lunes, 4 de marzo de 2013

Capítulo 26, 27 y 28: "Vos necia, Yo mentiroso"



Hola chicas volvii, de mis largas vacaciones, las extrañee, volvi con 3 capis en recompensa, besotes
CARO

Pd: tenganme paciencia para comentar las nove creo que hay una nueva, prontito paso !


CAPITULO 26:
En Perfiles….
—¡Cariño!
Vico intentó ocultarse atrás de una mampara, pero fue inútil. La vieja editora ya lo había visto, y no iba a dejarlo escapar tan fácilmente.
—¡Vico!... Veni aquí.
—¿Qué tal?
—¿Me has estado evitando?
—¡¿Cómo se le ocurre?!
—¿Y tu pequeño problema?
—Eh... Falsa alarma.
—¿Estás seguro, cariño? Mira que nadie puede engañar a la vieja Julia.
—¡Yo nunca miento! –se ofendió Vico.
Y fue tanta su indignación, que en la mente de la anciana ya no quedaron dudas de su sinceridad... inexistente.
¡Hombres!
En la casa de Pablo….
—Berta... Sirve el desayuno para dos, por favor.
Lali  enrojeció. ¿Cómo hacía su jefe para trabajar veinte horas ininterrumpidas, y luego tener tiempo y ganas de ligar algo? ¿Cuándo conseguía las mujeres? La noche anterior habían estado ocupados con el informe Santos hasta las once. Considerando que eran las ocho y media de la mañana, Pablo se las había ingeniado para agenciarse a la dama, hacerle el amor, y dormir, todo en apenas nueve horas. Y, lo peor, mientras que ella se veía pálida y cansada, él lucía resplandeciente.
La joven verificó la buena recepción de su celular, lo colocó en el bolsillo trasero de su jean, ajustó su rodete, acomodó las cosas en la bandeja, y se preparó para salir al ruedo. Encontrarse con la amante de turno era siempre incómodo, y no eran pocas las veces que la dama se ponía impertinente con ella. Por fortuna Pablo no toleraba ese tipo de situaciones. Si alguien iba a ser maleducado y desagradable en la casa, él se consideraba el único dueño de semejante prerrogativa.
Lali suspiró, antes de abrir la puerta con decisión. Para su sorpresa, la amante de turno estaba completamente vestida, y tenía aspecto de buena muchacha. Pablo  la estaba despidiendo junto al elevador, pero como la puerta de la “pecera” estaba abierta, su empleada podía escuchar fácilmente la charla entre ambos.
—Fui muy feliz esta noche, Pablo... ¿Volverás a llamarme?
—No, Agustina –respondió él con dulzura, mientras le acariciaba el cabello—. No
pienso hacerlo.
—¡¿Por qué?! –se horrorizó la muchacha— ¿He hecho algo malo?... ¿No ha sido
maravilloso también para vos?
Pablo desvió la mirada en el preciso momento en que Lali iniciaba su rápida huida de vuelta a la cocina.
—Espera, Berta –le gritó—. No te vayas... Busca el informe Santos, que está sobre
la mesa, y séntate. Ya termino aquí...
“¡Qué desfachatado”, pensó Lali, indignada. “Ni siquiera hace un esfuerzo por disimular el hecho de que, tan conmovedora despedida, no es más que un trámite para él”. Pero por lo visto, su víctima no compartía esa opinión. Mirando todavía arrobada a semejante galán, ni bien reconquistó su atención, volvió a insistir, al borde de las lágrimas.
—¿Acaso no fue maravilloso también para vos, Pabli?
—Demasiado maravilloso, Agus. Por eso no voy a volver a llamarte. No puedo
darme el lujo a esta altura de mi vida de enamorarme como un tonto. Y sé que si
seguimos haciendo esto...
—¿Por qué le temes al amor, Pablo?
Lali no pudo evitar entrecerrar los ojos, sin ocultar su desprecio. ¡Qué cursi la niña!
—No es que le tema, Agustina –le respondió su galán con seriedad—. Hoy por hoy
mi vida es demasiado complicada, y no podría ofrecerle nada a una mujer... Quizás
dentro de unos años... Sí, quizás dentro de un tiempo volvamos a encontrarnos, y
entonces, podes estar segura, no te voy a dejar ir... ¡Decime que me entendes, te lo
ruego! Me dolería en el alma que me guardaras resentimiento.
“¿Alma?... ¿Cuál?”, se preguntó Lali. La chica, en cambio, soltó algunas lágrimas, pero, para su desgracia, justo en el preciso momento en que se abrían las puertas del elevador, por lo que el resto de la despedida fue rápida.
—¿Qué haces parada allí como soldado, Berta? – preguntó Pablo de mala
manera, ni bien quedaron solos.
—¿No me pidió que lo esperara?
—¿Para qué pensas que te hice traer dos desayunos? Tenias que sentarte, y
comenzar a trabajar.
“¿Desayunar, o trabajar?”, pensó Lali. Pero sabía que para su jefe la palabra trabajar tenía miles de sinónimos, asi que, resignada, lo obedeció en silencio. Sin embargo, no pudo evitar la tentación de mirarlo de soslayo, fascinada. El muy cerdo estaba allí, ya instalado, leyendo el informe como si no hubiera ocurrido nada. Indiferente a los millones de lágrimas que, de seguro, la dulce muchachita de turno, (que, para colmo, esta vez parecía decente), habría vertido en los escasos minutos en que llevaban separados.
Lali estaba tan indignada con la actitud de aquel macho vanidoso, que tenía que contenerse para seguir llenándole servilmente la taza con café caliente, en lugar de desviar el chorro en dirección a sus inflamados testículos.
La noche en que Pablo le había ofrecido incorporarla a su staff, Lali había temido que tanta proximidad la confundiera al punto de terminar enamorándose de él. Pero estaba a salvo. Por fortuna el tipo era tan desagradable, que no podía evitar de tanto en tanto mostrarse como un villano, o realizar algún estúpido comentario machista.
Todo afecto que pudiera haberle tenido su empleada, quedaba entonces inmediatamente sepultado por el desprecio. Pablo era inteligente y encantador el ochenta por ciento de su tiempo, ¡pero el veinte restante!...
—Vamos, Berta... Decilo ya, así podemos olvidarlo, y empezar con el trabajo –la
apuró su jefe, sin mirarla en ningún momento, la vista fija en sus papeles, pero como
si, a pesar de eso, pudiera adivinar sus pensamientos.
La muchacha enrojeció.
—¿A qué se refiere?
—Te conozco. Cada vez que frunces tu nariz, en vez de hacer hechizos, estás
echando puteadas en tu interior.
—¡Yo no...! –intentó defenderse.
Pero de inmediato abandonó la idea. Pablo sabía exactamente como sacarla de quicio, volviéndola así más vulnerable. No... No podía darle el gusto. Tenía que permanecer calma.
—Olvídelo –dijo al fin.
—Sé que repruebas mi actitud. Pero tenes que entender que las mujeres son unas
tontas, y esta en particular, más tonta aún que la mayoría.
—En el supuestísimo caso de que eso fuera cierto, y justamente por las presuntas
limitaciones de la chica, es mucho más cruel de su parte el engañarla.
—¿Crees que la he engañado? No, Berta...
Su empleada lo observó con fascinación, y él no pudo ignorarlo.
—¿Qué ocurre, Berta?
—Da vértigo asomarse a la psiquis de un mentiroso profesional.
—¿Crees que soy mentiroso?
—Pocos hombres no lo son.
—¿Las mujeres son unas santas, acaso?
—Yo, al menos, trato de ser sincera.
—Y así te va...
—¿A qué se refiere?
—¡Vamos, Berta! Se te fue la lengua con ese Victorio, y ahora ya estás arrepentida.
—¡Yo no estoy arrepentida!
—¿No? –preguntó su jefe, divertido— Y entonces como te explicas que pases las
tardes pendiente de... ¡esto!
En un movimiento digno de un mago, Pablo se había estirado hasta lo imposible, arrebatando de un saque el celular del bolsillo trasero de la muchacha, para agitarlo victorioso frente a ella.
—Estoy esperando otro llamado –se defendió Lali, intentando vanamente recuperar
el aparato.
—¿Otro llamado?... Desde que estás aquí nunca has hablado con nadie de tu
pueblo.
—¡¿Pueblo?! ¡Mendoza es una ciudad, y muy grande! ¿Que les ocurre a los
porteños, que se creen los reyes del mundo? ¡Son insoportables!
—Muy astuto de tu parte intentar desviar la conversación. Pero no pienso caer.
Lali tomó distancia.
—Devuélvame mi teléfono, por favor –dijo en tono calmo.
—No, por supuesto que no... Quiero escuchar la voz de sorpresa de Victorio
cuando el que lo atienda sea yo. Te apuesto a que cortará la comunicación de
inmediato.
Rememorando sus épocas de brillante jugadora de volleyball, Lali  intentó arrebatarle su telefonito, arrojándose sobre la mesa como si fuera una red. Por un segundo forcejearon, los dos de pie. Y fue cuestión de otro maldito segundo para que quedaran peligrosamente juntos, callados, cada uno sintiendo la respiración entrecortada del otro, embriagados por la excitación del juego. Y fue tan insoportable el calor de esa proximidad, quemaba tanto, que de inmediato tuvieron que separarse.
—Sos rápida, pero no lo suficiente para mí –concedió él al fin, mientras abandonaba
el celular sobre la mesa.
Por fuera, se instaló un silencio tenso entre ambos. Pero más allá de las palabras, un rumor fuerte, imposible de acallar, se adueñó de sus voluntades, volviendo la situación inquietante.
Por fin Pablo resopló, tomó asiento, comenzó a leer, y todavía con la vista fija en las hojas, insistió.
—Si no hubieras sido tan “franca” con él, lo hubieras podido mantener en reserva por
si, como ocurre ahora, te arrepentías de haberlo rechazado.
—¡Yo no me arrepentí!
Su jefe clavó en ella una mirada llena de reproches, que, por sincera, era capaz de lastimarla tanto.
—Simplemente lo extraño... –concluyó Lali en voz baja.
Otra vez esa mirada, y aquel silencio lleno de tensión. Y de nuevo fue Pablo el encargado de poner distancia.
—Yo no sé, Berta, de donde has sacado esa estúpida idea de que soy un mentiroso.
—¿No lo es? –preguntó la joven con ironía.
—¡Por supuesto que no! –se ofendió el otro.
—¿Siempre dice la verdad? ¿Acaso era sincero cuando susurraba cursilerías al oído
de esa muchacha?
—¡Por supuesto que no! ¡Pero eso no se llama mentir! Eso es simplemente
manipular un poco la verdad para que nadie salga herido. Y por el bien de Victorio  
tendrías que aprender a hacerlo... A ver..., ¿qué pretendías que le dijera a Agustina?
“Mirá, en la cama sos pésima, y me muero de aburrimiento de sólo imaginar otra
noche con vos”?...
—No.
—¿O que la engañara con un “Te llamaré”, cuando no tengo ni la menor intención de
hacerlo?
—¡Claro que no! Todas odiamos que los hombres hagan eso.
—Me estás dando la razón... ¿Acaso no he sido yo, con mis cursilerías, mucho más
decente que los demás?.
—Más decente hubiera sido confesarle, ¡antes de llevarla a la cama!, que lo único
que buscaba de ella era un algo rápido, y que, ni aunque fuera la mujer de su vida,
iba a volver a llamarla.
—¡Esa no es la forma de hacerlo!... Berta, ¿tengo que explicártelo todo?... Cuando dices “buenos días”, lo más probable es que aquel sea un día de mierda, como todos los demás. Todos saben que no necesariamente estás siendo sincero. De la misma forma, nadie se lo cree del todo cuando hablas de amor. Es una cuestión de códigos sociales... Si te acuestas con una buena niña como Agus, por ejemplo, no puedes tratarla como una puta, sino que debes hacerlo como a una novia. Es de caballero. Hace que la muchachita en cuestión se sienta un poco menos apenada por haberse ido a la cama sin más trámite con un desconocido. ¡Por supuesto que, a pesar de lo que se diga, ella sabe que ha sido sólo sexo, y que nadie se enamora por tan poco!
—Pues para haberlo sabido, lloraba bastante.
—Otro código. Si era una buena chica, tenía que llorar... Como cuando estás en la
cama con una mujer casada. Tenes que jurarle que aquella va a ser la única vez,
aunque ya hayas reservado hotel por el resto de la semana. Lo dices para que se
sienta complacida, y menos culpable, ¿entendes?
—Preferiría no hacerlo.
—El engaño en cuestiones de amor es siempre un juego de a dos. No hay hombres
mentirosos, sino mujeres a las que les gusta que les mientan.
—¡Eso no es cierto!
—¿Cuál es la que pone en duda un halago? Te paras frente a ella, le sonríes, le
dices “linda”, y ya está con vos, aunque sea tan fea que tenga que tomar valium
todas las mañanas para poder mirarse al espejo. ¡Si no fuera por las mentiras
piadosas, las industrias de la belleza y la moda hubieran colapsado hace rato!
¿Cuántos vestidos se venderían si los hombres fuéramos sinceros?
Lali lo escuchaba en aparente calma, atenta, mientras por debajo de la mesa sacudía su pierna enfurecida. El tipo era un completo idiota... Entonces... ¿por qué su proximidad la inquietaba así?
—¿Qué pensas? –insistió Pablo
La muchacha enrojeció brevemente, pero de inmediato se repuso.
—Escuchándolo puedo entender por qué continúo soltera. ¡Los hombres son
patéticos!... A ver, explíqueme: ¿por qué meterse con una niña que parecía honesta,
como la de esta mañana, si lo que estaba buscando era una puta?... Es como
publicitarse en una revista de golf, cuando lo que se venden son pelotas de fútbol.
—¡Justamente! A veces las mujeres creen que están preparadas para las
complicaciones de un deporte, cuando, en verdad, sólo están buscando un buen par
de pelotas –y sonriendo de aquella forma estúpida que sacaba de quicio a
su empleada, Pablo agregó—. Finalmente, el tamaño es lo único que cuenta.
—Es inútil seguir hablando... Después de todo, usted y yo somos muy distintos –
concluyó la muchacha, en el preciso momento en que comenzaba a sonar el celular
olvidado en la mesa.
Lali se apuró a tomarlo, pero Pablo fue más rápido, y retuvo su mano, mientras la miraba con intensidad.
—Pénsalo, Berta... Después de todo, ¿qué tan distintos somos vos y yo?





CAPITULO 27:
—Vos y yo somos iguales, Lali ¡Tenes que entenderlo! Nacimos para estar juntos.
—El que no entiende sos vos, Vico... Mira, alguien me dijo hace poco que, en
cuestiones de amor, siempre había que mentir para no lastimar al otro. Pero me
niego a hacerlo... Al menos con vos.
—¿Alguien?... ¿Quién? –preguntó su amigo con desconfianza.
—Eso no importa.
—¿Quién? –insistió enojado—. ¿O acaso te da vergüenza decírmelo?
Lali lo observó, sin ocultar su desagrado.
—Mi jefe –respondió al fin—. Pablo me lo dijo.
—Últimamente hablas mucho con él.
—Estamos juntos todo el día, y... –llegó a decir. Pero de inmediato se interrumpió,
enojada— ¿Sabes? Todavía no entiendo por qué tengo que darte explicaciones.
—Porque me extrañaste –respondió Vico con dulzura, intentando acercarse.
Pero ella se alejó.
—No me malinterpretes, Vic. No te extrañé cuando me fui de Mendoza, porque sabía
que estabas allí. Pero después de nuestro último encuentro, tuve miedo de que ya
no quisieras verme.
—Y entonces me extrañaste –repitió el otro con satisfacción.
Lali ya se estaba arrepintiendo de haber hablado. ¿Había sido demasiado franca con él? ¿Acaso Pablo tenía razón?
—Extrañé tu presencia como amigo. Últimamente estoy muy sola, y me has hecho falta.
—Como amigo....
—Como amigo.-le insistió ella
—¿Sabes lo que pienso, Lali? Pienso que me crees eternamente disponible para
vos. Sentis que no me necesitas como hombre, porque sabes que bastaría con
extender tu mano para tenerme.
—No es así... Muchas veces has estado de novio, y...
—¿Y qué? ¿Cuál fue la que no criticaste?
—¡Elegías cada una!
—¿Sólo por eso no te gustaban? –preguntó él con suspicacia.
Y bastó escucharlo para que algo en la cabeza de Lali entrara en eclosión. Sí, era cierto, nunca se había sentido cómoda cuando Vico llegaba acompañado. Pero eso era porque Gas, él y ella ya conformaban un grupo perfecto. Los demás eran siempre extraños. Y si bien la unión con su marido había sido completa e intensa, no podía recordar ni un día de su matrimonio, exceptuando la luna de miel, que no hubieran compartido también con Victorio. Él era su paño de lágrimas, su consejero, e incluso, más de una vez, su aliado en aquellas ocasiones en que su esposo se ponía un poco terco.
Gas había sido el primer universitario de una familia asentada por generaciones en la más lamentable pobreza. Cielo, su madre, era una mujer simple, que había podido costearle la carrera a su hijo gracias a los aportes de la familia con la cual trabajaba. Vico, en cambio, provenía de una larga estirpe de periodistas, forjadores de buena parte de la historia de la provincia. Los criterios de uno y otro, entonces, eran tan irreconciliables como el agua y el aceite, y sólo Lali podía lograr esa extraña armonía entre ambos.
Cuando estaban separados, los errores y las fallas de los dos amigos se acentuaban, ¡pero juntos!... eran el hombre perfecto para ella. El arrebato de Gas... La dulzura de Vico... La sensualidad juguetona de su esposo... La sensatez calma de su amigo... ¡El hombre perfecto! De alguna forma, durante los cinco años de su matrimonio podía decirse que también había estado casada, aunque fuera un poco, con su vecino. Quizás por eso ahora lo extrañaba...
¿Se habría enamorado de él sin darse cuenta? ¡¿Enamorada de Vico?!
Quizás….O quizás se sentía tan sola y desesperanzada, que estaba comenzando a delirar. ¿Vico? La verdad era que ya no le quedaban muchas opciones...
Durante los tres primeros meses en la Capital había salido con decenas de tipos: universitarios, empleados, pobres, ricos, casados mentirosos, o solteros compulsivos. Pero todos con un denominador común: ¡eran unos idiotas! Eso ya era razón suficiente como para que estuviera tan preocupada. Pero, sin duda, no era lo peor. Lo peor era Pablo...
De todos los hombres que había conocido hasta entonces él era, a no dudarlo, el más peligroso. Y no sólo por ese extraño apego que tenía a decir mentiras, por su falta total de moral, o por su inteligencia manipuladora, sino también por esos ojos claros que podían acariciar y lastimar a la vez, y por la forma apasionada que tenía de entregarse al trabajo.
El tipo no tenía remedio, eso era evidente. Y, sin embargo... Lali encontraba una sola explicación para sus penurias: estaba necesitando en forma urgente un hombre. Sexo regular, compañía, charla estimulante... Y un hijo antes de los treinta. Sobre todo eso: el hijo. Su conciencia no dejaba de reclamar. Había una promesa de por medio, y fuera como fuera, estaba dispuesta a cumplirla. Claro que si lo hacía con un hombre de verdad, en vez de tener que recurrir a...
—¡Lali!
La muchacha volvió a la realidad.
—¿En qué estabas pensando? –le reprochó Vico
—No... En nada...
—¿Me estás mintiendo?
—¡Yo nunca miento! –respondió convencida.
Y entonces se estremeció.

Al otro día…
—¡¿En qué estabas pensando, Berta?!... ¡¿Cómo que no hay más hojas A4?!
—No es cuestión de lo que yo piense, señor Martinez, sino de las ochocientas
cincuenta y seis hojas que acabamos de imprimir. Si seguimos a este ritmo, también
se acabará el toner
—¡Qué fastidio! Es tu obligación prever este tipo de situaciones
La joven resopló en su interior, pero con expresión amable, respondió.
—En diez minutos vuelvo.
—¡Yo te acompaño! –gritaron Benja y Agus al unísono, poniéndose ruidosamente de
pie, y armando un revuelo de papeles a su alrededor.
Ante tan ridícula escena, Maca Paz  y Pablo, como si lo hubieran ensayado, murmuraron a un tiempo:
—¡Idiotas!
—Puedo ir sola –anunció, en cambio,Lali, mientras se paraba con gracia.
Y los tres varones, embelesados, se perdieron en el movimiento leve de sus pechos firmes, mientras, del otro lado de la mesa, su rival la contemplaba con odio.
—Séntate, Berta –vociferó Pablo— Te necesito aquí... Maca, anda vos.
Y bastó escuchar aquella orden para que la muchacha saltara como una fiera.
—¡No pienso hacerlo! –gritó, furibunda— ¿Acaso crees que yo también soy tu
empleada?... Y después, ¿qué? ¿Lavo los platos?
—No se te caerían los anillos. Aquí todos trabajamos de todo –la reconvino su jefe.
Pero, por fortuna, antes de que la sangre llegara al río, Lali logró interponerse entre ambos.
—Me llevaría más tiempo explicarle adonde ir, que comprarlo yo misma.
—Yo te acompaño, Lali –se ofreció Benja—. Tengo el auto en el garaje de cortesía.
—Mejor soy yo el que la lleva –refutó Agus—. A vos enseguida te reconocen.
Perderías toda la mañana firmando autógrafos.
—Son sólo tres calles. No necesito chofer, ni acompañante.
—¡Pero yo “sí” necesito que revises esta hoja antes de faxearla al canal! –se quejó Pablo.
De nuevo el revuelo. Y bastó escucharlo para que Lali, en un movimiento veloz que dejó a todos confundidos, arrebatara el papel de manos de su jefe, y se fugara mientras, todavía con una sonrisa en los labios, concluía:
—Lo corregiré en el viaje. Vuelvo en diez minutos.
Ni bien las puertas del elevador se cerraron, y Maca estalló.
—¡¿Se puede saber que les ocurre, manga de imbéciles?!... ¡Ya me tienen harta!... ¡Ni siquiera es tan linda!
Como dos caballeros, Agus y Benja salieron en rápida defensa de las virtudes de la ausente, pero al instante Pablo los obligó a callar.
—¡Maca tiene razón! Estoy harto de que se comporten como “Tonto y Retonto” con ella.
—¡¿Que “ellos” se comporten, Pablo? –explotó la dama— ¡¿Qué hay de vos?!
—¿Qué hay de mí?
—¡Vamos! Claro que por delante te muestras indiferente, pero ni bien la muchacha
mueve el culo, te la comes con la mirada.
—Yo no... –intentó defenderse aquel galán.
Pero no contaba con la furia de una hembra herida en su orgullo.
—¡Y esa estúpida preferencia! ¡Todo lo que hace te parece maravilloso
—Eso es porque, a diferencia de ustedes tres, Berta...
—¡¿Qué?!...
—...es excelente trabajando.
—¡Vamos, Pablo! –murmuró Agus, con contenida ironía.
—¿Qué te ocurre, Agustin? –le respondió su jefe de mal modo— Si queres decirme
algo, hacelo de frente.
—Coincido con Maca, amigo... Seamos sinceros... Lali nos gusta a los tres.
—¡Eso es ridículo! Si yo la quisiera, me la hubiera llevado a la cama sin pedirle
permiso a ustedes... Incluso, quizás ya lo he hecho.
Discretamente los empleados de aquel hombre vanidoso giraron sus cabezas para que no los viera reír, cosa que terminó de ofenderlo.
—¡¿Qué les ocurre, imbéciles?! ¡¿No me creen?!
—Lo peor –protestó MAca, sin engancharse en la locura de su jefe— es que, de
verdad, yo soy más linda que ella.
—Pero con vos ya nos hemos acostado –replicó Benja con desparpajo.
—¡Yo no! –se quejó Agus, mirándola con lujuria.
—Ni en tus sueños, Sierra –murmuró la muchacha.
De inmediato se produjo una nueva batahola, hasta que Pablo gritó como si fuera un profesor en el Liceo: — ¡Silencio! ¡Ya me hartaron!... A ustedes dos les recuerdo que no les pago para que se babeen por una mujer. En cuanto a vos, Maca... Si queres reconquistar tu puesto de preferida, tendrás que esmerarte. Junto a “Tonto y Retonto”, brillabas. Pero al lado de Lali....
—¿Lali? –repitió la joven con suspicacia.
—Berta –se rectificó su jefe de inmediato—. Pero como sea que se llame, a su lado
quedas en evidencia... ¿Cuánto queres apostar a que, en exactamente diez
segundos, está entrando por allí?... Ocho..., siete..., seis... Pablo no pudo concluir.
Confirmando sus palabras, el elevador se detuvo, y Lali apareció tras sus puertas,
cargada de paquetes.
—Tarde, Berta –fue el saludo de su jefe, cuando la joven emergió de la “pecera”.
Agus y Benja, en cambio, corrieron de inmediato para auxiliarla con su carga.
—Compré dos resmas, por las dudas, y dejé encargadas otras dos. También traje
toner.
—¿Y las correcciones? –preguntó Maca, victoriosa.
Lali dudó por un instante, pero luego le extendió el papel.
—Yo dejaría la pregunta sobre sus vinculaciones con la petrolera para el final. Si el
fulano ha preparado una buena excusa, para esa altura ya la habrá dicho, y no será
violento para Benja tener que sacarlo a colación. Pero si no lo ha hecho, estará
nervioso durante toda la entrevista, y será fácil que se pise con el tema de la
denuncia.
—¿Qué denuncia? –preguntó Maca, sorprendida.
Pablo miró a su empleada con satisfacción, mientras los otros cruzaron gestos preocupados.
—¡Qué cara tienen todos! –observó Lali— ¿Ocurrió algo en mi ausencia?






CAPITULO 28:
Lali intentó disimular un bostezo hundiéndose un poco más en los papeles que tenía delante. Estaba agotada, y eso que apenas eran...
—Las diez de la noche –interrumpió sus pensamientos Pablo.
—¿Cómo? –preguntó ella, sorprendida.
—Que son las diez de la noche.
—¿Cómo sabía que...?
—Es la tercera vez que bostezas, y levantaste tu mano izquierda.
—¡Guau!
—Un buen periodista siempre tiene que observar el lenguaje corporal del que está enfrente.
—Sí... Una lectura posible es que quiero saber la hora. Otra, que estoy
horriblemente cansada luego de catorce horas de trabajo ininterrumpido, y que me
muero por dormir. Pero, al parecer, usted es muy tendencioso en sus
interpretaciones.
Pablo agachó la cabeza, y sonrió de esa forma pícara que lo hacía lucir encantador.
—Vamos, Berta –dijo, sin mirarla—. Vos sos todavía una mujer joven. ¡Qué tendría
que decir yo, entonces!
—Usted es sólo unos años mayor que yo.
—Hoy cumplo veintinueve, y me siento muy viejo.
—¿Hoy es su cumpleaños? –se sorprendió la muchacha.
—Sí.
—Que raro... Nadie dijo nada.
—La última vez que festejé había diez velitas en el pastel. Y luego pasaron
demasiadas cosas malas como para que valiera la pena hacerlo.
—Lástima... De haberlo sabido antes le hubiera regalado algo.
Pablo la miró complacido, y se arrellanó en su silla.
—¡Qué interesante!... Todos se quejan a la hora de hacerme un obsequio. Dicen que
soy una pesadilla. Lo que quiero de verdad, ya me lo he comprado, y, para colmo,
no soy nada fácil de complacer... ¿Qué me hubieras regalado vos?
—No me parece tan complicado. Es cierto que sus gustos son muy precisos, pero
tiene muchos intereses... Claro que como soy pobre, me alcanzaría sólo para un
libro.
Antes de continuar, y como si estuvieran jugando a las adivinanzas, Lali lo escudriñó divertida.
—Estoy segura que le fascinarían los “Relatos de los Inesperado” de Roald Dahl.
Pero posiblemente ya los ha leído en el colegio, considerando que estudió en Norte
América... Así que me inclinaría por... las “Falsificaciones” de Marco Denevi.
—¿Marco Denevi?
—Un autor argentino. En Hollywood hicieron una película con uno de sus libros:
“Ceremonia Secreta”, ¿la recuerda?
—¿Elizabeth Taylor y Mia Farrow?
—Sí.
—¿Y por qué crees que me gustaría un libro, y ese, en particular?
—Sé que es un ávido lector, por su biblioteca. Es cierto que cada tomo se ve
impecable por fuera, pero eso debe ser obra de su decorador, porque, al abrirlos, se
nota que han sido leídos... Y es obvio que le gusta la literatura iberoamericana.
¡Tiene los mejores títulos!... Aunque tal parece que últimamente no ha podido
dedicarle demasiado tiempo, porque el más reciente de Vargas Llosa, que desde
que estoy aquí junta tierra sobre el escritorio, tiene anotaciones sólo hasta la mitad...
Por todo eso, “Falsificaciones” es el libro para usted. Es pequeño, divertido, y está
dividido en relatos cortísimos. Y, además, de seguro es posible conseguirlo a buen
precio en una mesa de saldos. Yo quedaría bien con poco, y usted podría leerlo
en los ratos muertos, como este, en que lo único que hay que hacer es esperar por
un fax.
Su jefe, que la observaba encantado, se tomó un tiempo para responder.
—Soy culpable de todo lo que has dicho. Los “Relatos de lo Inesperado” es uno de
mis favoritos. No lo leí en el colegio, porque el único inglés que se lee en las
escuelas americanas es Shakespeare. Pero te puedo asegurar que después de
tanto Faulkner, Somerset Maughan, y Tennessee Williams, uno aprecia más a
nuestros García Márquez, Vargas Llosa, o Camilo José Cela. Su literatura
es a nuestra medida: divertida e irreverente... Sí... Es muy probable que tu obsequio
me hubiera gustado mucho, así que te doy la libertad de comprármelo cuando
quieras... La verdad, es que has logrado sorprenderme, Berta... Pero, confiesa: ¿no
será que le regalas a todos lo mismo?
—¡No! ¡En lo absoluto! No es igual comprarle algo a usted, que a Benjamin
—¿Y qué le darías a él?
—Bueno, Benja es todo un personaje... Creo que en su caso se aplica el método
que usted tiene con las damas. Sí... Estoy segura que lograría conmoverlo si le
regalara la fragancia que usa... Pero como mi nariz está muy ocupada en otras
cosas, y mi presupuesto es mínimo, semejante obsequio sería imposible. Bueno,
para ser franca, no creo que haya mucho que a él le guste, y que yo pueda pagar...
—¿Y si el dinero no fuera problema?
—Le regalaría un fin de semana en un spa del exterior, para que pudiera descansar,
sin que lo molestaran sus admiradoras.
Lali hizo una pausa, pero luego, sonriendo con malicia, agregó.
—Por supuesto que antes tomaría la precaución de pagarle a alguien para que lo
reconociera en el aeropuerto. El ego de Benja es un poco frágil, y queremos que
descanse, y no que se traumatice...
Pablo rió con ganas.
—¿Y a Agus?
—La vida de Agustin es el periodismo.
—La mía también.
—Eso no es cierto. A usted le gusta la literatura, el cine, la música, la sociología...,
¡un millón de cosas! A él, en cambio...
—A él también le gusta el cine.
—Lo imagino: “Rambo”, “La guerra de las Galaxias”, “Terminator”... Apuesto que
“Matrix” le resultó un poco complicada... Así que si tuviera que regalarle un video,
sería “El Padrino”, pero estoy segura de que ya lo tiene en todas sus versiones... Por
supuesto que, descartando el cine, podría recurrir al viejo truco del deporte: fútbol,
automovilismo, boxeo... Pero esos son los únicos de los que no sé nada... No... Su
regalo ideal sería también un libro. Aunque tendría que tratarse de una novedad. ¡El
último de periodismo que hubiera salido!...
—¿Y a Maca?
—No sé. No la conozco tanto... Pero no me puedo imaginar lo que usted le regala en
cada cumpleaños. Porque dudo que pueda repetir el truco del perfume para siempre.
—Te confieso que el primer año tuvo el suyo, pero luego nuestra relación se volvió
todavía más impersonal. Ahora es sólo un cheque.
—Pésima idea. Debe dolerle como una cachetada. Para nosotras las mujeres, no
existe tal cosa como una “relación impersonal”.
—Te dije que no soy bueno para los regalos.
Se produjo un silencio, y Lali volvió a bostezar.
—¿Está seguro que la máquina de fax funciona, no?
—Ya va a llegar, mujer, no te impacientes...
Lali retornó a sus papeles, y no pudo evitar otro bostezo. Y entonces sintió como la mirada de él la recorría en forma insolente.
—¿Make up sex? –le preguntó su jefe con descaro.
—¡¿Cómo?!
—“Make up sex”... Significa...
—Sé lo que quiere decir. Lo que no entiendo es porque usted lo aplica en una
sentencia, mirándome a mí.
—¡Vamos, Berta! Estás demasiado cansada, y hoy no revisaste tu celular en todo el
día. Es obvio que estuviste hasta tarde con tu “amigo”, y me pareció lógico pensar
que tu agotamiento se debe a un buen y delicioso “sexo de reconciliación”. Por
cierto, la mejor parte de una pelea.
Una rabia ciega comenzó a invadir a Lali. ¡Así era siempre con su jefe! Como en una montaña rusa, el ochenta por ciento del viaje era fascinante y encantador, pero el veinte restante, le producía nauseas.
—Escucheme Pablo... –comenzó a decir, furibunda. Pero de inmediato se detuvo.
No era ese el tipo de conversación que quería sostener con él. Demasiado peligroso.
Así que se limitó a agregar— ¿Está seguro que funciona el fax, no?
—¿Sabes, Berta? Sos una de las personas más inteligentes que conozco..., pero,
lamentablemente, además sos una mujer muy necia. Incluso me atrevería a decir
que la más necia de todas las mujeres con las que he estado. Y, créeme, a esta
altura de mi vida, ya he estado con demasiadas.
—¿Por qué siempre que me halaga quiero asesinarlo?
—Otra cualquiera, con tu culo y tu inteligencia, ya habría conquistado el mundo...
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—¡Vamos! Te bastaría con tu cuerpo para ser rica, y vos lo sabes. A las mujeres, la
razón o el buen juicio, no les alcanzan para que las consideren. Además tienen que
ser hermosas. Vos lo sos, y lo sabes muy bien... Por eso puedes darte el lujo de ese
orgullo horrible que tenes.
Lali sintió un escalofrío por su cuerpo. La adrenalina comenzaba a fluir en su interior. Estaba en la parte más alta del recorrido, y el paisaje era embriagante. Pero de inmediato miles de señales de peligro se encendieron en su mente, y se preparó una vez más para la abrupta caída.
—Ese es un estúpido comentario machista –respondió.
—Machista sería si yo lo hubiera inventado. Pero es una simple apreciación de la
realidad. A una mujer con tu cuerpo y tu inteligencia le es más fácil... Y vos lo sabes.
—A mi no me es más fácil.
—Ese es justamente mi punto: no te es fácil, porque sos una necia...
—Usted confunde ser una necia, con tener dignidad.
—¿Dignidad?... No sé de cual paraíso bajaste, Berta, pero para comprar un poco de
dignidad en este mundo se requiere de mucho dinero. Y para tenerlo, primero hay
que saber invertir.
—Yo sé invertir muy bien. El problema es que usted y yo ahorramos en distintos bancos.
—¿Y cuál es el tuyo?
—Uno que queda en ese paraíso del que bajé... ¿Quiere que llame por teléfono a
Maca, y le pregunte si ya envió el fax?
Desde el otro lado del escritorio, Pablo la observó con descaro. Pero no como solía hacerlo, sino con aquella mirada lasciva propia de un hombre en celo.
—¿Qué es lo que hay que hacer para meterse en tu braga, Berta?
Lali levantó la cabeza electrizada.
—Voy a hacer de cuenta que no lo escuché.
—¿Por qué? –respondió él, con enojo.
—Usted se aprovecha porque necesito el trabajo. Sabe que, de ser otra la situación,
le hubiera dado vuelta la cara de un cachetazo.
—Y con esa respuesta has demostrado mi punto: no hay hombres mentirosos, sino
mujeres a las que les gusta que les mientan.
—No entiendo...
—Desde que Benja te conoció, cada vez que te ve es obvio que está pensando el
mejor método para meterse en tu cama. Lo mismo ocurre con Agus... ¡Y hasta con el
portero del edificio!... ¿O acaso no te diste cuenta que hoy, mientras no estabas,
peleamos por eso?
—¡¿Pelearon por mí?!
—Maca ya está cansada de ver a “Tonto y Retonto” hacer el ridículo cada vez que te
acercas. Vos, en cambio, juegas con ellos, encantada. Claro, ninguno de los dos se
atrevería a ser franco con vos, y preguntarte lo que yo... Y hacen bien, porque, por lo
visto, a pesar de lo que pregonas, sos incapaz de soportar tanta sinceridad...
La máquina de fax se activó, pero no le hicieron caso, ocupados como estaban tratando de intimidarse mutuamente con la mirada.
—Si lo que quiere saber es como puede hacer usted para... –comenzó a decir ella al
fin, con un tono que no anticipaba nada bueno.
Pero Pablo se ahorró a si mismo la vergüenza, interrumpiéndola de inmediato.
—No se trata de mí. Yo soy sólo un periodista. El tipo que pregunta lo que los demás no se atreven.
—Pues entonces puede decirles a “Tonto, Retonto y Tontisimo”...
—¿Tontisimo?... ¿Te referís a mí? ¿Crees que yo soy el más tonto?
—Me refiero al que sea. Da igual. Lo importante es que, por si no se han dado
cuenta, estoy totalmente fuera de su alcance. No me gusta jugar sus juegos.
—Mi pregunta fue simple, y la estás evadiendo. Como todos, a vos también te
cuesta  ser sincera a la hora de...
—Matrimonio.
—¡¿Qué?!
—¿Quería una respuesta directa, no?... En lo que a mí respecta, sin matrimonio, no
hay sexo. Y al que no le guste..., no es mi problema.
—¡Sos una falsa, Berta!... ¿Me queres hacer creer que llegaste a tu boda virgen?
—Crea lo que quiera.
—Bueno, en realidad, tengo entendido que te casaste muy joven... Y lo hiciste en un
pueblo, así que...
—¡Mendoza es una gran ciudad!
—Como sea... Sí... Concedo que te hayas casado virgen...
—No sabe como me alivia –replicó ella con sarcasmo.
—Pero ya hace más de dos años que murió tu marido... No pretenderás que crea que...
Lali lo observó furibunda, pero Pablo no se intimidó.
—No sos del tipo de mujer que pueda permanecer tanto tiempo sin sexo... Tenes
que estar mintiendo.
—¿Piensa que todos somos mentirosos como usted?
—¡Ya te he dicho que no soy un mentiroso!... Y que me ataques no nos acerca a la verdad...
—¿Lo avergüenza que alguien pueda tener principios, y ajustarse a ellos?
Envuelto en furia, Pablo se puso de pie, y comenzó a avanzar en dirección a la muchacha. Lali temblaba por dentro, aunque todavía podía mantener su gesto desafiante. Pero, ¿por cuanto tiempo? Desvió la mirada en busca de una tabla de salvación... Y entonces la encontró.
—Señor... Llegó el fax.
Pablo se detuvo, y la observó confundido. Por unos segundos dudó, pero luego tomó el papel.
—No hay nada para corregir –informó, después de haberlo leído—. Va como está a impresión
—Entonces puedo irme –se apuró a proclamar ella, mientras tomaba sus cosas.
Pablo, a unos pasos de distancia, todavía la observaba, pero sin detenerla. Fue Lali la que, cuando ya casi estaba en la salida, agregó.
—Sabe... Si tuviera mucho dinero, no le regalaría el libro. No... Le compraría un
equipo para que pudiera escalar el Aconcagua.
—Y rezarías todos los días para que me despeñara.
—Lo digo en serio... Realmente es una gran experiencia... Yo sólo pude hacerlo por
el lado más transitado. Jamás me animé al otro... Pero aún así, alcanzar la cima es
increíble... Es curioso lo que ocurre por dentro cuando se está allá arriba... Claro que
hay gente que piensa “He llegado. Soy el rey del mundo”, y baja exactamente como
subió. ¡Idiotas hay en todos lados!... Pero los otros..., los que pueden entender...
—¿Crees que yo entendería?
—No tengo ni la más remota idea... Pero valdría la pena invertir tanto dinero como
para averiguarlo, ¿no le parece?

2 comentarios:

  1. Guerra d titanes.Pablo tan baboso como los otros dos.Si k le cuesta a Vico entender.Bien ahi Lali dandole la replica en todo a Pablo.Jajaja yo si k pense k se despeñara aunque fuese unos metritos pata k se lleve un sustillo.No puede ser tan arrogante ralla el yo primero.yo segundo y yo tercero ,sin intermedio los demas a la cola.

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  2. ¿Como se llama el blogs d esa nueva novela?.K yo sepa solo hay tres la d Jess,la d Alexa y la tuya.Si sabes d alguna dimela aqui.Anto me parece k la abandono,una pena,presionenla para k la continue x fa.Gracias x los tres caps.Me diverti.

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