miércoles, 31 de enero de 2018

Capitulo 4 y 5 : "La Impostora"



Capítulo 4

     —¡Lali! ¿Cómo estás?

     Lali respiró aliviada al oír la voz de su hermana al otro lado del teléfono.

     —¡Mar! Esto es un desastre. Tienes que regresar enseguida.

     —¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?

     —Pablo, eso es lo que ha ocurrido.

     —¿Qué quieres decir? Está en Milán, estará allí toda la semana. ¿A qué te refieres?

     —Giuseppe Zeppa sufrió un ataque .El asunto de Zeppabanca se ha parado, al menos de momento. Y Pablo...está aquí.

     —¡Cielo santo! ¿Qué ha pasado?

     —Ya te lo he dicho, un desastre. Tienes que volver cuanto antes.

     —¿Quieres decir que lo sabe?

     —Sabe que algo raro está ocurriendo.

     —Pero todavía no se ha dado cuenta del engaño, ¿verdad?

     —No, todavía no, pero… ¿es que no te parece suficientemente grave que haya regresado? No puedo seguir con esto, Mar. Aceptar fue una locura, pero con él aquí es imposible. Imposible.

     —Pero… ¡La boda de Luna es mañana! No puedo irme ahora.

     —¿Por qué? ¿Por qué tenía que casarse un martes y hacerlo en Hawai? ¿No podía hacerlo en la iglesia de su barrio como todo el mundo?

     —Ya la conoces, le gusta ser diferente. Va a ser una boda increíble. Muchas gracias por hacerme este favor, gracias a ti puedo estar aquí.

     —¡Deja ya de darme las gracias! No puedes dejarme sola de esta manera. ¡No con Pablo aquí! No puede salir bien.

     —¡Eh! Me lo prometiste, ¿recuerdas?

     —Eso fue porque creí que él no estaría aquí. Pero todo ha cambiado. ¿Es que no te das cuenta de que no puede salir bien? ¿No ves que es necesario que vuelvas?

     Al otro lado del teléfono no se escuchaba nada, sólo un silencio desolador.

     —¿Mar?

     —Sí, hermanita, aquí estoy. Sólo estaba pensando. Mira, incluso si tomara el primer vuelo mañana por la mañana, no llegaría ahí hasta el miércoles.

     —¿Y?

     —Eso quiere decir que, al menos, tendrás que seguir con todo esto dos días más.

     —¡Dos días!

     —Mira, si estuvisteis juntos todo el día y no se dio cuenta de nada, las probabilidades de que…

     —¿De qué? ¿Qué te hace pensar que no se dará cuenta de todo mañana?

     —Hoy has hecho lo más difícil. Mañana será, simplemente, un día más para él.

     —Pero… estarás aquí el miércoles, ¿verdad?

     —Lali, si puedes aguantarlo dos días, ¿por qué te es tan difícil hacerlo una semana?

      —¡No! ¡Tú no lo entiendes! ¡No puedo trabajar con él!

     —Sé que a veces puede ser una persona difícil y exigente, pero tú puedes hacerlo, sé que puedes.

     —Mar, no es el trabajo lo que me preocupa.

     Lali  volvió a escuchar de nuevo aquel incómodo silencio.

     —¿Mar?

     —¿Qué quieres decir? —preguntó finalmente su hermana.

     —Siempre que me hablabas de él, me decías lo terrible que era trabajar con él. Déjame hacerte una pregunta un poco tonta, ¿alguna vez te pidió salir con él?

     —¿Salir con él? ¿Estás bromeando? Pablo nunca dejaría que le vieran con su secretaria. Me lo dejó muy claro desde el primer día. Me advirtió que me despediría en el acto en cuanto intentara algo con él. Además, a mí me pareció bien, no es mi tipo.

     —¿Quieres decir que nunca ha mostrado el más mínimo interés en ti?

     —Por supuesto que no. ¿Qué pasa? ¿Es que te ha hecho proposiciones o algo así?

     Lali siempre había sido sincera con su hermana. Pero, en aquella ocasión, no podía decirle toda la verdad.

     —Bueno… Algo así.

     —Pues no te preocupes, olvídalo. Para Pablo , no liarse con su secretaria es como un mandamiento escrito a fuego. Según parece, hace años se dejó llevar, la historia acabó muy mal y se prometió que nunca volvería a caer en el mismo error. De modo que, hermanita, puedes estar tranquila. No sé lo que ha pasado, pero seguro que lo has exagerado.

     «Si tu supieras…», pensó Lali.

     Sin embargo, si lo que había dicho su hermana era cierto, en aquellos momentos, Pablo seguramente estaría arrepintiéndose tanto como ella de lo que había sucedido. Tal vez por eso la había llamado por teléfono, para disculparse y prometerle que no volvería a pasar.
     ¡Y ella le había colgado! Bueno, al menos eso le haría entrar en razón y le demostraría que ella no estaba dispuesta a que volviera a ocurrir.

     Lali dejó que su hermana parloteara durante un rato sobre la boda, el tiempo y el paisaje de Hawai. No podía obligar a su hermana a renunciar a todo eso. Después de todo lo que había hecho, lo que había luchado por el padre de ambas, se lo merecía.
     ¿Por qué no había sido Pablo capaz de verlo igual que ella? De haberlo hecho, le habría dado a su hermana aquella maldita semana de vacaciones y Lali no habría tenido ningún problema.
   
     Cuando, a la mañana siguiente, Pablo llegó a la oficina, Lali ya estaba allí.

     —Buenos días —le saludó ella sin mirarlo, tecleando en su ordenador impasible.

     Pero a él no le importó. Si ella estaba dispuesta a olvidar lo que había ocurrido el día anterior, a él le parecía más que bien.

     Entró en su despacho, se sentó y observó durante unos minutos la bahía.

     —Perdón, ¿interrumpo?

     —No —contestó dándose la vuelta y viendo que era su secretaria.

     —Aquí está la agenda de hoy y el correo —dijo Lali dejando un montón de sobres en su escritorio.

     Pablo observó a su secretaria. Había vuelto de nuevo a sus trajes sobrios y horriblemente profesionales, ésos que ocultaban las curvas que él sabía que ella tenía.

     —Mar, asegúrate de que la gente de Rogerson tenga una copia de esto antes de la reunión —dijo señalando un informe—. Por cierto, necesitaré que vengas conmigo para tomar algunas notas. ¿Puedes estar lista dentro de una hora?

     —Por supuesto —contestó ella muy seria antes de salir del despacho.

     Era un alivio que su secretaria hubiera rectificado en su actitud y hubiera vuelto a ser la eficiencia y la profesionalidad personificadas. El traje que se había puesto y su actitud eran un mensaje evidente hacia él, un mensaje indicando que se mantuviera a distancia.
     Y eso era, exactamente, lo que él iba a hacer.
   
     —Rogerson se las sabe todas —dijo Pablo mientras conducía su Mercedes SLK negro descapotable por la autopista de la bahía—. Es de la vieja escuela. Ya antes de que le diera el ataque a Giuseppe no las tenía todas consigo. Ahora mismo debe de estar completamente a la defensiva. Debemos darle algo, algo que le dé seguridad.

     Sentada en el asiento del acompañante, Lali veía pasar los edificios a toda velocidad mientras el olor de los asientos de cuero y el perfume masculino de Pablo se mezclaban para dibujar frente a ella la imagen de un hombre atractivo, poderoso y rebosante de testosterona. Era una combinación explosiva y peligrosa.
     Pero ella se había propuesto que nada de aquello le afectara. Tenía que cumplir con su papel de secretaria y preocuparse únicamente del trabajo.

     —¿Y qué sucederá si Rogerson no está por la labor? —preguntó Lali observando el paisaje para no tener que mirarle a los ojos—. ¿Y si accede pero el proyecto de Zeppabanca no sale?

     —Saldrá adelante, estoy seguro. Pero Rogerson tiene otras dos propuestas encima de la mesa. En la reunión de hoy debemos actuar con inteligencia y adelantarnos.

     —¿Por qué tiene que ser él? Hay muchos constructores en la ciudad.

     —Cierto, pero no quiero a nadie más. Lo quiero a él. Me fío de él. Puede que sea conservador, pero es escrupulosamente honesto y eso, en este sector, vale su peso en oro. Además, lo que hace, lo hace bien, le gusta la calidad, no la cantidad. Y eso es precisamente lo que necesito. El Royalty Cove va a ser el edificio de la década, quiero que lo sea y que sea él quien lo construya.

     Pablo giró a la derecha y entró en una calle un poco más estrecha con edificios bajos de oficinas. En uno de ellos podía leerse el letrero Rogerson Developments. Pablo detuvo el coche frente al edificio.

     —Un sitio modesto —apuntó Lali saliendo del coche.

     —Así es Rogerson. Nadie podría imaginarse que, en realidad, es multimillonario.

     Una vez en la sala de reuniones, Lali se sorprendió aún más al conocer al hombre en persona. Llevaba un traje viejo que había visto días mejores, tenía la piel ligeramente tostada y el pelo canoso. En general, parecía un hombre normal y corriente. Sin embargo, sus ojos azules transmitían algo especial. Además, de alguna forma, sus rasgos le resultaban familiares, como si le hubiera visto en alguna parte.

     —Por fin nos conocemos —dijo Rogerson con una amplia sonrisa extendiendo su mano hacia ella—. Pablo la tiene encerrada en su oficina, ahora entiendo por qué. Me alegro de que haya decidido dejarla salir unas horas.
     Parecía un anciano bondadoso y servicial, no un eminente y millonario constructor. Lali le devolvió el saludo preguntándose dónde había visto a aquel hombre.

     El equipo de abogados llegó a los pocos minutos junto con el resto del equipo de Pablo .Se presentaron unos a otros y tomaron asiento en torno a una mesa repleta de pequeñas botellas de agua, finos vasos de cristal y delicadas servilletas.

     Lali estaba sentada junto a Pablo en una de las esquinas, con Rogerson en la otra punta. A pesar de estar rodeados de gente, Lali sentía la presencia de Pablo junto a ella como si todavía estuvieran solos en su coche. Algo en él la atraía contra su voluntad como un imán.

     Uno de los abogados empezó relatando cuál era la situación, las implicaciones que había tenido la paralización del acuerdo Zeppabanca.

      Después, llegó el turno de Pablo . Explicó los principales aspectos del proyecto y los beneficios que podría reportar a todos los implicados.

     —Royalty Cove tiene que seguir adelante —dijo para concluir su discurso—. Es el proyecto para la Costa Dorada más ambicioso que se ha diseñado en los últimos años. Tenemos la oportunidad de construir un complejo prestigioso, respetuoso con el medio ambiente y mostrarle el camino a Australia y al resto del mundo. La única forma de llegar a buen puerto es involucrar a los mejores, por eso queremos que sea Rogerson Developments quien lo lleve a cabo. Nadie más sería capaz de hacerlo. Pero, para eso, tenemos que estar listos para empezar en cuanto Zeppabanca se recupere.

     Su voz tenía algo que atrapaba a cuantos le escuchaban, tenía seguridad en sí mismo y una inexplicable credibilidad. Todos los presentes asentían con la cabeza, convencidos por sus palabras. Todos salvo Rogerson, que jugueteaba con los dedos en la mesa sin dejar de mirar a Pablo.

     —Nadie duda de que sea un buen proyecto —empezó Rogerson, y Lali sintió el nerviosismo que las palabras de aquel hombre estaban provocando en Pablo—. Tampoco de la pasión que hay en él. Pero, dada la situación, ¿cómo podemos estar seguros de que Zeppabanca querrá seguir adelante cuando se recupere?

     —Giuseppe estuvo en este proyecto desde el principio.

     —Lo sé, pero… ¿y si ocurre lo peor, Dios no lo quiera, y no se recupera? —apuntó Rogerson mirando a todos los presentes—. ¿Qué ocurrirá entonces si el nuevo director ejecutivo no es tan entusiasta como él o no tiene las mismas ideas? Comprenda mi posición. No me gusta trabajar con esa incertidumbre, y más cuando apostar por este proyecto me cerraría otras oportunidades. Tengo otras dos propuestas sobre mi mesa, incluso esta mañana he recibido una tercera cuya fecha de inicio sería en tres meses y que garantizaría trabajo para mis empleados durante los próximos tres años.

     —El Royalty Cove garantizaría, al menos, siete.

     —Si sale adelante.

     —Saldrá adelante, y será lo mejor que haya construido Rogerson Developments, estoy seguro.

     —¿Y si no sale adelante? Necesito que, de alguna manera, Zeppabanca se comprometa.

     —Giuseppe está enfermo, no puedo hablar en su nombre.

     —Entonces, estamos perdiendo el tiempo.

     —En ese caso… Le doy yo la garantía que necesita —dijo Pablo.

     Todos se volvieron para mirarlo.

     —¿A qué se refiere? —preguntó Rogerson.

     —Me comprometo personalmente a cubrir todos los gastos que pueda tener su personal mientras esperamos noticias de Zeppabanca. Usted no perderá dinero y su equipo tampoco. Nadie perderá.

     Lali observó a los dos hombres. Los dos poderosos, los dos empresarios de éxito. Rogerson tenía aversión al riesgo, Pablo, en cambio, iba tras él. Hasta entonces, se había implicado con su trabajo en aquel proyecto. Aquella proposición significaba su compromiso personal, con su dinero, con su empresa, con todo.
     Rogerson enarcó una ceja y Lali, de pronto, recordó algo que había sucedido en un campo de refugiados de Somalia. Una larga cola de mujeres y niños esperaban al equipo de Médicos Sin Fronteras. En la cabeza de la cola, un hombre con el pelo revuelto estaba bromeando con los chiquillos para hacerles más grata la espera. Los que le conocían se referían a él como doctor Sam, pero en realidad se apellidaba Rogerson.
     ¡Por eso le resultaba familiar!

     —Creo que deberíamos hacer un descanso de quince minutos para tomar un café —ordenó Rogerson levantándose.

     El equipo de Pablo se dirigió hacia él como un rayo, lleno de preguntas. Lo mismo hizo el de Rogerson.
     Lali decidió dejarle solo y se levantó para conseguir un café para su jefe y un zumo para ella. Tenía ganas de poder hablar con Rogerson, pero sabía que no debía hacerlo.

     —¿Necesita algo? —le preguntó de repente el constructor mientras sostenía un plato lleno de sándwiches.

     —No, gracias —respondió ella—. Vaya, veo que ha conseguido librarse de todo el mundo.

     —En los negocios, la rapidez es esencial —dijo Rogerson sonriendo—. Debo admitir que su jefe es muy persuasivo.

     «Desde luego», pensó Lali recordando lo que había ocurrido el día anterior en la puerta del ascensor.

     —A Pablo le apasiona su trabajo. Por eso quiere que usted entre en el proyecto, quiere al mejor.
     Rogerson se llevó a la boca uno de los sándwiches sin dejar de mirarla.

     —Señor Rogerson, espero que no le moleste la pregunta, pero se parece mucho a un hombre que conocí una vez. No tendrá usted algo que ver con Sam Rogerson, ¿verdad?

     —¡Vaya! —exclamó Rogerson con sus ojos azules iluminados—. Estaba esperando que me preguntara algo sobre Zeppabanca, es usted encantadora. Pues sí, mi segundo hijo se llama Sam, trabaja en Médicos Sin Fronteras.

     —¡Lo sabía! Sam es una persona extraordinaria y un gran médico. Tiene un talento natural con los niños. Todo el mundo se alegra mucho cuando él está cerca. Debe estar muy orgulloso de él.

     —¿No me diga que ha estado usted trabajando en alguno de esos países olvidados de Dios?

     —¡Oh! —exclamó Lali recordando, de repente, que se suponía que ella era su hermana, Mar, que nunca había estado en África y mucho menos en un campo de refugiados—. En realidad no, pero he oído hablar de él. Mi hermana estuvo varios años en GlobalAid y trabajó con él una temporada. Me ha hablado mucho de él, sobre todo de lo maravilloso que era con los niños.

     —Es precioso oírla decir eso de mi hijo. Sobre todo porque no solemos tener noticias suyas muy a menudo, sólo un par de veces al año. A Doris y a mí nos vuelve locos, nunca sabemos en qué anda metido.

     —Pues, si le sirve de consuelo, puedo asegurarle que está haciendo un trabajo excelente. Mi hermana me contó que estuvo con él hace un mes, justo antes de que ella saliera del país. Me contó que su hijo estaba haciendo un trabajo increíble, pero que echaba mucho de menos a su familia.

     En realidad, Sam había sido el médico que había dado el visto bueno a Lali para que regresara a casa. Había pasado un rato hablando de Australia, de la Costa Dorada, y de lo mucho que él la echaba de menos.

     —No sé qué decir. Sus palabras me llenan de alegría. ¿Y dice que fue su hermana quien le contó todo?

     —Sí, acaba de volver hace poco después de haber pasado en África tres años.

     —Querida, me ha alegrado usted el día. Doris se pondrá muy contenta cuando lo sepa. Se preocupa mucho por nuestro hijo, como no le vemos mucho…

     Lali lo entendía perfectamente. Su propia hermana le había rogado, a su regreso, que no volviera, ya que no podía dormir por las preocupaciones y los temores.

     —No saber nada es lo peor —dijo Lali—. Pero, si le sirve de ayuda, puedo decirle que mi hermana, su hijo y todos los que han decidido orientar sus vidas como ellos son conscientes de los riesgos que conlleva. Siempre hacen todo lo que pueden para correr el menor peligro posible. Pero, a veces, son conscientes de que hay que arriesgar para marcar la diferencia.

     Rogerson pareció meditar sus palabras unos instantes y, entonces, posó su mano sobre el hombro de Lali.

     —Sabias palabras, querida. Sabias palabras —dijo sacando una tarjeta de su chaqueta—. Aquí tiene mis señas. Llámeme cuando su hermana tenga un rato libre y arreglaremos una cita para que pueda contarnos a mi mujer y a mí cosas sobre los campos de refugiados y sobre nuestro hijo. Y muchas gracias de nuevo. Doris se va a poner muy contenta cuando se lo cuente todo. Ahora, será mejor que se tome ese café antes de que se enfríe.

     ¡Cielos!
     Se había olvidado del café de Pablo
     Estaba helado.
   
     ¿Qué estaba haciendo Mar? ¿De qué demonios estaba hablando con Rogerson? ¿Por qué sonreía tanto? A él nunca le había sonreído así.

     Cuando Rogerson posó su mano sobre el hombro de su secretaria, empezó a hervirle la sangre en las venas.

     —Pablo, ¿quiere añadir algo?

     El jefe de su equipo de abogados le estaba mirando fijamente, esperando una respuesta.

     —No, nada más.

     ¿De qué había estado hablando con él? Si había hecho o dicho algo para poner en peligro el proyecto, se lo haría pagar.
     Su secretaria se sentó junto a él al fin y le puso sobre la mesa una taza de café. La sonrisa que había observado en ella mientras hablaba con Rogerson había desaparecido.

     —Bueno —dijo Rogerson—, no veo ninguna necesidad de que sigamos perdiendo el tiempo. ¿Qué opinas, Pablo ?
     Pablo miró de reojo a su secretaria.

     ¿Qué demonios le había dicho?

     —Señor Rogerson —dijo Pablo apartando el café con la mano, incapaz de beber nada—. Eso depende de lo que usted decida.

     —Tiene toda la razón. Lo he estado pensando y he tomado una decisión. No voy a aceptar la garantía personal que me ha ofrecido.


Capítulo 5

     Algo dentro de Pablo se quebró como el cristal. Mar había firmado su sentencia de muerte.

     Había estado trabajando en aquel proyecto durant, planificándolo hasta el último detalle y, cuando estaba a punto de conseguirlo, algo que había dicho ella lo había echado todo por tierra.

     —Entiendo —dijo Pablo incrédulo.

     —Me temo que no lo ha entendido —dijo Rogerson—. No voy a aceptar su garantía porque no la necesito.

     Pablo miró al hombre como si le hubiera regalado una segunda vida, aunque inseguro todavía de haber comprendido bien.

     —Entonces… ¿Significa eso que acepta construir el Royalty Cove sin ninguna garantía?

     —Por supuesto. Un hombre que habla con tanta pasión como usted, y que está dispuesto a poner su propio patrimonio como garantía, es un hombre en quien se puede confiar. Además, hay cosas más importantes en la vida que la seguridad. A veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.
   
     —¿Me vas a contar qué ha pasado? —preguntó Pablo en el trayecto de vuelta mientras conducía su descapotable.

     —¿A qué te refieres? Rogerson aceptó el contrato, ¿no era eso lo que se suponía que tenía que suceder?

     —No me refiero a eso —dijo apartando la mirada de la carretera por un instante para mirarla—. ¿De qué estuviste hablando Rogerson y tú? Parecían tener mucha complicidad. Hasta te puso la mano en el hombro. ¿De qué hablaron?

     —Se diría que estás celoso —bromeó Lali

     —No digas tonterías —dijo él poniendo suficiente agresividad en su voz como para que ella captara correcta y claramente el mensaje—. Podría ser tu abuelo.

     —¿Y? Me gusta ese hombre. No es el típico multimillonario engreído y egocéntrico. Es una persona cercana, cálida y auténtica.

     Pablo la miró de nuevo. ¿Era eso lo que opinaba ella de él, que era un empresario egocéntrico? ¿Por eso nunca le sonreía como lo había hecho con Rogerson?

     —¿Qué le dijiste?

     —Phil Rogerson tiene un hijo llamado Sam, es médico y trabaja para Médicos Sin Fronteras.

     —¿Y?

     —Pues resulta que yo… Mi hermana trabajó con él durante un tiempo. Estuvimos hablando sobre ello.

     —¿Tienes una hermana?

     —Sí.

     —¿Y trabaja en campos de refugiados?

     —Trabaja para GlobalAid. O, al menos, trabajaba. Acaba de regresar hace poco.

     —Nunca me dijiste que tuvieras una hermana.

     —Nunca lo preguntaste.

     Y así era, en verdad. Nunca le había interesado mucho la vida personal de su secretaria. Sin embargo, de pronto, todo lo que tenía que ver con ella le interesaba, le obsesionaba.

     —¿Y dices que tu hermana trabajó un tiempo con el hijo de Rogerson?

     —Eso es.

     —¿Cómo lo supiste tú?

     —Mi hermana me lo contó.

     —¿Y cómo te diste cuenta de que Phil Rogerson era su padre?

     —Disculpa, pero… ¿adónde quieres llegar? —preguntó Lali nerviosa.

     —Dímelo tú —contestó Pablo observando la inquietud de su secretaria.

     —No lo sabía, ¿contento? No estaba segura, se lo pregunté y tuve suerte. Él y su mujer no han tenido noticias de su hijo desde hace mucho tiempo, por eso se alegró tanto de hablar conmigo. Mi hermana estuvo con el hijo de Rogerson hace apenas un mes.

     Pablo detuvo el coche en el aparcamiento del edificio que albergaba sus oficinas, pero no hizo ninguna intención de salir del vehículo.

     —Mar.

     —¿Sí?

     Pablo pasó el brazo derecho por detrás del respaldo del asiento de ella y se inclinó levemente hacia Lali, observando cómo ella se pegaba a la puerta para aumentar el espacio entre ambos.
     Era evidente que su secretaria estaba pensando que él estaba dispuesto a continuar con el beso que habían interrumpido el día anterior.

     La idea no carecía de atractivo. Había pasado toda la noche dándole vueltas, recordando el momento, recordando el cuerpo de ella y fantaseando sobre lo que habría podido pasar.

     —¿Quieres algo? —preguntó ella, nerviosa, con la respiración agitada.

     —Dices que tu hermana volvió hace apenas un mes y te contó que había estado con el hijo de Rogerson. ¿No te parece curioso?

     —No te entiendo. ¿Dónde está el problema? Deberías estar contento después de lo que acaba de ocurrir en la reunión. ¿Acaso no has conseguido lo que querías?

     ¿Lo que quería?
     Últimamente, no estaba muy seguro de lo que quería.
     En esos momentos, por ejemplo, lo único que deseaba era besarla.
     Pero ya era demasiado tarde. Su secretaria había abierto la puerta y había salido apresuradamente del vehículo.

     —¡Mar!

     Pablo salió del coche rápidamente, lo cerró y fue corriendo hasta los ascensores, donde su secretaria esperaba ansiosa.

     —¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás a la defensiva? Al fin y al cabo, no es algo que tenga demasiada importancia.

     Lali estaba agotada. Agotada de sus constantes preguntas, de sentirse examinada a cada segundo. Sólo era cuestión de tiempo que terminara por descubrir el engaño.

     —Creí que estabas enfadado conmigo.

     —No estaba seguro de ti. No entendía qué había pasado en la sala de reuniones entre Rogerson y tú.

     Lali se volvió para responderle, pero no supo qué decir. Durante todo el día, hasta aquel momento, Pablo se había mantenido a distancia, se había comportado como su jefe en todo momento, y eso le había servido a ella para manejar un poco mejor la situación.

     Pero, en los últimos minutos, todo había cambiado. Su presencia se había vuelto peligrosa de nuevo, volvía a tener problemas para respirar con normalidad.

     La inseguridad que sentía aumentó todavía más al abrirse las puertas del ascensor y entrar los dos. Pablo sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y pulsó el botón de la planta donde estaba su despacho. Sin embargo, en lugar de ponerse a su lado, Pablo se situó de espaldas a las puertas, mirándola fijamente. Lali apoyó la espalda contra la pared opuesta, como si estuviera prisionera en una cárcel.

     —¿Es que no te das cuenta de lo que ha sucedido? —le preguntó él acercándose—. Si tu hermana no te hubiera contado que había visto a Sam Rogerson, el resultado de la reunión seguramente habría sido muy distinto. Rogerson no estaba convencido, lo noté. Sin embargo, hablar contigo le hizo cambiar de opinión. ¿Qué le dijiste?

     Estaba cerca.
     Demasiado cerca.
     Podía sentir el calor del cuerpo de él, su perfume invadiéndola como una ola de deseo. Su cuerpo estaba empezando a despertar, luchando por lanzarse en los brazos de él. Aquello se estaba volviendo cada vez más peligroso.

     —No lo sé —dijo Lali—. Phil me estaba contando lo preocupados que estaban su mujer y él por los constantes riesgos que tenía que asumir su hijo. Lo único que yo le dije fue que, a veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.

     —¡Bravo! —exclamó él—. Lo que hiciste fue resumir en una sola frase el espíritu del proyecto, mientras que a mí me costó una hora de discurso.

     Pablo extendió la mano y le acarició la mejilla suavemente con las yemas de los dedos. ¿Por qué un gesto tan insignificante estaba provocando una reacción tan desproporcionada dentro de su cuerpo? Sus pechos se estaban endureciendo y sus labios entreabriendo. La última vez que habían estado tan cerca había sido el día anterior, y las cosas habían ido demasiado lejos. Sin embargo, el día anterior, Lali había pensado que por quien estaba interesado Pablo era por su hermana. Sin embargo, después de la conversación con Mar, ese extremo había quedado claro.

     ¿Era posible que Pablo se sintiera atraído por ella?
     ¿Cómo iba a ser capaz de luchar contra eso?
     «Mar volverá dentro de unos días, y tendrá que afrontar las consecuencias de lo que yo haga», se recordó Lali a sí misma.

     —Pablo … —murmuró.

     —Debería darte las gracias —dijo él mirándola fijamente—. Has salvado todo el proyecto. Debo encontrar la manera de agradecértelo.

     —No es necesario —dijo ella rápidamente mirando hacia otro lado, pensando en lo rápido que saldría de allí si pudiera atravesar las paredes.

     —Al menos, debería darte las gracias —insistió él apoyando una mano contra la pared, cortando así la vía de escape de Lali.

     —Entonces, hazlo —dijo Lali, suplicando por dentro que no insistiera más.

     —Sin embargo, creo que te mereces algo más que darte las gracias —dijo Pablo sosteniéndole la barbilla con la mano y alzándole la cabeza.

     El cuerpo de Lali estaba ya casi incandescente. Sus últimos reductos de sensatez estaban derritiéndose poco a poco.

     —Entonces… —murmuró Lali mirándole con los ojos llenos de deseo—, ¿qué?

     Como si hubiera adivinado sus más íntimos pensamientos, Pablo se acercó aún más a ella, hasta que sus cuerpos se tocaron. Los pechos de Lali estaban a punto de explotar, presionados contra el tórax de él. El menor movimiento, el menor gesto, y se entregaría a él sin la menor resistencia.

     —Entonces… esto.

     Los labios de él tocaron los suyos y Lali se sintió como si hubiera regresado a casa después de haber pasado mucho tiempo lejos. Pablo la estaba besando tan suavemente, con tanta delicadeza, que lo único que podía hacer era darle la bienvenida con su boca.

     Justo en ese momento, el ascensor se detuvo, sonó un timbre y las puertas se abrieron.

     —¡Cielo santo! —exclamó Pablo separándose un poco de ella, mostrando con su reacción que estaba tan turbado como Lali.

     Con un movimiento casi imperceptible, Pablo la tomó en brazos y salió de ascensor. Lali estaba tan sorprendida como excitada. Nunca le había ocurrido nada semejante. Estar envuelta en sus brazos la embriagaba de una forma inesperada, tanto que apenas se dio cuenta de que, en lugar de detenerse en el escritorio de ella, Pablo había seguido recto.

     ¿En qué estaba pensando?
     ¿Quería llegar hasta el final?

     —¿Adónde me llevas?

     —A un lugar donde no nos moleste nadie —dijo él abriendo una puerta.

     —¡Pablo! —protestó Lali intentando liberarse—. No creo que sea buena idea.

     —Pues a mí no se me ocurre ninguna mejor.

     El cuerpo de Lali estaba de acuerdo con él, pero su parte racional le decía a gritos que todo era un tremendo error.

     Pablo avanzó a través de un enorme salón que, al igual que el despacho de él, gozaba de unas preciosas vistas a la bahía.

     —¡Déjame bajar! —gritó Lali —. ¡No podemos hacer esto!

     —Claro que podemos, pero, ya que lo pides tan amablemente —bromeó él—, haré lo que me pides.

     Pero Lali no aterrizó en el suelo, como esperaba, sino en una cama enorme cubierta por un edredón de seda.
     Quitándose la chaqueta, Pablo la miró desde los pies de la cama con los ojos encendidos.

     —¡No! —exclamó Lali viendo que él empezaba a quitarse la camisa despacio.

     Tenía que escapar de allí. Era evidente que aquello no podía suceder. ¿Por qué su cuerpo no le obedecía? ¿Por qué estaba tan excitada?
     La respuesta la tenía delante de ella. Pablo se había quitado la camisa y los pantalones, exhibiendo un cuerpo perfecto, un cuerpo diseñado por un escultor para volver locas a las mujeres.

     —Tú sientes lo mismo que yo —murmuró él—. Lo sentiste mientras subíamos en el ascensor.

     —Sólo fue un beso —mintió Lali

     —Fue mucho más que un beso —dijo él.

     —Eso no significa…

     Aprovechando el momento, Lali se revolvió en la cama e intentó salir por un lado.
     Pero Pablo, haciendo gala de nuevo de sus excelentes reflejos, fue hacia ella rápidamente y abortó su fuga.

     —Eso significa que me deseas.

     Y, para demostrarlo, tomó la mano de ella, la obligó a recorrer su tórax y, suavemente, hizo que tomara su miembro.
     Lali se quedó sin respiración. Era demasiado. No podía más. Deseaba tener aquello dentro de ella.

     —Yo también te deseo —añadió besándola.

     Pero, incluso poseída por aquella intensa pasión, algo dentro de ella no iba bien. Aquello estaba yendo demasiado rápido, lo había conocido hacía sólo dos días y ya estaba tendida en una cama con él deseando que la penetrara. Era una auténtica locura.

     Una locura que no podía permitirse, y mucho menos con él. No cuando, en realidad, ella estaba suplantando el lugar de su hermana, no cuando iba a ser Mar la que afrontara las consecuencias del caos que ella estaba creando.

     —¡No puedo hacerlo! —suplicó Lali.

     —¡Deseas hacerlo!

     Quería gritar, quería decirle que sí, que lo deseaba, que siguiera adelante, que no se detuviera… Pero no podía hacerlo.

     —No —mintió—. No te deseo, quiero que pares, por favor.

     Pablo se quedó inmovilizado, como si lo hubieran congelado.

     —¿Hablas en serio? —preguntó mirándola.

     —Tengo que irme —dijo Lali haciéndose a un lado y saliendo de la cama.

     —¡Mar! ¿Qué ocurre?

     —No quiero hacer el amor contigo. ¿Es que no lo entiendes? Tú no me deseas de verdad.

     —¿De qué estás hablando? Claro que te deseo. Y lo sabes.

     Lali negó con la cabeza. Mar había sido muy clara en lo referente a su relación con Pablo. Cuando regresara la semana siguiente, todo debía seguir igual.

     —¿Cuál fue la frase que me dijiste el primer día que entré a trabajar aquí? ¿No me dijiste que me despedirías en el acto en cuanto intentara algo contigo? ¿Qué está pasando ahora? No lo entiendo.

     Pablo la miró furioso. Sí, le había dicho eso, ésas eran sus palabras.

     —¡Vete a casa! —exclamó fuera de control—. ¡Tómate la tarde libre!

     —Pero… tengo trabajo que hacer.

     —¡He dicho que te vayas a casa! Ya has hecho bastante por hoy.
   
     Pablo se abrochó la camisa insatisfecho, con el cuerpo en tensión y la cabeza confusa.
     ¿Qué le estaba ocurriendo?
     Morgan llegaba trabajando para él desde hacía más de un año y medio y nunca le había parecido nada especial.
     ¿Por qué, de repente, todo había cambiado?
     ¿Por qué la deseaba con tanta intensidad?
     La deseaba. ¿Por qué debía renunciar a ella? No se parecía en nada a Tina. De lo contrario, no habría dejado escapar la menor oportunidad para acostarse con él.
     Mar, en cambio, estaba intentando luchar contra la evidente atracción que sentía hacia él. Y, aunque eso la hacía aún más atractiva, no podía entenderlo.
     ¿Por qué?

     Pablo se arregló el pelo sintiendo su cuerpo todavía excitado. Necesitaba una mujer urgentemente.
     Entró en su despacho, sacó su PDA y consultó su agenda. Disponía de todas las mujeres que deseara.
     Al llegar a Sonya se detuvo. Era una preciosidad de pelo corto, moreno y ojos verdes. Nunca le había dicho que no.

     Pero, al tomar el auricular para marcar su número, se detuvo. No quería a Sonya. No quería a ninguna otra mujer que no fuera su secretaria.
     La culpa de todo la tenía Tina. Había sido aquella mujer quien le había llevado a hacerle aquella estúpida advertencia a Mar.

     Sin embargo, él seguía siendo el responsable de sus actos. Podía romper sus propias reglas en cualquier momento. Nadie le obligaba a seguirlas.
     Deseaba a Mar e iba a tenerla antes de que terminara la semana.
     Lo único que tenía que hacer era esperar.

lunes, 29 de enero de 2018

Capitulo 2 y 3: "La Impostora"




Capítulo 2
     —Ponte en contacto con Rogerson e intenta concertar una reunión para mañana a primera hora en su oficina.

     Con las manos en los bolsillos, Pablo dictaba órdenes sin cesar mientras se paseaba de un lado a otro de la omnipresente pared de cristal, desde la que se divisaba la Costa Dorada.

     LAli se esforzaba en copiar todo lo que él decía y, al mismo tiempo, comprender aquel aluvión de información.

     —Te refieres a Phil Rogerson, el director ejecutivo —murmuró para sí.

     —Y asegúrate de que George Huntley acuda a la reunión —dijo Pablo asintiendo al comentario de Lali—. Necesitamos que todos los implicados estén allí.

     —George Huntley… El responsable del bufete Huntley & Jacques… —volvió a murmurar Lali.

     Había sido una idea excelente demorarse un par de minutos antes de entrar en el despacho de Pablo para ojear los documentos relativos a aquella operación. Gracias a la eficiencia de Mar, que se había preocupado de dejar toda la información preparada antes de irse, Lali había podido enterarse un poco del asunto que preocupaba tanto a Pablo.

     —Cuando esté todo arreglado, quiero que envíes un ramo de flores a Giuseppe.

     —¿Giuseppe? —preguntó LAli sin saber a quién se refería, aunque el nombre le resultaba familiar.

     —Giuseppe Zeppa —aclaró Pablo—. Averigua en qué hospital está ingresado y mándale las mejores flores que puedas encontrar.

     ¡Giuseppe! ¡Claro!
     Era el italiano al que le había dado un ataque al corazón, el que había provocado aquella pequeña crisis, pillándola a ella desprevenida. Y no era que fuera culpa de él, por supuesto, sino de su hermana, que le había prometido que no tendría que hacer nada, sólo estar allí sentada y distraerse enviando correos electrónicos, pintándose las uñas… Lo que a ella le apeteciera. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, si hubiera sabido que iba a tener que representar el papel de secretaria de Pablo en una crisis financiera, se habría quedado repartiendo paquetes de comida en el centro de refugiados sin dudarlo.

     Estaba tan absorta copiando las últimas instrucciones que le había dictado, tan absorta en sus propios pensamientos, maldiciendo el momento en que había entrado por la puerta de aquella oficina, que no se dio cuenta de que Pablo había dejado de hablar y la estaba mirando.

     —¿Se puede saber qué te ocurre hoy? —preguntó él como si sospechara algo.

     —Nada —contestó Lali nerviosa—. ¿Por qué lo dices? —añadió apartándose un mechón de cabello del rostro.

     —Porque no haces más que repetir todo lo que digo. ¿Estás segura de que estás bien? Tienes la voz un poco distinta.

     —Estoy bien, claro que estoy bien —se apresuró a responder—. Al menos, no soy consciente de que me pase nada raro.

     —Entonces, ¿qué demonios te pasa?

     —¡A mí no me pasa nada!

     —Llevas toda la mañana comportándote de una forma muy extraña.

     —¡Y tú llevas toda la mañana de un humor de perros!

     Pablo guardó silencio.
     No había hecho el menor gesto, pero era evidente que su comentario no le había sentado nada bien. Tenía el rostro lleno de tensión, y los hombros rígidos como una roca. Había dejado de parecer un pistolero del salvaje oeste. En aquel momento, mientras su figura se recortaba sobre el océano azul y el brillante cielo matutino, se había convertido, de repente, en un dios furioso. Y su furia estaba concentrada en una sola persona. En ella.

     —¿Ah, sí? —dijo arqueando las cejas—. ¿He estado de mal humor toda la mañana?

     Si todo lo que Mar le había contado sobre él era cierto, seguramente no era cuestión de una mañana. Aquel hombre había nacido ya de mal humor. Lali no estaba dispuesta a echar más leña al fuego.

     —Bueno, al menos, desde que he llegado.

     —Y muy tarde, por cierto.

     —¿Disculpa? —preguntó Lali mirándolo.

     —Te recordaba que has llegado muy tarde. Tal vez, si hubieras llegado a tu hora, ahora mi humor sería otro.

     Lali miró su reloj. ¿Cuánto más iba a durar aquella pesadilla?

     —¿Has quedado con alguien?

     —¿Perdón?

     —¿Tienes que ir a alguna parte? ¿A comer con alguien, quizá?

     —No creo que sea asunto tuyo, pero había pensado comer aquí para no perder tiempo —respondió Laliempezando a hartarse de la forma en que le estaba hablando—. Así haré penitencia por mis pecados.

     Pablo volvió a mirarla con los ojos llenos de furia, pero se relajó al instante.

     —Perfecto —apuntó finalmente dándose la vuelta—. Avísame en cuanto hayas hablado con Rogerson.

     Pero Lali no dijo nada. Se había quedado hipnotizada observando lo bien que le quedaban los pantalones, los músculos que se marcaban en su camisa, la asombrosa anchura de sus hombros. Era imposible imaginar a un hombre más perfecto que él.

     —¿Algo más? —preguntó Pablo dándose la vuelta de repente.

     La había visto. La había visto mirarlo embobada. Estaba como paralizada, como atada con cuerdas a la silla. ¿Qué le ocurría? ¿Es que no tenía ya suficientes complicaciones?

     —No —contestó sonrojada mientras se levantaba de la silla—. Nada más.

     Pablo la vio salir de su despacho. Las cosas empezaban a arrancar de nuevo, pero no estaba tranquilo. ¿Por qué había sentido una sensación de alivio al saber que su secretaria no había quedado con nadie para comer? ¿Qué le importaba a él eso?
     Aquellas piernas, aquellas medias brillantes…
     ¿Por qué se las había puesto? Si no había quedado a comer con nadie… ¿Tal vez tenía una cita para cenar? ¿Acaso la inesperada presencia de él allí le había echado a perder algún plan? Eso explicaría su actitud.
     No es que le importara mucho. Sólo era curiosidad, nada más. Todo cuanto afectara a uno de sus empleados requería su atención. Si algo estaba afectando a su secretaria, tenía derecho a saberlo.
   
     No había tiempo que perder.
     Una vez que hubo repasado de nuevo toda la información, Lali se lanzó a hacer llamadas siguiendo las instrucciones de Pablo. No podía cometer el más mínimo error.
     Sin embargo, lo primero que había hecho, nada más sentarse, había sido enviarle un correo electrónico urgente a su hermana. El mensaje había sido bastante claro: Llámame esta noche sin falta. Es urgente. Mar le había prometido comprobar su buzón de correo electrónico todos los días.
     Aunque, en realidad, no había accedido a nada. Casi había sido una imposición.

     —Me lo debes —había dicho Mar—. Cuando papá enfermó, fui yo la que tuve que arreglármelas sola para cuidarle.

     —¡Estaba enferma! —había exclamado Lali defendiéndose—. Quería venir para ayudarte, pero no podía viajar en las condiciones en las que estaba.

     —Eso no cambia el hecho de que fui yo la que tuve que cargar con todo —había replicado Mar, indiferente al comentario de Lali—. Pablo insiste en que esté en la oficina, allí, sin hacer nada, sólo por si surge algo y me necesita. Vamos, La, por favor, es lo menos que puedes hacer. Luna es mi mejor amiga y se va a casar dentro de dos semanas. ¿Cómo voy a decirle a estas alturas que no puedo ser su dama de honor? ¿Con qué cara voy a decirle que ni siquiera puedo asistir?

     —Es una semana entera. Nadie se va a tragar el engaño tanto tiempo.

     —¿Por qué no? —había insistido Morgan—. Pablo estará en la otra punta del globo. Además, todos los que saben que tengo una hermana creen que sigues perdida por ahí, luchando contra el hambre en el mundo.

     Lali había intentado discutir con su hermana, hacerle ver que eran muchas las cosas que podían salir mal, que cualquier imprevisto podría echarlo todo abajo. Pero Mar parecía muy segura de sí misma, parecía haber pensado en todo.
     Además, por otra parte, Mar tenía razón. Se lo debía. Había tenido que afrontar ella sola el ataque al corazón del padre de ambas mientras ella yacía inmóvil en un país africano, en un lugar apartado de todo contacto con la civilización, afectada por un extraño virus que le había hecho guardar cama durante más de dos meses.

     Nunca se perdonaría haber llegado tarde, no haber podido dar el último adiós a su padre. Pero si había alguna manera de compensarlo, era haciéndole aquel favor a su hermana. El hecho de que Mar estuviera aprovechándose de ella haciéndola sentir culpable no cambiaba en nada el fondo de la cuestión.
     ¿Quién podría haber imaginado que el viaje de Pablo iba a cancelarse?
     Tenía que aguantar todo lo que pudiera, pero era necesario que Moar regresara enseguida. En caso contrario, tarde o temprano, él lo descubriría.

     —Pareces muy pensativa.

     Lali se asustó tanto al oír la voz de Pablo que, sin darse cuenta, tiró al suelo algunas carpetas que estaban amontonadas, llenando la mesa de papeles.

     —¿Se sabe algo ya de Phil? —preguntó él dejando más carpetas llenas de papeles sobre el escritorio.

     —Estoy esperando a que me confirme que puede mañana a las diez. Los abogados dicen que no tienen problema en asistir.

     —Bien. Estaré fuera, tengo varias reuniones con algunos inversores. Llegaré tarde —dijo dirigiéndose a los ascensores.

     —¿Qué quieres que haga con esto? —preguntó Lali señalando las carpetas que Pablo le había dado.

     —Lo que haces siempre. ¿Hay algún problema?

     —No, no, ninguno —contestó con su mejor sonrisa mientras Pablo entraba en el ascensor.
   
     Necesitaba una cerveza fría.
     Por si la reunión no hubiera sido suficiente, la visita a la residencia de ancianos donde estaba su abuela había terminado por rematarlo. Había días en que la mujer estaba tranquila y era una delicia escuchar sus historias familiares sobre cómo había crecido allá en Montana. Otros, en cambio, era muy difícil soportarlo. Y aquél había sido uno de esos días.

     Mientras conducía de regreso a la oficina, había pensado en llamar a alguien para cenar aquella noche. Pero, después de pensarlo con calma, había desechado la idea. En primer lugar, porque se suponía que estaba en viaje de negocios. Y, por otro lado, porque no quería que ninguna de sus amantes habituales llegara a pensar que le estaba dando un trato preferencial, que se estaba comprometiendo más de la cuenta.
     De modo que había parado en un restaurante chino cercano a la oficina y había pedido algo de comida para llevar.

     Mientras subía en el ascensor, repasó una vez más el asunto que le estaba dando dolores de cabeza aquel día. Phil Rogerson había estado de acuerdo con el proyecto hasta que el ataque al corazón de Giuseppe lo había dejado todo en el aire. No debía permitir que se volviera atrás. No podía permitir que Rogerson se desvinculara del trato. Debía atacar mientras el asunto estuviera aún caliente.

     Las puertas se abrieron y entró en el vestíbulo de la planta donde estaba su despacho. No parecía haber nadie, pero no se detuvo a comprobarlo. Sólo podía pensar en tomarse esa cerveza tranquilamente.
     Entonces, al abrir la puerta que daba a la sala donde estaba su despacho, se encontró con su peor pesadilla.

     —¡Oh! —exclamó Lali quitándose los auriculares—. No te oí llegar.

     —Con eso puesto, no me extraña —dijo Pablo refiriéndose al iPod.

     —Lo tenía muy bajito. Además, no había nadie.

     En realidad, no le importaba en absoluto que estuviera escuchando música. Si aquella mañana no hubiera llevado los auriculares puestos, se habría dado cuenta de que él estaba en la oficina, y no habría tenido la oportunidad de asistir a aquel magnífico espectáculo que eran sus esculturales piernas, esas piernas en las que no había podido dejar de pensar en todo el día, esas piernas que no habían hecho más que obsesionarle.
     ¿Escondía bajo aquella ropa un cuerpo tan impresionante como sus piernas? ¿Cómo no se había dado cuenta de nada en el año y medio que llevaba trabajando para él? ¿Cómo no había observado el brillo de sus ojos?

     —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó confuso.

     —Trabajo aquí —contestó ella volviéndose para seguir trabajando.

     —Pensé que ya te habrías ido a casa.

     —Llegué tarde, ¿recuerdas? Estoy compensando el tiempo que perdí esta mañana.

     Pero Pablo no estaba escuchando. Lo que hacía era mirar su boca, sus labios perfilados y sensuales que parecían estar invitándolo. Tenía que averiguar qué más secretos ocultaba su secretaria.
     Ignorándole, Lali tomó otra hoja de papel y la leyó detenidamente.

     —Ya has trabajado en la hora de la comida —dijo Pablo acercándose a ella, sintiendo el embriagador aroma de su perfume y saboreándolo como si fuera vino.

     Además, tenía el pelo distinto. Por lo general, Mar lo llevaba siempre bien sujeto para que no se moviera ni un mechón de su sitio en todo el día. Sin embargo, aquel día, se había rebelado, parecía estar buscando su lugar, derramándose por sus hombros y su rostro.

     —¿No has comido?

     —He llegado tarde. Pensé que salir a comer sería imperdonable por mi parte —contestó Lali con un toque de ironía en la voz.

     ¿Por qué se estaba sonrojando? ¿Por qué ni siquiera se había vuelto a mirarlo? No parecía estar furiosa, sino… nerviosa por su cercanía. ¿Qué creía ella que le iba a hacer? Sólo era su secretaria, por el amor de Dios.
     Lali dejó el documento que había estado leyendo sobre la mesa y empezó a teclear en el ordenador para hacer algunas anotaciones. Pero entonces, de repente, Pablo apagó la pantalla.

     —¿Qué estás haciendo? ¡No he terminado!

     —¿Y qué crees que estás haciendo tú?

     —¿A ti qué te parece? ¿Qué me estoy bañando?

     Pablo palideció súbitamente sólo de pensarlo. La tentación de hacer una estupidez, como acercarse a ella todavía más y comprobar si aquellos labios eran tan sabrosos como parecían, era cada vez más peligrosa.

     —Un baño… —murmuró Pablo —. Es una buena idea después del día de hoy.

     Por un momento, creyó observar un destello en los ojos de ella, como si compartiera con él el mismo deseo.

     —Lo siento —se disculpó Lali —, no debí haber dicho eso. Sólo estaba terminando algunas cosas antes de irme a casa.

     —Qué extraño, siempre haces estas cosas nada más llegar.

     —Ah… Bueno… —dudó Lali intentando pensar una respuesta—. Sí, suelo hacerlo por la mañana. Pero, dado que he llegado tarde y ahora tenía tiempo libre, pensé en adelantar trabajo para mañana —mintió con la esperanza de que él se lo creyera—. De todas formas, se ha hecho muy tarde. Creo que me voy a ir a casa.

     Lali apagó el ordenador, metió sus cosas en el bolso y tomó el iPod de la mesa.

     —Por cierto, Phil Rogerson confirmó la reunión de mañana —dijo sin mirarlo—. A las diez en su oficina. Los abogados también. Está todo arreglado. Buenas noches. Hasta mañana.

     Estaba mirando cómo su secretaria se dirigía a los ascensores cuando se dio cuenta de que no quería cenar solo. Lo que quería era pasar la noche con aquella impresionante mujer.

     —¡Mar!

     Su exclamación hizo que se detuviera, que tomara aire y que se diera la vuelta lentamente.

     —¿Sí?

     —Ven a cenar conmigo.


Capítulo 3

     —No —respondió Lali instintivamente.

     Inquieta, se dio la vuelta de nuevo, recorrió la distancia que la separaba de los ascensores y pulsó el botón con tanta fuerza que casi estuvo a punto de atravesar la pared.
     De espaldas, sintió que él se acercaba despacio, llegaba hasta ella y posaba la mano en su cintura para detenerla.

     —¿Eso es todo? —preguntó Pablo—. ¿Simplemente, no?

     Incluso a través de la ropa, Lali podía sentir el calor que desprendía la palma de su mano, amenazando con quebrantar su decisión de marcharse de allí a toda prisa.

     —¿Qué pasa? —preguntó Lali mirándolo, esforzándose en que no se notara el desasosiego que le producía su mano—. ¿No estás acostumbrado a que te digan que no?

     —Has quedado con alguien, ¿verdad?

     ¿Se podía ser más arrogante? Pablo parecía ser de esa clase de personas convencidas de que una mujer sólo podía sentirse realizada en compañía de un hombre. Sobre todo cuando la compañía era él.
     Tenía ganas de echarse a reír, pero el calor de la palma de su mano en la cintura de ella estaba quebrantando su firmeza. Debía controlarse antes de responder.

     ¿Y qué podía decirle? ¿Qué tenía novio? En ese caso, Mar tendría que asumir el engaño cuando regresara.
     Lali negó con la cabeza para no contribuir a hacer aquel engaño más grande todavía.

     —¿Por qué no cenas conmigo entonces?

     —No creo que sea una buena idea.

     —No has comido en todo el día.

     —Me tomé una manzana —apuntó Lali nerviosa.

     —Mmm… Seguro que estaba deliciosa… Pero no es suficiente.

     —Y cenaré cuando llegue a casa.

     —No, será mejor que cenes conmigo y luego te lleve a casa.

     —Ya te he dicho que no me parece buena idea.

     —¿Por qué no?

     «Porque no soy quien tú crees que soy, porque sólo le hará las cosas más complicadas a Mar», pensó Tegan.

     —¡Por qué no quiero! —exclamó finalmente, incapaz de encontrar una respuesta mejor—. No puedes obligarme.

     —Sólo es una cena.

     Ciertamente, parecía lo más inofensivo del mundo, pero dicho por él, mientras su mano fundía su sensatez con el calor de su masculinidad, era algo peligroso. Él hablaba de una cena, de una simple comida, pero lo que ella se imaginaba era otra cosa, lo que ella quería era otra cosa muy distinta. Si Pablo era capaz de hacerla sentir de aquella manera sólo con rozarle la cintura, ¿qué podría ocurrir si accedía a cenar con él?
     Tenía que salir de allí antes de que él consiguiera convencerla.

     —Quiero irme —dijo Lali simulando una firmeza que, en realidad, no tenía.

     Como si el cielo hubiera escuchado sus plegarias, el timbre del ascensor sonó y las puertas se abrieron.
     Era su oportunidad.

     Sin dudar un segundo, Lali decidió entrar en el ascensor lo más rápidamente posible. Quería alejarse de él, de sus ojos, de aquella mano que le estaba quemando.

     No esperaba que él cediera tan fácilmente, de modo que hizo un movimiento brusco para separarse de él, para que le soltara la cintura. Pero estaba tan nerviosa, que lo único que consiguió fue perder el equilibrio.
     Y habría caído de bruces en el suelo de no haber sido porque él, haciendo gala de unos extraordinarios reflejos, la sujetó por el brazo, la atrajo hacia él y evitó que se cayera.

     —¿Estás bien? —le murmuró al oído, rozándole el pelo con su pómulo y exhalando su respiración en la piel de ella.

     Desorientada, Lali tardó unos segundos en reaccionar. Su cuerpo estaba pegado con el de él, podía sentir su pecho, sus brazos, sus manos… Pero estaba tranquila. Su corazón latía con normalidad, los pulmones bombeaban aire al ritmo habitual…

     —Gracias… —susurró finalmente.

     Sintiéndose con fuerzas, Lali intentó separarse de él. Sin embargo, al hacerlo, posó la mano sobre su pecho y sintió, durante unos segundos, su corazón latiendo apresuradamente. Lo miró, y cayó hechizada por aquellos ojos verdes, profundos, llenos de energía, llenos de deseo.
     No era a ella a quien deseaba, en realidad, sino a su hermana, a Mar. Era con ella con quien quería estar.

     Pero, en aquellos momentos, con los ojos de él mirando la boca de ella, eso no le importaba lo más mínimo. Pablo quería besar a Mar, pero era ella, Lali, quien iba a disfrutarlo, quien le iba a dejar hacerlo.
     Cuando Pablo tomó su barbilla y le alzó levemente la cabeza, Lali estaba ya tan entregada que abrió los labios sin darse cuenta de que las puertas del ascensor se estaban cerrando de nuevo, bloqueando su única vía de escape.

     Pero ella ya no estaba pensando en escapar, sino en él. En que la besara.
     Y, entonces, lo hizo. Primero suavemente, rozando apenas sus labios. Después, poco a poco, fue acercando su boca, hasta besarla apasionadamente, saboreando los labios de Lali, acariciándole con la lengua.
     Era imposible rechazarlo. Su cuerpo estaba siendo recorrido por estremecimientos que la sacudían como si fueran descargas eléctricas. Necesitaba sentirlo más cerca. Lali lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia ella. Empezó a recorrer el cuello de él con sus dedos, introduciéndolos por dentro del cuello de la camisa, repasando cada músculo, cada línea de aquel cuerpo escultural.
     La respuesta de Pablo no se hizo esperar.

     Pudo sentirla presionando contra su vientre. Estaba excitado. Y, percibirlo, darse cuenta de que era capaz de provocar algo así en un hombre como aquél, hizo que ella también se excitara.
     Por un instante, pensó que debía de estar loca, que aquélla era una aventura demasiado peligrosa, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, estaba cabalgando en una ola de deseo imparable, la sangre le hervía en las venas mientras Pablo recorría su cuello con la lengua en tanto sus manos se internaban dentro de su chaqueta buscando su vientre, su cintura, su trasero.

     Sintió que ya nada podría detenerlo cuando Pablo le desabrochó los botones superiores de la blusa y, llevado por la urgencia, liberaba uno de sus senos de la prisión del sujetador. Lo sostuvo con la mano, acariciándolo, endureciéndolo…

     —Me has vuelto loco todo el día, ¿lo sabes? —dijo él sin dejar de tocarla.

     Sus palabras atravesaron todo su cuerpo. Se sentía incapaz de responderle, de articular más de dos palabras que tuvieran sentido. Pero no hizo falta, porque él volvió a besarla y los labios de ella le dieron la respuesta.

     —¿Sabes cuánto te deseo? —volvió a decir él.

     Lali sintió un escalofrío. De alguna manera, recordó que aquello no era buena idea. Las cosas habían ido demasiado lejos.

     —Pablo …

     —Quédate conmigo esta noche.

     Aquello era una locura, pero la tentación de aceptar su propuesta era tan fuerte…

      —No creo que…

     —¡No pienses! —exclamó Pablo—. ¡Siente! Haz el amor conmigo toda la noche, Mar.

     «¡Mar!».
     Escuchar el nombre de su hermana fue como un jarro de agua fría. Pablo creía que estaba besando a su secretaria, a Mar. Quería hacer el amor con su hermana. Todo era una enorme mentira. ¿Cómo iba a ser capaz de acostarse con él y seguir con aquella farsa?

     No era posible. Nunca le habían gustado las relaciones de una noche, el sexo fortuito. Y, aquello, no sólo era fortuito, sino complicado y peligroso.

     Tenía que detenerlo. Su hermana iba a ser la primera en agradecérselo.

     —De verdad, tengo que irme —protestó intentando separarse de él con una mano mientras con la otra buscaba a tientas el botón para llamar de nuevo al ascensor.

     —¡Pero no quieres irte! —insistió Pablo —. Lo deseas tanto como yo.

     —¡Tengo que irme! —repitió Lali pulsando el botón—. Espero una llamada.

     Aunque Pablo debía de estar pensando que aquello era sólo una excusa para escapar, en realidad era cierto.

     —¿Por qué no lo has dicho antes? Venga, te llevo a casa.

     —No —contestó ella con firmeza, incapaz de seguir al lado de aquel hombre por más tiempo—. No hace falta.

     —Así podremos hablar.

     —No hay nada de qué hablar.

     —De modo que… prefieres huir.

     El timbre anunció la llegada del ascensor y Lali, sin dejar de mirarlo, retrocedió poco a poco para entrar en cuanto se abrieran las puertas sin tropezarse de nuevo.

     —Ya te dije que cenar juntos no era una buena idea —dijo ella—. Lo que acaba de ocurrir es todavía peor.

     Las puertas se abrieron y Lali, abrochándose los botones de la blusa, entró lentamente en el ascensor con una sensación de alivio. Pulsó el botón de la planta baja y, durante unos breves segundos que parecieron una eternidad, ambos se miraron fijamente.

     En cuanto las puertas se cerraron, Pablo recobró el control de sí mismo. ¿Qué demonios había ocurrido? ¿Cómo se había dejado llevar así? ¡Era su secretaria! ¿Cómo había conseguido la visión de unas simples piernas, por muy bellas que fueran, hacerle perder la sensatez?
     Ajustándose el nudo de la corbata, Pablo se dio la vuelta para dirigirse a su despacho. No eran sólo unas piernas. Eran sus ojos, su cuerpo, todo.
     ¿Qué había conseguido convertir a su secretaria en un volcán sexual tan intenso?
     Tenía que descubrirlo.
   
     Cuando abrió la puerta de su apartamento, Lali oyó el timbre del teléfono. Nerviosa, tiró el bolso, las llaves y la chaqueta al suelo, y corrió hacia donde estaba el auricular.

     —¡Mar! —exclamó.

     Nadie respondió al otro lado.

     —¿Eres tú, Mar?

     Entonces, palideció.

     ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido cometer un error así?

     —Pablo … ¿Qué ocurre?

     —¿Pasa algo?

     —Acabo de llegar —contestó derrumbándose en el sillón—. Estoy sin respiración.

     —¿Ahora? Deberías haber dejado que te llevara a casa.

     —Gracias, pero es mejor así. ¿Necesitas algo?

     —Sólo llamaba para asegurarme de que habías llegado bien.

     —He llegado bien, gracias por preocuparte

     —Mar, respecto a lo que ha pasado hace un rato…

     —Gracias por llamar —lo interrumpió Lali—. Pero, si te parece, lo mejor será olvidarlo todo.
     Y colgó el teléfono.
   
     Nadie le colgaba el teléfono a Pablo Arrechavaleta. Ni los directores de las grandes compañías, ni los acreedores más furiosos… y mucho menos, su secretaria.
     Contuvo el impulso de tomar el auricular, llamar de nuevo y decirle cuatro cosas. No debía actuar llevado por la furia o el resentimiento.

     Además, bien mirado, la chica le estaba haciendo un favor. Mar era su secretaria, y él siempre se había mantenido alejado de cualquier miembro de su personal. Era una norma no escrita que debía ser cumplida. Lo que le había pasado con Tina le había demostrado que era necesario evitarlo a toda costa.
     Pablo respiró profundamente. Aquellos últimos días habían sido desastrosos. El ataque al corazón de Giuseppe, la cancelación de la reunión, el extraño comportamiento de su secretaria…
     Debía retomar el control de los acontecimientos. Al día siguiente se reuniría con Rogerson y le convencería de seguir adelante. Sólo hacía falta esperar un poco a que Zeppabanca se recuperara. Por otro lado, su secretaria tendría toda la noche para descansar y enterrar el extraño carácter que había mostrado durante todo el día. Todo volvería a la normalidad y él sería otra vez el mismo de siempre.

domingo, 28 de enero de 2018

Capitulo 1 : "La Impostora"



Capítulo 1
     Pablo no podía soportar que le hicieran esperar. Inquieto, se levantó de la silla, abrió de nuevo la puerta de su despacho y se asomó para ver si su secretaria había llegado.
     No era así.

     Su ordenador seguía apagado. Sobre la mesa, un reloj digital mostraba la hora con brillantes números rojos. Las nueve y cuarto.

     ¿Dónde se había metido? ¿Acaso era una especie de venganza por no haber accedido él a darle una semana de vacaciones? ¿O, simplemente, creía que él iba a estar en viaje de negocios toda la semana y se lo estaba tomando con calma?

     En cualquier caso, si aquélla era su manera de comportarse cuando él estaba fuera, iba a llevarse su merecido. No estaba dispuesto a seguir pagándole tan generosamente como lo hacía para que ella se ausentara alegremente en horas de trabajo. Era una buena profesional, pero no estaba dispuesto a aceptarlo.
     Con un gruñido, se dio la vuelta, entró de nuevo en su despacho dando un portazo y, furioso, se dejó caer en la silla desanudándose la corbata.

     El asunto de Europa estaba a punto de cerrarse, y había que redactar el contrato para Rogerson cuanto antes.
     ¿Dónde diablos se había metido?
   
     ¡Vaya mañana le esperaba!
     Con la música de su iPod retumbándole en los oídos, Mariana Rinaldi salió del ascensor cuando las puertas se abrieron en la planta reservada a los ejecutivos. Aquél iba a ser su lugar de trabajo por una semana.
     Observó con atención. Todo era exactamente como su hermana, Mar, le había descrito. Sin mirar siquiera, sabía perfectamente que, si se dirigía a la izquierda, llegaría a la cocina, y, si lo hacía a la derecha, a los cuartos de baño. De frente, estaba el despacho del jefe de Morgan y la mesa donde su hermana trabajaba todos los días.

     En realidad, a Lali, como todos le decian, no le hacía falta saber todo con tanto detalle. No pensaba permanecer allí más de una semana ni encontrarse con el jefe de su hermana gemela.
     Murmurando para sí, Lali se dirigió de frente y, al llegar a la mesa de Mar, dejó sobre ella el bolso y sacó un paquete nuevo de medias.

     Su hermana, Mar, le había prevenido varias veces contra la anciana que vivía cerca de la parada del autobús. Le había dicho que, sobre todo, tuviera cuidado con sus perros, pero Lali no había llegado a imaginarse ni por un momento que aquellas dos fieras se lanzarían sobre ella nada más verla. Y, aunque pronto se habían olvidado de ella para atacar a otro pobre viandante despistado, las medias que se había puesto aquella mañana habían quedado destrozadas y su falda desgarrada.

     Había tenido que regresar rápidamente a casa, cambiarse, volver a tomar el autobús poniendo especial cuidado en no volver a tropezarse con los dos monstruos, bajarse junto a la oficina de Mar y comprar antes de entrar un par de medias nuevas.

     Si Mar estuviera allí en esos momentos, estaría de los nervios. Le había insistido en que, por encima de todo, no debía llegar tarde, ya que su jefe era un maniático de la puntualidad, un déspota con el dinero de sus empleados, según palabras de su hermana. Lali se había esforzado todo lo posible por llegar a tiempo, pero le había sido imposible. De todos modos, ¿qué importaba, si el jefe de Mar no iba a estar en toda la semana?
     Lali se sentó en la silla y sacó las medias de su envoltorio. Eran de seda, una locura que nunca habría cometido de no haber sido por las circunstancias en que había ocurrido todo. Además, estaba segura de que Mar le compensaría con creces por el favor que le estaba haciendo.

     Lali sintió el suave tacto de la seda sobre sus manos. Después de haber estado trabajando tres años en campos de refugiados y de haber regresado para comprobar que era muy complicado encontrar trabajo, aquel momento estaba lleno de un placer contradictorio.
     Pero, de un plumazo, apartó de sí aquel peligroso sentimiento de culpabilidad. Después de la mañana que había tenido, se lo merecía.

     Antes de ponérselas, miró a su alrededor para comprobar que no había nadie cerca. Su hermana le había dicho que a aquella planta sólo se podía acceder con una cita previa. Eso significaba que, estando el jefe de Mar en el otro lado del planeta, las posibilidades de encontrarse con alguien eran prácticamente nulas. Y eso era exactamente lo que Lali quería.

     Tras quitarse uno de los zapatos,se puso la media lentamente, comprobando que no hiciera ninguna arruga. Cuando llegó a la rodilla, se subió un poco la falda y estiró la media hasta llegar casi a la cintura.
     ¡Ni hechas a medida! Le quedaban perfectas.
     Con la música llenándole de ritmo los oídos, Lali alzó la pierna para verla mejor. Le encantaba el color dorado y cálido que la media le daba a su pierna. Al final, aquel día no iba a ser una pérdida de tiempo.
   
     No había sido su intención mirar. Sólo se había levantado de su asiento al escuchar el sonido del ascensor y se había asomado a la puerta para ver si su secretaria se había dignado a aparecer. Pero, al ver aquella pierna  envuelta en seda, la furia que hasta entonces le había llenado la cabeza descendió por su cuerpo hasta llegar a un lugar muy distinto.

     Se quedó quieto, admirando cómo alzaba la otra pierna e introducía en ella la media lentamente. ¿Quién podría haber imaginado que su eficiente secretaria, Marianella Rinaldi, escondía un tesoro tan increíble?
     Aquel día, parecía muy distinta. Llevaba los dos primeros botones de la blusa desabrochados, dejando al descubierto una suave piel, y el pelo, en lugar de estar recogido en un práctico moño como siempre, se derramaba por sus hombros y su rostro, escapando de las horquillas que intentaban aprisionarlo.
     Sin moverse, la vio levantarse de la silla y subirse un poco la falda para ver si las medias le quedaban bien.
     ¿Bien? Le quedaban más que bien.
     ¿Qué le había ocurrido a su secretaria?
     ¿Por qué, de repente, se estaba comportando de aquella forma? ¿Acaso aquél era un día especial para ella? ¿Iba a encontrarse con alguien?

     De lo que estaba seguro era de que ese alguien no era él. Y pensar que otra persona iba a tocar esas piernas, recorrerlas de arriba abajo…

     Era demasiado. Tenía que parar de pensar en ello. De tratarse de otra mujer, de haber ocurrido en otro momento, habría sido implacable, pero… Por amor de Dios, ¡era su secretaria! No debía mirar a una secretaria del modo en que estaba haciéndolo. Por muy atractiva que fuera. La historia con Tina le había escarmentado para toda la vida.

     Aclarándose la voz, se acercó a ella sigilosamente.

     —Cuando hayas acabado…

     En el acto, su secretaria se dio la vuelta asustada, se bajó la falda apresuradamente y se quitó los auriculares de los oídos.

     Estaba incómoda, de eso no había duda, y eso le satisfacía, pero seguro que su sorpresa no era nada en comparación con la que él se había llevado.

     Pero, entonces, en lugar de reaccionar como él esperaba, mostrando su habitual pose de profesional eficiente y servicial, el color desapareció de su rostro y palideció por completo.

     —¡Tú!

     La exclamación había salido de sus labios de forma abrupta, casi como una acusación. Estaba fuera de sí, poniéndose los zapatos mientras intentaba guardar el equilibrio. Parecía tan avergonzada que daba la impresión de estar a punto de salir corriendo de allí.

     —¿Y a quién esperabas? —preguntó él medio en broma—. ¿A la Inquisición española?

     Lali se mordió el labio inferior para intentar recuperar el control de sus nervios. Si le hubieran dado a elegir, habría preferido encontrarse con la Inquisición española sin dudarlo. ¡Cielo santo! Era Pablo Arrechavaleta, toda Australia y medio mundo lo conocía. Desde que había regresado, tres semanas antes, se había encontrado constantemente con artículos sobre él en todas partes, desde las secciones de negocios hasta los ecos de sociedad.

     ¿Qué hacía él allí? ¿No se suponía…?

     —Pero tú… —tartamudeó -Lali—. ¡Se supone que estás en Milán! —exclamó mirándolo fijamente, como si estuviera esperando que volviera a desaparecer por arte de magia.

     Arrechavleta dio la vuelta a la mesa y se acercó a ella.

     Tenía unos ojos verdes que le inquietaban, que parecían tener el poder de acaparar todo el aire dentro de aquella sala. Su hermana le había dicho que era un déspota, el rey de los jefes tiranos. ¿Por qué no le había dicho también que era el jefe más atractivo de cuantos existían? ¿Es que no lo había notado? Su cuerpo radiaba testosterona como si fuera un campo magnético. Podía sentirla tan claramente como ver su camisa azul claro y sus pantalones blancos.

     Con aquella mirada, aquel cabello y aquella pose, parecía el prototipo de pistolero irresistible de las películas del oeste. Ahora entendía por qué, en el mundo de los negocios, nadie le llamaba Pablo, sino Arrechavaleta. Si se hubiera presentado allí con un sombrero negro de ala ancha y una pistola, no se habría sorprendido en absoluto.

     —¡Sorpresa! —exclamó acercándose aún más—. Estoy aquí desde hace tiempo. Y ya veo que has llegado tarde. La próxima vez, por favor, vístete en tu casa.

     —Tuve un contratiempo

     —Lo supongo.

     —¡Apenas me ha dado tiempo a vestirme!

     —Ya he podido comprobarlo.

     —¡Has estado espiándome! —exclamó Lali muerta de vergüenza.

     —He estado esperándote —corrigió él señalando el reloj—. Llevo esperándote desde hace más de una hora y media.
     —Lo siento… Pero, como se suponía que estabas de viaje, no pensé que fuera un problema muy grave si…

     —¡Pues lo es! —exclamó mirándola a los ojos, como si hubiera querido dispararle con aquellas palabras—. Es un problema. Nunca se sabe cuándo puede surgir un imprevisto, y ha surgido. Giuseppe Zeppa tuvo un ataque al corazón el sábado. Las negociaciones con Zeppabanca se han pospuesto indefinidamente. Eso significa que debemos apresurarnos, de lo contrario, Rogerson se pondrá nervioso y se lavará las manos en todo este asunto. De modo que, en cuanto estés preparada, ven a mi despacho con todo lo que haya sobre él. Tenemos mucho trabajo que hacer hoy.

     —Pero… —intentó decir Lali, casi suplicando.

     ¿Qué iba a hacer? Aquello no formaba parte del trato. Había aceptado hacerle aquel favor a su hermana creyendo que él estaría toda la semana fuera.

     —Pero ¿qué? —replicó él abrasándola con la mirada, haciéndola sentir impotente, pequeña, insignificante.
     ¿Qué podía decirle? «¿Perdona, pero yo no soy quien tú crees?». ¿Cómo podía confesarle que no tenía ni idea de lo que le estaba pidiendo?

     Lali intentó tranquilizarse. Estaba claro que no podía decirle la verdad. De hacerlo, su hermana podría perder el trabajo.

     Arrechavaleta no se había dado cuenta del engaño. Creía que ella era Mar. ¿Por qué no hacer todo lo posible por salir de aquel imprevisto sin ser descubierta y apresurarse después a llamar a su hermana para que regresara cuanto antes?

     Al fin y al cabo, ya había trabajado antes en una oficina. Sabía de sobra manejar un ordenador, una impresora y las herramientas habituales. Además, Mar le había contado un par de cosas sobre el trabajo que hacía allí.

     Tomando aire, aquel aire que parecía estar impregnado del olor intenso de la fragancia de él, decidió que no tenía otra opción que seguir representando aquella comedia. Debía hacerlo por su hermana. Debía trabajar con él durante los días que fueran necesarios, los días que tardara Mar en regresar.

     —No te preocupes —dijo Lali —. Enseguida voy.

viernes, 26 de enero de 2018

Capitulo 8,9 y 10 (Final): "La niñera"



CAPÍTULO 8

     Hijos! ¿Qué les pasaba a los hombres? Había oído aquello toda su vida, primero a su padre, luego a sus tías, Teffy y Luca , y después Simón. Dándose la vuelta Mar empezó a subir las escaleras, ella quería a aquellas niñas, y sabía que Simón también. ¡Y sin embargo él pensaba que se relacionaría mejor con chicos! Si pasara más tiempo con ellas se relacionaría estupendamente. Estaban avanzando mucho en las cenas, él hacía preguntas y Mariana y Amy se abrían a él y le contaban los que habían hecho durante el día. Y él parecía disfrutar con ello.
     Se le cayó el alma a los pies. Su tía tenía razón, si él se volvía a casar alguna vez querría hijos que llevaran su apellido. Hijos con los que relacionarse.

     -¿Mar ?

     -Tengo que bañar a las niñas.

     -Baja cuando acabes.

     Ella asintió, pero no tenía ninguna intención de pasar ni un momento con aquel hombre excepto aquellos a los que estaba obligada. A pesar de sus esfuerzos había estado fantaseando acerca de tener una relación con él. Se estaba enamorando y no había ningún futuro. Incluso si él superaba la pérdida de Valeria ella no podría casarse con él sabiendo que nunca podría darle los hijos que deseaba.
     Tenía que guardar las distancias y superar aquel... capricho tan pronto como fuera capaz.

     Los exámenes finales eran la semana siguiente. Dedicaría todas sus energías a estudiar, a terminar su proyecto y a centrarse en el trabajo del curso. A lo mejor podía asistir a alguna clase aquel verano, para acelerar el proceso.
   
   
     Mar preparó una cena rápida, bocadillos y ensalada. Las niñas le contaron a su padre cómo había sido el día en la playa, riendo e interrumpiéndose la una a la otra. Simón escuchaba, contemplándolas desconcertado. Dos veces miró a Mar para que se lo explicara.
     Cosa que probablemente no hubiera tenido que hacer si fueran chicos, rezongó ella para sí mientras compartía sin ganas las explicaciones de lo que habían hecho en la playa.

     -Debería haber ido. Parece que lo habéis pasado muy bien.

     -Sí, deberías haberlo hecho. Creo que las niñas habrían disfrutado más. Y no puedes estar traba¡ando todo el tiempo.

     -La próxima vez que vayas iré yo también.

     MAr desvió la mirada. No volvería a unirse a ninguna actividad familiar. Su comentario la había hecho ver claro que lo mejor que podía hacer era centrar su atención donde sí tenía futuro y no en inútiles esfuerzos con Simón

     Pero no dijo nada, se limitó a sonreír cortésmente. Antes de que hubiera acabado la cena MAriana preguntó si Simón quería ver con ellas una película antes de que se fueran a la cama.

     -¿Qué película?

     -¿Podemos alquilar una?

     -Creo que sí -miró hacia Mar -. ¿Alguna sugerencia?

     -El vídeo club tiene una sección dedicada a las películas infantiles. Llévatelas y que elijan ellas -dijo empezando a retirar las cosas de la mesa.

     -¿Vendrás con nosotros?

     -Estoy cansada, creo que me acostaré pronto.

     Simón y las niñas se fueron mientras ella estaba limpiando la cocina y cuando volvieron ella ya estaba en su cuarto con la puerta cerrada. Naturalmente el vídeo y la televisión estaban en el cuarto de estar, al otro lado de su puerta. Podía oír las voces de las niñas, la de Simón y el murmullo de la televisión. Se preguntó qué película habrían alquilado. Se le hizo la boca agua con el olor de las palomitas. Había cenado bien, pero había algo en el olor de las palomitas que siempre la tentaba.

     Se fue a la mesa a trabajar en su proyecto, estaba ya casi terminado y no le llevó mucho tiempo dar los toques finales.
     Complacida con su trabajo lo enrolló y lo metió en un tubo para protegerlo. La televisión seguía sonando ¿estarían los tres sentados juntos en el sofá? ¿o se habría sentado Simón en un sillón dejándoles el sofá a las niñas?

     Empezó a hacer un dibujo de Simón y las niñas sentados en el sofá. Una vez terminado lo contempló satisfecha y empezó a hacer otro. Era ya tarde cuando dejó a un lado el cuaderno de dibujo y se estiró.

     Estaba completamente despierta, pero era más de medianoche. No se oía ningún ruido, todos estaban en la cama desde hacía horas. Se sentía cansada después de haber dibujado durante horas. Y todo ese trabajo era solo para verlo ella, no compartiría con nadie sus bocetos de Simón

     A lo mejor un día, en un futuro lejano, hacía una exposición en una galería y podría enmarcar algunos de los dibujos. Decidió ir a dar un paseo por el jardín, a lo mejor el aire fresco de la noche le despejaba la cabeza y luego intentaría dormir. Aunque debería estar agotada se sentía llena de energía.

     Salió al jardín. Los árboles impedían una vista panorámica, pero lo que veía la llenaba de paz. No había luna, pero el cielo estaba salpicado de millones de puntos de luz. Era un noche perfumada, con un leve soplo de brisa. Paseó por el jardín hasta que sintió frío y pensó en irse a la cama.

     Tropezó en un juguete de las niñas y estuvo a punto de caerse. Lo dejó a un lado y se dirigió a la casa. Se detuvo un momento en la puerta para mirar otra vez las estrellas. A lo mejor podía llevarse a las niñas a la playa una noche para que vieran el cielo negro como el terciopelo y salpicado de estrellas.

     Se dio la vuelta para entrar cuando alguien la sujetó por detrás.

     -Muy bien ¿qué estabas haciendo por aquí? -dijo Simón con voz dura.

     -Simón, soy yo, Mar, vivo aquí -él ha hizo dar la vuelta, sujetándola fuertemente por los brazos. Ella alargó su mano, pero al tocar piel desnuda, la retiró inmediatamente, como si quemara. Intentó verlo en la oscuridad.

     -¿Mar ? ¿Qué hacías fuera a estas horas?

     -No podía dormir. Pensé que me sentaría bien un poco de aire fresco, ¿es un delito?

     -No, claro que no. Oí algo, bajé las escaleras y encontré la puerta abierta. Sé que la había cerrado antes de subir. Cuando te vi entrar pensé... no importa.

     -¿Que era un ladrón? -estuvo a punto de reírse-. Por lo menos ya sé que estamos seguras cuando estás en casa. Debes tener el sueño ligero.

     -No estaba dormido.

     -Oh.

     Ella era consciente de que él seguía sujetándola, pero ya no era en forma de captura sino casi de ¿caricia? Sentía el calor de su cuerpo y extendió la mano para tocar su pecho desnudo. La piel estaba caliente y los músculos duros al tacto. Abrió la mano y apretó la palma contra él, acercándose más. Su corazón se desbocó.

     -No quería preocuparte -dijo ella con suavidad.

     -¿Por qué estás levantada todavía?

     -Trabajé en mi proyecto, lo terminé, y luego dibujé un poco. Cuando me di cuenta de lo tarde que era lo dejé, pero necesitaba estirar las piernas, así que salí a tomar un poco el aire. Ahora tengo que irme a la cama -y alejarse de las tentaciones. Pero sus pies se negaron a moverse.

     -Trabajas demasiado. Deberías haberte acostado pronto, como dijiste.

     -¿Eso lo dice un hombre que se ha pasado todo el sábado trabajando?

     -Costumbre.

     -¿Costumbre?

     -Cuando murió Valeria al principio usaba el trabajo como un medio para olvidar. Para mantener ocupada mi mente y no pensar en ella. Ahora es solo un hábito.

     -Tienes que pasar más tiempo con tus hijas. Espera -dijo antes de que él pudiera responder-. Antes dijiste que no te podías relacionar bien con ellas, pero eso no tiene nada que ver con que sean niñas ¿sabes? Tienes que pasar tiempo con ellas, descubrir qué es lo que les gusta. Enseñarlas cosas que ellas quieran aprender. Pueden jugar a la pelota o aprender a nadar, o lo que te parezca adecuado.

     -Son tan pequeñas. Me da miedo de que se hagan daño.

     -No se romperán si tienes un poco de sentido común. Corre con ellas, ríete, juega. Pero sobre todo pasa tiempo con ellas -las manos de él subieron de sus brazos a sus hombros y luego a su cabeza, acariciándola el pelo, soltando el prendedor que lo mantenía retirado y tocando su pelo como si fueran de seda-. Simón-ella volvía a tener problemas para respirar ¿tenía él idea de lo que le pasaba cuando la tocaba?

     -Tienes que enseñarme a hacerlo, Mar

     -¿Cómo? -ella estaba confusa ¿de qué estaba hablando él?

     -Enseñarme a ser un buen padre -dijo rozando sus labios con los de ella-. Pasar tiempo con nosotros para que yo sepa que lo estoy haciendo bien -volvió a besarla en los labios y luego siguió la línea de su mandíbula con breves besos ardientes.

     Estaba perdida. Su sentido común se desvaneció. Se acercó más a él y cerró los ojos cuando él se apoderó de su boca con un beso abrasador. Ella le devolvió beso por beso. Cuando su lengua rozó sus labios ella los abrió, temblando de deleite. Se apretó contra su pecho, deseando que aquel momento no acabase nunca. Él hizo más profundo su beso, transportándola más allá de las estrellas.
     De pronto le volvió la cordura.

     -No te apartes, MAr  -murmuró él, besando de nuevo su frente, sus mejillas, sus ojos.

     -No podemos hacer esto -dijo ella sin aliento, apoyando su frente en la barbilla de él, deseando ser capaz de superar sus inhibiciones y dejarse ir.

     Soltó sus manos, que de alguna forma se habían instalado solas tras el cuello de él y las bajó lentamente y luego las usó para apartar aquel pecho duro como una roca. Él la soltó instantáneamente.

     -¿Quieres que te pida disculpas?

     -No. Nada de eso -las rodillas se negaban a sujetarla.

     -¿Entonces?

     Ella deseó que la luz hubiera estado encendida para poder verlo. Pero entonces él la vería a ella ¿sospecharía él cómo la habían afectado sus besos?

     -Esto no puede ir a ninguna parte.

     -No lo hará -su tono era ligero.

     -Entonces no hay por qué tentar al destino ¿no?

     -¿Y le estamos tentando?

     -Podría ser -dijo lentamente-. Tengo que irme a la cama. Mañana voy a ver a mis tías.

     -¿Huyendo?

     Ella se fue corriendo hacia su cuarto, como si él la estuviera persiguiendo. Cosa que nunca haría, por supuesto, excepto en sus fantasías.
     Se apoyó contra la puerta reviviendo el beso. Poderoso y erótico, todavía podía sentir las sensaciones que la habían convertido por dentro en un flan.

     Se apresuró a acostarse, decidida a apartar los últimos minutos de su mente y dormirse. Quería ver a sus tías. Puede que comentarr con ellas el problema que tenía.

     ¿Cómo podía estar enamorándose de un hombre que no quería ningún compromiso y que si alguna vez se volvía a casar querría más hijos, especialmente varones?

     Pero el sueño no vino con rapidez. Mar se quedó despierta mucho tiempo, mirando fijamente a la oscuridad y tratando de no sentir ese dolor en su corazón.
       
     El domingo Mar pasó el día con sus tías, pero decidió no hablarlas de Simón . Ya sabía lo que le iban a decir ¿no tenía planeado su futuro? Era mejor seguir con aquello que arriesgarse a sufrir al enamorarse sin poder casarse.

     Estuvo fuera hasta que tuvo la seguridad de que las niñas estarían ya acostadas. Entró en la casa sin hacer ruido y se fue directamente a su cuarto sin ver a nadie. Oyó a Simón, pero no lo llamó. Afortunadamente él no estaba en el cuarto de estar.

     El lunes por la mañana pospuso el momento de ir a la cocina hasta que oyó a Mariana llamándola. Cuando entró la niña estaba subida a la encimera tratando de sacar una caja de cereales de uno de los armarios.

     -¿Qué estás haciendo? -preguntó Mar tomándola por la cintura y dejándola en el suelo.

     -Tenía hambre y tú no estabas ¿te has dormido?

     -Un poco ¿dónde está Amy?

     -Está mirando cómo se viste papá -Mar sacó un tazón y fue a la nevera a buscar leche fría. A ella no le habría importado mirar cómo se vestía el papá de las niñas. 0 cómo se desnudaba-. Se va otra vez.

     -Lo sé, pero son solo unos días. Amy y tú podéis. pintar el mural y puede que lo acabéis antes de que vuelva a casa.

     Simón entró en la cocina llevando en brazos a Amy en el momento en que sonó el timbre de la puerta.

     -Vienen a buscarme. Dejo aquí el coche -dejó a Amy en su silla y la dio un beso. Otro a Mariana y luego se enderezó y miró directamente a Mar .Ella se dio cuenta de que él quería darle también a ella un beso de despedida y dio un paso atrás-. Volveré el miércoles -saludó con la cabeza y se fue.

     Mar se quedó inmóvil oyendo cómo saludaba a alguien y luego cerraba la puerta tras él.

     -¿Puedo comer? -preguntó Amy mirando a Mar

     El no podía besarla delante de las niñas, pensaba ella mientras preparaba el desayuno de Amy. Pero había querido hacerlo, lo sabía. Y aquella vez ella no lo habría apartado.
       
     A las nueve de la noche Mar supo que Simón no llamaría. No había dicho que fuera a hacerlo, pero ella recordaba sus llamadas diarias desde Latinoamérica. Había pensado que él haría lo mismo desde Washington.

     Se fue a su cuarto a estudiar. Al día siguiente tenía el primero de los exámenes finales y estaba decidida a aprobarlo. Naturalmente el proyecto suponía un alto porcentaje de la nota, pero también habría una prueba escrita.

     Desgraciadamente no se podía concentrar. Se preguntaba qué estaría haciendo Simón¿habría llevado a sus clientes a cenar? ¿o había salido con amigos para divertirse y relajarse?

     ¿Habría alguna mujer que él conociera desde hacía tiempo y que también hubiera conocido a Valeria? ¿Alguien con quien pudiera hablar, una vieja amiga?

     Era incapaz de prestar atención a las palabras, que bailaban delante de ella. El teléfono sonó. Corrió a la cocina y lo levantó antes del tercer timbrazo.

     -¿Hola?

     -¿Mar ?

     -Sí.

     -¿Están acostadas las niñas?

     -Sí -hubo un pequeño silencio.

     -¿Estás bien?

     -Sí.

     -Aunque no estás tan charlatana como siempre.

     -Quizá sea mejor, así no te pongo la cabeza como un bombo.

     -No me importaría -Ma se preguntó qué querría deci
r.
     -¿Va todo bien por allí?

     -Más o menos como esperaba.

     -Pensé que habrías salido a cenar.

     -Lo hice. Terminamos hace un rato. Por eso he llamado tarde.

     -No sabía si ibas a llamar.

     -¿Querías que lo hiciera? -ella contuvo el aliento ¿se atrevería a admitirlo?

     -Sí, sí quería -dijo con firmeza. Él se rio con suavidad.

     -¿Por qué? Después de lo de ayer casi esperaba que dejaras que respondiera el contestador.

     -Ayer era mi día libre.

     -¿Y por eso tenías que entrar a hurtadillas anoche?

     -No entré a hurtadillas... exactamente.

     -Solo supe que estabas en casa porque vi tu coche aparcado -prudentemente, Mar se quedó callada. Ella le había evitado el día anterior, pero el tenía que saber por qué-. ¿Mar ? Háblame.

     -¿De qué?

     -De cualquier cosa.

     Apretando el auricular decidió hacer la pregunta que había estado atormentándola desde que llegó.

     -¿Por qué no hay fotos de Valeria para que las vean las niñas? -oyó cómo él respiraba hondo y se preguntó si no había ido demasiado lejos. Pero él había dicho que podía hablar de cualquier cosa.

     -Las retiré todas cuando murió.

     -Hace tres años de eso. Creo que a Mariana le gustaría ver una foto de su madre. Preguntó cuando vio la que yo tengo de la mía en la cómoda. Ella no la recuerda, creo.

     -Eso no es verdad.

     -Simón  tú no hablas de ella, no hay fotos ¿Cómo puede recordar una niña pequeña cuando no hay nada que refresque su memoria? Y Amy nunca tuvo nada que recordar -él estaba callado. Mar se preguntó qué más podía decir ¿Le había hecho enfadarse? ¿Entristecerse?-. ¿Simón?

     -¿Qué?

     -Cuéntame algo más de Valeria

     -Como tú misma has dicho, está muerta.

     -Pero no olvidada. Era una parte importante de tu vida y de la de tus hijas. Quiero saber más de ella.

     -¿Por qué? -para saber con qué estaba luchando, fue su primer pensamiento, pero lo apartó.

     -Para ayudar a las niñas, naturalmente.

     -Escucha, MAr , si de verdad quieres saber más cosas de ella te las contaré cuando vuelva a casa.

     -No, da lo mismo ¿cuándo vuelves?

     -El miércoles por la tarde. Te llamaré mañana. Escuchó cómo colgaba él y lentamente colgó también ella. No debía de haber sacado el tema de conversación de Valeria. Sabía que iba a oír el tono de amor en su voz cuando hablase de ella. ¿Alguna vez percibiría ella ese amor cuando alguien hablase de ella?
         
     Simón colgó el teléfono y se levantó de la cama del hotel y fue hacia la ventana. Washington brillaba en la noche, la cúpula del Capitolio estaba iluminada para que todo el mundo la viera. Apoyó la frente en el cristal y la vista que había ante él se fue difuminando mientras intentaba recordar a Valeria.

     Cada día le resultaba más difícil. Lentamente tuvo que admitir que eso le pasaba desde que había entrevistado a una pétisa de piernas sexis.
   
   
     CAPÍTULO 9
     CUANDO sonó el teléfono el martes por la noche, MAr no lo descolgó, dejó que lo hiciera el contestador automático. -¿Mar ? Soy Simón. Por favor si estas ahí ponte.

     Apretó los puños y se negó a descolgar. Tenía que guardar las distancias, había pensado mucho en ello y por fin empezaba a hacerlo.

     -Estoy en el Willard de Washington. Llámame.

     Dijo el número y colgó. Luego volvió a oír el mensaje por el placer de oír su voz y se fue a estudiar a su cuarto. No se dejaría arrastrar más por su pasión, tenía que mantener las distancias y lograr un poco de perspectiva.

     Una hora más tarde el teléfono volvió a sonar. Tampoco contestó esta vez. Había empezado a estudiar para otro examen, conocía la materia y no estaba preocupada, pero no le vendría mal un repaso. Intentó concentrarse, pero oía el murmullo de la voz de Simón en el contestador.

     Unos minutos más tarde sonó la puerta de la calle. Sorprendida, MAr miró el reloj. Era más tarde de las diez ¿Quién podría ser a esas horas?

     Fue a la puerta y miró a través del panel de cristal. Había una pareja en el porche. Los conocía de vista, vivían en la misma calle. Abrió la puerta.

     -¿Si?

     -¿Es usted Marianella Rinaldi? -preguntó la mujer.

     -Sí.

     -Simon Arrechavaleta ha estado intentando hablar con usted- toda la noche -le tendió un papel-. Este es su número de teléfono. Quiere que lo llame. Pensó que podía haber pasado algo, ya que no respondía a sus llamadas.

     Mar tomó el papel sintiéndose culpable. Naturalmente Simón se habría preocupado al ver que no contestaba. Sabía que tenían que estar en casa. Si no lo llamaba, se preocuparía más.

     -Ahora mismo lo llamo.

     -Compruebe antes que no le pasa nada al teléfono. Esperaremos. Puede que haya alguna avería y por eso no ha podido hablar.

     -Estoy segura de que está bien. Si no puedo hablar con él los avisaré. Viven en la casa amarilla ¿verdad?

     -Sí, somos Susan y Bill Peters. Hace varias semanas que la veo, pero no había tenido oportunidad de acercarme. Bienvenida al barrio.

     -Gracias. Llamaré a Simón ahora. Gracias por haber venido.

     La pareja se fue y Mar cerró la puerta. Menuda idiota había sido. Seguro que Simón estaba preocupado por sus hijas. Fue a la cocina y marcó el número.

     -Arrechavaleta

     -Hola Simón, soy Mar

     -¿Va todo bien? He intentado hablar contigo varias veces, pero siempre salía el contestador.

     -Todo está bien. Yo estaba... estudiando. Tengo exámenes finales esta semana. Mañana tengo uno.

     -No puede ser que estés tan ocupada como para no poder levantar el teléfono y decirme que no puedes hablar -ella se quedó callada. Debería haber hecho eso.

     -No quería preocuparte. Lo siento.

     -¿Qué te pasa, Mar?
     No se lo podía contar. Lo último que él quería oír era que la niñera de sus hijas se estaba enamorando de él y que tenía que proteger su corazón de la única forma que conocía. Y sin embargo ¿había otra forma de que dejara de presionarla?

     -¿MAr?

     -No puedo hablar, Simón. De verdad que tengo que estudiar. Todas estamos bien. Las niñas se fueron a la cama a su hora y pasamos un buen día. El mural está casi acabado, pero ahora tengo que irme. Buenas noches.

     -Espera ¿a qué hora es tu examen final de mañana?

     -A las diez.

     -Bien. Para las tres habrás acabado ¿no?

     -Acabaré antes de mediodía.

     -¿Puedes ir a recogerme al aeropuerto? Llegaré en el vuelo de las tres en punto. Larry se queda aquí hasta el viernes así que necesito que alguien me lleve a casa.

     -Vale, estaremos allí. Tengo que irme. -Buenas noches, Mar

     Colgó el teléfono. Su corazón estaba desbocado. Mar sonaba muy íntimo viniendo Simón . El estaría en casa al día siguiente. Y entonces ¿qué?
   
     Mar y las niñas llegaron pronto al aeropuerto. Fueron hasta la sala y se sentaron a esperar el vuelo. Amy y Maeiana estaban entusiasmadas con los aviones y los miraban despegar y aterrizar sorprendidas.
     Cuando llegó el vuelo de Simón, Mar se puso en pie y fue a un lugar donde él pudiera verlas al salir. Había otras personas esperando. Por fin salió Simón

     -Hola, papá -lo llamó Mariana

     ¡Papá! ¿viniste en avión? -preguntó Amy.

     El se agachó a besar a las niñas, dándolas un abrazo. Luego se enderezó y miró a Mar , después, con los ojos brillantes, la tomó en sus brazos y la besó en la boca.

     Sorprendida se dejó hacer, disfrutando del contacto, del latir de su corazón y del sentimiento de locura y romanticismo. El la soltó y esperó.
     MAr lo miró confusa y luego se sintió invadida por la tristeza. No podía quedarse. No podía formar parte de su familia queriéndolo como lo quería. Tenía que marcharse.

     El se pondría furioso. Ella le había prometido tres años. Pero si le explicaba la razón tendría que dejarla marchar. De hecho, si él sospechase que ella lo amaba probablemente la despediría para evitarla el problema de tener que marcharse.

     El la tomó por la barbilla y volvió a besarla en los labios.

     -Las  echado de menos, a ti y a las niñas -ella intentó sonreír pero no le salió muy bien.

     -Nosotras también te hemos echado de menos ¿acabaste con tus asuntos?

     El se echó a andar tomando a Mariana de la mano. Mar llevaba a Amy. Por un momento sintió que eran una familia. Lo deseaba tanto que casi le dolía. Iba a ser muy duro dejarlos.

     -Todo ha ido bien. Mejor de lo que esperaba. Por eso se ha quedado Larry, él terminará con los detalles y volverá para el fin de semana ¿Qué habéis hecho las tres? ¿Qué tal te ha ido el examen?

     -Creo que bien. Tengo el último el viernes por la mañana.

     -Así que estarás libre y lista para la fiesta el viernes por la noche ¿no?

     -¿El viernes?

     -La fiesta de los Andrew. Te lo pedí hace tiempo ¿recuerdas?

     Se le había olvidado completamente. No podía ir ¿o sí? Sería la última noche juntos, un recuerdo para siempre.

     -Si me acuerdo ¿a qué hora es?

     -Nos iremos a eso de las siete y media. Dado que se te olvidó me imagino que no buscaste canguro ¿no?

     -No.

     -Jarcie Sue Morton se quedaba con las niñas si teníamos que salir Melody y yo. Está en el cuaderno de direcciones en el cajón que hay debajo del teléfono. Mira a ver si puede venir.

     -No hay mucho tiempo. Si no puede se lo puedo pedir a mis tías. Tendrían que quedarse a dormir, hay toque de queda en su residencia. No pueden salir hasta tarde. Normas estúpidas, si quieres saber mi opinión.

     Simón asintió divertido.

     -Gracias por venir a buscarme.

     -A las niñas les ha gustado mucho mirar los aviones. A lo mejor volvemos otro día solo para verlos.
   
     Al llegar el fin de semana MAr pensaba que se había imaginado ella el beso del aeropuerto. Simon no había hecho nada desde que volvió que pudiera hacerla pensar que recordaba haberla besado. El jueves había vuelto pronto a casa y había pasado tiempo con las niñas antes de la cena. Cuando las niñas se acostaron él se fue a su despacho.

    Mar no podía quejarse porque eso le daba tiempo para estudiar. Aunque no se podía concentrar, si él iba a la cocina ella iba a buscar un vaso de agua. Si él veía la televisión ella podía verle por la puerta abierta. Pero él no se acercó a ella.
     El viernes terminó sus exámenes, recogió a las niñas de la guardería y se dirigió al centro comercial a buscar un vestido para la noche.

     Quería un modelo perfecto. Uno que permaneciera en el recuerdo de Simon mucho después de que ella se hubiera ido. También quería algo que le diera valor para decirle que se marchaba. Iría a la fiesta, se divertiría todo lo que pudiera, y se lo diría cuando volvieran a casa.

     Claro que no podría irse inmediatamente. Le daría unas cuantas semanas para que encontrase a alguien. Pero cuanto antes empezara mejor y ella tendría también que buscar otro trabajo.

     Por un momento le surgió la duda ¿Tenía que marcharse? ¿Podría vencer lo que. sentía por Simon sin tener que irse?
     Ella no creía que fuera a superar el haberse enamorado. Nunca había querido un hombre para compartir con él su vida. Sabiendo que no podía tener niños se había resignado a vivir sola. No había cambiado nada por haberse enamorado.
     ¡Se lo diría esa misma noche!
   
     -Estás muy guapa, Mar -dijo MAriana con una sonrisa.

     -Gracias, cariño. Estoy contenta de que te guste -MAr se miró al espejo. Estaba guapa. El vestido era perfecto, de un color rosa oscuro, suave y femenino pero muy sexy. Era corto, dejando ver sus piernas moldeadas por los altos tacones. Simon era lo bastante alto como para que pudiera llevarlos y él no quedar a su altura.

     Se hizo un complicado peinado que la dejaba el cuello desnudo y mostraba sus pendientes de plata.

     -Yo también estoy guapa -dijo Amy mirando el maquillaje que le había puesto su hermana. Las dos niñas habían querido pintarse. Se habían puesto tanta sombra y barra de labios que casi parecían payasos, pero las dos pensaban que estaban perfectas.

     Se preguntó qué diría Simon . A lo mejor debía avisarlo para que les dijera un cumplido.

     -¿Estás lista? -era la hora. Había oído llegar a Simon con la canguro hacía unos minutos.

     Entraron en el cuarto de estar. Jamie Sue saludó a las niñas que corrieron hacia ella para enseñarla el maquillaje.
     Simon miró a Mar de arriba abajo. Ella se ruborizó. Deseó que hubieran estado solos ¿la habría besado él si hubiera sido así?

     -Estás muy hermosa -dijo él con suavidad.

     -¿Y yo, papá? -dijo Amy moviendo mucho las pestañas. Antes de que Simon pudiera decir nada, Mar se acercó a él y le tocó el brazo.

     -Las niñas decidieron arreglarse conmigo, están guapísimas ¿verdad?

     -Ten confianza en mí -murmuró él. Se agachó hasta la altura de Amy y estudió su cara con gran seriedad, luego sonrió-. Estás preciosa, cariño. Muy arreglada.

     -Sí. Y MAriana y yo nos vamos a volver a arreglar. La próxima vez llevaremos vestidos bonitos, como MAr

     -Estoy deseando verlo.

     -¿Podemos ir a bailar? -preguntó Marian

     -Un día, cuando hayáis crecido un poco -se enderezó y miró a Jamie Sue-. ¿Alguna pregunta?

     -No señor. Todo irá bien, siempre son buenas. Que se diviertan.
   
     Los Andrew tenían una casa de campo. El aparcamiento estaba difícil y habían contratado servicio de aparcacoches, así que Simon condujo hasta la puerta y entregó las llaves a un joven. La terraza que rodeaba la casa estaba atestada de invitados. Camareros uniformados iban de acá para allá con bebidas y canapés.

     Simon y Mar entraron en la casa y saludaron a los anfitriones. Luego se mezclaron con el resto de los invitados.

     -¿Has venido por diversión o por negocios? -preguntó Marianella al ver que parecía buscar a alguien entre la multitud.

     -Negocios. Las grandes fiestas no son precisamente mi idea de diversión.

     -¿Por qué no?

     -Prefiero las hamburguesas en el jardín trasero o ver la televisión con mis hijas.

     -Lo hubieras pasado bien en la playa el pasado fin de semana.

     -Ya te he dicho que la próxima vez iré.

     Por un momento Mar estuvo a punto de olvidar que no habría próxima vez para ella. Sonrió y miró a otro lado. Cambió de idea, no iba a estropear la noche diciéndole que se iba. Ya tendría tiempo a la mañana siguiente.

     -¿Proporciona seguridad tu empresa a los domicilios privados o solo a oficinas y edificios públicos?

     -Las dos cosas. Y los Andrew son clientes desde hace años. Fueron uno de mis primeros domicilios privados. Te gustará Caridad Andrew si tienes oportunidad de hablar con ella. Te dejará la cabeza como un bombo, pero es graciosa y muy amable. Ah, aquí está la persona que quería ver -le puso la mano en la cintura y la guió hacia una pareja que acababa de llegar.

     Pronto estuvo Mar escuchando a Simon y a Lance Warwick hablando de los inconvenientes de no utilizar los servicios de la compañía de Simon y comparándolos con los gastos. Cuando la esposa preguntó si Deanna trabajaba para Simon ella le explicó su relación.

     Como  Jenny Warwick tenía dos niños pequeños pronto estuvieron hablando de actividades veraniegas adecuadas para preescolares.

     Caridad Andrew se unió a ellos pidiéndoles que fueran al jardín.

     -Allí hay baile. Y las mesas del bufé están llenas -habló brevemente con Mar y Jenny y se dirigió a otro grupo.

     El jardín trasero era enorme, con un toldo sobre las mesas a la izquierda y una orquesta de cinco músicos al fondo, además de una pista de baile. Linternas japonesas lo iluminaban todo.

     Cuando Simon le pidió que bailase con él MAr sintió que le iba a estallar el corazón. Era una canción lenta y fue a sus brazos sin vacilar. Estaba allí para crearse un buen recuerdo y ¿qué mejor manera de hacerlo que bailar con el hombre que amaba?

     Se adaptaban perfectamente en el baile. Ella se relajó y empezó a disfrutar el movimiento, de sentirse rodeada por sus brazos, del aroma de su perfume.

     -¿Te estás divirtiendo? -la preguntó al oído.

     Mar cerró los ojos y se imaginó cómo sería estar con él para siempre. Ir juntos a la cama y pasar la noche entrelazados. Oír su voz en la oscuridad de la noche diciendo cosas que solo ella habría oído nunca.

     -He estado pensando en lo que dijiste de las fotos de Valeria-dijo él después de un rato.

     -¿Qué?

     -Que Marian y Amy necesitan fotografías de su madre para que sepan cómo era, para recordar que era su madre -ella asintió. Amaba las fotografías que tenía de sus padres. Era tan difícil recordarlos si no fuera por las fotografías-. El jueves por la noche saqué la caja de un armario para elegir un par de ellas. Las retiré todas cuando murió. Era extraño. Las miré anoche y fue mucho más fácil de lo que yo creía que iba a ser -dijo Simon .
 Más fácil, pero no fácil. Valeria era joven y bonita cuando murió y habían sido felices el tiempo que estuvieron juntos. Por lo menos tenía eso.

     Pero Vale había muerto y era hora de seguir hacia delante. Atrajo más a MAr, comparando involuntariamente a las dos mujeres. Valeria había sido mucho más alta, era más fácil bailar con Mar.

     Y los sentimientos que tenía hacia MAr también eran distintos. Ella lo sorprendía con sus puntos de vista, su forma de ser y su entusiasmo por la vida. Lo sacudía, y él necesitaba eso. Había mantenido un férreo control sobre sus emociones durante tres años. Casi había privado a sus hijas de su padre.

     Eso le hizo pensar en qué sucedería si a él le pasase algo ¿Quién amaría a sus hijas como él? ¿Quién se ocuparía de ellas hasta que se hicieran unas mujeres?

     La canción acabó y Mar se apartó, sonriéndole. Simon tenía un deseo urgente de besarla. Pero no allí, no en medio de una fiesta de más de cien invitados. Cuando la besara quería que fuera en la intimidad de su casa.
     Y puede que esta vez no se conformara con besos. Le había dicho a ella que no quería un lío, pero ahora se preguntaba si no sería mentira. Deseaba a MArianella Rinaldi y tenía intención de tenerla.
   
   
     CAPÍTULO 10
     Marianella se despertó el sábado por la mañana en un estado de ánimo maravilloso. La fiesta había sido estupenda. Recordó cómo habían bailado Simon y ella toda la noche. Simon también parecía haberlo pasado bien.

     El único momento de tensión fue cuando él se fue para llevar a casa a la canguro. Le había pedido que lo esperase, pero ella corrió a su cuarto como un animalito asustado. Tenía que proteger su corazón y un encuentro nocturno con Simon  no era la mejor forma de hacerlo.

     Pensó qué iba a hacer con su día libre. Ya no tenía clases y se anunciaba un perezoso día de verano. Tenía todo el fin de semana ante ella, pero no tenía planes ni ningún deseo ardiente de hacer nada en especial.
     Le comunicaría a Simon su decisión de marcharse, pero la necesidad urgente del día del aeropuerto se había desvanecido. Había tiempo suficiente el lunes para decírselo. El no podía hacer nada para buscar una sustituta en el fin de semana, ¿por qué preocuparlo?

     A lo mejor iba a la biblioteca y buscaba una novela para llevarse a la playa. Leer, nadar y echarse una siesta parecía un buen programa.

     Por un momento la realidad de marcharse le resultó abrumadora, había tomado cariño a las niñas y las iba a echar mucho de menos cuando se fuera ¿las querría la próxima niñera? ¿habría alguien más que las estimulase a pintar, a correr y a reír? ¿0 seguirían el régimen estricto que había seguido Melody?

     Se puso unos shorts y una camiseta sin mangas y se dirigió a la cocina. Entonces se dio cuenta de lo tarde que era, más de las once. Estaba sorprendida de no haber oído a las niñas ¿Dónde estarían todos?
     Miró por la ventana y vio a MAriana y Amy jugando en el foso de arena, con un cubo de agua a su lado. MArian estaba muy concentrada en construir un castillo, usando el agua para mojar la arena. Amy cavaba al azar, muy atenta también. Estaban hablando, pero Mar no podía oírlas.

     Corrió hacia su cuarto a buscar el cuaderno de apuntes. Tomó un par de carboncillos y volvió a la cocina empezando a dibujar a las niñas. El cuaderno estaba casi lleno de apuntes de la familia Arrechavaleta, desde sus dibujos fantásticos de Simon vestido de vikingo hasta los distintos retratos de las niñas. Sabía que era el mejor trabajo que había hecho nunca.

     -Buenos días -se dio la vuelta sorprendida al oír la voz de Simon , no lo había oído. Estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándola.

     -Hola.

     -Ayer te fuiste muy pronto a la cama.

     -Estaba cansada. Lo pasé muy bien, tus amigos son muy agradables.

     -¿Has desayunado?

     -No, es ya casi la hora del almuerzo, esperaré un poco y ya comeré algo cuando salga.

     -¿Vas a algún sitio?

     -Pensaba ir a la biblioteca. Luego vi a las niñas en el jardín y quise captarlas en el papel.

     -¿Puedo verlo? -se acercó a ella. Mar casi no podía respirar ¿le gustaría? ¿Pensaría que había captado el gesto de concentración de MArian, que había captado las personalidades de sus hijas?

     -Claro.

     Por primera vez se preguntó cómo le iba a hablar de su decisión de marcharse. El se iba a decepcionar porque no se quedaba el tiempo acordado. Pero la próxima vez encontraría a alguien que no cometiera el error de enamorarse de su jefe.

     -Tienes talento -murmuró él al ver el dibujo.

     Sonrojada dio un paso atrás. Estaba feliz de que le hubiera gustado el dibujo, pero no era buena idea estar cerca de él. Deseó lanzarse a sus brazos y pedirle que la besara. Seguro que se sorprendería mucho.

     -¿Quieres café? -preguntó, necesitaba hacer algo.

     -Vale.

     Ella se volvió para llenar la cafetera pero al oír el ruido de papel se giró a toda prisa ¡Demasiado tarde! El ya estaba mirando sus otros dibujos.

     -¡No! -corrió hacia él, pero Simon no la hizo caso, estaba mirando el dibujo del guerrero vikingo. Pasó otra página y encontró uno en el que él estaba en la cama, con una sábana sobre la parte inferior del cuerpo. Sus músculos resaltaban claramente.

     Mar se quedó inmóvil, deseando que la tierra se abriera y se la tragase. Alargó la mano para quitarle el cuaderno, pero él se dio la vuelta poniendo su cuerpo entre ella y el cuaderno, pasó otra página, y otra más.

     De pronto, bajó el cuaderno y la miró. Sus ojos eran ardientes y escrutadores. Mar no sabía qué hacer pero no podía apartar su mirada de la de él. Se pasó la lengua por los labios nerviosamente y la mirada de él la siguió como la de un halcón.

     -Estos son... interesantes. Una vez me dijiste que eras buena, pero no súper. Creo que eres demasiado crítica. Yo creo que estos dibujos son excelentes.

     -Tareas para clase.

     -No lo creo -buscó el del vikingo y se lo mostró-. ¿Este?

     Ella tragó saliva mirando el dibujo, era uno de los mejores. El le enseñó el guerrero en reposo con las niñas en el jardín. El silencio se hizo más espeso ¿qué podía decir?

     -MAr , hay algo que quería haberte dicho anoche, pero desapareciste antes de que volviera de llevar a la niñera a su casa. Ahora pienso que fue mejor, que esperásemos, quiero decir.

     ¿Eh? ¿De qué querías hablar?

     El dejó el cuaderno sobre la encimera y se cruzó los brazos sobre el pecho.

     -No estoy seguro de cómo empezar.

     Ella se sorprendió, nunca había pensado que oiría a Simon expresar ninguna inseguridad ¿la iba a despedir? ¿se había dado cuenta de que los dibujos eran las fantasías de una mujer enamorada?

     Estuvo a punto de echarse a reír. Ella había planeado dimitir el lunes y él la iba a echar en ese momento. Debía haber respetado su plan original.

     -Parece que te gustan las niñas.

     -Las quiero. Son encantadoras. Has hecho una buena tarea al educarlas. Espero que sigas haciéndolo.

     -Mientras esté.

     -¿Qué quieres decir? -la entró el pánico-. ¿No estás enfermo, verdad? ¿No tienes ninguna enfermedad grave, no?

     -No, pero nunca se sabe. Ya han perdido a uno de sus padres. Me preocupa pensar lo que sucedería si a mí me pasase algo.

     -Ah, bueno. Estoy segura de no te pasará nada. Y en el caso improbable de que fuera así, tus- padres están ahí.

     -Son demasiado viejos para hacerse cargo de dos niñas revoltosas. No querría que ellas tuvieran que vivir con gente tan mayor.

     -Melody.

     -En realidad estaba pensando que sería mejor para ellas que si me pasara algo pudieran estar en la casa, seguir con sus costumbres -MAr asintió con la cabeza preguntándose adónde querría ir a parar-. Quiero que tú te quedes a cargo de las niñas si a mí me sucede algo. Que les des la continuidad y el amor que necesitan.

     -¿Quieres que sea la tutora de las niñas si te pasa algo?

     -El dinero no sería ningún problema. Yo lo dejaría previsto. Pero ellas te adoran. Has traído algo nuevo a sus vidas y se nota la diferencia.

     -Simon, probablemente llegues a viejo, no me necesitas como tutora -aquella conversación no estaba saliendo como ella esperaba. Ya iba siendo hora de decirle que se iba, antes de que él hablase de los dibujos.

-Lo harias MAr? ¿Estarias interesada En formar parte de esta familia y estar aquí para ellas?

     -No sé cómo puedo pensar en ello -él se detuvo un momento y luego dijo:

     -Se simplificarían mucho las cosas si nos casásemos.

     ¡Casarse! La alegría la invadió. No podía pensar. Simon estaba sugiriendo que se casaran.

     -Iba a marcharme -dijo ella.

     -¿Marcharte? ¿De qué estás hablando?

     -No, de nada. No puedo pensar. No puedo casarme contigo -él la miró atentamente-. Quiero decir, tú no puedes querer casarte conmigo.

     -No te lo habría dicho si no fuera así. Y después de ver tus dibujos sospecho que no te soy totalmente indiferente.
     Ella dejó de mirarlo y resbaló su mirada por la cocina, como buscando algo que la guiase. ¡Casarse con él! Ella lo quería ¿cómo no iba a desear pasar con él el resto de su vida?

     Pero él no la amaba a ella. Los dibujos solo mostraban sus sentimientos, no los de él. El no había insinuado siquiera que hubiera ninguna implicación sentimental por su parte ¿Sería ella solo una esposa suplente? ¿alguien que cuidara de sus hijas?

     Ella sacudió la cabeza. Él evidentemente no sabía un dato importante que le haría retirar su propuesta en un instante.

     -No puedo tener hijos -él pareció sorprendido.

     -No lo sabía ¿Quieres niños? Más, quiero decir, aparte de Amy y MArian.

     -Claro que no. Pero los hombres quieren hijos varones.

     -Lo dices como si fuera una ley o algo así.

     -Sé que los hombres quieren hijos. Lo he oído toda mi vida. Hijos para hacer cosas con ellos, para relacionarse con ellos, de hombre a hombre. Tú dijiste eso, que te relacionarías mejor con chicos. Y necesitas un hijo para que lleve tu apellido.

     Él se acercó a ella, que estaba apoyada en la encimera. Puso una mano a cada lado de sus caderas, sujetándola entre los brazos, pero sin tocarla. MAr lo miró indefensa.

     -Yo ya tengo dos hijas. No tenía idea de tener más. No creo que eso sea un problema.

     -Pero un hijo...

     -¿Qué tienen de malo las niñas?

     -¡Nada! Pero toda mi vida he oído lo triste que era que mis padres no hubieran tenido un hijo, que mi padre no tuviera un chico que siguiera sus pasos y llevara el apellido de la familia.

     -Entonces es que a lo mejor tus padres querían un chico. Pero apuesto a que querían a su niña. No querían un chico en lugar de ti, sino además ¿no?

     MAr se dio cuenta de que él tenía razón. Nunca le había oído decir a nadie que hubiera deseado que ella fuera chico. Incluso sus tías hablaban de más niños.

     -Supongo, pero...

     -¿Es esa la razón por la que decías que no te casarías nunca? ¿Porque no puedes tener niños?

     Ella asintió con la cabeza ¿sería posible que él siguiera queriendo casarse? ¿a pesar de todo?

     -Eso no es un problema para nosotros. Tenemos a las niñas. Y yo tengo dos hermanos que pueden continuar el apellido de la familia. Nunca fue esa una meta de mi vida.

     La esperanza empezó a florecer, pero ¿podría casarse con un hombre sabiendo que amaba a una mujer muerta?

     -¿Así que quieres que nos casemos para que las niñas tengan una nueva madre?

     Simon vaciló y la miró a los ojos.

     -No exactamente.

     -¿Entonces qué exactamente?

     -Quiero una esposa. Quiero que tú seas mi esposa, MAr

     Se le llenaron los ojos de lágrimas. Ojalá fuera cierto lo que decía.

     -No llores. No quería hacerte llorar. Si la idea de ser mi mujer es tan disparatada podemos encontrar un plan alternativo.

     -Eso suena muy profesional, lo del plan alternativo.

     -Puedes sacarte tu título, encontrar un trabajo. Lo que tú quieras. No llores, haré lo que me pidas.

     -¿Podrías quererme?

     -¿Qué has dicho? -Simon se quedó helado, sus ojos lanzaban destellos.

     -Nada, no he dicho nada -deseó morirse ¿podría escaparse de entre sus brazos, salir corriendo y no volver nunca más?

     -Una de las cosas que pensé que tendría que hacer era darte tiempo. Esperaba que llegases a interesarte por mí como por mis hijas. Pero al ver los dibujos tan sexys que has hecho supe que no tenía que esperar. No estoy seguro de cómo ha pasado, pero la mujer que hizo esos dibujos no me es indiferente. Yo te quiero, Mar. Quiero que seas mi mujer. Te deseo de todas las formas que un hombre desea a una mujer.

     -Pero tú quieres a Valeria

     -La quería, la quise mucho y siempre habrá un sitio en mi corazón para ella. Pero se ha ido, Mar. Y tú estás aquí. Hermosa, con talento, cálida y cariñosa. Tus besos me vuelven loco, tu amor por la vida alegra mi corazón. Hay tantas cosas que quiero explorar contigo, como ver ese cabello tuyo esparcido en mi almohada o oír tu risa todos los días. Quiero que me mires con el amor que brilla en tus ojos cuando miras a mis hijas. Quiero verte por la mañana y por la noche y envejecer contigo. Lo quiero todo, MAr.

     -Dijiste que no querías volver a casarte

     -Estaba asustado. Siempre tendré miedo de que te pase algo, pero tengo que correr el riesgo. Si no sé que te marcharás, antes o después y eso es algo que no puedo soportar. Quiero que te quedes en mi vida para siempre.

     -¿Para siempre? Oh,Simon , te quiero tanto. Iba a marcharme porque no podía soportar estar enamorándome más y más y pensar que no había ninguna esperanza de un final feliz.

     -¿Significa eso que tu respuesta es «sí»? -dijo él abrazándola.

     -Sí, sí. No puedo creerlo. Hace diez minutos estaba pensando cómo decirte que me marchaba. Y ahora me quedo y me voy a casar contigo, y a tener una familia. Oh, Simon un día tendremos nietos ¿de verdad me quieres?

     -Claro que te quiero. Luché contra ello, pero no pude.

     -No estás preocupado por lo que te pueda suceder, ¿verdad?

     El sonrió.

     -Era la única excusa que se me ocurrió. Pensé que si nos casábamos las cosas acabarían por salir bien. Contaba con que los besos y el hacer el amor te conquistarían.

     -No hacía falta. Me conquistaste con tu primera llamada desde Latinoamérica. Luego me esforcé para que no lo notaras.

     -Podías haberme dado una pista.

     -Desde que tuve la infección que me impidió tener hijos eliminé el matrimonio de mi plan de vida. Iba a ser una profesional.

     -Si quieres trabajar, puedes hacerlo. Si quieres pintar por placer, también. Lo único que te pido es que nos quieras a mí y a las niñas.

     -No pides mucho, Simon . Nada que no tengas ya. Te quiero con toda mi alma. Seré la mejor esposa del mundo.

     -Basta con que seas tú misma, cariño. Eso hará que seas la mejor del mundo.

     -La mejor esposa.

     -No. La mejor. Punto y aparte.

     Ella hubiera dicho algo más, pero su beso la dejó sin palabras. Su corazón se inundó de amor y rodeó el cuello de él con sus brazos.
     Tendrían que solucionar algunas cosas, con las niñas, con la familia de él, pero eso ahora no la preocupaba. Sabía que estaba donde tenía que estar, entre los brazos de Simon Arrechavaleta. Para siempre, había dicho él.
     Parecía bastante tiempo.