jueves, 4 de abril de 2013

Capítulo 37: "Vos necia, Yo mentiroso"




Hola chicas como andan, paso rapidisimo no tengo nada de tiempo tengo de tarea leer la odisea y es una odisea para mi leerla jaja, besotes que esten bien

CAPITULO 37:
Dos años atrás, Pablo Martinez había inaugurado en su revista lo que él llamaba “La página del idiota”, quizás porque ya estaba cansado de escuchar decir que en “RLP” cualquier idiota opinaba. Aquel era un espacio teóricamente disponible para los lectores, en tanto y en cuanto se hicieran cargo de sus dichos. La revista, en cambio, deslindaba en forma explícita toda responsabilidad sobre lo allí publicado. Los artículos solían tener distinto tenor. Algunos eran quejas de consumidores frustrados, otros, insultos a políticos, o denuncias. Incluso una vez el autor de la nota había sido un niño de doce años, contando con todo detalle el maltrato al que lo sometía su padre.
Muchas de las historias allí relatadas tenían la frescura propia de un texto no escrito en forma profesional, así que aquella extraña sección de la revista se había vuelto, con el correr de los meses, una de las más leídas y comentadas. Quizás por eso PAblo comenzó a servirse de ella para hacer públicos todos aquellos asuntos que, de llevar su firma, podían traerle aparejado un dolor de cabeza legal. ¿Cómo lo hacía? Simple. Tomaba a algún pasante o periodista recién recibido, de esos que había tantos pululando por la redacción, se cercioraba que fuera adecuadamente pobre, (¿quién quería demandar a alguien que ya estaba en la calle?), le acercaba toda la información que tenía disponible, y luego le pagaba para que redactara el artículo, y lo firmara.
Durante dos años aquel había sido un sistema perfecto. Pero hasta lo más perfecto  El último artículo de “La página del idiota” había sido brillantemente redactado por un ambicioso jovencito, denunciando a un diputado de la nación. Era un conjunto de “dimes y diretes”, que gracias a la pluma de aquel niño, terminaban resultando convincentes. La nota había levantado bastante polvareda, y Pablo estaba feliz. Pero, por desgracia, desde que se había empeñado en investigar al presidente, Pablo se había vuelto un tanto descuidado con sus demás asuntos. Un día, en un apuro, había cometido el error de garrapatear una nota a su novel redactor. Ahora ese pequeño papel se había convertido en el inicio de un gran problema. El muchacho se lo había vendido de inmediato al diputado. Aquella era la prueba contundente que demostraba la farsa detrás de “La página del idiota”, y que arrastraba a “RLP” a los tribunales, para hacerse cargo de las opiniones allí vertidas. Y no era sólo cuestión de los cientos de miles de pesos que hubiera debido pagarle al político por haberlo difamado sin pruebas, ni siquiera la vergüenza que significaba tener que retractarse. No, era mucho peor. Aquel precedente daba pie a decenas de acusaciones semejantes, (al menos una por cada “Página del idiota” publicada), y ponía en riesgo, no sólo la continuidad de “RLP”, sino también el buen nombre y la credibilidad de Pablo Martinez. Así, por un simple error, todo su imperio podía venirse abajo en cuestión de horas.
Desde que había llegado la denuncia, no se había hablado de otra cosa en la redacción. La cara de todos anunciaba el peor desenlace, y hasta el pequeño escándalo del martes entre el gran jefe y una muchacha, había sido olvidado rápidamente. Aquel viernes la noticia había corrido como reguero de pólvora. A las ocho de la mañana se había presentado a la redacción el diputado presuntamente difamado, seguido por un séquito de abogados, y dos oficiales de justicia. Tenían una orden de allanamiento, y parecían hablar en serio. Lo extraño era que, a pesar de la hora, y como si los hubiera estado esperando, el mismo Pablo Martinez había salido a recibirlos.
Cuando llamaron a Peter a su casa para que se presentara en la redacción de forma urgente, él no se inquietó. Si su jefe estaba tranquilo, no tenía verdaderos motivos para temer. Pero cuando, luego de cuatro horas continuas de reunión, Pablo apenas se había limitado a escuchar, mostrándose todo el tiempo cabizbajo y meditabundo, el doctor Lanzani comenzó a temblar. Las pruebas eran contundentes. El papel no mentía, y aquellos leguleyos conocían a la perfección su oficio, y valían cada centavos de los trescientos dólares la hora que se les pagaban.
Pablo parecía entregado. Había aceptado mansamente cada acusación, y sólo se había mostrado irreductible al exigir la presencia del juez de turno para llevar a cabo el allanamiento, invocando la importancia que tenía el preservar intactos los privilegios de la prensa escrita. Casi al mediodía, dando ya todo por perdido, Peter decidió cambiar rápidamente de estrategia. Comenzó a esforzarse por caerle simpático a uno de los dueños del lujoso estudio que patrocinaba al diputado. Un trabajo en su bufete era una buena opción si, como anticipaba, la publicación de Martinez dejaba de existir. Y es que, al parecer, ya no faltaba tanto para que las siglas de la revista pasaran de “RLP” a, simplemente, “R.I.P.” (o, como diría su tío Horacio, “Requiescat in Pace”)
Pero en el preciso momento en que su servilismo llegaba al máximo nivel, una secretaria entró, anunciando la llegada del juez.
Ese era el fin. Ya no había más excusas. El allanamiento estaba a punto de comenzar. Y cuando ya todo se desmoronaba, Pablo Martinez, impávido y todavía con aquella maldita sonrisa en los labios, simplemente apagó la luz.
Para desconcierto de los presentes, de la nada bajó una pantalla gigante, y comenzó la proyección. ¡El muy maldito! Pablo siempre guardaba un as en la manga. Tenía videos de todo. Y aquel en particular, era demoledor. Una vez acabada la función, los costosos patrocinantes del diputado se apuraron a meter violín en bolsa, (junto con los dólares de sus honorarios), y a huir como ratas, dejando sólo a un triste novato como representante. El juez se apresuró a incautar el video, que justificaba con creces todas las acusaciones vertidas en “La página del idiota”. El diputado lloró, implorando clemencia, al igual que el joven reportero, que había soñado tontamente con pasar a la historia como “el hombre que se había burlado de Pablo Martinez”.
Para las dos de la tarde ya todo se había terminado. Sólo quedaban Peter y Pablo en el living de reuniones. La carnicería había sido tan violenta, que al joven abogado, todavía en shock, le parecía ver sangre chorreando por las paredes. Claro que, por fortuna, finalmente no había sido la suya.
Una vez más el gran Pablo Martinez había vencido. ¡Ese desgraciado! El doctor Lanzani observaba ahora a su jefe a la distancia. El muy hijo de puta se veía satisfecho, mientras tomaba notas, (¿qué mierda tenía tanto que anotar?), indiferente a su presencia.
—¿Puedo preguntarte cómo obtuviste el video?
—Sabía que si alguien hacía pública la historia, iba a terminar apareciendo una 
prueba. Hoy en día, con tanto celular con cámara dando vuelta, hasta un escolar 
puede ser un testigo fidedigno.
—Debe haberte costado una fortuna.
—Un poco más... Pero bastante menos de lo que te pago a vos por hacer el triste 
papel que hiciste.
—Entenderás que tenía que cuidar mi trasero.
—Nada más inútil –respondió su jefe en forma enigmática.
¿Qué le habría querido decir? ¿Que había hecho mal en humillarse antes de tiempo, o que daba lo mismo, porque ya tenía el culo roto?
Mientras su jefe seguía sonriendo, el doctor Peter sintió que una rabia ciega comenzaba a invadirlo.
—Bueno... Esta vez es una victoria. Lástima que no siempre se puede ganar, ¿no?.
—¿A qué te referís?
—A Mariana Esposito.
—Olvídate de ella.
Pablo volvió a sus papeles, pero el joven abogado no se dejó engañar por su pretendida indiferencia.
—¿Ya decidiste que vas a hacer para ganártela?
—Olvídate de ella.
—Pero vas a insistir, ¿no?
—Jamás lo hago cuando se trata de una mujer. A estas alturas ya tendrías que saberlo.
Peter no era idiota. Mientras hablaba, su jefe no había dejado de escribir en ningún momento, ¡pero a él no lo engañaba!
—¿Por qué te interesa tanto, Pablo?... ¡Vamos!, la muchacha es común y corriente. 
¡Y quinientos mil dólares es mucho dinero!
Pablo olvidó sus papeles, para observarlo.
—¿Por qué te interesa a vos?
Peter agachó la cabeza, incapaz de resistir la mirada inquisidora de su jefe.
—¿Acaso has vuelto a verla? –insistió Pablo.
—¡Por favor! Nunca interfiero con tus asuntos –mintió su empleado.
Y estaba seguro de haberlo hecho con el arte necesario como para engañar incluso a aquel desconfiado. Por las dudas, Peter se apuró a salir de allí cuanto antes.
Aquella mañana había sido ya suficientemente complicada, como para añadirle una preocupación más. Y bastó que su empleado desapareciera de su vista, para que Pablo tomara el teléfono.
—Hola... ¿Rosa? Pásame con Carmen, por favor... ¿Carmen? ¿Podes revisar 
disimuladamente la agenda de Peter? Decime si tiene alguna cita con una tal 
“Mariana Esposito”... ¿Sí?... ¿Hoy? Ah, ayer. Muchas gracias .Pablo se apuró a colgar, y de inmediato se quedó pensativo, entornando sus bellos ojos verdes.“De todos los hombres del mundo…...”

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