tu mamá. Y tan lindo como ella. De hombre a hombre, ¿no te parece preciosa? -Ian emitió un gemido de impaciencia y golpeó el libro. Pablo sonrió, captando el mensaje-. Ok, empecemos.

     Para que el niño se riera, exageró las palabras y alargó los sonidos, mientras leía en voz alta sobre canguros azules y gansos gandules. Parte de su mente volvió a Lali, y deseó que no estuviera trabajando. Sus bellos ojos denotaban la falta de sueño, y no le sería muy útil si se mataba trabajando y preocupándose por lan.
     En realidad, Pablo sabía que le preocupaba ella misma, no el trabajo que pudiera hacer para él. No sabía en qué momento había empezado a importarle tanto. Se había forjado una reputación de jefe esclavista, porque daba buenos resultados y le evitaba tener que involucrarse en la vida privada de sus empleados. Lo que sentía por Lali era algo nuevo. Ella era diferente. No la percibía como una empleada, sino casi como parte de su hogar. Encajaba allí. Ian también encajaba, de un modo que no podía definir. Sintió un vínculo con el niño desde el momento en que Lali lo obligó a reconocer su existencia ante la puerta.

     -Eso es porque eres como un bebé de revista -le dijo a Ian pero sabía que era algo más que eso. Su vínculo con el bebé no disminuía ni siquiera cuando Ian berreaba como un poseso para que le cambiaran los pañales.

     Lo último que Pablo necesitaba era un bebé bajo su techo. Era como imponerse un castigo, pero Ian era especial. Miró la dorada cabecita inclinada sobre las coloridas páginas del manuscrito.

     -Sí, eres bastante especial -admitió con voz ronca. Quizá lo que tenían en común era la ausencia de una figura paterna. Él había crecido sin su padre y a IAn le ocurriría lo mismo. La extraña conexión que sentía podía deberse a eso.

     -Pa-pa -Ian agarró una página. Pablo le abrió la mano para que la soltara y sintió una punzada de dolor al ver los deditos entre los suyos.

     -Me han llamado de todo en la vida, pero me temo que papá es algo que nunca me llamarán -dijo-. Créeme, sé lo que es crecer sin un padre. El mío murió cuando yo tenía nueve años, pero al menos tuve la oportunidad de conocerlo y lo pasamos bien juntos. Tú ni siquiera tendrás eso -Pablo se puso ronco y tosió para aclararse la voz.

     Lo asaltó una oleada de recuerdos de las horas pasadas con su padre. Una vez, cuando era solo unos meses mayor que IAn, montó en un caballito negro, en un tiovivo de Gamberra, mientras su padre lo sujetaba para que se sintiera seguro.
     El tiovivo seguía en el mismo sitio y Pablo se preguntó qué sentiría si montara al niño en ese mismo caballito negro. Parpadeó con fuerza, eso no iba a ocurrir. Lali tenía planes propios para su hijo, y había dejado claro que no incluían a un hombre. Además, Pablo no iba a permitir que un bebé y su bella madre rigieran su vida.

     -Mira, una foca gris brillante y una anguila verde guisante, bebiendo zumo azul con el ganso gandul -leyó en voz alta, enseñándole los dibujos a IAn y obligándose a no pensar en Lali

     Sumergida hasta el cuello en un mar de olorosas burbujas, a Lali le estaba costando mucho relajarse. El agua estaba templada y los chorros de masaje creaban una agradable turbulencia. Tenía la cabeza apoyada en una almohada de baño, y, a través de la ventana, veía el jardín hasta el lago. El cristal de la ventana era ahumado en el exterior y se alegraba de ello; aunque no creía que él tuviera interés en mirar si pasaba por allí, no había porqué jugar con fuego. Al fin y al cabo era un hombre. Todo un hombre.
     La expresión «hombre de verdad» le iba a la perfección. Era una pena que sus altos niveles de testosterona llevaran apareados un mal humor infernal. «Es mejor así», pensó Lali. Alguien tan atractivo como él sería casi imposible de resistir si se empeñaba en seducirla.
     Pablo solo la interesaba por IAn. Había disfrutado cuando la besó. Pero no volvería ocurrir. Cerró los grifos con fuerza y salió del agua. No podía perder el tiempo pensando en sus besos cuando tenía trabajo que hacer. Se envolvió en una toalla. Pablo le había dado la oportunidad perfecta, nunca tendría mejor ocasión para probar de una vez por todas que Pablo era La Bestia de la vida de su hermana.

domingo, 20 de marzo de 2016

Capitulo 3: "En busca de la Verdad"



Hola chicas les traigo cap. nuevo de esta nueva adaptacion, espero  les guste, no olviden dejarme algun mail twitter o red social donde pueda avisarles cada vez que actualizo , no subi antes porque aun no leian, besos que empiezen exelente la semana.



CAPÍTULO 3
     Ha sido un día extraordinario», pensó Lali, tumbada en la cama, demasiado excitada para dormir y demasiado cansada para no hacerlo. Después de explicarle lo que tenía que hacer en el despacho, Pablo le enseñó la casa, le dijo dónde estaba todo y cómo funcionaba el sistema de seguridad. Luego se marchó, pero Lali hubiera jurado que no deseaba hacerlo. Lo malo era que a ella tampoco le gustó verlo partir, se sintió como si perdiera algo.
     Era una locura. Apenas lo conocía, y lo que sabía de él no era nada prometedor. «Permitir que te besara no fue muy inteligente», se dijo, «ahora lo ves de otra manera». Ya no era La Bestia que merecía su ira y desprecio, sino un hombre que desbordaba sus sentidos con un mínimo roce. Se pasó la lengua por los labios, sorprendiéndose de que no estuvieran hinchados ni doloridos, los sentía así. Un beso nunca la había afectado tanto. Se preguntó si podría haber impedido que la besara y no dudó la respuesta: él no la había obligado a nada. Pero no quiso impedirlo, no lo hubiera hecho por nada del mundo.

     Lali intentó alegrarse de que se hubiera ido; no más tentaciones, pero tampoco más besos. Eso era bueno pero, entonces, ¿por qué no podía dormirse? Estaba muy cansada. Se sonrió al imaginarse los comentarios que haría Dani si supiera que ya había deshecho las maletas.

     -No puedes evitarlo, ¿verdad? ¿Seguro que no quieres limpiar el baño de paso? -se habría burlado su hermana. Decirle que no era necesario, porque la casa de Pablo estaba desordenada pero impoluta no la hubiera silenciado. Además, era cierto, no podía evitarlo. Fue incapaz de relajarse hasta que guardó todo y organizó el dormitorio de Ian a su gusto. Por eso estaba tan cansada.

     A veces deseaba haber heredado de su padre una cualidad que no fuera la pasión por el orden. Cuando sus padres vivían juntos todo había sido predecible, incluso sus discusiones. Sus primeros recuerdos eran de su padre discutiendo de forma lógica, razonada y cortante; de su madre gritando, llorando y, a veces, tirándole cosas. Su madre no había cambiado en eso, pensó Lali con una sonrisa, con la diferencia de que su padrastro solía tirárselas de vuelta. Así acababan con la tensión, pero también con la paz y la armonía de la casa. Ella solía refugiarse en su dormitorio y reorganizaba sus pertenencias hasta que estaban en un orden perfecto; así recuperaba su propia calma interior.

     Había hecho lo mismo la noche en que murió Dani: limpió toda la casa, frotando cada superficie hasta que tuvo las manos despellejadas y las uñas rotas. Sólo entonces pudo irse a la cama, demasiado exhausta hasta para llorar. Ian había supuesto una gran diferencia. A veces, se preguntaba si el destino la había convertido en su madre para que aprendiese que en la vida había cosas más importantes que el orden. No tardó en hacerlo. Aunque le gustaba tener todo en su sitio, tuvo que aceptar era imposible viviendo con un bebé.

     Iba a ser un reto trabajar en el despacho de Pablo hasta que pudiera establecer cierta armonía allí. Tendría que tener cuidado para no involucrarse demasiado en el trabajo y olvidar su auténtica misión. Era lo menos que podía hacer en memoria de Dani, y por Ian.
     Fue un alivio que el niño se durmiera sin quejarse, cansado después de jugar con Dougal en el jardín. Parecían hechos el uno para el otro; el enorme y peludo animal se comportaba como un cordero cuando estaba con el niño. Lali había extendido una manta bajo una higuera, Dougal se había tumbado en una mitad y ella había apoyado a Ian contra un cojín en la otra mitad. Poco a poco, el perro se fue acercando al niño, que acabó utilizándolo como almohada. Pensó, satisfecha, que había sido una feliz escena familiar, en la que solo faltaba un padre.
     Impaciente, se sentó y ahuecó la almohada, esperando que eso la ayudara a dormirse. Oyó un ruido y se quedó quieta, había sonado en el vestíbulo. Podría ser la casa asentándose, o el frigorífico, pero la extrañó oírlo desde el dormitorio. Dougal estaba fuera, así que no podía ser él. Se le erizó el vello al escuchar el inconfundible sonido de una puerta abrirse y cerrarse.

     El corazón le dio un vuelco. Había alguien en la casa. Se preguntó por qué no sonaba la alarma y por qué no ladraba Dougal. Quizás el intruso había dopalo al perro y desconectado la alarma. Movió la mano hacia el teléfono de la mesilla antes de recordar que no estaba en su apartamento sino en el dormitorio de Pablo . Era un teléfono inalámbrico y lo había dejado en la cómoda, tras llamar a Candela para decirle que estaban cómodamente instalados. Pensó, furiosa consigo misma, que de bien poco servía su manía por el orden; para una vez que una cosa debía estar en su sitio, la había puesto en otro,  esa negligencia le podía costar cara.

     No iba a permitir que nadie le hiciera daño al niño. Recordó que había visto un atizador junto a la chimenea, sería el arma perfecta. Cuando cruzaba la habitación a tientas, se abrió la puerta y una enorme figura masculina llenó el umbral. Ella se lanzó hacia la chimenea, agarró el atizador y se dio la vuelta, dispuesta a pelear para salvar a su bebé; el intruso encendió la luz del dormitorio, deslumbrándola.

     -¿Qué diablos...?

     -Pablo  ¿qué haces aquí?

     -Oh, cielos -parpadeó él-. Olvidé que te había instalado en mi dormitorio.

     Ella se imaginó lo ridícula que debía estar de pie en mitad de la habitación, en camisón y con un atizador alzado por encima de la cabeza.

     -Aún no has explicado qué haces aquí -dijo con la voz ronca del susto; su cuerpo temblaba.

     -No pretendía asustarte -dijo él, percatándose de su tono y de su postura.

     -No ha sido un susto, casi me da un infarto -exclamó, furiosa con la patética situación y con él por provocarla. Pero sobre todo con ella misma, porque comprendió que la alegraba verlo allí.

     -Tengo la cabeza embotada -se frotó la barbilla sin afeitar-. Estaba en el aeropuerto con mi agente cuando nos avisaron de que los distribuidores están de huelga y los libros no llegarán a las tiendas a tiempo. Los miembros del sindicato no permiten que nadie atraviese los piquetes, y parece que va para largo. He pasado las últimas horas intentando solucionar el desastre. Al final, hemos tenido que posponer la gira. Debería haber telefoneado para avisarte.

     -También hay hoteles donde podrías haber pasado la noche -dijo ella, odiando el temblor de su voz, que se debía más a la reaparición de Pablo que al susto que la había dado.

     -Después del día que he tenido, no me atrae nada un hotel -dijo Pablo, reconociendo internamente que ella, en cambio, sí lo atraía. La huelga debería haberlo enfurecido, pero el deseo de abrazarla y besarla era mucho más fuerte que su ira.

     Había entrado al dormitorio automáticamente, sin pensar. Lamentaba haberla asustado, pero no verla así, con el pelo suelto y alborotado cayendo sobre los hombros, y el ligero camisón pegado a su bello cuerpo. Era como se la había imaginado, excepto que en su fantasía él provocaba ese aspecto haciéndole el amor de manera salvaje y apasionada, no con un susto de muerte.
     Tragó saliva, luchando contra su excitación. Era incapaz de estar cerca de ella cinco minutos sin que lo afectara físicamente. Pensó que quizá era la cama deshecha lo que le daba esas ideas, pero no era cierto, ella le daba esas ideas. La cama deshecha solo aumentaba la tentación.

     -Voy a preparar otro dormitorio -dijo él. Tenía que salir de allí o no podría resistirse.

     -Espera -Pablo notó que ella libraba una batalla consigo misma y volvió a tener la impresión de que intentaba odiarlo pero que cada vez le costaba más conseguirlo. Eso lo alegró, era un progreso relativo-. Tienes cara de necesitar beber algo, te lo preparare.

     -Me parece muy bien -accedió él. Su sentido común le sugería que rechazara la oferta mientras aún pudiera controlarse. Por desgracia, nunca se dejaba llevar por el sentido común. Lali colocó el atizador en su sitio y se puso una bata.

     Mientras ella trajinaba en la cocina, él dejó la chaqueta en una silla y se aflojó el cuello de la camisa. Que Lali estuviera en casa hacía que todo pareciera más hogareño, y le preocupaba que le gustase la sensación. Quererla en su cama no tenía nada que ver con quererla en su vida.

     -¿Cacao? -preguntó divertido, cuando ella le llevó un tazón humeante. Sentado en un taburete ante el mostrador de la cocina, se estaba imaginando un combinado de whisky doble y Lali. Lo que menos se esperaba era un cacao.

     -El cacao te ayudará a dormir -dijo ella, apoyando las manos sobre el mostrador-. Pareces agotado.

     -Ha sido un día muy largo -puso las manos alrededor del tazón, sintiendo el calor. No era tan agradable como abrazarla a ella, pero probablemente era más sabio.

     Dio un trago y el sabor lo sorprendió, un poco dulce, quizás, pero espeso y agradable. No había bebido cacao desde que era un niño y su madre se lo daba antes de acostarse. No tenía en casa, así que debía ser de Lali
     Incluso con la bata de satén cubriendo el camisón, estaba muy atractiva, para comérsela a besos. Se obligó a mirar el tazón, pero la bebida le recordó los ojos color chocolate de Lali.

     -No hace falta que me hagas compañía -comentó, para ocultar su deseo de tenerla cerca.

     -No importa, no me podía dormir -dijo ella, llevando otro tazón al mostrador y sentándose en, el taburete que había frente a él.

     -¿Por estar en una casa extraña?

     -Probablemente.

     -Yo viajo tanto que puedo dormir en cualquier sitio -aseveró él, preguntándose por qué compartía esa información con ella. Solía hablar lo menos posible de sí mismo, así evitaba ser vulnerable. Pero quería acercarse cuanto pudiera a esa mujer-. Supongo que tú has vivido en la misma casa toda la vida.

     -No. Mis padres se separaron cuando era pequeña. Mi madre volvió a casarse y viajábamos mucho debido al trabajo de mi padrastro. Mi madre y mi padrastro consideran que cualquier sitio vale como hogar, siempre que no entre agua.

     -¿Son hippies?

     -Intelectuales, les importa más lo mental que el mundo material. Mi madre es lingüista y mi padrastro un entomólogo muy respetado. Ahora están en Sudamérica buscando una variedad de escarabajo que, supuestamente, ayuda a combatir el cáncer.

     -Puede que haya oído hablar de él -dijo Pablo pensativamente-. El marido de mi hermanastra también se dedica a los bichos. Es una profesión tan rara que seguramente se conocen.

     -Lo dudo -replicó ella rápidamente, como si no deseara establecer ningún vínculo con él. Durante un segundo pareció asustada, como si mencionar a su familia fuera un error, y él se preguntó por qué-. Hace años que mi padrastro no trabaja en Australia, sólo vienen de vacaciones.

     -¿No tienes hermanos ni hermanas? -inquirió él, diciéndose que había imaginado su reacción.

     -Una hermana. Murió hace cinco meses -Lali apretó con fuerza el tazón.

     -Lo siento -Pablo no supo qué más decir. Era obvio que aún la afectaba mucho el tema, se le habían nublado los ojos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no rodearla con los brazos y consolarla.

     -Yo también lo siento -comentó ella con expresión acusadora, como si él tuviera algo que ver con la muerte de su hermana. Era una idea estúpida, pero Pablo no pudo desecharla. Quizás Lali tenía un problema con los hombres. ¿Sería porque uno había hecho daño a su hermana?

     -¿Cómo se llamaba? -inquirió, buscando una pista.

     -Daniela-replicó ella con expresión tensa, como si esperara una reacción.

     De hecho, el nombre significaba algo para él, pero no tenía nada que ver con la familia de Daniela. Le hizo pensar en una criatura con aspecto de ninfa, pálida y con el cabello muy corto, del color de la noche. Aquella Daniela era una colega que lo ayudó en un momento difícil de su vida, especialmente el día en que recibió la resolución de divorcio. Lo que hubo entre ellos no podía llamarse amor, más bien fue apoyo emocional. Ambos necesitaban consuelo, de no ser así, probablemente nunca habrían pasado de una mera amistad. Frunció el ceño, recordando lo mal que acabó aquello.
     Ella lo acusó de dejarla embarazada. Nunca habría soñado que una mujer tan generosa fuera capaz de tanta maldad. Fue increíblemente persistente, incluso llegó a preguntarle si era posible que su protección hubiera fallado. Debió enterarse de que habían retirado del mercado una partida defectuosa de preservativos de la marca que él utilizaba y probablemente esperaba aprovecharse de eso para obligarlo a reconocer al niño. No había funcionado porque él sabía lo que Daniela no: que incluso sin protección no podía darle un hijo.
     Intentó imaginarse como había sido la Daniela de Lali. Seguramente de tez dorada, y lo suficientemente generosa como para prepararle cacao aunque no le cayera bien.

     -Una vez conocí a una Daniela-musitó.

     -Qué agradable para ti comentó ella, con los nervios a punto de estallar.

     -No lo fue.

     Ella enarcó las cejas y sus bellos ojos oscuros lo miraron con fijeza. De nuevo, Pablo tuvo la sensación de que lo acusaba, pero seguía sin saber de qué.

     -¿No tuviste una buena relación? -preguntó ella con aspereza.

     -Fue muy buena hasta que me mintió.

     -Debía tener una buena razón para hacerlo.

     -La tenía -frunció el ceño. Lo molestaba que ella se pusiera de parte de Daniela cuando no sabía nada del caso-. Quería engañarme para que mantuviera a su hijo.

     Unas gotas de cacao salpicaron el mostrador. A Lali le temblaban las manos. Pablo se preguntó si quizás el padre de Ian la había acusado de lo mismo.

     -Pareces muy seguro de que era una trampa -dijo ella, limpiando el líquido derramado. El temblor de su voz le indicó que había supuesto bien: el padre de Ian le había hecho sufrir. Le resultaba imposible creer que Lali hubiera hecho lo que Daniela: mentir sobre la paternidad de su hijo, parecía contrario a su naturaleza.

     -Estoy seguro -dijo él con voz grave-. Créeme, desearía no estarlo.

     Lali lo miró confusa, pero él no tenía intención de explicárselo, al menos no en ese momento. Aunque no deseara casarse con ella, se moría de ganas de hacerle el amor, y confesar su incapacidad no sería el mejor comienzo.

     -Puedo subir la calefacción, si tienes frío -ofreció, al ver que ella se frotaba los brazos. Se le ocurrieron otras formas de calentarla, pero no creyó que las aceptara.

     -No hace falta. Entraré en calor cuando vuelva a la cama -se acabó el cacao. A él le pareció muy buena idea, pero estaba seguro de que no lo invitaría a acompañarla. Ella aclaró el tazón en el fregadero-. Me iré mañana temprano.

     -¿Tienes que marcharte? -inquirió él. Había supuesto que se quedaría, y esa idea lo había animado mientras intentaba solucionar el lío de la gira con su agente.

     -Si tú estás aquí, no me necesitas para cuidar de la casa.

     -Sigo necesitando que organices mi despacho -apuntó él. La idea de perderla fue como una puñalada que lo sorprendió por su intensidad.

     -Puedo hacerlo sin vivir aquí -replicó ella tras una leve pausa.

     -¿No te resultará difícil ir y venir, teniendo que ocuparte del niño?

     -Puedo apañarme.

     -No insinúo que no puedas. Pero, ¿por qué pasar por eso cuando aquí hay sitio de sobra? A no ser que te incomode compartir la casa conmigo. Seré el alma de la corrección -Pablo se preguntó por qué había dicho esa tontería. Lo que menos deseaba, al verla, era ser correcto. Ella pareció leerle el pensamiento y apartó la mirada.

     -¿Igual que esta tarde?

     -¿No querías que te besara? -él sabía perfectamente que sí, y además lo vio en sus ojos.

     -Si me quedo, no debe volver a ocurrir -interpuso ella.

     Pablo no sabía si hablaba con él o con ella misma. Pero no había dicho que no quería que volviera a ocurrir. Sintió una opresión en el pecho, era incapaz de prometerle nada. En la cocina, en mitad de la noche, era lo más apetecible que había visto en mucho tiempo.
     Cada uno de sus movimientos era grácil, incluso los normales, como secar y guardar el tazón en el armario. Los armarios estaban colgados a más altura de la normal, y ella tenía que estirarse para alcanzarlos. Cuando lo hacía la bata se entreabría y el camisón dejaba ver sus piernas. Casi de puntillas, con el brazo por encima de la cabeza, parecía una bailarina.
     Se imaginó lo que sería tomarla entre sus brazos y bailar con ella allí mismo, en la cocina. Debía estar muy cansado, aunque era escritor y tenía una mente muy creativa, lo de bailar en la cocina era un poco excesivo. Por desgracia, no podía parar, ni siquiera sabía si quería hacerlo.

     -No puedo darte ninguna garantía -dijo, eligiendo las palabras con cuidado-. Y creo que tú tampoco puedes.

     -Dentro de nada, saldrás con el cuento de que esto es algo que no podemos controlar -dijo ella, tras cerrar el armario y volverse. Su expresión era confusa.

     -¿Estás segura de que no lo es? ¿Vas a decirme que no sentiste, en cuanto nos vimos, que entre nosotros había algo? -hubiera preferido no utilizar esa baza tan pronto, pero sabía que si no lo hacía ella huiría como un conejo, y él se quedaría sin saber si realmente eran la pareja ideal.

     -No entiendo lo que quieres decir -larguísimas pestañas ocultaron sus ojos color chocolate.

     -Entonces tendré que recordártelo -cruzó la cocina en dos segundos y en tres la tuvo entre sus brazos. Su cansancio se evaporó, y sintió una corriente de vitalidad que pasaba del esbelto cuerpo de Lali al suyo.

     Esperó a que ella protestara o lo apartase, vio en sus ojos que deseaba hacerlo, pero no lo hizo. Lali agitó las manos como si no supiera qué hacer con ellas, después las puso en su espalda, donde debían estar.
     Entre sus brazos, la percibió delicada como una flor, pero también notó un núcleo de fuerza que le hizo pensar en una tigresa. Recordó su imagen con el atizador levantado, dispuesta a pelear con un intruso para defender a su hijo. «¡Ay de aquel que amenazara a su mundo o a sus seres queridos!», pensó. Pero él no tenía intención de hacerlo, le interesaba mucho más encontrar una manera de entrar en ese mundo.
     Ella suspiró suavemente, derritiéndole el corazón, y entornó los ojos; sus párpados temblaron, como si luchara consigo misma. Pablo estudió cada detalle del precioso rostro, tan cercano al suyo que percibió el olor a hierbabuena de su dentífrico. Unido al aroma del cacao, era tan atrayente como el más costoso perfume francés. No pudo contenerse. Tenía que probarlo.
     Agachó la cabeza y probó sus labios, el sabor a hierbabuena y a chocolate era fresco y agradable. La boca de ella se ablandó y calentó bajo la suya. Todo su cuerpo le pedía besarla sin restricción, penetrar en ella hasta cansarse de beber su dulzura femenina pero, temiendo alarmarla, se controló. Ardía de deseo, quería mucho más que un beso; tenía que detenerse antes de dejarse llevar por la pasión. Ella aún no estaba preparada para más, pero se encargaría de que lo estuviera pronto. Cuando acabó el beso, ella abrió los ojos de par en par, tenía las pupilas dilatadas.

     -¿Lo entiendes ahora? -preguntó él.

     -Lo entiendo demasiado bien -murmuró ella. Se alejó de él apoyándose en los muebles, como si fuera ciega-. Acabas de darme el mejor motivo para que haga las maletas y me marche.

     -¿De qué tienes miedo?

     Lali se apretó el cinturón de la bata, y él lamentó que el satén cubriera el atractivo valle que había entre sus pechos. Le pareció un pecado ocultar tanta belleza.

     -No tengo miedo de ti -negó con la cabeza-. ¿Debería tenerlo?

     -No, por Dios. Nunca me impondría a ti por la fuerza. Y no lo he hecho ahora -añadió cuando ella abrió la boca para protestar.

     -No, no lo has hecho. De acuerdo, acepto que hay algo entre nosotros, pero no puede ser más que mera química.

     «¿Por qué no?», deseó preguntar él, pero comprendió que era demasiado pronto. Por alguna razón, ella temía a los hombres, y si quería que lo superara tenía que ser prudente.

     -¿Serviría de algo que te prometiera que la próxima vez solo te besaré si tú me lo pides? -era una promesa arriesgada, y no estaba seguro de poder cumplirla, pero eran las palabras adecuadas, y percibió que ella se relajaba.

     -No habrá próxima vez.

     -Entonces, ¿te quedarás?

     -Tiene sentido quedarme hasta que acabe el trabajo.

     -Si desconvocan la huelga y tengo que marcharme de repente, será más fácil si ya estás instalada -no añadió que era muy improbable que la gira tuviera lugar. No pensaba echar a perder lo que había conseguido.

     -Eso es cierto -ella arrugó la frente-. Y el despacho necesita muchas horas de trabajo. De acuerdo, me quedaré.

     Por su forma de rendirse, Pablo comprendió que tenía tantas ganas de quedarse como él de que lo hiciera. Eso le puso de buen humor. Recordó el sabor de su boca y se le calentó la sangre, era una boca sensual y llena de promesas.
     Aunque Lali no lo considerara más que química, lo deseaba tanto como él a ella. Eugenia le había hecho daño, y la fertilidad de un hombre era decisión de los dioses. Suponía que el padre de Ian le había hecho daño a Lali; así que tampoco querría una relación duradera. Pero podían pasarlo bien a corto plazo. Si tenían suerte y era algo tan especial y maravilloso como él esperaba, podría ser suficiente para ambos.

     -Entonces, te veré por la mañana -dijo él-. Te lo advierto, me levanto muy temprano. Siempre escribo antes de que el resto del mundo se ponga en pie. Intentaré no molestarte.

     -No lo harás, duermo como un tronco -aseguró ella-. Sobre todo si Ian me despierta por la noche, aunque últimamente duerme mejor.

     -Debe ser difícil, ocuparte de todo tú sola.

     -Lo es, pero nos arreglamos solos -replicó ella. Su expresión se endureció y Pablo se preguntó por qué. Un día descubriría qué había ocurrido entre el padre de Ian y ella, quizás así conseguiría curarla. Hasta entonces ella era como un cable en cortocircuito; una chispa diminuta, y estallaba de cólera contenida y amargura.

     Una persona tan encantadora como Lali no debería estar en manos de la ira, pensó él, que sabía exactamente en qué manos debería estar. Se obligó a cambiar el rumbo de sus pensamientos. Había prometido controlarse hasta que ella le diera luz verde; solo tenía que conseguir que lo hiciera antes de que el despacho fuera un modelo de orden y organización. Tenía tiempo.

     -Conectaré la alarma otra vez. Vuelve a la cama.

     -¿Seguro? Al fin y al cabo, soy tu empleada.
     -No a estas horas. Y tampoco soy un ogro en horas de oficina, a no ser que me interrumpan mientras escribo -«0 que me mientan», pensó para sí, pero no lo dijo. No creía que eso fuera problema con Lali


CAPITULO 3:

     Sin contestar, ella salió de la cocina, sorteándolo como si temiera que, a pesar de lo dicho, fuera a convertirse en un ogro. No le gustó nada, y frunció el ceño. Una cosa era que se resistiera a la atracción que había entre ellos, y otra muy distinta que le tuviera miedo. Deseó saber quién había provocado ese miedo. Si le ponía las manos encima al hombre que la había hecho daño, le enseñaría cómo tratar a una dama.
     
     Lali descubrió que le era imposible conciliar el sueño. Oyó a Pablo pasar por delante de su puerta. Sus pasos se detuvieron un segundo y ella contuvo la respiración, sin saber si era porque temía que entrara, o porque temía que no lo hiciera.
     Soltó el aire de golpe cuando los pasos continuaron por el pasillo. Una puerta se abrió y se cerró, después todo quedó en silencio. Se dijo que la alegraba no oír como Pablo se preparaba para acostarse pero, aún así, sus oídos se esforzaron por escuchar algo.
     El cuerpo le ardía e, impaciente, se destapó, dejando que el fresco aire de la noche la acariciara. Pensó que podría haber sido la caricia de Pablo. Si hubiera dicho una sola palabra en ese sentido, él estaría compartiendo la cama con ella. Había percibido su deseo cuando la besó, y consiguió, a duras penas, controlar el suyo.
     No sabía qué le estaba ocurriendo. Había permitido que la besara no una vez, sino dos; disfrutando de ambas. Eso no formaba parte de su plan. Le había dado un hijo a su hermana, los había rechazado a ambos y, para redondearlo, le había robado su idea. Recordó, colérica, su acusación: «Daniela quería engañarme para que mantuviera a su hijo». Su hijo, no mío, o nuestro, lo había dejado muy claro. ¿Cómo había podido permitir que la besara y llegar a imaginarse compartiendo la cama con él?
     Se sentía desgarrada entre la lealtad a la memoria de su hermana y sus propios deseos. El deseo había estado a punto de ganar la partida, pero no volvería a ocurrir. Pablo había prometido que no la besaría si no lo se lo pedía, así que todo estaba en su mano. Se prometió que, a partir de ese momento, su relación sería estrictamente profesional.

domingo, 13 de marzo de 2016

Capítulo 2: "En busca de la Verdad"


Hola chicas perdon por la tardanza, hoy les dejo nuevo capi espero que les guste por favor dejenme un mail o red social donde les pueda avisar facebook, twitter o algun email, besos que empiezen de 10 la semana



CAPÍTULO 2

     Cuando cruzó las puertas que llevaban a la casa, Lali sintió una curiosa sensación de bienvenida. Se dijo que se debía a que iba por segunda vez, pero sabía que la razón eran las maletas que rodeaban la sillita del bebé. Hacían que se sintiera como si fuera a quedarse allí más de dos semanas.
     No se bajó del coche inmediatamente, esperó a que Pablo saliera y hablara con Dougal, aunque el perro agitaba la cola, en lugar de ladrar.

     -Buenos días -saludó, molesta por el rubor que encendió sus mejillas al ver a Pablo . Llevaba unos pantalones azul oscuro y un ligero suéter blanco, y en vez de parecer La Bestia, parecía el tipo de hombre del ,que podría enamorarse si no tenía cuidado.

     El también parecía incómodo. Mientras soltaba el cinturón de la sillita, Lali pensó que quizá no le gustaban los bebés. Si era así, debería habérselo pensado antes de dejar embarazada a Dani.

     -Llegas tarde -dijo él.

     -Cande me dijo que no te vas hasta esta tarde, tienes tiempo de sobra para explicármelo todo -LAli frunció el ceño, irritada. Se había retrasado porque Ian había vomitado puré encima de su mejor blusa, y tuvo que ponerse una camiseta antes de salir, pero no lo dijo. Ya le parecía suficientemente poco profesional llegar a un trabajo con un bebé y un montón de bolsos, casi todos llenos con cosas para Ian.

     -Si me enseñas mi habitación, acostaré al niño y luego puedes darme tus instrucciones.

     El bajó las escaleras, levantó la maleta más grande como si no pesara nada, y cargó un montón de bolsas en el otro brazo.

     -¿Qué te llevas cuando sales por un mes? -preguntó, enarcando las cejas.

     -Los bebés necesitan muchas cosas.

     -Yo no podría saberlo -dijo él secamente, su sonrisa se apagó y subió los escalones.

     Ella miró su espalda consternada. «¿Qué he dicho?», se preguntó. No podía molestarlo que llegara con el niño, lo sabía desde el principio. Era obvio que no quería saber nada de Ian. Pensó, furiosa, que ni siquiera lo había mirado.

     -Es una persona, ¿sabes? -espetó.

     -¿Perdona? -Pablo se detuvo en el escalón de arriba y la miró con expresión tormentosa.

     -Pablo, este es lan. Ian, este es Pablo -presentó ella, comprendiendo que ya era tarde para arrepentirse de sus palabras-. Dile hola, a Ian, Pablo  -él la miró como si prefiriera desnudarse allí mismo, y ella imaginó la escena con toda claridad. Se recriminó por pensar algo así.

     -Hola, Ian -masculló él.

     -¿Ves? No ha sido tan difícil, ¿verdad?

     Pablo pensó que había sido mucho más difícil de lo que ella creía. Todo su ser rechazaba la imagen del bebé agitando los bracitos, le recordaba su propia incapacidad. Cuando contrató a Lali había creído que podría soportar que su hijo viviera bajo su techo. No esperaba que la llegada del bebé le provocara un anhelo de paternidad tan intenso que casi era dolor físico. De repente, Lali le puso al bebé en brazos.

     -Ahora que ya se conocén, ¿te importa sujetarlo mientras voy a por su juguete favorito? Me lo he dejado en el coche.

     Sin dar tiempo a Pablo a replicar, corrió escalera abajo, dejándole con el niño. A Pablo se le contrajo el estómago al percibir el aroma infantil y ver como las diminutas manos se aferraban a él. Ian era exactamente como Pablo se había imaginado a su propio hijo, antes de descubrir que nunca tendría uno; se sintió como si un puño gigantesco le oprimiera el corazón. Ian abrió la boca para protestar. Instintivamente, Pablo comenzó a acunarlo, y el quejido del niño se convirtió en un leve gemido.

     -Tranquilo, volverá enseguida -aseguró Pablo -. Nosotros, los hombres, podemos apañarnos un rato solos, ¿no crees? -el tono serio de su voz captó la atención de Ian, dejó de gemir y fijó sus enormes y luminosos ojos en él. Agarró el botón superior de la camisa de Pablo y tiró.

     Pablo sintió que tiraba de lo más profundo de su ser, y agarró al niño con más fuerza, sintiendo una punzada de tristeza. No era la primera vez que tenía a un bebé en brazos, pero cuando nacieron los de Mery, su hermana, él aún esperaba tener sus propios hijos. Ahora sabía que era imposible, y Ian incrementaba la dolorosa sensación de pérdida que siempre rondaba su mente.

     -No es culpa tuya, chiquitín -dijo, con voz ronca de emoción-. Eres justo como el niño que siempre deseé tener -eso atrajo la atención de Ian, que agarró su camisa como si entendiera cada una de sus palabras-. Sí, quería uno como tú y una como tu... -Pablo se detuvo antes de decir «como tu madre» y dijo -...bueno, una niña.

     Al oír la palabra «niña», Ian comenzó a murmurar y Pablo esbozó una sonrisa.

     -No te gustan las niñas, ¿eh? Ya cambiarás de opinión cuando encuentres a esa damita especial sin la que no puedas vivir. Yo creí encontrarla en mi ex mujer, Eugenia -explicó. Ian movió la cabeza como si lo entendiera, aunque Pablo sabía que era imposible-. Pero no es un buen ejemplo. Ella era una modelo de portada que conocí en la fiesta de Navidad de mi editor. Claro que no tiene por qué salirte tan mal como a nosotros -continuó Pablo , preguntándose si se había vuelto loco. ¿Por qué le contaba eso a un bebé?

     Lo cierto era que Ian escuchaba, y su monólogo lo había tranquilizado, así que decidió que daba igual lo que dijera, siempre y cuando utilizase un tono tranquilizador.

     -Dijo que no le importaba que no pudiese darle hijos -agregó-. Incluso pidió a su hermano, un médico de renombre, que me hiciera las pruebas, para que todo quedara en familia. A él nunca le caí bien; pensaba que un escritor no era suficientemente bueno para su hermana. Médicamente hablando, tenía razón.

     -Bo... baba -Ian le golpeó en el pecho.

     -Sí, bobadas -asintió Pablo -. Yo tampoco soporto a mi ex cuñado, así que estamos en paz. Pero tú no quieres oír esto; diablos, ni siquiera quiero oírlo yo.

     -Oír, ¿qué? -preguntó Lali, subiendo las escaleras. Bajo el brazo llevaba una lanuda oveja de peluche. Los ojos de Ian se iluminaron al ver su juguete y extendió los brazos. Pablo le entregó al bebé con una punzada de remordimiento.

     -Cosas de hombres -rezongó, molesto consigo mismo por haber permitido que el niño lo emocionara. Tampoco esperaba que Lali  lo afectara así. Al ver como se colocaba al niño en la cadera, Pablo sintió que su corazón se encendía.

     Su hermana, Mery, siempre dijo que lo único bueno de estar embarazada era que sus senos se agrandaban. A pesar de su reciente maternidad, los pechos de Lali eran pequeños, en consonancia con el resto de su figura. Llevaba puesta una falda de estilo oriental, negra y dorada, y una camiseta negra que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Cuando el niño se agarró a la camiseta, Pablo casi emitió un gemido de envidia.
     Dougal se reunió con ellos y, al oírlo ladrar, el bebé abrió los ojos de par en par. Lali se agachó, permitiendo al perro que lo oliera.

     -Amigo, Dougal -dijo con voz firme. El perro movió la cola y lamió suavemente la mano del niño. Ian balbució con deleite, y una sonrisa iluminó su carita. Agarró un puñado de pelo y tiró, pero Dougal se quedó quieto como una estatua. Con cuidado, Lali soltó la mano del niño y se irguió. Dougal se pegó a su lado como si no pensara separarse de ella en dos semanas.

     -Pronto no querrá saber nada de mí -bromeó Pablo, diciéndose que no lo afectaba la aparente traición del perro. No, no lo afectaba más que la imagen de «Madre y niño» que tenía ante sí, ni que el vacío que sentía desde que Lali le quitó al bebé de los brazos. Ella alzó los ojos y sonrió. Fue como si saliera el sol.

     -A los perros le sobra amor para repartir entre todos -apuntó ella-. Me alegro de que Ian no le tenga miedo.

     Pablo se había prometido no involucrarse con Lali ni con su hijo. Su intención era instalarlos, darle a ella instrucciones sobre qué hacer en su ausencia y marcharse, pero sintió un súbito impulso de quedarse con ellos.

     -No parece que a Ian lo asuste nada -dijo.

     -Las tormentas sí -admitió ella-. No te gustan las tormentas malas, ¿verdad, cielo?

     -¿Tiene miedo de las tormentas?

     Ella asintió. La noche que Dani murió había tormenta y Lali siempre se preguntaba si el niño asociaba las tormentas con la pérdida de su madre. Aunque sabía que era demasiado pequeño, y que a casi todos los niños les disgustaban los ruidos fuertes, le parecía una conexión curiosa.
     Pablo inmovilizó la puerta con la maleta, para que ella pudiera entrar con el niño. Cuando lo hizo, sus caderas se rozaron. Aunque el contacto fue mínimo, Lali se quedó sin aliento y pensó que tenía que dejarse de tonterías; no podía olvidar que él era La Bestia. El niño que llevaba en brazos le ayudaría a recordarlo.

     -Ian no es el único. A mí también me asustaban las tormentas de pequeño -comentó Pablo , entrando tras ella y cerrando la puerta.

     -¿En serio? -preguntó ella, consciente de que su expresión delataba su sorpresa. Él parecía demasiado varonil para tenerle miedo a nada.

     -Cuando tenía cuatro años, un rayo cayó sobre un árbol que había junto a la ventana de mi dormitorio; una rama se partió y se estrelló a pocos centímetros de mi cama. Odié las tormentas durante años.

     Ella se imaginó a un niño aterrorizado, tumbado en la cama en mitad de la tormenta. Por mucho que lo odiara, le resultó imposible evitar compadecerlo.

     -Cualquiera sentiría lo mismo después de eso.

     -Se me pasó. A Ian también se le pasará.

     De pronto, LAli se dio cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro, lo suficiente como para besarse. Se preguntó qué sentiría si la bien proporcionada boca de él se posara sobre la suya. Un escalofrío recorrió su espalda y cerró los ojos; imaginó la escena con tanta claridad que sus labios se entreabrieron.
     Asombrada, abrió los ojos. ¿Qué le ocurría? Se alegró de que el bebé que tenía en brazos se interpusiera entre ellos. Pablo era el último hombre del mundo con el que fantasear sobre besos.

     -Dormirás en mi dormitorio -anunció él.

     -¿Qué?

     -Tu dormitorio mientras esté fuera -dijo él, acallando su protesta-. El vestidor es lo bastante grande como para servirle de dormitorio a Ian.

     -Oh, gracias -musitó ella, sintiéndose como una estúpida. Por un momento había creído que... Desechó la idea, recordándose que tenía un trabajo que realizar. Quizás no fuera el que Pablo esperaba de ella, pero seguía siendo un trabajo.

     Si Pablo sospechara sus intenciones, no sería tan hospitalario, ni les ofrecería su propio dormitorio. Aunque no tenía otra alternativa si quería obtener justicia para Ian, le remordía la conciencia. Miró los rasgos angelicales del bebé y su corazón se endureció. Pablo no solo había rechazado a su hijo, sino que, al aprovecharse del personaje del Panda Cósmico, ideado por Dani, le había robado su herencia. Lali solo necesitaba encontrar una prueba, y lo haría en ausencia de Pablo 

     Su hermana le había resumido la historia. Dani había conocido a Pablo en una cena editorial tres años antes; era ilustradora de libros, y esbozó sus ideas en la parte de atrás de un menú. Según Dani, así nació el Panda Cósmico. Lali no sabía qué habría ocurrido si Dani no hubiera enfermado seis meses después de darle a Pablo la idea para el personaje. Ella no quería que nadie se enterara de lo enferma que estaba, y él le prometió que, en cuanto se recuperara, podría ilustrar los libros de Panda. Dani, siendo como era, le pidió que, entretanto, contratara a otro ilustrador. El primer libro tuvo un gran éxito, pero Pablo figuraba como único autor.
     Mantuvo su palabra y contrató a Dani para que ilustrara el segundo libro. Pero Lali había leído toda la publicidad esperando, en vano, que acreditara a su hermana. Aunque Dani sufrió una gran decepción, no quiso darle mayor importancia. Mientras vivió, Lali respetó sus deseos, ahora estaba libre de esa obligación.

     En cuanto tuviera evidencia de que Dani había creado el personaje, se enfrentaría a Pablo. El precio que pensaba pedirle para no hacer pública la noticia era que reconociera a Ian. Era lo justo. Lali se aguantaría los remordimientos de conciencia por su estratagema.
     Pablo interrumpió sus pensamientos cuando abrió la puerta del dormitorio y le indicó que entrara. Era el que vio la primera vez que estuvo en la casa, pero mucho más ordenado. La cama estaba hecha y no había una mota de polvo.
     En el armario empotrado había varias perchas vacías para que colgara su ropa. Una puerta comunicaba con una luminosa habitación, preparada para el niño. Lali acarició la reluciente madera de la mecedora, que se movió suavemente. A continuación, vio la cuna tallada a mano y no pudo evitar una exclamación de sorpresa.

     -Es preciosa. He traído la cuna de viaje de Ian, pero esta es mucho más bonita. Nunca he visto una igual. ¿Es muy antigua?

     -Herencia familiar -dijo él-. La bajé del ático -no explicó que su hermana le había proporcionado sábanas, mantas y alguna que otra cosa más. Ni que le había tomado el pelo porque estaba convencida de que le gustaba la madre del niño.

     Lo cierto era que tenía razón. Nunca lo había atraído tanto una mujer. Pero él no le gustaba a ella, era obvio. De vez en cuando Lali le sonreía y él se derretía por dentro, pero después ella parecía recordar que debía mantener las distancias, y el sol se apagaba. Era un misterio, y los misterios le desagradaban. Lo del niño era otro misterio, le recordaba a alguien y no sabía a quién. No le sirvió de nada decirse que todos los bebés se parecían.

     -Te has tomado muchas molestias -Lali lo miró con gesto preocupado.

     -No podía dejar que Ian durmiera en un cajón de la cómoda.

     «Pero sí puedes negar su paternidad», pensó Lali, anulando así su satisfacción porque él hubiera hecho tantos preparativos. Colocó al niño en la cuna para empezar a organizarse.

     -Es hora de la siesta de Ian -dijo-. Antes tendré que cambiarlo y, te aviso, no es un espectáculo agradable.

     A él lo molestó que volviera a rechazarlo sin motivo aparente y que le considerara incapaz de ocuparse de las necesidades básicas de un bebé.

     -Para tu información, he hecho prácticas con los bebés de mi hermana, así que no me ofenderá nada, salga por arriba o por abajo. Pero, como está claro que te molesto, me voy. Cuando acabes, reúnete conmigo en la biblioteca y te explicaré tus funciones. Está al final del pasillo.

     -Recuerdo dónde está. No tardaré.

     -Tómate el tiempo que necesites. Como bien dijiste, tengo un par de horas. Quizás prefieras instalarte antes de trabajar.

     -Gracias, sí me gustaría -dijo ella con un tono que a él le pareció frío como el hielo.

     -¿Qué he hecho para que me odies tanto? -preguntó Pablo. Los ojos de ella denotaron su sorpresa, cuando alzó la cabeza de una bolsa llena de ropa infantil.

     -No sé a qué te refieres.

     -En la entrevista admitiste que estabas enfadada con el padre de Ian, y su ausencia sugiere que tienes razones para estarlo, pero, ¿por qué te desquitas conmigo? ¿0 es que te disgustan los hombres en general?

     -No me disgustan los hombres -dijo ella, desenrollando una toalla sobre la cómoda y colocando encima al bebé.

     -Entonces debo ser yo en particular.

     -¿Qué te hace pensar que me disgustas? -preguntó ella, dejando de desnudara Ian

     -Tu actitud dista mucho de la de un miembro del Club de Admiradores de Pablo Winton.

     -No creí que eso fuera un requisito para cuidar de tu casa.

     -Estás evadiendo la pregunta.

     -No conozco la respuesta -lo miró con exasperación-. Apenas te conozco.

     -Eso tiene fácil solución.

     «Si yo quisiera solucionarlo», pensó Lali. Y no quería. Solo deseaba que le hiciera justicia a Ian. Pero la idea de besar a Pablo le rondaba la cabeza; tenía que tener cuidado para no perder de vista su objetivo.

     -Lo tendré en cuenta -replicó.

     Él la miró como si quisiera decir algo más, pero pareció pensárselo mejor y cerró la puerta tras de sí con tanto cuidado que ella pensó que era por controlar su deseo de dar un portazo.
     Lali, mientras acababa de desvestir al niño, lo limpiaba y le ponía talco, se preguntó qué problema tenía Pablo. Normalmente, aprovechaba ese momento para jugar con Ian, pero estaba tan distraída que se limitó a emitir sonidos. A él no pareció importarle, estaba demasiado fascinado con un móvil de payasos y animales de colores vívidos que colgaba del techo. No parecía una herencia familiar sacada del ático; Lali decidió que esa hermana, que tanto mencionaba, se lo había prestado, junto con otros artículos infantiles. Denotaba un esfuerzo excesivo por una persona que solo estaría allí dos semanas.

     Se planteó la pregunta que él le había hecho. «¿Lo odio?». Hacía tiempo que pensaba que sí, por el modo en que había tratado a Daniela, pero cada vez le resultaba más difícil.

     -¿Por qué se habrá preocupado tanto para que estemos cómodos? -le preguntó a Ian. El niño pataleó, y ella soltó un suspiro-. No sabes la respuesta, ni yo tampoco, cielo -miró la puerta cerrada-. ¿Por qué no se comporta tu papá como la bestia que es? Así sería más fácil odiarlo.

     -Pa-pa-pa -balbució el niño.

     -¿Intentas decir papá? -lo miró con sospecha-. Es demasiado pronto, ¿no?

     -Pa-pa-pa -repitió él. Lali sintió un pinchazo de celos y levantó al niño en brazos.

     -¿Puedes decir mamá?

     El niño hizo una burbuja de saliva y le metió los dedos en la boca.

     -Ba -emitió.

     -Mama -repitió ella con paciencia.

     -Ba. Ba.

     -Ma-ma -insistió ella, pero vio que el niño se había quedado dormido y pensó que era mejor así. Había sido una mañana muy agitada, y seguramente percibía la tensión entre Pablo y ella. Ian no se movió cuando lo puso en la cuna y lo tapó con una manta. Lali fue a por la oveja de juguete y la colocó a los pies de la cuna, para que la viera si se despertaba.

     -Dulces sueños -susurró, besándose la punta del dedo y posándolo en su frente. Nunca se cansaba de verlo dormir, pero no quería hacer esperar a Pablo. Aunque le había sugerido que se tomara su tiempo, decidió deshacer las maletas cuando estuviera sola y a sus anchas.

     Pablo no estaba en la biblioteca, pero la puerta de su despacho estaba abierta y oyó unos murmullos furiosos que salían de allí. Curiosa, entró. Él miraba el ordenador. Tenía el pelo revuelto, como si hubiera enredado los dedos en él. Era la viva imagen de un escritor y estaba muy guapo.

     -¿Problemas? -le preguntó. El alzó la cabeza como si su llegada lo hubiera sobresaltado.

     -Es un nuevo programa para escribir guiones. El maldito no carga bien. Van a hacer una serie de televisión sobre Panda Cósmico, y necesito el programa para escribir el guión -explicó él-. Por cierto, eso es confidencial. Mi agente piensa hacerlo público después de la gira.

     Oír que el personaje que le había robado a Dani iba a generar aún más beneficios la ayudó a resistirse al impulso de acercarse y suavizar con una caricia las arrugas de preocupación que surcaban su frente.

     -¿Necesitas el programa antes de irte? -le preguntó, recordando para qué la había contratado. Él negó con la cabeza-. Entonces, déjalo y yo lo instalaré.

     -Sabía que eras la persona que necesitaba -dijo él. Esas palabras y su sonrisa de agradecimiento minaron la resolución de Lali. Cuando él la miró fijamente, se le aceleró él pulso.

     -¿Qué? -inquirió.

     -Tienes polvos de talco en la nariz.

     -Me ha entrado en el ojo -se quejó ella, tras limpiarse con el dorso de la mano.

     -Espera, deja que te ayude -Pablo se puso en pie. Con la gracia y determinación de un león, se acercó a ella, y rodeó su hombro con un brazo para llevarla a la ventana, a la luz. Inclinó su cabeza hacia atrás y estudió el ojo un momento-. Ahora está limpio. Seguramente te has arañado, por eso te da la impresión de que tienes algo dentro. Si te lo lavas, el dolor desaparecerá.

     -Ya se ha ido -su voz fue un susurro estrangulado, tal efecto le producía que la tocara. Intentó liberarse de su hechizo y apartarse, pero tenía las piernas paralizadas. lizadas. Solo su mente estaba activa, procesando cuánto le gustaba sentir esos brazos rodeándola y que esos dedos acariciaran su rostro.

     Por eso, cuando él inclinó la cabeza y la besó, le pareció natural y correcto. Sus labios temblaron, pero no tuvo fuerza de voluntad para detenerlo. Suspirando levemente, cerró los ojos y vio estrellitas luminosas mientras él acariciaba y tocaba, lamía y bebía su sabor.
     Para ser un hombre tan fuerte, era muy gentil; en ningún momento se aprovechó indebidamente de su asombrosa rendición. Era consciente de que la soltaría ante la mínima objeción por su parte. «Di algo, detén esto», ordenó su lógica. Pero siguió en silencio.
     En su interior, multitud de sensaciones hacían que le hirviera la sangre y se le acelerara el corazón. Pablo deslizó los dedos por su mandíbula, acariciándola suavemente, hasta que llegó a la vena del cuello que delataba su excitación. Ella deseó poder acallar esos latidos, pero era tan incapaz de hacerlo como de negarle la boca. Anhelaba más, y se lo demostró con un vergonzoso gemido de placer que no pudo controlar.

     Inconscientemente, enroscó la mano alrededor de su cuello y lo atrajo para besarlo más profundamente. El vello de su nuca le cosquilleó la mano; estiró los dedos y los introdujo entre su cabello, enredando los mechones, igual que él enredaba su mente con la boca. Se estremeció. Por experiencia, sabía que un beso podía ir mucho más allá que esa suave exploración y, para su vergüenza, deseaba todo lo que él pudiera darle. De pronto la inquietud la atenazó. No podía desear eso de La Bestia; no podía permitir que la besara ni, mucho menos, aventurar lo que podría ocurrir después. No ocurriría nada porque ella no lo permitiría.
     «Mentiroso», dijo para sí. Desde el primer momento en que vio a Pablo, supo que lo deseaba. Por mucho que deseara vengar a Dani y obtener justicia para Ian, no podía engañarse a sí misma. A pesar de todas las razones en su contra, Pablo la atraía más de lo que lo había hecho ningún hombre. No era la única que sentía esa atracción; notó claramente que a él le costó un gran esfuerzo apartarse. Su respiración era tan agitada como la de Lali, y sus ojos estaban llenos de preguntas. Ella no tenía ninguna respuesta; su expresión confusa debió convencerlo de ello porque Pablo movió la cabeza de lado a lado.

     -No pretendía hacer eso -se excusó.

     -Entonces ya somos dos -murmuró ella, sintiendo una excitación tan intensa que casi era dolor. Más aún le dolió comprender que seguramente le daba más importancia a ese beso que él. Sabía que era capaz de tener aventuras casuales, su hermana era una prueba evidente. Pero Lali, por naturaleza, no podía evitar tomarse muy en serio el amor. Incluso la deserción de Benja la había herido profundamente, a pesar de que sabía que le iría mejor sin él.Y, sin duda, le iría mejor sin Pablo 

     Necesitaba hacer algo mientras recobraba la compostura, así que fue al escritorio y empezó a ordenar los montones de papeles, aunque temblaban en su mano como hojas al viento.

     -No tengo costumbre de permitir a extraños que me besen -dijo, nerviosa.

     -Ni yo de besar a extrañas.

     -Claro que no -afirmó ella cortante. Estuvo a punto de soltar una carcajada. El hechizo se había roto.

     -Se diría que no me crees -dijo él, entrecerrando los ojos. Lali pensó en su hermana y contuvo un escalofrío. Ian era la prueba viviente de que a Pablo no le importaba llevarse a una desconocida a la cama; ¿qué importancia podía tener un beso para él?

     -¿Por qué no iba a creerte? -contraatacó ella.

     -No lo sé -la escrutó con la mirada-. Tengo la impresión de que sabes mucho más de mí que yo de ti.

     Lali se volvió para ocultar su expresión. Tenía mucha razón, pero no pensaba admitirlo.

     -Si supiera más que tú, no sería relativo a tu vida amorosa, ¿no crees? -dijo ella con ligereza.

     -Cierto -Pablo aceptó el comentario sin más y se pasó la mano por el pelo; parecía ser un hábito del que no era consciente-. A veces, me olvido de cuanta publicidad me han hecho desde que publiqué mi primer libro.

     -¿Siempre has escrito libros infantiles? -inquirió ella, agradeciendo el cambio de tema.

     -¿Quieres decir que si he escrito alguna vez un libro de verdad? -él la miró con ironía.

     -Si quisiera decir eso, lo habría dicho -replicó ella, sin ocultar su enfado. La tormenta que amenazaba en los ojos de él se aclaró.

     -Algo me dice que sí lo habrías dicho. Y la respuesta es sí, publiqué tres libros sobre las obras de los primeros escritores griegos antes de escribir para niños. Cuando estudiaba a Hornero me interesó la utilización de los mitos para explorar y explicar la naturaleza humana, así que mis siguientes libros para adolescentes se basaron en mitos. Panda no fue más que el resultado de una progresión natural a partir de ahí.

     Hablaba con tanta convicción que Lali dudó por primera vez. Sabía que utilizaba a Panda Cósmico como modelo para ayudar a los niños a explorarse a sí mismos y a su vida. Si había desarrollado la idea tras estudiar a Homero, ¿cómo podía habérsela robado a su hermana? No iba a descansar hasta obtener la respuesta, y no podría hacerlo hasta quedarse sola en la casa.

     -Si quieres irte a tiempo, deberías explicarme lo que quieres que haga, ¿no? -le sugirió. El asintió y se sentó tras su escritorio.

     -No tardaré mucho. Básicamente quiero que pongas en orden mis archivos informáticos.

     -Supongo que has hecho copias de seguridad de todo lo importante -dijo ella, contenta de llevar la conversación a terreno neutral.

     -¿No te fías de ti misma? -Pablo enarcó las cejas.

     -No me fío de nada que dependa del suministro eléctrico -aclaró Lali

     -Entonces relájate, hay copias de todo. Puedes hacer lo que quieras con el ordenador y con los archivos de papel. Cuando vuelva, espero que mi despacho sea un ejemplo de orden y eficacia.

     -Me dedico a organizar, no hago milagros -comentó ella, mirando el caos de archivos y papeles que la rodeaba.

     -Yo le pedí a Candela que me enviara un ángel -bromeó él, poniendo los ojos en blanco.

     -Lo que ves, es lo que hay -devolvió ella.

     Desde donde Pablo la veía, tenía un aspecto bastante angelical. Se pasó la lengua por los labios y percibió rastros del sabor de su boca. Pagaría por volver a besarla. Le había costado un gran esfuerzo de voluntad no excederse esa primera vez, para no asustarla.
     No mintió al decir que el beso no estaba planeado. Aunque había sabido que la besaría desde que puso los ojos en ella por primera vez, no contaba con que ocurriese tan pronto. Ese breve beso lo convenció de que no se había imaginado la fuerte química que existía entre ellos.
     Y habría jurado que ella también la percibía. Pero no se fiaba de él y no sabía por qué; nunca se habían visto antes. No quería hacer nada para lo que ella no estuviese preparada.

     Por desgracia, no solía ser paciente. De muy joven aprendió, a la fuerza, que la vida era demasiado corta para retrasar cualquier cosa que importara de verdad. Y, aunque ella no lo sabía aún, Lali le importaba. Estaba seguro de que encajaban bien juntos. Ella ya tenía un hijo, así que su problema no la preocuparía. Era fácil adivinar que su experiencia con el padre del bebé había sido mala, así que no buscaba el matrimonio, y él tampoco. Eran la pareja perfecta.

     Si no hubiera accedido a trabajar para él, habría ideado otra manera de volver a verla. Que estuviera bajo su techo simplificaba las cosas, pero le frustraba no poder estar allí con ella.
     Se puso en pie para enseñarle el resto de la casa y, al hacerlo, rozó con la mano la parte baja de su espalda; la instintiva reacción de su cuerpo le hizo pensar que tampoco era mala idea que se mantuvieran a distancia durante un tiempo. Al menos hasta que ella admitiera que sería suya antes o después. Antes, esperaba. Después si ella necesitaba que la cortejase. Incluso podría disfrutar seduciéndola, y se aseguraría de que ella disfrutara también. Siempre y cuando el resultado fuera el mismo: Mariana Glen en su cama, con el cabello alborotado y la piel resplandeciente después de hacer el amor.