Holaaa hola paso a dejarles el capi numero 11 gracias las chicas que siempre están yo se que en estos días se complica; por eso les dejo el otro capi cuando puedan se ponen al día ,besote
CARO
CAPÏTTULO 11:
Por otro lado….
¿Acaso nunca más iba a poder ser feliz? Era como si siempre llegara a la vida de Lali demasiado tarde. Victorio tropezó con una mujer, que retrucó sus sinceras disculpas con una maldición. La gente de la ciudad parecía eternamente molesta y a punto de estallar, y cada paso que daba por Buenos Aires lo hacía extrañar un poco más la calma, el orden, y la limpieza de su Mendoza natal. Él no encajaba allí, y Lali menos. ¿Qué hacía entonces junto a un mentiroso profesional como Pablo Martinez, objetado aún por sus propios colegas? ¿No era acaso como dejar la oveja más mansa al cuidado de un lobo despiadado? Se aprestó a cruzar la avenida del Libertador. La empresa no era fácil. La calle era ridículamente ancha, y los automóviles se apiñaban en ella, circulando a toda velocidad.
Dejó pasar los segundos que faltaban de luz verde, (no quería arriesgarse) Pacientemente contempló la romería de autos importados, y cuando el destello verde se apropió del semáforo otra vez, comenzó a cruzar a paso acelerado. En sentido contrario observó a un joven en silla de ruedas, luchando por lograr lo imposible. Del otro lado, la luz ya comenzaba a parpadear. Por un momento pensó en ayudarlo, pero de inmedliato desistió. El trabajo en la revista era intenso, y tenía poco tiempo para buscar Lali.
Por otra parte, la ciudad era una jungla, y de seguro aquel muchacho ya estaba acostumbrado. ¿Qué ganaba con ayudarlo? Los porteños eran agresivos y volátiles, y hasta era probable que, si lo hacía, lo terminara insultando por la “humillación”.
Como fuera, quizás por miedo a los automovilistas que hacían bramar sus motores, o para aquietar su conciencia, Victorio corrió los últimos pasos hasta la acera, haciendo pie en tierra firme en el preciso momento en que, detrás suyo, la locura se largaba otra vez ¿Lo habría logrado el muchacho? Por las dudas decidió no mirar. No era su culpa, y, de todas formas, no podía hacer nada.
Caminó a paso lento por las veredas anchísimas y arboladas. Los lujosos edificios tenían un aire europeo, a pesar de elevarse al cielo como los grandes rascacielos americanos. Victorio se sentía inapropiado allí. Provenía de una larga estirpe de bodegueros y periodistas, y siempre se había considerado a sí mismo como un hombre rico. Pero aquello era otra cosa. Un lujo obsceno que le molestaba, donde la valía de un hombre se juzgaba sólo por sus posesiones, y no por sus logros. Incluso los pocos negocios abiertos, estaban hechos más para alejar a los indeseables, que para atraer a los clientes, y hasta los vendedores miraban con altivez al resto de la humanidad.
Cruzó la calle con cuidado, y se detuvo. ¡Ese aroma! Jazmines... ¿De dónde salía? Como ocurría con el dinero que había servido para construir aquel sitio, también el aroma parecía no provenir de ninguna parte. Por un momento, y bajo su influjo, se dejó transportar al pasado: la casa de sus padres, y aquella planta frondosa que le permitía fumar sin ser descubierto, cuando apenas era un niño. Y esa noche mágica en que, parado junto a ella, y con un cigarrillo en la mano, había visto el destello del cuarto de Lali, y ella, entrando allí apenas cubierta por su cabello liso, y una toalla.
Durante algunos minutos la había observado casi en trance, mareado de tanto olor a jazmín, y de tanta belleza. Y entonces había ocurrido lo imposible: la toalla cayendo, y el milagro de los pechos incipientes de su vecina, su compañera de juegos, que de un día para otro, y sin pedirle permiso, se había convertido en una mujer.
Desde entonces la había amado con tanta devoción como locura, y ya nada había vuelto a ser lo mismo en su vida. Tartamudeaba al hablarle, y temblaba cada vez que la tenía cerca. Desde aquella noche, cuando apenas tenía trece, hasta los dieciséis años, se había despertado cada mañana jurándose a si mismo que no iba a llegar la noche sin haberla abrazado y besado con pasión. Pero nada. Bastaba su cercanía para enmudecer. Y después llegó Gaston….
Por otro lado….
¿Acaso nunca más iba a poder ser feliz? Era como si siempre llegara a la vida de Lali demasiado tarde. Victorio tropezó con una mujer, que retrucó sus sinceras disculpas con una maldición. La gente de la ciudad parecía eternamente molesta y a punto de estallar, y cada paso que daba por Buenos Aires lo hacía extrañar un poco más la calma, el orden, y la limpieza de su Mendoza natal. Él no encajaba allí, y Lali menos. ¿Qué hacía entonces junto a un mentiroso profesional como Pablo Martinez, objetado aún por sus propios colegas? ¿No era acaso como dejar la oveja más mansa al cuidado de un lobo despiadado? Se aprestó a cruzar la avenida del Libertador. La empresa no era fácil. La calle era ridículamente ancha, y los automóviles se apiñaban en ella, circulando a toda velocidad.
Dejó pasar los segundos que faltaban de luz verde, (no quería arriesgarse) Pacientemente contempló la romería de autos importados, y cuando el destello verde se apropió del semáforo otra vez, comenzó a cruzar a paso acelerado. En sentido contrario observó a un joven en silla de ruedas, luchando por lograr lo imposible. Del otro lado, la luz ya comenzaba a parpadear. Por un momento pensó en ayudarlo, pero de inmedliato desistió. El trabajo en la revista era intenso, y tenía poco tiempo para buscar Lali.
Por otra parte, la ciudad era una jungla, y de seguro aquel muchacho ya estaba acostumbrado. ¿Qué ganaba con ayudarlo? Los porteños eran agresivos y volátiles, y hasta era probable que, si lo hacía, lo terminara insultando por la “humillación”.
Como fuera, quizás por miedo a los automovilistas que hacían bramar sus motores, o para aquietar su conciencia, Victorio corrió los últimos pasos hasta la acera, haciendo pie en tierra firme en el preciso momento en que, detrás suyo, la locura se largaba otra vez ¿Lo habría logrado el muchacho? Por las dudas decidió no mirar. No era su culpa, y, de todas formas, no podía hacer nada.
Caminó a paso lento por las veredas anchísimas y arboladas. Los lujosos edificios tenían un aire europeo, a pesar de elevarse al cielo como los grandes rascacielos americanos. Victorio se sentía inapropiado allí. Provenía de una larga estirpe de bodegueros y periodistas, y siempre se había considerado a sí mismo como un hombre rico. Pero aquello era otra cosa. Un lujo obsceno que le molestaba, donde la valía de un hombre se juzgaba sólo por sus posesiones, y no por sus logros. Incluso los pocos negocios abiertos, estaban hechos más para alejar a los indeseables, que para atraer a los clientes, y hasta los vendedores miraban con altivez al resto de la humanidad.
Cruzó la calle con cuidado, y se detuvo. ¡Ese aroma! Jazmines... ¿De dónde salía? Como ocurría con el dinero que había servido para construir aquel sitio, también el aroma parecía no provenir de ninguna parte. Por un momento, y bajo su influjo, se dejó transportar al pasado: la casa de sus padres, y aquella planta frondosa que le permitía fumar sin ser descubierto, cuando apenas era un niño. Y esa noche mágica en que, parado junto a ella, y con un cigarrillo en la mano, había visto el destello del cuarto de Lali, y ella, entrando allí apenas cubierta por su cabello liso, y una toalla.
Durante algunos minutos la había observado casi en trance, mareado de tanto olor a jazmín, y de tanta belleza. Y entonces había ocurrido lo imposible: la toalla cayendo, y el milagro de los pechos incipientes de su vecina, su compañera de juegos, que de un día para otro, y sin pedirle permiso, se había convertido en una mujer.
Desde entonces la había amado con tanta devoción como locura, y ya nada había vuelto a ser lo mismo en su vida. Tartamudeaba al hablarle, y temblaba cada vez que la tenía cerca. Desde aquella noche, cuando apenas tenía trece, hasta los dieciséis años, se había despertado cada mañana jurándose a si mismo que no iba a llegar la noche sin haberla abrazado y besado con pasión. Pero nada. Bastaba su cercanía para enmudecer. Y después llegó Gaston….
—Disculpe, por favor.
Perdido en sus recuerdos, Victorio se había quedado en la esquina, inmóvil en medio de una ciudad que nunca se detenía, por lo que alguien se lo había llevado por delante. Era algo que le ocurría con frecuencia desde su llegada a la Capital.
Pero esta vez no había sido como las otras. Esta vez aquel breve contacto le había acariciado el alma. ¡Era ella! Su voz sensual, su presencia leve, su figura menuda. ¡Era Lali! No pudo reaccionar. Como si se desplazara sin tocar el piso, en cuestión de segundos Lali ya había ingresado al lujoso edificio de la esquina. El guardia la había saludado con familiaridad.
Victorio chequeó la dirección con la que la vieja editora le había dado. ¡Mierda! Era la casa de Martinez. Había ido hasta allí para desmentir su peor temor, no para confirmarlo. Pero la verdad estaba ahora ante sus ojos.
Pablo era soltero, y ella no estaba vestida con la formalidad propia de quien concurre a un trabajo. Por el contrario, sólo unos jeans, unas zapatillas, una camisa liviana..., ¡y una estúpida bolsa con provisiones! ¡No! ¡Era imposible! ¡Debía existir otra explicación! Ni siquiera un tipo como Pablo era capaz de hacer tambalear las convicciones de...
Como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, apareció por la puerta de entrada principal la figura imponente de su rival. Sin duda alguna era él. Lo conocía por la televisión. Alto, fornido, próspero... Todos los que estaban sentados en las mesas del bar ubicado en la planta baja, y que formaba parte del edificio, voltearon la cabeza a un tiempo para contemplar su paso altanero.
¡No! ¡Era imposible que Lali...! ¿Era imposible?
Pero esta vez no había sido como las otras. Esta vez aquel breve contacto le había acariciado el alma. ¡Era ella! Su voz sensual, su presencia leve, su figura menuda. ¡Era Lali! No pudo reaccionar. Como si se desplazara sin tocar el piso, en cuestión de segundos Lali ya había ingresado al lujoso edificio de la esquina. El guardia la había saludado con familiaridad.
Victorio chequeó la dirección con la que la vieja editora le había dado. ¡Mierda! Era la casa de Martinez. Había ido hasta allí para desmentir su peor temor, no para confirmarlo. Pero la verdad estaba ahora ante sus ojos.
Pablo era soltero, y ella no estaba vestida con la formalidad propia de quien concurre a un trabajo. Por el contrario, sólo unos jeans, unas zapatillas, una camisa liviana..., ¡y una estúpida bolsa con provisiones! ¡No! ¡Era imposible! ¡Debía existir otra explicación! Ni siquiera un tipo como Pablo era capaz de hacer tambalear las convicciones de...
Como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, apareció por la puerta de entrada principal la figura imponente de su rival. Sin duda alguna era él. Lo conocía por la televisión. Alto, fornido, próspero... Todos los que estaban sentados en las mesas del bar ubicado en la planta baja, y que formaba parte del edificio, voltearon la cabeza a un tiempo para contemplar su paso altanero.
¡No! ¡Era imposible que Lali...! ¿Era imposible?
otro lado Lali…..
cortito pero picante.... q va a hacer ahora Vico... y me gustaria ver q hace Pablo tambien..????
ResponderEliminarMe encanta me encantaaaaa.... quiero mas nove...!!!
Espero q hayas empesado el año muy muy bien... y q suga mejor...
Besos q estes bien y subiiii prontoooooooooooo!!!!! ;D