viernes, 25 de enero de 2013

Capítulo 24 y 25: "Vos necia, Yo mentiroso"


Holaaaaaaaa chicas hoy es el ultimo dia que subo mañana temprano me voy de vaciones pero igual llevo mi compu asi que tranquis, en una semana a mas tardar sigo subiendo nove, tienen tiempo de ponerse al dia jajja, les dejo doble capi para que no me extrañen, besos a todas las quieroo

CAPITULO 24:
En la editorial Perfiles…
—¡Felicitaciones, Victorio! Anoche me bastó ver a tu novia para entender tu apuro
por casarte.
—Lali no es mi novia –respondió el otro, amargado—.Es sólo mi amiga.
—¿De quién están hablando? –se entrometió el hombretón rubicundo que
comandaba sus destinos.
—De la amiga que acompañaba a Vico. La muchacha con el cabello hasta el cu...,
hasta la cintura.
—¿Es tu novia? –preguntó su jefe, impiadoso.
—No –gruñó Vico.
—Mejor... Martinez ya le echó el ojo. Y, te lo digo por experiencia, nadie le disputa una mujer a Pablo.
—¡¿De dónde sacó eso?! –se enfureció Vico—.¿Pablo se lo dijo?
—No exactamente... Pero hizo algún comentario.
—Pues, si se mete con Lali, que ese hijo de puta se cuide de mí –se envalentonó el
pobre muchacho.
—Ni lo intentes. Primero, porque como vos bien decis, Pablo es un verdadero hijo de
puta, en toda la extensión del término. Para él todo vale, y usa su dinero para
comprar poder... Pero aunque de verdad lograras vencerlo, cosa casi imposible, tu
esfuerzo sería inútil... No sé que les da a las fulanas, pero son ellas las que lo
persiguen a él. Y dudo que tu amiga sea la excepción.
—¡Lo es! Ella es especial... Y les juro que, si ese tipo se atraviesa en mi camino, voy
a deshacerme de él, aunque tenga que...
Pero aquel tímido reportero, dispuesto por fin a no detenerse ante nada, se detuvo, cerrando la boca en medio de la frase, petrificado.
¡¿Qué mierda estaba haciendo allí Candela Vetrano?!

Por otro lado….
—¡Esto es una porquería! ¡Una mierda! ¿Para hacer las cosas así venis a trabajar?
—Yo..., yo.... –balbuceó la muchacha, antes de romper en llanto, y correr hacia la cocina.
—¡Eyy! La pobre niña no tiene la culpa de que a ti “te esté por venir”. ¿Por qué no
paras con la histeria de una buena vez?
Maca Paz le devolvió a su marido una mirada furibunda, antes de contestar:
—Si te molestaras en hacerme el amor de vez en cuando, “cariño”, no ignorarías que
mi período fue hace una semana.
—¡Para qué abrí la boca! Ahora me va a tocar a mí.
—Por favor, querido... –le respondió su pareja con ironía—, no quisiera que por mi
culpa te perdieras el partido de fútbol.
—Haces bien. Es la final Boca- River.
La muchacha clavó en él una mirada capaz de congelar al sol, y Enrique, en un gesto heroico, procedió a sacarse los auriculares que llevaba puestos.
—Está bien... Vamos a ver, Maca. ¿Qué te hizo Martinez esta vez?
—No es él. Es todo... Como está completamente paranoico por los robos y los
ataques que hemos sufrido últimamente en la oficina y en la redacción, ahora nos
obliga a reunirnos en su departamento... Y la verdad, no lo entiendo. Para ser
alguien que se toma tan en serio la seguridad, con algunas cosas es demasiado
descuidado. Como incorporar a esa muchacha al equipo, por ejemplo...
—¿Qué muchacha?
—Su empleada.
—¿Pablo los obliga a reunirse con su empleada?
—Bueno..., creo que además tiene un título universitario, pero...
—¿Pablo tiene una empleada con título? ¡Guau! Eso sí que se llama tirar el dinero...
—Si Pablo  no estuviera pensando con su bragueta, se daría cuenta que la tal Lali
aceptó ser su empleadita sólo por acercarse a él... ¡Estoy segura de que esa  
esconde algo!
—Yo, en cambio, estoy seguro de que ocupa ese lugar por lo que muestra, y no por
lo que esconde... ¿Es linda?
—No. Común y corriente.
—No te creo nada, Maca. Algo debe tener para que tu jefe esté así con ella.
—¡Y si sólo fuera él! Créeme, estar allí con Pablo, Benja  y Agus es como presenciar
un concurso de idiotas. Basta que ella mueva un dedo, para que los tres suspiren
embobados.
—Es lo que yo digo. La muchacha debe ser mucho más que una chica común y corriente.
—Es linda, no te lo niego. Pero está lleno de mujeres lindas. Hasta nuestra
empleada lo es...
—Ya lo creo... –respondió su marido, en un exceso de sinceridad del que, de
inmediato, se arrepintió.
—Hay mujeres lindas, y hay mujeres espectaculares. Esta es menuda, y tiene
rasgos armoniosos. Nada más. Lo suficiente como para ser una de las “populares”
en el colegio, pero no como para salir en la televisión... ¡De verdad, no sé que le ven!
Y la culpa la tiene Pablo, por traerla.
—Ahí tenes tu respuesta.
—¿Qué queres decir?
—La mujer del poderoso siempre tiene un atractivo especial para los otros.
Conquistarla es como robarle su dinero.
—¿Crees que es por eso?
—Fue lo primero que me atrajo de vos. Tu relación con Pablo... Es como desear lo
prohibido.
—¿Crees qué...? –comenzó a preguntar Maca, fascinada.
Pero un destello inusual en la oreja izquierda de Enrique la detuvo.
—¡¿Acaso todavía estás escuchando el maldito partido?! –gritó, enfurecida.
¡Hombres!

En la editorial Perfiles..
—D´Alessandro
Vico levantó la cabeza, y se detuvo para esperar a la vieja editora que llegaba a su encuentro.
—¡Cariño! ¡Qué cara traes! –comentó al verlo.
—No ando bien últimamente.
—¿Es por tu amiga? ¿La amante de Martinez?
—¡No es su amante! Es..., es... ¡Olvídalo!
—Y entonces, si no es por ella...
—Tengo un problema horrible.
—¿Pablo Martinez?
—Ojalá fuera él.
—No sabes lo que dices.
—Esto es mucho peor.
—No hay nada peor que ese tipo.
—Pues, de verdad, esto es peor... Una muchacha con la que salí un tiempo en
Mendoza, se ha presentado y...
Vico no pudo continuar.
—No te preocupes, cariño. Siempre puedes contar con la vieja Julia. Tengo una solución para todo.
—No para esto.
Pero la dama, sin escucharlo, abrió la gruesa agenda que cargaba, y anotó un número, en un papel que luego le alargó.
—¿Qué es esto? –preguntó el muchacho, confundido.
—La solución a tu problema. El lugar es muy recomendable, aunque un poco caro...
Y la que lo hace es médica, si te preocupa la salud de tu amiga.
—¿Un aborto? –susurró Vico, parpadeando incrédulo—. Eso es ilegal.
—Ilegal no quiere decir imposible, cariño.
—Pero..., pero..., yo soy católico, y...
—Todos lo somos, belleza. Yo soy muy devota de la Virgencita que desata los
nudos, y del Gauchito Gil.
—¡Ese ni siquiera es un santo!
—Y san Jorge mató un dragón. Escucha, cariño, podemos discutir años enteros
sobre ética, pero para entonces tu “problema” ya va a ir al kinder. Vico se espantó.
Una y mil veces se había imaginado a si mismo con un hijo. ¡Pero uno de Lali! Candela, en cambio, era casi una desconocida para él.
—No... Decididamente sería incapaz de pedirle que se realice un aborto –concluyó al
fin, severo, mientras guardaba aquel maldito papel en su bolsillo.
Julia notó su gesto, y sonrió.
—Sí, cariño... De seguro serías incapaz de algo semejante...





CAPITULO 25:
Lali volvió a chequear su pequeño teléfono. Tenía miedo que, de alguna manera, los circuitos cerrados de su jefe estuvieran interfiriendo con la recepción de su anticuado celular. De no ser así, ¿por qué Vico no había vuelto a llamarla? Estaba tan preocupada, que hasta había soñado con él. Claro que en su sueño su personalidad, al revés de lo que ocurría en la vida real, era tan decidida, que hasta el verde de sus ojos parecía más fulgurante.
La muchacha se inquietó brevemente, mientras comenzaba a batir. No... Vico no tenía los ojos verdes. Pablo los tenía verdes... Y no había acabado de pensarlo, cuando una extraña corriente de aire recorrió su espalda. Se dio vuelta con rapidez, pero sólo para quedar atrapada entre los brazos de su jefe que, con el torso desnudo y descalzo, como solía andar por la casa, estaba ahora parado tras ella.
Lali se apuró a tomar distancia. ¡Odiaba cuando Pablo hacía eso! Él lo sabía, y por eso se aprovechaba de su incomodidad para ponerla en desventaja. Pero esta vez no era como las otras. No tenía esa expresión ganadora que la sacaba de quicio, sino que parecía muy enojado, y se notaba en todo su cuerpo una auténtica crispación, que de inmediato puso a temblar a la muchacha.
—Te he tolerado demasiadas cosas, Berta –le reprochó, embravecido—. Pero
alguna vez tenes que aprender la diferencia entre la vida real y el juego.
—No sé a que se refiere.
Otra vez su jefe comenzó a acercarse, obligándola a retroceder. Por un instante, incluso llegó a pensar que iba a pegarle, por lo enojado que estaba. Pero no. Se limitó a encerrarla contra la pared, mientras escupía su furia.
—Me refiero a que he confiado en vos más que en ninguna otra persona, y no
soporto que me defrauden. Y menos aún tolero la necedad de la gente... Sobre todo
si es a mí a quien pone en peligro.
—¿Qué he hecho?
La muchacha pudo leer un odio profundo en aquella mirada que la hacía temblar, (¿o era decepción?)
—Vos sabes perfectamente lo que me has hecho –le respondió.
Y diciendo esto, Pablo se dio media vuelta, y se retiró hacia la sala.
Lali estaba confundida. Trataba de descubrir en su memoria alguna tontería que pudiera haber cometido en un apuro. ¡Pero Pablo estaba demasiado enojado como para que fuera un simple error! En general se cuidaba mucho de seguir las instrucciones de su jefe al pie de la letra, y se desvivía por no defraudarlo. Un poco porque no quería perder aquel trabajo soñado, pero sobretodo porque no soportaba la idea de fallar delante de él. Era demasiado orgullosa como para hacerlo. Pero, ¿a qué podía estar refiriéndose Pablo? Y entonces lo supo.
Sin esperar más, Lali se dirigió directamente a la sala.
—La razón por la que me tomé esa libertad... –comenzó a disculparse.
Pero él la interrumpió de inmediato.
—No necesito que me aclares el motivo. Lo sé a la perfección, y lo padezco todos
los días, desde que llegaste a esta casa: lo has hecho porque sos una mujer necia.
Pero cuando te confié la clave de acceso a mis archivos más privados, una clave por
la que cientos de argentinos matarían, nunca creí que ibas a terminar usándola para
cuestiones personales...
—Usted no entiende...
—¿Crees que soy estúpido? Sé perfectamente quien es Nicolas Vasquez , y sé que
no debes meterte con él, a menos que quieras acabar como tu marido.
Lali lo miró sorprendida. Jamás había hablado de Gas delante de Pablo.
—¿Creías que iba a contratarte sin haber investigado antes? –le aclaró él, al notar
su gesto—. Como sea, en este país nadie aprecia a los héroes. Tu marido lo supo
demasiado tarde, pero vos estás todavía a tiempo para no cometer el mismo error.
—Usted no entiende...
—¿Qué? ¿Tu repentina vocación por el periodismo?... Créeme, hay historias que es
más sabio no contar.
—¿Más sabio, o más cobarde?
—Lo mismo da. Si investigas hasta las últimas consecuencias, en los Estados
Unidos te premian por tu valor con un Pulitzer. Aquí, en cambio, te pegan un tiro. No
vale la pena. En la Argentina estamos condenados a recolectar historias de un país
sin memoria. Luchamos contra la indiferencia y el olvido. No te aferres a la verdad,
si quieres seguir viviendo. Todavía hay mucho para contar, y no se puede hacerlo
desde una tumba.
—¿Qué sentido tiene vivir, cuando se calla por miedo?
Pablo se acercó hasta ella, encerrándola de nuevo contra la pared. Desnudándola con aquella mirada penetrante.
—No digas tonterías... Sos una periodista excelente, y sé por experiencia
propia  que es imposible hacerte callar. Pero con Vasquez no se juega. Ni siquiera
yo, y mucho menos vos. La dignidad de tu marido no se pierde por veintisiete tiros, ni
se recupera con unas cuantas líneas escritas en un periódico,
—Usted no entiende –repitió ella, a punto de romper en llanto.
Y por un segundo, por un brevísimo segundo, Lali tuvo la sensación de que un destello de piedad iluminaba la mirada de él. Pero de inmediato la soltó, apurándose a darle la espalda. Y todavía estaba así, muy cerca de ella, pero sin mirarla, cuando en voz baja, agregó:
—Tenes razón, Berta. No te entiendo... Pero no vuelvas a traicionarme nunca más.

Más tarde en el departamento de Lali. …
Lali abrió la puerta del cuarto de baño, sólo para toparse de lleno con aquel semental desnudo.
—¿Qué haces aquí, Riera? ¿Rochi y vos no habían roto definitivamente?
—Volvimos.
—Pues te advierto que el poco dinero que tengo en mi cuarto está bien contado. Si
me llega a faltar un solo peso, vendo tu campera.
—¡Yo no robo! Rochi trae aquí a cualquier atorrante, y luego ella y vos me echan la culpa a mí.
—Quisiera creerte, Nico, pero no imagino a un tipo guardando mi cadena en tu bolsillo.
—La tomé por error.
—¿Seguis apostando?
—¡No soy un apostador! A veces me tiro alguna, pero...
—¡Lali!
La muchacha observó a su amiga, que acababa de entrar, también desnuda, al
pequeñísimo cuarto de baño.
—¿Qué haces así, Rochi? ¿Ahora trasladaron sus orgías aquí? Sabes cual es la
política en esta casa.
—Sí, ya sé. Reservar el quilombo a mi cuarto. Pero como últimamente estás
llegando tan tarde...
—Estoy trabajando.
—¿Hasta las tres de la mañana? Yo no te juzgo, Lali. Y menos después de haber
conocido al bombón de tu jefe. ¡Yo también haría horas extras para él!
—No lo digas como si estuviera haciendo algo sucio. Por el contrario...
Lali desvió su mirada por un segundo, y se espantó:
—¡Por Dios, Nico! ¡Ponete un bóxer antes de sentarte allí!
—Querida –se burló él—, no sé que te asusta Algunos pagan fortunas por esto –
confesó señalando su sexo, confirmando de esa forma los peores temores de la
muchacha.
—Olvídate de él, Lali. ¡Vamos! Cuéntame que has estado haciendo en ese trabajo
excitante que tienes.
—Reportes, investigaciones, redacción de notas... Cosas aburridas.
—¡No mientas, amiga! Nadie se queda hasta la madrugada para hacer eso.
—¡Deciselo a Pablo!
—¿Y Benja Amadeo?
—¡No sé que le ocurre! Ni bien nos quedamos solos, me pregunta por mi ciclo menstrual.
—¿Tu período?
— ¡Sí! Es como una obsesión para él. “Hoy te está por venir, ¿no?”, suele decirme.
Y no hay cosa que más odie en este mundo, que un hombre me pregunte eso
—Raro... ¿Tendrá alguna perversión?
—O un problema para manejar el rechazo –comentó la muchacha, mientras
comenzaba a cepillarse los dientes bajo la atenta, (¡y desnuda!), mirada de Nicolas.
—¿Por qué pensas que tiene que ver con el rechazo?
—Porque me lo preguntó las tres veces que me invitó a salir, y yo me negué.
—¡¿Te negaste?! –gritaron Rochi y Nico al unísono.
—¡Uno no ese niega a un tipo con semejantes músculos! –se escandalizó aquel efebo sin ropas.
Y bastó ese extraño comentario para que las dos muchachas lo observaran con desconfianza.
—No me miren así –se defendió de inmediato—. Que duden de mi masculinidad
cuando estoy en pelotas, me resulta ofensivo. Soy bien hombrecito. Pero sé
reconocer una buena competencia.
—Nico tiene razón, Lali. Hasta un obrero de la construcción se acostaría con Benja...
¿Por qué no vos?
—Conoces mi política.
—Ese es tu problema, amiga. ¡Demasiadas políticas!... Pero está bien, acepto que
no te vayas a un hotel con él, ¡pero un cafecito no se le niega a nadie!
—Te confieso que la última vez estuve tentada de decirle que sí, pero justo llegó Pablo y...
—¿Qué onda con tu jefe?
—Cero... Cero onda. La verdad es que había pensado que trabajar junto a él iba a
ser complicado, pero... ¡para nada!... Es más, te diría que cuando no está, lo
extraño.
—¡Vamos por Pablito! –lo vitoreó Rochi.
—No gastes saliva. Como lo prometió, es superformal conmigo, y ha sabido
mantener las distancias.
—Y ahora la que quiere acortarlas sos vos...
—¡En lo absoluto! Así estoy maravillosamente... Hemos hecho una tregua, y juntos
trabajamos muy bien.
—Un paraíso... –se burló su amiga.
—Excepto porque todavía insiste en llamarme Berta... Aunque el otro día, no sé si lo
soñé, o que, me pareció que me dijo Mariana... Como sea, te diría que con él me
siento tan cómoda como en mi casa –pero, mirando al compañero de su amiga, se
corrigió—. Pensándolo bien, más cómoda que en mi casa.
Bastó que Lali dijera esto, para que Nico levantara la tapa del retrete, con obvias intenciones de hacer uso de él.
—¡Sálvese quien pueda! –gritó su novia, mientras empujaba a su amiga fuera del
área de peligro.
Las dos muchachas salieron del lugar con el tiempo justo para cerrar la puerta.
—Disculpa –se excusó Rochi—. Todavía no he logrado educarlo.
—¡Va a terminar contagiándonos algo!
—¡No digas eso! Mi Riera es sanito.
—¡Por Dios!, ¿te has enamorado de él?
Su compañera agachó la cabeza y musitó una breve respuesta a modo de disculpa.
—¡Es tan bueno en la cama!
—¡Ay, Rochi! El sexo no lo es todo.
Lali era sincera. Por maravillosas que fueran las habilidades de Nico, (y a pesar del gran tamaño de ellas), prefería mil veces aburrirse con otro cualquiera, antes que tener que tolerar a ese bello patán durante cinco minutos. Finalmente, la cama sólo representaba un período breve de la existencia. Muy placentero, pero muy breve. Y a esas alturas, lo que más le pesaba a Lali era la soledad.
Y bastó que pensara en eso, para que otra vez se adueñara de su mente aquella extraña inquietud que la había estado perturbando las últimas semanas. Por décima vez en el día volvió a chequear la recepción de su teléfono celular. ¿Por qué Vico no había vuelto a llamarla?




miércoles, 23 de enero de 2013

Capítulo 22 y 23: "Vos necia, Yo mentiroso"



Holaa chicas, como andan?? espero que bien yo estoy un poco atareada con los preparativos d mis vacaciones maletas, compras y demas, les cuento que me voy el sabado, y por ese motivo es que les dejo doble capi hoy y posiblemente tambien el viernes haya doble capi, yo me voy por un mes pero no se preocupen que no las voy a dejar sin nove, apenas llego no voy a tener internet pero calculo q en una semana voy a tener conexion ,me llevo  mi compu asi que tranqui, no vayan a  pensar que ya no voy a subir  hee ,no me vayan abandonar jajaj, besotes genias las quieroo

PD: Que bueno que volviste Jess me alegro veer tu comentario y espero tu proximo cap. ansiosisisma ¬¬

CAPITULO 22:
—Sí, necesitamos hablar... Pero no aquí. A dos calles hay un barcito.
—Si queres, podemos quedarnos en este –sugirió el muchacho, señalando el de la
esquina de la casa de Pablo.
Pero lo último que Lali necesitaba en ese momento, era toparse, además, con su jefe.
—Prefiero el otro –respondió con sequedad.
Recorrieron en silencio la corta distancia que los separaba de aquel lugar, con la reverencia propia del último viaje del condenado y su verdugo. Pero, ¿cuál de ellos sería el encargado de soltar la guillotina sobre las ilusiones del otro?
Todavía Lali no se había sentado, y ya su amigo intentaba atropelladamente hacerse cargo de la situación.
—Quiero que, por primera vez en tu vida, Lali, me escuches sin interrumpir.
—Si he venido hasta aquí, Vico, ha sido precisamente porque prefiero no hacerlo.
Hay cosas que no deben decirse nunca entre dos buenos amigos.
—Pe... pero...
—Nunca necesitaste hablar para que yo me diera cuenta lo que querías decirme.
Pero ayer conocí una parte de vos que no sabía que existía.
—O que no querías ver.
La joven lo miró desolada antes de proseguir.
—¿Cuántas noches hemos despertado uno al lado del otro, Vico? ¿Cuántas, hemos
charlado hasta el amanecer, los dos solos, mientras Gas dormía? ¿Cuántas veces
bailamos apretados vos y yo, como lo hicimos anoche?... ¿Crees que si hubiera
sospechado entonces lo que te estaba pasando, hubiera permitido que te
aproximaras así? ¿Pensas que Gas lo hubiera permitido?
—Gas sabía –murmuró el otro, con encono.
Pero, por fortuna, Lali no lo escuchó.
—No, Vico... Te vi y te sentí siempre como a un hermano, y como a tal te he tratado.
Y ahora vos me pedís que de un día para el otro, cambie mi cabeza, y mi corazón.
—¿Entonces tu res... tu respuesta es no?
—Mi respuesta es “no me esperes”. Seguí adelante. Trata de enamorarte de otra. Y
si es de Dios que un día terminemos juntos, estoy segura que encontrará alguna
forma de volver a unirnos.
—¿Me estás echando de tu vida? Yo no puedo respirar si no te tengo...
El corazón de Lali se ablandó ante aquel hombre que quería tanto. Y como solía hacer cuando lo veía así, lo acarició con ternura. Pero le bastó la reacción de él ante aquel breve contacto, su mirada inundada de ansias, para saber que las cosas entre ellos habían cambiado para siempre.
No. Por muy doloroso que fuera, no había vuelta atrás. Así como alguna vez había tenido que enterrar a Gas, ahora le tocaba el turno a aquel amigo, último bastión de un pasado en el que Lali había sido feliz.
—Escucha, Vico... Si has venido a la Capital para buscarme, podes regresarte.
Mendoza queda tan lejos de mí, como la felicidad. Pretender volver, sería como
intentar dar vuelta las agujas del reloj... Pero si vas a quedarte por algún otro motivo,
por supuesto que podemos seguir viéndonos... como amigos.
—¿Existe alguna remota posibilidad de que un día...?
—No me esperes. Si se da, se da.
Volvieron a mirarse como extraños.
—Me pregunto qué me hubieras dicho anoche, si ese maldito de Pablo no se
hubiera cruzado en nuestro camino. Estoy seguro de que fue  él quien mandó cortar
el neumático.
—Pablo no tiene nada que ver en esto. No lo veas como un rival. Lo único que a él
le interesa es el sexo. Con llevarme a la cama se conformaría. Pero vos, no.
“No, claro que no”, pensó Vico. Pero... ¡cómo deseaba hacerlo!
—Vos me debes, Lali.
—¿Yo?
—Sí... Me debes una oportunidad.
—No entiendo...
—Sales con hombres... Vas a citas... Y sobre tu cabeza pende aquella promesa
tonta que le hiciste a tu suegra. Quiero que me trates como a los demás. Que me
des una chance.
—¡Eso es imposible! Te conozco demasiado.
—¡Me debes esa oportunidad!
¿Salir con Vico? Podía ser refrescante hacerlo, aunque fuera una vez, con alguien en quien confiara. Que compartiera con ella sus ideales y su Fe. Alguien a quien no tuviera que explicarle las verdades del catecismo, ni que la creyera una fanática sólo por defender sus convicciones.
—Sí –concedió Lali al fin—. Claro que puedo darte esa oportunidad que pides. Pero
entonces vas a tener que conformarte con el mismo trato que le doy a los extraños.
—No me importa tener que conquistarte –le respondió él, con dulzura.
Y su mirada clara la acarició .Lali buscó en su cuerpo alguna reacción ante aquel gesto tan dulce. Pero no. Nada. ¿Vico?  prácticamente su hermano?? ¡Qué difícil!
—Ahora tengo que irme. Pablo me espera.
—¿Cuándo vas a dejar de jugar a la empleadita?
—Bueno..., no te lo dije, pero mi jefe me promovió.
—¿A qué te referis?
—Trabajaré en su equipo, ayudando con las notas.
—¿Y eso? ¿Desde cuándo? –se enojó Vico.
—Anoche.
—¡¿Anoche?! ¿Y qué otras cosas sucedieron anoche, y que todavía no me has
contado? –le replicó, sin ocultar la ofensa que sus palabras implicaban.
—Ya empiezas mal conmigo, Vico. De ser un desconocido, te hubiera dado vuelta la
cara de un cachetazo. No te aproveches de nuestra amistad.
—No confío en Pablo.
—¡No! En la que no confías es en mi... Pero aquí, entre nosotros, él único que ha
mentido siempre has sido vos.
—No confío en él.
—Pues acostúmbrate que si reclamas los privilegios de un extraño, pierdes los
derechos de un amigo. Mi vida es mía, y no tengo que rendirle cuentas a nadie. Y si
voy ahora mismo, y me acuesto con Pablo, es asunto sólo mío.
—Y de Dios.
—Y de Dios... Pero vos no sos mi conciencia... Y ahora tengo que irme.
Lali no esperó más. Se puso de pie, tomó sus cosas, y se dirigió con paso firme hacia la salida. Pero todavía no había llegado a la puerta, cuando Vico la interceptó.
—Entonces... ¿pu... puedo pasar a buscarte esta noche para ir a cenar?
—Quizás mañana. Llámame.
La joven se soltó, apurándose a salir. Pero apenas había puesto un pie en la acera, cuando ya estaba de vuelta.
—Ahora que lo pienso, Vico..., ¿vos no estabas saliendo con Candela??
Por oro lado…
—¡Cande!
—Ahora no puedo, mamá –replicó la muchacha, justo antes de que una nueva
catarata de vómito la tomara por asalto.
—Hija –susurró su madre, desde el otro lado de la puerta del cuarto de baño—.
¿Estás segura de que no queres que llame a un médico?
“¿Para qué?”, pensó Cande. Por desgracia su diagnóstico ya estaba confirmado.
—No, gracias, mami... –se limitó a decir— ¿Quién era en el teléfono?
—Del diario. Quieren saber si mañana podrás volver al trabajo.
—Decile que mañana sí.
La señora Vetrano trató de cumplir el encargo de su hija lo mejor posible, intentando sonar calmada. Pero en su corazón, la desesperación se habría paso. En los últimos dos meses su pobre niña se había sentido cada día peor. De haber sido otra muchacha cualquiera, su madre hubiera sospechado de inmediato que estaba embarazada. Pero en el caso de su hija, eso era imposible. ¡Era tan seria la pobrecita! ¡Ni novio tenía! Su única diversión era el trabajo en el diario. ¡Lástima! Porque si continuaba faltando, hasta eso corría peligro. Y si la querían despedir, como el bueno del señor D´Alessandro se había marchado a la Capital, nadie iba a defenderla. Y es que el sobrino del dueño le había tomado mucho cariño, de las épocas en que ella había sido su secretaria. Pero ahora, sin él en la redacción, ya nada era lo mismo.
Sí, por desgracia Vico había sido el único en ese lugar capaz de apreciar las virtudes de su hija. ¿Qué sería ahora de Cande sin él?....




CAPITULO 23:
Lali miró su reloj, y se escurrió con cuidado por la entrada de la cocina.
“Lo último que necesito es encontrarme con Pablo”, se dijo mientras acababa de cerrar los cuatro cerrojos de la puerta. Pero fue todo cuestión de que terminara de pensarlo, y se diera vuelta, para aterrizar de lleno en los brazos de aquel galán tan temido ¡Pablo!
Otra vez aquel maldito estremecimiento, y ese reclamo entre sus piernas. Últimamente su jefe se había tomado la mala costumbre de circular por la casa sólo cubierto por unos pantalones livianos. Descalzo, se desplazaba por allí como un fantasma, y la pobre muchacha nunca podía estar segura por dónde iba a aparecer.
—Por fortuna para vos, Berta, no acepté la apuesta. Son las once, y tu horario se
inicia a las diez –le reprochó en tono suave, reteniéndola. Pero la muchacha se soltó
de inmediato.
—Esta noche me quedaré una hora más, para compensar mi demora.
Pablo sonrió.
—¿No tendrías que usar ese tiempo para enterrar el cadáver de Victorio? Desde
aquí se huele el aroma de la kriptonita. Apuesto a que liquidarlo no fue fácil.
—Usted apuesta demasiado, pero creo que dentro de la descripción de tareas de mi
nuevo trabajo no figura la amistad. Preferiría mantener las distancias entre usted y
yo.
Otra vez aquella sonrisa. ¡Engreído!
Pero Pablo dio un paso más. Literalmente un paso más. Se aproximó hasta ella, y casi al oído, le susurró.
—¿Temes que intente seducirte?
Era fácil comenzar a temblar ante aquella cercanía. Su presencia, tan masculina y fuerte. Su olor varonil...Pero Lali no era tan estúpida, así que tomó distancia, lo miró con desdén, y declaró en tono fuerte:
—Jamás me atrevería a pensar algo semejante. Pero recuerdo a la perfección su
advertencia del primer día, acerca de su influjo sobre las mujeres. Y si vamos a
trabajar juntos, a ninguno de los dos nos conviene que yo caiga víctima de él, ¿no le
parece? –exclamó con un tono frío y expedito, más propio de quien habla de
negocios, que de una cuestión romántica.
Pablo volvió a sonreír. Y si la respuesta de ella, por impertinente, había logrado enojarlo, no dejó que se trasluciera.
—Sirve el desayuno –le ordenó antes de retirarse.
¡Uff! Aquello no iba a ser nada fácil.
Como todas las mañanas, Lali encendió los monitores de vigilancia. Pero, a diferencia de otros días, esta vez la figura de alguien extraño apareció en una de las pantallas. Claro que no se sobresaltó. Ningún ladrón entraba a robar cubierto sólo por una braga y un corpiño. Pero, ¿por qué aquella mujer hermosa le resultaba tan familiar? Y no fue hasta que aquella niña se agachó, que Lali lo supo, sin que le quedaran dudas.
¡Vaya!
Quizás Pablo tenía razón en burlarse de ella. Quizás había sido un poco pretenciosa al pensar que su jefe, teniendo disponible el mejor trasero de la Argentina para hundirse a su antojo en él, intentara buscar consuelo en el de su empleda. Era ridículo pensar lo contrario, y aquel galán era de todo, menos ridículo. Sí, quizás su interés hacia ella se habían limitado al plano profesional, pero... ¿cómo creerle a un mentiroso?
Luego de aquel posible traspié, (¡y eso que apenas eran las once y treinta de la mañana!), y decidida a justificar su sueldo, Lali se apuró a preparar con arte la bandeja para dos. Una vez terminada, se arregló el cabello, se ajustó la camisa, y se dirigió con paso firme hacia la sala. Pero, para su sorpresa, Pablo estaba solo allí, y parecía esperarla.
—¿La dama? –preguntó Lali con inocencia.
—¿Te referis a Flopy?... Ya se fue. Y, por cierto, la muchacha es cualquier cosa
menos una dama –le respondió su jefe con aquella sonrisa que ya estaba sacando
de quicio a su empleada.
—Lástima. Como la vi por el circuito de vigilancia, preparé el desayuno para dos.
—Mejor... ¡Séntate!
—¿Cómo?
—Que te sientes a desayunar conmigo. No tiene sentido desperdiciar el café.
—No, mejor... –intentó oponerse ella.
Pero, como siempre, su jefe se mostró terminante.
—Séntate, Berta. Te prometo que haré lo posible por contenerme, y no arrojarme sobre vos.
La joven tuvo que aceptar el reproche sin protestar. Era de esperar que Pablo no dejara pasar fácilmente su presunción.
—Vamos, séntate Berta. Necesito hablarte, y no quiero tener que levantar la cabeza.
Lali obedeció. Pero su jefe todavía aguardaba, expectante. Y no fue hasta que la muchacha puso la taza en sus labios, que Pablo comenzó a hablar.
—Desde hoy comenzarás con tus nuevas tareas. A eso de las tres de la tarde
volveré aquí con Macarena . Ella es una mujer excepcional, y muy inteligente.
Escúchala, si querés aprender. Benja y Agustin Sierra, mi editor en jefe, en
cambio, llegaran por su lado. A ellos, si así lo deseas, podes ignorarlos. Sobre todo a
Benja. ¡Es un idiota! Te tocará a vos recibirlos si, cosa que dudo, llegaran antes que
nosotros... Generalmente nos reunimos de lunes a jueves, y no nos levantamos
hasta que el trabajo está terminado. Cada uno explica lo que ha hecho, y luego
planeamos las tareas para el día siguiente. Esta semana, por ser la primera, sólo
quiero que escuches, sin hablar, a menos que sea necesario. Tenes que llevar un
cuaderno, y en él anotarás todo.
—¿Un cuaderno?... ¿Cómo en el colegio?
—¿Vas a objetar cada orden que te de?
Pablo tomó uno de los bizcochos del plato, pero al llevarlo a su boca se detuvo, electrizado.
—¡Canela!
—¿Perdón?
—¡Este es el olor que tenías anoche en tu cabello! ¡Canela! –gritó con satisfacción.
En efecto, el día anterior Lali había dejado caer por accidente el pequeño envase plástico que contenía la canela. En cuestión de segundos había quedado bañada por aquel aroma penetrante. ¡Pero luego de eso se había lavado!
—Al parecer es bueno para los olores –dijo por decir algo, y así ocultar sus mejillas
sonrosadas.
—Soy capaz de reconocer cualquier fragancia importada, pero tu perfume me tenía
desorientado.
—¿Conoce los perfumes femeninos? –preguntó ella, incrédula.
—¡Por supuesto!... No existe un obsequio más íntimo, y a la vez más impersonal.
Las fragancias no son tantas, y las de moda, menos aún. Pero una mujer a la que le
regalas el perfume que usa, siempre se siente halagada. La hace sentir especial, y
agradece que te hayas tomado el trabajo de prestarle atención. Si te fijas, es algo
gracioso, porque yo lo hago justamente para evitar la complicación de tener que
buscar otra cosa.
—Que astuto –replicó la joven, con un tono que a las claras indicaba lo contrario.
—Tu perfume, en cambio, me tenía confundido.
—Me hubiera preguntado directamente: yo no uso perfume.
—Sin embargo, siempre tenes un olor muy particular.
—¿Lo dice para hacerme sentir “especial”? –preguntó ella con ironía.
—Creo que quedó claro que no tengo que tomarme ese trabajo con vos. Y, además,
si de verdad me interesaras, jamás te revelaría mis estrategias... No. Hice el
comentario, simplemente porque es así.
Durante algunos segundos permanecieron en silencio. Pero de inmediato Pablo volvió a hablar.
—¿Cómo quedó ahora tu situación con “tu amigo”?
—Creí que también eso había quedado claro. No es de su incumbencia.
—Todo lo que hacen mis periodistas es de mi incumbencia. Este es un negocio que
se basa en la confianza. Un comentario inapropiado puede cagar la más maravillosa
de las notas. Así que si una de mis empleadas tiene un embrollo romántico con un
periodista de la competencia...
—¡No tengo ningún embrollo con Victorio!
—¿Entonces lo has fletado sin más trámite? ¡Berta! No tenes corazón.
Lali observó a su jefe con desprecio, mientras en su fuero íntimo no podía dejar de preguntarse cuál sería la pena por clavarle aquel coqueto cuchillito de manteca, en su yugular.
—Quizás uno que otro día salgamos juntos –explicó, por no seguir imaginando
aquella muerte que tanto placer le daba.
—¿Salir como novios?
—Salir como..., como en una cita. Pero no pienso hablar con él de trabajo, si eso es
lo que lo inquieta.
—¡No seas necia, Berta! Si nunca antes te calentó como hombre, será inútil que lo
intenten. No se puede extraer petróleo de un pozo seco...
—¿Ese pensamiento también lo anoto en el cuaderno? – preguntó Lali con sarcasmo.
Por un segundo los dos contenientes se midieron, enfrentados. “¡Esto no va a ser nada fácil!”, pensaron al unísono. Pero, por las dudas, ninguno de los dos se atrevió a hablar.