jueves, 26 de octubre de 2017

Capitulo 2: "Se solicita esposa"



Capitulo 2

Para ella no era un problema decidir qué se pondría para la entrevista. Su única combinación decente consistía en una falda con una chaqueta en tono azul que contrastaba con el cabello que caía sobre sus hombros. Una blusa color crema y unos zapatos marrones que combinaban con el bolso que llevaba al hombro, completaban el vestuario. Al ver su imagen en el espejo, Lali se sintió desalentada. Si la apariencia influía en el anunciante, tendría poca oportunidad de ser escogida entre las demás solicitantes.

Su corazón comenzó a palpitar rápidamente. No quería pensar en las terribles consecuencias que aquello podría traerle. Sólo debía considerar las ventajas que podría reportarle su acción impulsiva.

De acuerdo con los términos del anuncio, si el responsable del mismo era hombre de palabra y ella obtenía el trabajo, el futuro de Abby estaría asegurado. Una rápida mirada al reloj le indicó que le quedaban menos de veinte minutos para llegar al hotel. Una amable vecina se quedó cuidando a Abby y el taxi que ella había llamado estaría a punto de llegar, así que tomó su bolso, echó una última mirada desesperada al espejo y salió apresuradamente para enfrentarse a lo que podía ser su salvación o su desgracia.

El taxi la dejó frente al Hotel Imperial cuando aún faltaban algunos minutos para la hora. Con un temblor incontrolable solicitó a la recepcionista que le avisara al anunciante anónimo que esperaba la entrevista y durante cinco largos minutos sufrió las miradas curiosas de los empleados del hotel, quienes, comprendió ella, cohibida, estarían enterados de la situación y era probable que anhelaran examinar a cada solicitante atrevida o lo bastante tonta como para responder al curioso anuncio.

Su alivio fue enorme cuando un botones se le acercó, pidiéndole que lo siguiera al ascensor. Sus piernas temblorosas apenas podían sostenerla mientras avanzaba sobre la lujosa alfombra y, cuando las puertas del elevador se cerraron con silenciosa precisión, sintió como si la sacaran del mundo de la sensatez para trasladarla a un planeta lejano. Nadie, en estos tiempos, sería capaz de intentar comprar a un ser humano, ya que era eso lo que implicaba el anuncio, pensaba la joven. Obligación absoluta y total, decía, a cambio de seguridad para el resto de su vida. Servidumbre, en otras palabras. ¿Y a cambio de qué? El pánico anudaba su garganta. Luchó por pedirle al muchacho que se detuviera y la devolviera al mundo conocido, pero, en aquel instante el elevador llegó a su destino. El botones abrió las puertas y salió, indicándole que debía seguirlo.
Una gruesa alfombra azul oscuro amortiguaba las pisadas mientras recorrían el largo pasillo para detenerse ante la habitación mil cinco.

–Gr... gracias –titubeó ella, buscando con torpeza dentro de su cartera para encontrar una moneda. Guiñándole un ojo, el botones se negó a aceptar la propina ofrecida, regresando al ascensor. Segundos después desapareció, dejándola abandonada junto a la puerta que podría abrirse para brindarle una vida completamente nueva. Levantó una mano para llamar, luego titubeó y volvió a bajarla. ¡No se atrevía a seguir adelante! Recordó historias del tráfico de mujeres blancas, historias de chicas que habían contestado anuncios parecidos sólo para terminar en una zona asquerosa del Port Said, entreteniendo a jeques árabes.

"¡Eres una tonta, Mariana, se repetía mientras vacilaba ante la puerta. Debe haber una mejor salida para esto; después de todo, se han creado oficinas para ayudar a la gente con problemas similares al tuyo. ¡Existe el departamento de beneficio social, nadie tiene que morirse de hambre o quedarse sin hogar!" Luego, se imaginó a Abby en una institución de caridad, su individualidad aplastada por las demandas de otros tantos niños necesitados, y aquello fue bastante para decidirla a seguir adelante.

Casi en el instante que tocaba la puerta, ésta fue abierta por un sirviente, quien la miró sin mostrar ningún interés, invitándola a pasar. La estancia se hallaba decorada con tanto lujo, que la joven se quedó sin habla. Era casi un sacrilegio pisar la alfombra blanca sobre la que se hallaban situados los elegantes muebles de maderas nobles. De las paredes colgaban espejos enmarcados en dorado, y pinturas al pastel que aliviaban la sobriedad de las paredes blancas. Aunque el sol brillaba a través de las grandes ventanas, había una chimenea encendida en una esquina, contrastando con un ambiente tan moderno.

Se detuvo torpemente, mientras el sirviente se inclinaba para informar al ocupante de la estancia de su presencia. Se puso tensa, sin saber qué esperar, y enseguida sintió alivio al ponerse de pie un caballero alto, ya mayor, para recibirla.

–¿Señorita Payne? –su voz, bellamente modulada, tenía un ligero acento. Francés, pensó primero; luego cambió de idea cuando le preguntó con anticuada ceremoniosidad:

–¿Le gustaría sentarse, señorita?

Mientras obedecía, sus ojos recorrían las aristócratas facciones masculinas. La mirada era penetrante y mostraba cierta sorpresa; la boca era bondadosa. En su juventud, la cabellera blanca sería negra, pensó ella, los ojos atrevidos y la boca audaz, aunque su alto y delgado cuerpo tendría el mismo peso. Esperó a que él hablara y sus temores disminuyeron al verlo luchar por encontrar las palabras adecuadas. Sintió que la experiencia era nueva para el caballero tan seguro de sí. Su boca dibujó una ligera sonrisa alentadora, mientras esperaba que él recobrase la compostura.

–Para empezar, permítame presentarme, señorita. Soy el conde Alberto de Valdivia, y su nombre, me parece, ¿es MAriana?

–Sí, señor conde... –contestó vacilante,

Un ligero movimiento de la mano le indicó su desacuerdo.

–Don Alberto será suficiente, querida. Le he dicho mi título completo por su propio interés... por si acaso desea hacer investigaciones sobre mí.

–Gracias, don Alberto –murmuró, nerviosa–; jamás pensaría investigar sobre usted...

–¿Y por qué no? –frunció las cejas–. No sabe nada de mí, excepto que he puesto un anuncio en el que se requiere a una joven inglesa; un anuncio redactado de tal manera, que cualquier persona normal sentiría desconfianza al leerlo. ¿No es cierto?

Ella asintio.

–Me gustaría... conocer algunos detalles...

–Contestaré cuantas preguntas me haga –aceptó el caballero–. Antes que nada bebamos un poco de su té inglés –tocó un timbre y cuando apareció el sirviente, le pidió–: Té para la señorita, Pedro, y por esta vez me siento inclinado a compartir ese ritual.

Ella notó que el criado se sorprendía, aunque su expresión no cambió mientras se inclinaba en una reverencia antes de salir de la habitación. Cuando cerró la puerta tras él, don Alberto volvió a dirigir su atención a LAli. Los ojos verdes reflejaban aprobación dé todo lo que veía mientras la examinaba con curiosidad, desde la punta de sus limpios zapatos hasta la cabeza, cuya cabellera bañada por los rayos de luz, había tomado un extraño brillo.

–Dígame, ¿qué parte de mi anuncio le ha interesado más? ¿Quizá la promesa de una seguridad vitalicia, o la liberación de problemas económicos? –Torció los labios con escepticismo–. En los últimos días se han sentado frente a mí muchas jóvenes inglesas en esa misma silla. Todas morochas, todas confesando tener un temperamento discreto y dócil, y todas, sin excepción, confesaron haber sido atraídas por la promesa de lujo y riqueza. Sin embargo, siento que algunas de las virtudes que se atribuían eran tan falsas como el color de sus cabellos. Quizá sea viejo y un poco anticuado, pero hasta yo sé reconocer el color natural del que se obtiene con tintes.

–Mi cabello no es teñido, señor –repuso ella con sencillez–. Y no tengo ningún deseo de riquezas o lujos para mí.

–¡Ah! ¿Entonces para quién, si me permite preguntárselo?

–Su anuncio –continuó– indica que las personas dependientes de la solicitante serían bien recibidas. Tengo a mi cargo una niña de un año y como le están saliendo los dientes y ahora lloro mucho, la casera me ha dicho que tengo que mudarme. Además de eso, la guardería donde dejo a la niña mientras trabajo, ha aumentado la cuota y me temo que no podré pagarla con el sueldo que gano. Por eso he solicitado la entrevista... estoy desesperada por poder vivir en algún lugar donde estemos juntas Abby y yo. Si no puedo encontrarlo, quizá me quiten a la niña para ponerla en un orfanato. ¡Yo haría cualquier cosa para evitarlo!

Observó al hombre, cuya expresión había cambiado de indulgencia a profundo disgusto. Se acariciaba la barbilla mientras consideraba lo dicho con la frente arrugada.

–Creí que mi búsqueda había terminado –murmuró–. Cuando ha entrado por esa puerta con su aspecto tan dulce e inocente, me sentía seguro de que usted era la indicada. ¡Pero un hijo...! ¡Ah! –suspiró–. La moral de la generación actual va más allá de mi comprensión.

Ella se puso de pie de un salto, sus mejillas rojas por la indignación.

–Abby no es mi hija, sino mi hermana. ¿Cómo puede creer que...?

El rostro de don Alberto no se inmutó. Movió la cabeza con tristeza. .

–Querida, era de esperarse que tratara de disculparse.

–¡No estoy inventando ninguna disculpa! –exclamó, perdiendo la timidez ante suposición tan descabellada–. Tenía diecinueve años, cuando mi madre se enteró de que tendría otro hijo. Por la edad... tuvo complicaciones, no estoy segura de cuáles fueron... murió cuando mi hermanita nació. Algunos meses después falleció mi padre en un accidente automovilístico. Desde entonces, he cuidado a Abby como mejor he podido, pero como todavía no gano un buen sueldo es muy duro, a veces imposible, conseguir lo necesario. Por esa razón estoy aquí, Su anunció podía ofrecerle una vida nueva a mi hermana y también a mí. No quiero lujos, tampoco dinero, pero sí necesito desesperadamente un lugar donde poder criarla sin la constante preocupación de con quién dejarla mientras trabajo, y donde pueda ella vivir una vida normal y feliz, sin que la manden callar aplastando así su espíritu infantil. Eso es todo lo que deseaba, señor, pero si usted piensa así... buenos días... –Se sentía al borde de las lágrimas–. No se moleste en llamar al criado, sabré cómo salir de aquí.

Con una agilidad sorprendente, el caballero se puso en pie casi de un salto.

–Por favor, no se vaya. Le pido disculpas, la he juzgado mal. ¿No podría quedarse y escuchar lo que tengo que decirle?

La tentación de salir pronto de la habitación se vio relegada por la llegada de Pedro, empujando un carrito.

–Por favor –le pidió don Alberto–, quédese y sírvame el té.

Su encanto era imposible de resistir y, después de pensarlo algunos segundos, Lali se dio por vencida.

–Muy bien, señor, acepto sus disculpas. Me quedaré a tomar el té con usted.ç

No supo por qué, de repente le recordó a un puma satisfecho, acomodándose en su guarida. Quizá fue la súplica de su voz cuando le pidió que se sentara, o el brillo de sus ojos  al seguir cada movimiento suyo mientras servía el té y los canapés exquisitamente preparados. Luego don Alberto continuó interrogándola sobre cada detalle de su vida pasada, sin que ella fuera plenamente consciente de sus intenciones. Las preguntas eran hechas con tal maestría, que sólo sentía agradecimiento por el interés del conde. Su encanto era tal, que se sentía completamente relajada. Era como si estuviera en compañía de un amable pariente, que se interesaba y preocupaba por su bienestar, contentándose con escucharla y manteniéndose callado mientras le hablaba de sus temores y desilusiones del pasado, así como de sus esperanzas para el futuro.

Se sorprendió cuando escuchó el reloj indicando que eran las cuatro de la tarde e interrumpiendo su amistosa conversación dijo:

–¡Dios mío, no puede ser tan tarde! Le dije a mi vecina que estaría ausente sólo una hora; ¡tengo que regresar!
Don Alberto pareció sorprendido.

–Aún tenemos mucho de qué hablar, pequeña. ¡Todavía no ha oído los detalles de la posición que deseo ofrecerle!

—¿Quiere decir... que piensa ofrecerme el trabajo? –inquirió, asombrada.

–A usted y a nadie más –sonrió, haciéndole un gesto para que volviera a sentarse.– Claro que la decisión final es suya... ¿Ha oído hablar de Chile? –la pregunta fue tan brusca que ella se alarmó.

–No mucho. Está en América del Sur, ¿no es así?

–En efecto; es una república situada entre las montañas de los Andes y el Océano Pacífico. Está en la costa Suroeste de América, entre los picos nevados y la espuma blanca de las olas. Mi tierra natal es hermosa, un lugar al que no ha de temer llevar a su hermanita; allí la naturaleza se muestra con diferentes climas y paisajes. Al norte están los desiertos, donde no ha llovido desde hace diez años o más; en el sur hay bosques cuyos habitantes bromean diciendo que llueve trescientos sesenta y seis días al año. Los glaciares alimentan los arroyos, los ríos y los lagos de color azul oscuro, y entre el desierto y el hielo se encuentra el valle central, el largo y fértil llano, donde se halla mi hacienda. El clima es bueno, los veranos son frescos y secos; los inviernos breves y lluviosos.

»Mi familia llegó en el siglo dieciséis. Eran conquistadores españoles, que salieron a explorar la nueva tierra en busca de oro. No lo encontraron, pero sí la felicidad en la tierra donde al fin decidieron quedarse para criar a sus familias. Al principio no fue fácil; los indios hostiles tuvieron que ser dominados y durante esos primeros años se perdieron muchas vidas. Ahora, los descendientes, los que originalmente fueron colonizadores de España, se consideran más chilenos que españoles. Estamos orgullosos de la valentía de los indios y de su amor por la libertad y pensamos que ese espíritu, junto con nuestras propias tradiciones españolas, han marcado la historia del país. Chile ya no es colonia española, claro, sino una república joven, separada del resto del mundo por montañas, desierto y mar. Las guerras y las rebeliones nos han destrozado. Ha habido violentos temblores de tierra que destruyeron casi por completo nuestras ciudades; marejadas que han ahogado nuestras ciudades costeras... Han desaparecido pueblos completos, algunas montañas se lean desplomado, volcanes muertos han vuelto a la vida y otros nuevos han entrado de pronto en erupción... Un país joven, turbulento, y tan impulsivo como los jóvenes guasos que empleo en mi hacienda para que vigilen el ganado.

—¿Guasos? –repitió Lali, asombrada.

–Vaquero... gaucho... ¿Cómo dicen ustedes...? Cow–boys –sonrió levemente, pero de inmediato se puso sombrío–. Mi nieto es uno de ellos. Dentro de algunos años, claro, se hará cargo del manejo de la hacienda. Por el momento vive la vida de un guaso y continuará haciéndolo hasta que yo sienta que es el momento adecuado para entregarle la herencia. Es por él por quien me encuentro en este país; es por él por quien puse el anuncio en el periódico, ¡y es por él por quien deseo que viaje conmigo hasta el otro lado del mundo para convertirse en su esposa!

–¿Qué... qué ha dicho?

Sombríamente, él observó su mirada horrorizada.

–Sí, querida, ésa es la posición que le ofrezco. Mi nieto necesita una esposa y considero que soy el único capaz de juzgar el tipo de mujer que necesita un hombre de su calibre. Yo soy viejo, señorita –murmuró cansado– y mi mayor deseo es dejar el cuidado de la hacienda en manos responsables. Como un hombre casado, mi nieto podrá llevar las cosas mejor, haciéndose acreedor al respeto de aquellos con los que hacemos negocios y también de los empleados más jóvenes, que se han acostumbrado a considerarlo un igual, viéndolo casado se adaptarán mejor a su nueva posición de autoridad.

A Lali la cabeza le daba vueltas mientras trataba de comprender el panorama arrebatador que le habían revelado las palabras del caballero. ¡Picos nevados, olas espumosas, desiertos bañados por el sol y bosques húmedos, donde los conquistadores audaces lucharon contra los indios salvajes, poniendo en peligro sus vidas en la búsqueda de oro! Los violentos terremotos que había mencionado no podían causarle mayor impacto que el ocasionado por la sugerencia de aquel extravagante matrimonio. Los rudos vaqueros estaban lejos de sus costumbres de vida, tan incorpóreos como las imágenes que aparecían en las pantallas de cine. Sentada cómodamente dentro de una sala oscura, disfrutaba viendo el movimiento del ganado, que llevaban de un lado a otro atravesando kilómetros; podía admirar al vaquero, que después de pasar días y noches sobre la montura, se detenía en algún pueblo en busca de amor y violentas aventuras... ¡Pero pedirle que se convirtiera en esposa de uno de aquellos seres extraños...!

Sus ojos reflejaban el asombro al fijarse en el rostro del caballero.

–¿Habla... en serio? –le preguntó con voz entrecortada.

–Yo no bromeo, señorita –fue la seca respuesta.

–Pero su nieto, ¿qué piensa de tal arreglo? ¿Qué clase de hombre iría que su abuelo le escogiera esposa?

–¿Que clase de hombre? Por muchas razones, mi nieto es muy parecido a su padre, mí hijo, que por desgracia murió en uno de los temblores que le he mencionado anteriormente. El y su esposa fueron al pueblo unos días, dejando al muchacho a mi cuidado. Ambos formaban una pareja ideal... y los dos murieron cuando el hotel donde se hospedaban desapareció por una grieta que se abrió a causa del terremoto. Mi nieto era demasiado pequeño para guardar algún recuerdo de sus padres, pero cada día veo en él algo que me recuerda a mi hijo, que en los últimos años de su joven vida me proporcionaba tanto orgullo y felicidad. Unas semanas antes de su muerte, me dio las gracias por mi guía y mi consejo y de la misma manera espero que mi nieto me agradezca que lo ayude a seguir el camino acertado para su completa realización. ¿Cómo va a reaccionar? –Un velo de preocupación ensombreció su mirada–. Él hará, por supuesto, lo que yo le diga.

Lali sintió una repentina inquietud por el hombre que había vivido tantos años bajo la sombra del abuelo dominante. El haber sido desde su nacimiento por un hidalgo campesino daba a entender su tímida incapacidad para encontrar una esposa. Habría crecido sin confianza en sí mismo, probablemente hasta el punto de desarrollar un inmenso complejo de inferioridad, un carácter tímido e introvertido –imaginaba ella–, sensible ante la crítica e inseguro de su propio juicio.

Aun así, por mucha lástima que sintiera hacia aquel hombre, ¡el matrimonio estaba fuera de discusión!
Se lo dijo a don Alberto en voz baja, pero con dignidad:

—Lo siento; deberá buscar otra esposa para su nieto.

–¿Por qué? –preguntó el conde al instante–. ¿Ya está enamorada de otro?

—No, no es por eso –le aseguró.

–Entonces, ¿por qué ha mentido? Hace un rato ha dicho que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa con el fin de obtener un hogar para su hermana. Lo que le he ofrecido es algo mejor que "cualquier cosa". Sin duda, muchos la considerarían afortunada por tener oportunidad de cambiar su vida actual por la que le he descrito.

—¿Es que no lo ve? –protestó ella–. ¡Está completamente fuera de discusión el que me case con un hombre que, no conozco y al que jamás he visto!

–¿Desea casarse?

–Bueno... sí –se sonrojó al decirlo–. Algún día, espero...

La interrumpió con voz suave:

–Quizá espera demasiado, señorita. Pregúntese: ¿quién va a querer hacerse cargo de un hijo que no es suyo? El hombre es una criatura egoísta; ni siquiera por amor sería capaz de renunciar a la comodidad. Puedo imaginármela dentro de algunos años, avejentada prematuramente por la tensión de criar a la niña, luchando sola en sus días de escuela; luego, al crecer ella y enamorarse, condenada a una vejez solitaria, sin amor, indeseada y –a no ser que su hermana resulte excepcional– sin ninguna gratitud.

Lali jadeó.

–¡Es usted cruel, señor!

–Realista, señorita, y haría bien en serlo usted también

El caballero se puso en pie y salió de la habitación para dejarla considerar sus palabras. Dentro del calor del salón, Lali temblaba, preocupada por el temor.. el temor a la sociedad, a la vejez, al estado que él le describiera como su destino. Sin darse cuenta tomó otro canapé; enseguida lo soltó con un estremecimiento, disgustada por su instinto de ardilla de almacenar alimento para los días de escasez, Miró el elegante salón, comparándolo con el sórdido lugar que sería su hogar durante menos de una semana. Después del sábado... ¿qué pasaría? ¿A dónde irían? ¿Cómo podrían vivir, y cuánto tiempo más podría soportar aquella existencia que, al crecer Abby lo suficiente para comprenderlo, para marcarla con una inseguridad que la haría tambalearse el resto de su vida?

Cuando don Alberto regresó a la habitación, Lali miraba atentamente el fuego de la chimenea. Levantó la mirada y él le preguntó suavemente:

–¿Se ha decidido ya, señorita?

–Sí, señor –contestó–. He decidido aceptar su proposición... y procuraré ser una buena esposa para su nieto.

sábado, 21 de octubre de 2017

Capitulo 1 : "Se solicita Esposa"


Hola dejo nueva adaptación, besis

Capitulo 1 : "Se solicita Esposa"

Con dedos temblorosos, Mariana alisó el arrugado diario sobre la mesa. El anuncio que había causado tanta controversia un poco antes de la hora del almuerzo, aparecía frente a sus ojos. La joven empleada de la oficina se lo había mostrado. Llena de excitación, interrumpió la conversación general con un grito, dejando anonadadas a sus compañeras mayores.

–¡Qué fantástico, miren esto! ¡Podría ser divertido... un verdadero delirio...!

Aparentando disgusto, Paula se sacudió una migaja de su suéter de lana.

–¡Pequeño monstruo! –la regañó bruscamente–. ¿Tenemos que soportar ese tipo de comportamiento cada vez que te encuentras un anuncio para un concierto de rock?

–¿Un concierto de rock? ¡Te equivocas! –contestó la joven Joy–. Mira, míralo tú... aunque por no ser morocha con ojos marrones, no llenas los requisitos para solicitarlo.

–¿Solicitar qué? –Paula la miraba fríamente.

–!Este trabajo! –Joy soltó un suspiro exasperado–. ¡Nunca escuchas, Paula! De cualquier forma, como eres tan poco dispuesta, no te interesaría.

En aquel momento ya todas las otras chicas estaban locas de curiosidad.

–¿Qué es lo que traes? –preguntaron todas al unísono.

–¡No se los diré! –Joy decidió fastidiarles; luego cambió rápidamente de opinión cuando sus compañeras comenzaron a acercársele de forma amenazadora–. De acuerdo, pueden mirar –se dio por vencida, entregándoles el periódico.

Lentamente, una de las jóvenes leyó el anuncio en voz alta.

"Se solicita joven para un puesto que requiere compromiso absoluto y total, a cambio de seguridad y bienestar económico para el resto de su vida. Debe ser discreta, dócil, Morocha y de tez blanca. Cualquier persona a su cargo será bien acogida. Para concertar cita, llamar al teléfono..."

Luego de un silencio asombrado, las jóvenes se echaron a reír.

–¡Ninguna chica de esta época sería capaz de caer en un engaño semejante! –comentó una de ellas–. ¡El que haya puesto el anuncio debe estar completamente loco!

–O es tan rico y arrogante que piensa que el dinero puede comprar un ser humano –opinó Paula–. ¡Pienso que debe ser un jeque árabe, interesado en otro juguete para su harén!

–¡Oh, tiene que ser un engaño! –opinó otra–. ¡Hasta un jeque árabe tiene que ser consciente de que hoy día no existen jóvenes tan ignorantes como para caer en esa trampa, sobre todo aquí en Londres!
Fue entonces cuando Joy, mirando pensativa hacia Mariana, comentó despacio:

–¡Oh! No lo sé... quizá Lali llene los requisitos...

Preocupada, Mariana no había prestado mucha atención a la conversación que la rodeaba. Su mente se encontraba ocupada con el problema de hasta cuándo podría pagar las sumas desorbitadas que exigía la guardería. Aquella misma mañana, al pasar para dejar a Aby, como de costumbre, la supervisora le había dicho, muy contrariada: "Lo siento, señorita Payne, pero a partir de la próxima semana tendremos que cobrar una libra más". Ignorando la expresión sorprendida de Mariana, se alejó murmurando: "Tiene que ver con la inflación, ¿sabe...? Es difícil, pero inevitable..."

Durante el resto del día, Mariana estuvo preocupada por el problema de lo que haría para poder pagar aquella libra de más. Recientemente estaba comiendo tan poco, que hasta se hacían comentarios sobre su semblante demacrado, y la excusa de que tenía que hacer dieta, había sido recibida con envidia por otras chicas que querían tener un cuerpo esbelto..

De pronto, se dio cuenta de todas las miradas dirigidas hacia ella y el silencio que se había hecho, en espera de algún comentario suyo.

—¿Qué— qué has dicho? Lo siento, no estaba escuchando...

Sólo Paula contestó, de una manera tan evasiva, que Mariana o  Lali como todos la llamaban ,continuó confundida:

–Quizá en esta ocasión tengas razón, Joy –comentó alzando los hombros–. La semana pasada, según me dijeron, Lali aceptó la invitación del lobo de la oficina para ir a su casa a escuchar algunos discos de música clásica.

Lali se sonrojó.

–¿Y qué tiene de malo? Pasé una velada encantadora y pensé que era muy amable el señor Salvador al invitarme.

–Me lo imagino, querida –contestó Paula secamente–. Si es que fue la amabilidad lo que motivó la invitación... No comprendo cómo pudiste salir de su apartamento intacta, y sé que así fue, porque, a la mañana siguiente, él comentó que todo resultó un fiasco. Admitió que por primera vez en su vida se había sentido preocupado por los escrúpulos y que ni siquiera él, según dijo, "era tan bellaco como para despertar a una bella durmiente".

–Me pregunto qué querría decir... –Lali estaba perpleja. La risa que siguió fue bastante amable, pero ella se sintió humillada. Al regresar todas a sus escritorios, una compañera mayor que las otras se retrasó para murmurarle.

–No te preocupes, querida. La sofisticación es una piel que puede tapar muchos defectos. Aunque seas ingenua, tu fuerza equivale a la de diez, ya que tu corazón es noble.

La curiosidad hizo que Lali guardara el periódico en su cartera, y ahora, en la casa, leyendo el anuncio, comprendió el tema de la conversación de aquella tarde.

Lo olvidó todo cuando Abby comenzó a llorar, un ligero gemido que Lali sabía se convertiría en un grito si no le daba el consuelo inmediato. Los dientes de la pequeñita empezaban a salir y desde hacía varias semanas lloraba por las noches debido al dolor, que no parecía calmarse a pesar de las caricias, Rápida, sacó a Abby de la cuna, apoyándola contra su hombro y murmurándole palabras dulces al oído.

–Ya, ya mi niña, no llores, por favor no llores. Sabes como se pone la casera cuando molestas a los vecinos –acarició la de la pequeña, preguntándose, y no por primera vez, si algún día terminarían sus problemas.

Lentamente paseó a la niña, meciendo el cuerpecito tenso entre sus brazos, en. un intento por calmar sus lloros. Para su alivio cesaron y, mientras continuaba paseándola, por temor a que volviera a comenzar, los pensamientos de Lali regresaron a la época en que su vida había sido tan feliz, llena de júbilo, amor y esperanzas. De aquello había pasado ya más de un año. Era una resurrección dolorosa, y lo único que le quedaba de sus padres, eran los recuerdos. Después de diecinueve años, ellos habían vuelto a sentir la felicidad de convertirse en padres, felicidad sólo empañada por el temor de informar a su hija mayor del próximo acontecimiento. Estuvieron nerviosos, inseguros de su reacción, pero su dicha fue aún mayor por el entusiasmo de Lali cuando le dieron la noticia.

Se lo mencionaron una noche después de la cena. Su madre esperó hasta que todos estuvieron cómodos en la sala de la pequeña casa en que vivían, junto a la gasolinera propiedad del padre.

–Lalita, querida –comenzó, sonrojándose como una adolescente–, tu padre y yo tenemos noticias maravillosas.

—¿Ah, sí? –contestó sin prestar atención, y continuó revisando la columna de anuncios de trabajo en el periódico. Sólo una semana antes había terminado sus estudios en la escuela de secretarías y lo más importante en aquel momento, era encontrar un trabajo interesante.

Por favor,  querida, deja el periódico y escucha –le pidió su madre. La joven levantó la mirada y al ver la expresión emocionada de su padre, les brindó a ambos su completa atención.

–Tu padre tiene algo que decirte –prosiguió la madre.

–No, díselo tú –insistió el.

—No, tú...

–¡Oh, por Dios! –se impacientó Lali –. ¿Por qué no me lo decís los dos?

Y lo hicieron. Simultáneamente; con el orgullo brillando en sus ojos, gritaron

–¡Vamos a tener un hijo!

Durante un instante, confusa; los miró como si fueran seres de otro planeta, incapaz de aceptar que el feliz y unido trío iba a convertirse pronto en cuarteto. El primer impulso fue de rebelarse ante la noticia, pero al ver la ansiedad que empañaba sus rostros, se sintió avergonzada por tal egoísmo y los tranquilizó enseguida.

–Queridos, ¡qué maravillosa noticia! ¡Siempre he querido tener un hermano o una hermana... no me importa lo que sea!

Su madre casi lloraba de alivio, mientras su marido la reprendía cariñosamente:

–¿Ves? ¿No te dije que le iba a alegrar tanto como a nosotros?

Los meses que siguieron se vieron llenos de preocupación al acercarse la fecha del nacimiento. El doctor de la familia comenzó a hacer visitas más frecuentes hasta que, disgustado, confesó su preocupación por el estado de la paciente. Ellos debían prepararse para un posible fin trágico, aunque nadie podía pensar en la muerte viendo el rostro feliz y sonriente de Gimena Payne, que se negaba a aceptar la derrota aun cuando sus dolores fueran, en ocasiones, insufribles.

Cuando finalmente sucedió, Lali y su padre quedaron destrozados Durante horas, estuvieron en la sala de espera del hospital, donde el ser más querido del mundo luchaba por la propia vida y la de su hijo. Los ceniceros se llenaron con los cigarrillos a medio fumar que apagaba el padre y la mesa estaba cubierta de tazas de té que no fueron tocadas hasta que por fin salió a hablarles el doctor con el rostro compungido.

–Lo siento, señor Payne... señorita Payne. Hemos hecho todo lo posible... Ha de serviles de consuelo que hayamos logrado salvar a la niña.

Desde aquel momento, Lali no había podido borrar de su mente el rostro desolado de su, padre, que durante semanas después del entierro, caminaba de un lado a otro en un estado de desesperación, hablando solo cuando se sentía obligado, con una expresión aturdida que hacía comprender a Serena que no escuchaba lo que le decía y que nada le importaba. Cuando unas semanas después un policía le dio la noticia de que su padre había muerto en un accidente automovilístico, lloró, pero no se afligió por el hombre cuyo corazón había sido enterrado con su adorada esposa. Es más, no tuvo tiempo para afligirse. Su hermanita exigía tanta atención, que no tenía tiempo para los pensamientos desesperados que quizá, en otras circunstancias, le hubieran provocado un colapso.

Los problemas fueron muchos y muy graves. Tanto la casita como la gasolinera se hallaban hipotecadas y tuvieron que ser vendidas, dejándole a Lali únicamente lo preciso para cubrir los gastos inmediatos, mientras encontraba a alguien que cuidara a la niña, Por suerte, le ofrecieron un trabajo que aceptó, por estar cerca de la guardería donde le atendían a Abygail.

Suavemente, LAli colocó a la pequeña, dormida, en su cuna, Tenía que hacer algunos cálculos, debla sacar una libra extra de algún sitio. Acercó una silla a la mesa y con un lápiz escribió una lista completa de todos los gastos necesarios, Ya había eliminado el salón de belleza, los cosméticos y las reparaciones de zapatos, Por fortuna, su pelo  soportaba bien el lavado en casa y, con ayuda de un ligero corte profesional cada dos semanas, se mantenía bastante bien arreglado.

La sopa, con los panecillos que comía al mediodía, eran una necesidad si quería mantener controlados los mareos que le daban y que sabía perfectamente que eran causados por la falta de una buena alimentación.

Pensativa, miró hacia la bebita dormida, notando con satisfacción sus mejillas gordezuelas y el cuerpo llenito. "Quizá Abby no eche de menos la barrita de chocolate que acostumbro a comprarle, pensó. Pero todos los bebés necesitan un poco de mimo de vez en cuando y es una extravagancia muy pequeña". Con disgusto, sabiendo que tenía que ser severa, tachó de su lista la palabra chocolate. Mas, a pesar de tales restricciones, se quedaba corta en cincuenta centavos.

Líneas de preocupación marcaban su frente mientras mordía la punta del lápiz. Un lloriqueo que venía de la cuna, pasó sin atención, pero, algunos segundos después, Lali dio un salto ante los gritos airados de la niña, que llenaban el cuarto.

–¡Oh, no, otra vez! –Levantó a Abby de la cuna, pero la niña estaba desconsolada, y durante diez minutos mantuvo los gritos hasta que se redujeron de nuevo a un lloriqueo.

Lali estaba inclinada sobre la cuna para colocar de nuevo a la pequeña, cuando un golpe en la puerta volvió a despertar a la niña adormilada. Al comenzar los gritos de nuevo, Lali miró desesperada de la cuna a la puerta, preguntándose qué debía hacer primero. Decidiendo no abandonar a Abby, corrió para abrir la puerta con la pequeña aún en los brazos y, al abrir, se encontró a la airada casera en el pasillo. Sonrojada y apurada, Lali comenzó a disculparse:

–Lo siento, señora Collins...

–Yo también, señorita Payne –la interrumpió la mujer de rostro sombrío–. Siento tener que decirle que debe abandonar el cuarto esta semana. Me he portado pacientemente, pero el señor Gent, su vecino de al lado, me está amenazando con irse por la molestia que le causa el llanto de la niña. Lo siento, pero no voy a escuchar más excusas. ¡La habitación tiene que estar libre antes del sábado!

Dio la vuelta, dejando a la joven sin habla. Despacio, cerró la puerta, abrazando con fuerza a la niña, quien, irónicamente, dormía de nuevo muy tranquila. Miró con detenimiento el rostro inocente, hasta que las lágrimas nublaron su vista. Luego la puso en la cuna, se sentó ante la mesa y apoyó la cabeza, afligida, sobre sus brazos.

Durante media hora lloró, soltando toda la desesperación que había guardado durante el último año. Había llegado el final de su resistencia; el destino parecía determinado a darle un golpe sobre otro, intentando romper el espíritu que la había mantenido luchando con valentía cuando otros hubieran capitulado. Ahora, tenía que admitir la derrota. Una vez, Paula le sugirió que pusiera a la pequeña en un orfanato y la idea la horrorizó. Ahora se veía forzada a considerar tal posibilidad, aunque cada uno de sus nervios sensibles se rebelaba sólo con pensarlo.

Poco a poco levantó la cabeza. Sus ojos irritados recorrieron con lentitud el cuarto medio amueblado: tapetes gastados, una silla desvencijada, una cama, un lavamanos con el medidor de gas abajo, asomando parte de él. Era una habitación horriblemente desnuda y fría, pero para Abby y para ella representaba la seguridad y la unión. Cualquier cosa era preferible a separarse de la pequeña, lo único que le quedaba de la familia que tanto había amado.

Sus ojos, sin brillo, se fijaron en el periódico que tenía sobre la mesa. Lo cogió, mirando las palabras impresas sin interés, hasta que puso su atención en el anuncio enigmático. Una oración se destacaba entre todas: unas palabras que eran como lluvia del cielo para su ánimo desesperado:

"Cualquier persona a su cargo será bien acogida"

No se detuvo a pensar. Agotada, separó el pedazo de papel que tenía los datos y bajó corriendo por la escalera hasta el teléfono de uso común que estaba en el pasillo. Hizo tres intentos antes que sus dedos temblorosos marcaran correctamente los números y, cuando contestaron, solicitó con palabras atropelladas una entrevista con el anunciante desconocido.

Le dijeron una hora y un lugar, antes de colgar bruscamente.

Miró el papel, donde había garabateado las instrucciones que le habían dado.Sábado. Dos y media de la tarde. Hotel Imperial. Habitación mil cinco... ¡Era al día siguiente! ¡Mejor, así tendría menos tiempo para cambiar de idea!



lunes, 9 de octubre de 2017

EPILOGO: "En busca de la Verdad"



EPÍLOGO

     LA PRIMERA dama de Australia subió al podio. Junto a ella, en el centro de una pared había unas cortinas verdes cerradas, y un cordón hacia el que llevó la mano.

     -Es un privilegio haber sido invitada a inaugurar el primer Centro Panda -dijo calurosamente-. Quiero agradecer la generosidad de Pablo Winton y de su familia, que no solo concibieron la idea de un centro de tutoría para niños huérfanos o de padres separados, sino que también han donado parte de los derechos de autor de los libros y de la serie de televisión del popular Panda Cósmico. Eso, junto con la generosa respuesta del público a la campaña de recaudación de fondos organizada por la señora Winton, permitirá que el centro ayude  a nuestros niños durante muchos años. Gracias, Lali y Pablo.

     Lali se sintió tan orgullosa que se le hizo un nudo en la garganta. Pablo se puso en pie para aceptar el aplauso del público invitado. Multitud de flashes iluminaron la escena, y las cámaras de televisión lo enfocaron. Intentó que se pusiera en pie para compartir los aplausos, pero ella se resistió. Todo era fruto del sueño de Pablo.
     Al principio de su matrimonio le había dicho que deseaba ayudar al mundo infantil de una forma tangible. Tras una larga sesión en la que ambos plantearon posibilidades, surgió la idea del Centro Panda, al que los niños que hubieran perdido a uno de sus padres, por muerte o separación, podían acudir para buscar consejo y ayuda, en persona, por teléfono o por Internet.

     Si estaba en manos de Pablo , el centro que acababan de inaugurar no sería más que el primero. Lali, observándolo acallar el aplauso de la multitud con un gesto, se preguntó cómo podía haber pensado alguna vez que fuera La Bestia. Su hombre tenía un corazón de oro, y un espíritu a juego. Cuando se empeñaba en algo, no había forma de pararlo.
     Se había empeñado en conseguirla a ella, y el resultado estaba a la vista. Lali se estremeció de placer al recordar cómo había superado todas sus objeciones para demostrarla cuánto la amaba. Ella seguía queriéndolo tan intensamente que a veces la asustaba, hasta que recordaba que no estaba sola. Pablo  siempre estaba allí, para ella y para sus hijos.

     Ian estaba de pie junto a su padre, agarrado de su mano. Era alto para su edad, cinco años, y cada día que pasaba se parecía más a su papi. Le gustaba imitar todo lo hacía, incluso «escribía» en un pequeño ordenador cuando  Pablo se metía en su despacho.
     Cuando Pablo le encontró novia a Dougal, y tuvieron una camada de cachorros adorables, Ian se volvió loco de alegría. Igual que se consideraba una miniatura de su papi, Ian estaba convencido de que los cachorros eran miniaturas de Dougal, e insistió en quedarse con uno. Aún no se creía que los cachorros se harían tan grandes como su padre. Tampoco podía imaginarse que llegaría a ser tan alto y seguro de sí mismo como su padre, aunque Lali ya veía en el niño que era, el hombre que sería.

     Como Pablo , sería un rompecorazones. Lali rectificó para sí: Pablo no le había roto el corazón, se había acercado, pero lo arregló justo a tiempo. Narella era la prueba de su amor. Los ojos de Lali acariciaron a su hija, sentada al borde del asiento, con las piernecitas colgando. La pobre estaba aburrida.

     -Ya no durará mucho más -le susurró.

     -¿Y podré comer tarta?

     -En cuanto acaben los discursos -dijo Lali-. Ahora tenemos que escuchar. La esposa del gobernador va a abrir el Centro Panda.

     -Ya está abierto -protestó NArella-. Mira.

     -Está abierto de mentira, para que puedan sacar fotos de la primera dama con tu papi.

     -No quiero que papi salga en una foto con esa señora -Narella arrugó la carita-. Quiero que salga en una foto contigo.

     -Lo hará enseguida -le aseguró Lali, comprobando que tenía la cámara a mano-. Tú también puedes salir en una foto, si quieres.

     -Sí, por favor -Narella asintió vigorosamente-. ¿Saldrá el bebé nuevo en la foto también?

     -Ya tenemos una foto suya -dijo Lali, pensando en la borrosa fotografía por ultrasonido que había en el álbum de casa. Pablo y ella habían visto lo suficiente para saber que sería un niño. Narella ya había decidido que lo llamarían Dougal, pero eso tendrían que discutirlo. Lali pensó, con cariño, que sus hijos tenían demasiadas ideas propias.

     -Es demasiado pequeño para salir en una foto de verdad -le aseguró a su hija.

     -¿Cuánto falta?

     -Por lo menos hasta Navidad -replicó Lali. La cara Narella se iluminó.

     -¿Va a traer Papá Noel el nuevo bebé?

     -No, cariño -rodeó los delgados hombros de su hija con un brazo-. ¿Por qué no le pides a papá que te lo explique cuando lleguemos a casa? Es el cuentacuentos de la familia.

     Lali estaba deseando escuchar a Pablo explicarle a una niña de tres años de dónde venían los bebés. Aunque se ganaba la vida con las palabras, con su hija resultaba extremadamente fácil dejarlo mudo.
     Lo miró con orgullo, mientras los invitados lo rodeaban. Era una cabeza más alto que la mayoría del grupo, y no se le escapaba la coquetería con que lo miraban algunas mujeres. No estaba celosa, pues eso solo demostraba su buen gusto. Estar casada con él seguía pareciéndole un milagro, y a veces la dejaba sin habla. Era una suerte que tuvieran otro método de comunicarse.

     -Vamos a reunirnos con tu papi y con Ian -dijo, bajando a Narella del asiento.

     El las vio llegar y extendió la mano. Ella la aceptó, sintiendo la misma electricidad y excitación que sentía siempre que la tocaba. Apenas podía esperar a que estuvieran solos. Pero, al oír la vocecita de Narella, comprendió que aún faltaba un buen rato para eso.

     -Papi, mami me ha dicho que me contarías... -la niña siguió, con su pregunta sobre quién traía a los bebés, sin prestar atención a las miradas divertidas que provocó entre los distinguidos invitados. Pablo sonrió con ironía a Lali, por encima de la cabeza de la niña.
     -Ah, eso te dijo. Bueno, mami también va a tener que explicar algunas cosas cuando lleguemos a casa.
     Su mirada era tan cálida y su voz tan sugerente que ella deseó que llegaran pronto.