CAPITULO 60:
Durante todo aquel día Lali tuvo la extraña sensación de que todos callaban al verla, sólo para estallar en miles de susurros ni bien ella se iba. Era obvio que estaban cuchicheando a sus espaldas. Y lo peor era que no ignoraba el motivo de tanta atención. ¿Se habría extralimitado? Después de todo, en su artículo sobre los mentirosos, ella no había mentido ni un poco. Y si alguno se sentía retratado en él...
—¡¿Un conocido editor en jefe?! –bramó Maca ni bien la vio, agitando el último número de la revista como si fuera una espada— ¡¿Te has vuelto loca, Lali?!... ¡Todos saben que estás hablando de Pablo! La radio no ha parado en toda la mañana de hacer comentarios sobre el artículo, y ahora, de seguro, van a sumarse los programas de la televisión.
—No menciono ningún nombre, ni digo ninguna mentira... –se defendió la muchacha.
—¿Qué es esto, Lali?... ¿Una venganza personal?
—¡Pues si es así, podes seguir vengándote de quien quieras! –se emocionó Agus que acababa de llegar— ¡RLP está en boca de todos!
Tras él, apareció Benja, que no se veía tan exultante, como preocupado.
—¿El “patético conductor” soy yo?
—Decime... ¿Pablo autorizó esta nota?
—Yo la autoricé –respondió Lali— Es sólo una nota más.
—¿Él la leyó? –insistió Maca.
—Ahora nos vamos a enterar... –dijo Agus, mientras se acercaba a la pantalla para conectarla.
La voz grave de Pablo resonó en la sala, y los demás se quedaron callados.
—Estoy conectado a Internet desde hace unas horas... Me alegra que mis palabras sean órdenes para ustedes. Veo que les ha llevado muy poco mejorar nuestroposicionamiento en el mercado... Como ven, todo es cuestión de buena voluntad.
—¡Todos hablan de nosotros! –se entusiasmó Agus.
—Todos hablan de mí –concluyó Pablo.
—El artículo me pareció malintencionado –salió en su defensa Maca.
La mirada Pablo se fijó en un punto indefinido de la pantalla, pero Lali sintió como si fuera en ella.
—A mí me pareció muy bien –aprobó el jefe—, excepto por el uso del potencial. Como sea, hemos logrado lo que queríamos, así que ahora hay que mantenerlo.
—¿Y el artículo sobre cirugía estética que te envié ayer? ¿Lo leíste?
—Lo que le falta a tu artículo, Maca, es humor... Eso es lo que hizo tan atrapante la nota de Lali. Era divertida, y la gente la leyó hasta el final. Además,específicamente te pedí que la hicieras junto a Agus y...
—Eso es culpa mía. Agus tiene horarios muy difíciles y...
—En realidad fui yo el que...
—Bueno... No hay problema. Hoy se juntan, y...
—Hoy no puedo.
—Yo tampoco.
Los demás los miraron con suspicacia. ¿Qué había ocurrido entre esos dos? Del otro lado de la mesa, Benja, indiferente, pegó un grito, mientras levantaba la revista.
—¡Lo encontré!... ¡Aquí está el verbo en potencial!... – Y leyendo, agregó—“¿Podrían sus dotes como amante compensar tanta mentira? ¿Qué tan maravillosas tendrían que ser sus caricias como para producir el olvido del daño?”
Entusiasmado, se dirigió a la cámara.
—Está hablando de vos, Pablo... ¡Ah!... ¡Ahora entiendo!... ¡Claro!... Objetas el uso del potencial...
—Muy listo, Benja.
—Pero tenes que perdonar a nuestra Lali... La pobre no puede saber como sos, porque nunca...
—Aclarado el punto –lo interrumpió de inmediato Lali— ¿por qué no nos ocupamos ahora de la próxima edición?
Del otro lado de la pantalla, Pablo sonrió.
—Antes de que dejemos a un lado el artículo –se apuró a decir Agus—. Desde la mañana que han sonado los teléfonos para entrevistar a Lali. La nota le gustó a todos, y...
—Yo no quiero entrevistas –lo interrumpió la muchacha.
—Lo que esos cuervos quieren, es tirarle de la lengua en tu contra, Pablo –se preocupó Maca—. No le permitas que...
Pablo la interrumpió.
—Nada más inútil. Ya aprendí que a Lali no se le impone nada. Diga lo que yo diga, siempre terminará haciendo sólo lo que ella quiera –respondió con amargura.
Demasiada amargura, como para pasar desapercibida a los demás. Demasiada amargura, como para no lastimarla....
Po otro lado...
Nada le estaba saliendo bien. Ni siquiera esa tarde. Durante semanas había pensado en alguna actividad que pudiera acercarlo a Lali. Se moría por tocarla, por acariciar su intimidad... Por atraer ese cuerpo que el hijo de mil putas de Pablo había dejado en llamas.
Vico perdió la mirada en la cola perfecta que, mojada, se mostraba invitante. En el contorno de esos pechos firmes, que se dibujaban en cada salto. En sus piernas, , como él las quería, en mil posiciones, pero, para su desgracia, siempre a la distancia.
Sí... Nada estaba resultando como él lo había planeado. Aquel sábado había sugerido ir a patinar sobre hielo, (algo que él y Lali solían hacer en su infancia), para poder gozar de aquella intimidad que tenía grabada a fuego en su memoria. Como cuando tenían trece años, y ella se tomaba de su cintura, buscando el equilibrio perdido. O usaba su cuerpo para detenerse, pegando tanto su pecho, que, a pesar del hielo, él comenzaba a transpirar. O ensayaba algún paso, rozándolo con dulzura, hasta hundirlo en el delirio.
Pero aquel sábado, con trece años ya transcurridos, Lali conservaba intactas su gracia y su belleza, mientras que él, confinado atrás de un escritorio, se había vuelto duro y anquilosado. Ponerse los patines no había sido su mejor idea, y, por supuesto, no iba a empeorarla separándose demasiado de la valla. Su compañera, en cambio, disfrutaba de la pista helada y de la música, sonriéndole a la distancia. ¿Por qué Lali le quedaba siempre tan lejos? Por lo menos ahora lo dejaba besarla. Eran besos apasionados de su lado, y caricias indiferentes del de ella, pero algo era algo.
—¡Te estás aburriendo!
—No importa, Lali... Vale la pena, si al menos te veo sonreír...
—¡Sí!... De verdad lo disfruto... ¡Hagamos una cosa! Déjame un rato más, y luego vamos a tomar algo... ¿Por qué, mientras, no te sacas los patines, y te sentas a leer mi artículo?
—Sí... Ya lo voy a leer.
—¡No!... Es obvio que no queres hacerlo... Y no entiendo por qué. Es la primera vez que sale publicado algo mío, y...
—Han salido miles de notas tuyas.
—¡No!... Notas de otros, que yo corregía... Esto es lo primero mío. Y, de verdad, me gustaría tener tu opinión...
—Voy a leerlo... Pero sabes que estuve muy ocupado...
—Salió el jueves, y hoy es sábado... ¿Tanto te cuesta leer seis hojas?
Otra vez la muchacha se alejó, para disfrutar de un goce que él no sabía darle.
No... Claro que no quería leer ese maldito artículo. Todos hablaban de él, y el tema de lo inevitable de terminar eligiendo a un mentiroso, se había instalado ya en la sociedad. Los programas televisivos, ávidos de material, se habían hecho eco de él de inmediato, rellenando sus horas con disquisiciones sobre el asunto: “Cómo distinguir a un mentiroso”, “Cómo protegerse de uno”, y cosas por el estilo... Su amiga estaba a un paso de ser famosa. Y Vico no ignoraba que de los antiguos tres, (Gas, él y ella), Lali era, lejos, la única que lo merecía.
¡Claro que Martinez no la quería dejar ir! De seguro, también era mejor que él. Pero no. En su fuero íntimo Vico estaba convencido de que lo que ese hijo de puta no quería perder, no era a la periodista, sino a la amante. Porque también en eso Lali se destacaba. Ella sabía amar como ninguna... ¿Cuántas veces Gas se había jactado de su felicidad? ¡El muy desgraciado!... Porque Gas sabía muy bien lo que le pasaba con su esposa, y por eso le encantaba pavonearse frente a él.
Para ese imbécil, Lali no era más que otro partido ganado. Otro partido que, como tantos otros en su vida, Vico había perdido miserablemente. Pero ahora, con Gas bajo tierra, y Pablo en Estados Unidos, había llegado el momento de la revancha.
—¡Lali!... ¿También te has sacado los patines?
—Me dio lástima dejarte allí, tan aburrido.
—¿Vamos?
—No puedo... Ese nenito me tiró, y creo que todavía estoy empapada...
Y entonces, con esa sensualidad natural que a su amigo lo volvía loco, simplemente se dio vuelta para que él chequeara con sus propios ojos toda la grandeza de aquella cola mojada, y perfecta.
—Sí... –dijo, intentando tocarla.
Pero la muchacha se corrió en el momento justo.
—Mejor nos quedamos aquí... Mira este rinconcito... El sol entra por la ventana.
—Sí, mejor nos quedamos aquí –dijo él, presionándola contra los vidrios con su cuerpo ardiente–. Te deseo tanto, Lali ...
La joven volvió a esquivarlo.
—Cuidado Vico... Está lleno de nenes. ¡Y aunque estuviéramos solos!
—¿Qué ocurre? ¿No soy Martinez?
—No, no lo sos.
—¿Por qué no me das la oportunidad que le diste a él?
—Porque no pienso cometer dos veces el mismo error... No, Vico..., el próximo hombre que se acueste conmigo, va a ser mi esposo.
—¡Entonces casémonos!... Los hombres pasan por tu vida, y sólo yo permanezco a tu lado. Sabes que estamos predestinados para terminar juntos...
Mal que le pesara a Lali, su amigo tenía razón. Vico siempre estaba allí cuando más lo necesitaba. Y era bueno y, a pesar de mentir como todos, era mucho más confiable que los demás. ¿Qué se iba a quedar esperando?... ¿A Pablo?... Sí, era cierto que cada vez que se comunicaba con el grupo, su jefe siempre se las ingeniaba para decirle algo que la hacía estremecer. Era obvio que él sabía como excitarla, y que todavía no había perdido el interés por hacerlo. Le gustaba sentirla bajo su dominio, aún a la distancia. Quizás porque sabía que, ni bien volviera, todo contacto iba a llegar a su fin. O porque, sin buscarlo, Lali lo había herido en su orgullo de conquistador, y ahora sólo intentaba obtener una revancha.
La joven suspiró.
—¿Qué contestas? –insistió Vico.
—¿Me ofreces volver a Mendoza?
—¡No!... Te ofrezco matrimonio. Podemos quedarnos aquí, si queres. Ahora que ese artículo ha levantado tanta polvareda, te va a ser fácil conseguir incluso un trabajo mejor que el que tienes con Pablo. Está visto que lo tuyo no es el periodismo político, o de investigación, sino más bien los temas humanos. Yo mismo podría hablar de nuevo con el dueño de...
—¿Crees que con el artículo publicado sea más fácil conseguir algo?
—El muy idiota de Pablo sabía a la perfección que la única forma de retenerte, era mantenerte oculta. Al menos ahora tiene la decencia de permitir que te luzcas... Quizás es su forma de compensarte por lo mal que se portó con vos...
“O de sacarme de encima, sin sentir culpa”, pensó Lali. Vico tenía razón. Pablo nunca antes le había dado la oportunidad que ahora, en cambio, le servía en bandeja... Sí... Las demás tenían razón... Aquel amante eficiente no era, ni por mucho, el peor de los hombres.
—Además, sabes que todavía está en pie la promesa que le hiciste a tu suegra. Y el tiempo corre... Pensalo, ¿qué tan mal puede irnos, si estamos juntos?
Lali observó a aquel hombre enamorado.
—¿Y?... ¿Qué me respondes?
—Como vos decís, Vico... Tengo que pensarlo.