domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 50 y 51: "Volveré para Vengarme"


Holaaa chicas como andan?? espero que bien , les traigo dos capis mas espero que los disfruten, besos

CAPITULO 50: 

—Sí, hijo —respondió él sin pensar—, pero no demasiado —añadió. Miró a Lali y captó la mirada de preocupación que se le había dibujado en el rostro—. Estoy bien —afirmó—. En realidad, se trata de espasmos más que de verdadero dolor. Creo que está sanando.

—Muy bien —comentó Ian—. Así podremos jugar con los soldados más tarde.

—Te lo prometí, ¿verdad? —Musitó Pablo, revolviéndole el cabello al niño—. Yo siempre mantengo mis promesas.

—Igual que mi mamá. Ella siempre me dice que tengo que hacer lo que digo que voy a hacer para que la gente pueda confiar en mí.

Pablo miró a Lali y asintió.

—El poder confiar en una persona es muy importante. Si se pierde la confianza, uno tiene que esforzarse mucho para poder recuperarla.

— ¿Puedo traerles algo más? —preguntó Lali, sin comentar nada al respecto.

—No. Yo estoy bien —afirmó Pablo—. Conseguiré levantarme de esa maldita cama de un modo u otro. Entonces, ten cuidado, señora Tennison. Iré  por esos poderes en el momento en el que pueda caminar sin ayuda.

Lali se echó a reír.

—Eso no significa que los vayas a conseguir —le desafió.

—Espera y verás.

—El doctor Bryner ha llamado para decirte que tienes que ir una vez a la semana para que su fisioterapeuta compruebe que el señor Smith y tú estáis haciendo bien los ejercicios —comentó mientras colocaba los platos en la mesa.

—Odio los ejercicios —replicó él—. Espero que no tenga que sufrir más porque el señor Smith ya me hace trabajar más que un caballo todos los días.

—Bueno, al menos se estan acostumbrado el uno al otro.

Con eso, Lali salió de la habitación antes de que Pablo pudiera decir lo que estaba pensando.
Después de que Ian y él terminaran sus desayunos, el niño fue a por los soldaditos de juguete. Jugar con su hijo lo ayudó a olvidarse de sus problemas.
Mientras le explicaba a Ian los uniformes, se sintió como si hubiera dado un paso atrás en el tiempo y hubiera regresado a su infancia.
Miró al niño y se preguntó cómo reaccionaría el pequeño si supiera que Nicolas Tennison no era su verdadero padre. Sólo había un medio de averiguarlo, pero no se atrevía a hacerlo sin el consentimiento y el conocimiento de Lali.

Le molestaba pensar también que ella decidiera marcharse a Chicago. Evidentemente, no podía dirigir sus negocios desde Billings. No obstante, Pablo prefería no pensar en ello. No podía pedirle que dejara su herencia y su trabajo. Comprendió que, si ella decidía marcharse, tendría que dejarla ir. No pudo evitar pensar que sin la intervención de su madre, nada de aquello hubiera ocurrido jamás.
Lali y él se habrían casado y Ian llevaría su apellido. Resultaba sorprendente que él, que jamás había deseado el matrimonio, pensara tan positivamente en él pensando que así Lali y Ian estarían a su lado para siempre. Sin embargo, podría ser que fuera demasiado tarde. Tenía ya muy poco que ofrecerle a Lali en comparación con lo que ella ya tenía. Además, estaba el señor Smith. Sentía celos de la intimidad que compartía con Ian y Lali. ¿Se habría acostado Lali con él? ¿Estaría enamorada de él?

Ian lo quería mucho. Lo nombraba constantemente. De repente, recordó que, originalmente, había estado ya a las órdenes de Nicolas Tennison. No sabía si eso presentaría un problema si Pablo se atrevía alguna vez a pedirle a Lali que se casara con él. ¿Qué harían con el señor Smith? No merecía la pena pensar en ello. Tal vez jamás estuviera en situación de pedirle a Lali que se casara con él. 
Además, en aquellos momentos tenía otras preocupaciones, entre las que se encontraba evitar que LaLi se quedara con su empresa.


CAPITULO 51:

Los días que Lali pasó en la mansión de los Arrechavaleta transcurrieron tan rápidamente que, casi sin que se diera cuenta, habían pasado ya dos semanas desde su llegada.
Por primera vez desde la muerte de Nicolas, había tenido tiempo de jugar con Ian, de dar largos paseos y de tomarse el tiempo necesario para examinar su vida.

Como estaba pasando mucho tiempo en Billings, había apuntado a Ian en la guardería presbiteriana, a la que el señor Smith lo llevaba todos los días. El niño parecía haberse adaptado muy bien y llegaba muy contento a la casa todos los días.
Este hecho agradaba mucho a Lali, para la que Billings se estaba convirtiendo de nuevo en un hogar. Por el momento, los negocios parecían muy lejanos. No se había dado cuenta del tiempo que se había pasado trabajando. Ian crecía muy rápido y, al tener la oportunidad de pasar más tiempo con su hijo, empezó a darse cuenta de que sus gustos e intereses habían cambiado sin que ella se diera cuenta.

Si Lali estaba disfrutando con el tiempo que tenía para relajarse, Pablo lo llevaba cada vez peor. Empezó a gritarle a todo el mundo, en especial al señor Smith, que seguía ocupándose de la fisioterapia.
Lali no estaba segura de cómo enfrentarse a aquella situación. El doctor Bryner le había dicho que el estado de Pablo mejoraría rápidamente si seguía las instrucciones, pero Pablo se negaba a hacerlo. Se esforzaba demasiado y se mostraba demasiado impaciente por ver resultados. Ni Lali ni su madre podían conseguir que se lo tomara con más calma.

El que se llevaba la mejor parte era Ian. Después de venir de la guardería, se pasaba la mayor parte de la tarde con su padre, jugando, coloreando o leyéndole a Pablo. A Lali le divertía que aquello era lo único que Pablo parecía disfrutar.

—Es muy listo, ¿verdad? —le preguntó a Lali una noche, después de que Ian hubiera terminado de leerle un cuento y se hubiera marchado con el señor Smith a prepararse para la cama.

—Sí.

—Le gusta mucho el colegio.

—Sí. Se está integrando muy bien.

—¿Vas a dejar que se quede o vas a volver a desarraigarlo de nuevo? —le preguntó—. ¿Estás echando ya de menos tu trabajo?

—Me gusta estar ocupada. Por otro lado, me había distanciado un poco de Ian y eso no me gusta. Había estado cambiando bajo mis narices sin que yo me diera cuenta. Me avergüenza darme cuenta de que había estado demasiado preocupada con mis negocios para verlo.

—Los negocios te pueden dejar completamente ciego. Yo lo sé. Yo también he estado completamente ciego para la mayoría de las cosas más importantes — dijo. Se miró las piernas. Estaba sentado y completamente vestido—. Odio verme así. No hago más que preguntar cuándo podré conducir y cuándo podré irme a trabajar, y no hacen más que decirme que pronto. ¡Han pasado ya tres semanas!

—El doctor Bryner lo sabe. Has hecho muchos progresos, pero no puedes esforzarte demasiado, Pablo.

—Si no lo hago, tal vez no vuelva a salir de la casa. Odio la inactividad. Además, ya sabes que la paciencia jamás ha sido mi fuerte. ¡Lo peor de todo es que me siento tan débil!

-Pablo...

— ¿Por qué no te marchas a tu casa? —Le preguntó él, de repente, lleno de frustración y furia—. No te necesito.

—Si yo me marcho, Ian se viene conmigo. ¿Quién te leerá si él se va?

Pablo no quiso pensar en esa posibilidad. Suspiró profundamente y apartó la mirada.

—Me he acostumbrado a tenerlo cerca.

—Eres su ídolo. Antes, nombraba al señor Smith a cada palabra. Ahora eres tú. Tal vez deberías tomarte las cosas con un poco más de calma. Estás progresando. Ahora, ya puedes andar bastante bien.

—Sí —admitió él—, pero Smith se ríe de mí.

—No se ríe de ti. Resultó muy malherido en una de las últimas acciones de la guerrilla en las que participó. Tuvieron que hacerle la cirugía estética. La mejilla no le quedó del todo bien.

— ¿Guerrilla?

—Era mercenario profesional y también trabajó para la CÍA —le recordó ella.

—Es cierto. Supongo que él también habrá recibido fisioterapia en alguna ocasión... Seguramente tienes razón. No creo que me hiciera daño tomarme las cosas con más calma. Sólo un poco.

—Estoy segura de ello —afirmó Lali.

A la mañana siguiente cuando el señor Smith se presentó para la sesión de fisioterapia, Pablo no le dedicó miradas malhumoradas ni ácidos comentarios. Cooperó plenamente. Por primera vez. Emilia no se lo podía creer.

—Jamás pensé que accedería —dijo, aliviada.

— Aún no hemos pasado lo malo —le recordó ella—. Si Pablo no ve resultados a corto plazo, se desilusionará y volverá a apretar el ritmo.

— ¿Se te ocurre algo para ese caso?

—Tengo una última carta en la manga. Ha estado tan deprimido últimamente que ni siquiera parece él mismo.

—Lo sé. Conmigo sólo habla con monosílabos. Creo a veces que me odia por lo que hice.

—Lo superará, Emilia. Dale tiempo. Se ha llevado demasiados sobresaltos en las últimas semanas y la mayor parte de ellos son culpa mía. Vine aquí a vengarme. A los directivos de mi empresa no les va a gustar cuando se enteren. Y se enterarán. Mi cuñado se encargará de ello porque me quiere fuera de la empresa. Sin embargo, no voy a consentírselo. Él aún no lo sabe, pero estoy pisándole los talones. No va a poder quitarme las riendas de las manos hasta que yo las suelte. No estoy segura de querer hacerlo. La posible absorción de Arrechavaleta Properties por parte de mi empresa es lo que mantiene a Pablo alerta. Cada vez que menciono la absorción, se anima.

—Sí, pero si no empieza a mejorar, me temo que no le servirá ni eso.

Lali sabía que Emilia tenía razón, pero ella aún tenía más temores que no se atrevió a comentar delante de la madre de Pablo. Él no era la clase de hombre que pudiera aceptar que una mujer le arrebatara su empresa. Sin embargo, ella no podía zafarse de sus responsabilidades. ¿Cómo iba a afectar su relación con Pablo si tenía que utilizar Arrechavaleta Properties para controlar a Vico? Gaston y ella habían estado hablando constantemente por teléfono sobre los poderes sin que Vico lo supiera. Lali tenía la mayor parte de las acciones. Sin embargo, utilizar ese control iba a ser complicado

jueves, 26 de diciembre de 2013

Capítulo 47 ,48 y 49: "Volveré para Vengarme"



Holaa chicas espero que hayan pasado una hermosa navidad, pensaba dejarles doble capi, pero les dejo tres por fiestas jajai y tambien por la pequeña demora, gracias por comentar siempre me encanta leer lo que piensan, besos

CAPITULO 47

Lali estaba tumbada sobre el cuerpo de Pablo cuando se despertó. Notó la mano de él sobre la base de su espalda y algo muy incómodo contra el vientre. Se movió ligeramente, sólo para descubrir que estaba completamente tumbada sobre el cuerpo de él.

—Pablo —murmuró.

— ¿Qué? —susurró él.

—Tengo que levantarme. Esta postura no es buena para tu espalda.

—Es genial para otras partes de mi cuerpo. Quítate los pantalones y ayúdame a liberarme de esto —la animó, moviéndose insinuantemente debajo de ella.

—No —replicó ella—. Hasta que estés bien no.

— ¿Y si no me pongo bien? —Le espetó Pablo—. A pesar de los ejercicios, casi no me puedo poner de pie...

—Tienes que darte tiempo —susurró ella, inclinándose sobre él para besarle los labios—. Ahora, deja que me levante antes de que te hagas más daño.

—Te necesito —susurró él, agarrándola con fuerza—. Dios...

Tembló tanto de deseo como de dolor. Lali se sintió culpable, pero no se atrevió a permitirle que hiciera lo que deseaba realizar. Era un riesgo demasiado grande.

—Hace... semanas. Semanas desde que te tuve por última vez. ¿No lo comprendes? —suspiró Pablo.

—Lo comprendo muy bien, pero no podemos.

Se inclinó para besarle suavemente los ojos cerrados, la nariz, los pómulos y la boca.

—¿Qué estás haciendo?

—Besándote para que te cures. ¿Te importa?

Pablo sonrió y abrió los ojos.

—No, no me importa.

Ella le mordisqueó la boca, la barbilla y dejó que sus labios se le deslizaran hasta el torso de Pablo.

—Aquí —dijo él, guiándole los labios hasta un pezón.

Lali sonrió al recordar cómo le había excitado siempre que ella le hiciera eso. Sin embargo, sabía que estaba jugando con fuego y que debería parar antes de excitarlo aún más. Se incorporó sobre la cama.

—Lo siento. Creo que he empeorado la situación.

—No creo que pudiera hacerse mucho peor —susurró él, resignado—. Necesito algo, cielo.

—Te traeré un poco de agua —se ofreció ella.

Se levantó y se dirigió al cuarto de baño para llenarle un vaso de agua. Se lo entregó junto a la medicina y esperó que él se lo tomara. Cuando terminó, vio que él estaba muy pálido y se preguntó si el dolor sería buena señal.

—No me mires tan preocupada —murmuró—. No me voy a morir.

—No me gusta verte sufriendo.

—Ya te dije lo que necesitaba, pero no has querido aliviarme.

—No tienes la espalda para algo así.

—Supongo que no —susurró él haciendo otro gesto de dolor
.
—Lo siento. ¿Quieres comer algo o prefieres esperar a que la medicina haga efecto?

—Beicon y huevos —murmuró—. Galletas con mantequilla y café con leche y azúcar.

—Eso es un cambio.

—He cambiado —afirmó él riendo—. Por primera vez en mi vida, sé lo que quiero—añadió. Le tomó la mano a Lali y tiró de ella hasta que se volvió a sentar sobre la cama—. Has dormido entre mis brazos. Es la primera noche que he dormido bien desde que me ocurrió el accidente. Me desperté en una ocasión y te vi. a mi lado. Quería despertarte y hacer el amor dulcemente en la oscuridad...

—Ya sabes que aún no puedes realizar esa clase de ejercicio —respondió ella, sonrojándose.

—Con la mente sí que puedo —dijo. Entones, se frotó la mejilla con los nudillos y comprobó que la barba le había crecido mucho—. ¿Cómo voy a ir a trabajar en este estado? —preguntó, de repente con un gesto muy duro en el rostro.

—Toma el teléfono y échales una buena charla a tus directivos por haberme dejado que consiga esos poderes —comentó ella, recordándole deliberadamente que estaba tratando de hacerse con la empresa. 

—Los recuperaré —prometió.

—Cuento con ello —susurró ella. Entonces, le acarició suavemente la barbilla—. Oh, Pablo, eres más hombre sin el uso de tus piernas que la mayoría de los hombres con ellas, ¿es que no lo sabes? Sin embargo, esto no va a ocurrir. Estás más fuerte cada día. Los ejercicios te están ayudando.

— ¿Vas a quedarte hasta que me ponga bien?



CAPITULO 48

— Sí —contestó ella, sin dudarlo ni pensar en las consecuencias.

— ¿Y tu empresa? ¿Y tus obligaciones?

—Vico se está ocupando de todo. Yo me mantengo al día con el resto gracias al teléfono y al ordenador. Es como si me estuviera tomando unas semanas de vacaciones.

—Por tu aspecto te vendrían bien. Mi madre me ha dicho que no te has apartado de mi lado desde que me ingresaron.

—No tenía nada más que hacer y tú necesitabas cuidados. Tu madre no podía hacerlo sola.

—No la perdonaré...

—Claro que sí. Ahora, túmbate y descansa. Iré a por tu desayuno.
Antes de que pudiera marcharse, Pablo la tomó entre sus brazos y tiró de ella para besarla. Lo hizo apasionadamente con una necesidad febril.

—Te deseo...

—Yo también te deseo. Ahora, cierra los ojos y trata de descansar.

Pablo la soltó con un suspiro.

—Pensé que disminuiría a lo largo de los años —musitó, recorriéndole el cuerpo con los ojos—. Se hace peor.

—Eso es lo que ocurre con las adicciones hasta que se toma la cura —repuso ella.

—Tú no eres una adicción —afirmó él, molesto por aquella insinuación—. Tú lo eres todo.

Lali se sonrojó al escuchar aquellas palabras. Sabía que Pablo estaba herido y que ella lo estaba cuidando. Tal vez no era nada más que gratitud. El pasado le había enseñado a no confiar en él. Aquello no debía cambiar.

—Volveré dentro de unos minutos.

Se marchó sin decir nada más. Pablo apretó el puño y golpeó el colchón de pura impotencia. Lali no estaba dispuesta a ceder. Era dueña de sí misma y tenía una seguridad que lo ponía nervioso. En el pasado podría haberla hecho suplicar con sólo tocarla. En aquellos momentos, ella podía marcharse de él sin mirar atrás. Sabía que ella lo deseaba, pero esperaba mucho más. Los años que había pasado sin ella habían sido un infierno de soledad y angustia. Incluso en aquellas circunstancias, era una bendición volver a tenerla a su lado. A ella y al hijo que le había dado. Gruñó al recordar los años que se había pasado sin él. Una vez más, maldijo a su madre por lo que le había dicho. 

Habría sido capaz de arrojar a su madre de la casa, pero, desde su accidente, parecía otra mujer. Menos fría y menos arrogante. Desde que el niño estaba en la casa, reía. Era una mujer completamente diferente. Consideró también el cambio que se había producido en Lali. Ella era todo lo que él deseaba. No podía consentir que volviera a marcharse. Tenía que mantenerla a su lado, tanto si su espalda sanaba como si no, porque ya no estaba seguro de que
pudiera vivir sin ella.
Sin embargo, no estaba seguro de tener nada que ofrecerle. A pesar de la fisioterapia, casi no podía andar. Se maldijo y se juró que no sería jamás objeto de pena. Antes de eso, sería capaz de volarse los sesos. Como no estaba dispuesto a hacerlo para no perder a su hijo para siempre, decidió que tendría que volver a andar. No le quedaba otra salida.
Lali se dirigió a la cocina, donde Ian, Emilia y el señor Smith estaban preparando el desayuno.

—La cocinera tiene hoy el día libre —dijo Emilia con una sonrisa—. Lali ¿sabes hacer galletas?

—Por supuesto.

Se puso a trabajar mientras el señor Smith freía beicon, Emilia preparaba huevos revueltos y Ian colocaba las servilletas encima de la mesa.

— ¡Esto es muy divertido, mamá! —exclamó Ian muy emocionado—. Esta señora dice que puedo jugar con los soldaditos de su hijo después de desayunar.

—Pablo solía tener unos de plomo —explicó Emilia—. Están en una caja. Si no te importa, me pareció que Ian podría quedárselos.

— Claro que no —respondió ella. Entonces, siguiendo un impulso, le extendió a su hijo una servilleta y un tenedor—. ¿Te gustaría llevárselos a Pablo?

— ¿Al hombre de la cama?

--- Sí.

—Muy bien —afirmó el niño, saliendo corriendo de la cocina.

Emilia miró a Lali con gesto preocupado.

—Confía en mí —repuso Lali—. Todo va a salir bien.

—Ha dicho muy poco sobre Ian —comentó la mujer.

—Siente curiosidad por él —observó Lali—. Quiero que Ian conozca a su padre, Emilia

—Entonces, ¿se lo vas a decir?

—Sí. Tiene derecho a saber la verdad. No puedo negarle su familia y sus verdaderos antepasados.

Emilia se mordió el labio. Lali vio una gran angustia reflejada en sus ojos. Algo la estaba atormentando. El señor Smith, que siempre era muy sensible a los cambios de tensión, terminó de preparar el beicon.

—Tengo que ir a por gasolina —dijo—. ¿Estaran bien el niño y tú hasta que yo vuelva?

--- Sí.

Inmediatamente, el señor Smith se marchó de la cocina, dejando solas a las dos mujeres.

— ¿Qué es lo que pasa? —Le preguntó Lali a Emi—. ¿Quieres hablar al respecto?

—Eres muy perspicaz —respondió Emilia, retorciéndose las manos—, ¡Qué ironía que yo pueda hablar de mis problemas contigo, cuando yo soy la causa de la mayoría de los tuyos!

—Eso es ya pasado. Cuéntame.

Las dos mujeres se sentaron. Emilia dudó durante un instante.

—Tengo que contarte por qué te obligué a marcharte —dijo—. Pablo no sabe nada de mi pasado. Jamás le he contado la verdad. Yo... Yo siempre creo que he hecho lo mejor con él, pero... Parte del problema de Pablo es que no cree en la fidelidad. Cree que su padre y yo estábamos profundamente enamorados, pero que su padre no podía serme fiel. ¡A mí no me importaban las aventuras de Frank! Dios mío, ni siquiera podía soportar que me tocara y él lo sabía. Cuando murió, fue casi un alivio. Era un hombre sin escrúpulos, avaricioso y egoísta. Un seductor empedernido. Yo crecí rodeada de una terrible pobreza. Peor que la tuya. Mi madre se prostituía cuando estaba lo suficientemente sobria. Mi padre... Ni siquiera sé quién fue. Y tampoco estoy segura de que mi madre lo supiera. Me quedé embarazada a propósito del hijo de Frank para que él tuviera que casarse conmigo. 

Era el mejor amigo del hombre del que yo estaba verdaderamente  enamorada, pero mi soldado era un indio Crow y él vivía en una pobreza casi tan profunda como la mía. Se marchó a la guerra odiándome por lo que yo había hecho, por haberle traicionado con su amigo. Jamás le dije que me aterrorizaba ser pobre el resto de mi vida. Me casé por dinero y me lo gané. ¡Jamás amé a Francisco
Arrechavaleta! ¡Jamás! Su amigo era mi mundo. Una de las razones por las que me opuse a que Pablo estuviera contigo era por tu tío abuelo. No podía soportar los recuerdos y había personas en la reserva que aún recordaban lo que yo le hice al hombre que amaba, cómo lo traicioné por ser rica. Temía que Pablo se pasara en la reserva el tiempo suficiente como para enterarse de todo...

—Entiendo —susurró Lali. Sentía escalofríos por todo el cuerpo.

—Si tú te hubieras casado con Pablo, tu tío se habría convertido en parte de nuestra familia. Él... él conocía al hombre al que yo amé muy bien. Te evité porque te tenía miedo. Me aterraba que alguien pudiera recordar los días en los que yo solía ir a la reserva ante de casarme con Fran...

—Yo jamás me imaginé...

—No se lo puedes decir a Pablo. Él no puede saberlo.

— ¿Por qué?


CAPITULO 49

—Porque eso le dará una razón más para odiarme. Llevo viviendo toda mi vida con esta carga. Ya le he hecho mucho daño. ¡No podría soportar que él supiera lo de su abuela!

—Emilia... ¿acaso no sabes que el amor lo perdona todo? No se deja de amar a la gente por sus carencias. Se los ama a pesar de ellas. El amor no es condicional. ¿Cómo es posible que hayas vivido tantos años sin comprenderlo?

— ¿De verdad crees que Pablo me perdonará? He cometido tantos errores...

— Podrías tratar de explicarle por qué lo hiciste. Creo que Pablo te sorprendería. Le podría suponer una gran diferencia saber cómo fue tu infancia y la verdadera razón de tu matrimonio. Ahora, anímate —añadió, levantándose para darle un beso a Emilia en la mejilla— . ¿Por qué no terminas de preparar esos huevos mientras yo saco las
galletas del horno?

Emilia se sonrojó. Miró a Lali y sonrió.

— Ahora me siento mucho mejor. Gracias. Sabes cómo convencer a la gente.

—Mi junta de accionistas estaría seguramente de acuerdo contigo. Espero que Ian no esté saltando encima de la cama de Pablo

—Estoy segura de que Pablo no se lo permitiría —comentó ella mientras servía los huevos—. Dicen que la confesión es buena para el alma. Debe de serlo, porque me siento mejor de lo que me he sentido desde hace años.

Mientras las dos mujeres hablaban de Pablo, él estaba observando cómo su hijo colocaba meticulosamente los cubiertos y la servilleta sobre la mesilla de noche. Sonrió al ver que el niño fruncía el ceño con un gesto muy similar al suyo.

— ¡Ya está! —Exclamó Ian por fin—. Mi mamá está preparando galletas. ¿Te gustan?

—Mucho —respondió Pablo.

Ian se acercó un poco más a la cama y observó a Pablo con abierta curiosidad.

—Te pareces a mí —dijo.

—Sí. ¿Te gustan los caballos? —le preguntó para cambiar de tema.

—Sí, pero nosotros no podemos tener un caballo. Vivimos en la ciudad.

— ¿Tienes alguna mascota?

— Sólo a Tiny. Quería tener un perro, pero mi mamá me dijo que tendríamos que esperar hasta que yo fuera un poco mayor. Tu mamá me ha dicho que puedo jugar con tus soldaditos de juguete. ¿Te parece bien?

--Claro.

—Supongo que tú no querrás jugar también, ¿verdad?

—Tal vez.

— ¿De verdad? —preguntó el niño muy contento.

--- Sí.

— ¡Iré a por ellos!

—Espera un minuto —le dijo Pablo, riendo—. Vamos a desayunar primero. Estoy muerto de hambre.

—Muy bien. Te pareces a mi mamá.

— ¿Quieres desayunar aquí conmigo?

— ¿Me dejas?

Pablo se sintió muy alegre. A su hijo le gustaba su compañía.

—Si tú quieres, claro que sí. Sin embargo, es mejor que se lo consultes primero a tu madre.

—A ella le caes muy bien —confesó el niño—. Lloró cuando dijeron que tú estabas en el hospital. ¿Está enamorada mi mamá de ti?

Al escuchar aquella pregunta, Pablo sintió que algo se despertaba dentro de él porque conocía la respuesta como si la tuviera grabada en el alma.

—Sí, mucho. ¿Te importa?

—Bueno, supongo que no. ¿Te caigo yo bien?

--Oh, sí.

—Entonces, está bien. Ahora, iré a decirle a mi madre que voy a desayunar aquí.

—No le digas de lo que hemos hablado.

—Muy bien.

Pablo se recostó contra los almohadones, vibrando con las nuevas sensaciones. Lali lo amaba. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero estaba convencido de ello. Cerró los ojos y pensó que, pasara lo que pasara, al menos le quedaba aquello. Ian regresó minutos más tarde seguido de Lali. Ella llevaba una bandeja con dos platos, leche y café. Parecía muy divertida.

—Ian dice que no te importa que tome su desayuno contigo.

—Es cierto —afirmó él. Se bajó de la cama para sentarse en su silla. Al darse cuenta de que los ejercicios estaban ayudando, lanzó un suspiro.

— ¿Te duele la espalda? —le preguntó Ian.

—Sí, hijo —respondió él sin pensar......

sábado, 21 de diciembre de 2013

Capítulo 46: "Volveré para Vengarme"



Holaaa chicas como andan , espero que bien siempre me alegra leer lo que opinan :) , sin mas les dejo el capi, besos

PD: muy pronto voy a subir otra adaptacion en otro blog que me hice, luego les aviso

CAPITULO 46

—Quiero a mi hijo, Lali. Si te quedas embarazada, será mucho más posible que te quedes a mi lado.

—Entiendo —replicó ella con los ojos oscurecidos por el dolor.

—No, no lo entiendes, pero terminarás entendiéndolo. Mientras tanto, tú y yo podríamos conocernos un poco. Conocernos de verdad.

—Jamás hemos hablado...

—Eso ya lo sé. Los dos hemos cambiado mucho en seis años. Creo que podría ser una aventura. Si encima te quedas embarazada, será fantástico. Tú me perteneces —afirmó con gesto duro—. Eso no ha cambiado.

Lali no quería pensar en eso. Otro hijo la ataría por completo a él. Sin embargo, aún no comprendía los motivos. ¿La deseaba sólo a ella o quería a Ian y estaba dispuesto a tener al niño a su lado a cualquier precio? No podía confiar en él.

— ¿Te apetece una taza de café recién hecho? —le preguntó ella, notando que el que le había llevado se le había enfriado.

-Sí. Y un filete.

—Veré lo que puedo hacer.

—Lali...

Ella se dio la vuelta cuando ya tenía la mano sobre el picaporte de la puerta. Pablo dudó. Apretó el puño contra el colchón y trató de imaginársela embarazada de Ian.

—Nada.

—Volveré enseguida —dijo ella. Entonces, se marchó rápidamente de la habitación.

Aquella noche, Lali se quedó con él. En el hospital, Emilia y ella se habían ido turnando. Una dormía mientras la otra permanecía despierta por si Pablo necesitaba algo o empeoraba.

Poco antes del alba, Pablo se despertó gimiendo por el dolor que tenía en la espalda y en las piernas. Lali abrió los ojos inmediatamente y le acarició suavemente la frente para tranquilizarlo. Entonces, le dio un analgésico y un relajante muscular que el médico le había recetado con un poco de agua. Pablo hizo un gesto de dolor insoportable y agarró con fuerza las sábanas.

—Lo siento, Pablo. Lo siento tanto...

Él abrió los ojos y vio el tormento en los de ella. Extendió la mano y le acarició suavemente la mejilla casi maravillado, como si acabara de darse cuenta de la profundidad de los sentimientos que ella tenía hacia él. Jamás se había parado a pensar lo vacía que había estado su vida sin ella.
Lali conseguía que hasta el dolor resultara soportable.

—Ven aquí. acuestate conmigo...

—Pero la espalda...

—No puede dolerme más de lo que ya me duele. Déjame abrazarte...

Lali dudó, pero, en su estado, no podía negarle nada. Se tumbó a su lado y dejó que la acurrucara contra su cuerpo por debajo de la sábana. Estaba desnudo, como dormía siempre, mientras que ella aún llevaba puestos los vaqueros y la camiseta de antes. Pablo moldeó el cuerpo de Lali contra el suyo y suspiró.

—La seda de tu camiseta contra la piel desnuda resulta muy seductora, ¿lo sabías? Además, hueles a flores

—Es mi perfume.

—Yo jamás... jamás he dormido con nadie —dijo él acariciándole suavemente el cabello—. He hecho el amor, pero jamás me he quedado con una mujer toda la noche. No he querido hacerlo.

—Lo recuerdo.

—Supongo que tú dormías con él, ¿no?

—No toda la noche. Teníamos dormitorios separados.

Sintió que Pablo se relajaba. Entonces, le besó suavemente la frente y le tomó la mano.

—Háblame de Ian. ¿Le gusta jugar al béisbol? ¿Cómo es?

—Es un niño en todo el sentido de la palabra. Le gusta jugar al fútbol, ver programas infantiles en televisión y que le lean libros. Es algo testarudo y tiene mucho genio cuando no sabe hacer algo bien a la primera. Le encantan los pasteles y el helado de chocolate, las visitas al zoo y los picnics.

— ¿Lo llevas tú?

—El señor Smith y yo. Resulta muy peligroso que los dos vayamos solos en Chicago.

—No me gusta la presencia constante de ese señor Smith, sea necesaria o no.

—Tú tampoco le caes muy simpático a él, pero se tendran que acostumbrar el uno al otro si yo me quedo por aquí mucho tiempo. Es como si fuera parte de la familia.

— ¿Qué quieres decir con eso de si te quedas?

—Cuando puedas ponerte de pie, tal vez no me quieras aquí.

Pablo frunció el ceño. ¿Significaba eso que Lali deseaba marcharse, que sólo estaba con él por pena?

Al ver que él no respondía, Lali dio por sentado que él estaba de acuerdo, que sólo la necesitaba mientras no pudiera valerse por sí mismo.

—Abrázame... —le dijo.

—No creo que así estés muy cómoda —comentó él—. Coloca la pierna entre las mías.

—No puedo. Te podría hacer daño en la espalda.

—No me harás daño. Hazlo.

Lali obedeció. Con mucho cuidado, colocó una pierna entre las de él y
las obligó a separarse. Oyó que él contenía el aliento y, segundos más tarde, supo por qué.

—Ten cuidado de cómo te mueves —dijo él, riendo.

— ¿Eres tímido? —le provocó ella, moviendo deliberadamente la mano para que le rozara la parte inferior del cuerpo.

Pablo gruñó y se echó a temblar. Le agarró la mano y se la volvió a colocar encima del torso.

—Eres una bruja... Estate quieta.

—Podrías mostrarte algo más agradecido —replicó Lali con una sonrisa—. Ahora sabemos que no eres impotente.

—Ten en cuenta que no estoy en condiciones de demostrarlo.

—Sí. Estoy intentándolo.

— ¿Te entregarás a mí cuando pueda volver a ponerme de pie?

—Por supuesto que sí —respondió ella, sin dudarlo.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

—Te tomo la palabra. Ahora, apaga la luz, cielo. Vamos a intentar dormir un poco.

Lali apagó la luz y volvió a acomodarse contra él. Notó la boca de Pablo contra la suya un segundo antes de que volviera a cerrar los ojos.

—Esto es el paraíso —murmuró antes de quedarse dormido.

A pesar de que casi no lo oyó Lali sonrió.

martes, 17 de diciembre de 2013

Capítulo 44 y 45: "Volvere para Vengarme"



CAPITULO 44:

—No creo que eso tenga importancia ahora —replicó él.

Al ver que él no quería seguir hablando, Lali decidió cambiar de tema.

— ¿Quieres comer algo? Te podría traer una ensalada o un bocadillo.

— ¿Vas a hablarle al niño sobre mí?

Lali dudó. No sabía ni siquiera lo que ella misma sentía.

—No lo sé.

Pablo trató de moverse un poco contra los almohadones, pero sintió un fuerte dolor. Le habían quitado los puntos y estaba tomando analgésicos, pero el dolor le hacía sentirse muy incómodo. Lo peor era que aún no se podía poner de pie.

— ¿Por qué no puedo levantarme de esta cama? — preguntó, golpeándose un muslo de impotencia —. ¿Por qué tengo las piernas tan débiles?

—Has sufrido un accidente terrible. No puedes esperar superarlo de la noche a la mañana. Los músculos quedaron muy dañados.

—Igual que la columna vertebral. Por eso me operaron. Sin embargo, mi madre y tú hablaron con el médico antes que yo. No quiso decirme nada.

—Te dijo la verdad.

— ¿Volveré a caminar?

— Sí —respondió Lali. No podría haberle mentido.

—Tú no lo sabes. Ni siquiera tienes la más mínima idea.

— ¡Eso no es cierto! ¿Vas a escucharme? No te habrían dejado que regresaras a casa si no estuvieras seguro de que no volverías a caminar.

—Eso es lo que me dices constantemente
.
—Es la verdad.

— ¿Por qué estás tú aquí? ¿Porque sientes algo por mí o porque soy el padre de Ian?

—Por las dos cosas.

— ¿Te dijo mi madre que iba de camino a tu casa cuando esto me ocurrió? ¿Es ésa la razón de que te sientas culpable?

—No. Ella no me dijo adonde ibas, sino sólo que... que acababa de decirte lo que ocurrió hace seis años.

—Me volví loco —rugió él—. Me resultó difícil tragar la verdad. No quise escucharte cuando trataste de decirme que eras inocente.Eso fue lo que te dolió, ¿verdad? El hecho de que yo fuera tú pareja y, a pesar de todo, prefiriera creer las afirmaciones de otras personas.

—Así es —dijo Lali. Se sentó en una silla que había al lado de la cama—. Yo te amaba. Supongo que tenía la alocada noción de que tú sentías lo mismo por mí y que lo habías dicho en serio cuando me dijiste que nos casaríamos. Tendría que haberme imaginado que no sería así, pero yo tenía sólo dieciocho años y era la primera vez que estaba enamorada. No veía las cosas con claridad.

—Yo tampoco. Creía que tenías veinte. Me dije que tenías experiencia, aunque sabía la verdad de que era tu primera vez... No pude asimilar tu inocencia. Hasta que apareciste tú, no estaba seguro de que existiera entre las mujeres.

—Sabía que tú no querrías tener nada que ver conmigo si sabías lo verde que estaba. Por eso te mentí...

Pablo le miró el rostro, la boca y los dulces senos, que se destacaban bajo la ceñida camiseta que ella llevaba puesta.

—Era adicto a ti. Soñaba contigo, no dejaba de pensar en ti. Cuando estábamos separados, no pensaba en otra cosa. Y también estaba muy celoso. La acusación de Peter sólo enfatizó los temores que yo sentí cuando descubrí tu edad. Creía que eras demasiado joven e inestable para una relación duradera. Ésa fue la principal razón por la que te dejé. Después, me arrepentí de ello. Me pregunté si mi propio temor al compromiso te habría empujado a los brazos de Peter. No tenía ni idea de que mi madre lo había orquestado todo. Cuando empecé a sospechar la verdad, era demasiado tarde. No podía encontrar a Peter. Ni a ti.

—Nico me envió a las Bahamas cuando nos casamos, a la casa que tenía allí. Me pasé allí todo el embarazo.

—Mi detective no estaba buscando a Mar Tennison... ¿Por qué elegiste el nombre de Mar?

—Bueno, Nicolas me empezó a llamar así cariñosamente y me quedé con ello. Después, se me olvidó cómo me llamaba.

—Mi madre dijo que lo pasaste muy mal con Ian.

—Sí. Tuvieron que hacerme una cesárea. Aún no sé lo que pasó. Dejaron que Nico entrara en el quirófano, algo que no se suele hacer, porque pensaron que iban a perderme.

Pablo frunció el ceño. Había algo más, algo que Lali no quería decirle.

— ¿Por qué?

— ¿Acaso importa?

—Ven aquí.

Lali dudó. Él tenía la mano extendida. Estaba esperando. Al fin, cedió y se sentó en la cama a su lado.

— ¿Por qué creyeron que podrían perderte?

—Yo no quería vivir —susurró—. Nico lo sabía. Él... él estuvo a mi lado, hablándome todo el tiempo. Me describió a Ian y me dijo lo perfecto que era y me pidió que siguiera con vida porque Ian me necesitaría. Por eso te hable a ti cuando estabas en la UCI. Me acordé de lo que Nico me decía a pesar de que yo estaba anestesiada y me di cuenta de que probablemente habrías podido escuchar lo que los médicos habían dicho sobre tu espalda. Tenía que darte razones para vivir, igual que Nico me las dio a mí.

— ¿Pensaste en mi cuando viste a Ian? —le preguntó él, tomándole la mano.

—Sí. Eso me dificultó las cosas. Nico me amaba desesperadamente. Sentía tal sensación de culpa que no podía corresponderle. La noche antes de que él muriera fue la primera vez en tres años de matrimonio que yo... que yo realmente lo deseé. Y me alegro. Me alegro de haberle dado ese recuerdo y la esperanza de que yo podría amarlo para que no se muriera sin nada.

Pablo contuvo el aliento ante la amargura que ella mostraba en sus atormentados ojos.

—Dios, qué te hice...



CAPITULO 45

La estrechó entre sus brazos y dejó que ella llorara con fuerza contra su torso desnudo. Le acarició suavemente el cabello y le besó dulcemente la frente. Involuntariamente, la sangre empezó a caldeársele y comenzó a sentir las llamas del deseo.

—Dios... —susurró.

—Lo siento, ¿te he hecho daño? —le preguntó ella, secándose las lágrimas.

—No se trata de eso —dijo. Le llevó la mano debajo de la sábana y la colocó suavemente sobre la fuerza de su deseo. Cuando ella trató de apartar la mano, se la sujetó con fuerza.

—No —musitó—. Tócalo. Al menos, sigo siendo un hombre, aunque no pueda ponerme de pie.

Lali relajó la mano. A pesar de todo, no pudo evitar sonrojarse cuando él comenzó a moverle la mano suavemente y a gemir delicadamente.

—Pablo —protestó ella.

Por fin, consiguió apartar la mano.

—Hace mucho tiempo...

—Estoy segura de que no es así —murmuró. Aún se sentía algo avergonzada—. Tu amiga Eugenia parece perfectamente capaz de darte lo que necesites en este aspecto.

—Ella no es tú. Nadie lo ha sido nunca. No puedo conseguir con otras personas lo que me das tú. Jamás me acosté con Eugenia. Cuando tú regresaste, habría sido imposible.

Los recuerdos le iluminaron los ojos de deseo. De repente, Pablo se echó a reír cuando notó que su cuerpo había vuelto a experimentar una erección. Lali miró la sábana. Entonces, él la apartó, dejando que ella lo observara.

— ¿Ves lo que me haces? Un hombre de veinte años puede hacer el amor una y otra vez sin descanso. Ésa es la teoría. Mi cuerpo no sabe que se supone que ya no puede tener orgasmos múltiples.

—Jamás fue así —susurró ella—. Hace seis años, no parecías cansarte nunca. Recuerdo que, en una ocasión, hicimos el amor tres veces seguidas sin parar.

—La última vez. La noche antes de la sorpresa de mi madre. No sé si podré perdonarla por eso —susurró con la amargura reflejada en el rostro.

—Tienes que hacerlo. La vida sigue. Ya no se puede cambiar el pasado.

—Cuando regresaste a Billings, tú sentías una gran amargura. Estabas dispuesta a vengarte, costara lo que costara.

—Así es. Sin embargo, creo que tu accidente de coche me ayudó a reordenar mis prioridades. Desde que Nico murió, había vivido sólo para vengarme. Quería que tu madre te confesara sus pecados... ¡Si hubiera sabido lo que ocurriría cuando lo hiciera!

—Te habrías ido. Yo jamás habría conocido a Ian. Jamás te hubiera vuelto a ver...

—Te ha ido muy bien en estos seis años sin mí.

—Eso no es cierto. Las relaciones que he tenido han sido físicas, no emocionales. Cuando tenía un orgasmo, era de ti de quien me acordaba. Y me sentía culpable. Como si estuviera cometiendo adulterio.

—Así era como yo me sentía con Nicolas.

Pablo la miró durante un largo instante.

—Aún te deseo.

—Sí, lo sé, pero no puedes. No en las condiciones en las que tienes la espalda.

—Tú me dejarías, ¿verdad? Si yo no pudiera hacer el amor, tú me lo harías a mí si yo te lo pidiera...

— ¿Acaso no te lo he demostrado ya?

—Sí... —susurró Pablo. La estrechó con fuerza contra su cuerpo de modo que la boca de Lali quedó justo encima de la suya—. Me has devuelto mi hombría. No estaba seguro de que aún funcionara...

—Yo sí —dijo ella sonriendo.

—Bésame...

Los labios de Lali rozaron los de él. Pablo le agarró la cabeza y la sujetó donde él quería para así poder besarla lenta y apasionadamente.

—Te deseo tanto —susurró, mordisqueándole el labio inferior—. Quiero verme rodeado por esa cálida y sedosa suavidad...

Lali gimió de placer en la boca de él. Aquellas palabras le habían calentado la sangre. Se aferró a él, viviendo con aquel beso mientras el mundo daba vueltas a su alrededor.

—Quítate la ropa y acuestate conmigo —musitó Pablo.

—No puedo.

—Claro que puedes. Cierra con llave la puerta.

—No estás en forma.

—Claro que lo estoy —replicó él. La obligó a deslizarle la mano por el vientre y se lo demostró.

—Eso sí, pero no el resto de tu cuerpo. Podrías deshacer todos los buenos esfuerzos del doctor Danbury.

— ¿Qué es lo que me hizo?

—Te arregló las vértebras dañadas y te realizó una laminectomía para aliviar la presión de los nervios.

Mientras hablaba, Pablo le deslizó la boca por la garganta y, antes de que ella pudiera reaccionar, le quitó la camiseta para envolver entre sus labios el erecto pezón de Lali.

— ¡Pablo! —exclamó ella, experimentando enseguida la cruel puñalada del placer.

Con la mano que él tenía libre, le desabrochó el corpiño sin dejar de
alimentarse de ella. Segundos más tarde, Lali sintió el aire sobre su piel cuando él se lo levantó y empezó a mordisquearle suavemente los pechos.

— ¿Le diste de mamar a mi hijo?

—Sí... —gimió ella.

— ¿Dejaste que él te viera? —le preguntó, sin dejar de besar los senos.

-Sí...

—Maldita sea...

No dejó de lamerla de un modo fiero y completo por lo que, cuando él se hartó, ella estaba temblando y sonrojada con la fuerza del placer que Pablo había despertado en su cuerpo.

—Vas a darme otro hijo —dijo bruscamente—, pero esta vez no vas a salir corriendo. Voy a ver cómo engordas con él dentro. Voy a estar presente cuando nazca. Éste va a ser mío desde el momento en el que lo concibas. Jamás te dejaré marchar.

—Pablo, no puedes...

—Claro que puedo —replicó él con una sonrisa—. Tal vez aún no, pero sí podré dentro de unas semanas, cuando las fracturas y las cicatrices hayan curado. Aunque no pueda ir de acá para allá, podré hacer el amor. Así que, si permaneces aquí, va a ocurrir.

— ¿Por qué? —preguntó ella, mientras se colocaba el corpiño y la camiseta.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Capítulo 42 y 43: "Volveré para Vengarme"



Holaaa chicas espero que anden bien les vuelvo a dejar dos capis porque tengo un par de adaptaciones listas para compartirles jaja, besos


CAPITULO 42

Lali la miró boquiabierta
.
—Sí, ¿por qué no? —Le preguntó Pablo—. Es una casa muy grande. Hay mucho sitio para todos. Incluso te puedes traer al señor Smith —añadió—, mientras lo mantengas alejado de mí.

—A mí me parece que es ideal —insistió Emilia—. Tenemos una cocinera y un ama de llaves excelentes. Tú puedes trabajar desde la casa. Tenemos todas las nuevas tecnologías...

—Sí, Lali. Puedes trabajar en la absorción de mi empresa desde mi propia casa —dijo Pablo con ironía, mirando con odio a su madre.

—Eso sí que es un trabajo interno —bromeó Lali.

—Piénsalo —le suplicó Emilia.

Lali empezó a sopesar las alternativas que tenía. Pablo había mejorado mucho al oír la sugerencia de Emilia. Tal vez así se aceleraría la recuperación. Sin embargo, Emilia  estaría cerca de Ian y eso era un riesgo. Por supuesto, también Pablo estaría cerca de su hijo...

—Muy bien —dijo—, pero hay una condición. Ian no puede saber nada del pasado.

Emilia  dudó, pero sabía que no le quedaba elección. Cedió porque aquélla era la única manera en la que iba a conseguir ver a su nieto.

—De acuerdo —respondió
.
Lali asintió. La conversación cambió, pero, durante el resto del día,
Lali no dejó de preguntarse si aquello sería lo correcto. Además, aún le tenía que dar la noticia al señor Smith, que ciertamente no apreciaba demasiado a Pablo

La mansión de los Arrechavaleta era tan elegante como Lali la recordaba. Resultaba difícil no recordar la angustia que había sentido la última vez que había estado en aquella casa. El señor Smith no dejaba de protestar mientras acomodaban sus  cosas en las habitaciones que Emilia les había asignado.

— ¿Estás loca? —le preguntó—. ¿Es que no sabes lo que esa mujer está planeando?

—Quiere conocer a su nieto —replicó Lali— Y yo quiero evitar que Pablo se la coma viva. Sí, claro que sé porque estamos aquí. 

—Sigues loca por él, ¿verdad? —afirmó el señor Smith, después de exhalar un suspiro. Lali sonrió y asintió—. Muy bien. Te informo de que la señora Arrechavaleta acaba de apropiarse de Ian  y se lo ha llevado a la cocina. Me apuesto algo a que está pensando en atiborrarle a dulces. No es bueno para él. Necesita alimentos saludables.

—Iré a decírselo ahora mismo. Te suplico que me ayudes. Es una situación muy difícil. No puedo abandonar a Pablo mientras esté en este estado. Está convencido que no va a volver a caminar, aunque siente las piernas. Está débil y no se puede poner de pie y cree que eso es permanente.

— ¿Qué es lo que ha dicho de verdad el especialista?

—Uno de los discos de la espalda de Pablo resultó dañado. Si los nervios lo están también, no podrá volver a andar. Tiene un gran hematoma y daños en los músculos. El doctor Danbury lo solucionó, pero va a tener insensibilidad, hormigueos y debilidad durante algún tiempo.

—Pobre hombre...

—Pablo no cree que vaya a mejorar, por lo que necesita todo el apoyo del que pueda disponer en estos momentos. No puedo dejarlo. A pesar de lo que haya ocurrido en el pasado, es el padre de Ian.

—De eso no hay ninguna duda. Es igualito que su hijo.

—Así es —admitió ella con una sonrisa. Cuando entró en la cocina, vio que Emilia estaba supervisando la preparación de unos pastelillos para Ian

— ¡Mira lo que me está haciendo la señora! — exclamó el niño entusiasmado—. ¡Pastelillos! La señora dice que solía hacérselos a su niño. 

Bueno, su niño ya no lo es tanto —comentó Lali, sonriendo—. No quiero que causes problemas.

—No los causaré, te lo prometo. Me gustan los pastelillos-

— ¿Te importa? —preguntó Emilia algo tarde.

— A mí no, pero al señor Smith sí —contestó sin dejar sonreír—. Sin embargo, ojos que no ven corazón que no siente.

—Es como tener un duplicado de Pablo—dijo Emilia con cierta tristeza—. Es... fantástico. ¿Te apetece una taza de café?

—Sí. ¿Quieres que le lleve una a Pablo?

—Vayamos juntas. Tal vez podamos llevar también a Ian. 

—No sé...

— ¿No crees que sea adecuado, Lali?

—Considerando el lenguaje que le he oído nada más entrar, no estoy segura.

A pesar de todo decidieron que el niño las acompañara. Ian no hacía más que preguntar mientras se dirigían a la habitación que Pablo ocupaba en la planta baja y que, como el resto de la casa, estaba llena de antigüedades, entre las que se encontraba una cama con dosel. Pablo estaba apoyado contra las almohadas con una sábana sobre las caderas y el torso desnudo. Se sentía incómodo por el trayecto en ambulancia y por la dureza del colchón.

—Ésta era la cama de mi abuelo —dijo, sin molestarse en saludar—. No me extraña que se muriera tan joven.

Lali tuvo que ahogar una carcajada.

—Tú viniste a ver a mi madre —recordó Ian, acercándose a la cama.

Pablo se sorprendió al ver al niño tan cerca. Miró fijamente el joven rostro, que era casi una copia del suyo y sintió una extraña sensación en la garganta. Su hijo. Hasta aquel momento, los niños habían sido una vaga noción. Sin embargo, aquel pequeño era de su carne y hueso, una parte de él. Y de Lali.

—Eres Ian, ¿verdad? —le preguntó, tratando de dominar su alegría al ver al niño.


CAPITULO 43:

— Me llamo Ian Garrett Tennison —afirmó el niño, sin darse cuenta del dolor que provocaba en Pablo su apellido—. Tengo cinco años y sé deletrear mi nombre. ¿Te gustan las iguanas? El señor Smith tiene una. Vive con nosotros.

—Y ahora vive con nosotros —comentó Emilia, que sorprendentemente, se había sentido fascinada por el enorme lagarto.

—Le gusta Tiny —dijo Ian con una sonrisa—. ¿Y a ti te gustan los lagartos?

—No lo había pensado nunca —respondió Pablo—. Supongo que podría acostumbrarme.

—Tiny tiene su propia jaula. Por las noches, duerme en ella, pero algunas veces lo hace en la barra de las cortinas.

—A las iguanas les gustan los lugares altos, ¿no? —afirmó Pablo con el tono de voz más tierno que Lali  le había escuchado nunca.

— ¿Estás enfermo? —le preguntó Ian.

—He tenido un accidente. Tengo que permanecer en la cama durante un tiempo.

—Lo siento. ¿Te duele?

-Sí.

Lali supo instintivamente que Pablo no estaba hablando del dolor físico. No supo qué decir. Cuando Pablo la miró, lo hizo de un modo tan intenso que ella no pudo evitar sonrojarse.

—Vamos a ver cómo van tus pastelillos, Ian, ¿quieres? —le sugirió Emilia con una sonrisa. Entonces, le extendió la mano. Ian la tomó.

—Volveré a verte si quieres. Siento que estés enfermo —le dijo a Pablo.

—Gracias.

La puerta se cerró tras de Ian y Emilia.

—Dejaste que te diera un hijo —susurró él.

—No sabía nada sobre el control de natalidad. Tenía miedo de admitir que siempre había creído que los hombres se ocupaban de eso.

—Di por sentado que estabas tomando la píldora. En realidad, jamás se me ocurrió pensar en el control de natalidad y mucho menos la primera vez. Te deseaba tanto que ni siquiera sé cómo te coloqué sobre el suelo.

Lali se sonrojó. A ella le había ocurrido lo mismo.

—Podrías haber abortado.

—Jamás lo consideré siquiera.

— ¿Ni siquiera después de lo que yo creí sobre ti? ¿Ni siquiera cuando creías que te odiaba?

—Cuando llegué a Chicago, una de las primeras cosas que hice fue desmayarme delante de las ruedas del coche de Nicolas —dijo—. El señor Smith y él se hicieron cargo de mí. Antes de que me diera cuenta, ya estaba casada.

—Dijiste que me habías escrito.

—Nico insistió en que lo hiciera. Sabía muy bien lo que yo sentía por ti. Quería que me asegurara que no había posibilidad alguna de que tú aún me desearas. Cuando no recibí respuesta a mi carta, di por sentado que no querías nada conmigo.

—Yo jamás vi. esa carta.

— ¿Y si la hubieras visto?