martes, 30 de abril de 2013

Capítulo 45: "Vos necia, Yo mentiroso"




Capítulo 45:
—Voy a cargar gasolina. Quedan todavía doscientos kilómetros hasta la Capital... Ve al baño, y lávate un poco. Pediré un café para vos. Te espero en el salón.
Lali estaba muy cansada para objetar. Cansada, frustrada... Agradecida. Pablo había llegado hasta allí con su armadura resplandeciente, a salvarla. Había sido bueno, suave y protector... Aquel ochenta por ciento adorable se había entremezclado con su lado mentiroso, pero esta vez por una buena causa. Sin embargo...
¿Por qué, a la hora de hablar de Vasquez parecía manejarse con tanta familiaridad? “Conozco al dueño del campo. Yo mismo voy a darle explicaciones”, había dicho, con la sumisión propia de un empleado fiel que no quiere incurrir en falta.
¿Cuál era exactamente su relación con el hombre que había matado a Gas?
—¿Te sentís bien?
—Todavía estoy mareada y confundida...
—¿Queres más azúcar?... Le puse dos, como lo tomas siempre, pero...
—Está bien, gracias...
—Tendrías que comer algo.
La joven se quedó en silencio por un segundo, pero luego estalló.
—¿Por qué nunca investigó a Vasquez?
—Ya te dije... Porque con él no se juega.
—¿Y con el presidente, sí?
—Estoy acostumbrado a moverme dentro de la política. Son otros códigos... 
Vasquez, en cambio, es un mafioso.
—Pero usted comenzó a investigarlo, y luego archivó todo... ¿Por qué?
—No tengo por qué darte explicaciones –respondió molesto, revolviéndose en su silla.
—¿Por qué? –volvió a preguntar ella, buscando sus ojos verdes.
Por un segundo coincidieron en una mirada intensa.
—Porque, a diferencia de tu marido, yo no tengo a nadie que me llore... Y soy 
demasiado cobarde como para querer acabar en una zanja.
—Eso es mentira... Usted no le tiene miedo a nada.
—Si no le tuviera miedo a nada, Lali, hoy no estaría vivo... Si no le tuviera miedo a nada, jamás hubiera asesinado a un hombre... Y ya maté a dos.
Lali observó asustada a su jefe. Su mirada se había nublado, y su gesto denotaba un dolor profundo.
PAblo continuó.
—Cuando se lleva un arma, se está dispuesto a matar. Hoy te diste cuenta de que es así... ¿Qué hubiera ocurrido si hubieras disparado, Lali?... ¿Lo pensaste?... ¿Cómo sigue la vida después de eso?
La muchacha agachó la cabeza, apesadumbrada.
—Por eso no me gusta meterme con gente como Vasquez–concluyó Pablo.
Una lágrima surcó la mejilla de Lali, y luego otro, y otra.
Sentado frente a ella, Pablo estiró su mano para enjugarlas, y la acarició con suavidad. Pero bastó aquel roce para que la joven colapsara en un llanto profundo y sincero. Él se puso de pie, se sentó a su lado, y la contuvo entre sus brazos. Durante casi una hora se limitó a acariciarla, a escuchar su silencio. A compartir su dolor
Luego de lavarse la cara otra vez, Lali regresó junto a aquel hombre que le había salvado la vida. Y no volvieron a hablar por el resto del camino a casa.
—Ya llegamos...
Lali miró a su jefe confundida. Su cabeza era un verdadero lío. Y su corazón...

domingo, 28 de abril de 2013

Capítulo 44: "Vos necia, Yo mentiroso"



Holaaaa, como andan chicas?? veo que esperan con ansias este capi jajaj, espero que les guste, besotes


CAPITULO 44:
Por un buen rato forcejearon. Peter dio un fuerte tirón, y logró rasgar la camisa y el corpiño de la muchacha, dejándola medio desnuda, aunque de inmediato ella pudo empujarlo con fuerza, arrojándolo a un costado. Pero fue un alivio breve. Cuando aquel maniático se recuperó, todavía estaba dispuesto a persistir en su intento. Se le echó encima con una furia imparable, y fue precisamente ese envión el que la joven aprovechó para asestarle un rodillazo en su sexo, tan doloroso como efectivo.
Para desgracia de su contrincante, Lali había trabajado en turismo desde muy joven, y más de una vez se había visto forzada a poner en su lugar a algún gigantón borracho. Era delgada, pero de ninguna forma era una mujer débil. Sin recuperarse todavía del golpe, ni del susto, Peter ahora lloraba agazapado en un rincón.
—¡Pedazo de idiota! –comenzó a retarlo ella, mientras intentaba atar su corpiño—. ¿Crees que voy a despedirme del mundo y del sexo, luego de haber sido tan feliz con mi marido, dejándome violar por un imbécil como vos?
—¡Por tu culpa!... ¡Por tu culpa! –murmuraba aquel galán.
Y entonces el ruido de unos pasos del otro lado, los obligó a callar por un instante.
—¡Vamos a morir!... ¡Vamos a morir! –repetía Peter con bríos renovados.
—¡Silencio!... El perro no ladró... O no llegó nadie, o lo hizo alguien conocido... Quizás es el Muerto...
—¡Vamos a morir!....
La puerta se abrió de un golpe, y asomó un arma. Peter pegó un grito, y Lali encomendó su alma a Dios.
—¡Vamos!... ¡Salgan!
—¡Martinez! –se sorprendió la muchacha— ¿Qué está haciendo aquí?
—Rápido... Tenemos que irnos. Drogué al perro y al tipo, pero...
—Pronto va a venir otro –informó Lali, mientras levantaba a Peter, y lo ayudaba a salir.
—¿Te hiciste pis, Lanzani? –preguntó su jefe, al olerlo, cuando pasaba a su lado.
Pero no esperó respuesta. En cambio, corrieron los tres hacia el exterior. Peter estaba tan asustado, que trastabilló.
—Ve hacia el auto, Lali –ordenó Pablo—. Está más allá del portón principal, escondido atrás de unos álamos. Yo me encargo de él.
—¿Llamo a la policía?
—Ya lo he hecho. ¡Corre!
La joven lo obedeció, pero cuando Pablo se dio vuelta para ayudar a su abogado, la voz grave de un tipo lo obligó a incorporarse de un salto.
—¿Adónde van tan apurados?
El fulano, un hombre grande y musculoso, tenía a Lali sostenida por un brazo, mientras le apuntaba con un arma en la sien.
Pablo se limitó entonces a dirigir su propia pistola hacia la cabeza del recién llegado.
—Si le disparas a la muchacha, te mato a vos.
Por un segundo los dos rivales se midieron.
—Yo te conozco... Vos sos el hijo de puta de la tele... El que habla de política...
—Deja a la muchacha. Si la lastimas, te mato.
—Si mato a esta nena tan linda, aunque me mates después, no podrás recuperarla... 
Yo llevo las de ganar. Deja el arma en el suelo.
—Le disparas a ella, o a mí. Vos elegís.
—Elijo dispararle a ella... O dejas el arma en el suelo.
—Está por llegar la policía... Y si te atrapan...
—Tengo un buen abogado.
—Que no te va a salvar de Vasquez... Deja a la muchacha.
En ese momento, Peter, viendo que nadie se ocupaba de él, se puso de pie de un salto, dispuesto a echar a correr. Pero aquel tipo fue más rápido, disparándole de inmediato. Herido y ensangrentado, cayó de nuevo al suelo.
—¡Eso no era necesario!
—Tenes razón... Como sea, voy a morir. Mi jefe no perdona... Así que me da lo mismo matar al que me venga en gana... A esta nena linda, a él, o a vos.... ¡Deja el arma en el piso!
El tipo acarició la sien de la muchacha con el cañón frío de la pistola.
—Me estoy poniendo nervioso... –amenazó—. Y no se pone nervioso a un sentenciado a muerte.
—¡Está bien!... No la lastimes... Aquí voy a dejarte el arma... Mira..., está en el piso.
En efecto, Pablo apoyó su revolver con cuidado sobre la tierra húmeda.
—Patéalo hacia aquí.
—Suelta a la muchacha.
—Patéalo hacia aquí.
Pablo le dio un ligero golpe a la pistola.
—Buen chico... Ahora voy a llevarme a esta señorita... Ella va a ser mi boleto a la libertad.
—¡No seas idiota!... Ella no le importa a nadie. La policía no va a detenerse porque la tengas... En cambio conmigo... Te van a dar hasta un avión, si lo pides... Nadiequiere que muera alguien famoso como yo...
—¿Sabes que tenes razón?... Sí... Ya sé quién sos... Martinez... Una vez te vi con Vasquez... Sí... Vos me servís más...
—Déjala, entonces...
Y, sin esperar respuesta, Pablo comenzó a caminar hacia el hombre armado, con las manos en alto.
—¡No!... –suplicó Lali— ¡Aléjese!
—¡Cállate, idiota!... –se enfureció el tipo.
Y fue en aquel desviar la mirada hacia la muchacha, que Pablo aprovechó para abalanzarse sobre él. Lali, a la vez, corrió hasta el arma que estaba en el suelo.
Los dos hombres forcejeaban, indiferentes a ella, hasta que la muchacha apoyó el caño de la pistola en la cabeza de aquel hombre.
—Sé usarla –dijo simplemente.
Y bastó aquella distracción, para que Pablo se apoderara de la otra pistola.
En ese preciso momento llegó la policía. Cuando los oficiales se hicieron cargo de aquel hombre, Lali y Pablo se observaron confundidos. Ambos tenían todavía un arma en la mano. En la lucha, el corpiño de la muchacha había vuelto a desgarrarse, dejando otra vez uno de sus pechos al descubierto. Pablo desvió la mirada, y entonces ella lo notó, y se apuró a taparse.
—¿Me da el arma, señorita? –le pidió un policía, tendiéndole la mano.
Más allá, un oficial auxiliaba a Peter, que recuperado de su desmayo, y viéndose al fin amparado por la ley, recobraba por completo su dignidad. Poco le importaba haberse orinado por el susto, o tener una pierna lastimada. Como si fuera un orador encendido, reclamaba inmediata atención, y prometía el más duro de los infiernos jurídicos a aquel que lo descuidara.
—¿Estás bien? –preguntó Pablo a su empleada, ni bien los policías se alejaron..
Lali, que todavía luchaba con su ropa, (o lo que quedaba de ella), levantó la cabeza, y lo miró, desolada.
—¿Cómo supo?
—Te advertí que no te metieras con Vasquez.
La joven hizo un último intento por preguntar, pero un hombre de traje se interpuso entre ellos.
—Vamos a tener que tomarles declaración...
—Yo voy a declarar... –se apuró a decir Pablo—. Pero preferiría que el nombre de la dama no figure en actas...
—Señor Pablo, lamento desilusionarlo... Esto no es la televisión. Aquí no es usted el que decide. La señorita tendrá que justificar su presencia en el lugar del hecho.
—Comisario... Es usted el que no entiende... El esposo de la señora no sabe que ella está aquí... No queremos preocuparlo... Es un hombre muy celoso.
—Ah...
—Por eso quisiera preservar su identidad.
—¡Es imposible!... Tendrá que declarar...
—De seguro hay alguna forma de arreglarlo entre nosotros.
—Eso sería una falta grave.
—¡Pero, comisario!... Si yo mandara a uno de mis chicos a revisar todas las causas en que usted ha participado......Pero ni a usted ni a mí nos interesa eso, porque sabemos que las cosas no se manejan así.
—Entiendo...
Aquel hombre llevó a Pablo hacia un costado.
—Mire, señor Martinez... Si voy a ser franco..., aquí en la provincia nos movemos distinto que en la Capital... Una mano lava la otra, ¿entiende?... Y todos hemos estado alguna vez en su misma situación... Yo no quisiera crear problemas por tan poco. Así que voy a darme vuelta..., y si la señora se escapa antes de que llegue la Federal, no es mi culpa..., ¿no le parece?... Es lo más que puedo hacer. ¡Lo lamento!
—¡Con eso nos alcanza!... ¡Vamos, Lali!
—¡Momentito!... Usted se tiene que quedar... Mi gente lo ha visto, y todos saben quién es. Y si el dueño de este campo pregunta...
—No se preocupe. Conozco al dueño de este campo. Yo mismo voy a darle las explicaciones del caso. Le contaré como mi abogado recogió a una muchacha en el camino, se le descompuso el auto, llegó hasta aquí en busca de ayuda, y al ver que había un movimiento extraño, llamó a la policía primero, y luego a mí... Cuando ustedes llegaron, la muchacha escapó, y...
—Igual va a tener que declarar.
—Voy a hacerlo. Pero con el Comisario Pinto de la Federal. Derive a él las actuaciones.
Sin detenerse a explicar más, Pablo tomó a su empleada por la cintura, para sostener su paso vacilante.
El sol comenzaba a asomar por el campo recién sembrado. La noche quedaba atrás. Y la vida volvía a empezar.
Para cuando Pablo  regresó al auto, Lali todavía luchaba por cubrirse. La camisa estaba destrozada, y no había nudo posible que contuviera el corpiño.
—Toma... –le dijo, mientras le alargaba una chaqueta que había sacado del baúl del auto.
—Gracias... ¿Cómo estaba Peter?
—Vivo..., que es más de lo que se merece... Pero ha perdido mucha sangre. De todas formas, entendió bien su parte de la historia.
—¿Por qué no quiere que Vasquez sepa que he estado aquí?
—Vos sos un cabo suelto para él... Y a Vasquez no le gusta dejar las cosas por la mitad.
Pablo puso en marcha el motor, y permanecieron en silencio por el resto del viaje, hasta que se detuvieron en un bar en medio de la ruta....

jueves, 25 de abril de 2013

Capítulo 43: "Vos necia, Yo mentiroso"




Capítulo 43:
—¡No! –gritó Peter, mientras se deshacía en lágrimas.
—¿Van a matarnos sin averiguar antes quienes somos? –se apuró a decir Lali, con aparente frialdad—. No es muy inteligente de su parte... Como se imaginarán, noíbamos a ser tan estúpidos como para venir sin que nadie lo supiera.
—La chica tiene razón –sentenció el tal Cabeza—.Mejor los encerramos hasta que llegue el Muerto. Dejaremos que él decida.
—Sí... Dejémoslos aquí, para que mediten... ¡Y cuidadito con tocar la “merca”!... Te lo digo en especial a vos, “llorón”...
—¡No nos encierren! –suplicó Peter.
—Deja que se vayan –le susurró Lali por lo bajo.
—¡No pueden dejarnos aquí!... ¡Soy claustrofóbico!
—¿qué? –preguntó el más alto.
—Que le da cagazo cuando lo encierras –explicó el otro, cruzando miradas con su compañero.
Ya que no lograba nada por la lástima, aquel doctor venido a menos intentó envalentonarse.
—Pues yo... Yo no voy a dejar esto así...
—Olvídalo, Peter... Deja que se vayan –suplicó Lali entre dientes.
Pero su compañero estaba fuera de si.
—¡Ya van a ver! –gritó, una vez que los otros cerraron la puerta—. Ya mismo tomo mi celular y...
Lali lo observó, petrificada... ¡Increíble! ¿Se podía ser tan estúpido?
En cuestión de segundos, sus captores volvieron a abrir la puerta. Ahora, mientras el más alto apuntaba, el Cabeza los palpaba de armas y celulares.
—Revisa otra vez a la chica... El tipo es un pelotudo, pero de ella no me fio.
—¡Ah! –se deleitó aquel hombrecillo deforme—. Así que escondiste el aparato en el culo. ¡Muy inteligente! ¡Lindo culo!... Pero si lo que querías era tener algo allí adentro, sólo tenías que pedirme... –dijo, mientras soltaba el pequeño aparato, sostenido malamente por el elástico de la braga de la muchacha, y aprovechaba de paso para tocarla.
Lali corcoveó ante su sólo contacto.
—Deja, Cabeza... Ya podremos divertirnos con ella después que llegue el Muerto.
—¡Eso!... –convino Peter—. ¡Quédense con ella! Yo... Yo soy abogado, y puedo serles más útil si estoy afuera... Pero aquel par, del otro lado de la puerta, ya no lo escuchaba.
—¡¿Qué clase de idiota sos, Peter?! Faltaba apenas un segundo para que pudiera llamar a la policía, y vos lo echaste a perder...
—¡No puedo pensar!... ¡No quiero estar aquí! ¡No puedo hacerlo! De verdad soy claustrofóbico...
El honorable doctor Lanzani lloraba ahora de forma poco honorable, agazapado en un rincón.
—Vamos, Peter... No hay tiempo que perder. Tenemos que buscar una salida antes que vuelvan –imploró la muchacha.
Pero su compañero no la escuchaba.
—No quisiera estar con vos en una nevada, en medio del Aconcagua... –se quejó Lali entre dientes.
Pero, a pesar de eso, insistió.
—Tienes que sobreponerte, Peter. Necesitamos encontrar una salida. Busca alguna corriente de aire, un respiradero, ¡algo! por lo que podamos salir.
Durante una hora completa no dejaron centímetro cuadrado sin revisar en aquel pequeño cubículo. Pero fue inútil. El sitio era mínimo, y hermético.
—Esto parece el interior de un freezer –se quejó Lali.
—¡Vamos a morirnos!... Lo sabía... ¡Vamos a morirnos!...
—¿Cómo se te ocurrió emprender esta aventura sin avisarle a nadie adónde íbamos a estar?
—Me dijeron que el lugar estaba vacío... ¡Cómo me iba  a imaginar que estos idiotas se atrevían a usar un galpón de Nicolas Vasquez  para almacenar droga!...
—No entiendo... Si creías que no había nada..., ¿por qué insististe en venir?
—Quería acostarme con vos...
—¡¿Estás loco?!... ¿Sólo por eso inventaste esta farsa?
—La culpa es tuya, por estrecha... Decime, ¿crees que hay alguna chance de que Pablo te haya seguido hasta aquí?
—De haberlo hecho, ya hubiera llegado...
Sintieron ruidos de un auto que partía.
—¡Se fueron!... ¡Nos dejaron solos, y nos vamos a morir de hambre y de sed!... ¡Agua!... Necesito agua... –comenzó a desesperarse aquel galán.
—¡Peter!... Escucha... Debes calmarte y pensar. Necesitamos emboscarlos. Esa puerta es nuestra única salida. Vamos a hacer esto. Yo los llamo, y cuando entra el primero, vos te le echas encima y lo desarmas.
—¡¿Yo?!... ¡Yo no!... ¡Yo no puedo!
—¿Y eso de que eras un hombre?
—¡Para coger a una fulana, no para enfrentarme a un gigante!
—De acuerdo... Haremos al revés... Y pensándolo bien, es mejor, porque de mí no van a sospechar... Los llamas, y yo me echo encima del primero que llegue...
Convencer a su compañero de que pegara el grito, le llevó a la muchacha otra media hora, pero por fin lo logró.
—¡Guardias!... ¡Guardias!... –chilló el joven doctor, como si fuera el protagonista de una vieja película argentina.
Pero Lali no contaba con la mirilla de la puerta.
—¿Dónde está la chica? –preguntó el tipo del otro lado, antes de abrir.
De inmediato la muchacha le hizo gestos desesperados a su compañero para que dijera que se había ido... O que había muerto... O cualquier cosa estúpida que tomara al tipo por sorpresa, y que quizás, si el fulano era tan torpe como Peter, lo obligara a abrir la puerta. Pero el doctor Lanzani, descerebrado por el susto, se limitó a decir:
—La señorita quiere irse.
—Y yo también –gritó el moreno—. Pero vamos a esperar a que el Cabeza vuelva con el Muerto... Y ahora no molesten, porque me voy a echar un sueñito... Mañana va a ser un día muy largo, porque fija, fija, que también me van a obligar a que los entierre. Que los mate, y los entierre. Porque acá, el único boludo que hace todo, siempre soy yo.
El tipo se fue, y Peter perdió la poca dignidad y respeto que le quedaba. Lloraba y maldecía por su suerte, blasfemando sin parar. A su lado, Lali ya no lo escuchaba. Por el contrario, otra vez le parecía caminar por aquella vereda ancha y arbolada rumbo a su casa. Andaba despacio, porque quería disfrutar del sol... Pero algo en su interior le decía de apurarse... De llegar cuanto antes al lado de Gas, para darle la noticia que habían esperado tanto... ¡Ese era el día!... El día de los dos... ¿Por qué no había corrido hacia él, al verlo? ¡Estaba tan hermoso con aquella camisa nueva!... ¿Por qué se había quedado allí, quieta, mirándolo a la distancia?...
Sí... Posiblemente aquel había sido el día marcado para los dos. Pero, por desgracia, ella había llegado tarde a la cita... Y ahora, apenas dos años después, al fin era el momento de reunirse con su marido. De volver a sus brazos...
Lali sintió que las lágrimas comenzaban a bañar sus mejillas. No... No quería morirse... Después de tanto tiempo de estar enterrada, al fin comenzaba a recobrar la paz, y ahora no quería morirse... ¿Quién iba a regar la planta de jazmín?... ¿Quién le iba a servir el desayuno a Pablo?... Lali se entristeció un poco más. ¿Para qué engañarse?... No tenía demasiados motivos para seguir con su vida.
—¡Puta de mierda!... ¡Esto es por tu culpa! ¡Pero no!.... ¡No me voy a dejar matar, sin antes haberme dado el gusto de cogerte hasta que te duela!
La joven levantó la cabeza sin entender. Peter parecía fuera de sí, y la miraba exaltado.
—¿Qué dijiste?
—¡Que te la voy a poner veinte veces, turra de mierda!
—¿Te has vuelto loco?
—¡La puta que te parió!... Ahora vas a ver lo que es un hombre de verdad, aunque tenga que matarte. 
Literalmente, aquel macho acorralado se le echó encima…..

domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo 42: "Vos necia, Yo mentiroso"


Nuevo capiiii!!!, espero que les guste besotes


CAPITULO 42:
—¿Y para qué estás revisando esto?
—Ya te dije.
—¿Y Pablo lo sabe?
—Él no tiene nada que ver con este asunto.
—Mira que a Pablo no le gusta que se metan en el archivo sin su permiso.....
—Hace mil años que se olvidó de esta nota.
—Eso no es cierto... Unos meses atrás me estuvo preguntando de nuevo por 
Nicolas Vasquez... Es más, creo que lo contactó...
—¿Pablo estuvo con Vasquez?
—Algo así... ¿Y quién me va a pagar por este tiempo que estoy perdiendo con vos? ¿Se lo facturo a RLP?
—¡No!.... Te lo pago yo... Mira, no es tanto lo que necesito... Tengo esta muchacha con la que me quiero acostar, y ella está obsesionada con Vasquez... Quiero que me tires algún hueso, que a ella la emocione lo suficiente como para estarme agradecida, pero que a mí no me traiga ningún riesgo.
—¡Polleras!... ¡Tendría que habérmelo imaginado!... Y creo que ya sé de quién me hablas... ¡No puedo culparte por tomarte tanto trabajo!
—¿Cómo que “sabes”?... ¿De dónde puedes conocerla?
—Busqué algunos datos sobre ella para Pablo... ¿Es la viuda de Gaston Dalmau, no?
—Me tiene loco... Si no me la llevo pronto a la cama...
—¿Qué tipo de cosa queres?
—Alguien me dijo que Vasquez tiene varios galpones en la provincia de Buenos Aires que ya no visita.
—Sí, es cierto... Los tiene abandonados.
—¿No había uno grande, cerca de General Madariaga?
—Pero allí no vas a encontrar mucho. Guarda basura solamente...
—Eso es lo que quiero. Basura que lleve su nombre, pero que no me comprometa...
—¿Para qué?
—Un amigo tiene un campo por allí cerca... Si la llevo hasta el galpón en medio de la noche...
—Y tu auto se descompone cerca de lo de tu amigo... Entiendo. Pero..., ¿para qué tomarte tanto trabajo? No necesitas ir hasta lo de Vasquez para...
—La muchacha no es ninguna idiota. Y después de que nos acostemos, quiero que siga confiando en mí. Puedo hacerle creer que me dieron una pista falsa, pero, en cambio, no puedo llevarla a la mierda y venderle papelitos de colores. No... La historia tiene que ser creíble y emocionante... Tengo que ir hasta ese galpón... Tengo que convencerla de que soy muy capaz de jugarme por ella, y de que estoy de su lado... Tengo que lograr que confíe en mí cuanto antes...
“¡Sí...!¡Confiar en vos!”, pensó el investigador, divertido. Pero calló. ¡Pobre niña!

Por otro lado…
Benjamín Amadeo  entrecerró sus bellos ojos. 
¡Qué raro!.... Sí... Todo era muy extraño... ¿Qué le ocurría a esos tres? Benja nunca se aparecía por la casa de su jefe en viernes, porque el fin de semana era sagrado, y él necesitaba al menos tres días completos para reponerse del programa. Y no lo hacía por pereza, sino porque se debía a su público, que esperaba verlo a la semana siguiente con el rostro bello y descansado. Por eso los viernes salía a navegar por el delta. Era su forma de mantener el bronceado aún en pleno invierno, y asegurarse fotos espléndidas todo el año...
Benjamin carraspeó. ¿Era su impresión, o a nadie le importaba su presencia allí?
Por supuesto que aquel viernes era especial. ¡No pensaba irse hasta que Pablo se dignara escucharlo!... La situación ya era insostenible. Y no era que él gozara hablando mal de una compañera, pero estaba harto de tener que encargarse siempre solo de la pre producción. Todas las veces Mery del Cerro encontraba alguna excusa tonta para no llegar a tiempo.
 Esa semana había sido la internación de su hijo... Sí, sonaba horrible... Pero apenas se había tratado de una triste convulsión por fiebre. ¿Cuál era su problema? Si quería seguir trabajando, su compañera iba a tener que establecer mejor sus prioridades... ¿Acaso no contaba con nadie para que se ocupara del nene?... Y de ser así, ¿por qué no renunciaba a la conducción de RLP, y lo dejaba a él en paz?
Benja trató de calmarse. Tanto estrés le estaba empezando a producir arrugas. De haber sido suya la decisión, hacía rato que Mery hubiera volado. Quería a Lali junto a él, en la pantalla. Y no porque aún conservara ni la más remota esperanza de poder llevarla a la cama, porque era obvio que el jefe la había apartado para su uso personal, sino porque, de haber formado parte de su equipo, la muchacha se hubiera encargado ella sola y con pericia de toda la parte engorrosa, dejándole a él lo que sabía hacer mejor: ocuparse del glamour. Su vida hubiera sido más fácil, y sus “fans”, al ver su aspecto relajado, lo hubieran agradecido.
¡Pero no! Pablo no la soltaba... ¡Y ahora esto!... ¿Qué hacía Maca en el departamento de su jefe, a esa hora, y dando órdenes como si fuera la dueña de casa?
¡Si hasta se había atrevido a mandar a Lali a lavar los platos del almuerzo!... ¡Muy raro! ¡¿Y la cara de Pablo?!... No había prestado atención ni a una sola de sus quejas, enfrascado como estaba en ir y venir hacia el escritorio... ¿Qué se traía entre manos?...
Algo estaba pasando allí. Algo entre Maca, Lali y Pablo... Y, para colmo, a medida que el tiempo transcurría, comenzaba esa extraña preocupación de todos por la hora. ¿Desde cuándo a su jefe le importaba el tiempo, si se estaba hablando de trabajo?...
Y más miraba Lali el reloj, más se inquietaba él. Parecían dos tontos... “¿Qué hora es?”, preguntaba ella. “Temprano”, respondía él. “¿Está bien ese reloj?”, decía ella, entornando sus bellos ojos marrones. “El reloj, sí”, replicaba él, en forma enigmática... ¡¿Quién podía entenderlos?!
Benja hizo un último esfuerzo.
—Escucha Pablo, Mery multiplica mis dolores de cabeza... Creo que ha llegado la hora de que elijas entre ella, o yo.
—Pues Mery se queda. Tiene relaciones, tiene contactos. Tiene frivolidad.
—Yo también tengo frivolidad.
—Son las ocho... –dijo Lali como si viniera al caso, mientras se ponía de pie.
Y bastó que lo hiciera, para que Pablo la mirara con odio, y sin mediar palabra, saliera del cuarto enfurecido, y
Maca tras él.
¡Qué raro!
Mas tarde….
Lali observó el rostro de su acompañante. Se veía seguro y feliz... Demasiado feliz para su gusto.
—¿No nos estamos arriesgando inútilmente, Peter?
Aquel galán desvió la mirada del tránsito por un momento, y le sonrió.
—¿No era esto lo que querías?
—Quería información sobre Vasquez... Pero nunca pensé obtenerla yo misma. Tenía un dinero guardado para pagarle a alguien...
—¿Pagarle a alguien?... ¡Imposible! Pablo se enteraría, y nadie me saca de la cabeza que son socios.
—No... Estoy segura que no... Pablo no es de los que se vende.
—¿Pablo?... ¿Ahora lo defendés?
—No... –respondió la muchacha confundida—, me salió, simplemente...
—Como sea... Yo creo que lo idolatras demasiado. No confío en nuestro jefe, y 
pienso que deberíamos vigilarlo... Siempre está tramando algo.
—Pablo tiene muchos defectos, pero se rige por una ética... No es la mía, pero...
—Pablo es un tipo peligroso, y debes cuidarte de él.
—¡Qué extraño!... Hoy me dijo lo mismo de vos.
—¿Sabe que estamos juntos?
—Sí.
“¡Mierda!”, pensó su compañero.
—Hiciste mal en decirle... Seguro que ya se enteró también Vasquez.
—Sabe que salí con vos, pero no que hemos venido hasta aquí... Bueno, en 
realidad, ni yo estaba enterada de que íbamos a hacerlo.
—No te vas a arrepentir. Vasquez es un tipo peligroso. Creo que con este viaje nos estamos exponiendo tontamente.
—¡Vamos, Lali!... Estás conmigo. No tenes nada que temer. Estoy aquí para protegerte.
—Gracias.
—¡Ese debe ser el galpón!
Peter estacionó el auto en un lugar oscuro, y ayudó a bajar a la muchacha. No era fácil para Lali caminar con tacones y pollera por el barro. Pero tampoco necesitaba tanta ayuda como la que su compañero parecía entusiasmado por darle. La apretaba muy fuerte contra su cuerpo, asiéndola por la cintura... Es más, si Lali hubiera sido desconfiada, hubiera dicho lisa y llanamente que la estaba “apoyando”. Pero, por fortuna para él, no lo era... ¿O sí?
—¿No está poco custodiado este sitio, como para guardar las cosas importantes como vos decís que hay aquí? – preguntó ella, tomando distancia.
—De seguro Vasquez no ha querido llamar la atención... General Madariaga está muy cerca, y a sus moradores les parecería raro demasiada vigilancia.
—Puede ser...
Un perro bravo les salió al encuentro, pero, por fortuna, estaba atado.
—Creo que deberíamos volvernos, Peter. Alguien podría haber escuchado los ladridos.
—¡Por favor, Lalita! –se apuró a decir él con tono condescendiente—. Tenes a un hombre a tu lado.
Sí... Un hombre... Lali podía sentirlo... ¡Demasiado podía sentirlo! ¿Iba a seguir apretándola de esa forma?
—Insisto en que estamos perdiendo el tiempo
—Entra, por favor... Las damas primero.
El joven abogado comenzó a juguetear con la linterna que había llevado, iluminando en círculos el galpón vacío.
—Aquí no hay nada, Peter.
—¡¿Cómo que no?!... ¿Y la aventura? Sentí, Lali... Mi corazón está latiendo a mil... ¿Y el tuyo?
La muchacha esquivó la mano de su acompañante, como si se tratara de un rival en el campo de juego.
—Ese es mi pecho, no mi corazón, Peter... ¿Para qué me trajiste? Aquí no hay nada.
—¡¿Cómo que nada?! ¿Y este candado?... Mira esta puerta. De seguro debe ocultar algo importante.
—Ábrílo, entonces...
—¿Abrirlo?... –preguntó, sorprendido—. No puedo... Sería un delito.
—¿Y entrar aquí, no?... ¡Vamos! Toma esta barreta.
La joven le acercó un fierro oxidado, que el otro tomó con asco. Por un buen rato estuvo forcejeando, a la par que intentaba no manchar su jean de marca con la herrumbre. Por fin Lali perdió la paciencia.
—¡Déjame a mí!
En un segundo el candado ya estaba en el piso, y la puerta abierta dejaba entrever un pequeño sótano.
—Aquí hay algo –dijo la muchacha, encantada.
Su compañero, en cambio, lucía preocupado.
—Ahora sí que pienso que sería prudente volvernos... Quizás no es tan mala idea la de contratar a alguien...
—Ya estamos jugados. Si nos vamos sin revisar el lugar, el primero que llegue notará nuestra visita, y se lo llevará todo.
De mala gana Peter se dejó arrastrar al interior de aquel sótano oscuro y mal aireado.
—Que olor fuerte que hay, ¿no? –se extrañó la joven.
—No sé... Otra vez estoy con sinusitis, y...
—¿Por qué no dejas quieta la linterna?... ¿Intentas conseguir empleo en C.S.I.?.. Mira, aquí hay...
—¡Droga! –gritó el otro, espantado, mientras sus ojos se salían de las órbitas—. ¡Y de la buena!
—¡¿Droga?! Esto no puede ser de Vasquez. Él no se dedica a eso... Y si lo hiciera, sería a otra escala...
—¡Yo me marcho! ¡Me voy de aquí antes de que nos atrapen! ¡Déjame salir!–gritó el digno Peter, echando a correr de forma poco digna, y atropellando a su protegida en su intento por escapar.
Pero cuando ya había alcanzado la puerta, para sorpresa de Lali, volvió lentamente sobre sus pasos. Se hizo la luz, y la joven pudo ver como un moreno gigante les apuntaba con un arma.
—¡Atrás!... –gritó el tipo— ¡Párate junto a la chica!
Peter lo obedeció sin protestar. Estaba temblando.
—¿Los mandó el jefe?
—Sí –mintió Lali con decisión.
—¡No! –dijo su acompañante.
—¿Sí, o no?
—Vasquez ya está por llegar –le advirtió Lali al tipo, con frialdad— Te conviene escapar antes de que lo haga... No va a estar nada contento con el pequeño “negocito” que has montado a sus espaldas.
Peter, al oírla, todavía temblando, la observó confundido.
—¿Vasquez? –preguntó.
Y bastó aquel gesto mínimo para que el moreno desconfiara.
—La chica casi me engaña, pero... No, no les creo nada.
Lali miró a su compañero con odio, mientras el morocho comenzaba a llamar a alguien a los gritos.
—¡Cabeza!... ¡Cabeza!
Por la puerta, en efecto, no tardó en aparecer una cabeza enorme, pegada a un cuerpo mínimo.
—Mira lo que me encontré hurgando por nuestras cosas...
—¡Mátalos!... Aquí nadie los encontrará...

viernes, 19 de abril de 2013

Capítulo 41: "Vos necia, Yo mentiroso"



Chicas les traigo nuevo capi super rapido estoy a full tengo parcial el martes y encima ya estoy trabajando asi que -10 de tiempo , besotes espero que les guste y gracias pro seguir leyendo se viene algo mas que un beso jajaja dentro de unos 10 capis todavia no coman ansias :)

CAPITULO 41:
Volvió a mirar el reloj de la pared. ¿Se sentiría mal? Ya llevaba como dos horas allí adentro... Y esa no era precisamente la forma en que Lali había pensado pasar aquella mañana de sábado, la primera en que asomaba el sol, luego de un largo y gélido invierno.
—Disculpe... Hace un rato que entró mi amiga para atenderse, y todavía no... ¡Rochi! 
Estaba preguntando por vos. Te tardaste demasiado.
—Me lo imagino –respondió la muchacha con disgusto, mientras caminaba en forma curiosa.
—¿Te ocurre algo?
—Nada –dijo secamente.
Y no volvió a abrir la boca hasta que llegaron a la calle.
—¡Sos una cerda, Lali! ¡No sé como fuiste capaz de ocultármelo!
—¿A qué te referís? No entiendo...
—¡Vamos! ¡No te hagas la inocente!... ¡Te estás acostando con alguien!
—¡No!... ¡¿De dónde has sacado eso?! Y, por cierto, ¿por qué sigues caminando tan extraño?
—Para que sepas, sucia traidora, lo sé todo.
—¿A qué te referís?
—A que no sos la única que... Vos sabes –agregó, señalando su sexo.
La muchacha observó su gesto, divertida.
—¿Quién te dijo?
—Tardaste tanto, que le pregunté a la depiladora... Y ella me contó.
—Y entonces decidiste...
—No iba a ser menos que vos... Y, no me importa lo que digas, nadie hace algo tan doloroso a menos que tenga con quién lucirlo... O que esté planeando hacerlo.
—No seas tonta, Rochi. Me depilo toda desde que tenía quince años. Soy deportista, ¿lo olvidas? Cualquier pelo molesta si nadas, o andas en bicicleta.
—Pues por aquí no veo ninguna piscina, ni una pista de carreras... ¡No! Vos andas con ganas de tener sexo...
Sí... Esa era una acusación que Lali no podía negar. Últimamente...
—Lo he hecho toda mi vida, cada quince días... Es como bañarme, o lavarme los dientes.
—¡Pero duele como la puta que lo parió! ¡No! A mi no me convences... Y además... Ahorras hasta en la comida, ¿y tiras el dinero de esta forma?
—Es una necesidad.
—Sobre todo si usas ropa interior como la que compraste el otro día.
—¿Revisas mis cosas?
—Cuando te mudaste a casa, tus bragas eran de abuelita. Ahora, en cambio...
—Las que compré costaban diez pesos menos que las de abuelita, y no estoy para lujos.
—No me convences... También Victorio piensa...
—¡¿Estás viendo a Vico?!
—A veces viene a casa, para preguntarme por vos. ¡Es encantador! Y, francamente, no se merece las cosas que le haces.
—¡¿Qué le hago?!
—Acostarte con Pablo delante de su nariz.
—¡Yo no me acuesto con PAblo!
Rochi la miró con desconfianza.
—Está bien... Supongamos que es así... Pero, ¿podes jurarme que no te mueres de ganas por hacerlo?
—No se jura –respondió Lali secamente.
Y aceleró la marcha. Rochi la seguía con dificultad, dando pasitos cortos, y maldiciendo.Pero su amiga ya no la escuchaba. 
Por otro lado….
—¡A Peter!... ¡Peter Lanzani!
—¡Rolo!... Disculpa... Todavía estoy sordo por los motores de la carrera del 
—¡Vamos, amigo! Vos no escuchas lo que no te conviene.
—¿Qué te debo, Rolo?
—Me debes información. Todo el mundo comenta que tu jefe está tramando algo. Y el mío no quiere caer por allí, para la última entrevista del año, y llevarse una sorpresa.
—¡Vamos! Sabes que Pablo le tiene miedo a tu jefe... Él sería incapaz de...
—Pues sabemos de muy buena fuente que Pablo consiguió algo que... nos inquieta.
—Si me dices de qué hablamos...
—¿Tengo cara de idiota, Peter?... Mi jefe pensó que iba a mantener contigo un 
diálogo interesante, pero está visto que...
—Tu jefe paga menos que el mío.
—Si averiguas algo, se podría rever aquello que te interesaba tanto.
—¿El puesto en Cancillería?
—Como sea... ¿Podes averiguar algo?
—En este mismo momento tengo a alguien infiltrado en su casa.
—¿Alguien?
—Una mujer.
—¡No seas idiota, Lanzani!... Martinez no confía en nadie, y menos en una 
mujer.
—Esta es distinta.
—Bueno... Vos sabrás... Pero, desde ya te digo que no queremos sorpresas... Y si no estamos del todo satisfechos, mi jefe no va a concurrir a esa última entrevista.
—¡No seas idiota, Rolo!... Ya es tradición que...
—Vos averigua eso, que yo me encargo de las tradiciones...
Sin decir más, aquel tipo nefasto se alejó de allí de inmediato. En realidad, como ambos conocían su oficio, en ningún momento se habían detenido. Por el contrario, todo el tiempo habían continuado la marcha como dos desconocidos, sin mirarse. 
Pero cuando el tal Rolo ya estaba a algunos metros, y a punto de doblar la esquina, se dio vuelta, y, desde la distancia, hizo un gesto con sus dedos índice y pulgar, como si disparara un tiro en medio de la frente de Peter.
Un buen recordatorio de que con esa gente no se jugaba.
En la casa de Pablo…
Todavía medio dormida, Lali estaba cerrando la puerta de la cocina, cuando un ruido proveniente del living llamó su atención. No era Pablo, estaba segura. A esa hora, (las ocho de la mañana), él todavía andaba por allí descalzo.
Atemorizada, se apuró a encender los monitores de vigilancia. Sabía que su jefe se traía algo importante entre manos, por lo que tenía que extremar los cuidados, y estar lista para lo peor.
Y lo peor estaba allí, justo en medio de la sala. Cosa rara... Sin ningún motivo, parada frente a esa imagen, Lali comenzó a sentir una opresión en el pecho. Era como si algo la apretara, hasta sacarle el aire. Se sentía agitada y con ganas de llorar... ¿Estaría teniendo un infarto, o algo así? No... No era un infarto...
Era algo así.
—Buenos días, Lali.
Desde la puerta de la sala, Macarena Paz, apenas cubierta por una de las camisas de Pablo, la saludaba, triunfante.
—Buenos días, Maca.
—Muero por un café... - dijo Maca
 “¡Pobrecita! ¡Y a mí que me bastaría con apretar tu cuello para aliviar tanto sufrimiento!”, pensó Lali. Pero en cambio, con una sonrisa falsa, señaló la cafetera.
—Está programada para las ocho en punto. Ya debe estar casi listo...
—¡Que suerte!... Anoche Pabli estaba imposible, y ahora me quiero morir.
“¡Y dale con darme ideas!”, refunfuñó en su interior la muchacha.
Pero, en vez de hablar, tuvo que soportar como la otra se desperezaba, de forma tan ampulosa que, en el movimiento, la camisa se abrió, dejando a la vista uno de sus pechos.
—Cúbrite, Maca... “Pabli” no está aquí, y nadie quiere que te enfermes... La 
primavera es la peor época para los resfríos.
“Cómo si pudiera tomar frío, con tanta silicona delante”
—¡Disculpa!... Bebo mi café, y voy a darme una ducha...
—Aquí está... Y tene cuidado, porque está caliente...Nadie quiere que te quemes.
“¿Para qué?, si ya estás bastante incinerada... ”Ambas mujeres se midieron como rivales.“Idiota”, pensaron al unísono.
Para cuando Maca se fue de la cocina, entró Pablo.
—Buenos días.
—Buenos días.
—¿Ya está listo el café?
—Sí...
—Lo necesito... ¡Ayer tuvimos una nochecita con Maca!... Bueno, ella ya te habrá contado.
Lali lo observó atónita, sin molestarse en ocultar su molestia.
—¿Qué?... ¿Por qué pones esa cara?
—Me parece de muy mal gusto que ande comentando sus proezas nocturnas.
—¿A qué te referís?
La muchacha tenía un nudo en la garganta que le dificultaba hablar.
—A que... A mí no me importa lo que hagan Macarena y usted...
Pablo la enfrentó. Pero parecía más halagado, que otra cosa.
—Anoche no me acosté con Maca, si eso te preocupa...
—¡Por supuesto que eso no me preocupa!... ¿Por qué habría de preocuparme?
—Sos vos la que tiene que responder eso –comentó con satisfacción.
Y Lali sintió que lo odiaba.
Odiaba esa forma estúpida que tenía de sentirse superior. Odiaba esa risita sobradora, y esa manera de enfrentarla, haciéndola parecer una imbécil. Pero más odiaba que tuviera razón... ¿Por qué tenía que preocuparle tanto lo que su jefe hacía con la odiosa Maca?
—Como sea, Lali. Anoche Maca encontró a su marido con la empleada, y no 
estaban limpiando precisamente.
—Eso es espantoso...
—Yo no diría tanto... En tal caso, era previsible... Yo mismo se lo había advertido.  Era obvio que el tipo no tenía buenas intenciones...
Pablo clavó su mirada fría sobre Lali, antes de continuar.
—Pero siempre es así con ustedes las mujeres... La que no sigue mi consejo, 
termina después de un tiempo llorando entre mis brazos...
La muchacha, sin embargo, no se dejó embaucar por aquellos ojos verdes.
—¡Qué afortunado!... Usted siempre gana.
—Así soy yo...
Si... Así era él... Estúpido, machista... Mentiroso.
—Ya que está aquí, quería avisarle que hoy voy a tener que irme a las ocho...
—¡Imposible!... Tenes que revisar la nota de Mery para el programa.
—El programa es en una semana, y yo tengo que salir hoy.
—¿Tenes que verte con tu novio?
—Sí.
—Pues a Peter le va a dar lo mismo que se vean mañana.
—¡¿Cómo sabe...?! –comenzó a decir ella, pero se interrumpió al ver la cara de satisfacción de su jefe.
En efecto, Peter la había llamado para que, sin falta, se encontraran aquella noche. Pero..., ¿cómo lo sabía Pablo?
—¿Usted me hace seguir? –preguntó preocupada.
—No... Y no sabía que Peter era tu novio, pero lo imaginé, y vos acabas de confirmarlo.
—El doctor Lanzani no es mi novio.
—¿Ah, no?
—¿Por qué pensó que era él?
—Porque el domingo que te llevé a la Iglesia vi que su auto nos seguía...
—¿Cómo que “nos seguía”?
—¿No te lo dijo?
Lali se quedó pensativa, y su jefe continuó.
—He contratado a Peter Lanzani como abogado, porque es la persona más taimada que conozco. Es calculador y mentiroso. Y soy muy consciente que sólo es cuestión de tiempo para que me clave un puñal en la espalda.
—A mí me parece una persona excelente.
—Vos sos muy fácil de engañar, Lali.
—Lo dudo... De ser así...
La muchacha se interrumpió abruptamente.
—¿De ser así, qué?
—Usted ya me hubiera engañado.
Pablo la perforó con el frío de su mirada.
—En mí no confías, porque soy lo suficientemente sincero como para confesar que, cuando lo necesito, hago trampa... Y creo que no estás muy acostumbrada a los hombres sinceros... Él, en cambio...
—No le estoy pidiendo permiso, Martinez... Sólo quiero salir a las ocho.
Su jefe la enfrentó. Estaba tan cerca, que Lali podía sentir su respiración agitada.
—Ese tipo...
Pablo no pudo terminar. Vestida y cambiada, Macarena hacía su dramática entrada a la cocina, dispuesta a dar pelea, (cualquiera que fuera) Y bastó su presencia para que los ánimos de jefe y empleada se enfriaran de inmediato. De hecho, lo hicieron tanto, que el aire allí, a pesar de la primavera y el sol que entraba por la ventana, se volvió congelado.
La recién llegada los observó con desconfianza. ¿Qué ocurría ahora?... Había tardado lo menos posible... ¡¿Acaso no podía dejarlos solos ni un minuto?!...

lunes, 15 de abril de 2013

Capítulo 40: "Vos necia, Yo mentiroso"



Hola chicas , les traigo un capitulo cortito pero va cambiar algo en la historia, besotes

PD: Gracias por los saludos desde Talca- Chile :)

CAPITULO 40:
Al dia siguiente en la casa de Pablo…
—Este es el último plato.
—¿Quedó limpia la mesa?
—Estás hablando con un experto. Por supuesto que quedó limpia.
—Ya casi son las once de la noche... Si me apuro...
—Ya hablé con Agustin para que te pase a buscar con el auto de la redacción en una  hora. Me gustaría que, antes de irte, revisáramos juntos el artículo de la multinacional.
—De acuerdo... Pero mañana llegaré a las nueve. Necesito dormir aunque sea un poco.
—Llega a las ocho y media. Le diré a Agus que también te traiga.
Lali estaba parada ante el fregadero, limpiando la vajilla que acababan de usar. Pablo se había sentado sobre la mesada, justo a su lado. La miraba complacido, y sólo de tanto en tanto, le acercaba algo.
—¿Está cómodo ahí, mientras yo trabajo?
—Muy cómodo.
—Podría, aunque más no fuera, poner el agua para el café, ¿no le parece?
—Si vos lo ordenas...
Pablo se puso de pie de un salto, llenó la cafetera de agua mineral y café, la encendió, y volvió a su sitio.
—¿Tan rápido?
—Yo soy así... Siempre eficiente.
—¿Que tal si busca el artículo que tenemos que corregir?... Mire que, terminemos o no, yo me voy a la medianoche.
—¿Nunca te dijeron que sos muy mandona?
—Todo el tiempo... Y siempre es usted el que lo hace.
Pablo sonrió con encanto, y luego se puso de pie y salió rumbo al living.
—¡Berta!... ¿Dónde quedó el artículo? –gritó desde allí.
—En el cajón de más arriba del escritorio –le respondió ella, con una sonrisa.
¡Hombres! No podían encontrar ni su propia nariz en el espejo.
—¡No hay nada en el cajón del medio! –volvió a gritar él.
—¡Está en el cajón de más arriba, Gas!
Y bastó escuchar lo que acababa de decir, para que Lali se estremeciera de inmediato.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. ¡¿La habría escuchado Pablo?!... ¿Cómo había podido gritar algo semejante?... Gracias a Dios el nombre de su marido no era Terencio, o Gustavo... De seguro el “Gas” se había confundido con las demás palabras... Sí... Pablo no tenía por qué haberse dado cuenta de su error.
Quizás ni siquiera lo había escuchado... Pero ella sí lo había hecho. ¿Qué le estaba pasando?... ¿Por qué se estaba confundiendo así?... ¡¿Cómo podía haber...?! La presencia de su jefe la obligó a volver a la realidad.
Lali se hundió un poco más en el fregadero, concentrada en el plato que ya, de tanto esfuerzo, relucía. Pablo, en cambio, permanecía de pie en la puerta, atento al artículo que estaba leyendo.
¡Gracias a Dios, no había escuchado nada! Se hubiera muerto de vergüenza, si él...
—No estaba en el cajón de más arriba –le susurró Pablo, parado tras ella.
La muchacha se estremeció. Casi la rozaba. Estaba tan cerca, que podía percibir su aroma, y su calor. Su jefe llevaba el torso desnudo, por lo que Lali, además, sentía la fuerza de sus músculos rodeándola.
Como única defensa ante aquella cercanía inquietante, sólo atinó a asirse un poco más del plato que tenía entre las manos. Él, en cambio, indiferente a su turbación, se limitó a continuar.
—El artículo estaba en el cajón de más abajo... Y, por cierto, mi nombre es Pablo, y preferiría que de ahora en más sólo me llamaras así...
La muchacha percibió con claridad el enojo de su voz. Una furia contenida que ahora la envolvía, dejándola indefensa en medio de sus propios sentimientos. Pablo hizo una pausa, pero sólo para volver a susurrarle al oído, y al corazón.
—No lo olvides... Lali.
Luego de aquella noche, Pablo nunca más volvió a decirle Berta. Todos los que los conocían lo notaron de inmediato, pero fue Maca la única que se atrevió a comentarlo.
—¡¿Cómo?!... ¿Ahora la llamas Lali?
—¿Por qué iba a decirle de otra forma? Su nombre es Lali, mas bien le dicen así¿no? –le respondió su jefe, con total descaro
—¿Y qué ocurrió entre ustedes, para que de repente puedas recordarlo?
Al escuchar aquella pregunta indiscreta, un rubor imparable se había adueñado de la antigua Berta. Pero Pablo, en cambio, se había mantenido calmado. Era como si, en su interior, hubiera estado esperando la ocasión de dar esa respuesta.
—Es que me he dado cuenta lo doloroso que puede ser que te confundan con 
alguien más... –le dijo a Maca.
Pero mientras lo hacía, no había dejado ni por un instante de lastimar a Lali con los dardos de su mirada .
“Sí...”, pensó Maca al verlo. “Entre estos dos ha pasado algo. Y es algo muy grande”.

miércoles, 10 de abril de 2013

Capítulo 39 : "Vos necia. Yo mentiroso"


Hola chicas. como andan???yo recuperandome muy lentamente gracias por sus buenos deseos , le straigo rapidisimo nuevo capi  porque estoy apunto de caer rendida a mi cama jaja, besotes

PD: Hannia parece el foro no ande desde hace unos dias no se que pasa segun lei por ahi es temporal :)

CAPITULO 39:
Las diez de la mañana. El corazón de Lali latía con fuerza. Todavía estaba a tiempo de arrepentirse. Simplemente era cuestión de darse la vuelta y...
El ruido que hizo la puerta al abrirse con violencia frente a sus propias narices, la asustó.
—Ah... Eras vos. Llegas dos minutos tarde.
Sí... Esa era la cálida bienvenida de su jefe... Pero, por alguna extraña razón, aquellas palabras ásperas sirvieron para calmarla.
Sí... Había hecho lo correcto... Ese era su lugar.
Lali entró a la cocina en el mismo instante en que Pablo partía hacia el living, dejándola sola. Para su sorpresa el desayuno estaba a medio preparar, y había dos tazas en la bandeja.
La joven se apuró a colocar las tostadas en el plato, servir el café, y llevar todo hasta la mesa del comedor. Allí estaba Pablo, leyendo el diario a medio vestir, como solía hacerlo todas las mañanas... ¿Estaría acompañado?
—¿A quién buscas, Berta?
—En la bandeja había dos tazas.
—Ah..., sí... Séntate.
Desde que se había levantado, nada había sido fácil para Lali. Y quizás por aquella angustia que había acarreado desde la noche anterior, no había encontrado el tiempo suficiente como para atar su cabello, que ahora caía como una catarata sobre sus hombros. Era extraño estar sentada allí, frente a su jefe, sin tener su rodete. Era como si no se tratara de trabajo, sino de... una cita.
La muchacha desvió su mirada, y pudo darse cuenta que también Pablo lo había notado.
Parecía hipnotizado por el movimiento de las ondas que caían sobre sus pechos. Lali se ruborizó. Y fue sólo cuestión de que sus mejillas enrojecieran para que, como si él lo hubiera intuido, volviera de inmediato a su diario. ¿Así iba a ser todo de ahí en más?... ¿Cada día iba a tener que transcurrir en medio de esa extraña tensión entre ambos?...
¡Era una locura!... Era peligroso... Era embriagador.
Lali se puso de pie, y se dirigió hacia el balcón, mientras ataba un nudo en su cabello, de forma tal de mantenerlo controlado, aunque fuera provisoriamente. Podía sentir la mirada de su jefe siguiendo sus movimientos, así que, incómoda, se asomó al vidrio, para ver el exterior.
—¿Qué buscas?
—Es que había un jazmín, y temo que...
—Yo lo regué.
—¿Usted?
La muchacha lo observó confundida, y Pablo se encerró en su diario, como si aquella mirada le produjera vergüenza.
—No sé por qué le has tomado tanto cariño a esa estúpida planta...—refunfuñó—. Antes de que llegaras aquí, ni siquiera sabía que existía...
Se produjo un silencio tenso.
“Vamos”, imploró Lali en su interior. “Vamos Pablo, decí una de esas cosas horribles que sueles decir, por favor... Algo que me haga odiarte... Muéstrame ese veinte por ciento que sabes ocultar tan bien” Y como si su jefe hubiera podido escuchar sus pensamientos, no tardó en complacerla.
—No perdamos el tiempo, Berta... Se ha acumulado demasiado trabajo en tu 
ausencia. Y no me refiero a la casa. Es más, no quiero que pierdas el tiempo 
haciendo de empleada. Te necesito para cosas más urgentes... Tal parece que los otros se han malacostumbrado con vos, y ya no saben hacer nada. La revista sale el jueves, y preciso que controles las diez notas principales que van en ella.
—¿Quiere que corrija la redacción?
—No. Todo... Necesito que hagas mi tarea, porque yo estoy investigando algo.
—¿Algo?
—No es asunto tuyo...
La muchacha se quedó pensativa.
—¿No me escuchaste, Berta?... No quiero que pierdas el tiempo.
—Es que... Yo volví al trabajo..., pero con una condición.
La mirada de Pablo estalló en millones de chispas.
—¡¿Una condición?!... ¡¿Después del cachetazo que me diste, todavía crees que podes darte el lujo de poner “condiciones”?!... Si la tonta de tu compañera no hubiera intentado seducirme, hoy vos no estarías aquí, así que no abuses de tu suerte...
—Como guste... Pero no voy a poder continuar trabajando si mi horario no se 
respeta.
—¡No digas tonterías! Todos mis empleados saben a la perfección que su horario termina cuando acaba su trabajo. Nunca antes.
—Pues yo necesito...
—¿Insistes con esa estupidez de la Diplomacia?
La joven agachó la cabeza, y su jefe se envalentonó.
—Mejor. No era para vos
—No abandoné la idea. Sólo la pospuse hasta que aprenda el portugués.
—¡Excusas! Sabes que yo tenía razón.
—No sé portugués, y...
—Alguien que habla cuatro idiomas con soltura, no se asusta por aprender uno 
más... ¡No seas orgullosa! Reconoce que te has equivocado.
—¡Yo no me equivoqué!... Y a usted más que a nadie le conviene que no 
empecemos a hablar de equivoca...
Pablo no la dejó terminar.
—¿Y entonces para qué queres irte temprano? ¿Para salir con tu novio?
—Yo no tengo...
Lali había comenzado la frase con mucho ímpetu, pero al ver la sonrisa de satisfacción de su jefe, se apuró a volver atrás.
—Sí..., para salir con mi novio –se retractó.
Pablo abandonó su diario sobre la mesa, y la observó con descaro. ¿Así iba a ser siempre, de ahí en más?
—Bueno... Entonces veremos de darte el tiempo suficiente como para que no descuides al pobre muchacho... Y ahora, vete ya mismo a trabajar. La vida no se detiene porque estés enamorada.
La muchacha se apuró a obedecer a su jefe, y Pablo volvió a quedarse solo y pensativo.
Luego tomó su celular, marcó un número, y comenzó a hablar.
—¿Carmen?... ¿Recuerdas lo que te pedí el viernes? Sí, la agenda... Bueno, 
necesito otro favor.
Dias Mas tarde…
Dos borrachos yacían en las sombras. Lali los esquivó con soltura, y se apuró a cruzar la calle. Eso era lo malo de andar tan tarde por allí, sobre todo en invierno. Claro que Pablo se había ofrecido a pagarle el taxi, (cosa a la que ella había accedido de inmediato), pero a último momento había preferido embolsar el dinero, y tomar el bus.
Por fortuna, ya faltaba poco para llegar a casa. Una tos seca que se escuchaba a la distancia la distrajo. Y otra vez tuvo aquella horrible sensación de estar siendo vigilada. Apuró el paso y aguzó el oído. ¡Allí estaba! Aquel ruido inconfundible de un llavero inmenso, balanceándose rítmicamente. Llaves, tos... Era él... No había duda.
Lali echó a correr, pero sólo para darse vuelta abruptamente, y así sorprender a su acosador.
—¡Escucha, idiota! –gritó sin mirar—. Si crees que...
La muchacha se estremeció. ¡Aquel no era Vico!
—Disculpa si te asusté, Lali. No fue mi intención.
—¿Qué haces siguiéndome en medio de la noche, Peter?
—Es que últimamente apenas podemos vernos... ¡Parece a propósito! Cuando vos terminas temprano, yo tengo trabajo, y cuando llegas tarde, yo estoy libre. Es como si alguien cruzara nuestras agendas... .
—¡Es cierto!
—Entonces, ¿por qué no aprovechamos este encuentro, y vamos a tomar algo?... Temo que si pasamos más tiempo alejados, te olvides de mí, y ya no me extrañes.
La joven sonrió.
—No sé... Mañana tengo que entrar a las ocho, y luego me espera un montón de trabajo...
—Me imagino, porque yo tengo el día libre... Pero, aunque sea por hoy, pierde unas horas de sueño, y vení conmigo... –suplicó el Peter con una sonrisa compradora.
Y la pobre muchacha no tuvo el valor para negarse. A pesar de su agotamiento, Lali se dejó conducir hacia el auto de aquel galán. Sí... Quizás también necesitaba un poco de diversión...
Y aquel doctorcito era alguien en quien podía confiar. Antes de ponerse en marcha, Peter observó a su presa, complacido.
Mientras, en la vereda, oculto tras un árbol, Vico tiritaba de frío, preguntándose cuánto tiempo más iba a poder soportar aquel gélido infierno al cual había sido tan injustamente confinado.
—¿Cuánto hace que no nos vemos, Lali?
—Yo creo que la última vez fue aquel domingo, antes de que regresara a trabajar con Pablo...
—Desde entonces te he dejado cientos de mensajes en tu contestadora.
—Y yo te los he respondido todos...
—Sí... Pero no sé qué le ocurre a mi secretaria... Por lo visto Carmen está vieja y olvidadiza, y, si fuera por mí, la hubiera despedido hace rato. Pero nuestro jefe le tiene mucha simpatía... Como sea, tus respuestas siempre me llegan tarde... ¿Cómo te están yendo las cosas con Martinez?
—De maravillas... La verdad es que el trabajo es fascinante.
—Eso no fue lo que te pregunté.
—¿A qué te referís?
—¿Cómo te van las cosas con Pablo? ¿No volvió a insistir con...?
—No hay tiempo para insistir con nada. No tienes ni idea la cantidad de información que procesamos todos los días.
—¿Y no te resulta incómo...?
—¡Claro que es incómodo! Es increíble como el trabajo se acumula. Casi no da 
tiempo para...
—¡Lali!... ¿Me vas a dejar terminar alguna frase, o prefieres continuar hablando 
sola? –preguntó, enojado.
—Disculpa.
Por lo que podía ver, la muchacha estaba a la defensiva. Era obvio que entre su jefe y ella ocurría algo.
—Mira, Lali... Voy a ser franco con vos. La verdad es que me resulta difícil pensar que puedas estar todo el día al lado de un tipo como Pablo, sin que...
Al ver la reacción de la muchacha, se detuvo en medio de la frase. Ella se apuró a responderle, airada.
—¡¿Qué ocurre?! ¿Ahora, de repente, también vos desconfías de mí?
—De vos no... De Pablo
—Y si es así, ¿por qué me llenaste la cabeza para que volviera al trabajo?
—Porque en su momento pensé que ibas a ser capaz de mantenerlo a raya... Pero viéndote tan ansiosa...
—¿Tan ansiosa?... Nunca me sentí mejor.
Lali no mentía. En efecto, aquellos dos últimos meses habían sido luminosos para ella. Junto a Pablo había recobrado esa rutina de trabajo e intimidad en que ambos parecían sentirse tan cómodos.
Peter insistió.
—¿Me vas a decir que no hay ni un poco de tensión sexual, a pesar de que están juntos y solos casi todo el día?
En ese momento llegó el camarero con el pedido, y la joven, por toda respuesta, se abocó a paladear su plato.
—Realmente tenía hambre –dijo al fin a su acompañante, que la miraba sin probar bocado, ni ocultar su enojo—. Y este salmón está riquísimo.
—¿Qué ocurre entre ustedes, Lali, cuando están solos?
—¿Qué queres que ocurra?... Sigo siendo la misma mujer de principios que rechazó los quinientos mil dólares, y Pablo, el mismo mentiroso. Cada día lebantó uno o dos preservativos usados. Eso es lo único que puedo decirte de su vida privada. Por el resto, todo se limita al trabajo.
—¿Y me vas a decir que en todas esas horas, nunca hablan de otra cosa?
—Sí... Hablamos... Política, cine, libros, comidas... Cosas.
—¿Nada personal?
—Jamás.
—¿Y él nunca te mira, o...?
—¡Nunca! –respondió la muchacha con decisión.
Pero, para su desgracia, no sabía mentir. Y aún a pesar de la pálida luz de las velas, Peter  pudo notar de inmediato como el rubor se adueñaba de sus mejillas.
“¡Mierda que es astuto, este hijo de puta!”, se dijo Peter. “Está haciendo lo mismo que con Olivia Viggiano.
El muy desgraciado le suspiró en la nuca durante un año, hasta que por fin pudo llevársela a la cama... Y es que cuando se trata de mujeres, su paciencia es infinita”
—Te quedaste callado, Peter.
—Pensaba en Pablo... En la redacción se comenta que anda en algo grande.
—Si es así, lo ignoro. Jamás me cuenta esas cosas.
—Sin embargo, vos pareces saber mucho más de él que todos los demás.
—¡Esto está muy bueno!... –exclamó la muchacha, sin responder—. Aquí sí que 
saben preparar el pescado.
Peter meneó la cabeza con decepción. ¡La estaba perdiendo!... Como siempre, el jefe se aprestaba a ganar la partida, cualquiera que fuera... No faltaba mucho para que esa tonta cediera. ¡Podía leerlo en su mirada! ¡En la forma en que hablaba de él! Y, para colmo, la ”nena” era en verdad una mujer de principios, y se tomaba muy a pecho lo del pacto de confidencialidad... No... Si no obtenía pronto sexo, o información, todo el trabajo que se había tomado con ella, iba a ser tiempo perdido..
—¿Conseguiste sacarle algo sobre Nicolas Vasquez?
—¿Cómo dices?
Peter se impacientó
—¿Averiguaste algo sobre el tipo que masacró a tu marido? –preguntó de mal modo.
Lali volvió a ruborizarse.
No... Hacía mucho tiempo que no pensaba en Vasquez... Ni en Gas. Ni en su pasado, ni en la promesa que todavía estaba pendiente, ni en su futuro...
Ni en Gas….
—¿Y vos Peter?... ¿Crees que podrías llegar a obtener alguna información para mí?
—Si todavía te interesa... Porque últimamente me da la impresión que te estás 
ocupando de otras cosas...
Durante el resto de la comida, apenas se hablaron, enfrascados como estaban en sus propios pensamientos. Como si se tratara de un litigio, el joven doctor urdía una estrategia para ganar el caso, (o, lo que era lo mismo, a Lali) Debía ser precavido, y adelantarse a su jefe. Tenía que conquistar cuanto antes a Lali, si quería tenerla de su lado. Debía llevarla a la cama, fuera como fuera, antes que Pablo. La pobrecita era tan tonta, que confundía sexo con fidelidad, y si lograba ganarle de mano a su jefe, se aseguraba la lealtad de la muchacha para siempre.
Lali, en cambio, apesadumbrada, no pensaba en Peter, ni en Vico... Ni siquiera en Pablo......Por el contrario, ahora sólo recordaba a Gas. Horrorizada porque, sin darse cuenta, lo había comenzado a olvidar.