sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 36: " Volveré para Vengarme"



Holaaaa perdon por la demora , vengo a dejarles un capii, se vienen momentos lindos, besos

CAPITULO 36:

Emilia dudó. Entonces, tomó la mano de Lali entre las suyas.

—Tal vez no pueda volver a caminar.

Lali empezó a llorar casi sin darse cuenta.

—Pero la operación...

—Todo depende de lo bien que él se recupere —le informó Emilia 

—. No lo sabrán durante varios días.

El pensamiento resultaba aterrador. Pablo era un hombre tan vital y animado... Verse confinado a una silla de ruedas lo anularía más mental que físicamente.

—No se lo pueden decir —dijo Lali—. No debe sabe que existe la
posibilidad de que pueda quedarse paralítico.

—Ya se lo he dicho a los médicos —afirmó Emilia—. Lo conozco tan bien como tú. Aunque no sea tan buena madre como debiera ser, es mi hijo y lo quiero mucho.

—Yo jamás he dudado de eso.

Emilia dudó. Buscó un tono de sarcasmo, pero no lo encontró. Como ella misma, Lali estaba demasiado agotada para discutir.
Cuando por fin se les permitió entrar en la unidad de cuidados intensivos para ver a Pablo, Lali estaba prácticamente dormida de pie. Permaneció al lado de la cama, viendo como Emilia le acariciaba el cabello y la pálida frente. Tenía los ojos cerrados, por lo que unas largas y espesas pestañas le caían por las mejillas. Los
pómulos aparecían enfatizados por la palidez del rostro. Estaba enganchado a innumerables tubos y cables, por lo que parecía formar parte de las máquinas que lo rodeaban.

—Pablo, ¿me oyes? —Susurró Emilia—. Cariño, ¿me oyes? Soy tu madre.

No hubo respuesta alguna. Ni siquiera un pestañeo. El pecho subía y bajaba suavemente, pero no había ningún otro movimiento.
Lali lo observaba con una cierta desesperación. Pablo era un hombre muy fuerte, pero ¿querría vivir sabiendo las condiciones en las que tendría que estar el resto de su vida? ¿Lo presentiría aunque no se lo dijeran? Había oído que hasta los pacientes que
están en coma oían lo que pasaba a su alrededor. Se acercó un poco más a la cama y le tocó el pecho suavemente.

—Volverás a caminar —le dijo con voz fuerte—. Te volverás a poner de pie porque eres un luchador. Tienes que serlo, a menos que quieras que te arrebate Arrechavaleta Properties.

— ¡Lali!

Sin embargo, Lali se llevó un dedo a los labios. Estaba observando
atentamente el rostro de Pablo. Él no se movió, pero frunció el ceño e hizo un gesto de dolor.

— Sí, puedes oírme, ¿verdad? —Prosiguió Lali, acercándose un poco más—. Tendrás que salir luchando de esta situación. Si quieres, puedes hacerlo. Y claro que vas a querer, ¿verdad? Un Arrechavaleta  no se queda tumbado para morir mientras haya batalla. Sin articular palabra, Pablo formó una palabra con los labios.

—Luchar...

Emilia  siguió a Lali al exterior de la sala.

— ¿Crees que le deberías haber dicho eso? —le preguntó.

—Sí. ¿No has notado cómo ha respondido al desafío? —Replicó Lali—. Tiene una razón para seguir con vida. Yo se la he dado.

— ¿Serás capaz de hacerte con la empresa?

—Aún no he decidido si quiero hacerlo. Lo que sí deseo son los derechos sobre los minerales. Pablo y yo estamos casi iguales. Las operaciones nacionales de Tennison International y del alcance de Arrechavaleta  Properties son prácticamente iguales. Todo depende de quién consiga más votos.

—Él jamás te perdonará.

—No me perdonara por Ian —replicó Lali, encogiéndose de hombros —. ¿Qué tiene de malo un pecado más en mi conciencia?

—Me odiará a mí, no a ti.

—Yo no estaría tan segura. Cuando salga de la anestesia, se acordará de todo, incluso del hecho de que yo lo dejé en evidencia cuando conseguí todos esos poderes delante de sus narices. Tampoco le gustará mi apellido ni mi talento para los negocios.
Pablo se acuerda de una muchacha de dieciocho años que jamás hablaba de cosas más importantes que la comida o el tiempo. Yo ya no soy esa mujer. Emilia recogió su bolso y su abrigo.

—Pablo no sabía que tú tenías dieciocho años. Aquel día en la casa, cuando yo te di mi sorpresa...

— ¿Cómo dices? —preguntó Lali.

—Tú le dijiste que tenías más edad, ¿no?

—Sí. Sabía que él jamás habría querido tener nada que ver conmigo si hubiera sabido que yo acababa de cumplir los dieciocho. Yo no sabía si él descubriría la verdad alguna vez. Después de que empezamos una relación, tuve demasiado miedo de perderlo si decía nada.

—Él me dijo que se quedó asombrado cuando supo la verdad. Fue una de las razones por las que te dejó marchar. Menos de dos días después, estaba prácticamente seguro de que Peter había mentido, pero, para entonces, Petar ya estaba fuera del país y él no pudo encontrarlo. Yo me ocupé muy bien de todos los detalles.
Sabía que no desayunabas porque tenía espías en el café. Sabía que el uniforme te quedaba demasiado ceñido por la cintura y que estabas teniendo náuseas. No me hizo falta mucha imaginación .para saber que estabas embarazada y la expresión de tu  rostro me lo confirmó cuando te lo pregunté. Traté de justificar de mil maneras lo que había hecho, pero no fue fácil. Una cosa era echarte de la ciudad y otra muy distinta apartar a mi nieto. Debí de volverme loca... Cerré la mente a todo menos a lo de buscarle una esposa adecuada a mi hijo para asegurarme de que a él nunca le faltara el dinero.

—Recuerdo que el dinero era una obsesión para ti.

—Crecí rodeada de pobreza —confesó Emilia—. Mi madre era... era prostituta —añadió, cerrando los ojos—. No puedo hablar de ello. Vamos. Te dejaré en tu casa de camino a la mía.

Lali se había quedado asombrada por aquella confesión. Se preguntó si se lo habría dicho también a Pablo. Tal vez la falta de sueño y la preocupación le habían hecho bajar la guarda. Lali estaba segura de que se lamentaría por lo que acababa de hacer. Sin embargo, decidió que no podía tenerle compasión a Emilia.
Después de todo, ella quería arrebatarle a su hijo. Eso la convertía en un ser peligroso.

—Yo puedo llamar al señor Smith para que venga a por mí.

Emilia se volvió y miró a Lali con una expresión de perplejidad en el rostro.

—Acabo de darme cuenta de que no tengo coche —dijo—. Vine aquí con la policía.

Lali sonrió.

—Bueno, en ese caso, tendrá que recogernos el señor Smith.

El guardaespaldas llegó en la limusina unos minutos más tarde. Cuando Lali y Emilia se montaron en el asiento trasero, se encontraron con un sonriente Ian.

—Toda la noche y la mitad del día —gruñó el guardaespaldas—. Necesitas que te examinen la cabeza. No puedes pasar sin comer ni dormir.

—Tenía otras prioridades —le dijo Lali mientras abrazaba a su hijo—. Espero que te hayas portado bien, Ian.

—Sí, mamá.

— ¿No has vuelto a tirar más patitos de goma por el retrete?

—No, sólo trapos.

Lali lanzó un gruñido.

—Pablo solía hacer eso —murmuró  Emilia—. Y, en una ocasión, metió la marcha del coche y se deslizó en su interior colina abajo. Cuando conseguimos parar el vehículo, estábamos frenéticos, pero él no hacía más que reírse y repetir que quería volver a hacerlo.

Lali sonrió. Trató de imaginarse a Pablo de niño, pero no pudo. Sabía muy poco de su vida privada o de su pasado. En realidad, nunca habían hablado. En el pasado, él la había deseado demasiado. Se la metía en la cama o la llevaba a cenar y poco más.
Cuando hablaban, lo hacían casi siempre sobre algo impersonal. Jamás hablaban de sí mismos o del futuro. 

—Me dijiste que Pablo no sabía que yo tenía dieciocho años... ¿Le importó cuando se enteró? —le preguntó a Emilia.

—Le importó mucho. Las muchachas de dieciocho años se enamoran y se desenamoran con mucha facilidad. También estaba el hecho de que tú no supieras mucho sobre los hombres. Él había dado por sentado que tú tenías experiencia, según creo.

— Sí, es cierto... Yo quería salir con él. Las otras chicas me dijeron que él no tendría nada que ver con las buenas chicas.

—Oh, Lali... 

—Resulta maravilloso poder mirar atrás —susurró, besando distraídamente el cabello de Ian—. Cometí muchos errores, pero estaba muy enamorada de él.

—Él no lo sabía.

—No quería saberlo. Me dijo una y otra vez que huía de los compromisos. El matrimonio significaba fidelidad y él no creía en ella... —dijo Lali Reclinó la cabeza sobre el asiento y cerró los ojos—. Estoy tan cansada...

—Yo también. ¿Vas a regresar al hospital?

domingo, 24 de noviembre de 2013

Capítulo 35: "Volveré para Vengarme"




Holaaa chicas espero que esten muy bien y que hayan tenido un lindo finde aunque seguro que para ustedes no termina aun ya que mañana es feriado , para mi fue igual que cualquier finde porque mañana trabajoo :S . pero buenoo, espero que les guste este capi que viene larguito, besos

CAPITULO 35:

—Me temo que sí, señora —contestó el segundo oficial—. Es mejor que venga con nosotros. La llevaremos al hospital.

— ¿Está vivo? Por favor, díganme si está vivo — preguntó frenéticamente. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras tomaba su bolso y seguía a los dos agentes.

—Lo estaba cuando la ambulancia llegó al lugar del accidente, señora. Estoy seguro de que harán todo lo que puedan.

Emilia entró en el coche patrulla. Pablo iba a morir. Aquello también sería culpa suya. Lo había dejado marchar, tras haber hecho pedazos su tranquilidad. ¿Habría tenido razón Lali al decir que era mejor guardar silencio? ¿Habría matado a su propio hijo?

Una retahíla de preguntas la atormentó durante el trayecto al hospital. Entró en Urgencias y permaneció de pie, temblando, mientras la persona responsable de admisiones realizaba preguntas sobre Pablo. Las respondió casi sin pensar, esperando que
alguien le dijera algo sobre su hijo.
El doctor Bryner, el médico que estaba a cargo de su hijo, salió para hablar con ella cinco minutos después. Se sentó a su lado en la sala de espera.

—Pablo está vivo —dijo, aliviando sus peores temores—. Sin embargo, está en estado crítico. Tiene la espina dorsal muy contusionada y heridas internas, además de ligamentos rasgados y daños en los nervios. Ni siquiera sé por completo la complejidad
de sus heridas. Si quiere dejarnos un número de teléfono, la llamaremos en cuanto sepamos algo.

—No me voy a ir a casa. No podría.

— ¿Tiene algún pariente a quien podamos llamar para que venga a estar con usted?

Emilia  negó con la cabeza. Entonces, se dio cuenta de que sí tenía familia. Más o menos. Pablo tenía una familia, aunque acabara de conocer su existencia.

—Sí, sí —respondió.

El señor Smith acababa de meter a Ian en la cama. Lali estaba sentada en la cocina cuando el teléfono empezó a sonar.

—No hagas caso —le dijo él—. Vete a la cama.

— Seguramente es Vico —respondió ella con una sonrisa—. No me puedo permitir ignorarlo —añadió, levantando el auricular—. ¿Sí?

— ¿Lali?

Parecía Emilia.

—Sí —repuso con un cierto tono de curiosidad.

—Lali, ha habido un accidente —le susurró la voz con voz apesadumbrada—. Estoy en el hospital. ¿Puedes venir, por favor?

Lali sintió un peso en el estómago. Se sentó y trató de tomar aire.

— ¿Ha sido Pablo? ¿Ha muerto?

—No —respondió Emilia—, pero... pero está muy grave. Por favor, ¿puedes venir?

—Estaré allí dentro de cinco minutos —dijo Lali. Rápidamente colgó el teléfono—. Es Pablo. Ha tenido un accidente.

—Vestiré a Ian y te llevaremos. No hay discusión — añadió el señor Smith cuando vio su gesto—. Toma un abrigo.

Lali obedeció automáticamente, dejando que el señor Smith se hiciera cargo como siempre ocurría si las emergencias. Casi sin que se diera cuenta, él los sabía llevado al hospital. Allí, en la sala de espera, estaba una llorosa Emilia esperando noticias.

Lali dejó a Ian  a cargo del señor Smith mientras ella se sentaba al lado de Emilia.

— Dime lo que ha ocurrido —le pidió. Entonces, muy pálida, escuchó todos los detalles.

—Tenías razón. No se lo debería haber dicho — susurró Emilia muy triste—. No quise escucharte... ¡Mi hijo se va a morir y eso también va a ser culpa mía!

—No digas eso. No se va a morir —afirmó Lali.

—Está tan mal herido...

Lali se levantó y pidió hablar con el médico.

—Soy el doctor Bryner —le dijo el médico, presentándose mientras le daba la mano—. ¿Es usted amiga del señor Arrechavaleta, señora Tennison?

—Una amiga de muchos años —replicó ella—. ¿Qué se puede hacer?

El médico le dio una explicación abreviada de las lesiones que sufría Pablo y los resultados que habían dado las primeras pruebas, que eran mucho peores de lo que había imaginado en un principio.

— Se necesita operar inmediatamente, antes de que su estado se deteriore. Tenemos un cirujano ortopédico, pero a él le parece que lo que el señor Harden necesita es un neurocirujano.

— ¿Quién es el mejor especialista en ese campo?

—El doctor Miles Danbury, de la clínica Mayo.

— ¿Puede conseguir que venga él a operarlo?

—Si usted se puede permitir sus honorarios y conseguirme un avión privado, sí.

—Llámelo ahora mismo.

Lali  reflexionó sobre la importancia de lo que el dinero y las influencias pueden conseguir. En pocos minutos, Danbury había accedido a hacerse cargo del caso y Lali lo había organizado todo para que un avión de Tennison fuera a recogerlo para transportarlo a Billings.

—Acaba de mejorar sus posibilidades de volver a andar en un setenta por ciento —dijo el doctor Bryner.

—Lo que necesite. Lo que sea, doctor —afirmó Lali—. El dinero no es un problema.

—La mantendremos informada. ¿Estará usted con la señora Arrechavaleta?

—Sí. Gracias.

Emilia había contemplado la escena con un profundo asombro en los ojos.

—Eres muy eficiente —dijo la mujer—. Yo... yo no habría sabido qué hacer.

—Estoy acostumbrada a tener que organizar las cosas —respondió Lali—. Se trata simplemente de hacer lo que hay que hacer.

—Yo habría podido pagar los honorarios, pero lo del avión privado... Por supuesto, te lo pagaremos todo —añadió con frío orgullo.

—Pablo es el padre de mi hijo —replicó Lali, igual de tensa—. Yo tengo tanta culpa como tú en ese accidente.

—Estaba furioso conmigo —susurró -Emilia con tristeza—. No lo culpo. Sin embargo, tal vez no quiera volverme a hablar.

—Estoy segura de que lo superará con el tiempo — afirmó Lali—. Yo estoy en el mismo barco que tú. No sólo le he ocultado la existencia de su hijo, sino que también he tratado de despojarle de su empresa. Creo que, en puntos, tengo algunos más que tú.

—Si se pone bien, no me importará que me odie — susurró Emilia con una sonrisa.

— A mí tampoco —admitió Lali.

En aquel momento, Ian se le acercó y le colocó la mejilla sobre el regazo.

—Mamá, quiero irme a casa —musitó.

—El señor Smith te llevará, tesoro —dijo ella suavemente, besándole la cabeza.

—No, el señor Smith no puede —musitó el guardaespaldas— ¿Cómo si no vas a regresar tú a casa?

—No me voy a marchar hasta que termine todo esto —afirmó Lali —. Estaré aquí mientras dure. Llévate a Ian y acuéstalo y duerme tú también un poco. Tendrás que cuidarlo mientras yo no esté a su lado.

— ¡No puedes quedarte en una sala de espera toda la noche! —explotó el señor Smith.

—Claro que puedo —le espetó Lali—. No me voy a marchar hasta que no sepa cómo está. Hasta que no sepa que se va a poner bien.

— ¡Mujeres! —bufó el guardaespaldas.

— ¡Hombres! —Replicó ella—.Márchate.

—Muy bien —suspiró él—. Espero que todo vaya bien.

—Y yo también —observó Lali. Entonces, abrazó a Ian y le dio un beso en la mejilla, consciente del modo en el que Emilia estaba mirando al niño—. Que duermas bien, mi cielo. Mamá estará en casa por la mañana, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —repitió el niño. Entonces, dejó que el señor Smith lo tomara en brazos y se lo llevara.

—Es un niño precioso —dijo Emilia, suavemente.

— Sí. Por dentro y por fuera. Tampoco está mimado —añadió—. No tiene juguetes carísimos ni ropas de diseño ni lujos que yo considere innecesarios. Quiero que crezca comprendiendo que el dinero no lo puede comprar todo.

—Bien hecho —replicó Emilia—. Ojalá alguien me lo hubiera dicho a mí cuando era más joven. Acabo de darme cuenta de la maldición que puede suponer el dinero.

—O, en este caso, una bendición —dijo Lali, pensando en las posibilidades que Pablo tenía por su dinero.

— Se pondrá bien, ¿verdad? —preguntó Emilia, muy preocupada—. ¿Crees que sobrevivirá?

—Por supuesto que sí —afirmó Lali con firmeza.

Permanecieron sentadas en silencio, tomando café y hablando sin ganas. Horas más tarde, casi al amanecer, llegó el neurocirujano. Como había dormido en el avión, estaba completamente despejado. Le dio la mano a Lali y a Emilia y se fue directamente para hablar con el doctor Bryner sobre el caso. Menos de dos horas
después, llevaron a Pablo al quirófano. 
Estaba sometido a sedación profunda. Sólo se había despertado durante unos segundos, pero había estado demasiado dolorido como para poder hablar. Al verlo tan magullado y herido, Emilia no había podido contener las lágrimas. Lali había tenido que contenerse para no llorar. Tenía que ser fuerte.

Sin poder evitarlo, recordó el día en el que murió Nicolas. Permaneció mirando por la ventana, sumida en sus recuerdos.
Había estado lloviendo. Estaba sentada al lado de la cama de Ian, porque el niño tenía un ligero resfriado y estaba preocupada por él. No había dejado de pensar en la dulzura de los momentos vividos la noche anterior. Por una vez, Pablo no había ocupado sus pensamientos y se había dado cuenta de la suerte que tenía de
tener a alguien como Nico para que cuidara de ella. Hacía ya tres años que se había marchado de Billings, casi tres años desde que Nico y ella se casaron. Había aceptado ya el hecho de que no volvería a ver a Pablo y que su única lealtad estaba al lado
de Nicolas. 

Estaba tratando de sacar lo mejor de su situación, pero ya no era tan difícilcomo había imaginado. No había pensado en Pablo durante una noche entera. Aquel hecho, le había dado esperanza de que al fin podría encontrar la felicidad con Nicolas. Cuando el teléfono empezó a sonar, sonrió. Seguramente era Nico, que la llamaba desde el aeropuerto para despedirse de ella. Dejó a Ian jugando en la cama y echó a correr hacia su dormitorio para contestar el teléfono.
La voz que le habló desde el otro lado de la línea de teléfono era Vico. No quiso hablar con ella. Le pidió que le dijera al señor Smith que se pusiera al aparato. Atónita, Lali llamó a su guardaespaldas y esperó mientras el rostro estoico del señor Smith reflejaba primero sorpresa y luego pena. Colgó. Como si hubiera ocurrido el día anterior, Lali recordó con todo detalle la secuencia que se produjo a continuación.

—Siéntate —le había dicho el señor Smith. Entonces, se arrodilló ante ella y le tomó las manos entre las suyas—. Sé fuerte. El avión de Nicolas acaba de estrellarse. Ha muerto.

Al principio, no había logrado comprender las palabras. Se había quedado mirando fijamente al señor Smith.

— ¿Que se ha muerto?

—Sí, Mar. Lo siento mucho...

En aquel momento, la angustia la sumió en un mundo de insensibilidad absoluta. Empezó a gritar cuando por fin consiguió darse cuenta de lo que había ocurrido. El señor Smith la tomó entre sus brazos y trató de calmar su pena. Ella estuvo llorando hasta que estuvo completamente agotada. Entonces, el señor Smith la llevó a la cama y la arropó como si fuera una niña, dejándola tan sólo el tiempo suficiente para ir a llamar al médico y comprobar cómo estaba Ian.

Los largos y terribles días que se produjeron a continuación fueron como una pesadilla. Vico y el señor Smith la apoyaron constantemente hasta el día del entierro y el de la lectura del testamento. Ni siquiera eso le produjo una gran impresión. Había
perdido a Nico justo cuando estaba empezando a amarlo. No le parecía justo. Tenía la impresión de que su vida estaba destinada a no ser otra cosa más que una interminable tragedia. Y, ya en el presente, existía la posibilidad de que perdiera también a Pablo.

Emilia le tocó suavemente el brazo y, cuando ella se dio la vuelta, la mirada que vio en sus ojos la asustó.

— ¿Te encuentras bien? —le preguntó suavemente.

—Estaba recordando el día en el que murió Nicolas. Me sentía... así. No creo que pueda seguir viviendo si Pablo muere —susurró, mirando a Emilia con ojos asustados.

Emilia leyó en su mirada la profundidad de sus sentimientos y no supo qué decir. Amaba a su hijo, pero hacía una eternidad desde la última vez que había amado a un hombre. Su esposo le había hecho tanto daño... Sin embargo, no le había importado nunca, no como el otro hombre... Sus rasgos se suavizaron al recordar el adorado rostro oscuro que aún turbaba sus sueños. Ella había amado también en una ocasión  con toda la pasión que Lali sentía por Pablo y comprendía perfectamente cómo se sentía.

—Saldrá adelante —le dijo—. Lo sé.

Lali respiró profundamente y desvió la mirada. Se sentía algo avergonzada. No confiaba mucho en Emiliay temía haber revelado demasiado sobre sí misma. Regresó a su asiento y tomó la taza de café. Estaba frío, pero el gusto amargo la reanimó un poco. No podía ceder ante la debilidad. Tenía que ser fuerte por el bien de Ian.

No se permitiría pensar sobre cómo sería la vida si Pablo moría en el quirófano. Su orgullo, su venganza, su necesidad de devolverle el sufrimiento que él le había causado... Todo pasó a un segundo plano. El pasado no importaba cuando el presente podría arrebatarle al único hombre que había querido de verdad. No se atrevía a pensar en el futuro. Si Pablo moría, ni siquiera lo tendría.

La operación duró varias horas. La falta de sueño finalmente arrastró a Lali a un estado de semiinconsciencia. Tuvo unos sueños alocados y turbadores. Finalmente, una mano la sacudió suavemente.

—Lali, ha salido del quirófano —le dijo Emilia. Tenía los ojos muy brillantes y estaba sonriendo—. ¡Todo ha ido muy bien!

—Oh, gracias a Dios —exclamó Lali, ocultándose el rostro entre las manos. Tuvo que esforzarse para contener las lágrimas—. Gracias a Dios.

Emilia a se sentó a su lado. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro agotado.

—No podremos verlo hasta que salga de la sala de reanimación, pero el doctor Danbury dice que está casi seguro de haber arreglado la mayor partes de los daños. Al menos, Pablo no quedará paralizado por completo.

Lali se puso en pie lentamente. Al asimilar aquel último comentario, abrió mucho los ojos.

— ¿Qué quieres decir con eso de «por completo»?

jueves, 21 de noviembre de 2013

Capítulo 34: "Volveré para Vengarme"



Holaa chicas, despues de haber explotado la bomba aca va la reaccion, espero q esten disfrutando la nove, gracias por comentar siempree, me alegra leer lo que piensan siempre coincido con ustedes en odiar a la mama de PAbli, besos genias

CAPITULO 34:

Emilia lanzó un gemido y enterró el rostro entre las manos.

—Perdóname, hijo —susurró—. ¡Pablo, perdóname! Debí de volverme loca. Jamás me perdonaré por lo que hice.

— ¿Acabas de decirme que la obligaste a marcharse sabiendo que estaba embarazada de mi hijo? —le preguntó él con voz ronca. Entonces, se puso de pie. Estaba muy pálido—. ¿Dejaste que se marchara así?

— ¡Tú me dijiste que no querías casarte ni tener hijos! —exclamó ella, temerosa al ver el odio que se reflejaba en el rostro de su hijo.

— ¿De verdad creíste que rechazaría a mi propio hijo? —le espetó. 
 De repente, recordó el rostro de un niñito vestido con un pijama y arrastrando un conejito de peluche—. ¡Dios mío! El niño de Lali no es el hijo de NicolasTennison, sino que es el mío...

La realidad le resultaba imposible de soportar. No era de extrañar que Lali lo odiara. De repente, recordó lo mucho que el niño se parecía a él y se maldijo por no haber podido reconocer unos ojos y un cabello que eran idénticos a los suyos.

Emilia se mostraba completamente derrotada.

—Sí... Es tu hijo.

Pablo apretó los puños. Trató de hablar, pero las palabras se le ahogaron en la garganta. Se dio la vuelta y salió del salón sin mirar atrás. El cerebro le ardía por lo que acababa de averiguar.

Emilia echó a correr hacia la puerta para detenerlo, aunque no pudo conseguirlo. No sabía lo que él era capaz de hacer. Tenía una expresión tormentosa en el rostro.
Pablo se montó en su Jaguar e hizo rechinar la grava al arrancar. No era capaz de pensar ni de sentir. Se sentía completamente insensible. Lali estaba embarazada de su hijo y su madre lo había sabido. La había acusado injustamente, la había hecho huir de la ciudad... En cuanto a él, su miedo al compromiso había contribuido a destruir la vida de la joven. Si hubiera tenido menos miedo a las cosas permanentes, tal vez Lali se habría sentido con fuerzas para decirle que estaba embarazada. Si ella lo hubiera hecho, se habría casado con ella enseguida a pesar de sus propios miedos. Sin
embargo, ni siquiera había tenido la oportunidad de hacerlo. 

Emilia se había asegurado de que Lali saliera de sus vidas. El destino la había colocado en manos de Nicolas Tennison.
Tenía un hijo que no lo conocía, un hijo que llevaba el apellido Tennison y que crecería como tal. Lali no se lo había dicho. ¿Cómo podía culparla? Ella era la verdadera víctima de todo esto, la única que había sido sacrificada. Se la había apartado sólo porque su madre creía que no era lo suficientemente buena como para
ser una arrechavaleta.

Salió a la autopista sin saber en realidad adonde iba. Tenía que asimilar lo que acababa de averiguar ¿Lo odiaría Lali? Dios sabía que tenía todo el derecho a hacerlo. Debía de haber planeado muy cuidadosamente aquella OPA contra su empresa, preparado todo para poderles tender una trampa sin que se enteraran. Habría funcionado si el cuñado de Lali no hubiera estado tan sediento de poder. Él era la clave para la victoria de Arrechavaleta Properties.
Recordó el aspecto que el niño había tenido aquella mañana en brazos de Lali.

 Era un muchacho de cabello castaño con ojos como verdes brillantes. Sintió que algo se despertaba dentro de él al recordarlo. Jamás se había fijado demasiado en los niños. Acababa de darse cuenta de lo vacía que había estado su vida.
Cuando escuchaba a sus ejecutivos hablar de sus hijos, de la rutina de la vida familiar, se sentía superior porque él era libre para hacer lo que quisiera. Sin embargo, a pesar del glamour y la riqueza de su estilo de vida, se encontraba completamente solo. El corazón se le había enfriado desde que Lali huyó. Él la había acusado de robo, de
haberle dado una puñalada por la espalda cuando Lali estaba embarazada de su hijo y ni siquiera podía decírselo.

Lanzó un gruñido en voz alta y apretó con fuerza el acelerador.¿Cómo había podido Emilia haberle hecho algo así a Lali? A pesar de todo lo que le había dicho, del miedo que había tenido al compromiso, cuando Lali se marchó, se dio cuenta de lo que había perdido. A pesar de las pruebas, de la supuesta confesión de
Petar, no había logrado creérselo porque sabía lo mucho que Lali lo amaba.

Amor. Jamás le había dicho que la amaba. Sin embargo, cuando tenía a Lali gimiendo entre sus brazos, lo sentía. Lo que ella le daba a sus sentidos no tenía precio. Le hacía sentirse seguro y querido. No había querido llamarlo amor, sino que lo había etiquetado como obsesión y se había odiado a sí mismo por ceder, por sentirse
prisionero de aquel éxtasis. Sin embargo, el modo en el que había arraigado en él era innegable. Durante seis años lo había mantenido preso en su embrujo y aún seguía así.
Sólo tenía que mirar a Lali para saber que moriría sólo por tenerla. ¿Sólo deseo? No le parecía probable. Tenía que hacer que Lali lo comprendiera. Tenía que demostrarle que sentía algo por ella, no porque fuera Mar Tennison y tuviera los suficientes poderes como para poder arrebatarle su empresa o porque tuviera dinero y poder, sino porque era la única mujer por la que había sentido algo y porque ella le había dado un hijo.

Tenía que haber algún modo de convencerla de que había cambiado. Ya no le asustaba el compromiso. Quería conocer a su hijo, aprender cómo se ejercía de padre. Sabía que Lali, a pesar de todo lo que le había dicho, lo amaba. Podía conseguir que ella lo perdonara si se esforzaba lo suficiente. El amor no moría... No podía morir. ¿Acaso no había sido Lali su mundo entero durante aquellos largos y vacíos años?
El corazón se le aligeró al considerar las posibilidades. Si mantenía la cabeza en su sitio, todo podría solucionarse. Por el momento, no podía pensar en su madre. Iba a pasar mucho tiempo antes de que pudiera perdonarla por los años que le había privado de Lali, de su hijo. En aquellos momentos, lo único que ocupaba su mente era llegar a casa de Lali todo lo rápidamente que pudiera para decirle lo que sentía y pedirle que le diera una última oportunidad.

El Jaguar ronroneó cuando tomó la última curva antes de bajar una colina. Sólo le faltaban unos minutos para llegar... Seguía pensando cuando los faros de otro coche lo deslumbraron. Dio un
volantazo, pero fue demasiado tarde. Las luces se transformaron en una terrible oscuridad y no vio nada más.

Emilia  no hacía más que recorrer de arriba abajo el salón después de que Pablo se hubiera marchado de la casa. Tenía los nervios desquiciados porque no hacía más que preguntarse adonde se habría ido. Probablemente estaba de camino a casa de Lali, para hablar con ella. Emilia no sabía cómo iba a vivir con el odio que su hijo había demostrado hacia ella después de saber la verdad. Sin embargo, había tenido que decírselo. Tal y como le había dicho a Lali, se lo debía a su hijo.

Tenía un pañuelo entre las manos. Seguía llorando. No lograba olvidar el gesto atormentado que se había reflejado en el rostro de su hijo. Habría dado cualquier cosa por poder dar marcha atrás en el tiempo y permitir que Pablo viviera su propia vida, pero era ya demasiado tarde. Había hecho tanto daño...

El timbre sonó. Normalmente, la señora Dougherty abría la puerta, pero Emilia estaba poseída por una energía demasiado destructiva. Fue a abrir ella misma. En la puerta, se encontró con dos policías de Billings. Los hombres la miraban con rostros serios y solemnes.

— ¿Es usted la señora Emilia Arrechavaleta? —le pregunté uno de ellos.

—Sí. ¿Se trata de Pablo? —Replicó ella, retorciéndose las manos—. ¿Le ha ocurrido algo a mi hijo?

domingo, 17 de noviembre de 2013

Capítullo 33: "Volveré para Vengarme"



Holaaa chicas llego el gran momento Pablito se va enterar por fin de la verdad, espero que les guste gracias por comentar y esperar los capis, besos las quieroo

PD: Aun no me deja subir el foro :( les avisare cualquier noveda


CAPITULO 33 :
.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Pablo había estado preocupado por la salud de su madre. Sin embargo, el pálido rostro que lo miraba desde la cama del hospital le hacía sentirse muy intranquilo. Emilia parecía más débil que nunca, a pesar del hecho de que el médico acababa de darles los resultados de las pruebas y había declarado que estaba muy sana y que se podía marchar a su casa.

—No te pedí que vinieras al hospital por esto — murmuró Emilia, mientras Pablo la metía en el coche. Ya casi había anochecido cuando él fue a buscarla.

—No me ha venido mal —respondió él antes de arrancar el coche—. Me alegro de que no haya sido nada serio. Me habías asustado mucho.

—Fue una noche de muchas sorpresas —afirmó Emilia, mirando por la ventana—. Imagínate, la pequeña Mariana Rinaldi resulta ser la famosa señora de Nicolas Tennison.

—Y yo le di un trabajo como camarera —musitó Pablo—. Supongo que ella aún no habrá parado de reírse. ¿Ha venido a verte?

—Sí. Por eso... por eso te llamé a tu despacho.

-¿Y bien?

—Es una historia muy larga. ¿Podemos esperar hasta que lleguemos a casa?

—Como quieras.

Recorrieron el resto del trayecto hasta la elegante mansión en silencio. Durante el mismo, Emilia trató de reunir el coraje suficiente para contarle lo que había hecho.
Cuando Pablo la ayudó a salir del coche, las manos le temblaban considerablemente. Hizo que el ama de llaves, la señora Dougherty, les llevara una bandeja con café al salón. Allí, se sentaron y esperaron que la mujer los sirviera antes de hablar.

—Si es por lo de los poderes, no tienes que preocuparte —le dijo Pablo cuando se quedaron a solas—. Lali no lo sabe, pero su propio cuñado está contra ella. La quiere echar de la empresa. Me ha ofrecido su cooperación para conseguir el control del resto de las acciones antes de que la junta tome una decisión sobre la absorción.

—Pero eso no es justo —comentó Emilia, frunciendo el ceño—. Es una traición.

—Creía que eras la peor enemiga de Lali.

—En muchos sentidos, lo he sido —admitió ella, tras respirar profundamente. Entonces, miró a su hijo con los ojos llenos de tristeza y arrepentimiento—. Pablo, he hecho algo muy malo.

 —Únete al club.

—Hablo en serio —afirmó ella, dejando la taza sobre la mesa—. Pablo, yo pagué a Peter Bedoya para que robara ese dinero e implicara a Lali. Yo le di la combinación de la caja fuerte.

Pablo no pareció reaccionar en absoluto. Se limitó a mirarla fijamente.

— ¿Que hiciste qué?

—Yo le tendí una trampa —contestó Emilia, tras tragar saliva—. Pablo tenía sólo dieciocho años, era una ingenua y carecía de sofisticación...

— Yo no sabía que tenía dieciocho años. No lo supe hasta que Peter y tú nos enfrentaron a mi y a ella aquel día. Ella me dijo que tenía veinte años.

—No lo sabía...

—Cuando supe la verdad, me sentí un idiota. No tenía ningún derecho a hacerle daño del modo en que se lo hice. ¿Sabías que se marcharía?

—Me imaginé que así lo haría —admitió Emilia, muy pálida—. Era una muchacha muy orgullosa y no se habría atrevido a pedirte ayuda cuando... cuando tú creíste las mentiras que Peter y yo te contamos sobre ella.

—Ella no necesitaba ayuda, ¿verdad? Me imagino que tú le diste suficiente dinero como para poder escapar de la ciudad.

— Sí, pero me lo devolvió, junto con todos los regalos que tú le diste y yo nunca te lo dije. Todas las joyas están en uno de los cajones de mi cómoda.

— ¿Cómo pudiste hacerle eso, madre? —Le preguntó Pablo, incrédulo—. ¿Acaso no sabías el daño que yo le había hecho ya?

—Tenía miedo de que te casaras con ella. Que Dios me perdone. Yo quería una muchacha de la alta sociedad, alguien de buena familia, con educación, dinero y respetabilidad. Yo había sacrificado tanto para meternos en sociedad, para mantenernos allí... Pensé que te olvidarías de ella —concluyó, cerrando los ojos.

—Lo intenté, pero no pude hacerlo.

Emilia vio el dolor que se reflejaba en los ojos de su hijo y sintió una profunda pena.

—Al final, casi no pude soportarlo. No podía dejar que acusaras a Peter por miedo a que él pudiera contarte la verdad y le di un billete de avión para que se marchara antes de que tú pudieras interrogarle. Incluso entonces, tenía miedo de que fueras a ir detrás de ella.

—Y lo hice. Contraté detectives privados, pero pareció que ella se había desvanecido.

—Sí... Yo también contraté a varios detectives por mi cuenta —confesó, sonriendo cuando Pablo la miró sorprendido—. Me sentía tan culpable por lo que había hecho... No podía vivir sin saber si ella estaba bien, especialmente dadas las circunstancias —añadió. Entonces, respiró profundamente antes de continuar—. Pablo, cuando Lali se marchó de Billings, estaba embarazada.

Pablo se sintió como si se le cortara la respiración. Pareció que los pulmones se le paralizaban. Sintió el horror de aquellas palabras en cada célula de su cuerpo mientras miraba a su madre sin saber qué hacer. Embarazada. Lali estaba embarazada cuando se marchó. ¡Embarazada de su hijo!

sábado, 16 de noviembre de 2013

Capítulo 32: Volveré para Vengarme"



Holaaa chicas espero q esten bien paso rapidisimo a dejarles nuevo capi, esto se pone bueno preparense, bienvenidas las chicas del foro lamentablemente todavia no me deja subir , cualquier cosa les aviso, gracias por comentar siempre leo lo que ponen, besos 

CAPITULO 32

Emilia Arrechavaleta estaba sentada en la cama. Tenía muy mal aspecto. Al ver que Lali entraba por la puerta, se incorporó en la cama.

—Gracias por venir —le dijo—. Por favor, siéntate.

Lali se sentó elegantemente en una de las sillas y levantó la barbilla. Tenía los ojos muy tranquilos.

—¿Qué es lo que quiere? —¿Se lo vas a decir a Pablo? —le preguntó Emilia. —Le dije a él que le dijera que no tiene nada de lo que preocuparse. Y lo digo en serio. No. No se lo voy a decir. Está usted a salvo.

Emilia se sonrojó y se miró las manos, que descansaban sobre la sábana.

— ¿Qué es lo que vas a hacer?

—Nada. Me marcharé a Chicago y usted podrá seguir con su vida.
— ¿Y la absorción?

—Necesito esos contratos —respondió Lali, sin pestañear—. Y los tendré, sea lo que sea lo que tenga que hacer.

Emilia estudió a la joven con intensidad.

—Eres muy fuerte, ¿verdad?

—Sí, gracias a usted —le espetó—. Crecí muy rápidamente cuando tuve que marcharme de Billings. Verme en la calle, embarazada, con sólo dieciocho años me hizo muy fuerte.

—He vivido con eso todos estos años —susurró Emilia—. He visto cómo mi hijo se desmandaba cuando no estaba medio matándose a trabajar. He pensado mucho en ti y me he preocupado por tu hijo. Al final, conseguí olvidar en algunas ocasiones. Estaba... estaba aprendiendo a vivir con ello cuando regresaste.

—Los pecados acaban por pasarnos factura. ¿No es eso lo que se suele decir? —preguntó Lali.

Emilia suspiró.

— Sí. Y los míos definitivamente me la han pasado. Sin embargo, estás haciendo que sea Pablo el que tiene que pagar. Deberías estar castigándome a mí y no a él.

— ¿No es eso lo que he hecho?

—Entiendo —dijo Emilia, apartando la mirada.

—Los pecados de la madre los paga el hijo. La odiaba tanto... Vivía esperando el día en el que pudiera hacerle pagar lo que me había hecho. No pensaba en otra cosa. Cuando Nicolas murió, la venganza se convirtió en la chispa de la vida para mí, en lo más
importante. ¡Me lo debe!

Emilia apretó con fuerza las manos e hizo un gesto de dolor. Lali se detuvo un instante y respiró profundamente para tratar de recuperar la compostura.

—Perdí mi casa, mi seguridad, el único hombre del que he estado enamorada en toda mi vida. Perdí mi honor, mi reputación... ¡Lo perdí todo! Si no hubiera sido por Nicolas Tennison, podría haber perdido la vida.

— ¿Adoptó él al niño? —preguntó emilia.

—Sí. Ian era la luz de su vida. En el certificado de nacimiento de mi hijo, él aparece como su padre — respondió. Se dio cuenta de que aquel documento era su salvavidas contra cualquier intento de los Arrechavaleta por arrebatarle a su hijo—. A todos los efectos, mi hijo es un Tennison —añadió con gesto triunfante—, así que no tiene
que preocuparse de que Pablo pueda descubrir la verdad. No se lo diré. Y usted no tendrá que hacerlo.

—Pensé que eso era lo que yo quería. Evitar que mis pecados quedaran al descubierto —dijo Emilia—. Sin embargo, ¿te has parado a pensar en lo que ellos significan? ¿En lo que le estás negando a Ian?

—No se puede evitar. Es demasiado tarde.

—Pablo... Lo amaría con todo su corazón.

— Sí —susurró Lali con los ojos cerrados.

—Oh, Lali... Pensé que Pablo se olvidaría de ti. Estaba segura de que encontraría otra mujer, se casaría y tendría hijos. No me di cuenta de lo... de lo mucho que te necesitaba emocionalmente.

—En su caso, se trata más bien de atracción física. De obsesión física.

—No —afirmó Emilia—. Ha durado demasiado tiempo para tratarse simplemente de eso. Se le refleja en los ojos cuando te mira, incluso cuando habla sobre ti.

—No lo comprende. Antes de la reunión, vino a mí y habló de su marido para así hacerme comprender que no quiere ninguna clase de compromiso. Me dijo que jamás ha querido estar casado o tener hijos. No cree que la fidelidad pueda existir.

Emilia se quedó atónita.

—Él jamás me ha dicho a mí esas cosas.

—Usted es su madre. La quiere mucho. Siempre la ha querido. Sin embargo, me estaba diciendo la verdad. Yo sólo era una novedad para él. Sabía que yo no encajaba con su estilo de vida y jamás quiso casarse conmigo. En eso tenía usted razón. El compromiso sólo fue una tapadera para evitar que yo lo abandonara.

—Siente algo por ti —insistió Emilia.

— Seguramente, pero yo no lo quiero. No pienso pasarme el resto de mi vida siendo utilizada como si fuera un objeto. Tengo mis propias responsabilidades y un hijo del que ocuparme. No deseo ser la amante de Pablo.

Emilia se sonrojó, pero no apartó la mirada.

— ¿Te casarías con él si mi hijo te lo pidiera?

—No —afirmó Lali, poniéndose de pie—. Él me ha arrojado de su vida en dos ocasiones. No tengo intención de darle la oportunidad de hacerlo en una tercera ocasión.

—Sin embargo, él no lo sabe. Lali, él no sabe que tiene un hijo, lo que yo he hecho...

—Ni lo sabrá. Señora , la venganza es una estupidez. Alguien trató de decírmelo, pero yo me negué a escuchar. Quería vengarme de ustedes dos, pero ahora sólo quiero recuperar mi vida y seguir con ella lo mejor que pueda. Siento haberles puesto las cosas difíciles a usted y a Pablo.

—No me puedo creer que me estés pidiendo perdón después de todo lo que te he hecho.

—Tengo un hijo por el que sería capaz de hacer cualquier cosa para protegerlo, para evitarle sufrimiento. La... la comprendo.

—Sí —suspiró Emilia—. Una madre sería capaz de hacer cualquier sacrificio por su hijo. Pablo era lo único que tenía. Y sigue siéndolo. Tal vez lo quise y lo protegí demasiado. Ahora, mis buenas intenciones me parecen muy egoístas, considerando el precio que él ha tenido que pagar por ellas. Tiene que saber lo del niño, Lali.
Aunque me odie cuando sepa lo que hice. Tiene todo el derecho a saber que tiene un hijo.

—No se lo diré —insistió Lali—. Ya le he dicho que es demasiado tarde. No serviría de nada más que para trastornar la vida de Ian.

—Te puedo llevar a los tribunales —la amenazó Emilia—. Hay pruebas para demostrar la paternidad.

—Sí, pero para realizarlas tienen que contar con mi permiso y no se lo daré. No dejaré que Pablo tenga a mi hijo. Ninguno de los dos quería tener nada que ver conmigo hace seis años. Ahora yo soy la que no desea nada.

— ¿Te parece justo castigar al niño por los errores que cometí yo?

—Usted no es la persona adecuada para hablarme de justicia —le espetó Lali

—Muy bien. Tú puedes hacer lo que quieras, pero se lo voy a contar a Pablo.

Lali sintió que el miedo se apoderaba de ella. No quería admitir lo asustada que se encontraba. Además, aún existía la posibilidad de que Emilia estuviera lanzando un farol.

—Haga lo que quiera.

Emilia dejó escapar un suspiro. — ¿No crees que quiera decirle a mi hijo lo que he hecho con su vida por un amor exagerado? —Le preguntó la mujer—. Yo soy la mala de la película y aceptaré lo que me sobrevenga. Sin embargo, no consentiré que Pablo no sepa que tiene un hijo.

— ¿Y que pasa con Ian? —Preguntó Lali—. ¿No se ha parado a pensar lo que va a hacer con su vida? Él cree que su padre es Nicolas Tennison.

—Ian tiene todo el derecho a saber quién es su verdadero padre, ¿no te parece? Tal vez, si un día descubre la verdad, te odiará por no habérselo dicho.

Lali ya había pensado en aquel detalle.

—No pienso perder a mi hijo.

—Nadie te está pidiendo eso. ¿No te das cuenta de que esto es tan difícil para mí como para ti? Pablo me va a odiar.

—Usted es su madre. No la odiará. Me odiará a mí. Le dará una razón más, aunque no la necesita.

—A ti no te odia tampoco —afirmó Emilia, sorprendentemente.

—No conseguirá la custodia del niño.

—Hablas como si creyeras que él se irá a los tribunales en el momento en el que descubra la verdad sobre Ian. Lali, estoy segura de que mi hijo comprenderá lo que has pasado. No va a culparte de nada. Creo que ya se imagina el daño que te ha hecho. No te lo imagines tan malvado. Aunque sea mi hijo, no es una persona sin
sentimientos. Lali se miró el bolso. De nuevo, se sentía muy insegura, muy joven.

—Ian es lo único que tengo.

Los ojos de Emilia se llenaron de lágrimas.

—Lali...

—Tengo que irme. Yo....

Lali se levantó y salió corriendo de la habitación, dando así a Emilia la victoria en aquella batalla. No tenía fuerzas para seguir luchando.
Emilia  observó cómo se marchaba. No había querido disgustarla tanto. Existía la posibilidad de que se marchara y se llevara a Ian. No sabía lo que hacer. Pablo tenía que saberlo, pero con ello sólo iba a conseguir que Lali sufriera una vez más. Lo sentía. Su actitud hacia Lali había cambiado completamente a lo largo de las últimas semanas. No quería volver a hacer daño a Lali, pero no le quedaba
elección. Tenía que decir la verdad. Si Pablo la odiaba por ello... 

Bueno, eso sería precisamente lo que se merecería. Al menos, conseguiría tener la conciencia tranquila y habría dado un paso para lograr enmendar las cosas. Tomó el teléfono y marcó el número del despacho de Pablo

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Capítulo 31: "Volveré para Vengarme"


Holaa chicas mil perdones por tardar en subir estoy con muchas cosas el proximo mes estoy mas tranqui por que ya tengo vacaciones de la facu, besos genias gracias por comentar siempre


CAPITULO 31

—No tiene nada que ver contigo —afirmó ella, retirando rápidamente la mano.

Pablo le atrapó los dedos entre los suyos y la miró a los ojos.

— ¿No quieres que vuelva a tocarte? Ahora que crees que me has derrotado, no sientes la necesidad de desearme. ¿Es eso?

Ella lo miró sin saber qué decir.

—No ha sido por eso —susurró. No quería que él pensara que se había acostado con él tan sólo para evitar que se enterara de que tenía intención de absorber su empresa.

El rostro de Pablo pareció perder tensión. Los dedos empezaron a proporcionar caricias. Los miró, sin apartar los ojos del anillo de compromiso que ella aún llevaba en la mano.

—Eras mía antes de que fueras de Nicolas. Te hice daño y lo siento. Supongo que tenías derecho a tratar de vengarte de mí.

Lali no lo sabía, y él no lo mencionó, pero el hecho de haberle dado un hijo a Tennison había sido la más sofisticada de las venganzas.
Le soltó la mano y se puso de pie. El fuego que le brillaba en los ojos pareció apagarse un poco.

—Ve a ver a mi madre, te lo pido, para que así ella pueda dejar de pensar en lo que sea lo que haya entre ustedes. Ella es lo único que me queda.

Lali cerró los ojos. No le gustaba la idea de tener que volver a ver a Emilia, pero no iba a poder evitarlo sin levantar sospechas y, tal vez, sin empujar a Emilia a hacer algo desesperado.

—Muy bien —dijo ella—. Iré.

El rostro de Pablo reflejaba tanta amargura como el de ella tristeza. Recogió su sombrero y la miró con profunda intensidad.

—Supongo que te marcharás de Billings.

—Sí. Tengo que regresar a mi trabajo. Como tú has dicho, mi vida se compone de una reunión de negocios tras otra. Me ha resultado difícil ocuparme de mis asuntos desde aquí, a pesar de la tecnología.

—Creo que lo mejor será que le diga a la señora Berta que ya no vas a volver a trabajar en el restaurante —comentó él con sorna—. Debes de haberte reído mucho.

—Disfruté trabajando. Después de mis ocupaciones habituales, servir mesas ha sido como unas vacaciones.

—Yo creía que llevaba las de ganar, pero tú tenías todos los ases en la manga —susurró Pablo sin dejar de mirarle la boca.

—Tenía que conseguir esos contratos. Mis planes de expansión dependen de ellos.

—Hay minerales por todas partes. ¿Por qué no fuiste a Arizona por ejemplo a buscarlos?

—Porque tú no estabas allí —dijo ella con los ojos brillantes.

—Es verdad. En realidad, tú no ibas detrás de los contratos, sino que querías colocarme una cuerda alrededor del cuello. Crees que lo has conseguido, pero no sabes lo mucho que me apoyan mis accionistas y lo dispuesto que estoy a luchar para recuperar la confianza de los que me la han retirado. Me gusta la lucha. Si quieres mi empresa, ven a buscarla, pero prepárate a luchar.

—A mí también me gusta pelear. Nicolas me enseñó cómo hacerlo.

El hecho de que se mencionara al marido de LAli endureció el rostro de Pablo.

—Él tenía instinto asesino. Yo también, pero creo que tú no, Lali. Hace falta mucho más que tu apellido de casada para asustarme.

—Recuerda que tengo los poderes.

—Ya han cambiado de manos una vez —replicó él con voz arrogante—. En los viejos tiempos no competías conmigo. Dabas, no pedías.

—Los tiempos cambian.

—Ni que lo digas —afirmó él colocándose el sombrero—. No me rindo fácilmente y tampoco cedo. En estos momentos tienes las de ganar, pero me gustaría ver cuánto tiempo puedes aguantar así.

—Te enviaré una postal desde Chicago, Pablo.

— ¿Te vas a marchar inmediatamente? —dijo. Entonces, se acercó a ella con un gesto insinuante—. Quédate un poco más. Te llevaré al ático y haremos el amor sobre la alfombra.

—No quiero...

Se interrumpió cuando él le colocó la mano sobre un seno y empezó a acariciarle un erecto pezón con el pulgar. Inmediatamente, Pablo le cubrió la boca con la suya.
Lali lo empujó, pero notó que estaba tan echada hacia atrás que estaba a punto de perder el equilibrio. Tuvo que agarrarse a él con fuerza para no caerse. Mientras tanto, Pablo la besaba apasionadamente, introduciéndole la lengua en la boca tan
profundamente que Lali no pudo resistirse a las chispas de electricidad que le recorrieron todo el cuerpo. Pablo apartó la boca de la de ella y puso recta la silla.

—Eres mía —le dijo —. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Corre mientras puedas, pero no vas a poder escapar. Esta vez no te dejaré marchar.

Con eso, se dio la vuelta y salió por la puerta. Lo había dicho en serio. Ni siquiera el niño lo disuadiría. Tenía a Lali en su poder y no iba a soltarla, le costara lo que le costara. Los últimos seis años habían sido un infierno por el que no iba a volver a pasar. Victorio lo ayudaría a sacarla de su despacho para siempre. Entonces, Lali
sería suya para siempre. Ya se preguntaría más tarde el lugar que ocuparía.
La risa de Ian resonó por toda la casa mientras el señor Smith y el niño bajaban por la escalera. Cuando entraron en la cocina, el señor Smith frunció el ceño al verla tan arrebolada.

— ¿Lo has echado? —le preguntó.

—Se marchó voluntariamente —respondió ella, levantándose—. Su madre ha preguntado por mí. Tengo que ir al hospital a verla. Lo he prometido.

— ¿Y qué crees que quiere su madre?

—No lo sé. Estoy casi segura de que tiene algo que ver con ya sabes el qué —añadió, sin mencionar el nombre de Ian— . No creo que se lo haya dicho, pero no puedo estar segura.

— ¿Y si se lo ha dicho?

—Tú mismo lo dijiste. Tendremos que encontrar un agujero. Sin embargo, tal vez no tengamos que llegar a eso. Primero, tengo que saber lo que tiene pensado Emilia —comentó, mirando el reloj—. Se supone que Hamilton tiene que llamar esta mañana. ¿Puedes llamar a Vico en mi nombre y pedirle que interceda?

—Claro. —Gracias.

Lali le dio un beso a Ian y dejó que él señor Smith le diera de desayunar mientras ella se iba a su dormitorio. Le quedaba un vestido que no se había puesto, uno estampado de seda. Se lo puso, se peinó y se calzó unos zapatos de tacón.
Decidió no pensar en lo que Pablo le había dicho. Aún se le notaba en la boca la huella de los labios y su sabor le turbaba aún el pensamiento. Pablo la deseaba. Eso no había cambiado. Sin embargo, no podía volver a entregarse a él. Tenía que sacar a Ian de Billings antes de que Pablo descubriera la verdad.