miércoles, 29 de noviembre de 2017

"Venganza" : Prólogo




     Prólogo
   
     LA familia Cameron vivía en Liberty desde siempre.

     Al principio cultivaron la tierra. Después montaron un rancho, y luego subdividieron el terreno y construyeron casas. También eran propietarios del mayor banco de Liberty y de la empresa inmobiliaria más próspera.

     La gente hablaba con respeto de Isaiah Cameron y de su hijo mayor,Victorio, pero no de Pablo , el pequeño.
     Pablo hablaba de su hermano con cariño y el sheriff Steele con consternación.
   
     A Pablo no le importaba. En el verano de sus dieciocho años, ya había perdido toda esperanza de que su padre lo mirara con cariño, como miraba a Vico.

     Pablo medía algo más de un metro setenta y cinco. Tenía el pelo castaño, los ojos verdes y una figura delgada y musculosa, formada a base de trabajar de peón en las construcciones de su padre. Isaiah nunca le dio un centavo a menos que trabajara para ganarlo.

     Desde el día en que nació, el chico sólo había dado problemas.

     La población femenina de Liberty también hablaba de Pablo , pero en voz baja. Soñaban, fantaseaban y suspiraban por él. Podía escoger las chicas que quería, de todas las edades y tallas, coqueteaba con todas y se acostaba con las más bonitas. Nunca pretendió herir los sentimientos de ninguna, pero era tan inconstante, qué rompió muchos corazones.

     Vico era tan distinto de Pablo como la noche del día. Lo preocupaba mucho que Pablo algún día se metiera en un lío de verdad. Isaiah creía que era algo inevitable.

      - El día que naciste me arruinaste la vida - le había dicho Isaiah más de una vez.
     Pablo no lo dudaba. Su madre había muerto al traerlo al mundo y nada podría reparar esa pérdida.
     El momento que todos temían llegó antes de lo esperado por una serie de acontecimientos sin conexión aparente entre sí.

     Se llamaba Mariana o Lali como todos sus conocdos la llamaban. Su padre era un hombre que iba de ciudad en ciudad por todo el sur, trabajando en lo que encontraba y arrastrando a Lali y a su mujer. Ese verano se instalaron en una roulotte en las afueras de Liberty.

     Un día Pablo entró en la cafetería de la escuela secundaria. Su mirada se clavó en un ángel con el cabello largo,morocho y unos ojos marrones con verdadero brillo de diamantes.

     Pablo le lanzó una sonrisa devastadora, y puso en juego todo su encanto. No pasó nada. Tardó al menos una semana en conseguir que Lali le devolviera una sonrisa, otra en que aceptara comer con él, y cuando por fin logró que aceptara salir con él, ya estaba loco por ella.

     Sus amigos pensaban que estaba trastornado. Lali era bonita, pero no tenía la chispa de otras chicas y no trataba a Pablo como si fuera un gran premio. Eso a Pablo no le importaba. Ella tenía una frescura y una dulzura que él nunca había conocido, y se le metió en el corazón.

     Después de la segunda cita, Pablo quería más. Pero no sexo. Estaba seguro de que Lali aún era inocente. Por primera vez en su vida, Pablo no quería seducir a una chica, sino hablar y estar junto a ella. Lali era buena y dulce y le veía a él algunas buenas cualidades. Eso era una experiencia nueva para él, y cuando Lali le dijo que era inteligente, empezó a estudiar y sin darse cuenta aprobó todos sus exámenes. De pronto, los estudios le parecieron interesantes. Empezó a ir a clase todos los días.

     Lali le estaba cambiando la vida y eso a Pablo le encantaba. Lo cierto era que la amaba. Quería decírselo y pedirle que fueran novios, pero antes tenía algo desagradable que hacer. Algo que solucionar.

     Había estado viendo a una mujer. No era la primera casada de Liberty que había intentado seducirlo, pero sí la primera en conseguirlo. Se llamaba Emilia, y era joven y sexy, y estaba aburrida de ser la esposa de Nicolas Francke, un hombre gordo, mucho mayor que ella, que era dueño de gran parte de los negocios y de los políticos de la ciudad.

     Pablo se había fijado en ella, como todos los hombres de la ciudad.

     Un día, cuando su antigua moto Harley lo había dejado tirado camino de Windham Lake y él intentaba arreglarla, Emilia detuvo su Cadillac en el arcén. Hacía un calor húmedo y él se había quitado la camisa. . Emilia lo saludó. Tras unos minutos, salió del coche.

      - ¿Sabes mucho de motores? - le preguntó con voz melosa.

     Sin prestarle mucha atención, Pablo le contestó:

      - Lo suficiente como para intentar arreglar mi motor.

      - ¿Entonces, querrías intentarlo con el mío? - le dijo ella, riendo.

     Entonces Pablo la miró de los pies a la cabeza, paseando la mirada por sus largas piernas y el generoso busto. Había visto cómo pasaba la lengua por los labios y supo enseguida a qué motor se refería.

     Cuando conoció a Pablo , llevaba un par de meses acostándose con Emilia. Los viernes por la tarde, cuando el marido iba al condado vecino a jugar al golf, Pablo montaba en su moto hasta la casa del lago y luego la montaba a ella hasta que los dos quedaban exhaustos. Nunca había sido tan divertido como él esperaba y, cuando conoció a Lali, dejó de ir. Pensó que Emilia deduciría que todo había terminado.

     No tenía deseos de ver a ninguna mujer aparte de Lali, aunque eso significara no acostarse con nadie. Ya lo tenía decidido, puesto que Lali era inocente. Pero en las dos últimas citas la temperatura había subido. Lali había gimoteado en sus brazos. Él le había acariciado los senos y ella, agarrando su mano, la había llevado hasta su vientre. Era una invitación tentadora, pero él no la había aprovechado.

     Lali era una flor fresca y no se debía cortar así como así. Esperaría hasta terminar la secundaria y tener un trabajo para comprarle una alianza, ponerse de rodillas y pedirle que fuera su esposa.

     Pero entonces, todo se fue a pique.

     Emilia lo telefoneó la tarde del baile de fin de curso del instituto. Tenía que verlo, le dijo. Era urgente. Parecía presa del pánico y Pablo montó en la Harley y fue a su casa. La urgencia no era otra que saber dónde se había metido porque no lo había visto en muchas semanas.Pablo le dijo con tanta suavidad como pudo que todo había terminado entre ellos.

     Ella no aceptó bien la noticia. Lloriqueo, se puso furiosa, y luego lo amenazó.

      - A mí nadie me deja plantada, Pablo Cameron - le gritó mientras él se marchaba -. Nada termina hasta que yo lo diga. ¡No puedes hacer lo que te dé la gana y luego irte como si tal cosa!

     Esa noche, Pablo se puso el esmoquin de alquiler, le pidió prestado el coche a Vico y fue a buscar a Lali

     Cuando Isaiah se enteró de que su hijo menor iba a salir con una chica que vivía en el camping, le advirtió que tuviera cuidado con las mujeres que solo iban detrás del nombre y el dinero de los Cameron.

     A Pablo , el discurso le resultó gracioso puesto que todo el mundo sabía que él tenía el nombre, pero no el dinero. Isaiah siempre dejaba bien claro que tenía un hijo bueno y uno malo, y que Pablo nunca vería ni un centavo.

     Esa noche, condujo hasta el remolque y recogió a Lali. Ella estaba preciosa, casi etérea, con el vestido de encaje blanco y seda rosa que ella misma se había hecho. La ayudó a entrar en el coche de Vico y partieron hacia el gimnasio del instituto. A mitad de camino,Lali le puso la mano sobre el muslo.Pablo sintió como si la piel le quemara y la garganta se le quedara seca.

      - No quiero ir al baile - le susurró ella -. Por favor llévame al lago, Cole, a nuestro lugar.

     Pablo dudó aunque ya sentía que la sangre se le agolpaba en la entrepierna.

     Su lugar era un rincón con césped, escondido entre los árboles, donde le había acariciado los pechos y casi, casi había perdido el control.

      - ¿Estás segura? - le preguntó en un tono de voz espeso y ardiente.

     Lali le contestó con un beso.

     Pablo condujo hasta el lago, sacó una manta del maletero y la tendió sobre la hierba. Desnudó a Lali y se desnudó también. Y al recibir el dulce regalo de la virginidad de Lali, encontró por fin todo lo que siempre había soñado.

      - Voy a casarme contigo - le susurró mientras ella yacía en sus brazos y sonreía, lo besaba en la boca y lo incitaba a entrar en ella una y otra vez.

     A medianoche, la acompañó hasta el remolque. Era la hora límite que ella tenía para volver a casa. Incluso en esa noche especial en que él le había declarado su amor y la había hecho suya para siempre. Demasiado feliz para dormir, condujo hasta las colinas desde donde se veía toda la ciudad y se quedó pensando en lo mucho que quería a Lali y en la vida que iban a compartir.

     Ya amanecía cuando regresó a la gran casa que nunca le había parecido un hogar. Metió el coche en el garaje y se coló en su cuarto sin que nadie lo oyera. Estaba profundamente dormido cuando Isaiah abrió de golpe la puerta.

      - ¡Imbécil! - le gritó, agarrando a Pablo de un brazo y sacándolo de la cama -. ¿Estabas borracho, o simplemente eres estúpido?

     Anonadado, medio dormido, Pablo parpadeó y miró a su padre.

      - ¿Qué pasa?

     El padre le dio una bofetada.

      - No me vengas con cuentos... Anoche asaltaste la casa de los Francke.

      - ¿Qué?

      - Ya me has oído. Forzaste la puerta y destrozaste el salón.

      - No sé de qué me estás hablando. Ni siquiera estuve cerca de esa zona.

      - La mujer de Francke te vio. Estaba en el comité organizador del baile y, cuando regresaba a su casa, te vio saltar por la ventana.

      - No me importa lo que diga. No pudo verme porque yo no estaba allí.

      - Dice que está segura de que eras tú, y que lo hiciste porque no te dio lo que tú querías.

      - La señora dice que has estado husmeando alrededor de ella como un perro alrededor de un hueso - dijo otra voz.

      - Era el sheriff Steele, que estaba de pie junto a la puerta.

      - Eso tampoco es verdad - replicó Pablo .

      - ¿No?

      - No - contestó Pablo con frialdad -. En todo caso sería al revés, sheriff. Está enojada porque no hago lo que ella quiere.

     Isaiah alzó la mano para pegarle, pero la dura mirada de Pablo lo hizo detenerse.

      - Esa mujer dice que te vio.

      - Está mintiendo. Anoche no estuve ni siquiera cerca de casa de los Francke.

      - ¿Entonces, dónde estuviste? Ya hice averiguaciones - dijo Steele - y sé que no fuiste al baile. Tampoco estabas en el instituto. La señora Francke te habría visto. Entonces, si no fuiste a su casa y la destrozaste, ¿dónde estuviste? - abrió la boca para decir que junto al lago con Lali, pero la cerró de golpe. El sheriff sonrió -. ¿Se te ha comido la lengua el gato?

     Pablo se quedó mirando a los dos hombres. ¿Cómo podía decirles la verdad sin implicar a Lali? Toda la ciudad empezaría a chismorrear, inventándose historias que circularían cada vez más exageradas. Y la idea de que el sheriff fuera a casa de Lali para confirmar su versión le revolvía el estómago. El padre de Lali era un alcohólico y era malo. Quién sabe lo qué haría si aparecía la policía a interrogar a su hija.

      - Contéstale - resopló Isaiah.

      - Ya he dicho todo lo que tengo que decir. Yo no he hecho lo que la señora Francke dice.

      - ¿Tienes forma de demostrarlo? - preguntó el sheriff. - La única prueba que tengo es mi palabra.

      - Tu palabra... - exclamó el padre riéndose -. Tu palabra no vale para nada, como tú. No sé cómo he podido tener dos hijos y que uno no valga nada.

     Pablo vio la cara agobiada de su hermano, que entraba en esos momentos en la habitación.

      - Yo no lo hice - dijo tanto para Victorio como para los demás.

      - Yo sé que no lo hiciste - dijo Vico, pero no sirvió de nada.

     A partir de ese momento todo fue muy deprisa. Francke le había dicho al sheriff que no presentaría la denuncia si le pagaban por los destrozos y el sheriff dijo que no serviría de nada encerrar a Pablo

      - Ya no eres mi hijo - dijo Isaiah con frialdad -. Quiero que te marches de mi casa esta noche.

      - Yo no fui... - Pablo quiso defenderse, pero era inútil. A la mañana siguiente, toda la ciudad lo sabría y él sería un paria. Solo había una salida de ese lío. Tenía que irse de Liberty y no volver hasta ser más importante que las mentiras que Emilia Francke había inventado. Entonces, podría hacerles tragar sus acusaciones e ir en busca de Lali y reclamarla como propia.

     Antes de irse, tenía que ver a Lali y contarle lo ocurrido. Le prometería que algún día volvería por ella. ¿Pero cómo podía hacerlo? Solo con acercarse al camping, la comprometería.Lali, su dulce e inocente Lali, escucharía su historia e insistiría en hablar con el sheriff y con Isaiah para defenderlo. Y eso sería su ruina. ¿No era precisamente eso lo que él intentaba evitar? Solo tenía una manera de demostrar su amor por esa chica. Tenía que dejarla sin mirar atrás. La verdad era que se merecía a alguien mejor que él. Sus sueños no solo se habían desvanecido, sino que habían muerto.

      - ¡Quiero que te vayas de aquí! - le dijo Isaiah. Tienes diez minutos para hacer las maletas.

     Pablo echó vaqueros y camisetas en un macuto. Cuando terminó, Isaiah le dio un billete de cien dólares. Él lo agarró, lo rompió en mil pedazos y se lo tiró a los pies. Salió de la casa que nunca había sido su hogar y montó en su Harley. Ya se oía rugir el motor cuando vio a Vico bajando por las escaleras.

      - Pablo - le gritó Vico -. Espera.

     La moto ya había comenzado a rodar.

      - Cuida de Lali

      - ¿Qué tengo que decirle?

     «Que la amo», pensó Pablo , «que siempre la amaré ... ».

      - Nada. ¿Me oyes, Vico? Cuídala. Asegúrate de que esté bien, y no le digas lo que ha pasado.

      - Sí, pero preguntará...

      - Deja que piense que me cansé y que me marché. Será mejor para ella que salga de su vida.

      - No, Pablo , por favor..

      - ¡Júralo!

     Vico suspiró.

      - Sí - dijo -. De acuerdo. ¿Pero a dónde vas a ir? ¿De qué vas a vivir? Pablo ...

     Pablo apretó el acelerador y salió zumbando por la carretera.

     Dos años más tarde, había trabajado por todo el estado de Georgia, y había atravesado todos los mares del mundo en un buque petrolero hasta llegar a Kuwait. Había madurado. Había dejado de ser insolente. Su suerte había cambiado y ya no estaba tan amargado como antes.

     Pensaba en volver a casa a ver a Vico, e incluso, en reconciliarse con su padre. Pero sobre todo, pensaba en Lali, en regresar a buscarla y en la vida que podrían tener juntos. Ya estaba haciendo planes para regresar cuando recibió una carta de Vico. El sobre estaba sucio y deteriorado, como si hubiera estado siguiéndolo por todo el mundo.

     Pablo abrió el sobre y leyó la carta. Decía que su padre había muerto de un ataque al corazón hacía más de un año.

     Esperaba sentir algún dolor por la muerte del hombre que lo había engendrado, pero lo único que sintió fue decepción por no haber podido demostrarle lo equivocado que estaba sobre su hijo menor.

     Papá me lo dejó todo a mí, escribía Vico. Por supuesto que no debería haber sido así y cuando regreses, lo arreglaremos.

     Pablo sonrió. Eso era lo que Vico pensaba, pero él no quería ni un centavo del dinero de los Cameron. Dio la vuelta al papel y se quedó de piedra al leer:

     No sé muy bien cómo decirte esto. Entiéndelo. Lo hice porque tú me dijiste que cuidara de Lali. Estaba tan sola cuando te fuiste... tan desesperada...

      - No - balbuceó Pablo -. No...

     Su hermano se había casado. Se había casado con Lali, con la chica que él amaba, la chica que adoraba y cuyo recuerdo lo había mantenido con vida mientras luchaba por encontrar un lugar en el mundo.

      - Te quiero - ella le había dicho -. Nunca querré a nadie más que a ti.

     Pero lo único que quería era el nombre y el dinero de los Cameron.

     El resto de la carta estaba emborronado. Pablo arrugó el papel mientras lanzaba un gemido de rabia y angustia. Rasgó la carta en mil pedazos y la echó al viento que no dejaba de soplar en el desierto. Luego, le volvió la espalda a su hogar, a Vico, a Lali, y a todo en lo que había creído.

     Desde ese momento, su único objetivo era volverse rico, y lo único que deseaba era vengarse.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Capitulo 13 y 14 (FINAL) "Se solicita esposa"



Capitulo 13

Abby Se despertó temprano y fue un alivio para Lali tener que ocuparse de sus necesidades; una ocupación para sus manos, pero no para su mente. Después de bañarla y vestirla, la sacó a los jardines del hotel, recorriendo caminos bordeados de plantas, deteniéndose de vez en cuando para admirar el paisaje de vivo colorido, o para oler el perfume de las flores. Parecía que sólo ellas estaban activas, y dentro de la soledad, sus pensamientos encontraron libertad para desplegarse.

Aún tenía que enfrentarse a Pablo . Se moriría de vergüenza si él se burlaba, y la idea de tener que contemplar su inevitable satisfacción, era una tortura peor que la muerte. Antes que Abby se despertara, ella había tomado una ducha, esperando lavar las huellas de sus manos posesivas, que aún le quemaban el cuerpo. Mas las impresiones permanecieron, así como el recuerdo de su propia respuesta, de las palabras de amor que había murmurado y, peor aún, la manera en la que se abandonó a su pasión; todo ello le hacía sentir ahora deseos de huir del hotel para ahogar su humillación bajo la limpia frescura del océano Pacífico.

Tenía que pensar en Abby. Por su bien debía afrontar la realidad... y la realidad era Pablo , quien probablemente en aquel momento las esperaba en la suite para el desayuno., Poco a poco, caminó de regreso a su habitación. Ante la puerta titubeó, y justo en el momento que tendía la mano para abrirla, Pablo apareció en el umbral, con el  rostro pálido y el cabello húmedo por la ducha, peinado al descuido con los dedos.

–¿Dónde has estado?

–Paseando... en los jardines... –contestó con torpeza sin lograr, ahora que llegaba el momento, mirarlo a los ojos.

Enseguida Pablo le ordenó, brusco:

–Quiero que hagas el equipaje rápidamente. Nos vamos a la hacienda después de desayunar.

–Muy bien –dijo, pasando junto a él hacia la sala. Hubiera deseado ir enseguida a la habitación, pero Abby no tenía ninguna intención de dejar pasar la oportunidad de coquetear con su favorito.

–Coo... –gorgoteó, tendiéndole sus manitas, casi saltando de los brazos de Lali en el deseo de alcanzarlo.

Un temblor, que fue casi una sonrisa, apareció en la severa boca de Pablo , quien tendió los brazos para tomarla.

–¡Buenos días, preciosa! Es agradable saber que por lo menos un miembro femenino de mi familia no me desprecia. ¿Podrías contagiar a tu madre con un poco de esa actitud...?

La falta de calor en el tono, la intención con que dijo la palabra "madre", asombraron a Lali. ¡Pero no era posible que él se hubiera dado cuenta!

Intentaron desayunar en medio de una tensión insoportable hasta que, por fin, Pablo empujó el plato para poder detallarle los planes a LAli:

–Cuando regresemos a la hacienda tienes que hacer un gran esfuerzo para esconder tu aversión hacia mí. Ayer hablé con mi abuelo por radio –le planteó sin necesidad de explicarle cómo había sabido el contenido del telegrama– y me informó que está listo para empezar sus vacaciones. Necesita que regresemos de inmediato. Una vez que se haya ido de la hacienda, tú podrás mantenerte tan fría y distante como quieras, pero hasta ese momento tengo que insistir en que te comportes con diplomacia. Espero... y así me lo hizo creer... que antes que se vaya a España, firme y me entregue la dirección de la hacienda. Sus abogados, en este preciso momento, están preparando todos los papeles necesarios, y una vez que mi posición quede legalmente establecida, podremos considerar como terminado el convenio que hicimos... por lo menos desde el punto de vista técnico –se apresuró a agregar–: Te das cuenta, por supuesto, de que la libertad que deseas no te la puedo dar de inmediato. Eso tomará un poco de tiempo. Pero somos lo bastante jóvenes como para permitirnos el lujo de brindarle a mi abuelo la satisfacción de creer que todo lo que ha hecho ha sido acertado, al menos por los pocos años que le queden de vida.

Lali escuchó con la cabeza inclinada, sin levantar la mirada ni una sola vez de su plato.

–¿Me estás pidiendo o me estás ordenando que colabore? –dijo, reprimiendo su irritación–. En realidad no puedes exigirme que coopere, ya que esta vez estoy en posición para decidir sin hacer caso a tus coacciones. En realidad, todo tu futuro depende de si yo decido o no aceptar lo que me pides.

–Así es –convino Pablo –. Pero comprenderás lo tonto que sería oponerte.

Sí, ella era consciente del adversario cruel que podía ser Pablo . Ya había logrado dominar su cuerpo y podría dominar su voluntad... aunque no su corazón, que, frío y sin vida, estaba demasiado enterrado en el hielo para que lograra ser revivido.

–Muy bien, haré lo que me pides –convino con amargura en la voz–. No tengo mucho que escoger, considerando que eres tan experto en lograr tus deseos.

La decisión le gustó. Por lo menos se oyó mucho menos severa su voz, hasta un poco indulgente.

–Eres más bien inexperta, querida. Todos en el hotel supieron, por tu actitud, que habías recibido noticias significativas. Me informaron inmediatamente, a mi regreso, de tu salida precipitada, con maleta y todo, y necesité muy poco trabajo de detective para descubrir tu destino. En parte me culpo. Puse el arma en tu mano, ¿no es verdad? Debí imaginarme cómo podías utilizar el dinero que ganaste y también que tus coqueteos no fueron más que un plan deliberado parar mantener mi mente ocupada en otra cosa.

Lali levantó la mirada, apartándola rápidamente, confundida por las facciones inexpresivas que debían mostrar satisfacción y que por el contrario, semejaban una máscara que ocultase alguna fiera emoción interna.

Se levantó de la mesa murmurando una disculpa y, cuando iba hacia la puerta, Pablo le hizo una áspera pregunta:

–Antes de irnos– ¿hay algo que deba saber y que tú o mi abuelo no me hayáis dicho?

Ella se dio la vuelta, delatando su asombro y su temor.

–No... ¿por qué lo preguntas?

La mirada fija de él la despojó de su habilidad para disimular; sintióse indefensa, con un rubor de culpabilidad tiñendo sus mejillas.

Pablo se acercó a ella y rozó suavemente su cara.

–¿Son muestras de vergüenza o de inocencia? –murmuró, y enseguida giró sobre sus talones y salió sin esperar la respuesta.

El vuelo de regreso a la hacienda fue silencioso y, cuando el avión se detuvo sobre la pista, vieron que don Alberto esperaba para recibirlos.

–¡Ah, Lali, sentí mucho tener que enviarte a la niña! Espero que mi acción no haya sido la causa de que hayáis acortado vuestras vacaciones.

Ella correspondió a su beso de bienvenida.

–Estábamos listos para regresar. La vida en la hacienda es tan agradable, que las vacaciones no son necesarias.
Un brillo de placer apareció en el rostro del anciano.

–¡Qué feliz me hace oírte decir eso, querida! ¿Habéis disfrutado estos días, o no? –dirigió rápidamente la mirada hacia su nieto–. ¿Habéis aprovechado vuestra corta luna de miel?

—Realmente sí –contestó Pablo y el abuelo se rió, notando el parpadeó confuso de Lali.

—¡Bueno! ¡Ahora podemos hablar de negocios! –Volvió a dirigirse a la joven–: Sé que comprenderás cuando te pida que nos disculpes durante un buen rato, querida. Mi abogado nos está esperando en la casa con algunos papeles que debemos firmar los dos. Eso en sí no nos llevará mucho, pero hay varios asuntos de los que tenemos que hablar mi nieto y yo antes de que salga mañana, para las vacaciones que me he estado prometiendo durante tantos años y que por una razón u otra, tuve que posponer. ¡Pero ya no más! Mañana, después del rodeo, me iré.

Bella y Carmen, descubrió Lali después, no hablaban (le otra cosa que no fuera del rodeo que se llevaría a cabo al día, siguiente... un acontecimiento anual, le dijeron, durante el cual los guasos mostraban sus increíbles habilidades como jinetes.

–El entrenamiento y la destreza son tan importantes como el valor y la fuerza –le aseguró Bella con ojos resplandecientes–. Los rodeos son muy alegres; la gente bebe mucho, come, canta y la música de las guitarras, de las arpas y los acordeones llena el aire, ¡Para mí, la acción comienza cuando el toro entra en la arena! –suspiró con emoción.

Lali no puso mucha atención a su charla. Tenía la mente ocupada con otros asuntos más importantes... la cesión de la hacienda a Pablo , la partida de don Alberto, y la vida que llevaría allí, una ve¡ que él no estuviera presente. No dudaba acerca de cómo Pablo llenaría sus noches una vez que estuviera libre de los regaños del abuelo. La presencia de Eugenia parecía sentirse hasta en el aire que los rodeaba, como si estuviera proyectada por medio de telepatía, que la comunicaba a través de los–kilómetros con el hombre amado.

–¡Puede quedárselo con mi bendición! –Lali se sorprendió ante la intensidad de su arranque, al notarse con los dientes apretados y clavándose las uñas en las palmas de las manos. Se regañó en voz alta, asustando a Abby–: ¡Oh, por Dios, quita a ese hombre de tu mente! –Cuando vio el labio inferior de la niña que comenzaba a temblar, la tomó para consolarla–. No llores, querida, ¡me estaba regañando a mí, no a ti! Pensándolo bien –la miró severa– deberías aceptar mis consejos... tu adoración hacia ese hombre es demasiado evidente, ¡nunca comprenderé lo que ves en é!!.

Abby se echó a reír. LAli tuvo que imitarla... y se dio cuenta de que no podía contenerse. Su risa fue tan sonora, que llegó hasta los oídos de los tres hombres que hablaban de negocios abajo, en el despacho.

Don Alberto levantó la cabeza, escuchó y firmó el último documento, lleno de satisfacción.

–Tu esposa es feliz, hijo mío –le sonrió a Pablo –. Su risa apoya mi creencia de que tomé la decisión acertada.
 Admite que hice bien en traerla. Dime que ya no lamentas que me metiera en tus asuntos. Aunque quieras hacer el intento de llevarme la contraria, la unión funciona bien; tu mujer es feliz ahora.

Pablo inclinó la cabeza aceptando, pero la sonrisa de sus labios no se reflejó en sus ojos. No tenía intención de compartir la sospecha de que Lali, cuya risa el abuelo encontraba fascinante; probablemente tenía lágrimas de histeria corriendo por sus mejillas en aquel momento.

–Debo felicitarte por tu buen juicio, abuelo. Una vez más has probado que eres un experto casamentero. Espero que con el tiempo se justifique tu confianza hacia mí como un sucesor meritorio.

–Entonces, celebremos mi última noche con una cena memorable, para que mientras esté lejos tenga un feliz recuerdo que me consuele de vuestra ausencia.

Pablo aceptó.

–Voy a prevenir a Lali para que se ponga el vestida más bonito.

Ella siguió las instrucciones al pie de la letra y llegó antes de la cena, serena y bella, pareciendo flotar en una nube de chifón azul, los hombros erguidos, mientras se preparaba para el acto final de la farsa.

–A mi abuelo no debe quedarle duda de nuestro amor –le había dicho Pablo –. Aunque te disgusten mis muestras de afecto, trata de soportarlas pensando que serán las últimas que intentaré imponerte.

Ella se consolaba con estas palabras cuando, al entrar en el salón donde ellos tomaban sus aperitivos,Pablo dejó la copa para dirigirse a su esposa, dándole un beso. Casi no logró reprimir el estremecimiento que sintió cuando le puso una mano en la cintura.

–Estás preciosa, querida –murmuró lo bastante alto para que lo oyera el abuelo antes de inclinarse para darle un beso en la boca.

"¡Si éste es el comienzo de lo que va a pasar, no duraré la noche completa!", se atemorizó Lali

Con una sonrisa orgullosa. Pablo la llevó ante el abuelo, que se puso de pie para darle un segundo beso que ella sintió como fresco bálsamo sobre una llaga.

–Esta noche estoy muy feliz, niña –sus ojos brillantes recorrieron el dulce rostro femenino–. No todos los hombres tienen la satisfacción de haber participado en dos felices matrimonios.

¡Un matrimonio feliz! Con esfuerzo, Lali logró sonreír cuando lo besó a su vez.

–No todos los hombres son tan sagaces y comprensivos como usted, abuelo –lo halagó, sintiendo la mentira revolverle el estómago.

–¿Estás contenta con este nieto mío? ¡Ah! –La abrazó, descartando cualquier duda–. No necesito preguntarlo cuando puedo ver lo mucho que se aman

Como si intentara una rebelión interna, Pablo dio un paso al frente y le puso a Lali un brazo alrededor de la cintura.

–Déjame servirte una copa, querida. ¿Qué te gustaría... un poco de champaña?

Lali odió su mención deliberada de la noche que deseaba olvidar. Era la manera de recordarle que ella también pecaba de mentirosa y que a aquellas alturas los escrúpulos eran innecesarios. Sintió un deseo repentino de ser más astuta que él, desconcertándolo, y de alguna parte sacó ánimos para responder:

–Sí, por favor, cariño. ¿Recuerdas la última vez que bebimos champaña? Fue la noche que tuve tanta suerte en el casino. Después bailamos toda la noche y cuando regresamos al hotel estabas tan... sentimental...

Sintió un vuelco en el corazón cuando él acogió su burla con una mirada penetrante, pero se recuperó de inmediato.

–Nunca borraré de mi memoria esa noche. ¿Cómo podría olvidar tu dulzura? Lograste combinar la astucia de Eva con las insinuaciones de una coqueta... pero para mí ése siempre ha sido tu mayor atractivo, tu habilidad para distraer a un hombre hasta lograr que dude sobre cuál será tu siguiente actitud.

Mientras intercambiaban sonrisas de disgusto mutuo, la risa de don Alberto resonó en la estancia.

–¿No te aseguré, niña, que mi nieto no resiste un misterio? Ya cuando era niño, nada le podía impedir completar un rompecabezas complicado y hasta los juegos propios de los chiquillos pasaban a segundo lugar si tenía ante sí, cualquier acertijo sin solución. Vamos a cenar; la felicidad aumenta mi apetito, ¡y tengo intención de disfrutar al máximo ésta última cena en familia!

Durante la cena, Lali logró mantener su espíritu defensivo, contestando a los comentarios agudos de Pablo con tal discreción que sólo él podía comprenderla. Don Alberto se hallaba inconsciente de la situación, entretenido con el diálogo que, aunque él no lo comprendía, era un intercambio de fintas entre dos enconados oponentes. Las máscaras de afecto escondían el rencor entre ellos, a veces infligiendo tal dolor, que apenas podía esconderse bajo una sonrisa más intensa o, en el caso de Pablo , dando mayores muestras de cariño, que, al ella provocarlo, se hicieron cada vez más atrevidas.

La culminación llegó cuando, como tenía que suceder, hubo una explosión de temperamentos aún mayor, ya que se tenía que mantener a escondidas del anciano que dormitaba en una butaca, satisfecho por la felicidad que creía haber logrado para su nieto.

Estaban ambos muy cerca, junto a la ventana, mirando hacia el jardín iluminado, presentándole al abuelo, que de vez en cuando abría los ojos, un panorama. de devoción: dos amantes unidos por el amor. Cuando la figura intimidante de Pablo se acercó demasiado,Lali sintió tal tensión, que pensó que, si no deseaba desilusionar a don Alberto, mejor sería terminar la terrible velada. Al inclinar Pablo la cabeza, solícito, ella lo rechazó con un susurro feroz:

–¡Ya he tenido suficiente; voy a acostarme!

–Esa es la primera idea sensata, que has tenido en toda la noche –le contestó su marido en el mismo tono.

Su vehemencia la asustó y se habría separado a no ser por el brazo que la retenía por la cintura. Se aturdió bajo la mirada penetrante, fija en su rostro. Estaba claro que su temperamento se hallaba a punto de estallar
Con los dientes apretados le dio una orden que amenazaba con represalias si se atrevía a desobedecerlo:

–Has representado tu papel a la perfección, pero sé que cuando decides engañar, engañas bien. ¡Ahora, por Dios, vete!

Lali pasó, vacilante, junto a don Alberto, que dormía, subiendo a su habitación, donde se quedó acostada en la gran cama solitaria durante horas, con la mente aturdida. Alrededor de la medianoche, mientras todos dormían, oyó pasos en la plazoleta de piedra, debajo de la ventana, acompañados de un tintineo de espuelas...
El sonido se alejó hacia los establos. Lali se incorporó sobre un codo, haciendo esfuerzo para oír, y algunos minutos después escuchó el ruido de los cascos de un caballo mientras lo sacaban de su casilla. Luego oyó que poco a poco el caballo cobraba velocidad, alejándose...

Se hundió de nuevo entre las almohadas, sintiendo un dolor indefinido, un sufrimiento aún más profundo que el que Pablo había tratado de infligirle anteriormente; una rara sensación de náuseas, provocada por su convicción de que la llamada de Eugenia había sido escuchada y que Pablo acudía a su reclamo...


Capitulo 14

Los guasos comenzaron a reunirse antes del amanecer y los sonidos de gran actividad en el corral despertaron a Lali. Se estaba preparando un ruedo con arena y rodeado de cercas de bejuco.Lali pensó que se parecía a un gran cesto de ropa, cuando la curiosidad la llevó a investigar. Los guasos, vestidos con sus alegres ponchos, tenían una apariencia orgullosa y digna al sentarse bien derechos sobre sus cabalgaduras. El homo y el caballo eran allí indispensables el uno para el otro; por lo tanto, los animales estaban bien entrenados, cuidados y atendidos.

Aunque ocupados, los guasos tuvieron tiempo para saludar a la bella inglesa y a la niña que cada día se parecía más a su madre de ojos marrones. Pronto llegaron más jinetes de otras haciendas. Comenzaron a aparecer los coches de la clase alta del distrito; amigos de don Alberto con sus familias, madres con ojos observadores e hijas obedientes, para quienes la fiesta representaba otro acto social en el que podían buscar y seleccionar probables maridos..

Lali no había visto a Pablo , así que cuando se anunció la primera competición y don Alberto se paró junto a ella, preguntando por su nieto, sólo pudo contestarle con una evasiva.

–Estará en alguna parte... quizá en el corral organizando el rodeo.

–¿Organizando? –soltó una risotada ¡Más bien preparándose para participar! Cada año me asusto más por los peligros que corre, pero él se ríe y hace lo que le place. No es que me gustara que fuera diferente –se ablandó–; es un hombre hecho para lo que nació..., voluntarioso y lleno de orgullo.

A pesar de su intención de aparentar indiferencia, Lali comenzó a buscar entre la muchedumbre que se formaba alrededor del ruedo, para encontrar la cabeza de Pablo . Impaciente por su propia debilidad, trataba de concentrarse en la primera competición: los guasos luchaban por enlazar y amarrar a un novillo en el menor tiempo posible.

La segunda era montar a pelo, y don Alberto las llevó a ella y a Abby hacia un estrecho pasillo que conducía al ruedo, donde, detrás de una puerta cerrada, sujetaban a un caballo con los ojos vendados para que el jinete se montara. El pasillo no era lo bastante ancho como para permitir que el caballo, que pateaba salvajemente, lograra darse la vuelta, por lo que no tenía otra alternativa que someterse al jinete.

En el momento que éste se sentaba, le quitaban al animal la venda y se abría la puerta, permitiéndole salir. Lali logró apenas ver el rostro del jinete que en aquel momento saltaba al ruedo, cuando pasó rápidamente cerca de ella para ser recibido con vítores de la muchedumbre entusiasmada. Su boca se secó y con los ojos agrandados vio el cuerpo de Pablo doblarse como un resorte, primero hacia atrás, luego hacia adelante, determinado a mantenerse sobre el caballo, que intentaba derribarlo.

Su protesta pasó desapercibida entre los gritos del público cuando el caballo saltó en el aire para caer con las patas abiertas con gran ímpetu. Su cuerpo se llenó de dolor como si fuera ella, y no Pablo , el jinete. Cerró los ojos, temiendo ver su cuerpo viril pateado por los cascos frenéticos, y ante el sonido de mayor vitoreo los abrió, para verlo, aún sentado en la silla y escoltado fuera del ruedo por otros jinetes; la cabeza  echada hacia atrás, los dientes blancos mostrándose en una sonrisa triunfante hacia los espectadores que aplaudían.

Estremecida profundamente, se alejó lo más que pudo del rudo hasta donde la llevaron sus piernas temblorosas.
 Encontró un banco desocupado y se sentó, permitiendo a Abby bajarse de sus brazos para jugar en el césped alrededor de ella. Trató de encauzar sus pensamientos caóticos, para afrontar la verdad que se le presentaba con el impacto de los cascos, obligándola a comprender la verdad que el peligro sacaba a la superficie:
¡Estaba enamorada del hombre que pensaba odiar!

De repente su hombre ideal tenía facciones: Una boca despiadada y también apasionada, que podía derretirse en ternura; ojos penetrantes, ahora insondables y llenos de temperamento arrebatado al minuto siguiente; nariz fina y bien. dibujada, mejillas bronceadas que se contraían cuando sonreía con expresión tan devastadora que era capaz de obligar a su corazón a dar un salto mortal. Escuchó la voz en sus oídos, recordándole el tono suave y sensual de las palabras de amor que pronunciara a su oído, contra su cabello, sobre la curva de su cuello y de' sus hombros, la noche que comenzó como castigo para terminar en un confuso embeleso.

Con un gemido se cubrió los ojos, tratando de borrar de su mente los recuerdos, preguntándose cómo había podido estar tan ciega como para equivocar sus emociones; el cuerpo tembloroso y los sentidos confusos, haberlos tomado por síntomas de odio. ¿Desde cuándo lo amaba? Volvió mentalmente hasta el momento en que se conocieron, viendo asombrada que ya entonces la atracción se inició bajo la máscara del odio hasta que un repentino peligro la hizo encontrar su nombre: ¡Amor! Lo amaba tanto, que sólo pensar en las patas del caballo golpeando su cuerpo contra la arena, era suficiente tara hacer brotar lágrimas de sus ojos. Examinó aquel amor recién descubierto, hasta que no le quedó espacio en su corazón para el orgullo. Pensó en las horas de éxtasis que compartieron, sin sentir vergüenza ni remordimiento, sólo un deseo posesivo y el pánico de que quizá nunca más volvería a sentir la gloria de amarlo y de ser amada por él.

Recordando lo sucedido aquella noche, estaba tan abstraída que o vio la figura de Abby dirigirse hacia la cerca, pues desde el otro lado oía la voz de su hombre favorito. Volvió de su abstracción justo en el momento de ver los talones de Abby desaparecer por un hueco en la cerca, lo bastante grande como para permitirle la entrada. Trató de gritar, pero el terror convirtió su voz en gemido. Echó a correr y, cuando llegó a la cerca, oyó un grito de espanto que salía de las gargantas del público. El palpitar de su corazón se detuvo, suspendido por lo que contempló.

En el centro del ruedo estaba Pablo , concentrando toda su voluntad en la lucha contra un toro feroz. Paralizada, Lali lo vio dirigirse hacia la bestia, manteniéndola junto a una pared marcada con banderas. Después comenzó a guiarlo en la dirección opuesta, de nuevo sin usar la fuerza, demostrando la habilidad que había adquirido en la pradera, clasificando inmensos rebaños de ganado para marcarlo o embarcarlo, obligando a las reses a hacer lo que él quería.

Pero en esta ocasión los ojos de los espectadores no se complacían con en su destreza. Aterrorizados, miraban la pequeña figura gateando a través del ruedo, inconsciente del peligro, ansiosa por atraer la atención del hombre entregado a su arriesgada faena.

Lali gritó; un grito fuerte de terror que interrumpió la concentración de Pablo , haciéndole darse la vuelta en la silla.

–¡Cristo bendito! –Su exclamación resonó en el ruedo y, tan bruscamente como dijo estas palabras, saltó de la silla para correr hacia la niña.

Era la oportunidad que esperaba el toro airado. De inmediato, después de que su adversario le diera la espalda, bajó la cabeza preparándose para embestir.

Lali vio la carrera frenética de Pablo por alcanzar a Abby y sacarla de la arena mientras que el toro avanzaba hacia él. Entonces cerró los ojos, cayendo en un desmayo que le impidió ver el inevitable final.

No vio a los guasos que, moviéndose con rapidez, hicieron un círculo protector alrededor de Pablo y la niña antes de obligar al toro a regresar al chiquero. Tampoco fue consciente de que la llevaban a la casa, ni de los sirvientes corriendo para cumplir con las solicitudes de brandy y de toallas mojadas para refrescar su frente. Todo lo que sabía, mientras luchaba por salir de la agonía, era que había perdido todo lo que amaba, y el primer nombre que musitaron sus pálidos labios fue:

–¡Pablo !

–¡Estoy aquí, querida! –La respuesta debía ser, pensó ella, un eco del cielo. Los pesados párpados se alzaron de sus ojos atormentados y en el primer instante estuvo demasiado confundida como para esconder sus sentimientos... la alegría, el alivio que experimentó al verlo.

–Ahora descansa... te prometo que Abby y yo regresaremos cuando te sientas más fuerte.

Con Bella y Carmen moviéndose de un lado a otro en la habitación, no se sintió libre para contestarle, pero su corazón estaba en sus ojos cuando lo vio en la puerta llevando en brazos a la niña. El se volvió para mirarla antes de salir de la habitación en penumbra, dejando tras de sí el tintineo de sus espuelas.

Ella recordaba aquel sonido mucho después de su partida y la acompañó en las profundidades del sueño, como recordatorio de que no habría nada que temer al despertar. Horas después, cuando se sintió capaz de levantarse y ponerse una bata de casa, encontró que sí sentía miedo... miedo de que Pablo se burlara de sus sentimientos expuestos, de la brusquedad con la que podría mover el látigo poderoso de su sarcasmo sobre sus emociones indefensas.

Era temprano aún cuando regresó a la noche. Hacía rato que desmantelaran el ruedo. La gente se había dispersado y, mientras estaba sentada junto a la ventana abierta, una brisa llena del aroma de las flores, levantaba su cabello de la frente, refrescando sus pálidas mejillas. Ella supo que había entrado, pero no se movió. Pablo acababa de bañarse y el olor de colonia, mezclado con el aroma del tabaco recién fumado, le sirvió de advertencia.

Pablo habló en voz baja para no asustarla. Ella no dio señales de sorpresa y, en vez de volver el rostro, continuó mirando fijamente por la ventana.

–Carmen me ha dicho que estás casi recuperada, pero si no sientes deseos de hablar, volveré más tarde.

Lali respiró profundamente: lo que hubiera de ser dicho se diría y ahora mejor que después.

–Puedes quedarte. Por favor, siéntate.

Si él se sintió desconcertado por el tono de su voz, no lo dio a entender; la perturbó escogiendo para sentarse el ancho marco de la ventana, frente a ella. Aún así, se negó a enfrentar su mirada. Se clavó las uñas en las palmas de sus manos en cuanto él comenzó a interrogarla.

–El choque recibido debe haber sido muy grande para ti, ya que te ha hecho desmayarte. ¿Pensabas que la niña había sido herida?

Con un sentimiento de desconcierto, se dio cuenta por primera vez de que Abby, la dulce y adorable nenita, en el preciso momento del peligro, había pasado a un plano secundario en su mente. Darse cuenta de ello le causó un temblor que él notó al instante.

–¿Tienes frío con esa ropa tan ligera?. ¿Te busco un abrigo?

–No, gracias, –Ciñó más la tela de algodón a su cuerpo–. Estaré bien en un momento. Los sucesos de esta tarde han sido tan... traumáticos...

–Lo han sido –aceptó Pablo , dirigiéndole una mirada curiosa, penetrante.

De repente ella no pudo soportar más la espera de la inminente pregunta, la diversión que estaría tratando de esconder.

—Lo sabes, ¿no es así? ¿Por qué pretendes que lo ignoras?

Suavemente se movió, acercándose mucho a ella.

—¿Qué sé, querida? Dime, ¿qué es lo que quieres que sepa?

–Lo sabes –su voz se quebró en un sollozo–. ¡Lo sabes, bestia, sabes que estoy enamorada de ti!

¡Allí estaba, al descubierto, dicho al fin!

Con calma, Pablo la puso de pie y ella sintió un temblor en el cuerpo cuando con ternura le apretó la cabeza contra su hombro.

–¿Y eso es todo lo que necesito saber,Lali?

Su cercanía era perturbadora.. Podía sentir el fuerte palpitar de su corazón a través de la bata ligera y sintió que él luchaba por controlarse mientras esperaba una respuesta.

Pablo la veía humillada y aún así no estaba satisfecho... ¡estaba claro que quería destruir por completo su orgullo! Levantó la cabeza y, llena de suave dignidad, confesó:

–Sospecho que de alguna manera adivinaste que te engañaba. Abby no es hija mía, sino mi hermana. Yo deseaba herir tu orgullo y ésa era la única manera en que podía hacerlo... lo siento...

–¡Y debes sentirlo, mi querida atormentadora! –le regañó y, tomándole la cara entre sus manos, la forzó a mirarlo a los ojos–. ¡Oh, querida! –gimió– me has castigado bien... ¡nadie podría comprender la tortura que me has hecho sufrir! Te perdono, tengo que perdonarte porque, amor mío, ¡no puedo vivir sin ti!

Se apoderó de los labios abiertos por la sorpresa, bebiendo de su dulzura como un hombre sediento, apretando su cuerpo con tanta' fuerza, que Lali creía que la iba a ahogar, pero no puso ninguna objeción. Estaba tan sorprendida que le era aún imposible creer lo que oía.

–Te adoro, mi tierna esposa –murmuraba Pablo –. Me vuelves loco de deseo, tanto que he tenido que pasar la noche cabalgando para evitar que mi hambre me hiciera robar de nuevo lo que no me darías por tu propia voluntad. ¡Oh, corazón mío! –de una en una besó cada lágrima de sus mejillas–. ¿Y tú me puedes perdonar por imponerte mis atenciones brutales? El recuerdo de aquella noche vergonzosa me va a perseguir el resto de mi vida.

¡Así que fue aquella noche cuando descubrió su secreto! ¡Qué tonta fue al pensar que sería incapaz de notar que tenía en sus brazos a una completa novicia! Se colgó de él, con temor de soltarlo, por si acaso los momentos maravillosos fueran sólo un espejismo.

–¿Por qué... ha sido necesario torturarme para que admita lo que tú descubriste por tu cuenta?

El se tomó tiempo antes de contestar; primero besándole los ojos, luego la punta de la nariz, el pequeño hoyuelo junto a la curva de los labios...

–Porque es esencial que empecemos a ser sinceros el uno con el otro.

Audaz, mas todavía insegura y temerosa de irritarlo, ella revivió un tema que le causaba mucho dolor.

–Tú me pides sinceridad, así que yo tengo derecho a lo mismo. Dime: ¿debo continuar compartiéndote con Eugenia? ¿Mantendrás compartimentos separados en tu corazón para ella y para mí?

—¿eugenia? Ha habido muchas Eugenias en mi vida, como sombras que se reflejaron en la pared... pero sólo hay una sustancia divina, mi vida, sólo tú eres la llama que alimentará siempre la hoguera de mi amor.

Conmovida profundamente, Lali se sintió en confianza para bromear.

–¿Te hubiera importado mucho si Abby en realidad hubiese sido mi hija?

Esta vez ella conjuraba a un diablo adormecido.

–¡Sí! –contestó con brusquedad, apretándole el brazo hasta el punto de lastimarla–. ¡Hubiera importado mucho!

Siguió un interludio durante el cual él no permitió que se dijera ni una palabra más. Parecía querer pedir disculpas por todo lo que había hecho o dicho, cada comentario hiriente, cada acción dolorosa... por medio de un beso. Y en realidad tenía tanto por qué disculparse, que la pasión se hizo impaciente y ardió el fuego del deseo, devorándolos hasta que finalmente los absolvió de todos sus pecados.

Mucho después, se encontraban junto a la ventana, abrazados, mirando el disco de la luna dorada brillando sobre su heredad, sobre los kilómetros de pampas, el pueblo donde habitaban los guasos y sus familias, la gran casa rodeada por el laberinto de jardines... Lali suspiró, y la comunión de almas era tal, que Pablo supo inmediatamente los pensamientos que la perturbaban.

–Renunciaré a todo si lo deseas –le dijo con tal sinceridad, que ella se sintió avergonzada de sus dudas–. Es más –la estrechó con mayor fuerza cuando ella se acurrucó en sus brazos–: yo disfrutaría el reto de comenzar de nuevo para ofrecer a mi pequeña familia todas las comodidades de la vida con mis propias manos.

Lali atrevióse a murmurar:

—¿No lamentas la presencia de Abby?

Él estaba demasiado lleno de felicidad como para irritarse por la pregunta.

–Adoro a esa niña tanto como adoraré a nuestros propios hijos. Pero no has contestado a mi pregunta, querida.
El abuelo no se ha ido aún de la hacienda, pues estaba demasiada preocupado por ti. ¿Debo ir a él para explicarle que deseo romper los papeles que firmamos ayer como prueba de mi amor?

Cogió el dulce rostro preocupado entre sus manos y esperó. El más arrogante de los Valdivia, le estaba dando a ella la posibilidad de marcar su destino, su futuro y su dicha los dejaba a su voluntad.

Lali no titubeó.

–No –le dijo con voz suave–. Una decisión semejante podría romperle el corazón a tu abuelo. Además –recobró el aliento cuando la mano de él buscó su corazón, haciendo que se acelerasen sus latidos–, el cóndor necesita espacio para extender sus alas. Vuela veloz y vuela alto si lo necesitas, mi amor, pero construyamos aquí nuestro nido, en el valle del paraíso.







 

sábado, 18 de noviembre de 2017

Capitulo 10,11 y 12 "Se solicita Esposa"




Capitulo 10

EL ambiente durante la cena fue tirante. Sólo Pablo parecía tranquilo, conversando, ignorando la seriedad de Lali e intentando mantener el interés del abuelo. Los ojos de don Alberto no podían dejar de mirar el rostro infeliz y lánguido de la joven.

Lali estaba consciente de su ansiedad, pero no podía pretender interés por la comida que llevaba a sus labios, que temblaban incontrolablemente, antes de forzarla a pasar por su garganta. Sentíase estremecida hasta el fondo, por la insistencia brutal de Pablo en que todo lo que ordenaba, hasta el grado de mantenerse en guardia mientras que ella se ponía torpemente el vestido que ahora usaba... uno sobrio, color crema, que había sacado del armario sin pensar y que resultó demasiado sencillo para los zafiros que brillaban sobre su corazón helado.

Don Alberto arrugó la frente.

–He estado pensando –se dirigió a Pablo , pero sus ojos miraban el rostro triste de Lali– que antes que te hagas cargo de la hacienda, quizá sea buena idea que se vayán de vacaciones... una luna de miel tardía... Un par de semanas en la costa sería agradable. Tenía planeado hacer una larga visita a nuestros parientes de España, pero eso puede esperar hasta vuestro regreso. Te encantarán nuestras playas, Lali; Viña del Mar las tiene muy hermosas y magníficos hoteles... hasta un casino de juego que atrae muchos visitantes de todo el mundo.

Segura de que Pablo no aceptaría, se quedó asombrada cuando éste contestó:

–La idea es muy interesante. Una visita a la costa también sería buena para la niña.

Pero ante esto, don Alberto se mantuvo firme.

–Una luna de miel es para dos –insistió–. Abbygail se quedará aquí con nosotros.

Los labios de LAli se abrieron, mas Pablo impidió su protesta.

–Quizá tengas razón. Entonces, queda decidido: nos iremos a Viña del Mar mañana por la mañana.

Satisfecho, el abuelo los dejó solos en cuanto terminó la cena. Hacía calor y la brisa que entraba por las ventanas no aliviaba la atmósfera asfixiante que se creó después de la partida del conde.

–¿Te gustaría dar un paseo? –sugirió Pablo, indiferente hasta el aburrimiento.

Lali estaba a punto de rechazar la proposición, pero decidió que cualquier cosa sería mejor que encerrarse durante horas, de modo que asintió con una inclinación de cabeza.

–Te buscaré algo de abrigo. –Se puso de pie como si lo alegrara el pensamiento de cualquier actividad, la que fuera, y regresó algunos momentos después con un chal bordado en seda–. Esto será suficiente –comentó–, cálido al mismo tiempo que ligero.

Lali se encogió ante su proximidad y agarró las esquinas del chal que él le colocaba sobre los hombros con sus puños ligeramente apretados.

–No te preocupes_ –se burló Pablo –. No tengo intención de desgarrarte todas tus pertenencias, sólo aquello que me ofende.

–Encuentro extraño que un hombre que prefiere que sus amores sean llamativos, insista en que haya una atmósfera de castidad rodeando a la esposa –le contestó, aún resentida por su bárbara acción.

Pablo la contempló pensativamente.

–Tenemos un proverbio que dice: "La única mujer pura, es una que no ha sido solicitada. Sin duda la existencia de una hija atestigua claramente que ésa no es tu condición –terminó con voz tensa.

Ella se adelantó, evitando la mirada que pudiera notar el brillo de sus lágrimas, y se sintió satisfecha de poseer un arma con la que podía atormentar su orgullo. Si la utilizaba bien, con el tiempo encontraría su presencia insoportable y estaría de acuerdo con pagarle el pasaje de vuelta a Inglaterra.

Bañados por una luz de luna tan clara como el día, pasearon por los hermosos jardines casi tropicales que rodeaban la casa, entre los eucaliptos que habían sido plantados a propósito para separarla de las demás construcciones, que cubrían una superficie de varias manzanas, a corta distancia de la hacienda. Había graneros, bodegas, talleres, cobertizos para las herramientas, establos para las vacas lecheras, dos o tres silos, caballerizas y, no muy lejos, numerosas casitas construidas a cada lado del camino principal de la hacienda, creando una especie de pueblecito para todos los trabajadores y sus familias, cuyas existencias dependían de los Valdivia.

–Una esclavitud de tipo feudal –murmuró, pensativa–, con la felicidad de cada individuo dependiendo del humor de un hombre.

Inconsciente de la dirección de sus pensamientos. Pablo comenzó a explicarle:

–Cuando esta región fue conquistada por los ejércitos españoles, uno de los primeros actos de la Corona fue premiar a los oficiales otorgándoles encomiendas. Estas no eran en sí una concesión de tierras, sino el derecho a cobrar ciertas contribuciones a algunas comunidades indígenas. Pero el deseo de tener tierra propia se hizo tan fuerte, que la propiedad de una encomienda no los satisfacía, así que solicitaron de la Corona la propiedad de las tierras. Estos otorgamientos se hicieron, variando los tamaños según la posición y el mérito de la persona... lotes en los pueblos para los que deseaban vivir en ellos; pequeñas fincas para los soldados de bajo rango, y vastos terrenos medidos en leguas cuadradas para los oficiales de mayor graduación.

»Así fue como nosotros, los Valdivia, llegamos a ser propietarios de esta hacienda, asumiendo nuestra posición de acuerdo con las tradiciones de la sociedad. Funciona bien; los guasos no nos ven sólo como sus patrones, sino como los jefes de grandes familias, cada hombre continuando la línea de los antepasados que trabajaron aquí siglos antes, y están acostumbrados desde la infancia a ver a los Valdivia como sus patrones.

–¡O como patriarcas viviendo en un mundo aparte! –contestó, apoyando la causa de aquellos que, como ella, no tenían otra opción que la de aceptar las órdenes de un dictador–. Tú te enorgulleces de que no se permita que los trabajadores pasen hambre. Sin embargo, no existe ninguna opción contraria que les permita elevar su nivel de vida más allá de lo que la tradición decidió que merecían. No dudo que, aunque se quede en el lugar en que nació por costumbre, cualquier guaso tendría dificultad, y acaso le fuera imposible, en encontrar otro trabajo si intentara marcharse.

El se irguió con orgullo.

–¡Nuestros trabajadores son libres para irse cuando lo deseen!

–¿Tan libres como yo? –se burló–. Sabes muy bien que cualquier otro propietario de hacienda no les daría empleo; sólo encontrarían trabajo en la ciudad. Vosotros los Valdivia, sois déspotas, usáis a las personas como si fueran títeres de carne y hueso, manipulándolos, manejándolos, obligándolos a cumplir vuestros deseos, sin importar los de ellos... Por ejemplo, sabes que no tengo ningún deseo de ir a la playa, ¡y menos contigo!

Mientras ella desplegaba todo su desprecio, Pablo parecía feroz, pero ante el estallido final, su mirada severa se suavizó y una luz burlona brilló en sus ojos.

–¿La idea de pasar algunos días en mi compañía es tan terrible? –le preguntó–. Necesitas unas vacaciones, chiquita; se te ve tensa. Necesitas relajarte en un ambiente tranquilo como el de Viña del Mar. Además –su voz se endureció–, el humor de mi abuelo debe mantenerse suave. El triunfo casi está en mis manos, y si unas vacaciones juntos es todo lo que necesito para obtener mi reino, entonces las tomaremos. En ese aspecto tienes razón: yo no permitiré que nada interfiera en mis planes. Pero ya que me estoy sintiendo benévolo hacia ti, te prometo que no necesitarás inquietarte por acompañarme a Viña del Mar... Haré todo lo posible para que disfrutes, sin sufrir ningún contratiempo. Con tu cooperación, haré que sean unas vacaciones inolvidables... una compensación por los servicios prestados.

Salieron a la mañana siguiente. El avión, con Pablo en los controles, se elevaba como un pájaro en el cielo azul, sobrevolando la hacienda una vez como saludo final antes de dirigirse al oeste, hacia la costa. El sentarse junto a él en la cabina del piloto, fue una experiencia que hubiera sido aterradora para Lali, de no ser porque, a pesar de la opinión que tenía sobre él, sentía completa confianza en las manos bronceadas que pilotaban. Era difícil relajarse mientras el avión subía y subía cada vez más alto, hasta que la tierra quedó bajo ellos casi invisible.

Llevaba puestos Pablo unos pantalones ligeros y una camisa abierta en el pecho, dándole una apariencia despreocupada, viéndosele determinado a disfrutar, con o sin la cooperación de su acompañante.

Miró de reojo a la figura tensa sentada junto a él, las manos entrelazadas sobre las rodillas, con una expresión de excitación mezclada con nerviosismo.

–¿Te gustaría tomar los controles? –la asombró con la pregunta. Lali se encogió ante la idea.

–No, gracias –murmuró con torpeza, notando su traviesa sonrisa. Durante el primer vuelo con don Alberto no sintió miedo, ni siquiera cuando se subieron al pequeño avión privado, pero en ninguna de las dos ocasiones tuvo el piloto ojos maliciosos, ni la expresión diabólica de un hombre a quien le quitan de repente sus responsabilidades e intenta disfrutar al máximo de unas cortas e inesperadas vacaciones.

Pablo bajó una palanca y el avión se levantó hasta subir casi en posición vertical hacia los cielos. El cuerpo de Lali se sintió oprimido por una fuerza invisible contra la parte posterior del asiento. La sangre presionaba en sus oídos, y se le cortó la respiración, haciéndole imposible hablar. Pablo dirigió luego el avión en una pirueta que los envió rápido hacia tierra, a tal velocidad, que ella estaba segura de que el desastre era inevitable. Cerró los ojos, apretando los dientes que rechinaban, preparándose para el impacto, y mientras sus labios se movían en una oración silenciosa, sintió que el avión se enderezaba, colocándose de nuevo en posición correcta.

Abrió los ojos y pudo apreciar la risa en el rostro burlón.

–¡Tonto! –dijo entre dientes–. ¡Has podido hacer que nos matáramos!

Se rió a carcajadas.

–¡Pero qué manera de morir, dejando una marca de desafío!

Ella tranquilizó sus nervios alterados.

–Muérete si así lo quieres, pero muérete solo. Yo prefiero vivir en la miseria antes que morir en la gloria.

El resto del vuelo transcurrió en paz y en silencio hasta que el avión comenzó a perder altura, preparándose para el aterrizaje. Abajo estaba Valparaíso.

–¿Te preguntas por qué lo llamamos "el valle del paraíso"?

Lali se inclinó hacia adelante para mirar la ciudad construida en forma curva alrededor de la bahía llena de barcos y tuvo apenas tiempo de ver las grúas poderosas, que cargaban y descargaban mercancías, antes que comenzaran a volar en círculo sobre el aeropuerto.

Para su desilusión, el taxi que Pablo alquiló pasó rápidamente por Valparaíso. Le hubiera gustado verla con detenimiento.

–La ciudad está construida en dos niveles –le explicó él– y dividida en dos partes: la de abajo, junto al agua, es la comercial y la de arriba la residencial. Las dos están conectadas por elevadores movidos por fuertes cables, inclinados.

Después de una carrera de quince minutos hacia el norte de Va¡ – paraíso, llegaron a Viña del Mar, y Lalienseguida quedó encantada por la playa de arena blanca llena de sombrillas y cabañas que alegraban el lugar con sus colores brillantes. Arriba, se veían trotar caballos con sus coches descubiertos a lo largo de las mansiones y las casas nuevas. Grandes palmas y pinos bordeaban las calles pavimentadas y había flores por todas partes.

–¡Una mezcla tan hermosa de colores y aromas! –exclamó, los ojos abiertos de placer.

–Es una ley local que todos los residentes que tengan algún espacio para cultivar flores, deben hacerlo –sonrió Pablo, poniendo la mano sobre la manija de la puerta, cuando el taxi se detuvo frente a un imponente hotel.

En un estado de ensueño, ella lo siguió por el vestíbulo. Luego los llevaron en el ascensor hasta el último piso del edificio antes de conducirlos a la suite del ático, lujosamente decorado en colores primaverales, con grandes ventanas que proporcionaban una hermosa vista de inquieto azul del Pacífico.

–¿Te gusta? –Pablo se le acercó por detrás mientras se encontraba mirando extasiada por la ventana.

–¡Es soberbio! –Se dio la vuelta con una sonrisa de placer, los grandes ojos reteniendo algo del brillante azul del océano.

Su actitud sorprendió al hombre. Al estar acostumbrado a la suspicacia y a la hostilidad, parecía no poder entender su alegría sencilla, libre de inhibiciones. La miró durante tanto tiempo que ella se sintió cohibida. Su sonrisa convirtióse en un confuso rubor. Algo en aquella mirada le advirtió que se mantuviera a una distancia prudente del hombre de humor caprichoso que por el momento parecía tratar de sacudirse el yugo; un hombre de impulsos erráticos y peligrosos...

Cuando se apartó, él le habló despacio:

–Estoy dispuesto a olvidar que eres mujer si tratas de olvidar que soy un hombre. Estoy cansado de esta lucha de sexos. ¿Por qué no bajamos las armas y aceptamos una tregua durante nuestra estancia aquí?

¡Olvidar que era un hombre! ¡Estaba pidiendo lo imposible! Sin embargo, aceptó la tregua inclinando la cabeza, pero sin confiar en ella.

–¡Bien! Ya que aceptamos ser amigos, refresquémonos un poco antes de salir a ver qué nos puede ofrecer esta ciudad.

Sus habitaciones contiguas compartían un baño situado entre ambas. Pablo la dejó utilizarlo primero y, mientras ella se ponía un vestido blanco, con cuello y mangas a cuadros, oyó su voz canturreando sobre el ruido de la ducha.

Las manos de Lali temblaron mientras se colocaba una pequeña peineta en el cabello dorado. ¿Por emoción? ¿Por temor?

Poco después Pablo entró en la habitación, atractivo como el demonio, con pantalones negros y una camisa que le quedaba como una segunda piel cubriendo sus músculos potentes.

–¿Estás lista? –le tendió una mano, con una mirada que aprobaba su apariencia. Ella puso sus dedos dentro de los del hombre, sintiendo por primera vez en muchos meses un brote de felicidad juvenil.

Durante la primera hora caminaron por la playa, absorbiendo el ambiente de alegría que creaban los bañistas con sus juegos y gritos. Pablo le compró helado y mariscos sacados del fondo del mar sólo algunas horas antes, sin atender su sonriente protesta de que le arruinarían el apetito para la cena. Se sentaron en un muro bajo para ver el movimiento de los botes de vela en la pequeña bahía, y rieron con las peripecias de las gaviotas que se lanzaban al agua en busca de comida. Pasearon cogidos del brazo, de regreso al hotel, conversando indiferentes a los mirones que los calificaban de amantes.

Sintiéndose pegajosa, acalorada y feliz, Lali entró en la sala de la suite. Mientras Pablo se ocupaba sirviendo unas copas, Lali trató de darle las gracias.

–Hoy me he divertido –dijo mientras se sentaba en el sofá–. Te prefiero mucho más como amigo que como marido.

El rostro de Pablo era enigmático cuando le ofreció una copa antes de beber de la suya. Los músculos de su garganta se movían suavemente a cada sorbo.

Cuando dejó la copa vacía, ella lo miró, dubitativa. ¡Todo lo hacía con vigor, hasta el beber! Sabía que era terco y engañoso. ¿Era una tonta si creía sus palabras? ¿El cambio de actitud no podría ser un plan para engañarla, para hacerla sentir una falsa seguridad? Era un hombre extremadamente viril... ¡y hacía mucho tiempo que no veía a Eugenia. !

Pablo la miró a los ojos y sonrió, una sonrisa completamente... ¿cándida?

–La amistad es una fruta que madura lentamente, niña. La nuestra es como el vino nuevo: cuando se añeje, lo beberemos con placer. Lali le sonrió, sintiéndose por el momento desarmada, tomando la mano que Pablo le tendía para ayudarla a ponerse de pie.

–Es hora de vestirnos para la cena –le indicó, mirando por la ventana el cielo que se oscurecía en el horizonte–. Cenaremos temprano, amiga mía, luego saldremos en busca de los placeres que pueda ofrecernos el valle del paraíso.


Capitulo 11

Frena no tuvo idea de lo que comió aquella noche... Ambrosía, hubiera contestado de haber sido interrogada. Se sentaron juntos ante una mesa para dos, tan profundamente abstraídos que no reparaban en los demás comensales... sin duda mujeres envidiosas de un hombre tan atractivo y hombres que codiciaban la mirada de los radiantes ojos inocentes de su compañera.

–Cuéntame toda tu vida –la animó Pablo –. ¿Fuiste feliz de niña?

–Muy feliz. –Él la miró a los ojos, que lo retuvieron con su brillo suave–. Mis padres eran personas maravillosas y supongo que me malcriaron. Yo era hija única, por lo menos hasta que... –se detuvo de pronto y una ola de rubor le coloreó las mejillas.

–Sí, ¿hasta...? –sus, cejas se fruncieron.

–Hasta que... murieron, –contestó ella con torpeza.

–¿Murieron juntos, como los míos? –le preguntó Pablo con un matiz de simpatía.

–No exactamente... con unos seis meses de diferencia.

–Lo siento si el tema es aún doloroso; quizá no he debido preguntarte. Ha sido sólo porque... no creo que hayas sido siempre tan fría. Hubiera deseado conocerte antes que la vida marcase tu encanto juvenil. El padre de Abby... ¿tus padres lo aprobaban? Las madres son muy obstinadas en cuanto a proteger a sus hijos... ¿la tuya lo consideraba un esposo apropiado?.

Su rubor se acentuó, sintiéndose mentirosa, pero contestó con sinceridad:

–Mi madre lo adoraba.

–¡Ah! –hizo una pausa, pensativo, antes de formular otra pregunta–: ¿Y qué crees que hubiera pensado de mí?

Lali se había preguntado lo mismo con frecuencia, pero sin llegar a una respuesta satisfactoria. Pablo era tan diferente a los suyos, que a su madre, con seguridad, le hubiera causado tanto asombro como a ella. Había criticado la noche anterior a los Valdivia por su carácter autoritario, casi despótico, pero tenía que admitir que eran únicos, tan lejos de lo común, como las estrellas que brillaban encima de ellos.

Pablo esperó la respuesta con impaciencia. Ella suspiró profundamente.

–Mi madre era tan susceptible al encanto, tan admiradora del atractivo como cualquier otra mujer, pero...

–Sí, continúa –la instó, arrugando la frente.

–No hubiera aprobado a Eugenia –añadió con nerviosismo–, ni relacionado la felicidad con la riqueza.

–¿Quieres decir que hubiera preferido al padre de Abby sin un centavo?

El rostro de su padre apareció ante ella, dándole ternura a su voz cuando repuso:

–Oí una vez a mi madre comentar que él tenía una riqueza en el corazón que hacía que la material pareciese superflua.

El se enderezó, de repente, airado.

–¡Ahora me explicó cómo te engañaron! ¡Tu madre me parece que debía ser una mujer muy tonta y por lo que me has dicho, creo que fue la culpable de tu desgracia! ¡Una madre debe conocer lo suficiente a los hombres para saber al momento en quién puede confiar su hija! ¡Parece que era demasiado sentimental, fácil de engañar y con una falta total de juicio!

Sin darle tiempo para contestar, la sacó del comedor, la dejó sola un momento mientras recogía su chal y la guió luego por el vestíbulo al exterior del hotel.

–¿A dónde vamos? –jadeó, corriendo para tratar de seguirle el paso.

Pablo detuvo un taxi y empujó dentro a Lali , dándole instrucciones al chófer.

–Al casino –le ordenó, dirigiéndose luego a ella con sarcasmo–: donde la riqueza superflua puede comprar futilidades...

Aunque era bastante temprano, el casino estaba lleno. Elegantes mujeres enjoyadas y hombres que mostraban su opulencia como un manto, seguros de sí mismos y a los que parecía importarles poco si ganaban o perdían. Los candelabros brillaban encima de las mesas, sus gotas de cristal moviéndose al paso de los jugadores inquietos, que iban de una mesa a otra tratando de cambiar la suerte. Los croupiers anunciaban los números ganadores, sin mostrar la menor señal de emoción, ya fuera que las monedas se entregaran al ganador o se quedaran en la banca.
El ambiente se subió a la cabeza de Lali como un vino demasiado fuerte para quien lo bebe por primera vez. Excitada, le dio las gracias a Pablo , cuando éste le colocó unas fichas en la mano.

–Prueba tu suerte –le dijo sonriente, devolviéndole el buen humor–. ¿En qué mesa deseas comenzar?

–En la que está la rueda de la fortuna, por favor –contesó, atraída, como si estuviera magnetizada, por la ruleta. Había un lugar vacante en la mesa y Lali lo ocupó, sintiéndose un poco nerviosa cuando Pablo se le acercó para darle instrucciones.

–Pon algunas o todas las monedas en el número que escojas.

Comenzó con cuidado, poniendo tres sobre el número nueve, y estuvo muy alerta el croupier gritó: Rouge neufl para darse cuenta de que había ganado. Rostros inexpresivos que rodeaban la mesa sonrieron un poco cuando ella se dio la vuelta para expresar su emoción.

–¡He ganado, Pablo , he ganado!

–Entonces, continúa –la animó con una sonrisa complaciente–. No se conoce un mejor antídoto para el que tiene la suerte del principiante.

Una hora después seguía jugando, disfrutando al máximo la emoción de ver crecer su modesta pila de fichas mientras gritaban los números que escogía. Para entonces, Pablo había logrado sentarse junto a ella y, sintiéndose casi preocupada por su buena suerte, le murmuró:

–¿Crees que debo dejarlo ya?

–A no ser que así lo desees, no –le aconsejó–. Cuando la suerte te sea propicia, continúa adelante, ya que por ser mujer favorece a los audaces.

Sintiéndose tan audaz como maliciosa, Lali empujó todas sus fichas al número escogido y se oyeron murmullos alrededor de la mesa cuando la ruleta comenzó a dar vueltas y la pequeña bolita blanca rodó, al principio con rapidez, luego más despacio hasta que por fin se detuvo y cayó en uno de los huecos.

–Rouge neufl –entonó el croupier, empujando hacia Lali una enorme pila de fichas.

No tenía idea del valor monetario que representaban, pero sus ojos se abrieron enormemente mientras le decía a Pablo :

–Creo que no quiero jugar más por el momento. ¿Soy muy rica?

Sus labios temblaban un poco.

–Bueno, aún no eres una potentada, pero has ganado un par de miles de libras esterlinas.

–¡Un par de miles...! –el color le iluminó las mejillas–. ¡Pero eso es maravilloso... nunca he tenido más de cien!

–¿Entonces? Quizá sería inteligente de tu parte guardar lo que tienes. La suerte, igual que viene se va, y no me gustaría ver la alegría desaparecer de tu cara bonita. ¿Qué te parece una copa para celebrarlo? Brindaremos con champaña por tu buena suerte.

Pablo canjeó las fichas antes de irse; luego miró el dinero en sus manos y después el pequeño bolso de noche de ella.

–¿Quieres que te los guarde? Quizá estén más seguros estos billetes a mi cuidado. Lali miró alelada el fajo de billetes, casi sin aliento.

–No, yo los guardaré, gracias; tengo espacio en mi bolso.

–Muy bien –se alzó de hombros, colocando el dinero en las manos temblorosas de la joven.

Fuera del casino, Pablo detuvo un taxi y, cuando llegaron al centro nocturno que él había seleccionado, ella estaba aún temblando. El interior, iluminando con luz tenue e íntima, estaba decorado imitando un bar tropical, con grandes palmeras, redes de pescadores colgadas del techo y mesas y sillas de bambú colocadas alrededor de la pista, donde un trío tocaba música caribeña.

Lali se sentó en la silla que Pablo le ofreció y contempló a las parejas que bailaban en la pista, mientras que él pedía champaña. En pocos minutos les sirvieron una botella metida en una cubeta con hielo picado, la descorcharon, y Pablo sirvió el líquido burbujeante en las copas.
,
–Dorado pálido, frío en su exterior pero con una turbulencia en su interior... ¡la descripción sirve para ti también, chiquita! –Alzó la copa en un brindis burlón–. ¿Qué pensamientos perturban tu frente normalmente Lali? ¿Estás planeando derrotarme?

Ella se sobresaltó, derramando un poco de líquido sobre la mesa.

–¡Claro que no! –logró decir. Pablo podía leer su pensamiento con una increíble precisión, mas esta vez no debía permitirlo; era imperativo que su mente intuitiva se dirigiera a otra parte. ¡Tenía que seducirlo! Al mirarlo de frente, llegó a una decisión: Quizá un cambio de táctica desarmara a aquel hombre tan perceptivo que, si le provocaba la más mínima sospecha, sería capaz de hacer cualquier cosa por destrozar su plan.
Sin el más mínimo remordimiento de conciencia, lo miró con una tímida coquetería por encima del borde de la copa y le pidió en voz baja:

–¿Bailas conmigo?

Ella notó con satisfacción la rapidez con la que levantó las cejas y sintió una inesperada excitación cuando Pablo contestó con un ligero tono de vanidad masculina:

–¡Claro, querida, me encantaría!

Sólo cuando se vio entre sus brazos, recordó todo el tiempo que había pasado desde que bailara música romántica entre los brazos de un hombre joven y apuesto.

Pablo se portó con algo más que galantería; estuvo atento, manteniéndola tan cerca de sí, que de vez en cuando sus labios le rozaban la sien. Estuvo romántico, bailando lentamente, tarareando la melodía en su oído y observando con interés el color rojo que apareció en las mejillas femeninas.

–Relájate –le–dijo–. Prometiste olvidar que soy tu marido y tratarme como a un amigo, ¿lo recuerdas? ¿La amistad requiere esa actitud tan tensa?

Recordando la necesidad de entretenerlo, Lali trató de relajarse, comenzando a disfrutar el baile mientras él la guiaba con habilidad en medio de las otras parejas. Terminaron entre risas cuando él la llevó de regreso a la mesa.

–Bebe un poco más de champaña –le pidió, llenándole de nuevo la copa.

Ella no necesitaba ningún estímulo adicional, ya se encontraba alegre, con excitación efervescente, comparable a las burbujas que estallaban en su copa. Bebió todo el contenido y, con una mueca de satisfacción, Pablo volvió a llenarla.

–¡Oh, mejor no! –protestó ella–. Noto que ya se me sube a la cabeza.

–Y yo noto que te subes a la mía, chiquita –admitió, sosteniéndole la mirada–. Siento que olvido tu pasado y desearía que esta noche fuera la primera ocasión en que nos conociéramos. En cierta forma lo es –murmuró, cogiéndole una mano–. Por primera vez te veo como una joven y bella mujer, en lugar de la esposa, quien con sus derechos sobre mi libertad me provoca un amargo resentimiento. Tu experiencia tan desafortunada ha dejado poca huella en tus facciones inocentes... Es más, ahora comienzo a comprender la tierna protección que mi abuelo siempre brinda a las mujeres, una actitud que nunca pensé necesaria. Quizá tu inocencia sea una herencia de Eva, quien a pesar de no haber tenido a nadie de quien heredar la sabiduría, supo encontrar la manera de derrotar a su compañero, al parecer superior.

De esta manera casi admitió la intriga, y ella sintió una amenaza de sospecha en sus palabras.

–¡No tengo ningún deseo de imitar a Eva! –protestó. Aún después de negarlo sintió que se sonrojaba de vergüenza, recordando que la única meta era la de desarmarlo para que olvidara el dinero de su cartera y que así no pensara en lo que ella podía hacer con él.

Parpadeó rápidamente para esconder su culpabilidad.

–Te creo, cariño; tu mayor engaño es no tener ninguno le murmuró Pablo con voz suave.

Durante el resto de la noche, compartieron una armonía que para Lali fue tan dolorosa como encantadora.
Bailaron al compás de la suave música, conversaron, luego volvieron a bailar, y cada vez ella se sentía entre los brazos de Pablo con mejor voluntad, cada vez él la estrechaba con mayor intimidad. A la hora que decidieron marcharse,, la situación que ella había propiciado amenazaba con quedar fuera de su control. Podía sentir que aumentaba el deseo de su marido y el rígido freno que se imponía para lograr mantener la relación platónica que le había prometido.

Cada vez que sus miradas se encontraban, Lali podía ver en sus ojos el ardor que reprimía y cuando la tocaba, delataba el deseo imperioso de continuar acariciándola sensualmente. El descubrimiento más sorprendente fue el de su propio instinto de ronronear como una gatita bajo sus caricias, ahogarse en la profundidad de sus ojos y recrearse con la virilidad masculina, de la que desconfiaba.

Las calles estaban desiertas cuando el taxi los llevó de nuevo al hotel. Ambos iban sentados cómodamente en el asiento trasero, Pablo rodeando la cintura de Lali y el cabello de ésta esparcido como un manto de seda sobre su ancho hombro. No hablaron nada durante el corto viaje y dentro del coche se sentía una gran tensión, un dique controlando sus emociones reprimidas que luchaban por liberarse, aunque alguien tuviera que sufrir las consecuencias.

Una vez en la suite, Lali sintió pánico y trató de escapar.

–Es tarde. Si no te importa, iré a acostarme.

Casi había llegado a la puerta, cuando una mano de acero la tomó por la cintura.

–Aún no, querida –murmuró él con una languidez peligrosa–. Antes beberemos una copa.

Al contestar, sintió alfileres de fuego que le quemaban el brazo.

–No quiero beber más, Pablo ; por favor, déjame ir...

Su respuesta fue física. Con un movimiento rápido le hizo volverse, apretándola contra su pecho.

–¡No puedes dejarme ahora! –La suave réplica la excitaba tanto como la horrorizaba–. ¡Quédate conmigo, querida! Deja que esta„ noche sea nuestra luna de miel, ¡no porque mi abuelo lo deseara, sino porque nosotros lo deseamos!

¡Su luna de miel! El grito de protesta se vio aplastado por los labios que buscaban ansiosos la respuesta, no como acariciaría un hombre a una novicia, sino como un ataque que complacería a una mujer como Eugenia, pero que Lali encontró degradante.

Asustada, trató de liberarse. Sus esfuerzos parecían divertir a Pablo

–Ven, querida –le murmuró roncamente–. Sabes lo que se espera de ti, dame tu cuerpo y déjame espantar el fantasma que perturba tu corazón. Eres humana y sientes –gimió con satisfacción al notar el temblor que estremecía el cuerpo femenino–. A pesar de eso, vives sólo a medias. Tu otra mitad está enterrada con la paloma que voló de tu vida; sus débiles alas son ya incapaces de poder extasiarte. No tengas miedo de la fuerza, mi bella esposa; ¡el cóndor vuela con suavidad y firmeza hasta las mismas puertas del cielo!

–¡Y cuando está satisfecho, suelta a su presa sobre el abismo del infierno! –jadeó Lali cuando los labios de Pablo pasaron por un punto sensible en su garganta. Lo empujó con fuerza, descubriendo en el terror un vigor inesperado, y se apartó hasta que una mesa quedó entre ellos.

–¡Hasta aquí llega su promesa, señor! –se burló, temblando–. ¿Todos tus amigos te odian tanto como yo?

El se detuvo en seco, la expresión incrédula, los ojos inspeccionando las facciones de Lali como si dudara de la sinceridad de sus palabras.

–No estoy seguro de comprender –dijo lentamente–. Tu actitud esta noche ha sido estimulante, hasta coqueta. ¿Por qué esta repentina adopción del papel de virgen ultrajada? Me imagino que lo sucedido en tu pasado debió prevenirte sobre la insensatez de comenzar algo que no tenías planeado terminar. –La manera de hablar era tan ofensiva como sus palabras, ridiculizando lo que creía que era un espectáculo de falsa mojigatería.

Su actitud fue para Lali un golpe brutal y, como castigo, decidió darle una última vuelta al tornillo.

–Le aseguro, señor, que en el pasado cometí un error, y pagué el precio. Pero la experiencia, por lo menos, me enseñó una cosa... no volver a amar nunca, sin antes valorar el costo.

Él le dirigió una mirada larga y dura. Luego movió la cabeza, burlándose.

–Se dice que el amor es una amistad con alas. ¡He sido un tonto al olvidar tu tendencia a mantener los pies firmes sobre la tierra!


Capitulo 12

A la mañana siguiente desayunaron juntos. Cuando Lali entró en la sala para reunirse con Pablo , iba preparada para recibir un nuevo sarcasmo, como continuación de los de la noche anterior. Para su alivio, él no mencionó el tempestuoso interludio, aunque se comportó de forma distante y sus comentarios fueron fríos y secos.

Tan pronto como terminó de comer se disculpó, anunciándole que le dejaba el día libre con tono conciso:

–Voy a salir y no regresaré hasta la noche; sin duda encontrarás cómo entretenerte.

Lali inclinó la cabeza, asintiendo, y Pablo se alejó, dejándola enfrentarse al sentimiento de culpa que de repente experimentaba. Al recordar su actuación de la noche pasada se notaba avergonzada y la separación durante aquel día era un respiro para ella.

Se vistió rápidamente y, después de hacer algunas preguntas en la recepción, se dirigió hacia la agencia de viajes que le recomendaron. Por un lado, por lo menos, su plan tenía éxito. Parecía que Pablo había olvidado por completo el dinero que, ganara en el casino o no se le había ocurrido que representaba una posibilidad de escape.

El problema más grande que le quedaba era el de sacar a Abby de la hacienda, pero Lali decidió que tenía que dar un solo paso cada vez: su meta inmediata era la de averiguar si de verdad el dinero le alcanzaba para comprar dos pasajes a Inglaterra.

Había un brillo de excitación en sus ojos cuando salió de la agencia de viajes. Había solicitado que se le dedujera el costo de los pasajes de todos los billetes que tenía y se sorprendió al ver que aún le quedaba una cantidad sustancial que, según le aseguró el empleado, equivalía a casi mil quinientas libras esterlinas.

Paseó por la ancha avenida hasta encontrar un lugar tranquilo con vistas al mar, donde pudo concentrarse en hacer sus planes. Por más que pensaba, la angustiosa cuestión de sacar a Abby de la hacienda parecía que nunca la –podría resolver. Consideró la idea de llamar por radio a don Alberto con algún pretexto, pidiéndole que enviara a Abby con ellos a Viña del Mar, de donde podrían escaparse con bastante facilidad. Los Valdivia poseían dos aviones privados; uno, el de Pablo , en el que viajaron, y el otro, de don Alberto, generalmente pilotado por Pedro.

"¿Cómo diablos –pensó, desesperada– puedo decirle a don Alberto que haga lo que le pido sin despertarle sospechas a él o a Pablo ?"

A la hora del almuerzo, ya estaba cansada de luchar con el problema y decidió regresar al hotel. Al pasar por la recepción, camino del ascensor, un empleado la detuvo.

–¡Un momento, señora! Ha llegado un telegrama para usted y para el señor... ¿desea llevárselo?

Sin interés, tendió la mano para recibir el sobre y mientras subía en el elevador, lo miró, primero observándolo abstraída, luego llegándole su contenido de golpe: El cable podía haber sido enviado sólo por alguien de la hacienda, ya que nadie más sabía dónde estaban. El empleado le había dicho que iba dirigido a ambos, así que obviamente no se trataría de negocios.

El pánico la invadió al romper el sobre. Las palabras contenidas fueron como una respuesta a sus oraciones.
"Abby muy inquieta. Imposible consolarla. Envío con vosotros. Avión llega aeropuerto Valparaíso catorce horas".

¡Catorce horas! ¡Las dos de la tarde! Miró el reloj y vio que eran casi las doce. Con fuerza apretó el botón del elevador para detener la marcha, presionando luego otro para enviarlo de nuevo abajo. Cuando al fin se detuvo, LAli salió corriendo del hotel y comenzó desesperada a hacer señales para atraer la atención de los chóferes de taxis que pasaban. Parecía que todos estaban ocupados y durante los siguientes minutos tuvo tiempo para pensar de forma racional. Valparaíso estaba a sólo quince minutos en coche, y ya que el avión de Abby llegaría dos horas más tarde, tendría tiempo suficiente de recoger algunas pertenencias para que, cuando se la entregaran, no tuviera necesidad de regresar, al hotel, pudiendo tomar enseguida un taxi que las llevase hasta el gran aeropuerto de Santiago, donde podrían perderse el tiempo necesario antes de tomar el avión a Inglaterra.

Ojos curiosos siguieron su entrada de nuevo al hotel, pero al tener sólo una idea en la cabeza, no lo notó. Le llevó menos de veinte minutos de su precioso tiempo introducir lo que necesitaba en una maleta. La llevó luego al ascensor, bajó y salió aprisa del hotel. Esta vez tuvo la suerte de encontrar pronto un taxi y, con un suspiro de alivio, entró y se sentó, sintiéndose muy asustada al darle las instrucciones al chófer:

–Al aeropuerto de Valparaíso... ¡y por favor, de prisa!

Al llegar, le pagó al chófer y encontró un asiento en el vestíbulo del aeropuerto con buena visión de la pista. Durante todo el tiempo se mantuvo inquieta, mirando a cada minuto el reloj, que parecía ir más lento que nunca. No era posible que Pablo supiera dónde estaba; aunque regresara al hotel antes de la hora que había dicho y le notificaran lo del telegrama, no era posible que conociera su contenido. Sin embargo, la amenaza de su presencia era tan fuerte, que no podía evitar mirar continuamente hacia la entrada del aeropuerto, por donde podía entrar Pablo en cualquier momento.

Por fin, con enorme alivio, vio el avión de los Valdivia aterrizar y dio un salto, observando con impaciencia hasta que el aparato se detuvo. Entonces salió corriendo y, cuando Bella bajó del avión llevando en brazos a Abby, Lali estaba allí para recibirla, casi sin aliento y dándole las gracias a la sirvienta, con torpeza, por acompañar a la niña.

–¡Oh, no es nada, señora! –le aseguró Bella, alzando una ceja con preocupación–. La pobre pequeñita quedó desolada desde que usted se fue. Intentamos todo lo que se nos ocurrió para divertirla, para evitar que pensara en su mamá, pero sin éxito. Ni el mismo conde podía contener sus lágrimas y por eso al fin decidió enviársela.

–¡Pobrecita mía! –LAli extendió los brazos y de inmediato los ojos sin brillo de Abbyy se iluminaron. Su pequeña carita hinchada era suficiente prueba de las palabras de Bella. En el momento que vio a Lali, esbozó una alegre sonrisa, como una rayo de luz entre las tinieblas, y casi saltó a sus brazos–. ¡Oh, cariño, qué agradable es tenerte cerca! –murmuró Lali, hundiendo su rostro en los rizos de la bebita–. ¡Nunca más te dejaré, te lo prometo, estaremos siempre juntas de hoy en adelante!

Correspondió al saludo de Pedro, que le sonreía desde la cabina, y como parecía que no tenía ninguna intención de bajarse, ella preguntó, dudando:

–¿Cuáles son tus planes, Bella? ¿Te dijo el conde que te quedaras?

–Sólo si usted solicitaba mis servicios, señora; de lo contrario regresaré a la hacienda.

–Entonces vete, no te necesito aquí –le contestó.

El rostro perplejo de Bella buscó a su alrededor, extrañada por la ausencia de Pablo . Obediente, volvió a subir al avión sin hacer la pregunta que le temblaba en los labios y momentos después se oyó el motor del aparato. Lali esperó hasta que hubo despegado y luego corrió al interior del edificio, con el temor y el alivio debilitando sus rodillas.

En un brazo cargaba a Abby, que iba contenta, jugando con su cabello, y en el otro llevaba la maleta. Fue a la parada de taxis y, con agitación, le pidió al chófer que esperaba:

–¡Al aeropuerto de Santiago, por favor!

Acalorada, esperó en el interior mientras el taxista guardaba la maleta parsimoniosamente. Asustada, pensó que había escogido al chófer más lento e indiferente de todo Valparaíso; por fin el taxi se alejó del aeropuerto, y sólo en aquel momento el cuerpo tenso de Lali se relajó.

–¡Vamos en camino, querida! –exclamó, abrazando a Abby.– ¡Pronto estaremos fuera del alcance de los Valdivia!

Tan rápidos como las ruedas que las transportaban, comenzaron sus pensamientos a agitarse. La libertad, si tenía suerte, le quedaba a sólo algunas horas y, aunque tuviera la desdicha de tener que quedarse para tomar un vuelo a la mañana siguiente, su hogar estaría ya sólo a veinticuatro horas. Aquel tiempo sería suficiente para preocuparse de cómo desatar los lazos del matrimonio que, por lo menos legalmente, la mantenían encadenada a Pablo . Sería sólo un trámite, estaba segura de ello, que anularan el matrimonio que no se había consumado para que, si encontraba el hombre de su vida, no hubiera ningún obstáculo en el camino hacia la dicha.

Trató de recordarlo... el hombre cuyas facciones nunca había logrado imaginar completamente, porque el rostro aparecía borroso en su mente. Sin embargo las virtudes que ella admiraba se proyectaron más fuertes que nunca: un carácter enérgico, alguien en quien podría confiar por su fuerza, un hombre de decisiones, inflexible, seguro de sí, un compañero viril y con experiencia.

El rostro de Pablo apareció ante sus ojos pero lo rechazó. Su hombre ideal debía poseer ternura, y ésa era una emoción que a él le faltaba por completo. La última noche ella lo había atraído, pero sólo porque era la única mujer disponible. El se sentía con deseos de una relación sexual y cualquier mujer le hubiera servido para el caso, hasta la esposa de segunda mano, dispuesto a olvidar su uso previo... pero sólo por una noche; después, su resentimiento hubiera aumentado mil veces. Los Valdivia, arrogantes y despóticos, no compartían con ningún hombre... ¡ni sus tierras, ni sus riquezas, y menos a su esposa!

Un par de horas después, ella y Abby entraban en la sala de espera de pasajeros internacionales del aeropuerto de Santiago. LAli compró los billetes, facturó su maleta, y todo lo que tuvieron que hacer fue esperar hasta que anunciaran su vuelo... una espera de dos horas, según le informaron, siempre y cuando no hubiera algún retraso.

Abby comenzó a inquietarse y, con un poco de culpabilidad, Lali comprendió que la niña no había comido nada durante horas. Ella no tenía nada de hambre; pensar en comida le causaba náuseas.

–Cómo envidio tu manera dulce y despreocupada de ver la vida –dijo a Abby, jugueteando con sus rizos–. Ven, pequeña, vamos a buscarte algo de comida.

En el restaurante del aeropuerto, buscó la mesa más retirada, colocó a Abby en una silla alta, pidió huevos revueltos para ambas, y mientras esperaba que le sirviesen, empujó su silla detrás de unas macetas de plantas muy altas. Su nerviosismo era tal, que casi no podía manejar el cuchillo y el tenedor cuando llegó la comida y después de varios intentos se dio por vencida, concentrándose en alimentar a Abby. A la pequeña. no se le podía dar prisa y, después, de calmar un poco su hambre, comenzó a jugar con la cuchara, cerrando los labios cuando se la acercaba, luego pegando con fuerza en la mesa cuando Lali retiraba la comida.

Alimentar a la niña le llevó tanto tiempo, que Lali se asustó cuando oyó su número de vuelo.

–¡Dios Santo! –se levantó–. ¡Es hora de irnos! –Salió corriendo del restaurante, cargando a la pequeña, que protestaba, y comenzó a abrirse camino entre la muchedumbre, avergonzada, pero decidida a ignorar los gritos de Abby. Llegó a la puerta correspondiente; ya había una cola de viajeros que esperaban. Afuera, en la pista, el avión que aguardaba era una vista magnífica: la alfombra mágica que las transportaría de regreso al mundo de la cordura que ella abandonara tan alocadamente.

Mientras una azafata sonriente les daba la bienvenida, LAli caminaba, los ojos fijos en su objetivo, tan concentrada en su meta, que, cuando la detuvieron por el brazo, casi no lo sintió.

A través del ruido de los motores, oyó la voz de Pablo con un suave encanto dirigirse a la azafata:

–Mi esposa ha cambiado de idea: no viajará en este vuelo

Anclada en el lugar como si tuviera pies de acero, Lali vio pasar la fila de viajeros hasta que desaparecieron, completamente desanimada para decir una sola palabra de protesta. Él le permitió aquella pausa, antes de hacer un comentario sombrío:

–¡La opinión que tengo de ti nunca ha sido favorable, pero hasta hoy nunca creí que fueras capaz de engañar así!.

Lali lo miró con tal desaliento, que él se sobresaltó.

–¿Por qué no me has dejado que me vaya?

–Me hubiera sido igual que te fueras –apretó los dientes– ¡Registraría toda Inglaterra hasta encontrarte!.

Estaba demasiado molesta para preguntarse sobre la palidez que había alrededor de los labios comprimidos de Pablo y el nervio que latía fuertemente en su mandíbula... un barómetro que registraba el grado de su ira.

Después, no recordó en absoluto el corto vuelo de regreso a Valparaíso, durante el cual se mantuvo acurrucada en el asiento, con el cuerpo cálido de Abby sobre el suyo helado, mientras Pablo concentraba su atención en pilotar el avión.

Al llegar al hotel, atendiendo la solicitud de Pablo , colocaron una cuna en la habitación de LAli, donde pusieron a la pequeña, que se había dormido.

–¡Ahora –dio vuelta para mirarla de frente– tendrás que darme algunas explicaciones! –Sus fuertes manos la empujaron hacia la sala y, sin cortesía, la obligó a sentarse en el sofá. Lali se hundió, sintiéndose aún más asustada cuando le dijo entre dientes–: ¡Nunca sentí deseos de azotar a una mujer, pero...! ¿Cómo te atreves a hacerme esto... tú, mi esposa, burlándote de mi voluntad?

La intensidad de su ira la estremeció, haciéndola reaccionar de forma violenta:

–¡Yo no soy tu esposa! –Echó la cabeza hacia atrás, desafiante.

El se inclinó, cercándola con sus brazos en el sofá.

–Me has provocado en exceso, mi bella esposa –dijo–. Parece que he sido demasiado indulgente contigo, consciente de que necesitabas tiempo para borrar de tu corazón la imagen del hombre que creíste amar. Ahora veo que no has sabido apreciar mis consideraciones. Muy dentro de ti, como las demás de tu sexo, prefieres que te obliguen, en lugar de darte por tu propia voluntad.

Cuando la soltó, ella se levantó, temblando ante la amenaza.

–¿Qué piensas hacer? ¿Qué nuevo tormento tienes en mente?

–¿Tormento? –exclamó Pablo, dirigiéndole una mirada de deseo–. Ningún tormento, te lo aseguro. Simplemente una cena deliciosa servida aquí en nuestra suite, seguida de una noche pacífica que nos ayudará a conocernos mejor... ¡íntimamente! Mientras tanto, te sugiero que te refresques. Ponte tu vestido color crema con el que pareces una inocente madona... y los zafiros, para recordarme que sólo tomo lo que he pagado.

Cuando él dio la vuelta y se fue, Lali quedó inmóvil, comprendiendo que había llegado la hora de rendir cuentas, y que no había nada que pudiera hacer para impedir que Pablo llevara, a cabo su sentencia, que consideraba un adecuado castigo para su crimen. Cansada, se dirigió a la habitación para hacer lo que le había ordenado, y supo que su humor no había cambiado cuando después entró él, con las facciones sombrías, la cabeza morena sobresaliendo con orgullo por encima del esmoquin blanco, que se adaptaba magníficamente a su cuerpo musculoso.

–La cena áspera –informó al fantasma pálido y asustado que luchaba por mantener la compostura.

–Estoy lista –murmuró, sintiéndose como una mujer condenada a la que llevasen al cadalso.

La cena, servida por un camarero, fue para ella tan insípida como si tomase únicamente pan y agua. Sin embargo, simuló que comía y hasta participó en la ligera conversación que él sostenía. Atendiendo la orden de Pablo , el camarero se retiró, dejándola servir el café. Lo hizo con dedos temblorosos, rechazando con la cabeza la copa de brandy que él le colocó enfrente.

–¡Bébetelo! –ordenó Pablo –. Le devolverá el color a tus mejillas.

"¡Pero no la esperanza a mi corazón!", pensó, demasiado asustada para desobedecer.

Cuando bebió la última gota, Pablo se sentó junto a ella en el sofá, tan cerca, que la sintió temblar como a un pájaro en cautiverio.

–¿Tienes frío? –pasó una mano por sus hombros descubiertos.

–No –musitó, sintiendo el aliento de él cerca de su mejilla.

–Mejor. Así será más fácil mi tarea.

No se resistió cuando los labios masculinos cubrieron los suyos, tampoco respondió... por lo menos hasta que los besos, inspirados por la ira, se volvieron menos brutales y fueron impregnándose de una suave ternura que alivió el dolor de sus emociones destrozadas y borró todo el odio que sentía en el corazón.

Lentamente comenzó a responder, moviendo los labios sobre su mejilla con la suavidad de un pétalo, murmurando breves palabras de amor a través de los labios que la volvían a la vida con sus besos.

Pablo la tomó en sus brazos, llevándola a la habitación. Cerró la puerta con un pie antes de depositarla con suavidad en la cama. Sin titubear, ella abrió sus brazos para recibirlo y, con un gemido, él la abrazó fuertemente y luego procedió, como le había prometido, a transportarla hasta las mismas puertas del cielo.
Algunas horas después, ella lo dejó profundamente dormido y salió de puntillas para volver a su cama, donde se acostó, mirando fijamente hacia el techo, hasta que la luz del amanecer se filtró a través de la persiana.