jueves, 30 de mayo de 2013

Capítulo 55: "Vos necia, Yo mentiroso"



Holaa como andan espero que bien , yo tengo parciales la semana que viene por eso tengo  0 tiempo pero no queria hacerlas esperar mas, besos

Capítulo 55:
Al otro dia…
—¡Qué forma de dormir!
—¿Qué hora es?
—Las once de la mañana. ¿A qué hora te acostaste anoche?
—A las once...
—¡¿Dormiste doce horas seguidas?!... ¿Qué te está ocurriendo, Lali? Últimamente estás rarísima.
—Hacía ya varias noches que no podía pegar un ojo. Y, por lo visto, ayer me puse al día.
“Con el sueño y con muchas otras cosas”, se dijo la muchacha. Pero, en vez de hablar, suspiró. Rochi la obsevó con desconfianza
—Entré varias veces a tu cuarto, intentando despertarte, pero parecías muerta.
“Me siento muerta por dentro”, pensó Lali al oírla. “Y a la vez, increíblemente viva”, no se atrevió ni siquiera a pensar.
—¿Necesitabas algo, Rochi?
—Es que... Hoy se vence el pago de la renta, y...
—Yo ya te di mi parte, ¿lo olvidaste?
—Sí, pero... Ayer estuvo Riera, y...
—¡¿Cuándo vas a dejar de darle dinero?!
—¡Ojalá se lo hubiera dado!... Se lo llevó sin consultar.
—Pues lamento decírtelo, Rochi, pero estoy desempleada.
—¡¿Otra vez?!... Ya se te está haciendo hábito esto de renunciar los viernes, para que los domingos venga tu jefe de rodillas a buscarte.
—Esta vez no vendrá... Ya obtuvo de mí todo lo que le hacía falta.
Rochi abrió sus inmensos ojos color miel aún un poco más.
—¡¿A qué te referís?!
—A que necesito un trabajo en forma urgente. Acepto lo que sea...
Su compañera volvió a mirarla con desconfianza, que pronto trocó en envidia.
—Debe ser increíble en la cama, ¿no?
Por un instante Lali se dejó poseer por aquel recuerdo que le sacudía el sexo y el alma. Pero fue sólo un instante. 
Rocio insistió.
—¡Con esos ojos!... ¡Y esos brazos!... Aunque quizás tanto músculo, tanto músculo, es porque toma anabólicos, y entonces, de seguro, la tiene chica. Yo me he llevado ese chasco con más de uno...
Pero bastó que la pobre muchacha hiciera aquel inocente comentario, para que su amiga la mirara con una cara tal, que no dejaba lugar a dudas. Sí, de seguro Pablo la tenía muy grande. Y sí, de seguro, si ella no paraba de hablar del asunto, Lali iba a destriparla.
—¿Vas a salir a correr? –preguntó entonces con inocencia, como para distender el clima.
—No.
—¡Lalí!... ¡Desde que vivís aquí, sería la primera vez que no sales a correr un sábado! Saliste incluso el día que granizó..., y aquel en que se inundó la avenida Córdoba... ¡Siempre sales a correr!
—Hoy no. Ya es muy tarde.
—¡Guau!... No tendrías que tomártelo tan a la tremenda... Los tipos son unos idiotas, y siempre se olvidan de una cuando logran lo que quieren...
Lali se quedó quieta. Se suponía que la frase de su amiga la tenía que hacer reflexionar, pero, en vez de eso, su mente estaba en blanco.
—¿Me vas a dar el dinero para la renta, entonces?
—Búscalo en la cocina. Si Nico no ha pasado también por allí, está en el cajón de los cubiertos, al fondo.
Sola otra vez, Lali no ignoraba que tenía que dejar de lado cuanto antes aquella melancolía, y comenzar a concentrarse. Su futuro estaba en riesgo. El dinero iba a acabarse pronto, aunque, por fortuna, la del mes anterior había sido la última remesa que le enviaba a Cielo, ahora que había completado los pagos de su casa.
Rochi llegó del dormitorio, contando el dinero.
—¿Crees que si voy vestida así, el dueño nos hará un descuento? –se burló la muchacha.
Lali la observó por primera vez en aquella mañana. Rocio llevaba aquel vestido nuevo, horrible, violeta con flores rosas, y tan transparente, que dejaba poco a la imaginación, (sobre todo considerando que raramente Rochi usaba prendas íntimas)
—Si estuvieras desnuda, sería menos invitante.
—Por eso compré el vestido.
—¿No vas a salir así a la calle, no?
—No lo compré para salir a la calle. Lo compré el día que...
La joven se detuvo abruptamente. Pero como Lali ya no la escuchaba, no lo notó.
—¡Ah!... ¡Lali!... ¡Me olvidaba!... Llamó..., déjame acordar, ¡Cielo!
—¿Mi suegra?
—Sí... Quería saludarte por el cumpleaños...
—El cumpleaños... –susurró su compañera, entristecida.
—Yo no sabía nada, disculpa. ¡Soy un desastre para las fechas! ¿Cuándo fue?
—Ayer... –musitó Lali en un hilo de voz.
Y comenzó a llorar. De una manera tan amarga, que su amiga no pudo evitar correr para brindarle algo de consuelo.
—¡No te preocupes!... Ya sé que a todas nos angustia cumplir años. ¡Pero veintiocho no son tantos!... ¡Qué tendría que decir yo que cumplí... veintinueve!
Pero Rochi no encontraba manera de calmar el llanto acongojado de su amiga.
—Si queres, podemos ir a festejarlo... Nos enganchamos unos buenos tipos. ¡Alguno que la tenga más grande que Pablo!
Y bastó que mencionara aquel nombre, para que la muchacha comenzara a llorar aún con más amargura.
—No es para tanto, Lali.
—Vos no entendes, Rochi... Ayer no fue mi cumpleaños. Yo cumplo recién en octubre... Ayer... Ayer fue el cumpleaños de Gas.
Por fin Lali se decidió a salir. La presencia de Rochi rondándola, sólo servía para empeorar las cosas. Comenzó a caminar sin rumbo por las calles atestadas de gente. La primavera invitaba, y todos los porteños habían aceptado el convite. Familias enteras habían acampado en los parques, al amparo de un poco de sombra, para jugar y divertirse. Era sábado, era primavera, y la vida no daba demasiados otros motivos para sonreír.
Lali, por su parte, sólo lloraba. Caminaba entre el gentío indiferente, y lloraba. Y para colmo de su desdicha, cada vez que quería ampararse en el recuerdo de su marido, en sus caricias, en su pecho, en sus manos ásperas, su imagen se mezclaba indecentemente con la de su amante, con la de aquel mentiroso al cual había decidido entregarse. Estaba perdiendo a Gas para siempre, y en su lugar, sólo le quedaba el ochenta por ciento de un hombre, del que odiaba el veinte por ciento restante...
No... Ni siquiera eso. De Pablo no poseía ni lo mínimo. Él sólo era un extraño. Se detuvo en medio de la calle, vencida por las lágrimas, que ahora ya le impedían ver, o seguir adelante. Y entonces sintió su presencia. Supo que él estaba allí, muy cerca suyo. Como lo había estado siempre...
—Lali... –le dijo aquel hombre hermoso, mientras la tomaba entre sus brazos.
—Sabía que eras vos... –le respondió ella, dejándose acariciar—. Siempre supe que eras vos.

domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo 53 y 54: "Vos necia, Yo mentiroso"



Hola hoy les dejo dos capitulos porque era muy corto y por la minidemora, espero que les guste, un besote !!!
CARO

CAPITULO 53:
—¿Un error? .
Era como si aquel homo sapiens no pudiera procesar esas palabras. Sólo permanecía allí, quieto, observándola. Pero luego de unos segundos, finalmente reaccionó…..
—¡¿Un error?!... –repitió, furioso— ¡Ahora lo llamas error!... Pues yo no te obligué... 
Te vi perfectamente por el reflejo de la ventana. ¡Me deseabas!... ¡Vos querías 
esto, tanto como yo!
—Pero fue un error –dijo ella, cruzándose en su camino, para poder salir del cuarto 
antes que las lágrimas la vencieran.
Él la tomó del brazo, enfurecido, y la empujó hacia la pared.
—¡Pues para mí no lo fue!... —le gritó exaltado
Por un instante volvieron a cruzar miradas, y bastó ver el bello rostro de la muchacha, para que Pablo le sonriera con aquel veinte por ciento detestable que solía ocultar a los demás.
—Sos una mujer necia, Lali. Al menos podrías haber cobrado los putos quinientos mil dólares...
La joven se soltó con violencia. Estaba lastimada, pero no le contestó. Por el contrario, se limitó a sentarse en una silla de la cocina, para terminar de atarse los cordones de las zapatillas.
Ante aquel silencio tenso que parecía enloquecerlo, Pablo insistió.
—Pero, ¿sabes qué?... Me alegro que no lo hicieras... Después de todo tenías 
razón. No vales ese dinero... ¡No sos más que una amante mediocre!
Lali lo miró con odio, pero tampoco le respondió. Sin terminar, se puso de pie, y comenzó a abrir uno a uno los candados que la separaban de su libertad. Pero ni aún así aquel macho herido se quedó en silencio.
—Y si ahora vas a comenzar a hacer esto con cualquiera, quiero que sepas, mujer 
necia, que al próximo tenes que exigirle que use preservativo... ¡¿Qué ocurre?! 
¿En la Misa no te hablan de esas cosas?... Sabes a la perfección que me acuesto 
con todas, ¿y ni siquiera me pides que me ponga un puto preservativo?... ¿Tan 
caliente estabas que...?
Lali no escuchó el final de la frase. No quería. No podía...
Enfurecido, Pablo golpeó el elevador de servicio, ni bien este se cerró. Luego pateó la puerta de la cocina, sin ocuparse en trabar los cerrojos. Todavía estaba desnudo cuando, vagando por la casa, llegó frente al inmenso espejo del gimnasio. Y entonces, sin que nada pudiera anticiparlo, le dio un puñetazo fuerte, que lo convirtió, en apenas una fracción de segundo, en miles de pequeñísimas y afiladas esquirlas. Fue milagroso que no saliera herido, pero lejos de dar gracias, aquel hombre embravecido, se limitó a sentarse en el caballete, de cara a la ventana, para contemplar la noche. Durante un rato largo permaneció así, sus bellos ojos verdes entrecerrados, meditando. Y luego, ya calmado, se dirigió hacia la sala, se sirvió un trago, y puso un CD de los Guns and Roses que guardaba desde su adolescencia. “Don´t you cry tonight”, ronroneaba el cantante, mientras Pablo permanecía quieto, con la vista fija en ninguna parte. Pero al acabar la canción, de nuevo surgió esa furia imparable.
 De pie, revoleó la laptop que había sobre el escritorio, y se dirigió a su propio cuarto. Allí empujó el sillón donde solía relajarse, y cuando estaba a punto de destruir también el aparato de video, se detuvo abruptamente. Por un instante observó las tres cámaras que vigilaban la alcoba.
Quizás por estar siempre expuesto, Pablo odiaba filmar su intimidad. Cada vez que se encontraba con alguna amante, se apuraba a desconectar el circuito de vigilancia que había en su cuarto. Y cuando lo olvidaba, al descubrir la cinta, rápidamente la destruía. No le gustaba ver a nadie haciendo el amor en la vida real, y mucho menos a si mismo. Aquellas tomas descuidadas le parecían siempre denigrantes, de mal gusto, y muy poco sensuales. No había nada que lo desestimulara más que ver el culo de una mujer en primer plano, en pantalla gigante, y a todo color. O su propio sexo. O la cara de idiota que invariablemente uno y otra terminaban poniendo en los momentos culminantes. Aquella tarde, las cámaras habían quedado encendidas. Las imágenes de aquel “error” estaban ahora captadas en high definition, y registradas para siempre.
Pablo tomó la pequeña cinta del aparato, abrió la ventana que daba al vacío, y se dispuso a arrojarla con fuerza. Pero cuando ya la tenía en alto, algo hizo un click en su interior.
Volvió a observar el carrete diminuto, y sonrió de aquella forma cruel, que hacía temblar. Entonces cerró la ventana, apoyó la cinta sobre la mesa que tenía a su izquierda, y se echó a dormir, satisfecho. Todavía él no había dicho la última palabra.


CAPITULO 54:
—¡Qué sorpresa!... ¿Qué andas haciendo por aquí?
—¿Está muy ocupado?
—Puedo hacerme un poco de tiempo. Ya se acabó la Misa de ocho, y, por fortuna, hoy no se casa nadie... Pasa, por favor.
—Le agradezco... Necesito confesarme...
El sacerdote condujo a Lali hacia una pequeña oficina, donde ambos tomaron asiento.
—No debe ser nada bueno, para que me busques un viernes a esta hora.
—No lo es...
—No te pongas a llorar, por favor... La peor parte de tener que confesar, es el llanto 
de las mujeres...
Lali, entre lágrimas, sonrió, y aquel hombre grande intentó consolarla.
—A ver..., ¿qué puede ser tan grave?... Creo que nos vimos apenas dos semanas atrás...
—Yo... yo...
—A menos que hayas matado a alguien...
—¡Falté a Misa!... Falté a Misa el domingo... No sé... No me di cuenta de la hora, y 
cuando me quise acordar, ya eran las once.
—Y hoy, viernes, a las nueve y media de la noche, te acuerdas que faltaste a Misa el domingo.
—Sí...
—¿Nada más?
La muchacha agachó la cabeza, avergonzada.
—Me acosté con un hombre –murmuró al fin.
El sacerdote frunció la nariz.
—¿Cuánto llevas de viuda?
—Dos años..., casi tres.
—¿Hay algo más que quieras confesar?
—No.
—Bueno, Lali... Como debieras saber, los dos pecados que has confesado son muy 
distintos. Uno, es una falta muy grave, y el otro, sólo es una consecuencia lógica del 
primero.
—Me imagino.
—Tu peor pecado ha sido faltar a Misa el domingo.
La joven lo observó sorprendida.
—No has honrado a Dios. No le has dado el lugar que merece en tu vida. Y 
haciéndolo, has ofendido Su dignidad... El otro pecado, en cambio, sólo atenta 
contra la tuya...
—Yo creí que...
—Vamos, Lali... Decime, ¿qué pensas que espera Dios  de vos?
—Creo que quiere que sea feliz.
—En efecto, sólo para eso te ha creado. Pero los hombres no somos dóciles, y difícilmente obedecemos, o nos dejamos amar. Yo lo veo todos los días, aquí, en el colegio. ¡Hay que lidiar con adolescentes que creen saberlo todo! Es inútil tratar de contrariarlos, aunque el daño al que se expongan sea evidente. Hay que dejarlos hacer, y estar allí para cuando vuelven arrepentidos... Díos hace lo mismo con nosotros. Hemos pedido libertad, y nos la ha dado, aunque después terminemos llorando en Sus brazos por las consecuencias de nuestros propios actos... Los hombres somos animales, racionales y espirituales. Nuestras tres naturalezas intentan arrastrarnos todo el tiempo en sentidos distintos. Ayer tu parte animal tironeó un poco más fuerte..., ¿o fue hoy?...
—Hoy.
—Hoy esa parte se ha impuesto a las otras dos. Se las ha llevado por delante. 
Deseabas a un hombre, y lo has tenido. Pero eso no te ha hecho feliz..., o lo has sido sólo por un rato. ¿Lo amas?
Lali agachó la cabeza, entristecida.
—¿Es casado?
—Es un mentiroso, incapaz de sentir... Y lo peor es que lo supe todo el tiempo, 
incluso antes de meterme en su cama... ¡Me siento tan culpable!... ¡Tan sucia!
—¿Culpable?...
—He ofendido a Dios.
—Has ofendido tu propia dignidad, y faltándote el respeto de esa forma, has ofendido a Dios. Pero para resolverlo es que estás aquí... No debes hundirte en la culpa, sino buscar la manera de enmendarte, y de no cometer otra vez la misma equivocación. A Dios le basta con eso.
—¡Pero a mí, no!... No puedo arrancar de mi pecho esta sensación horrible de 
haberle fallado...
—De no ser tan buena como pensabas... ¿Qué tal andas por el lado del orgullo, Lali?
—Mal, ya sé... Pero además de a Dios, y a mí misma, siento que le he fallado a Gas.
—¡¿Qué tiene que ver tu esposo muerto en todo esto?!
—Es que siento que he sido muy injusta con Gas. Es como... si le hubiera sido infiel...
—Lali... Tu marido está muerto, y sin embargo... No sé, desde que soy tu confesor, 
que tengo la impresión que tenes una cuenta pendiente con él. Creo que...
El sacerdote se detuvo abruptamente.
—¿Qué cosa cree?
—Creo que deberías buscar ayuda psicológica... Creo que hay algo que no terminas 
de superar de su muerte...
—Usted iba a decir otra cosa... ¿Qué es lo que cree?
—Creo que nunca quisiste ese bebé que tu marido buscaba tanto. Creo que la tarde en que murió no tenías ganas de ir a su encuentro. Y creo que te sientes culpable,muy culpable, por no desear tener su hijo, ni antes, ni ahora.
Lali se quedó muda.
—En cuanto a tu jefe...
La joven se sorprendió.
—¡Nunca le dije que se trataba de mi jefe!
—“Hoy” no lo dijiste... Pero hace muchos meses que andas ronroneando el asunto... 
Creo que tendrías que ser franca con él, y averiguar lo que siente por vos. Y, lo másimportante, mantener por un tiempo a tu cuerpo callado, sobre todo ahora, que ha logrado desahogarse, y comenzar a escuchar un poco más a tu razón y a tu espíritu... ¿Algo más, o ya puedo ir a poner el agua para los fideos?
 La joven escuchó la absolución en silencio. ¿Cómo podía hacer para mantener su cuerpo callado, y hablar con Pablo, todo al mismo tiempo? No, no se había desahogado. Ni siquiera un poco. Por el contrario, tanta pasión sólo había servido para encenderla más. Quería volver a experimentar aquella dulce sensación de dormir entre sus brazos. Pero, además, quería despertar también allí. Y poder decirle que lo amaba. Y amarlo, sin tener miedo a salir lastimada. Y tener un hijo suyo... ¿Tener un hijo suyo?
—¿Estás bien, Lali?
—Sí... Lo estoy, gracias.
—Vete hija... Estás perdonada.

Sí... Seguramente lo estaba, porque Dios era misericordioso. Y si bien era cierto que no estaba arrepentida por lo que había hecho, (condición imprescindible para lograr los beneficios de una confesión), también lo era que por el resto de su vida iba a tener que cargar con el dolor de aquella falta. Y con eso ya tenía bastante...





jueves, 23 de mayo de 2013

Capítulo 52: "Vos necia, Yo mentiroso"


Hola chicas les dejo el cap. esperado :) espero que les guste

PD: Volvio la nove "El Amor que soñe" de Jess pasen que volvio con todoo!

Capítulo 52:
Al principio el contacto entre sus cuerpos había sido suave. Apenas se rozaban. Pero poco a poco aquella necesidad había ido creciendo, hasta volverse puro frenesí. Y sólo la pared cercana a la cabecera de la cama había logrado detenerlos. Y es que cada nuevo beso reverberaba en el resto de sus anatomías, enloqueciéndolos de pasión.
Pasó un tiempo hasta que él, suavemente, la empujó con el peso de su deseo hasta la cama. Y entonces, otra vez Pablo tomó la iniciativa, descubriendo con dulzura el cuerpo de ella, dibujando su contorno con sus manos suaves, pero fuertes. Lali no respondía, porque estaba muda de placer. Cada movimiento de él la dejaba más indefensa, sometida a aquella sensualidad que se apoderaba de su interior.
Uno a uno Pablo fue descubriendo y conquistando los secretos de aquel cuerpo tan deseado. Primero comenzó a acariciar sus pechos. Ella todavía llevaba puesto el corpiño, y él parecía disfrutar con la anticipación de quitárselo. La acariciaba con dulzura, la besaba a través de la tela rugosa. Tardó un tiempo más, antes de deslizar un bretel, y luego otro, y después desabrocharlo todo. Cuando finalmente se lo sacó, Lali sintió aquella desnudez como una bendición.
Hacía tanto que.....
Por un tiempo infinito Pablo se dedicó a juguetear con sus pechos desnudos. Los acariciaba con dulzura, los observaba, lamía con suavidad sus pezones. Lali lo dejaba hacer, sobre todo porque cada uno de sus gestos la acercaba un poco más a aquel placer arrebatador que se estaba adueñando de su sexo, en forma de miles de pequeños estallidos.
Para cuando él deslizó la mano a través de su braga, aquellos pequeños estallidos se convirtieron en una fuerza arrolladora e imparable. Y entonces ya no se contentó con ser muda espectadora. Necesitaba arquearse, adueñarse de los músculos de él, luchar contra su fuerza. Disfrutarlo. Y cuando ya se sentía muerta entre sus brazos, él la poseyó, obligándola a empezar todo de nuevo. Aquella dulce fricción entre las piernas, esa potencia viril metida en su sexo, y esa necesidad insaciable, arrebatándola una y otra vez.
¿Cuántas veces cayó por el abismo, y cuantas veces él la volvió a arrojar en él? Incontables... Y es que no hay número inventado para eso. Luego de que él la inundó con su masculinidad, se quedaron dormidos brevemente, uno en brazos del otro.
Cuando Lali despertó, Pablo de nuevo la estaba acariciando. Se veía increíblemente hermoso a la luz de la tarde que se filtraba por la ventana. Sus músculos fuertes la envolvían, haciéndola sentir segura y feliz. Y entonces fue ella la que comenzó lentamente a buscarlo, a reconocerlo, a recorrer su fuerza. Se montó sobre él, y buscó con frenesí aquella fricción embriagadora, intentando despertar su potencia. Él la dejó hacer, conmovido por aquel deseo en sus ojos, por su cola firme, subiendo y bajando, por la fuerza de sus piernas. Por la hermosura de aquel arrebato, que ella no se molestaba en disimular. Pablo estaba cautivado, y no tardó de responder a las necesidades de ella, hasta dejarla satisfecha una vez más.
De nuevo cayeron exhaustos, uno en brazos del otro. Y de nuevo fue él quien despertó primero. Y a pesar de haberse saciado, no pudo resistir la tentación de volver a dibujar en esa bella mirada castaña, aquel loco deseo y esa pasión conmovedora que acababa de descubrir. Entonces comenzó a acariciarla con lujuria, a buscarla con esa sensualidad distinta que ella reclamaba, y a tensarla otra vez, como ahora sabía hacerlo.
La culminación de aquel deseo intenso los sorprendió a los dos a la vez. Y fue tan arrollador, que se miraron sorprendidos. justo antes de caer agotados, uno en brazos del otro.
Para cuando Lali despertó, ya era casi de noche. A su lado, Pablo todavía dormía. Se dio vuelta, y lo contempló, extasiada. ¡Era tan bello! Se veía plácido y feliz, apenas iluminado por la luz tenue y rojiza del atardecer.
Un mechón oscuro cubría parte de su frente, y Lali tuvo la inmediata tentación de acomodarlo. De acariciarlo en medio de su sueño. De susurrarle cuanto lo amaba. Y entonces se dio cuenta. No podía hacer eso. Aquel hombre le era ajeno. Estaba acostada en una cama adonde pronto otra ocuparía su lugar. Y recién entonces se dio cuenta. Había cometido el peor de los pecados. Se había entregado a un mentiroso, pero lo que era mucho peor, se había enamorado de él....
Los ojos se le nublaron por el llanto. Sí... Había saciado su cuerpo, (y de sólo pensarlo, su sexo todavía reclamaba), pero, por el resto, nada había cambiado en su vida. Estaba igual de sola. Se sentía igual de miserable... No... Mucho más miserable... Y mucho más sola.
Aquello había sido un error. Un lamentable y completo error.
Luchando contra las lágrimas, la joven se puso de pie. Estaba desnuda, y podía sentir la hombría de él escurriéndose por sus piernas, convertida ahora en un líquido acre y pegajoso. Se sentía sucia, como nunca antes le había pasado luego de hacer el amor.
Tomó las sábanas que había dejado olvidadas a un costado de la cama, en el piso, y se cubrió. En silencio, se dirigió hacia las dependencias de servicio, y una vez allí, comenzó a cambiarse. Quería irse cuanto antes. Quería escapar de su propia conciencia. Quería huir del recuerdo de Gas que la acusaba. Quería ocultarse de la mirada inquisidora de Victorio, o de la suspicacia de Maca. De todos los hombres del mundo...
La voz de Pablo la sorprendió cuando todavía no había terminado. Parado en la puerta del cuarto, desnudo, Pablo la observaba, atónito.
—No entiendo... ¿Adónde vas, Lali?
—Me voy... Esto ha sido un error... Un gran error.
—¿Un error? 

domingo, 19 de mayo de 2013

Capítulo 51: "Vos necia, Yo mentiroso"



Holaaaaaaa Chicas se viene mucho mas que un acercamientoooo, espero que les guste, gracias a las dos genias que leen siempre son lo mas de lo mas, besos 

CAPITULO 51:
Al día siguiente
Con el corazón palpitante, Lali se apuró a encender los monitores.
¡Nadie!... Como había anunciado, Pablo no estaba allí. ¡Gracias a Dios!
Aquel viernes tenía mil cosas por hacer. La casa necesitaba una limpieza profunda, la ropa para planchar se había acumulado, y como si eso fuera poco, todavía no había terminado el detalle de la mercadería que iba a encargar por Internet. ¡Mil cosas!
Pero, contrariando su apuro, la pobre muchacha sólo atinó a sentarse. Estaba exhausta. Apenas había logrado dormir la noche anterior, y la anterior a esa, y la anterior a la anterior.
Sí... Pablo estaba empeñado en una lucha contra el mundo, pero su empleada llevaba adelante otra en la intimidad, que le producía igual malhumor y zozobra. ¿Cuánto tiempo más iba a poder resistir? Cada movimiento de él, cada uno de sus reclamos, despertaba en ella una urgencia difícil de acallar. Y, estúpidamente, lo único que quería era complacerlo...
Por cierto, aquella había sido la base de su felicidad junto a Gas. Esa obstinación por satisfacer todos los deseos del otro, aún antes de que los pronunciara. Por adivinar sus ansias. Y entonces había resultado dulce y conmovedor...
Pero con Pablo en cambio... Ella corría, y él se dejaba servir, sonriendo desde su sitial de macho todopoderoso... Y así no resultaba... Al menos para ella.
Lali se puso de pie, dispuesta a comenzar la mañana. Con pesar había contrariado sus ganas de llegar cuanto antes, y se había demorado hasta las diez, que era cuando comenzaba su horario.
A pesar de que el sol del mediodía ya calentaba impiadoso, decidió salir al balcón, para lavar unas baldosas que nadie iba a pisar, y regar la planta que ahora, amparada por la primavera, regalaba toda la belleza de sus flores blancas y su fragancia sensual, al vacío. Luego de dejar sus cosas en la habitación de servicio, y colocarse aquel delantal que era demasiado ancho y corto para ella, se dispuso a salir por el gimnasio, no sin antes tener la precaución de apagar los monitores de vigilancia que había allí.
Al haberse peleado con Vico, al desconfiar tanto de Rochi, a Lali ya no le quedaba nadie a quien recurrir en busca de consejo. Necesitaba un amigo desinteresado, alguien que la escuchara, y la ayudara a hilar sus pensamientos... Pero, ¿quién? Ciertamente no podía contar con Benja, o con Agus... Y de Maca, mejor no hablar...
Durante un buen rato fregó aquel pavimento reluciente, como si buscara en él las letras de su propio destino. El calor era insoportable, y podía sentir la transpiración corriendo por su cuerpo. Las gotas de sudor ahora la acariciaban hasta empaparla. Tomó el balde y el trapeador, y volvió al gimnasio. El clima allí era fresco e invitante, así que buscó la toma de aire que había en el techo, y como hacía siempre, se paró bajo su amparo. Se soltó el cabello, y se agachó para refrescar su nuca. Luego se desprendió el primer botón del delantal, para que aquel viento prestado acariciara también sus pechos. Se dio vuelta y...
Y simplemente lo vio.
Estaba allí, a medio vestir, como solía circular por la casa todas las mañanas.  Estaba allí, tan sorprendido como ella por aquel encuentro.                                 Estaba allí, muy cerca suyo, mirándola con deseo. Estaba allí.
Y Lali se dejó acariciar por esa presencia, y por su mirada, hasta en el rincón más recóndito de su intimidad.
—Pensé que estaba sola... –murmuró—. Busqué en los monitores, y... Usted dijo que iba...
—Debía estar en el baño cuando llegaste... A último momento decidí no salir.
A pesar de que el botón desprendido dejaba a la vista parte de su corpiño, Lali estaba tan confundida, que no hizo ni siquiera el intento de taparse. Y es que era tan fuerte el reclamo de su cuerpo, que ya no podía ni quería pensar.
Sonó el teléfono, y los dos volvieron a la realidad.
—Voy a desenchufarlo... –se apuró a decir Pablo, mientras lo hacía—. Hoy no 
quiero que me molesten... Pensaba hacer algo de gimnasia primero, y...
—Ya me voy...
—Podes quedarte... A mí no me estorbas...
Lo curioso de aquello, era que los dos se veían turbados por igual. Parados uno frente al otro, a medio vestir, o casi desnudos, no podía distinguirse ni una pizca de cálculo o razón en sus miradas. Sólo aquel dulce arrebato que parecía poseerlos.
—Yo... Junto las cosas, y aprovecho que usted está aquí, para ir a hacer su cama...
Pablo observó a su empleada con decepción, pero no le respondió. Por el contrario, se dirigió al fondo del lugar, tomó unas pesas, y comenzó a ejercitarse en silencio, con la vista fija en la ventana. Lali, a su vez, se limitó a tomar el balde y el trapeador olvidados en el piso. Pero cuando todavía estaba agachada, pudo contemplar en el inmenso espejo la imagen de su jefe. Por un segundo se quedó quieta, perdida en aquel reflejo imponente. El sol iluminaba parte de su cuerpo esculpido, sus músculos se tensaban, su pecho se expandía al compás de aquella fuerza increíble, que a ella la dejaba muda. Cerró los ojos un instante y se dejó atrapar por aquella energía... 
¿Cuánto hacía que no la sofocaba el calor de un hombre, que no sentía todo el poder de su sexo metiéndose adentro de ella, y haciendo estallar sus entrañas?
Abrió los ojos, y reaccionó.
¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Tan desesperada estaba? Tomó las cosas, y salió de aquel cuarto sin más trámite. Su vida iba de mal en peor. Y saber que Pablo permanecería allí por el resto del día, no ayudaba en lo absoluto.
Generalmente, luego de lavar el balcón, solía tomar una ducha rápida, para volver a enfundarse de inmediato en sus viejos jeans. Pero aquella mañana no lo hizo. Sin pensar, y todavía ataviada con ese delantal ridículo, se dirigió hacia el dormitorio, para comenzar con el ritual diario de la limpieza.
En aquella casa, cada día se cambiaban las sábanas de la cama. En general Pablo era un hombre de gustos simples, y extremadamente práctico, excepto por aquella pequeña excentricidad, esa imposición ridícula: cada día, sin falta, había que mudar las bellísimas sábanas de algodón, tramadas con una cantidad infinita de hilos que le daban la apariencia y la textura de la seda, por otras apenas más limpias. Cada juego llegaba del lavado enfundado con delicadeza, y perfumado con alguna fragancia acorde a la estación. 
Para desgracia de Lali, ese día tocaba la de jazmines. Así que fue todo cuestión de abrir el paquete, para que quedara atrapada en aquel aroma. Con furia retiró las sabanas usadas, y las arrojó al piso. Se sentía enojada con ella misma, y con su cuerpo, que se rebelaba a su alma. Con su memoria, que la obligaba a revivir momentos felices, en las circunstancias menos oportunas.
Levantó la sábana ajustable, y la extendió a lo largo del colchón, cuidando que quedara suficientemente tensa. Luego tomó las almohadas, y las deslizó a través de aquel género delicado. Primero una, luego la otra... Pero fue en aquel gesto que quedó cautiva de tanto perfume y suavidad. Llevó la almohada hacia su cara y apoyó en ella su mejilla. Era algo estúpido, lo sabía, pero inevitable...
Y entonces tuvo la certeza de que él estaba justo detrás, parado a su espalda. Por un tiempo extraño permaneció inmóvil, atrapada por su influjo. Pero luego se obligó a si misma a reaccionar. Todavía estaba a tiempo. Podía irse de allí. Podía enfrentarlo. Podía volver las cosas a su sitio. (¿Cuál era su sitio?)
Y entonces él, sin decir palabra ni pedir permiso, la tomó entres sus brazos, apretándola contra su cuerpo que, como el de ella, también ardía…..
Por un tiempo infinito se quedaron así, quietos, sintiéndose. Con una intimidad que no daba lugar a la protesta, o al enojo.
Lentamente Pablo, pegado a su espalda, comenzó a recorrerla con las manos. La muchacha todavía llevaba aquel maldito delantal. Su corazón palpitaba, agitando su pecho con fuerza, y su cerebro ya había claudicado, víctima de aquel movimiento suave y enérgico a la vez, que la hacía enloquecer.
Uno a uno, aquel hombre que era capaz de poseerla sin necesidad de tocarla, desabrochó los botones de ese delantal burdo. Con pericia deslizó sus manos suaves, tan distintas a las de Gas, a lo largo de su cuerpo. No se trataba de aquellas caricias voluptuosas y urgentes que imponía el deseo, sino del reconocimiento lento de un territorio que se sabía ya conquistado.
Lali, encendida de pasión, no podía abrir los ojos. Sólo estaba allí, quieta y atenta a aquel movimiento que la hipnotizaba. Y entonces, recién entonces, él comenzó a deslizar la tela áspera del delantal a lo largo de sus hombros. El ruido insignificante que hizo al caer, los conmovió a los dos, como si fuera el de un último cerrojo, al abrirse luego de mucho esfuerzo.
Por un momento Pablo la soltó, para tomar distancia. Lali pudo sentir de inmediato la potencia de su mirada, al recorrerla con deseo. Y fue aquel mismo deseo el que comenzó a sacudirla, impiadoso. Para cuando aquel hombre volvió a acariciarla, su dulzura había trocado en necesidad, en ansias. Y la muchacha se dejó imbuir por esa locura, atenta a aquel calor y esa fuerza que comenzaba a apretar con fiereza la última porción de su espalda.
Y cuando ya no había lugar de sus hombros o de su nuca que no hubiera recorrido con su boca, Pablo la hizo girar con dulzura entre sus brazos. Lali todavía tenía los ojos cerrados, atrapada por aquel deseo que tanto la avergonzaba. Él la sacudió levemente, obligándola a abrirlos.
—Lali –le susurró al oído—. Mírame. Soy yo... Pablo...
Sí... Era él... El hombre equivocado. La última persona del mundo a la que tenía que dejar meterse adentro de ella. Comenzó a besarla en la boca con pasión. Y no necesitó de mucho más para encender también su locura.
Y como si ambos hubieran estado sedientos, cada uno se hundió con desesperación en la humedad del otro. Por un tiempo infinito sus lenguas se buscaron y se encontraron sin cansarse, creando un lenguaje nuevo, que no necesitaba de palabras.....

viernes, 17 de mayo de 2013

Capítulo 50: "Vos necia, Yo mentiroso"




Hola chicas como andan , espero que bien les dejo  nuevo capi. se viene algo muy esperado, besos

PD: en el capitulo anterior pablo y lali no tuvieron nada, todo fue una suposición de la mente macabra de maca.

CAPITULO 50:
Dias después…
—¡Te lo advierto! ¡Si no tengo esas fotos sobre mi escritorio en dos horas, pondré en su lugar un retrato a todo color de mi propio culo!
 Agus cerró de un golpe la puerta que separaba la cocina de del living.
—¿Qué ocurre? –preguntó Lali, al verlo tan ofuscado.
—¡¿Acaso no lo oíste?! Nuestro jefe está loco, ¡completamente loco! Apenas falta una hora para que la revista entre en impresión, y me viene con esa estupidez de que no le gustan las fotos... ¡Y toda la semana fue igual!
—Por suerte hoy es jueves.
—¡No hay derecho!
—¿Lograron convencer a la gente del presidente?
—Todavía están negociando, aunque lo veo difícil... ¡Pero yo no tengo la culpa!
—¿Te sirvo algo?
—¡No! Mejor me voy... Ábríme por este lado, porque no quiero volver a entrar a allí, y tener que verle la cara. Y te recomiendo que también vos huyas, mientras estés todavía con vida.
Lali sonrió y, obediente, abrió uno a uno todos los candados que los separaban de la  libertad, pero sólo para cerrarlos de inmediato, tras el paso de la figura imponente del joven editor. 
Sí... Pablo había estado toda la semana de un humor imposible. Lali podía ver en  sus ojos el furor de una lucha interna que, definitivamente, estaba a punto de perder. Y a aquel hombre orgulloso perder lo sacaba de quicio.
Desde que había comenzado a trabajar allí, poco antes del episodio de la famosa página ocho perdida, Lali había intuido que su jefe se traía algo muy importante entre manos. Algo que, sin prisa, pero sin pausa, como hacía todo en su vida, estaba madurando en el silencio. Pero era evidente que las cosas no estaban saliendo de acuerdo a su gusto. 
De seguro aquella semana había tenido que soportar un revés cruel, porque su frustración era evidente. Y a Lali, (quizás porque, como decía Pablo, era una mujer necia), mal que le pesara admitirlo, le dolía verlo de esa forma.Contrariando toda lógica, la joven se dirigió con decisión al epicentro mismo de aquel terremoto de furia, del que todos se alejaban.
—¿Todavía estás aquí? –fue el saludo de su jefe, al verla.
—¿Cuál es su problema?
—Vos... Mi problema sos vos –respondió con decisión. Pero de inmediato se 
apaciguó—. Y estas fotos.
—Agus me dijo que él ya las había seleccionado.
—¡Sí! Pero luego se presentó Conte a último momento, con otros dos rollos, y su material es increíble...
—Publique esas fotos, entonces.
—¡Pero no tengo ni un puto espacio para hacerlo!... Sólo hay sitio para publicar cinco fotos... ¡Así que necesito encontrar cinco, que cuenten la misma historia que está encerrada en las otras cuarenta! ¡Imposible!
Lali sonrió.
Su jefe, habitualmente tan seguro, tenía poca resistencia a la frustración. Y cuando estaba de verdad enojado, parecía un niño pequeño, haciendo una rabieta. A otros, su actitud lograba sacarlos de quicio, pero a ella, en cambio, le producía ternura... Era el mismo tipo de reacciones que solía tener Gas, y Lali ya estaba acostumbrada a manejarlas.
—Permítame, señor Martinez... ¿Me da su mano, por favor?
—¿Vas a arrodillarte, y pedirme matrimonio?
—Con su mano me conformo.
A pesar de su enojo, aquel hombre grande cruzó con ella una mirada juguetona, y se dejó conducir mansamente. La joven lo arrastró hacia el centro del cuarto.
—¿Y ahora?
—Siéntese, por favor.
—¿Adónde?
—En el piso.
—Pero...
—Está limpio, créame... Conozco a la que lo lava, y es muy eficiente en su trabajo.
—Le pago mucho dinero para que lo sea –replicó él con una sonrisa, pero obedeciendo su orden.
—¿Y ahora?
Sin responderle, la joven se dirigió hacia el escritorio.
Por un segundo Pablo olvidó su enojo y su apuro, y se dejó atrapar por el vaivén de aquellas caderas, y el movimiento suave de esa cola perfecta y firme. Cuando Lali se dio vuelta, ya llevaba las cuarenta fotos con ella. Y entonces, de esa forma tímida y sensual en que se movía cuando estaba junto a su jefe, comenzó a disponer uno a uno esos cuarenta retratos a todo color, alrededor de aquel hombre que la observaba subyugado. Sus pechos, su cintura, sus cabellos acariciando la infinitud de su espalda. ¡Y ese aroma!... Ese aroma a ella, que lo hacía estremecer.
Cuando las cuarenta imágenes estuvieron acomodadas a su alrededor, Lali se sentó a su lado.
—¿Qué historia quiere contar?
Pablo la miró a los ojos, pero no le respondió.
—Yo diría que esta es la historia de una traición – insistió, mientras se cruzaba frente a aquel hombre expectante, caminando en cuatro patas, intentando de esamanera alcanzar la primera foto.
Pablo se perdió en la belleza de aquel lomo arqueado. Por un segundo Lali no era más que una hembra en celo, recorriendo la llanura, en busca de su próxima víctima. Y él no tenía ninguna intención de correr para ocultarse.
—Y este es el comienzo –concluyó la joven, mirando la imagen que sostenía en sus manos con satisfacción.
Por más de una hora, sentados uno junto al otro, continuó aquella locura. Rozarse al pasar, embriagarse con el perfume del otro, sentir aquel calor que, de tan intenso, asfixiaba...
Y entonces sonó un celular.
—¿Sí? –respondió aquel hombre confundido, al aparato.
—¡No!... ¿Qué queres que me ocurra? ¡Todavía no termino!... No, estoy perfectamente... No, no estoy corriendo, ni estoy agitado. ¡Son ideas tuyas!... ¡Y nomolestes más!
—Bueno... Creo que, por mucho que nos esforcemos, necesitamos al menos veinte fotos para contar esta historia…¿No hay forma de hacerles lugar?
—Sí... Si sacáramos el texto... –respondió el otro con ironía.
Pero la mirada de Lali se iluminó.
—¡¿Por qué no?!
—No entiendo... ¿A qué te referís?
—¿Por qué no proponer un juego?... Tenemos veinte fotos fabulosas, a las que probablemente nadie les preste atención si sólo ilustran una nota... Pero si, en vez de eso, las mostramos desordenadas, y dejamos que los lectores encuentren en ellas la historia.
—¿Una noticia para armar?
—Sin nombre, sin fechas, sin datos... Sólo imágenes de la vergüenza...
—¡Fabuloso!... Y en el próximo número podríamos publicar el artículo completo.
—Con las fotos que Agus había seleccionado.
—Sos maravillosa, Lali...
Pablo había susurrado aquella frase con intensidad, pero ella ya se había puesto de pie para alcanzar la laptop, y redondear la idea, por lo que no lo escuchó.
—¿Qué le parece esto? –le preguntó, mientras le enseñaba la pantalla titilante.
—Maravilloso... Todo es maravilloso.
—Entonces ya mismo me llevo el CD y las fotos a la redacción, para que puedan imprimirse...
—No es necesario. el chofer están esperando el material abajo.
—Mejor. Llevaré el material, y luego le pediré que me alcance a mi casa.
Lali estaba de pie, mientras que Pablo permanecía sentado a su lado, en el piso. La muchacha se agachó para recoger las fotos, y fue entonces cuando él la atrapó.
—Quédate conmigo, por favor –le dijo al oído.
Y hubo algo en su tono... Algo desesperado, distinto, que la hizo estremecer.
—Pero... Tengo que ir... Tengo que explicarle a Agus, porque no va a entender nada...
—Podríamos mirar el programa juntos, y luego cenar... —insistió—. Quiero que te quedes...
Y fue tal la vehemencia con la que Pablo pronunció esa frase final, que Lali se asustó. Pero más aún se asustó porque también ella quería quedarse…. Pero no podía permitirselo, por eso salio apresurada.

lunes, 13 de mayo de 2013

Capítulo 49: "Vos necia, Yo mentiroso"




CAPITULO 49:
Luego de más de seis meses de miradas de soslayo, palabras susurradas al oído, caricias involuntarias, cercanías buscadas, experiencias compartidas, al fin Pablo y Lali hicieron el amor. Sí, había sido aquel sábado por la noche. Él la había buscado con esa violencia que halagaba a una mujer, y ella no se había resistido. Como todo un galán, se había agachado ante ella, (después de todo se lo merecía, porque había logrado mantenerlo en vilo durante más de seis meses), y una vez rendido ante su poder, había comido su sexo con dulzura, haciéndola estallar en aquel infinito placer que sólo él sabía brindar.
Luego, llegado su turno, se había desahogado en su cuerpo caliente y dispuesto, no una, sino dos veces. Todo había sido rápido y dulce.
Y final…pensó aquello mujer
Sí, porque cuando Pablo recorría los caminos del placer, metiéndose en una, primero era el paraíso, y luego,  junto con el sueño, llegaba el olvido. Y la amante de turno pasaba a ser como una de esas películas viejas que le gustaba almacenar en anaqueles, prometiéndose volver a verlas algún día, pero que irremediablemente terminaban olvidadas por la llegada de un estreno. Durante seis meses, (un verdadero record para él), Lali había sido ese estreno que se publicitaba con bombos y platillos desde mucho tiempo antes. Pero ahora, habiéndola visto hasta el final, su lugar en el estante estaba asegurado... Y entonces le llegaría de nuevo el turno a ella, Maca, que esperaba por su re estreno, con copia “masterizada”, detalles nunca vistos antes, y comentarios del director. Y si Pablo quería, podía incluir además un nuevo final más acorde con sus expectativas. Más comercial. Más erótico. Más feliz.
Sí... Pablo se había acostado con Lali. No le cabía ni la menor duda. Volvió a mirar su reloj. Las diez de la mañana.
—¿Está seguro de que están en el departamento?
—Los dos... Bajaron juntos para comprar algo en la panadería, y después volvieron a subir. ¿Vuelvo a intentar?
—Por favor.
El portero tomó el auricular, pero esta vez la respuesta fue inmediata.
—Adelante, por favor... La están esperando.
“Sí”, pensó Maca, enojada. “¡De seguro no estaban haciendo otra cosa más que esperarme!”
Para cuando las puertas del elevador se abrieron, aquella mujer despechada confirmó la realidad de sus pesadillas. Allí estaba aquel par, un domingo a las diez de la mañana, recién bañados y cambiados. ¡Si hasta Lali tenía todavía empapado su largo cabello castaño!
—¡Adelante! –gritó Pablo a la recién llegada, mientras permanecía atento al teléfono.
Las puertas de vidrio blindado se abrieron a su paso.
—Hola, Maca... Es una suerte que hayas llegado tan pronto –la saludó Lali, en su camino hacia la cocina.
¡¿Qué le había querido decir?!... ¿Intentaría ser sarcástica?
—¿Están esperando gente? –le preguntó a su jefe, al ver la mesa de desayuno servida para cinco.
—¿Te burlas, Maca?
—No entiendo.
—¿No recibiste mi mensaje?
—No.
—¿Entonces para qué viniste hasta aquí, en domingo?
—¿Qué mensaje es ese?
—No se pudo obtener la autorización legal que necesitamos para publicar la nota de la petrolera. Ahora tenemos que re armar todo el interior de la revista, y buscar algo de interés que pueda lucir en la portada. Los llamé a todos, en forma urgente.
—¿Hace mucho que te enteraste?
—No... Estábamos a punto de ir a desayunar con Lali, cuando me llegó el mail a mi celular.
—¿Ir a desayunar?
—Sí... Habíamos salido a correr.
—¿A correr?
—Sí...
—¿No es exigirle demasiado al cuerpo?
—¿Te burlas?
—Me refiero... Luego de toda una noche de amor, deben estar cansados...
Pablo la observó con mala cara, pero no le respondió. Por el contrario, volvió hacia el escritorio y sus papeles justo en el preciso momento en que entraba Lali con una bandeja.
—¿Queres café, Maca?
—Nunca antes me había dado cuenta que tenías el cabello tan largo. Sueles llevarlo siempre atado.
—Estoy esperando a que se seque. Todavía está húmedo.
—¿Te bañaste aquí?
—Sí... En el cuarto de servicio. Estábamos corriendo, cuando llegó el mensaje y...
Su interlocutora hizo una mueca, y Lali la confrontó
—Mira, Maca... Si hay algo que quieras saber, sólo tienes que...
—¿Tuvieron sexo ya?
La joven se quedó dura. Quería sinceridad, pero no esperaba tanta.
—No... Ni ya, ni nunca. Sólo salimos a correr... Ayer le comenté a Pablo  que lo hacía, y...
—¿Sos lesbiana?
—No.
—¿Y entonces qué ocurre?... ¿No te gusta?
En ese momento volvió a sonar el timbre.
Y Lali se apuró a atender, bendiciendo en su interior al recién llegado.
Sí, lo último que quería era mantener aquel tipo de conversación con Maca. Ya era bastante terrible tener que soportar las cosas que le pasaban por dentro, como para, además, tener que explicárselas a otro.
Y es que cada vez que Pablo estaba cerca de ella, todo su cuerpo comenzaba a reaccionar enloquecido. Aún corriendo juntos, podía sentir aquella inquietud en su sexo, en sus pechos. Esa necesidad olvidada, que había creído enterrar para siempre junto con su marido, y que ahora se enseñoreaba de ella otra vez...
Y como su piel no dejaba de reclamar, se le confundían también los sentimientos. Quizás aquel lío en su corazón era sólo porque le estaba agradecida a su jefe por haberla salvado, o, lo más probable, porque estaba ovulando. No necesitaba de ningún reactivo para saber que estaba a esa altura de “su mes”. Era suficiente con sentir aquella humedad entre sus piernas cada vez que él...
—¡Lali!... ¿En qué estás pensando?
—En nada Benjamin. Ese es mi problema: últimamente no estoy pensando.
Durante todo aquel domingo Lali hizo esfuerzos desesperados por no sentir. No sentir la calidez de su voz al llamarla. No sentir su mirada recorriendo su figura. No sentir el aroma embriagador de su piel. No sentir la potencia de sus brazos al rozarla.
No sentir.
Y durante todo aquel domingo Lali falló miserablemente en su intento. Y cuando comenzaba a sentir, por menos que fuera, sentía de inmediato un poco más. Sentía culpa, dolor, remordimiento... Sentía que con aquel deseo estaba traicionando a Gas, a Dios..., a sí misma.
Durante todo aquel domingo se dejó consolar por la idea de que el lunes iba a ser distinto. Ya no estaría ovulando. Ya no la empujarían sus hormonas. Ya habría olvidado lo bien que se sentía correr junto a él, tenerlo tan cerca. Porque el lunes, finalmente, iba a ser un lunes como todos los demás.
—Ya terminamos.
—¿Qué hora es?
—Temprano. Apenas las once de la noche.
Lali pegó un salto.
—¡Cómo que las once!... ¡No fui a Misa!
Los presentes la miraron, sorprendidos.
—¡Creí que eran las ocho!
—Sí... Hace tres horas –informó Agustin con sarcasmo.
—No importa, La... –continuó con la burla Benja—. Si queres, nosotros te extendemos un certificado de buena conducta para que se lo lleves a Dios.
Pero, para sorpresa de todos, fue Pablo el que se enojó.
—Cállate la boca, imbécil. Hay cosas con las cuales no se juega- dijo Pablo
—No quise ofender...
—Está bien... –respondió la muchacha entristecida.
Sí... Había muchas cosas con las que no era bueno jugar.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Capìtulo 48: "Vos necia, Yo mentiroso"



Capítulo 48:
—En parte... No me siento capaz de tener ese nieto con el que sueña... Aunque quisiera, no puedo. No lo soportaría. Hasta vivir en Mendoza sin Gas se me hizo imposible, ¿cómo podría criar su hijo sin él?... No, ya lo pensé... Si antes de los treinta no me enamoro de nadie, voy a recurrir a un banco de esperma. Prefiero mil veces llevar en mis entrañas al hijo de un desconocido, pero vivo, antes que al de mi marido muerto.
—¡No puedo creer lo que estás diciendo!... Y lo peor, es que sos muy capaz de hacer esa tontería. Conozco esa mirada tuya... Pero, ¡estás loca!... ¿Cómo podes hipotecar así tu futuro?
—Miren quién habla, señor “Me hice una vasectomía”.
—Eso es distinto.
—Prefiero amar al hijo de cualquiera, antes que negarme a darle vida al propio.
—No es que no piense tener niños alguna vez. La vasectomía se puede revertir. Lo que ocurre es que, a diferencia de lo que pensas vos, a mí no me da lo mismo tenerlo con cualquiera. Quiero legarle a mi hijo la mejor herencia genética posible.
—Eso de que la vasectomía se revierte con tanta facilidad, creo que tendrías que averiguarlo mejor... Y en cuanto a la herencia genética... Confío más en los beneficios de criar a un hijo con amor, que en los genes.
—¿Amor?... ¿Cómo vas a amar al hijo de un desconocido..., o al de un muerto?
—Podría amar a cualquier niño que pusieran a mi cuidado... Pero inseminarme con el esperma de Gas... De verdad no puedo hacerlo...
Dijo estas últimas palabras con dolor, dejando entrever la lucha interior que le había significado poder llegar a pronunciarlas.
—¿Qué te entusiasma tanto de un hijo, Lali?... Es decir... Hay muchas cosas que se pueden hacer en este mundo, aparte de procrear.
—Una cosa no quita la otra... –dijo resuelta. Pero de inmediato se amilanó Aunque... no sé, creo que todavía no me siento lista para la maternidad... Incluso cuando Gas vivía, me asustaba un poco..., mucho... Y la idea de cumplir esa promesa me aterra...
Había casi susurrado el final de la frase. Pero de inmediato tomó nuevo ímpetu.
—Pero estoy segura de que en cuanto tenga al bebé entre mis brazos...
—Sí... Eso debe ser algo muy fuerte... Nada es lo mismo después de un hijo. Pero, eso sí, espero que si algún día llego a convertirme en uno de esos tipos que van a la tienda los domingos con un niño gritón entre los brazos, alguien tenga la bondad de matarme.
—¿Nunca acompañaste a tu padre a hacer compras?
Por un instante Pablo recordó vagamente el haber estado en algún lugar inmenso, repleto de latas, corriendo por los pasillos, mientras su padre lo perseguía.
—Sí... Y puede ser que para mí haya sido divertido en aquel entonces, pero eso no significa que...
—¿Qué?
—No sé... Quizás tendría que estar en la situación... Pero ahora, y sin hijo a la vista, me parece un asco...
—Usted y yo somos demasiado distintos... –comentó la joven, divertida—. ¡Es increíble! Creo que todos mis sueños para el futuro forman parte de sus pesadillas más aterradoras.
Pablo sonrió.
—Sí... Es difícil entender a las demás mujeres, ¡pero a vos!... Sos un verdadero enigma... Me llevaría toda una vida desentrañarte...
—¡De eso, precisamente, es de lo que se trata un buen matrimonio! –respondió la joven complacida por haber demostrado su punto— Por eso no es aburrido... Cada uno es una posibilidad infinita, y bien mirado, nunca se está exactamente con la mismo persona que el día anterior. Sólo es cuestión de no perder las ganas de mirar y sorprenderse...
La joven volvió a concentrarse en su trabajo.
—Bueno... Esta ha sido la última hoja –dijo con satisfacción— Por fortuna hoy podré irme antes de las... ¡Es tardísimo!
—Si queres, puedo hacer una excepción, y llevarte a casa.
—No hace falta, gracias... Es viernes por la noche, y con el calor que ha hecho hoy, de seguro las calles están atestadas de gente...
—¿No vas a venir mañana?
—¿Va a necesitarme? Pensaba ir a correr por Palermo.
—Perfecto... Cuando te canses, vienes a desayunar y...
—¿De verdad me necesita?
—Quisiera adelantar algo de la tarea para el lunes... Sería sólo una hora... Y en algún momento tendrás que desayunar, ¿no?
—Imagino que sí... Entonces nos vemos mañana... – repitió la muchacha, mientras juntaba sus cosas, y llamaba al elevador.
En cuestión de segundos, Pablo se quedó solo. Miró su reloj. Apenas eran las once. La noche todavía era joven...
Puso música, se sirvió una copa, se recostó en aquel sillón de cuero negro que resumía lo mejor del diseño alemán, y entrecerró sus bellos ojos. Pero fue sólo un instante. Como si hubiera olvidado algo, se dirigió con paso rápido al cuarto de baño, sólo para volver de inmediato. Llevaba en sus manos unos preservativos. Tomó uno, lo abrió con cuidado, sopló en su interior, y lo arrojó, junto con su envoltorio, en la coqueta cesta de papeles cercana al escritorio.
—Bah, ¡qué diablos! –dijo luego de quedarse por un momento pensativo.
Y entonces tomó el otro preservativo, e hizo lo mismo que con el anterior. Luego miró el interior del papelero, satisfecho, y con orgullo se repitió en voz alta:
—Después de todo, es viernes por la noche.

domingo, 5 de mayo de 2013

Capítulo 47: "Vos necia, Yo mentiroso"



Holiii como andan??, espero que bien , les traigo un nuevo cap. espero que les guste gracias a las de siempre por leer y comentar, besotes muchos
CARO


Capítulo 47:
—No me atrajo... Estaba ahí... Y no era mucho peor que los demás... ¿Me da el informe?
—Toma...
Su jefe le alargó un grueso fajo de hojas, que la joven miró con decepción.
—¿Todo esto tengo que corregir?
—Échale un vistazo cuando tengas tiempo.
Lali se dirigió hacia el escáner, e inició su tarea, mientras que Pablo se sentó en el sillón, y comenzó a observarla con descaro.
—¿Sabes? –dijo al fin—, habitualmente entiendo poco a las mujeres, ¡pero vos!... sos un verdadero enigma para mí... Cuando Maca vino con esa historia de que quería casarse, me pareció estúpido, pero comprensible. Decía que estaba enamorada, que siempre había soñado con una fiesta, con el vestido... Todas esas estupideces que a ustedes las mujeres les encantan... Era comprensible. Yo mismo he llegado a apostar más de medio millón en Las Vegas, de una sola sentada, sólo por sentir la adrenalina de perderlo... Quería darse el gusto, y lo hizo... ¡Pero vos!... En cinco años de matrimonio, de seguro...
Pablo se interrumpió.
—¿Qué? –preguntó la muchacha intrigada.
—Mil veces has debido arrepentirte por haberte casado.
—Nunca.
—¡Mientes!
—¡De verdad!
—¿Qué puede haber de especial en tener a la misma persona pegada a tu espalda, durante cinco años? ¡Hasta hacer el amor se termina volviendo aburrido!
Lali miró a su jefe con una cara tal, que Pablo no necesitó que hablara, para adivinar la magnitud de aquella felicidad que le habían arrebatado.
Sin embargo, insistió.
—Pero, ¿qué encuentras tan especial en el matrimonio?
—Todo.
—Eso es lo mismo que decir “nada”. Se más específica.
—Es como... Mire, cuando usted llega a casa, lo primero que hace es sacarse los zapatos y la camisa, ¿por qué?
—¡¿Por qué?!
—¿Por qué?
—Qué sé yo... Para sentirme libre..., porque no me gusta tener nada que me ate, que me lastime.
—Por lo mismo quiero volver a casarme... Nunca fui más libre, y me sentí más segura que junto a Gas... Podía  llegar a casa y ser yo misma, sin que nadie me juzgara. Podía darme el lujo de ser feliz, sin tener que pedir permiso. Podía vivir a mi manera, sin darle explicaciones a nadie.
—¡Vamos!... Los maridos juzgan... ¡Y se burlan!
—Y escuchan, y acompañan, y entienden... Si no, ¿qué clase de esposo es?... Compartir la intimidad con alguien que se ama es... ¡increíble! Es como esto que estamos haciendo ahora usted y yo, pero todo el tiempo... Una charla sin apuro, y sin otro objetivo más que charlar... Una comunicación espontánea y sincera, que ni siquiera necesita de palabras. A veces con Gas no nos hablábamos en todo el día. Y no era incómodo... Por el contrario, era delicioso... Hay que estar muy bien con alguien para poder compartir el silencio.
—Disculpa que no te crea... Todo eso suena mejor de lo que es... Yo no puedo imaginarme haciendo el amor dos veces seguidas con una misma persona, y mucho menos, el resto de mi vida.
—Eso es simplemente porque nunca has hecho el amor. De lo contrario te hubieras dado cuenta que tener sexo no se parece en nada a hacer el amor.
Pablo la observó, complacido.
—Ni vos ni yo estamos en condiciones de comparar, Lali... Vos, según decís, nunca has tenido sexo por simple lujuria, y yo...
—¿Lujuria?... ¡Un montón de veces! Y es delicioso cuando conoces tanto al otro, y te conoces tanto, que no necesitas perder el tiempo para encontrar el placer... Es algo que solemos hablar mucho con Rochi. Ella divide su vida sexual en “Tuve un orgasmo, o no”. Yo, en cambio, solía dividirla en... nada. Hiciéramos lo que hiciéramos, estaba bien. Un minuto, o cinco días seguidos... Una caricia al pasar, o...
Lali perdió la vista en el horizonte, y se ruborizó, mientras Pablo se revolvía en el sillón, incómodo.
—Tu visión del matrimonio es extraña, Lali.
—¿Usted es hijo de padres separados, Pablo?
Al escucharla, su jefe se molestó, pero no por la pregunta.¿Otra vez le decía de “usted”? si ya le habia empezado hablar de "vos"
—De verdad –insistió la muchacha—. Usted habla como si hubiera experimentado un divorcio en carne propia.
—Lamento desilusionarte. Cuando murieron mis padres, llevaban..., no sé, imagino que al menos once años juntos.
—¿Y eran felices?
—He borrado esa parte de mi historia. Tengo muy pocos recuerdos.
—¡Qué raro!... Porque usted ya era grande cuando ellos...
—Tenía diez años... Pero cada uno se protege del dolor de la pérdida como puede. Yo olvido. Vos, en cambio, idealizas... Es obvio que recuerdas sólo lo bueno.
—¿Por qué duda de mí?
—Cuando comencé a trabajar en Washington, me acosté con un millón de mujeres 
casadas. Eran buenas en la cama, no traían complicaciones, y pocas veces 
reclamaban por exclusividad... Y, más que nada, yo tenía apenas veinte años, y 
quería experimentar.
—¿Lo hacía sólo por eso, o usaba su cama para obtener información?
—¡Me ofende que lo preguntes!... Para ser una mujer a quién no le gusta que la confundan con una puta, juzgas demasiado fácil a los demás... Nunca me acosté con nadie por otra cosa más que el sexo. Y hasta ahora no he tenido quejas.
—Usted no, pero yo sí... En mi cuello, ¿lo recuerda? Pero esa es otra historia.
—Ustedes siempre se toman el sexo muy a la tremenda... ¡Y el matrimonio!
—Por lo que usted cuenta, aquellas norteamericanas no lo hacían.
—¡Ellas más que ninguna!... Odiaban a sus maridos, pero los seguían sin chistar, con tal de no arruinarles su carrera política, o dejar desprotegidos a sus hijos.
—Y cuando no seguían a sus maridos, se acostaban con vos... ¡Lindas esposas!
Otra vez el tuteo... Pablo sonrió complacido.
—No... No te confundas, Lali... No eran ellas el problema, sino el matrimonio. Estar tanto tiempo junto a alguien, necesariamente te lleva a odiarlo... ¿Alguna vez te conté como empezó mi fortuna?
—No –respondió la muchacha.
Y no mentía. Después de todo, no era él quién le había contado la historia.
—Yo me estaba acostando con la mujer de un senador, y un día, al llegar a su casa, me esperaba con una amiga. Era una vieja fea, que te hubiera encantado. ¡Un ejemplo de esposa feliz! Treinta años de fidelidad... Y fue cuestión de verme, para que la dama comenzara a escupir todo el veneno que había acumulado durante ese tiempo. Odiaba a su marido, que por aquel entonces intentaba postularse para la presidencia del país. Habían sido treinta años de dormir con el enemigo, de espiar por encima de su hombro, de buscar pacientemente los mejores sitios para asestar la puñalada fatal... Te la voy a hacer corta. Durante cinco meses nos reunimos todos los viernes para que me diera datos comprometedores de su esposo, simulando ser amantes. Y ni uno de esos días intentó seducirme, aunque creo, que al final, ya algo le gustaba... Cuando vendí la noticia en dos millones de dólares, sólo aceptó un ramo de rosas... No... No la había movido la lujuria o la codicia. ¡Era odio! Un odio despiadado, acumulado durante treinta años de convivencia forzada.
—Quizás no se había casado por los motivos correctos...
—Por el contrario, un día me confesó que había amado a su marido con locura...
—Entonces ahí está tu explicación... De seguro, todavía lo amaba...
Pablo observó a su empleada sin entender. Pero igual, sentir aquel tuteo cómplice de sus labios, lo complacía, así que no se quejó.
—Como sea, Lali... Si buscas a un hombre con tantas cualidades..., alguien capaz de meterse en tu carne y en tu alma..., de cubrirte como si fuera tu propia piel, no sé como se te ocurrió que el idiota de Victorio, o el estúpido de Peter, podían servirte.
—Ya te dije... Estaban allí –respondió despreocupada, atenta a su tarea.
Por unos segundos Pablo la observó afanarse en la máquina.
Lali se agachaba, se movía, se inclinaba hacia un lado...
—Me parece que este escáner se trabó...
Parte de su rodete se había soltado, y ahora un mechón de pelo jugueteaba frente a sus ojos. Lucía... distinta.
—No debe ser difícil para una mujer como vos conseguir marido...
—¡Ojalá!... No sos el único hombre del mundo con  aversión al matrimonio. La mayoría llega a la Iglesia engañado, atrapados por la carnada del sexo sin compromiso... Pero a mí no me gusta hacer trampa... Así que basta que diga que busco marido y que necesito tener un hijo antes de los treinta, para...
—¡Espera! ¡Espera!... ¡¿Cómo?! ¿Un hijo antes de los treinta?... ¿“Necesitas” tener un hijo antes de los treinta? ¡Eso es nuevo!
Lali se ruborizó. Distraída, había hablado demasiado.
—Es una historia larga –se justificó, hundiéndose un poco más en la maldita máquina que no quería funcionar.
—¿Por qué “necesitas” un hijo?
La joven suspiró.
—Cuando me casé con Gas, los dos teníamos casi veinte. No queríamos hijos, porque, entre el estudio, y el trabajo, no había tiempo para eso. ¡Pero tampocoqueríamos cuidarnos! Habíamos esperado tanto para... Me refiero a que los dos nos habíamos casado vírgenes, y los métodos de control de la natalidad aceptados por la Iglesia se basan en la abstinencia... Así que decidimos que los tres primeros meses no nos cuidaríamos, rezando a Dios para que se cumplieran en nosotros las estadísticas que dicen que en la mayoría de los casos se tarda al menos cuatro en lograr un embarazo... El tiempo transcurrió, y con él, la vida. Y para cuando quisimos acordarnos, ya llevábamos tres años de casados, y todavía no nos habíamos cuidado nunca... Yo solía decir que quería ser madre joven. La mía tenía cuarenta cuando me tuvo, y yo se lo reprochaba continuamente. ¡Cómo si ella hubiera tenido la culpa! Pero los hijos somos así... ¡Siempre encontramos algo para reprochar!
—Mi madre me tuvo a los veinte, y... ¡Es una lotería!...No es cuestión de edad. De seguro vos pudiste disfrutar de la tuya más tiempo que yo...
—Es cierto... Pero me hubiera gustado tener una madre más vital... Una que me acompañara a todas partes, como hacía mi suegra.
—Sos rara, Lali! ¡Ahora me vas a decir que te llevabas bien con tu suegra!
—¡La adoro! Es una mujer simple, pero encantadora... Y se moría por tener un nieto.
—Y entonces te sometiste a esos horribles estudios y análisis para...
—¡A todos! No me quedó uno sin hacer. Y cuanto más horrible y denigrante, peor. Yo no quería... A mí me gustan los niños, pero, la verdad, de haber dependido sólo de mí, hubiera adoptado uno sin más trámite, y que la naturaleza se hiciera cargo del resto.
—¿Era el que no podía?
—¡Eso era lo peor! Era él... De haber sido yo, de seguro hubiéramos seguido 
intentándolo y nada más... ¡Pero como era él! Parecía una cuestión de honor.
—Entiendo a tu marido.
—Yo no. A mí me daba lo mismo.
—Una cosa es elegir, y otra es no poder.
—Fuimos al médico, y nos sugirió hacer una fertilización asistida. ¡Pero costaba una fortuna! La enfermedad de mi madre se había llevado mi herencia, y la familia de Gas  apenas lograba sobrevivir, así que, como nadie podía ayudarnos, por un tiempo nos olvidamos del asunto.
—¿La Iglesia acepta la fertilización asistida?
—El médico, que era católico, me había asegurado que iba a implantarme todos los embriones concebidos...
—¿Y llegaste a hacerlo alguna vez?
—Como te dije, tuvimos que olvidar la idea por un tiempo. Pero un día, como si fuera un signo de Dios, el dinero llegó mágicamente. Una tía de Gas, una hermana del padre que él ni sabía que existía, había muerto en Buenos Aires, y le había dejado unos dólares... Bastó cobrar esa suma, que, por cierto, apenas alcanzaba, y todo se puso en marcha. El esperma de Gas fue revisado, seleccionado, y congelado. Así que sólo faltaba yo... Era cuestión de que ovulara, y... Recuerdo aquel día, porque lo llevo marcado a fuego en mi  memoria... Era un día hermoso... No tendrían que ocurrir cosas horribles los días hermosos... Yo estaba feliz. Había ido a visitar a mi suegra, y junto a ella habíamos controlado el reactivo. ¡No había dudas! Estaba ovulando... ¡Me moría por decírselo a Gas! Así que corrí a casa. Quería que me acompañara a la clínica para  que estuviera allí cuando me extrajeran el óvulo... De verdad corría... Estaba feliz... Pero las últimas dos calles dejé de hacerlo. No porque estuviera cansada, porque  me encantaba correr... No... Fue porque... No sé... Porque quería sentir el sol en mi  piel. ¡Quería sentirme viva!... Y entonces pasó aquel auto... Y luego escuché el ruido de los disparos...
Lali hizo un largo silencio, y Pablo no la interrumpió.
—Cuando murió Gas, simplemente no podía entenderlo... Era ridículo intentar seguir respirando, cuando la mitad de mi misma estaba sepultada bajo tierra... No podía hacer nada... No podía pensar... Y es que uno nunca sabe como va a reaccionar frente a algo así...
—Yo jamás pude perdonarle a mis padres que se hayan muerto... Creo que es la primera vez que lo digo en voz alta, pero... sentí que me habían abandonado...
Por un segundo se miraron, cada uno descubriendo la realidad del otro. Explorando su interior. Pero fue sólo un segundo.
—Luego del entierro, mi suegra y yo pasamos cinco días completos encerradas, llorando... Y entonces Cielo me hizo prometerle que iba a seguir adelante con lo del embarazo, y que iba a tener al hijo de Gas.
—¿Se puede hacer eso?
—El esperma estaba congelado... “Está” congelado. Y sale muy caro mantenerlo así.
—¿Concebir un hijo de tu marido muerto? ¡Me parece horrible! ¿La Iglesia no dice nada sobre el asunto?
—No sé... Nunca averigüé, porque a mí también me parece horrible... No puedo hacerlo... En el momento lo prometí porque estaba loca de dolor... Era como si, enmedio de una carrera, alguien borrara la línea de llegada en la recta final. No sabía como detenerme... Pero después, a medida que el tiempo pasaba, me di cuenta de que no iba a poder... No quiero tener el hijo de Gas, sin Gas... No puedo imaginar como se siente descubrir en la sonrisa de mi bebé, el recordatorio de esa felicidad que nunca más voy a poder recuperar...
—Se lo dijiste de inmediato a tu suegra, me imagino.
—Y fue muy difícil... Lloramos durante horas, y por fin, lo único que conseguí fue aplazar la condena... Pactamos que si para los treinta no había tenido un hijo con otro, iba a usar el esperma de Gas... Y ahora ella, que apenas tiene para comer, sigue pagando al banco en que está almacenado..... Sueña con el día en que yo...
—¡Esa promesa es una estupidez!
—Pero es una promesa.
—¡¿Pensas cumplirla?!