Hola chicas disculpen por la demora me cortaron el internet , resulta que a los "eficientes" de telecentro se les ocurrio dejar mi zona sn internet por 4 dias mas o menos, los odioo pero al fin voy aa cambiar me voy de tleecentro , consejo de amiga no se pasen a telecentro juajaja, bueno sin mas les dejo capi rapidito porque mañana tengo clases temprano (si un sabado q horror), besotes genias
CAPITULO
34:
Lali observaba atentamente el humear de la cafetera. Aquel
lunes había sido un día extraño. Durante todo el viaje al trabajo se había
preparado mentalmente para enfrentarse con Pablo. Para anunciarle lo que había
decidido hacer con su vida. Tenía que ser muy cuidadosa en la elección de las
palabras, porque de ninguna manera quería que sonara a un pedido de permiso. Y
tampoco quería darle lugar a que opinara al respecto. Así que había ensayado
varias veces su breve discurso, para que sonara conciso y contundente.
Pero al llegar allí, unos minutos antes de las ocho, se había
sorprendido al encontrar la casa desierta. Pablo no estaba. Nada de desayuno
compartido, o asignación de tareas. Nada de nada. Sólo silencio... Como al
principio, cuando disfrutaba de la soledad. Pero aquella extraña mañana Lali no
había podido disfrutar nada de nada. ¿Estaría haciendo lo correcto?
A las tres de la tarde por fin había llegado su jefe,
junto a los demás. Y no se veía divertido o juguetón como en las últimas semanas.
Por el contrario, su trato había vuelto a ser distante y serio. Y, por alguna
estúpida razón, eso a Lali le estaba doliendo demasiado.
El café ya estaba listo, así que se apuró a servirlo en
las tazas, según el gusto de cada uno: negro para Pablo, con cuatro cucharadas
de azúcar para Benja, cortado con leche para Agus , y con endulzante para Maca,
(aunque a ella más tenía ganas de servirle veneno)
Lali ajustó su rodete, se acomodó la camisa, tomó la bandeja,
y se dirigió hacia la living. Por mucho que le costara, estaba firmemente
decidida a encarar a su jefe, ni bien se terminara aquella reunión.
—¿Dónde se fueron todos?
—¿Dónde crees? –respondió Pablo con enojo.
—Lástima... Ya hice el café.
—Déjalo por ahí, y séntate.
Lali comenzó a temblar. ¿Cómo era ese discurso conciso y
contundente? Ya no podía recordar ni una sola de sus palabras.
Apoyó la bandeja con cuidado de no tirarla, se sentó frente
a su jefe, y se obligó a mirarlo a los ojos, simulando calma. Él, en cambió, no
se molestó en ocultar su furia.
—¿Tenes algo para decirme, Berta?
La joven se puso colorada.
PAblo se revolvió impaciente en su silla, y miró su reloj.
—Apúrate, porque estoy esperando visitas. “¿Visitas?...
Alguna con una braga más
fácil de sacar que la mía.”, pensó Lali.
—¿Vas a hablar, o queres que lo haga yo? –la amenazó él,
de mal modo.
Y bastó oírlo, para que las palabras se atropellaran en
la boca de la muchacha.
—Este fin de semana he recibido una propuesta interesante,
y he decidido aceptarla.
—¿Otra proposición?
—Una en serio –respondió ella, con cierto enojo.
¿Pensaría su jefe insistir con las tonterías del viernes?
—¿Y qué proposición es esa?
—Iniciar la carrera de diplomacia. Mañana mismo voy a inscribirme,
y en el mes de
octubre tendré que rendir los exámenes de admisión.
—¡Diplomacia! –se enfureció su jefe— ¡Insistes con eso!...
¿Y de quién fue la
brillante idea? Déjame adivinar: ¡de Victorio!, que,
curiosamente, de seguro también
estudiará con vos, comprará todos los libros, y hasta te
hará de chofer.
—No le estoy pidiendo permiso.
—¡Mejor! Porque no te lo daría. Hasta un idiota se da cuenta
de que llevas el
periodismo en la sangre. Y si ese no estuviera tan
interesado en alejarte de...
Pablo se detuvo abruptamente, y la miró de aquella forma
que la ponía a temblar. Pero, con gran esfuerzo, una vez más Lali logró
sobreponerse.
—Como le dije, los exámenes van a ser recién en octubre.
Pero ser admitido no es
tarea fácil. Suele haber no más de treinta vacantes, para
cientos de inscriptos, así
que...
—¿Así que...?
—Tendré que esforzarme mucho.
—¿Y por qué me lo cuentas a mí, si te importa tres carajos
lo que yo pienso?
—Usted sabe perfectamente que lo que he decidido, tarde o
temprano, va a terminar
afectando nuestra relación... laboral.
—¿Afectar? ¡No!... ¡Va a mandar a la mismísima mierda a
toda nuestra relación!
—... laboral.
—Laboral, o como sea... Lo cierto es que cuando entres a
la Cancillería...
—Si logro entrar...
Pablo la observó, sin molestarse en ocultar su resentimiento.
—Egresaste con un promedio impresionante, tenes el Proficiency
aprobado, el nivel
más alto de la Dante Alighieri, y...
Lali lo miró sorprendida, pero él se justificó de inmediato.
—¿Qué? Está en tu currículum, ¿no?... Como sea, cuando
comiences a estudiar en
la Cancillería, nuestra “relación”... laboral, o como
mierda quieras llamarla, se va a
acabar de inmediato. Es un requisito de la carrera la dedicación
exclusiva. Pero,
¿para qué te lo cuento, si vos ya lo sabes? –agregó con
amargura.
Lali intentó responderle, pero fue inútil. Un nudo ataba su
garganta, y la proximidad de él tampoco era de mucha ayuda. Pablo agachó la
cabeza, apesadumbrado, pero de inmediato la levantó, buscando su mirada con
renovado impulso.
—¿Qué puedo hacer para complacerte?
Un escalofrío corrió por el cuerpo de la muchacha, así que
se apuró a hablar. A decir cualquier cosa, con tal de evitar la mirada de él.
—Yo... Al menos hasta octubre voy a necesitar que se respete
mi horario...
Realmente no
quisiera perjudicarlo...
—¿No?
—Así que lo entendería si prefiere buscar cuanto antes a alguien
que me reemplace.
—¿Crees que puedo reemplazarte con tanta facilidad? Entonces
no has entendido nada, Berta.
Por un segundo la muchacha se sintió desnuda frente a la intensidad
de la mirada clara de él. Pero un fuerte timbrazo, impiadoso, la volvió a la
realidad. De inmediato se soltó de su influjo con disgusto, y le respondió.
—Sí... Creo que no le va a costar mucho reemplazarme... Y
mejor me voy... No vale
la pena que me enfrente con su próxima víctima, porque, a
diferencia de lo que
ocurre con los dogos, a mi no me gusta que me lastimen.
Lali salió de inmediato
Al dia siguiente…
—Permiso.-Aquella mujer, a quien difícilmente podía
calificarse como una dama, empujó a Lali con la fiereza propia de quien huye de
un incendio
Todavía no se acostumbraba al transporte público. En Mendoza
se valía de su bicicleta, y aquí en la Capital prefería caminar. No había
distancia larga para ella, en tanto el sol calentara el camino. Pero aquella
mañana, apurada por el tiempo, había optado por el bus. Ya faltaba poco para
las diez, y no quería llegar tarde.
No podía darse el lujo de enojar aún más a su jefe. La
niñita de adelante estaba empecinada en jugar a la rayuela sobre sus pies,
mientras que el tipo de atrás empujaba de forma sospechosa. Y a esas alturas, Lali
ya no sabía si proteger con más empeño su bolso, o su honor. Se sentía muy
desgraciada.
Quizás aquello de la diplomacia, como decía Pablo, no era
más que un sueño estúpido. Claro que reunía todas las condiciones para lograrlo.
Pero también los otros que habían ido esa mañana para inscribirse. La mayoría ostentaba
promedios sobresalientes, muchos provenían de carreras aún más largas que la
suya, y todos dominaban a la perfección varios idiomas..., ¡incluido el
portugués! Sí, porque, saberlo, era un requisito obligatorio en la Cancillería.
Resultaba entendible, ya que la Argentina formaba parte del Mercosur, una unión
de países de la región que incluía, para horror de Lali, al Brasil. Y no era que
ella tuviera nada contra los vecinos, sino que su idioma siempre le había
resultado esquivo. Desde niña le había sido casi imposible comunicarse con los
muchos turistas cariocas que llegaban a Mendoza, en busca de los placeres de la
nieve. Pero por algún motivo tenía una negación especial para el portugués. Y
ahora, en apenas unos meses, iba a tener que vencerla.¡Un horror!
Y no era lo único que la asustaba. ¿Podría retomar la
rutina del estudio? Hacía mucho tiempo que se había recibido. Pero, lo que era
peor: ¿podría acostumbrarse a esa nueva vida?... Ya no más desayunos
compartidos con Pablo, o cenas robadas al trabajo. Ya no más aquella deliciosa intimidad
entre los dos...
Se bajó del bus, y comenzó a caminar por la Avenida del Libertador.
El corazón le latía con fuerza. ¿Estaría Pablo todavía? De ser así, de seguro
había preparado algún discurso para disuadirla de su decisión. A él no le gustaba
que la gente pensara por cuenta propia, y solía ser muy terco cuando alguien se
oponía a su voluntad. Pero así y todo, a pesar que de seguro la aguardaba un reto,
el corazón de Lali latía, no tanto por el mal momento que auguraba, sino por
aquella presencia que en el futuro le iba a escasear.
Sí... Iba a extrañar esa deliciosa intimidad con su jefe.
Abrió uno a uno los cerrojos de la puerta de la cocina, entró, y se apuró a
encender los monitores. ¡Nadie! Otra vez estaba sola... Mejor, así se iba acostumbrando.
Dejó sus cosas en el cuarto de servicio, y se dirigió directo al fregadero para
lavar la, (o posiblemente, “las”), tazas del desayuno. Pero, para su sorpresa,
estaba limpio. No había nada en él. Buscó el monitor que mostraba el cuarto de
su jefe. La cama estaba deshecha...
Todavía estaba confundida cuando, en un segundo fatal, desvió
la mirada hacia la mesa que tenía enfrente, y lo vio. Allí estaba. Aquello que
menos esperaba, y más temía. Su futuro, oculto en un sobre blanco que
simplemente decía: “Berta”.
Mientras lo abría, otra vez el corazón de Lali comenzó a
latir desbocado. Las manos le temblaban...
La nota era simple:
“El doctor Lanzani te espera antes de las dos de la tarde
en la oficina de Legales de la revista. ¡No faltes!” ¿Legales?... Eso no podía
significar nada bueno. Al parecer su jefe había decidido hacerle caso, y dar
por terminada aquella relación... laboral, sin más demora. Quizás hasta había
encontrado reemplazante. Lali observó la cámara escondida en uno de los anaqueles
de la cocina, y la otra sobre la puerta. Se puso de pie de un salto, y se
dirigió al balcón, por la salida principal. Era pleno invierno, y el viento de
la mañana se hacía difícil de soportar en aquel piso veintidós. Sin embargo, la
vista desde allí era espléndida. El río, los bosques de Palermo, el tren, la
locura del tránsito... Todo se veía pequeño e insignificante desde esa altura.
Como su vida.
Asomada a la baranda, sintió el llanto que comenzaba a surgir,
imparable. El frío era tanto, que las lágrimas parecían congelarse en sus
mejillas ni bien salían de sus ojos, pero, a pesar de eso, Lali lo prefería
así. No quería darle el gusto a Pablo de que la viera llorar... Iba a
extrañarlo... A su trabajo, por supuesto... No. ¿A quién quería engañar? Iba a
extrañar a Pablo. Se había acostumbrado demasiado a él. Y pensar en irse de aquel
departamento, era como volver a enterrar a Gas.
Perder aquella intimidad con un hombre, la sumergía de nuevo
en la más oscura soledad. Claro que, a diferencia de lo ocurrido con su marido,
con Pablo nunca había podido ser del todo ella misma, porque... no se podía confiar
en alguien así. Porque el tipo era un mentiroso, y carecía de moral y
principios, lo cual había sido una verdadera fortuna para ella, porque de otra
forma se hubiera terminado enamorando de él sin remedio. Porque, debía
admitirlo, Pablo, además, tenía algunas cosas buenas...
Sintió una angustia inexplicable, y más lágrimas acudieron
en tropel. Claro que nunca se podía saber, porque su jefe era un mentiroso,
pero a veces, sólo a veces, sentía que se estaban comunicando de una manera
distinta. Que entre los dos se establecía un lazo fuerte, que no se podía
explicar con palabras. Pero, claro, con Pablo nunca se podía saber...
Sí..., había hecho lo correcto al tomar distancia. Porque
aquel sentimiento comenzaba a desbocarse en su corazón. Por supuesto que podía
controlarlo. Todavía sí. Pero, ¿para qué arriesgarse? No tenía intenciones de
acabar como Maca, o como esas secretarias que permitían que sus jefes las
usaran durante años, humillándolas, ignorándolas, aprovechándose de ellas, sin
más excusas que el amor. ¡Por supuesto que no era que ella se hubiera enamorado
de Pablo! Porque uno no se podía enamorar de un mentiroso. Es decir, poder, se
podía, pero alguien con la cabeza bien plantada sobre los hombros como ella,
alguien que ya había probado el verdadero amor, no ignoraba que relacionarse
con un hombre como su jefe sólo significaba desgracia. Era imposible confiar en
alguien así, ¿y cómo se hacía para amar sin entregarse? No. No era inteligente
darle a guardar dinero a un ladrón, ni amar a un mentiroso.
Y Lali se consideraba a si misma una mujer inteligente,
asi que se animo y fue en busca de aquel abogado…
¡Así que esa era la famosa Mariana Esposito! ¡Muy lindo
culo! redondito y musculoso. Daba ganas de partírselo sin más trámite. Y esa
cinturita, que, de tan estrecha, no sostenía la pollera... ¡Ah! ¡Pero de adelante
todavía estaba mejor! ¡Qué buenos pechos! Firmes, sin exageraciones... Debían
ser naturales... ¡Y la carita! ¡Qué boquita! ¡Qué labios!... ¡Con razón el hijo
de puta de Pablo estaba tan desesperado!
—¿Doctor Lanzani?
—Adelante, por favor... La estaba esperando.
Lali tomó asiento, y aguardó a que su anfitrión se acomodara.
La oficina era imponente, totalmente decorada con madera, y con grandes
ventanales que se abrían al río. El abogado ocupó el inmenso sillón detrás del
escritorio de madera oscura, en donde sólo estaba apoyada una carpeta. Todo en
aquel lugar parecía tener el único objetivo de intimidar al que estaba de
visita. Y aquel tipo no era la excepción. Su traje caro, su porte elegante...
Pero, por fortuna, Lali no era fácil de asustar.
—Ante todo, quisiera pedirle disculpas, señorita Esposito...
Estoy conciente de que
el señor Martinez nos encomendó estos papeles una semana
atrás, pero...
—¿Hace ya una semana? –se extrañó Lali.
¿Su jefe había pensado en despedirla el martes pasado? Entonces,
¿por qué le había venido el viernes con toda esa estupidez de mudarse a su
casa? Y lo que era más raro, si ya lo tenía decidido, ¿por qué no se lo había
echado en cara durante la discusión del día anterior?.
—Sí, el martes ocho... Pero usted entenderá que sólo redactar
la parte del convenio de confidencialidad nos llevó casi...
—Por supuesto que voy a respetar ese convenio. Ya me había
comprometido en el
contrato inicial...
—¿Cómo que hay un contrato inicial?... Nadie me informó
nada... ¿Acaso usted ya
vive en la casa del señor Martinez?
—¡No!... Sólo trabajo allí desde las diez hasta las ocho de
la noche.
—No entiendo... Creo que lo mejor será que revisemos los
términos de este contrato
con calma. Anoche estuve haciéndolo con el señor Martinez
hasta bien entrada la
madrugada, pero...
—¿Era usted el que estaba con Martinez??
—Desde las ocho, hasta bien entrada la madrugada... ¿Por
qué?
—No. Por nada...
—La cuestión es que este es un tipo de contrato para el cual
no existen modelos. Yo
ya se lo advertí al señor Martinez... Pero además me
gustaría revisarlo punto por
punto con usted. Claro que, para su tranquilidad, tengo
que informarle que se ha
ordenado la compra de los bonos de la tesorería, y espero
que, para la tarde, ya
hayan sido depositados en...
—Disculpe... Creo que hay un error... ¿De qué bonos me habla?
Lo que tiene que
liquidarme es lo que marca la ley...
—Señorita... Le hablo de quinientos mil dólares en Bonos
del Tesoro de la Reserva
Federal de los Estados Unidos, y que van a quedar
depositados en la Escribanía,
según los términos de este...
—¡¿Quinientos mil dólares?!
—¿No es lo que habían pactado?
Lali arrebató la prolija carpeta de manos de aquel hombre,
que la miraba sorprendido, y comenzó a leer sus páginas con furia, mientras
otra vez las lágrimas comenzaban a ahogarla, imparables.
—¿Esto es lo que soy yo para él? –dijo al fin, sacudiendo
aquella carpeta que
hubiera preferido no ver nunca— Una puta... Más cara que
las otras, puede ser, pero
una puta al fin. Una puta de lujo, y con título universitario...
Y yo que creí...
¡Quinientos mil dólares!... Al parecer, ese es mi
precio... ¡Para él es todo lo que
valgo!
Por un momento Lali se dejó vencer por la decepción. Se
sentía herida. Usada. Como aquellos dogos, había sido cuidadosamente
seleccionada, alimentada, y entrenada para lo que debía hacer. El cazador la
había tratado como uno de su familia, y había confiado en ella su vida. Pero
una vez cumplida la tarea, y si por algún motivo dejaba de serle útil, no iba a
dudar en abandonarla a su suerte en un costado del camino, junto con el dinero.
Sí... Eso era todo lo que Pablo veía en ella. Una perra fiel, que podía
comprarse barata. Al llanto, siguió la furia.
—¿Este es el tercer piso, no?
—El cuarto.
—¿Y la oficina de PAblo está en...?
—El treinta y dos. El último... ¿Adónde vas? ¿Te llevas el
contrato? No lo has
firmado.
—Todavía tengo que discutir algunos puntos con mi jefe.
La muchacha salió como una tromba imparable, en busca del
elevador. De todas maneras, tampoco fueron muchos los esfuerzos que el doctor Peter
Lanzani hizo por detenerla. Él odiaba a Pablo hasta los huesos, pero nunca
había encontrado el valor para enfrentarlo. Y si ahora lo iba a hacer aquella
niña, quería estar allí, sentado en primera fila, para divertirse.
—Entonces te acompaño –se ofreció. Por fin su día
comenzaba a mejorar.
Arde Troya.Ya me imagino a Peter en el ascensor con Lali alimentando la furia d ella ,en la subida d tantis pisos.Encima cuando ella se descargue con Pablo ,a Peter intentando aprovecharse d la situacion.
ResponderEliminarnononono Pablo definitivamente es un loquito!!!!! por que no le dice de una q esta loco por ella q le mueve el pìso asi nos evita a todos problemas y q aparescan mas personas desagradables! (para nosotras, como Pedrito!!!)
ResponderEliminarDefinitivamente desde ya no me cayo bien, todo bien con q no le agrade mucho Pablo yo tambien ahi veces q lo quiero matar pero no me termina de caer este chico!!!! Algo se trae!!!!
Ya quiero ver q le va a hacer o decir Lali a nuestro Pablito demente!!!
Espero q subas pronto..!!!!
Besos q estes bien!!!!