Nuevo capiiii!!!, espero que les guste besotes
CAPITULO 42:
—¿Y para qué estás revisando esto?
—Ya te dije.
—¿Y Pablo lo sabe?
—Él no tiene nada que ver con este asunto.
—Mira que a Pablo no le gusta que se metan en el archivo sin su permiso.....
—Hace mil años que se olvidó de esta nota.
—Eso no es cierto... Unos meses atrás me estuvo preguntando de nuevo por
Nicolas Vasquez... Es más, creo que lo contactó...
—¿Pablo estuvo con Vasquez?
—Algo así... ¿Y quién me va a pagar por este tiempo que estoy perdiendo con vos? ¿Se lo facturo a RLP?
—¡No!.... Te lo pago yo... Mira, no es tanto lo que necesito... Tengo esta muchacha con la que me quiero acostar, y ella está obsesionada con Vasquez... Quiero que me tires algún hueso, que a ella la emocione lo suficiente como para estarme agradecida, pero que a mí no me traiga ningún riesgo.
—¡Polleras!... ¡Tendría que habérmelo imaginado!... Y creo que ya sé de quién me hablas... ¡No puedo culparte por tomarte tanto trabajo!
—¿Cómo que “sabes”?... ¿De dónde puedes conocerla?
—Busqué algunos datos sobre ella para Pablo... ¿Es la viuda de Gaston Dalmau, no?
—Me tiene loco... Si no me la llevo pronto a la cama...
—¿Qué tipo de cosa queres?
—Alguien me dijo que Vasquez tiene varios galpones en la provincia de Buenos Aires que ya no visita.
—Sí, es cierto... Los tiene abandonados.
—¿No había uno grande, cerca de General Madariaga?
—Pero allí no vas a encontrar mucho. Guarda basura solamente...
—Eso es lo que quiero. Basura que lleve su nombre, pero que no me comprometa...
—¿Para qué?
—Un amigo tiene un campo por allí cerca... Si la llevo hasta el galpón en medio de la noche...
—Y tu auto se descompone cerca de lo de tu amigo... Entiendo. Pero..., ¿para qué tomarte tanto trabajo? No necesitas ir hasta lo de Vasquez para...
—La muchacha no es ninguna idiota. Y después de que nos acostemos, quiero que siga confiando en mí. Puedo hacerle creer que me dieron una pista falsa, pero, en cambio, no puedo llevarla a la mierda y venderle papelitos de colores. No... La historia tiene que ser creíble y emocionante... Tengo que ir hasta ese galpón... Tengo que convencerla de que soy muy capaz de jugarme por ella, y de que estoy de su lado... Tengo que lograr que confíe en mí cuanto antes...
“¡Sí...!¡Confiar en vos!”, pensó el investigador, divertido. Pero calló. ¡Pobre niña!
Por otro lado…
Benjamín Amadeo entrecerró sus bellos ojos.
¡Qué raro!.... Sí... Todo era muy extraño... ¿Qué le ocurría a esos tres? Benja nunca se aparecía por la casa de su jefe en viernes, porque el fin de semana era sagrado, y él necesitaba al menos tres días completos para reponerse del programa. Y no lo hacía por pereza, sino porque se debía a su público, que esperaba verlo a la semana siguiente con el rostro bello y descansado. Por eso los viernes salía a navegar por el delta. Era su forma de mantener el bronceado aún en pleno invierno, y asegurarse fotos espléndidas todo el año...
Benjamin carraspeó. ¿Era su impresión, o a nadie le importaba su presencia allí?
Por supuesto que aquel viernes era especial. ¡No pensaba irse hasta que Pablo se dignara escucharlo!... La situación ya era insostenible. Y no era que él gozara hablando mal de una compañera, pero estaba harto de tener que encargarse siempre solo de la pre producción. Todas las veces Mery del Cerro encontraba alguna excusa tonta para no llegar a tiempo.
Esa semana había sido la internación de su hijo... Sí, sonaba horrible... Pero apenas se había tratado de una triste convulsión por fiebre. ¿Cuál era su problema? Si quería seguir trabajando, su compañera iba a tener que establecer mejor sus prioridades... ¿Acaso no contaba con nadie para que se ocupara del nene?... Y de ser así, ¿por qué no renunciaba a la conducción de RLP, y lo dejaba a él en paz?
Benja trató de calmarse. Tanto estrés le estaba empezando a producir arrugas. De haber sido suya la decisión, hacía rato que Mery hubiera volado. Quería a Lali junto a él, en la pantalla. Y no porque aún conservara ni la más remota esperanza de poder llevarla a la cama, porque era obvio que el jefe la había apartado para su uso personal, sino porque, de haber formado parte de su equipo, la muchacha se hubiera encargado ella sola y con pericia de toda la parte engorrosa, dejándole a él lo que sabía hacer mejor: ocuparse del glamour. Su vida hubiera sido más fácil, y sus “fans”, al ver su aspecto relajado, lo hubieran agradecido.
¡Pero no! Pablo no la soltaba... ¡Y ahora esto!... ¿Qué hacía Maca en el departamento de su jefe, a esa hora, y dando órdenes como si fuera la dueña de casa?
¡Si hasta se había atrevido a mandar a Lali a lavar los platos del almuerzo!... ¡Muy raro! ¡¿Y la cara de Pablo?!... No había prestado atención ni a una sola de sus quejas, enfrascado como estaba en ir y venir hacia el escritorio... ¿Qué se traía entre manos?...
Algo estaba pasando allí. Algo entre Maca, Lali y Pablo... Y, para colmo, a medida que el tiempo transcurría, comenzaba esa extraña preocupación de todos por la hora. ¿Desde cuándo a su jefe le importaba el tiempo, si se estaba hablando de trabajo?...
Y más miraba Lali el reloj, más se inquietaba él. Parecían dos tontos... “¿Qué hora es?”, preguntaba ella. “Temprano”, respondía él. “¿Está bien ese reloj?”, decía ella, entornando sus bellos ojos marrones. “El reloj, sí”, replicaba él, en forma enigmática... ¡¿Quién podía entenderlos?!
Benja hizo un último esfuerzo.
—Escucha Pablo, Mery multiplica mis dolores de cabeza... Creo que ha llegado la hora de que elijas entre ella, o yo.
—Pues Mery se queda. Tiene relaciones, tiene contactos. Tiene frivolidad.
—Yo también tengo frivolidad.
—Son las ocho... –dijo Lali como si viniera al caso, mientras se ponía de pie.
Y bastó que lo hiciera, para que Pablo la mirara con odio, y sin mediar palabra, saliera del cuarto enfurecido, y
Maca tras él.
¡Qué raro!
Mas tarde….
Lali observó el rostro de su acompañante. Se veía seguro y feliz... Demasiado feliz para su gusto.
—¿No nos estamos arriesgando inútilmente, Peter?
Aquel galán desvió la mirada del tránsito por un momento, y le sonrió.
—¿No era esto lo que querías?
—Quería información sobre Vasquez... Pero nunca pensé obtenerla yo misma. Tenía un dinero guardado para pagarle a alguien...
—¿Pagarle a alguien?... ¡Imposible! Pablo se enteraría, y nadie me saca de la cabeza que son socios.
—No... Estoy segura que no... Pablo no es de los que se vende.
—¿Pablo?... ¿Ahora lo defendés?
—No... –respondió la muchacha confundida—, me salió, simplemente...
—Como sea... Yo creo que lo idolatras demasiado. No confío en nuestro jefe, y
pienso que deberíamos vigilarlo... Siempre está tramando algo.
—Pablo tiene muchos defectos, pero se rige por una ética... No es la mía, pero...
—Pablo es un tipo peligroso, y debes cuidarte de él.
—¡Qué extraño!... Hoy me dijo lo mismo de vos.
—¿Sabe que estamos juntos?
—Sí.
“¡Mierda!”, pensó su compañero.
—Hiciste mal en decirle... Seguro que ya se enteró también Vasquez.
—Sabe que salí con vos, pero no que hemos venido hasta aquí... Bueno, en
realidad, ni yo estaba enterada de que íbamos a hacerlo.
—No te vas a arrepentir. Vasquez es un tipo peligroso. Creo que con este viaje nos estamos exponiendo tontamente.
—¡Vamos, Lali!... Estás conmigo. No tenes nada que temer. Estoy aquí para protegerte.
—Gracias.
—¡Ese debe ser el galpón!
Peter estacionó el auto en un lugar oscuro, y ayudó a bajar a la muchacha. No era fácil para Lali caminar con tacones y pollera por el barro. Pero tampoco necesitaba tanta ayuda como la que su compañero parecía entusiasmado por darle. La apretaba muy fuerte contra su cuerpo, asiéndola por la cintura... Es más, si Lali hubiera sido desconfiada, hubiera dicho lisa y llanamente que la estaba “apoyando”. Pero, por fortuna para él, no lo era... ¿O sí?
—¿No está poco custodiado este sitio, como para guardar las cosas importantes como vos decís que hay aquí? – preguntó ella, tomando distancia.
—De seguro Vasquez no ha querido llamar la atención... General Madariaga está muy cerca, y a sus moradores les parecería raro demasiada vigilancia.
—Puede ser...
Un perro bravo les salió al encuentro, pero, por fortuna, estaba atado.
—Creo que deberíamos volvernos, Peter. Alguien podría haber escuchado los ladridos.
—¡Por favor, Lalita! –se apuró a decir él con tono condescendiente—. Tenes a un hombre a tu lado.
Sí... Un hombre... Lali podía sentirlo... ¡Demasiado podía sentirlo! ¿Iba a seguir apretándola de esa forma?
—Insisto en que estamos perdiendo el tiempo
—Entra, por favor... Las damas primero.
El joven abogado comenzó a juguetear con la linterna que había llevado, iluminando en círculos el galpón vacío.
—Aquí no hay nada, Peter.
—¡¿Cómo que no?!... ¿Y la aventura? Sentí, Lali... Mi corazón está latiendo a mil... ¿Y el tuyo?
La muchacha esquivó la mano de su acompañante, como si se tratara de un rival en el campo de juego.
—Ese es mi pecho, no mi corazón, Peter... ¿Para qué me trajiste? Aquí no hay nada.
—¡¿Cómo que nada?! ¿Y este candado?... Mira esta puerta. De seguro debe ocultar algo importante.
—Ábrílo, entonces...
—¿Abrirlo?... –preguntó, sorprendido—. No puedo... Sería un delito.
—¿Y entrar aquí, no?... ¡Vamos! Toma esta barreta.
La joven le acercó un fierro oxidado, que el otro tomó con asco. Por un buen rato estuvo forcejeando, a la par que intentaba no manchar su jean de marca con la herrumbre. Por fin Lali perdió la paciencia.
—¡Déjame a mí!
En un segundo el candado ya estaba en el piso, y la puerta abierta dejaba entrever un pequeño sótano.
—Aquí hay algo –dijo la muchacha, encantada.
Su compañero, en cambio, lucía preocupado.
—Ahora sí que pienso que sería prudente volvernos... Quizás no es tan mala idea la de contratar a alguien...
—Ya estamos jugados. Si nos vamos sin revisar el lugar, el primero que llegue notará nuestra visita, y se lo llevará todo.
De mala gana Peter se dejó arrastrar al interior de aquel sótano oscuro y mal aireado.
—Que olor fuerte que hay, ¿no? –se extrañó la joven.
—No sé... Otra vez estoy con sinusitis, y...
—¿Por qué no dejas quieta la linterna?... ¿Intentas conseguir empleo en C.S.I.?.. Mira, aquí hay...
—¡Droga! –gritó el otro, espantado, mientras sus ojos se salían de las órbitas—. ¡Y de la buena!
—¡¿Droga?! Esto no puede ser de Vasquez. Él no se dedica a eso... Y si lo hiciera, sería a otra escala...
—¡Yo me marcho! ¡Me voy de aquí antes de que nos atrapen! ¡Déjame salir!–gritó el digno Peter, echando a correr de forma poco digna, y atropellando a su protegida en su intento por escapar.
Pero cuando ya había alcanzado la puerta, para sorpresa de Lali, volvió lentamente sobre sus pasos. Se hizo la luz, y la joven pudo ver como un moreno gigante les apuntaba con un arma.
—¡Atrás!... –gritó el tipo— ¡Párate junto a la chica!
Peter lo obedeció sin protestar. Estaba temblando.
—¿Los mandó el jefe?
—Sí –mintió Lali con decisión.
—¡No! –dijo su acompañante.
—¿Sí, o no?
—Vasquez ya está por llegar –le advirtió Lali al tipo, con frialdad— Te conviene escapar antes de que lo haga... No va a estar nada contento con el pequeño “negocito” que has montado a sus espaldas.
Peter, al oírla, todavía temblando, la observó confundido.
—¿Vasquez? –preguntó.
Y bastó aquel gesto mínimo para que el moreno desconfiara.
—La chica casi me engaña, pero... No, no les creo nada.
Lali miró a su compañero con odio, mientras el morocho comenzaba a llamar a alguien a los gritos.
—¡Cabeza!... ¡Cabeza!
Por la puerta, en efecto, no tardó en aparecer una cabeza enorme, pegada a un cuerpo mínimo.
—Mira lo que me encontré hurgando por nuestras cosas...
—¡Mátalos!... Aquí nadie los encontrará...