jueves, 17 de enero de 2013

Capítulo 19: "Vos necia, Yo mentiroso"


Holaaa holaa paso rapisimo a dejarlesun nuevo capi , agradesco a las que pasan siempre y se hacen un espacio entre todo lo que tienen para hacer, sigo subiendo para no atrasarme porque despues me voy de vacaciones y voy a tardar unos dias en volver a subir,hasta que consiga internet en el lugar donde voy , igual me voy el 25 recien , besotes


CAPITULO 19:
Por otro lado:
—¡Te dije que ibas a lograrlo! Era cuestión de buena voluntad, Vico.
Lali entrecerró sus bellos ojos castaños mientras tomaba su vaso de gaseosa. Su compañero se dejó embriagar por su vitalidad. Sí, claro que a su lado podía bailar. Y es que junto a ella se sentía capaz de todo. Bueno, de todo excepto de lo que de verdad quería hacer. Sí, porque durante toda la velada, viéndola moverse frente a él, acariciarlo con dulzura, juguetear con su deseo, su sexo había explotado mil veces, y otras tantas se había tenido que calmar. Ahora mismo, con aquel aroma de su cabello penetrando sus sentidos, se sentía indefenso y dispuesto. Muy dispuesto.
—Al menos nos divertimos –insistió Lali—. Porque, seamos sinceros, venir hasta
aquí no ha servido para otra cosa. Como te dije, periodistas sobran, y nadie está
interesado en contratar a una novata. Y, si te fijas, tiene lógica. Vos has trabajado en
el diario de tu familia desde los catorce, te has recibido con honores, tienes artículos
publicados que han causado revuelo en toda la provincia, y apenas conseguiste
hacer notas pagas para una revista patética. ¿Qué puedo esperar entonces yo, que
ni siquiera he logrado que me publicaran una reseña mortuoria?
—¡Eso no quiere decir nada!... Durante años has trabajado codo a codo con Gas y
conmigo. Sabes más de periodismo que muchos de los que están en este lugar.
—¡Si eso sirviera para un currículum!  Asumámoslo, amigo... Entrar al negocio me va
a llevar mucho tiempo. Por uno o dos años tendré que resignarme a los trapeadores.
—¡No voy a permitirlo! –repitió el otro, indignado.
Pero, por fortuna, su amiga no lo escuchó.
—Igual, Vico, te agradezco por invitarme. La verdad es que desde la muerte de Gas
que no bailaba... Si te voy a ser sincera, creí que no iba a volver a hacerlo nunca
más. Y, de hecho, no me hubiera animado si no se hubiera tratado de vos... ¡Pero
bailar con vos me trajo un montón de recuerdos!... La casa de tus padres, las tardes
que pasamos juntos, preparándonos para nuestra primera fiesta... ¿Cuántas horas
de mi vida invertí tratando de que aprendieras los pasos mínimos?  ¡Y todavía no lo
has logrado! ¡Mira que sos pata dura Vic!... Pero, como sea, esta noche me divertí
mucho.
—Yo... yo también.
—Ahora mejor me llevas a casa –pidió la muchacha, poniéndose de pie—. Mañana
tengo que levantarme temprano.
—¿A tu casa? Yo... Yo...
—Para cuando termines la frase ya será de madrugada – se burló ella, para agregar,
mientras lo tomaba de la mano, y lo empujaba para obligarlo a ponerse de pie—
¿Vamos?
Pero fue en aquel impulso de pararse, que Vico se dejó arrastrar por ese otro impulso y, aprovechando la cercanía de aquel cuerpo que lo hacía enloquecer, la tomó por la cintura, la apretó entre sus brazos, y mirándola como nunca antes se había atrevido a hacerlo, le dijo:
—No. Esta noche quiero que vos y yo hablemos.
Lali se estremeció.
—Siempre hablamos –respondió la muchacha en tono suave, rehuyendo aquella
mirada de él que le resultaba desconocida.
Pero esta vez Victorio estaba determinado a no dejarla escapar. Volvió a arrastrarla hacia si, obligándola a encontrar otra vez sus ojos.
—Necesito que vayamos a algún sitio tranquilo – insistió—, porque no quiero que
tengas excusas para no escucharme. Aunque creo que ya sabes lo que tengo para
decirte, y que he callado durante muchos años.

Fue tanto el esfuerzo para él, y tanto el sonrojamiento de ella, que finalmente la soltó, y juntos, en completo silencio, se dirigieron rumbo a la salida.
Lali estaba conmocionada. Desde que había llegado a la Capital, se había convertido en una experta en rechazar a los hombres. La mayoría de ellos eran idiotas malintencionados. Tipos a los que prefería no volver a encontrar nunca más en su vida. Vico era otra cosa. A él no quería perderlo. Lo amaba demasiado. Era su amigo del alma. Su reserva de afecto en el mundo... ¿Entonces por qué ahora la miraba así, si siempre...? Siempre... ¿Siempre?
A diferencia de lo que solía ocurrir, esta vez era Vicoo el que la arrastraba a ella. En su camino al estacionamiento, Lali se mostraba tan cabizbaja y vacilante, como él parecía seguro y feliz. ¡Por fin el amor de su vida iba a enterarse de ese sentimiento que había escondido durante tantos años! La muchacha, en cambio, estaba asustada. Muy asustada. El niño tímido con el que se había criado, era ahora un desconocido. ¿Siempre?
—Señor..., ¿su auto es ese azul, no? –preguntó un muchacho que les salió al
encuentro.
—Sí –respondió Vico, sin por eso perder de vista a su compañera.
—Pues lamento informarle que no se lo puedo traer.
—¡¿Cómo?!
—Tiene un neumático bajo. Por el piso.
—¡¿Cómo?!
Se acercaron hasta el auto. En efecto, y como si fuera un signo de Dios, el neumático estaba partido al medio por un gran tajo.
Enfurecido, Vico comenzó a discutir con el pobre empleado, que trataba vanamente de calmarlo. Y fue cuestión de segundos para que estuvieran protagonizando un pequeño revuelo en aquel lugar desierto.
De la nada apareció otro de los invitados a la fiesta. El frío apretaba, y el hombre llevaba altas las solapas de su traje, así que no fue hasta que estuvo junto a ellos, que Lali pudo verle la cara.
—¿Puedo ayudar? –se ofreció el recién llegado.
—¡Martinez! –susurró la muchacha.
—¡Berta!... ¿Sos vos?... ¿Qué haces por aquí? –le respondió él, fingiendo sorpresa.
La joven lo contemplaba ahora con desconfianza. De todas las personas en el mundo...
—¿Qué ha ocurrido? –preguntó PAblo, desviando suatención hacia los dos
contendientes.
El chico encargado del lugar aprovechó la presencia de un testigo para hacer su descarga.
—El señor me acusa de haber tajeado su neumático, como si yo ganara algo con eso.
—Digo que... –inició la frase Vico, pero al descubrir la identidad del recién llegado, se calló de inmediato.
Por un segundo aquellos dos hombres se midieron como rivales. Pero por fin fue Pablo  el que ablandó el gesto.
—Si te sirve de algo –comenzó a decir Pablo—, la otra noche me ocurrió lo mismo.
Después descubrí que el daño se había producido por unos vidrios. Los dejan en las
calles vecinas, para que la gente se detenga, y así poder robarles. Tuviste suerte de
que el neumático aguantara hasta aquí... Disculpa, no me he presentado. Soy...
—Lo sé –lo cortó su oponente.
—Él es Victorio D´Alessandro, de la revista Perfiles – intervino Lali, ante el silencio
tenso que se había creado.
—¿Este es uno de los autos de Perfiles, no? –preguntó Pablo, tratando de suavizar l
a situación—. Busca el repuesto en un cajón metálico que está abajo del baúl. Si
este muchacho nos ayuda, lo cambiamos rápidamente, y así podrás irte de aquí
antes de que la dama se congele.
Victorio  lo miró con odio, pero lo obedeció.
El hermoso salón estaba ubicado cerca del río, y el viento que corría por aquella hora de la madrugada allí era glaciar, a pesar de estar todavía a fines del verano. Así que mientras su rival buscaba el repuesto, Pablo se quitó el saco y se lo alcanzó a Lali.
—Toma, Berta...
—No, gracias –respondió ella secamente.
—Es evidente que tenes frío –insistió él, mientras en forma insolente clavaba su
mirada en los pechos de la muchacha— ¿No deberías cubrirte?
En efecto, ahora los pezones de ella se marcaban con claridad a través de la tela liviana de su vestido, dando un insinuante aspecto de desnudez. Más furiosa que avergonzada, la joven lo obedeció. Él la ayudó a cubrirse, y por un instante quedaron atrapados en una proximidad extraña para los dos.
—¡La puta que lo parió! –refunfuñó Vico en la lontananza, agachado abajo del automóvil.
—¿Qué ocurre? –preguntó Pablo con tono sorprendido.
—¡Me han robado el neumático de repuesto! ¡El cajón está suelto!
—¡Qué mala suerte ! –dijo Pablo—. Deberás llamar al auxilio de la editorial.
—Lo haré mañana. ¿Vamos, Lali?
—¡No! ¡Espere! –se quejó el encargado— Aquí cerramos luego de este evento, y no
volvemos a abrir hasta el próximo. Y eso puede ser dentro de una semana... ¡No
puede quedar ningún auto!
—Entonces no podré ayudarte –se excusó Pablo, dirigiéndose a Vico— Lo lamento,
porque será una noche larga para vos... Pero no tiene sentido que los dos se
congelen. Si me permitís, puedo llevar a tu dama hasta su casa.
Mientras decía esto, Pablo, que conocía de sobra cual iba a ser la reacción de su oponente, estaba atento, en cambio, a la de su empleada. Pero, como siempre, Lali lo sorprendió.
—¡Perfecto! –dijo, encantada, (demasiado encantada)—. Si usted me acerca hasta
mi casa me hace un favor.
Su jefe la miró con desconfianza. Nunca había albergado la menor duda de que finalmente Lali iba a irse con él cuando acabara la velada. Pero lo que no se había atrevido ni remotamente a sospechar, era que, convencerla, le iba a resultar tan fácil. Allí había gato encerrado. Sí, su empleada estaba extrañamente agradecida por su propuesta. El tal Victorio, en cambio, y de acuerdo a lo previsto, gritaba enfurecido.
—¡Ella no necesita que nadie la lleve! ¡Ya mismo llamo al auxilio, y...!
—Hace mucho frío –insistió Pablo en tono calmado.
—Sí... Mucho frío –apoyó la joven.
Y bastó semejante insistencia para que su jefe le clavara el destello de su mirada helada y, sonriendo, añadiera:
—Claro que no quisiera entrometerme entre ustedes. Si esto es una cita...
—Es una cita.
—No es una cita.
... respondieron uno y otra al unísono.
Pero, como siempre, fue Lali la que se impuso.
—Vico es un buen amigo –le explicó a Pablo—. Como yo, es de la provincia de
Mendoza, y nos criamos juntos. En otras circunstancias me encantaría acompañarlo,
pero usted me pidió que mañana entrara más temprano a trabajar, ¿lo recuerda?
—Si quisieras quedarte con él, lo entendería –replicó su jefe, por pura maldad.
—Prefiero... –comenzó a excusarse la joven.
Pero Pablo, apiadándose por fin, no la dejó continuar.
—Tenes razón... Hace demasiado frío, y no podemos darnos el lujo de que te
enfermes y faltes al trabajo. La próxima semana va a ser dura –Y luego, dirigiéndose
directamente a Vico, añadió— Tendrás que convencerla para que se marche
conmigo.
—Yo... Yo... –comenzó a tartamudear su oponente, enfurecido.
Pero fue inútil. El chico del estacionamiento ya había acercado el lujoso modelo deportivo importado de Pablo, y ella, la mujer que Vico había amado en secreto toda su vida, estaba subiendo a él, para alejarse. Otra vez.

3 comentarios:

  1. Tu novela es genial! Por favor subi mas! No puedo esperar al otro capitulo.
    Simplemente me encanta!

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  2. noooo me encanto el cappppp.... y la verdad que toda la situacion fue muy rara... fue mucha casualidad de q se le haya pinchado la rueda a Vico y que justo Pablo haya salido.... la verdad de que a Pablo lo creo capas de todo con tal de conseguir lo que quiere..!!!! Ya quiero ver que va a pasar con ellos cuando se vallan juntos...
    Jajajja y Lali es una cobarde como se escapa de Vico... a la ves que el pobre se decide a decirle todo lo que siente ella escapa con el primero q se le pasa por delante... y que mejor para nosotras que haya sido Pablito!!!! Me encanta me encantaaaaa!!!!
    Espero q subas pronto... ( antes de que me vaya de vacasiones!!!! ;D )
    Besos q estes bien!!!!!

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  3. Aaaay me encanto el capítulo! Quiero el próximooo!
    Los celos de Vico, pobre ajajjajaja Amo a Lali y a Pablo, aunque no se "lleven bien".
    Tuu novela es genial! Porfaa subi el próximo!

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