Holaaaa, como andan chicas?? veo que esperan con ansias este capi jajaj, espero que les guste, besotes
CAPITULO 44:
Por un buen rato forcejearon. Peter dio un fuerte tirón, y logró rasgar la camisa y el corpiño de la muchacha, dejándola medio desnuda, aunque de inmediato ella pudo empujarlo con fuerza, arrojándolo a un costado. Pero fue un alivio breve. Cuando aquel maniático se recuperó, todavía estaba dispuesto a persistir en su intento. Se le echó encima con una furia imparable, y fue precisamente ese envión el que la joven aprovechó para asestarle un rodillazo en su sexo, tan doloroso como efectivo.
Para desgracia de su contrincante, Lali había trabajado en turismo desde muy joven, y más de una vez se había visto forzada a poner en su lugar a algún gigantón borracho. Era delgada, pero de ninguna forma era una mujer débil. Sin recuperarse todavía del golpe, ni del susto, Peter ahora lloraba agazapado en un rincón.
—¡Pedazo de idiota! –comenzó a retarlo ella, mientras intentaba atar su corpiño—. ¿Crees que voy a despedirme del mundo y del sexo, luego de haber sido tan feliz con mi marido, dejándome violar por un imbécil como vos?
—¡Por tu culpa!... ¡Por tu culpa! –murmuraba aquel galán.
Y entonces el ruido de unos pasos del otro lado, los obligó a callar por un instante.
—¡Vamos a morir!... ¡Vamos a morir! –repetía Peter con bríos renovados.
—¡Silencio!... El perro no ladró... O no llegó nadie, o lo hizo alguien conocido... Quizás es el Muerto...
—¡Vamos a morir!....
La puerta se abrió de un golpe, y asomó un arma. Peter pegó un grito, y Lali encomendó su alma a Dios.
—¡Vamos!... ¡Salgan!
—¡Martinez! –se sorprendió la muchacha— ¿Qué está haciendo aquí?
—Rápido... Tenemos que irnos. Drogué al perro y al tipo, pero...
—Pronto va a venir otro –informó Lali, mientras levantaba a Peter, y lo ayudaba a salir.
—¿Te hiciste pis, Lanzani? –preguntó su jefe, al olerlo, cuando pasaba a su lado.
Pero no esperó respuesta. En cambio, corrieron los tres hacia el exterior. Peter estaba tan asustado, que trastabilló.
—Ve hacia el auto, Lali –ordenó Pablo—. Está más allá del portón principal, escondido atrás de unos álamos. Yo me encargo de él.
—¿Llamo a la policía?
—Ya lo he hecho. ¡Corre!
La joven lo obedeció, pero cuando Pablo se dio vuelta para ayudar a su abogado, la voz grave de un tipo lo obligó a incorporarse de un salto.
—¿Adónde van tan apurados?
El fulano, un hombre grande y musculoso, tenía a Lali sostenida por un brazo, mientras le apuntaba con un arma en la sien.
Pablo se limitó entonces a dirigir su propia pistola hacia la cabeza del recién llegado.
—Si le disparas a la muchacha, te mato a vos.
Por un segundo los dos rivales se midieron.
—Yo te conozco... Vos sos el hijo de puta de la tele... El que habla de política...
—Deja a la muchacha. Si la lastimas, te mato.
—Si mato a esta nena tan linda, aunque me mates después, no podrás recuperarla...
Yo llevo las de ganar. Deja el arma en el suelo.
—Le disparas a ella, o a mí. Vos elegís.
—Elijo dispararle a ella... O dejas el arma en el suelo.
—Está por llegar la policía... Y si te atrapan...
—Tengo un buen abogado.
—Que no te va a salvar de Vasquez... Deja a la muchacha.
En ese momento, Peter, viendo que nadie se ocupaba de él, se puso de pie de un salto, dispuesto a echar a correr. Pero aquel tipo fue más rápido, disparándole de inmediato. Herido y ensangrentado, cayó de nuevo al suelo.
—¡Eso no era necesario!
—Tenes razón... Como sea, voy a morir. Mi jefe no perdona... Así que me da lo mismo matar al que me venga en gana... A esta nena linda, a él, o a vos.... ¡Deja el arma en el piso!
El tipo acarició la sien de la muchacha con el cañón frío de la pistola.
—Me estoy poniendo nervioso... –amenazó—. Y no se pone nervioso a un sentenciado a muerte.
—¡Está bien!... No la lastimes... Aquí voy a dejarte el arma... Mira..., está en el piso.
En efecto, Pablo apoyó su revolver con cuidado sobre la tierra húmeda.
—Patéalo hacia aquí.
—Suelta a la muchacha.
—Patéalo hacia aquí.
Pablo le dio un ligero golpe a la pistola.
—Buen chico... Ahora voy a llevarme a esta señorita... Ella va a ser mi boleto a la libertad.
—¡No seas idiota!... Ella no le importa a nadie. La policía no va a detenerse porque la tengas... En cambio conmigo... Te van a dar hasta un avión, si lo pides... Nadiequiere que muera alguien famoso como yo...
—¿Sabes que tenes razón?... Sí... Ya sé quién sos... Martinez... Una vez te vi con Vasquez... Sí... Vos me servís más...
—Déjala, entonces...
Y, sin esperar respuesta, Pablo comenzó a caminar hacia el hombre armado, con las manos en alto.
—¡No!... –suplicó Lali— ¡Aléjese!
—¡Cállate, idiota!... –se enfureció el tipo.
Y fue en aquel desviar la mirada hacia la muchacha, que Pablo aprovechó para abalanzarse sobre él. Lali, a la vez, corrió hasta el arma que estaba en el suelo.
Los dos hombres forcejeaban, indiferentes a ella, hasta que la muchacha apoyó el caño de la pistola en la cabeza de aquel hombre.
—Sé usarla –dijo simplemente.
Y bastó aquella distracción, para que Pablo se apoderara de la otra pistola.
En ese preciso momento llegó la policía. Cuando los oficiales se hicieron cargo de aquel hombre, Lali y Pablo se observaron confundidos. Ambos tenían todavía un arma en la mano. En la lucha, el corpiño de la muchacha había vuelto a desgarrarse, dejando otra vez uno de sus pechos al descubierto. Pablo desvió la mirada, y entonces ella lo notó, y se apuró a taparse.
—¿Me da el arma, señorita? –le pidió un policía, tendiéndole la mano.
Más allá, un oficial auxiliaba a Peter, que recuperado de su desmayo, y viéndose al fin amparado por la ley, recobraba por completo su dignidad. Poco le importaba haberse orinado por el susto, o tener una pierna lastimada. Como si fuera un orador encendido, reclamaba inmediata atención, y prometía el más duro de los infiernos jurídicos a aquel que lo descuidara.
—¿Estás bien? –preguntó Pablo a su empleada, ni bien los policías se alejaron..
Lali, que todavía luchaba con su ropa, (o lo que quedaba de ella), levantó la cabeza, y lo miró, desolada.
—¿Cómo supo?
—Te advertí que no te metieras con Vasquez.
La joven hizo un último intento por preguntar, pero un hombre de traje se interpuso entre ellos.
—Vamos a tener que tomarles declaración...
—Yo voy a declarar... –se apuró a decir Pablo—. Pero preferiría que el nombre de la dama no figure en actas...
—Señor Pablo, lamento desilusionarlo... Esto no es la televisión. Aquí no es usted el que decide. La señorita tendrá que justificar su presencia en el lugar del hecho.
—Comisario... Es usted el que no entiende... El esposo de la señora no sabe que ella está aquí... No queremos preocuparlo... Es un hombre muy celoso.
—Ah...
—Por eso quisiera preservar su identidad.
—¡Es imposible!... Tendrá que declarar...
—De seguro hay alguna forma de arreglarlo entre nosotros.
—Eso sería una falta grave.
—¡Pero, comisario!... Si yo mandara a uno de mis chicos a revisar todas las causas en que usted ha participado......Pero ni a usted ni a mí nos interesa eso, porque sabemos que las cosas no se manejan así.
—Entiendo...
Aquel hombre llevó a Pablo hacia un costado.
—Mire, señor Martinez... Si voy a ser franco..., aquí en la provincia nos movemos distinto que en la Capital... Una mano lava la otra, ¿entiende?... Y todos hemos estado alguna vez en su misma situación... Yo no quisiera crear problemas por tan poco. Así que voy a darme vuelta..., y si la señora se escapa antes de que llegue la Federal, no es mi culpa..., ¿no le parece?... Es lo más que puedo hacer. ¡Lo lamento!
—¡Con eso nos alcanza!... ¡Vamos, Lali!
—¡Momentito!... Usted se tiene que quedar... Mi gente lo ha visto, y todos saben quién es. Y si el dueño de este campo pregunta...
—No se preocupe. Conozco al dueño de este campo. Yo mismo voy a darle las explicaciones del caso. Le contaré como mi abogado recogió a una muchacha en el camino, se le descompuso el auto, llegó hasta aquí en busca de ayuda, y al ver que había un movimiento extraño, llamó a la policía primero, y luego a mí... Cuando ustedes llegaron, la muchacha escapó, y...
—Igual va a tener que declarar.
—Voy a hacerlo. Pero con el Comisario Pinto de la Federal. Derive a él las actuaciones.
Sin detenerse a explicar más, Pablo tomó a su empleada por la cintura, para sostener su paso vacilante.
El sol comenzaba a asomar por el campo recién sembrado. La noche quedaba atrás. Y la vida volvía a empezar.
Para cuando Pablo regresó al auto, Lali todavía luchaba por cubrirse. La camisa estaba destrozada, y no había nudo posible que contuviera el corpiño.
—Toma... –le dijo, mientras le alargaba una chaqueta que había sacado del baúl del auto.
—Gracias... ¿Cómo estaba Peter?
—Vivo..., que es más de lo que se merece... Pero ha perdido mucha sangre. De todas formas, entendió bien su parte de la historia.
—¿Por qué no quiere que Vasquez sepa que he estado aquí?
—Vos sos un cabo suelto para él... Y a Vasquez no le gusta dejar las cosas por la mitad.
Pablo puso en marcha el motor, y permanecieron en silencio por el resto del viaje, hasta que se detuvieron en un bar en medio de la ruta....
Parece k se borro.Peter un cobaede integral .Al menos Lali ya sabe d k va.Yo lo hubiera dejado ahi,mira k inntentar violarla es d lo mmas bajo.Suerte k Pablo siempre esta atento y mas en lo k concierne a Lali
ResponderEliminarnonononono como pudiste dejarlo ahi... eso cada vez esta mas interesante...
ResponderEliminarY Peer es un asno no lo soporto... por suerte Pablo llego antes de tiempo y no paso a mayores pero presiento que la cosa no va a terminar asi, y Pablo algo le va a hacer por haberse metido con Lali....
QUIEROOOOO MAS NOVEEEEEEEEEEEEEEE!!!!
Espero q subas pronto... Besos q estes bien!!!!