domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo 15 y 16: "Volveré para Vengarme"



Holaa chicas paso rapidisimo a dejarles dos capis, besos las quieroo

PD: percha perdon muy perdon me quede dormida temprano y no pude conectarme, el proximo finde hablamos :(

CAPITULO 15:

— ¿Les gustaría beber algo antes de cenar? —les preguntó cortésmente.

—Yo tomaré una cerveza alemana —dijo la rubia, antes de nombrar
específicamente la que quería

—. Asegúrate que no sustituyen cerveza con espuma. Detesto que me escatimen mi bebida.

—Sí, señora. ¿Qué va a tomar usted, señor?

—Vino blanco —respondió Pablo, secamente.

Ni siquiera la miró. La alegría con la que Lali los había saludado le desinfló las velas. Había llevado allí a Euge para poner a Lali celosa. No estaba del todo seguro de los motivos que lo habían empujado a hacerlo más que la deseaba. La deseaba más que nunca, pero ella no parecía dispuesta a ceder. Le iba a costar un triunfo volver a tenerla entre los brazos. La presencia de Eugenia ni siquiera parecía
incomodarla. 
La Lali de antaño se habría echado a llorar. Ella les sirvió con el impecable autocontrol que Nico le enseñó. Por su parte, Pablo
parecía más molesto y enojado a cada minuto que pasaba. Euge se quedó tan impresionada con su servicio, que insistió en que Pablo le dejara una enorme propina. Pablo se limitó a mirar con frialdad a Lali y a prometerle venganza. 
Con aquel gesto, Pablo había querido demostrarle que era capaz de atraer a otras mujeres. De pasada, Lali había sido capaz de ponerle riendas al deseo que sentía hacia él. Nada había cambiado. Pablo se había convertido en un playboy y no tenía interés alguno por el compromiso. 

Lali  haría muy bien en recordar que él la había arrojado a los leones antes para evitar que ese hecho se volviera a repetir. El viernes por la noche, cambió el turno con otra compañera y llamó a un taxi
para que la llevara al aeropuerto. Se puso una peluca negra y un carísimo abrigo, para que nadie en el aeropuerto la confundiera con Mariana Rinaldi. Sólo era una medida de precaución, por si alguien la veía subiéndose al avión privado de Tennison International.

Se subió rápidamente al avión y, en cuestión de minutos, iba en dirección a Chicago. Ian la estaba esperando en el aeropuerto con el señor Smith. Al verla, echó a correr en su dirección. No tuvo ninguna dificultad para reconocerla a pesar de su disfraz.

— ¡Mamá! —gritó.

Lali se inclinó y lo tomó en brazos. Entonces, empezó a dar vueltas con él, riendo de pura felicidad. Había echado tanto de menos a su pequeño...

—Bienvenida a casa —dijo el señor Smith, observando atentamente los raídos jeans y la camisa que ella llevaba por debajo del abrigo.

—No querrás que vaya a trabajar con un traje de diseño, ¿verdad?

—Tienes razón. Tu cuñado aún está fuera de la ciudad, pero prometió llegar a tiempo para el banquete de mañana por la noche.

—Bien. ¿Cómo va la fusión Jordán?

—Todo salió a la perfección.

—Oh, mamá. No hablen de negocios —suplicó Ian mientras se metían en el coche.

—Muy bien. Lo intentaré —prometió ella, dándole un beso—. Hasta mañana por la noche, haremos lo que tú quieras.

— ¿De verdad? ¡Genial!

Cuando se puso a jugar con su hijo, comprendió de verdad lo mucho que había extrañado su pequeño. Después de cenar, vieron juntos un documental y, entonces, Lali le leyó un cuento para que se fuera a la cama. Cuando el niño se quedó dormido, lo contempló con infinita ternura. Había tanta similitud entre los rasgos de Ian y los de Pablo. El parecido era aún más llamativo cuando el niño abría los
ojos verdes. 
Era el hijo de Pablo, aunque él no lo creyera nunca. Lali lo arropó y se dirigió al despacho. Allí, se sentó frente a su escritorio
y empezó a repasar todos los asuntos que requerían su atención. Estuvo trabajando hasta altas horas de la noche sin poder ponerse al día. Tendría que llevarse el resto de los papeles a Billings para poder terminarlos. Esperaba poder conseguirlo sin tener que
moverse de Billings, porque no quería que se viera con demasiada frecuencia el avión privado de Tennison International en el aeropuerto de Rimrocks.

A la mañana siguiente, Ian quiso ir al parque. Madre e hijo se dirigieron al más cercano acompañados del señor Smith. Los dos se sentaron en un banco mientras el niño jugaba.

— ¿Cómo va todo? —le preguntó el guardaespaldas.

—Sobrevivo. No me resulta fácil. Traté de sacarles información a algunos de los ejecutivos de su empresa y estuve a punto de que me despidieran por confraternizar demasiado con ellos.

— ¿Vas a rendirte? —preguntó el señor Smith. Su duro rostro se había arrugado para esbozar una sonrisa.

— ¿Tú que crees?

—Creo que Vico tiene razón. Te has topado con un adversario formidable —contestó, apartando bruscamente la mirada después de contemplarla durante un segundo. No hay nada malo en recortar las pérdidas

—Aún no he empezado... —dijo. Sin embargo, no pudo mentirle a su querido guardaespaldas — . Está bien. Tengo que admitir que me acerqué demasiado al fuego y que estuve a punto de quemarme. Sin embargo, te aseguro que no volveré a cometer la
misma equivocación dos veces.

—Eso espero. Aún recuerdo lo destrozada que estabas la noche que te encontramos.

—Me salvaste la vida...

—Estuve a punto de quitártela. Ni siquiera te vi.

— ¿Te he dicho alguna vez que Nico y tú me devolvieron  los deseos de vivir? —le preguntó—. Los dos me cuidaron tanto hasta que Ian nació. Hicimos juntos tantas cosas... Lo echo mucho de menos...

—Yo también —admitió el guardaespaldas—. Él me dio trabajo cuando nadie más lo habría hecho. Yo estaba acusado de asesinato. Nadie me habría contratado. Sin embargo, Nico creyó en mi inocencia. Me contrató, me encontró el mejor abogado criminalista de la ciudad y consiguió que me absolvieran.

—Lo sé. Nico me lo dijo.

—Al principio, recuerdo que te escondías de mí.

—Creía que habías sido miembro de la Mafia. Sin embargo, después de que Ian naciera, te convertiste en una persona muy querida para mí. Jamás te habría imaginado cambiando pañales a un niño.

—Yo tampoco —comentó con una sonrisa—. Y ahora que sí me imagino haciéndolo, no tengo con quien —añadió lentamente, sin mirar a Lali.

—Claro que sí. Nos tienes a Ian y a mí —afirmó ella, tocándole la mano muy brevemente.

—El niño esta sufriendo algunos problemas de acoso —confesó él, cambiando rápidamente de tema—. Me he tomado la libertad de enseñarle artes marciales.

— ¿Vas a enseñarle a mi hijo como matar a la gente?

—Voy a enseñar a tu hijo a no matar a nadie. También le enseñaré a tener confianza en sí mismo y posturas con las que disuadir a los que le acosan. Aprenderá concentración y, sobre todo, disciplina. Eso es muy importante para un chico.

— Sí, lo sé. Muy bien, no me importa.

Aquella noche, Vico llegó muy temprano para recogerla. Le saludó con su sonrisa más cortés. Su cuñado estaba muy elegante, aunque no tanto como lo hubiera estado Nico. Vico siempre había estado un poco a la sombra de su hermano.

—Estás preciosa —le dijo.

LAli sonrió. Se había puesto un diseño original de París, de terciopelo y raso verde esmeralda, con un corte muy moderno que enfatizaba su esbelta figura y destacaba su cabello y sus ojos.

—Gracias, Vic. Tú tampoco estás nada mal.




CAPITULO 16:

— ¿Has leído mi informe sobre la adquisición de Camfield Computers?

—Sí —respondió ella, mientras se dirigían a la limusina—. Eres muy bueno en tu trabajo, Vico, Nico estaría muy orgulloso del modo en el que has firmado ese acuerdo.

Vico pareció sorprendido.

—No sabía que te fijaras en lo que hago.

—Bueno, técnicamente no debería hacerlo. Después de todo, las operaciones internacionales no son asunto mío, pero admiro la habilidad empresarial cuando la veo.

Oigo muchos comentarios. Tu gente te seguiría al fin del mundo.

—Me abruman tus halagos —dijo él con una leve sonrisa

—Te los mereces —repuso ella, mientras los dos entraban en la limusina—. Vico, ¿no te cansas nunca de la presión?

—No —contestó él, algo sorprendido—. Los negocios son mi vida. Supongo que me gustan los desafíos. ¿Y tú?

—Algunas veces me gustaría tener más tiempo para estar con Ian. No es que no disfrute con mi trabajo es que, a veces, exige demasiado.

—Tal vez deberías delegar más —sugirió Vico, sin mirarla

—A Nico no le parecería bien.

—Nico está muerto

—Sí, lo sé —observó Lali, sorprendida por la frialdad con la que había hablado—, pero yo se lo debo todo.

— Sé que le estás muy agradecida por lo que hizo por ti, pero tienes que considerar también lo que tú hiciste por él. Estaba solo. Completamente solo. Literalmente, se estaba matando a trabajar. Tú lo cambiaste. Ian y tú. Murió siendo un hombre muy feliz.

—Ya sabes que yo lo quería mucho. Al principio no, aunque le estaba muy agradecida por lo que había hecho por mí, pero le tenía mucho cariño. Cuando... entonces había empezado a convertirse en todo mi mundo.

Vico la miró.

—Es una pena que muriera cuando lo hizo. Yo tendría que haber estado en ese avión. Él me estaba sustituyendo.

—Oh, Vic, no digas eso. Yo soy una fatalista. Creo que tenemos contados los minutos y los segundos de nuestras vidas, que tenemos asignado el momento de nuestra muerte. Si no hubiera sido en ese avión, podría haber sido de otro modo. No
sufrió. Fue muy rápido. Si le hubieran dado a elegir, así lo habría querido.

— Supongo que sí.

—No estás resentido conmigo, ¿verdad? —preguntó ella, de repente.

— ¿Resentido? ¿Por qué?

—Por haberme quedado con parte de la empresa cuando tú, con todo derecho, deberías haberte quedado con todo.

—No, claro que no...

Lali no creyó sus palabras. Vico no la miraba a los ojos.

—De todos modos, lo siento, Vico. Fueron los deseos de Nico, no los míos.

—Eso ya lo sé. ¿Cómo te va con el asunto Arrechavaleta?

El cambio de tema la agarró completamente desprevenida. Rápidamente, le contó todo lo que sabía hasta el momento.

—El único modo es tener más votos que él en la junta de accionistas y, para hacerlo, tengo que conseguir los suficientes apoyos como para conseguir que nos ceda todos los contratos o que deje de ser el presidente de su propia empresa. Sigo
trabajando en los apoyos. Creo que podré conseguirlos antes de que él se dé cuenta de lo que está pasando.

—Siempre es un error mezclar los negocios con los asuntos personales —dijo Vico suavemente—. Aunque los motivos sean muy nobles.

Lali parpadeó.

—Esto... Esto no es un asunto personal —replicó, poniéndose a la defensiva—. Tengo que conseguir esos contratos para mi programa de expansión.

—Sí, pero podríamos conseguirlos en Arizona, en Wyoming o en Colorado —comentó Vico con una sonrisa—. No tiene que ser Montana.

— ¿Podríamos? Las operaciones nacionales son mi dominio, Vico—afirmó con autoridad—. Yo tomo las decisiones que haya que tomar. Así lo quiso Nicolas. Otra cosa más —añadió, entornando los ojos—. Me he enterado de que algunos de nuestros 
clientes mutuos creen que estoy de vacaciones a cargo de la empresa.

—Me preguntó por qué pensarán eso —comentó él con aspecto inocente.

—Yo no lo sé —observó ella, furiosa consigo misma por no poder conseguir que confesara—. Bueno, a menos que tengas la intención de dejarme en evidencia delante del resto de los accionistas bajo acusación de mala dirección, no tienes autoridad alguna para desafiar mis decisiones.

—No seas absurda —replicó Vico

—Las expansiones siempre implican un módico riesgo. Nico era como yo. Le gustaba arriesgar. Tú eres más conservador. Jamás hemos estado de acuerdo en cómo ocuparnos de los proyectos, razón por la cual Henry decidió ponernos a cargo de dos
campos completamente distintos. Cuando consiga esos contratos, obtendré muchos beneficios. Tú no tienes que darme tu aprobación.

—Me parece que podrías terminar siendo víctima de tu propia trampa Ya te he dicho que ese Pablo es un tipo muy duro. Él ya se movía en este mundo cuando tú aún estabas aprendiendo. En el mundo de los negocios no se puede confiar en nadie. ¿Es
que no lo has aprendido ya?

—Estoy segura de poder confiar en ti, Vico —dijo Lali con una calculadora sonrisa.

—Por supuesto —replicó él, apartando el rostro—. Después de todo, yo soy familia tuya.

—Lo sé.

—Tienes razón, Lali. No tengo ningún derecho a decirte cómo ocuparte de tu parte de la empresa, pero, si necesitas ayuda, podría ponerme en contacto con los de la costa este.

Lali sonrió. Vico le estaba ofreciendo una rama de olivo. Ella la aceptó encantada. Don tenía contactos de los que ella carecía.

— ¿Tendrías tiempo?

—Sí. ¿Tienes un listado de los accionistas?

—Por supuesto. Te enviaré una copia esta noche.

Después de eso, Vico pareció mucho más relajado.

—Te agradezco mucho tu ayuda —reiteró Lali cuando llegaron a la casa de los Harrison.

—Yo estoy de tu lado, Mar. Ya lo sabes.

Sin embargo, no parecía haber pronunciado aquellas palabras de un modo muy convincente. Lali estuvo recordando la conversación durante gran parte de la noche.

Una vez en la fiesta, saludó a los anfitriones y a los invitados. Cuando fue a buscar a Vico, se lo encontró inesperadamente. Oyó un trozo de conversación que la dejó atónita.

—Ah, Mar —dijo en voz demasiada alta cuando se dio cuenta de su presencia—. Éste es Frank Dockins. Dirige Camfield Computers.

Lali extendió la mano y sonrió.

—Encantada de conocerlo —afirmó—. Ésta es la primera oportunidad que tengo de decirle lo contentos que estamos de que se hayan fusionado con nosotros. Sin duda, Vico le habrá dicho que voy a enviar a uno de nuestros mejores ejecutivos en el campo
de los ordenadores para que trabaje con ustedes. Queremos que la transición sea tan fácil como sea posible.

—Oh, sí —replicó el señor Dockins—. Victorio me estaba hablando precisamente de eso. Usted se ocupa de las operaciones nacionales, ¿verdad?

—Así es. Nicolas me preparó para hacerlo. Descubrió que yo tenía una habilidad natural para escoger empresas que encajaran con nuestra estructura empresarial. Solía decir que yo había sido una de sus mejores adquisiciones.

Dockins se echó a reír.

—Vico me ha contado que tiene usted un hijo pequeño. ¿No hace la presión que la vida en casa resulte difícil?

—Más de lo que se imagina. Supongo que voy saliendo adelante, pero la infancia de Ian está pasando demasiado deprisa. No se me da muy bien delegar en otras personas. En realidad, no confío en la gente, excepto en Vico, por supuesto —añadió, mirando a su cuñado. Él frunció ligeramente el ceño y apartó la mirada.

—Bonita fiesta —comentó el señor Camfield—. ¿Conoce usted al senador Lane?

—No muy bien, pero le voté.

—Es muy trabajador. Y no se le puede sobornar — comentó Vico. Al ver la expresión de Camfield, se echó a reír—. No. Te aseguro que no lo sé por experiencia.

Camfield se echó a reír y la extraña tensión que se había acumulado entre ellos desapareció como si jamás hubiera existido.

Aquella noche, cuando regresó a casa, Lali fue a ver a su hijo. Una vez más, le sorprendió el parecido que había entre el pequeño y Pablo. Era la viva imagen de su padre. Si Emilia lo viera, no dudaría ni un instante sobre quién era, aunque jamás podría admitirlo sin permitir que su hijo supiera lo que había hecho. Eso sería su
castigo. Ver al nieto que había deseado tanto y saber que lo había perdido para siempre.

Lali sintió un escalofrío al recordar una línea de las Sagradas Escrituras. La venganza me corresponde a mí. Si la venganza era dominio de Dios, ¿no utilizaba Él en ocasiones a las personas para llevarla a cabo? Se negó a ver ninguna otra interpretación. Había esperado demasiado tiempo.
El domingo se despidió de Ian y prometió permitir que el señor Smith lo llevara a Montana para una breve visita. Entonces, se puso su peluca y su caro abrigo y se montó en el avión para regresar a Billings.

Tras llegar a la estación de autobuses en taxi, se metió en los servicios para quitarse la peluca y ponerse las ropas de trabajo de Mariana Rinaldi. Salió de la estación con el aspecto de acabar de bajarse de un autobús y se dirigió a la otra parada
para tomar el que la llevaría a casa.

Miró con adoración la ciudad en la que había pasado su infancia. Billings era muy especial para ella. Había acallado el amor que sentía hacia aquellas calles durante sus años de exilio, pero, tras haber regresado, se sentía como si nunca se hubiera marchado. Casi sin darse cuenta, se preguntó cómo sería criar a Ian allí. 

Podría contarle las historias que su madre, su padre y sus tíos le habían relatado sobre sus antepasados irlandeses y escoceses, al igual que lo que el tío Cuervo Andante le había dicho sobre los indios Crow.
Montana era su hogar. Deseó que también pudiera ser el de Ian. Sólo el tiempo diría si eso sería posible.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Capítulo 14: "Volveré para Vengarme"



Hola chicas, como andan?? espero que bien, gracias por comentar siempre, les dejo capi rapidísimo mañana entro 5:30 am , besos


CAPITULO 14:

— Sé que sigues deseándome —susurró él con la respiración entrecortada—. Podría conseguir que te pusieras de rodillas para suplicarme. De hecho, ya lo hice. ¿Te acuerdas?

Por supuesto que lo recordaba. Había sido justo antes de que su madre le llenara la cabeza con mentiras sobre Peter. Él la había humillado y la había excitado, pero Lali había estado demasiado enamorada como para resistirse. Había cedido porque estaba profundamente enamorada de él y porque creía que Pablo también lo estaba de ella. No había sido así. Pablo sólo la deseaba.

—Lo recuerdo —replicó muy tensa—. Ahora, suéltame
.
—No quieres que lo haga.

—Tu madre sí —replicó ella, jugando la única carta que le quedaba. Esperaba que ésta sirviera para distraerlo, porque su cuerpo estaba empezando a traicionarla.

Habían pasado tantos años desde la última vez que había estado con Pablo... Lo deseaba profundamente, pero no se atrevía a dejarse llevar. Él dudó y ella se echó hacia atrás.

— ¿Te acuerdas de tu madre, Pablo? —le preguntó Lali, fríamente—. Nada ha cambiado. Ella sigue odiándome.

—Ella no tiene que apreciar a la mujer con la que yo me acuesto —replicó, echando mano de la crueldad al sentir que la frustración y el dolor se apoderaban de él.

—Yo no me estoy acostando contigo —afirmó ella.

—Dime que no lo deseas, Lali —dijo Pablo en tono de burla.

Ella se acercó hacia la puerta y rebuscó las llaves en el bolso.

— Lo que yo desee no viene al caso —repuso. Abrió la puerta, entró y se volvió para mirarlo—. No quiero volver a pasar por esa locura. Y tú tampoco. Vete a casa, Pablo. Estoy segura de que tu madre agradecerá la compañía.

—No ha venido a verte, ¿verdad? Me has mentido.

—No sé por qué me sorprende aún que pienses que, si alguien ha hecho algo malo, ésa debo de ser yo. Emilia debería de estar orgullosa. Te ha enseñado muy bien que es ella la que tiene la única verdad.

—Al menos, ella es capaz de hacerlo.

Lali sonrió.

—En una ocasión, pensé que serías capaz de amarme —dijo ella—, pero, en el momento en el que te pusiste del lado de tu madre comprendí que era sólo deseo. El amor y la confianza son dos lados de la misma moneda.

—No puedes aceptar el hecho de que mi madre tiene muchas virtudes, ¿verdad?

—Tú no sabes todo lo que ella me costó porque no quieres saber la verdad. Algún día lo conocerás todo. Te lo juro y, cuando sepas lo que ella te costó a ti, desearás de todo corazón haberme escuchado. Ahora, buenas noches, Pablo.

Lali entró y cerró la puerta antes de que él tuviera tiempo de responder. No se sorprendió al ver que estaba temblando.

En el exterior, Pablo regresó a su coche, lleno de furia y frustración. Como siempre, Lali lo convertía en un ser débil. Era tan mujer como entonces y su propia respuesta ante ella era poderosa e inmediata.
Trató de deshacerse de las neblinas del deseo mientras conducía hasta su casa. Sin embargo, algo de lo que Lali le había dicho le turbaba. Le había dicho que no sabía lo que su propia madre le había costado a él. ¿Quería decir dinero? Tal vez se refería a su propio amor. Sin embargo, ya sabía lo traicionera que podía ser. Ella lo había engañado.

Entró en la casa y se dirigió al salón. 

—Oh, ya estás en casa —dijo Emilia, levantándose del sofá—. Te estaba esperando. Te he visto muy preocupado desde hace unos días y pensé que... tal vez querrías hablar.

— ¿Sobre qué?

—Bueno, sobre lo que te está preocupando —respondió su madre, tragando saliva.

— ¿Has ido a ver a Lali? —le preguntó con mirada amenazadora.

—Sí —admitió ella, tras un momento de duda. No quería mentir.

— ¿Porqué?

—Sabes que no siento ninguna simpatía por ella. Sólo trataba de convencerla de que despertar viejos recuerdos no les va a venir nada bien a ninguno de los dos. Le pedí que se marchara.

—Yo le he dado un trabajo —le recordó Pablo.

—Oh —musitó su madre, retorciéndose las manos—. Pablo, esa mujer no es para ti. No empeores las cosas.

— ¿Empeorar qué? ¿Qué es lo que sabes tú que desconozco yo?
Su madre palideció.

— Pablo...

El dio un paso al frente, decidido a sacarle toda la verdad. Justo en aquel momento, el teléfono empezó a sonar. Afortunadamente, se trataba de un asunto de negocios, Emilia se excusó rápidamente y se marchó. Cuando llegó a su dormitorio, el corazón le latía con fuerza. Todo era como una pesadilla. ¿Por qué no se había dado cuenta de las implicaciones de lo que había hecho seis años atrás? No sabía cómo iba a sobrevivir si Lali no se marchaba rápidamente de la ciudad.


Al dia siguiente Ian estaba muy enfadado cuando Lali llamó a Chicago.

— ¿Por qué no vienes a casa? —le preguntó—. Me dijiste que sólo serían unos días.

—Este asunto está llevándome más de lo que había anticipado. Mira, Ian, no me presiones. Ya sabes que estaría en casa si pudiera. Tengo que mantenernos, hombrecito. Tengo que trabajar.

—Ya lo sé, mamá, pero te extraño.

—Yo también  a ti —susurró ella. Era cierto. Ver a Pablo era como
contemplar una imagen más madura de Ian—. A ver qué te parece esto. Mi secretaria me ha recordado cuando la llamé que tengo que ir a un banquete el sábado por la noche en Chicago. ¿Qué te parece que tome un avión el viernes y pasemos el fin de semana juntos?

— ¡Oh, mamá! ¡Es genial! —exclamó el niño muy contento.

—Bueno, supongo que eso significa que te alegras de que yo vaya a ir. Ahora, dile al señor Smith que se ponga al telefono, por favor.

—Sí, mamá.

—Deduzco que vas a regresar a casa —le dijo el guardaespaldas con una cierta sorna.

—A pasar el fin de semana. Tengo que recoger algunas cosas y visitar a algunos clientes a los que parece que he estado descuidando —dijo, repitiendo lo que la secretaria le había dicho referente a algunos comentarios de Vico—. Organízalo todo
para que uno de los aviones me recoja en los Rimrocks a las seis en punto del viernes por la tarde. Ese día salgo pronto de trabajar.

—No creo que puedas hacer mucho en el fin de semana.

—Ya lo verás. ¿Acaso no recuerdas que Nico realizaba la mayoría de sus tratos en las fiestas? Los Harrison van a celebrar un banquete en honor del senador Lañe el sábado por la noche. Vico prometió acompañarme. Recuérdaselo.

—Lo haré. ¿Cómo piensas ocuparte de todos tus negocios, de la OPA y de tu trabajo como camarera al mismo tiempo?

—No te preocupes por nada. Nos veremos el viernes.

Colgó antes de que el señor Smith pudiera seguir hablando. Efectivamente, sería una gran presión, pero así había sido desde la muerte de Nico. Era joven, fuerte y dispuesta y, además, no sería para siempre. Además, el hecho de pensar en la humillación que les iba a provocar a Pablo y a su madre le proporcionaba tanto placer que compensaba la frustración por estar lejos de su hijo.

El miércoles siguiente, Pablo fue al restaurante a cenar. No acudió solo. Lo acompañaba una belleza rubia de largas piernas y con un vestido que debía costar una fortuna. Ella sabía que estaba tratando de vengarse de Lali por haber perdido el control. A pesar de todo, Lali se armó de valor y, con la mejor de sus sonrisas, se acercó a ellos y les entregó los menús.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capítulo 13: "Volveré para Vengarne"



Hola hola espero que esten bien se vienen acercamientos mas íntimos jajaj gracias por sus comentarios,las quieroo ,  besos

PD: percha cualquier sabado me conecto

CAPITULO 13:

—No tienes por qué estar aquí sola a estas horas de la noche —le dijo secamente Pablo—. Es peligroso.

—Estamos en Billings, no en Chicago —replicó sin pensar. Sin darse cuenta, le había dado una información que jamás hubiera querido divulgar.

— ¿Conoces Chicago?

—Conozco muchas ciudades y Chicago es una de ellas, sí. Todas las ciudades se parecen mucho, si sabes qué calles son las mejores.

— ¿Y tú lo sabes?

— ¿Qué te parece a ti?

El rostro de Pablo se endureció. Sólo pensar que Lali hubiera tenido que echarse a la calle con sólo dieciocho años para ganarse la vida le provocó náuseas, sobre todo porque sentía que había sido él quien la había empujado a ello.

—Por el amor de Dios... No es lo que estás pensando. No me hice prostituta.

Pablo se relajó visiblemente. Lali se odió a sí misma por el hecho de que le hubiera importado lo que él pensara.

—Entra —sugirió él—. Te llevaré a tu casa.

Lali no quiso discutir. La noche era oscura y solitaria y no le gustaba estar allí sola. Normalmente, el señor Smith siempre estaba con ella.

— ¿Quién es él? —preguntó Pablo mientras arrancaba el coche.

­---¿Él?

—No juegues conmigo. El hombre que se marchó de tu casa aquella mañana.

—Se llama señor Smith.

— ¿Es tu amante?

— ¿No te parece que hace una noche preciosa? — replicó ella—. Siempre me ha gustado mucho Billings por la noche.

—No me has respondido.

—Ni pienso hacerlo. No tienes ningún derecho a hacerme preguntas sobre mi vida personal y mucho menos después de lo que me hiciste.

— ¿Por qué no te fuiste con él?

—Él trabaja en Chicago. Yo trabajo aquí. Por el momento.

— ¿Va en serio?

—No. En realidad es un amigo. ¿Por qué te importa tanto quién pueda ser? —Preguntó Meredith, al notar que él contenía el aliento—. Lo nuestro... lo nuestro terminó hace mucho tiempo.

—Cada vez que te miro ardo de pasión —susurró él, mirándola lenta y posesivamente—. Te deseo. No ha habido ni una sola mujer que pudiera apartarte de mi mente durante tan sólo cinco minutos.

—Eso es lujuria —replicó ella con las mejillas cubiertas de rubor—. Eso es lo que yo siempre fui para ti. Me deseabas y no te cansabas nunca. Si yo te lo hubiera pedido, te habrías levantando de tu lecho de muerte sólo para venir a mi lado. Sin embargo, eso no era suficiente entonces ni lo es ahora.

—No recuerdo que tuvieras tantos escrúpulos morales hace seis años.

—No los tenía —admitió Lali—. Estaba enamorada de ti. Pablo lanzó un gruñido.

 Aquella afirmación lo había sorprendido profundamente.
Jamás se había parado a pensar en los motivos de Lali para estar con él. Siempre había dado por sentado que ella sentía la misma pasión que él.

—Claro —dijo, después de una pausa—. Por eso te acostaste con Peter.

—Era virgen cuando estuve por primera vez contigo —le espetó ella con una fría sonrisa—. Estaba tan enamorada de ti que no podría haberme ido con otro hombre ni borracha.

—Tal vez fue así como conseguiste que él robara el dinero —insistió él con mirada calculadora.

—Peter devolvió todo el dinero, ¿no? —Replicó ella con una carcajada—. Y, si le hubieras presionado un poco, te habría dicho que ni teníamos una conspiración ni una relación.

—Cuéntamela, Lali—dijo Pablo, de repente.

— ¿Que te cuente qué?

—La verdad. Cuéntame todo.

—Te la ofrecí hace seis años y entonces no la quisiste —repuso Lali, sonriendo.

—Ahora sí la quiero.

—En ese caso, pregúntale a tu madre.

—No vas a llegar a ninguna parte tratando de implicar a mi madre en esto. Los dos sabemos que no sentía ningún aprecio por ti.

—Me odiaba. Tengo parientes indios, ¿recuerdas? Mis orígenes son humildes. Mis padres tenían una pequeña granja. Yo recuerdo tener que llevar zapatos de segunda mano antes de que mis tíos se hicieran cargo de mí. Ni siquiera entonces tuve dinero o clase social, que era precisamente lo que tu madre quería para ti. Tenía que ser una mujer de sangre azul.

Pablo detuvo el coche delante de la casa de la tía de Lali.

—La mayoría de las madres quieren lo mejor para sus hijos.

—Es cierto —afirmó ella, pensando en Ian—, pero no todas las madres se entrometen en los asuntos de sus hijos hasta el punto de tomar decisiones que les conciernen sólo a ellos. Yo no lo haría jamás.

Pablo apagó el motor y las luces, y se giró para mirar la casa.

— ¿Por qué sigues aquí? —le preguntó—. Si hay un hombre esperándote en Chicago, ¿por qué no regresas con él?

—Tengo mis razones.

Pablo deslizó el brazo sobre el respaldo del asiento. Lali recordó lo que había sentido al estar entre aquellos brazos. Él pareció sentir esos recuerdos porque, cuando volvió a hablar, lo hizo con voz
muy ronca.

—La primera vez fue debajo de un árbol al lado del lago de mi rancho —dijo, como si le hubiera leído el pensamiento—. Habíamos salido a montar a caballo, pero, los dos ardíamos de deseo. Yo te quité la camiseta. Tú me dejaste. Te acosté sobre la hierba. Te desnudé, me desnudé... Ni siquiera pude esperar lo suficiente para
excitarte. Te penetré con un único y rápido movimiento.

— ¡No digas eso! —exclamó ella, sonrojándose.

— ¿Te avergüenza? —le preguntó, aprisionándola contra su pecho—. Estabas muy tensa y tenías miedo. Cuando empecé a temblar de placer, me preguntaste si me dolía algo —añadió, susurrándole las palabras contra el cabello, contra la boca—. La segunda vez te besé de la cabeza a los pies, te mordí el interior de los muslos y los pezones. Cuando te poseí, tú estabas lista para recibirme. Aquella vez fue tan explosivo... Tú alcanzaste el orgasmo después de mí, sentada encima. Yo te observé...

La lengua de Pablo siguió el camino de las palabras hasta alcanzar los suaves labios. Lali sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se abrazó a él. Pablo abrió la boca, insistente, mientras las manos se le perdían en la blusa de Lali, tratando de alcanzar la suave calidez de su cuerpo.
Ella no pensó en los cambios que seguramente iba a encontrar. Era inevitable que notara ciertos cambios de madurez.
Pablo le introdujo una mano por debajo de la copa del corpiño y se lo levantó. Entonces, levantó la cabeza y la miró con pasión.

—Los tienes más grandes.

—Soy mayor.

Antes de que Lali se diera cuenta de lo que él tenía intención de hacer, Pablo le levantó la blusa y el corpiño y la miró extasiado. La voz se le ahogó en la garganta ante lo que vio.

—Oh, nena...

—Ya no... ya no soy una nena —susurró ella, tratando de desviar su curiosidad.

—Eso ya lo veo, Dios Santo. Te convertiste en una mujer entre mis brazos. ¿Acaso creíste que podría olvidarlo nunca? —le preguntó, mientras le acariciaba los pezones al hablar—. Lali...

Bajó la cabeza y atrapó entre los labios un pezón. Entonces, el brillo de los faros de un coche y el rugido de un motón le obligaron a levantar la cabeza. Lali se aprovechó de ese momento para bajarse la ropa y apartarse de él. Cuando el coche había desaparecido al otro lado de la calle, ella ya había salido del coche.
Pablo consiguió alcanzarla mientras ella subía los escalones del porche.

—Te deseo —dijo él con la voz desgarrada.

—Eso ya lo sé —replicó ella muy secamente—. Sigo siendo tan vulnerable como lo era con dieciocho años y, aparentemente, igual de estúpida cuando me acerco a ti. Sin embargo, eso ya no te va a volver a funcionar. No pienso volver a ser tu amante una segunda vez. He aprendido muy bien la lección.

— Sé que sigues deseándome ...

lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo 11 y 12: "Volveré para Vengarme"



Holaaa chicas paso mas que rapido les dejo 2 capis, espero que les guste que bueno ue quieren a smith jajja, besos


CAPITULO 11:

 Emilia Inchausti de Arrechavaleta.

—Te estaba esperando —dijo Lali con fría tranquilidad—. Entra.
Emilia entró en la casa y miró a su alrededor con desdén. Se sentó en una de las sillas del salón y cruzó las piernas.

—Iré directamente al grano —dijo, sacando un cheque del bolso—. Creo que con eso bastará para que te marches de Billings para siempre.

Lali  no lo aceptó. Se limitó a sonreír.

— ¿Te apetece un café?

—Gracias, pero no. El cheque es por un valor de diez mil dólares. Tómalo y márchate.

Lali se sentó en el sofá.

—Ya lo hice en una ocasión.

— ¿Y por qué has tenido que regresar? ¿Qué es lo que quieres? ¡Mi hijo ya no siente nada por ti! Jamás lo sintió, porque si no habría ido detrás de ti. Supongo que lo comprendes, ¿verdad?

Por supuesto que lo comprendía. Estuvo a punto de hacer una mueca de dolor.

—Mi tía ha muerto.

—Lo sé. Lo siento mucho. Seguramente te habrán ofrecido ya algo por la casa.

—No quiero venderla. Tiene muchos recuerdos muy agradables para mí. Tampoco me quiero marchar aún de Billings. Te aseguro que hará falta mucho más de diez mil dólares para sacarme de aquí. Mucho más de lo que tú tienes.

— ¡Mocosa arrogante!

—Te suplico que te guardes tus insultos. Veo que no has envejecido muy bien —comentó, tras estudiar atentamente el rostro de la otra mujer—. No me sorprende. La culpabilidad debe de haber sido terrible.

—Yo no me siento culpable.

—Le mentiste a tu hijo, me acusaste a mí por una falsedad, me obligaste a marcharme de mi casa en un momento en el que necesitaba desesperadamente quedarme aquí... ¿No te sientes culpable de todo eso?

— Sólo eras una niña jugando.

—Era una mujer, profundamente enamorada y embarazada de tu nieto. Mentiste.

—Tenía que hacerlo. ¡No podía dejar que mi hijo se casara con alguien como tú!

—Jamás le contaste a Pablo la verdad, ¿no es cierto?

—Te daré veinte mil dólares.

—Cuéntale la verdad.

— ¡Nunca!

—Ése es mi precio —concluyó Lali, poniéndose en pie—. Cuéntale a Pablo lo que me hiciste y me marcharé de aquí sin que me tengas que dar un centavo.

—No puedo hacerlo —susurró Emilia, poniéndose de pie. Le temblaban los labios.

—Cuando haya terminado contigo desearás haberlo hecho. ¿De verdad creíste que te ibas a escapar de todo lo que has hecho sin pagar por ello?

—Hoy en día los abortos son muy fáciles —susurró, mientras se sacaba un pañuelo del bolso—. Te di el dinero suficiente para uno. Lo suficiente para que te marcharas.

—Y yo te lo devolví junto con los regalos de Pablo, ¿no es verdad? —le espetó Lali. Emilia no respondió—. Le dijiste a Pablo que yo había robado miles de dólares a la empresa. Peter y yo. Hiciste que Peter le contara que habíamos sido amantes, que yo lo había traicionado.

—Era el único modo de librarme de ti. Mi hijo jamás te habría dejado marchar si yo no lo hubiera hecho. ¡Estaba obsesionado contigo!

—Sí, obsesionado, pero nada más —admitió Lali con amargura—. No me amaba. Si lo hubiera hecho, todo lo que tú le hubieras podido contar no le habría afectado en absoluto.

—Entonces lo sabes, ¿verdad? —dijo Emilia con una cierta satisfacción.

Lali asintió.

—Era muy ingenua. No me di cuenta de cuanto hasta que no me echaste de aquí.

—No parece que te haya ido muy mal. Aún eres joven y tienes buen aspecto.

—Había un niño de por medio, Emilia.

—Así es. ¿Lo tuviste? —Preguntó la mujer con mirada calculadora—. ¿Lo entregaste en adopción? Te daré lo que quieras. Pablo no tiene por qué saberlo. ¡Ese niño no carecerá de nada!

Lali observó a la otra mujer con incredulidad.

— ¿Qué habrías hecho tú si alguien te hubiera hecho esa oferta cuando estabas embarazada de Pablo?

De repente, una extraña expresión se reflejó en los ojos de Emilia, pero desapareció. Una incertidumbre. Una angustia.

—Todos esos años... Jamás supiste dónde estaba ni lo que tuve que hacer para salir adelante. No te importó. Y ahora, entras en mi casa y tratas de chantajearme para que me marche de la ciudad. Incluso tienes la audacia de tratar de comprar un nieto que no te importó lo más mínimo hace seis años.

—Eso no es cierto. Yo... traté de localizarte.

— ¿Porque te sentías culpable de que yo fuera a dar en adopción a un Arrechavaleta? —comentó ella con una sonrisa que se profundizó al ver que Emiliase sonrojaba—. Tal y como me había imaginado.

—Lo diste en adopción, ¿verdad? —Insistió Emilia—. Aún podemos encontrarlo. A él o a ella. ¿Qué fue?

—Eso es algo que no sabrás. No sabrás si aborté o si tuve al niño y lo entregué en adopción. Y te puedes quedar con tu dinero. Sigues sin poder comprarme.

—Todo el mundo tiene un precio. Incluso tú.

—Eso es cierto. Y tú ya sabes cuál es mi precio.

Con eso, Lali abrió la puerta para indicarle que deseaba que se marchara.

—Tu visitante masculino era formidable —comentó antes de irse—. ¿Vives con él? —preguntó. Sorprendida, Lali no pudo encontrar una respuesta con suficiente rapidez—. Estoy segura de que a Pablo le interesará saber que lo has sustituido por otro. Que tengas un buen día.

No había nada que Lali pudiera hacer para que Emilia no le hablara del señor Smith a Pablo. En realidad, no le importaba. Probablemente reforzaría la opinión que tenía de ella, que seguramente no era muy buena. Se marchó a trabajar y, afortunadamente, el día fue muy ajetreado. No tuvo tiempo para pensar. A la hora de la cena, Pablo se presentó en el restaurante. Su actitud rezumaba problemas.

— ¿Te apetece algo de beber? —le preguntó ella, cortésmente

— ¿Quién era el hombre al que tu vecina vio marchándose de tu casa esta mañana temprano?

—No era una vecina, sino tu madre.

Pablo frunció el ceño. Aparentemente, su madre no le había contado su visita. Lali sonrió.

— ¿No te ha dicho ella que vinieras a verme? Una pena. Me ofreció diez mil dólares para que me marchara de la ciudad.

—Eso es mentira.

—Como tú quieras. ¿Qué vas a cenar?

—Mi madre no tiene que pagarte para que te marches de la ciudad. Yo puedo librarme de ti cuando quiera.

— ¿De verdad? Resultaría fascinante ver cómo lo intentas.

— ¿Acaso no me crees? —Preguntó él con una sonrisa muy calculadora—. Por ejemplo, podría comprar la hipoteca de la casa de tu tía.

—La casa no tiene ninguna hipoteca —replicó ella. Efectivamente, Nico la había comprado al contado.

Pablo pareció muy sorprendido.

—En ese caso, podría despedirte.

—Puedo conseguir otro trabajo. Ni siquiera tú puede controlar todos los negocios de esta ciudad. De hecho, podría ir a ver a tus enemigos para que me dieran trabajo.

—Inténtalo.

— ¿Por qué no le preguntas a tu madre por qué quiere que me marche?

—Sé por qué. Cree que tú encontrarás el modo de volver a meterte en mi vida y que volverás a hacerme daño, como lo hiciste hace muchos años. Me engañaste y ayudaste a otro hombre a que me robara.

— ¿Y yo? ¿Acaso no cuenta lo que me hicisteis tu madre y tú?

—Nosotros no te hicimos nada, aunque podríamos haberlo hecho. Te podríamos haber enviado a prisión por robo.

—No lo creo. Un buen abogado hubiera hecho pedazos a Peter. Por cierto, ¿dónde está ahora?

—No lo sé.

—Es una pena. Me gustaba Peter, a pesar de lo que tu madre y él me hicieron.

— ¡Mi madre no te hizo nada!

— ¿Nada? Pregúntaselo a ella. Pregúntale por qué estoy aquí. Por qué no quiero marcharme. Pregúntale la verdad.

—Sé cuál es la verdad —afirmó él, levantándose de la mesa y arrojando la servilleta sobre el mantel—. Esta vez no me encontraras tan vulnerable.

—Ni tú a mí tampoco. Puedes decirle a tu madre que mi precio ahora está más allá de lo que ella puede pagar.

—Ten cuidado —le advirtió él—. Ahora estás en mi terreno. Lucharé hasta ganar.

—En ese caso, es mejor que vayas puliendo tu espada —replicó
Lali—. Esta vez vas a tener que esforzarte un poco más. Buenas noches.

Con eso, Lali se dio la vuelta y se dirigió a la mesa de al lado sin pestañear.



CAPITULO 12:

Aquella noche, Emilia Arrechavaleta no cenó nada. Su entrevista con Lali no había ido tal y como ella esperaba. No había tenido intención de realizar amenazas, pero la joven la había asustado. No se estaba enfrentando a la adolescente asustada de hacía seis años. No. Aquella nueva Lali tenía cualidades desconocidas y, cuando ella no
había podido quebrantar su compostura, le había dicho cosas que jamás había tenido intención de decir.

Había deseado decirle a Lali lo desesperadamente que la había buscado, lo mucho que se había disgustado por sus actos irracionales. No había deseado abandonar a una muchacha joven y embazada. Cuando Lali le devolvió el dinero que ella le había dado, junto con los regalos de Pablo, había tenido aún más miedo. Los familiares de Lali no tenían mucho que darle. La joven, sola y embarazada en una gran ciudad, habría estado a merced de cualquier desconocido que hubiera deseado hacerle daño.
Horrorizada por lo que había hecho, Emilia había contratado detectives privados en un desesperado intento por encontrar a Lali y ocuparse de ella. Sólo pensar que hubiera podido abortar a su nieto o darlo en adopción la torturó durante años.

Todos sus esfuerzos no produjeron ni una sola prueba del paradero de Lali. Parecía que la muchacha había desaparecido de la faz de la tierra. Cuando comprendió que no iba a poder comer nada, apartó el plato. Aquella noche estaba sola, como ocurría frecuentemente. Pablo le había dicho que tenía negocios de los que ocuparse. La actitud de su hijo también había cambiado durante aquellos años. Ya
no era el hijo considerado y cariñoso que había sido antes. La huida de Lali había matado algo dentro de él y lo había convertido en un hombre duro e incluso cruel.

Culpaba a la muchacha, cuando habían sido las manipulaciones de su madre las que habían causado tanto dolor.
Meredith la había acusado de sentirse culpable y, en realidad, así era. Aquella noche en especial sentía el peso de todo lo malo que había hecho. Su hijo había sufrido mucho y, aunque había logrado sobreponerse, no había vuelto a ser el mismo. Ella tampoco lo era. Había causado tanto dolor por entrometerse en lo que no debía...

Pensó en el niño y deseó de todo corazón saber si Lali lo tenía aún. Durante años no había podido dejar de preguntarse si sería feliz, si estaría en manos de personas que lo amarían de corazón. Aquellos pensamientos no le habían dejado tener paz desde que Lali se marchó.

Se levantó de la mesa y se dirigió al salón. Sabía que Lali la odiaba. Se lo merecía. En realidad, no había esperado salir indemne de sus pecados. Nadie conseguía jamás escapar. El castigo podía tardar años, pero la penitencia llegaba tarde o temprano.
Al sentir que se acercaba una tormenta, se echó a temblar. No podía comprar a Lali. No podía intimidarla. Tampoco podía obligarla a marcharse y, si se quedaba, lo más probable era que Pablo terminara sabiendo la verdad.

Cerró los ojos y se echó a temblar. Su hijo la odiaría cuando supiera lo que había hecho. Se acercó a la ventana y contempló el oscurecido horizonte. No podía confesar sus delitos. Aún no. Tenía que esperar, ganar tiempo. Había tanto que Pablo no sabía sobre su pasado, sobre las razones por las que luchaba tan enconadamente por ser una persona respetada. Para eso incluso se había casado con Francisco Arrechavaleta a pesar de que no lo amaba. El hombre del que verdaderamente se había enamorado se había marchado a Vietnam por sus incansables y frías manipulaciones y había muerto allí.

 Eso también tenía que cargarlo sobre la conciencia. Había sacrificado el amor de su vida por el deseo de tener riqueza y poder, para rodearse de todas las cosas que pudieran proteger a su hijo de la destructiva infancia que ella había tenido. Nadie sabía lo que ella había tenido que soportar de niña por su madre. Se había
jurado que nadie lo sabría nunca. Sin embargo, lo que le había hecho a Lali, a Pablo, al hombre al que había amado... Su corazón sufría con las heridas que ella misma se había causado.

Tal vez aún tuviera tiempo de librarse de la humillación de que Pablo se enterara de lo que había hecho. Si suplicaba, podría ser que lograra la compasión de Lali y que lograra que ella se marchara de Billings. El daño estaba hecho. El niño se había perdido. Estaba casi segura de que Lali lo había dado en adopción. Lo único que podía hacer era convencerla de que no iba a ganar nada con la venganza.
La rebajaría en su orgullo, pero era lo que se merecía. Había hecho tanto daño por tratar de conseguir que Pablo se casara con la mujer adecuada...

 Su necesidad de aceptación social seguramente le había costado la esperanza de tener nietos, porque Pablo se negaba a pensar en el matrimonio. Había perdido el único nieto que había tenido
por su propia arrogancia. Cerró los ojos y se echó a temblar. Sus sueños hechos pedazos. ¡Qué fríos podían llegar a ser los sueños muertos del pasado! Se dio la vuelta muy lentamente y se sentó.

No era muy tarde cuando Lali se marchó del restaurante. Pablo se había marchado inmediatamente después de su breve discusión. ¡Qué estúpida había sido al esperar que él pudiera preguntarle la verdad a su madre, cuando, desde el principio, había creído palabra por palabra lo que Emilia le había dicho! Si sentía algún consuelo, éste provenía de la incertidumbre que sentía Emilia por el destino de su único nieto. Era un placer con regusto amargo, dado que a Lali no le gustaba hacer daño a la gente, ni siquiera a personas como Emilia. Toda esa angustia, todo ese dolor... ¿Por qué? Emilia había deseado que su hijo se casara con una mujer de la alta sociedad y, evidentemente, no lo había conseguido.
Pablo seguía soltero y no mostraba intención alguna de querer casarse. Había en él un frío cinismo que Lali no reconocía, una dureza que cubría completamente la sensibilidad que recordaba. 

Como ella, Pablo había cambiado. Sólo Emilia permanecía siendo la misma: fría, arrogante y segura de poder salirse con la suya. No lo conseguiría en aquella ocasión. No pensaba marcharse de la ciudad hasta que Pablo supiera toda la verdad, costara lo que costara. Y, para ese día, ella misma tenía también unas sorpresas para él.
Lali llamó a su despacho en cuanto llegó a la casa de su tía. Trabajar la aliviaba. Tenía que encontrar el punto débil de Pablo. 
 Había notado que la mayoría de sus ejecutivos comían en el restaurante en el que ella trabajaba. Sonrió ante la ironía. Él
le había dado un trabajo en el mejor lugar para poder espiar sus negocios. ¿Cómo se sentiría cuando lo descubriera?

Durante los días siguientes, se esforzó en ser especialmente cortés con sus ejecutivos y hacerse amiga de ellos. Así, dado el caso, se mostrarían mucho menos cuidadosos con lo que hablaban delante de ella. Por la información que fue adquiriendo, dedujo que uno de sus ejecutivos trabajaba en contra de él y estaba tratando de
obtener que una mayoría de los accionistas votara contra Pablo para echarlo de su propia empresa. Se lo contó a Vico por teléfono la misma noche que se enteró. Él estuvo de acuerdo en tratar de conocer al ejecutivo en cuestión y tratar de labrarse su amistad.

Por su parte, Pablo no había regresado al restaurante desde la noche en la que discutieron, lo que era un alivio. Tampoco lo hizo emilia, por lo que Lali empezó a preguntarse si estaría ocurriendo algo raro. 
Mientras tanto, la señora Berta se percató de la especial atención que Lali dedicaba a los ejecutivos, por lo que llamó a su empleada una noche a su despacho para hablar del tema.

—Eres muy buena camarera, Lali —le dijo Berta—, pero no me
gusta que les dediques tanta atención a los empleados de Pablo Arrechavaleta. No sólo no queda bien, sino que quedas en evidencia delante de las otras camareras.

—No sabía que estuviera prestándoles una especial atención, señora Berta — replicó ella, inocentemente—. Me dan muy buenas propinas...

—Entiendo. Bueno, si sólo se trata de eso, lo comprendo. Sin embargo, no debes prestarles tanta atención. No queda bien. No me gustaría tener que despedirte.

—Tendré mucho cuidado de que no vuelva a ocurrir, señora —afirmó Lali, aunque sabía que Berta jamás podría despedirla sin el consentimiento de Pablo.

—Muy bien. Sé lo mucho que dependéis de las propinas que os dan los clientes y realizas muy bien tu trabajo, Lali.

—Gracias.

—Entonces, hasta mañana.

Lali se marchó del restaurante y se dirigió hacia la parada del autobús. Se preguntó qué diría la señora Berta si supiera qué clase de empleada era en realidad.
El viento estaba arreciando y hacía frío. Lali cerró los ojos y aspiró la
fuerza del viento. Hasta que había regresado a Billings, no se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. A pesar de las largas horas de trabajo, aquel empleo como camarera era como unas vacaciones, una válvula de escape a la presión
que estaba poniendo en peligro su salud. Se había recuperado completamente de la neumonía y se sentía más fuerte día a día, tal vez porque había recuperado sus raíces.
Aunque echaba mucho de menos a Ian, le gustaba estar de vuelta en Billings. Mientras estaba esperando el autobús, se detuvo ante la parada un elegante coche gris. Cuando reconoció al conductor, apretó los dientes.