Hola chicas volvii, de mis largas vacaciones, las extrañee, volvi con 3 capis en recompensa, besotes
CARO
Pd: tenganme paciencia para comentar las nove creo que hay una nueva, prontito paso !
CAPITULO
26:
En Perfiles….
—¡Cariño!
Vico intentó ocultarse atrás de una mampara, pero fue
inútil. La vieja editora ya lo había visto, y no iba a dejarlo escapar tan
fácilmente.
—¡Vico!... Veni aquí.
—¿Qué tal?
—¿Me has estado evitando?
—¡¿Cómo se le ocurre?!
—¿Y tu pequeño problema?
—Eh... Falsa alarma.
—¿Estás seguro, cariño? Mira que nadie puede engañar a la
vieja Julia.
—¡Yo nunca miento! –se ofendió Vico.
Y fue tanta su indignación, que en la mente de la anciana
ya no quedaron dudas de su sinceridad... inexistente.
¡Hombres!
En la casa de Pablo….
—Berta... Sirve el desayuno para dos, por favor.
Lali enrojeció.
¿Cómo hacía su jefe para trabajar veinte horas ininterrumpidas, y luego tener
tiempo y ganas de ligar algo? ¿Cuándo conseguía las mujeres? La noche anterior
habían estado ocupados con el informe Santos hasta las once. Considerando que
eran las ocho y media de la mañana, Pablo se las había ingeniado para
agenciarse a la dama, hacerle el amor, y dormir, todo en apenas nueve horas. Y,
lo peor, mientras que ella se veía pálida y cansada, él lucía resplandeciente.
La joven verificó la buena recepción de su celular, lo colocó
en el bolsillo trasero de su jean, ajustó su rodete, acomodó las cosas en la
bandeja, y se preparó para salir al ruedo. Encontrarse con la amante de turno
era siempre incómodo, y no eran pocas las veces que la dama se ponía impertinente
con ella. Por fortuna Pablo no toleraba ese tipo de situaciones. Si alguien iba
a ser maleducado y desagradable en la casa, él se consideraba el único dueño de
semejante prerrogativa.
Lali suspiró, antes de abrir la puerta con decisión. Para
su sorpresa, la amante de turno estaba completamente vestida, y tenía aspecto
de buena muchacha. Pablo la estaba
despidiendo junto al elevador, pero como la puerta de la “pecera” estaba
abierta, su empleada podía escuchar fácilmente la charla entre ambos.
—Fui muy feliz esta noche, Pablo... ¿Volverás a llamarme?
—No, Agustina –respondió él con dulzura, mientras le acariciaba
el cabello—. No
pienso hacerlo.
—¡¿Por qué?! –se horrorizó la muchacha— ¿He hecho algo
malo?... ¿No ha sido
maravilloso también para vos?
Pablo desvió la mirada en el preciso momento en que Lali
iniciaba su rápida huida de vuelta a la cocina.
—Espera, Berta –le gritó—. No te vayas... Busca el informe
Santos, que está sobre
la mesa, y séntate. Ya termino aquí...
“¡Qué desfachatado”, pensó Lali, indignada. “Ni siquiera
hace un esfuerzo por disimular el hecho de que, tan conmovedora despedida, no
es más que un trámite para él”. Pero por lo visto, su víctima no compartía esa
opinión. Mirando todavía arrobada a semejante galán, ni bien reconquistó su
atención, volvió a insistir, al borde de las lágrimas.
—¿Acaso no fue maravilloso también para vos, Pabli?
—Demasiado maravilloso, Agus. Por eso no voy a volver a
llamarte. No puedo
darme el lujo a esta altura de mi vida de enamorarme como
un tonto. Y sé que si
seguimos haciendo esto...
—¿Por qué le temes al amor, Pablo?
Lali no pudo evitar entrecerrar los ojos, sin ocultar su desprecio.
¡Qué cursi la niña!
—No es que le tema, Agustina –le respondió su galán con
seriedad—. Hoy por hoy
mi vida es demasiado complicada, y no podría ofrecerle
nada a una mujer... Quizás
dentro de unos años... Sí, quizás dentro de un tiempo
volvamos a encontrarnos, y
entonces, podes estar segura, no te voy a dejar ir...
¡Decime que me entendes, te lo
ruego! Me dolería en el alma que me guardaras resentimiento.
“¿Alma?... ¿Cuál?”, se preguntó Lali. La chica, en
cambio, soltó algunas lágrimas, pero, para su desgracia, justo en el preciso
momento en que se abrían las puertas del elevador, por lo que el resto de la
despedida fue rápida.
—¿Qué haces parada allí como soldado, Berta? – preguntó
Pablo de mala
manera, ni bien quedaron solos.
—¿No me pidió que lo esperara?
—¿Para qué pensas que te hice traer dos desayunos? Tenias
que sentarte, y
comenzar a trabajar.
“¿Desayunar, o trabajar?”, pensó Lali. Pero sabía que para
su jefe la palabra trabajar tenía miles de sinónimos, asi que, resignada, lo
obedeció en silencio. Sin embargo, no pudo evitar la tentación de mirarlo de
soslayo, fascinada. El muy cerdo estaba allí, ya instalado, leyendo el informe como
si no hubiera ocurrido nada. Indiferente a los millones de lágrimas que, de
seguro, la dulce muchachita de turno, (que, para colmo, esta vez parecía
decente), habría vertido en los escasos minutos en que llevaban separados.
Lali estaba tan indignada con la actitud de aquel macho vanidoso,
que tenía que contenerse para seguir llenándole servilmente la taza con café
caliente, en lugar de desviar el chorro en dirección a sus inflamados
testículos.
La noche en que Pablo le había ofrecido incorporarla a su
staff, Lali había temido que tanta proximidad la confundiera al punto de
terminar enamorándose de él. Pero estaba a salvo. Por fortuna el tipo era tan
desagradable, que no podía evitar de tanto en tanto mostrarse como un villano,
o realizar algún estúpido comentario machista.
Todo afecto que pudiera haberle tenido su empleada, quedaba
entonces inmediatamente sepultado por el desprecio. Pablo era inteligente y
encantador el ochenta por ciento de su tiempo, ¡pero el veinte restante!...
—Vamos, Berta... Decilo ya, así podemos olvidarlo, y empezar
con el trabajo –la
apuró su jefe, sin mirarla en ningún momento, la vista
fija en sus papeles, pero como
si, a pesar de eso, pudiera adivinar sus pensamientos.
La muchacha enrojeció.
—¿A qué se refiere?
—Te conozco. Cada vez que frunces tu nariz, en vez de hacer
hechizos, estás
echando puteadas en tu interior.
—¡Yo no...! –intentó defenderse.
Pero de inmediato abandonó la idea. Pablo sabía exactamente
como sacarla de quicio, volviéndola así más vulnerable. No... No podía darle el
gusto. Tenía que permanecer calma.
—Olvídelo –dijo al fin.
—Sé que repruebas mi actitud. Pero tenes que entender que
las mujeres son unas
tontas, y esta en particular, más tonta aún que la
mayoría.
—En el supuestísimo caso de que eso fuera cierto, y justamente
por las presuntas
limitaciones de la chica, es mucho más cruel de su parte
el engañarla.
—¿Crees que la he engañado? No, Berta...
Su empleada lo observó con fascinación, y él no pudo ignorarlo.
—¿Qué ocurre, Berta?
—Da vértigo asomarse a la psiquis de un mentiroso profesional.
—¿Crees que soy mentiroso?
—Pocos hombres no lo son.
—¿Las mujeres son unas santas, acaso?
—Yo, al menos, trato de ser sincera.
—Y así te va...
—¿A qué se refiere?
—¡Vamos, Berta! Se te fue la lengua con ese Victorio, y ahora
ya estás arrepentida.
—¡Yo no estoy arrepentida!
—¿No? –preguntó su jefe, divertido— Y entonces como te
explicas que pases las
tardes pendiente de... ¡esto!
En un movimiento digno de un mago, Pablo se había estirado
hasta lo imposible, arrebatando de un saque el celular del bolsillo trasero de
la muchacha, para agitarlo victorioso frente a ella.
—Estoy esperando otro llamado –se defendió Lali, intentando
vanamente recuperar
el aparato.
—¿Otro llamado?... Desde que estás aquí nunca has hablado
con nadie de tu
pueblo.
—¡¿Pueblo?! ¡Mendoza es una ciudad, y muy grande! ¿Que
les ocurre a los
porteños, que se creen los reyes del mundo? ¡Son
insoportables!
—Muy astuto de tu parte intentar desviar la conversación.
Pero no pienso caer.
Lali tomó distancia.
—Devuélvame mi teléfono, por favor –dijo en tono calmo.
—No, por supuesto que no... Quiero escuchar la voz de sorpresa
de Victorio
cuando el que lo atienda sea yo. Te apuesto a que cortará
la comunicación de
inmediato.
Rememorando sus épocas de brillante jugadora de
volleyball, Lali intentó arrebatarle su
telefonito, arrojándose sobre la mesa como si fuera una red. Por un segundo forcejearon,
los dos de pie. Y fue cuestión de otro maldito segundo para que quedaran
peligrosamente juntos, callados, cada uno sintiendo la respiración entrecortada
del otro, embriagados por la excitación del juego. Y fue tan insoportable el
calor de esa proximidad, quemaba tanto, que de inmediato tuvieron que
separarse.
—Sos rápida, pero no lo suficiente para mí –concedió él al
fin, mientras abandonaba
el celular sobre la mesa.
Por fuera, se instaló un silencio tenso entre ambos. Pero
más allá de las palabras, un rumor fuerte, imposible de acallar, se adueñó de
sus voluntades, volviendo la situación inquietante.
Por fin Pablo resopló, tomó asiento, comenzó a leer, y
todavía con la vista fija en las hojas, insistió.
—Si no hubieras sido tan “franca” con él, lo hubieras podido
mantener en reserva por
si, como ocurre ahora, te arrepentías de haberlo
rechazado.
—¡Yo no me arrepentí!
Su jefe clavó en ella una mirada llena de reproches, que,
por sincera, era capaz de lastimarla tanto.
—Simplemente lo extraño... –concluyó Lali en voz baja.
Otra vez esa mirada, y aquel silencio lleno de tensión. Y
de nuevo fue Pablo el encargado de poner distancia.
—Yo no sé, Berta, de donde has sacado esa estúpida idea
de que soy un mentiroso.
—¿No lo es? –preguntó la joven con ironía.
—¡Por supuesto que no! –se ofendió el otro.
—¿Siempre dice la verdad? ¿Acaso era sincero cuando susurraba
cursilerías al oído
de esa muchacha?
—¡Por supuesto que no! ¡Pero eso no se llama mentir! Eso
es simplemente
manipular un poco la verdad para que nadie salga herido.
Y por el bien de Victorio
tendrías que aprender a hacerlo... A ver..., ¿qué
pretendías que le dijera a Agustina?
“Mirá, en la cama sos pésima, y me muero de aburrimiento
de sólo imaginar otra
noche con vos”?...
—No.
—¿O que la engañara con un “Te llamaré”, cuando no tengo
ni la menor intención de
hacerlo?
—¡Claro que no! Todas odiamos que los hombres hagan eso.
—Me estás dando la razón... ¿Acaso no he sido yo, con mis
cursilerías, mucho más
decente que los demás?.
—Más decente hubiera sido confesarle, ¡antes de llevarla a
la cama!, que lo único
que buscaba de ella era un algo rápido, y que, ni aunque
fuera la mujer de su vida,
iba a volver a llamarla.
—¡Esa no es la forma de hacerlo!... Berta, ¿tengo que explicártelo
todo?... Cuando dices “buenos días”, lo más probable es que aquel sea un día de
mierda, como todos los demás. Todos saben que no necesariamente estás siendo sincero.
De la misma forma, nadie se lo cree del todo cuando hablas de amor. Es una
cuestión de códigos sociales... Si te acuestas con una buena niña como Agus, por
ejemplo, no puedes tratarla como una puta, sino que debes hacerlo como a una
novia. Es de caballero. Hace que la muchachita en cuestión se sienta un poco
menos apenada por haberse ido a la cama sin más trámite con un desconocido.
¡Por supuesto que, a pesar de lo que se diga, ella sabe que ha sido sólo sexo,
y que nadie se enamora por tan poco!
—Pues para haberlo sabido, lloraba bastante.
—Otro código. Si era una buena chica, tenía que llorar...
Como cuando estás en la
cama con una mujer casada. Tenes que jurarle que aquella
va a ser la única vez,
aunque ya hayas reservado hotel por el resto de la
semana. Lo dices para que se
sienta complacida, y menos culpable, ¿entendes?
—Preferiría no hacerlo.
—El engaño en cuestiones de amor es siempre un juego de a
dos. No hay hombres
mentirosos, sino mujeres a las que les gusta que les
mientan.
—¡Eso no es cierto!
—¿Cuál es la que pone en duda un halago? Te paras frente
a ella, le sonríes, le
dices “linda”, y ya está con vos, aunque sea tan fea que
tenga que tomar valium
todas las mañanas para poder mirarse al espejo. ¡Si no
fuera por las mentiras
piadosas, las industrias de la belleza y la moda hubieran
colapsado hace rato!
¿Cuántos vestidos se venderían si los hombres fuéramos
sinceros?
Lali lo escuchaba en aparente calma, atenta, mientras por
debajo de la mesa sacudía su pierna enfurecida. El tipo era un completo
idiota... Entonces... ¿por qué su proximidad la inquietaba así?
—¿Qué pensas? –insistió Pablo
La muchacha enrojeció brevemente, pero de inmediato se
repuso.
—Escuchándolo puedo entender por qué continúo soltera.
¡Los hombres son
patéticos!... A ver, explíqueme: ¿por qué meterse con una
niña que parecía honesta,
como la de esta mañana, si lo que estaba buscando era una
puta?... Es como
publicitarse en una revista de golf, cuando lo que se
venden son pelotas de fútbol.
—¡Justamente! A veces las mujeres creen que están preparadas
para las
complicaciones de un deporte, cuando, en verdad, sólo
están buscando un buen par
de pelotas –y sonriendo de aquella forma estúpida que
sacaba de quicio a
su empleada, Pablo agregó—. Finalmente, el tamaño es lo
único que cuenta.
—Es inútil seguir hablando... Después de todo, usted y yo
somos muy distintos –
concluyó la muchacha, en el preciso momento en que
comenzaba a sonar el celular
olvidado en la mesa.
Lali se apuró a tomarlo, pero Pablo fue más rápido, y
retuvo su mano, mientras la miraba con intensidad.
—Pénsalo, Berta... Después de todo, ¿qué tan distintos somos
vos y yo?
CAPITULO
27:
—Vos y yo somos iguales, Lali ¡Tenes que entenderlo! Nacimos
para estar juntos.
—El que no entiende sos vos, Vico... Mira, alguien me
dijo hace poco que, en
cuestiones de amor, siempre había que mentir para no
lastimar al otro. Pero me
niego a hacerlo... Al menos con vos.
—¿Alguien?... ¿Quién? –preguntó su amigo con desconfianza.
—Eso no importa.
—¿Quién? –insistió enojado—. ¿O acaso te da vergüenza
decírmelo?
Lali lo observó, sin ocultar su desagrado.
—Mi jefe –respondió al fin—. Pablo me lo dijo.
—Últimamente hablas mucho con él.
—Estamos juntos todo el día, y... –llegó a decir. Pero de
inmediato se interrumpió,
enojada— ¿Sabes? Todavía no entiendo por qué tengo que
darte explicaciones.
—Porque me extrañaste –respondió Vico con dulzura,
intentando acercarse.
Pero ella se alejó.
—No me malinterpretes, Vic. No te extrañé cuando me fui
de Mendoza, porque sabía
que estabas allí. Pero después de nuestro último
encuentro, tuve miedo de que ya
no quisieras verme.
—Y entonces me extrañaste –repitió el otro con satisfacción.
Lali ya se estaba arrepintiendo de haber hablado. ¿Había
sido demasiado franca con él? ¿Acaso Pablo tenía razón?
—Extrañé tu presencia como amigo. Últimamente estoy muy
sola, y me has hecho falta.
—Como amigo....
—Como amigo.-le insistió ella
—¿Sabes lo que pienso, Lali? Pienso que me crees eternamente
disponible para
vos. Sentis que no me necesitas como hombre, porque sabes
que bastaría con
extender tu mano para tenerme.
—No es así... Muchas veces has estado de novio, y...
—¿Y qué? ¿Cuál fue la que no criticaste?
—¡Elegías cada una!
—¿Sólo por eso no te gustaban? –preguntó él con suspicacia.
Y bastó escucharlo para que algo en la cabeza de Lali entrara
en eclosión. Sí, era cierto, nunca se había sentido cómoda cuando Vico llegaba
acompañado. Pero eso era porque Gas, él y ella ya conformaban un grupo
perfecto. Los demás eran siempre extraños. Y si bien la unión con su marido
había sido completa e intensa, no podía recordar ni un día de su matrimonio,
exceptuando la luna de miel, que no hubieran compartido también con Victorio.
Él era su paño de lágrimas, su consejero, e incluso, más de una vez, su aliado
en aquellas ocasiones en que su esposo se ponía un poco terco.
Gas había sido el primer universitario de una familia asentada
por generaciones en la más lamentable pobreza. Cielo, su madre, era una mujer
simple, que había podido costearle la carrera a su hijo gracias a los aportes
de la familia con la cual trabajaba. Vico, en cambio, provenía de una larga
estirpe de periodistas, forjadores de buena parte de la historia de la
provincia. Los criterios de uno y otro, entonces, eran tan irreconciliables
como el agua y el aceite, y sólo Lali podía lograr esa extraña armonía entre
ambos.
Cuando estaban separados, los errores y las fallas de los
dos amigos se acentuaban, ¡pero juntos!... eran el hombre perfecto para ella.
El arrebato de Gas... La dulzura de Vico... La sensualidad juguetona de su
esposo... La sensatez calma de su amigo... ¡El hombre perfecto! De alguna forma,
durante los cinco años de su matrimonio podía decirse que también había estado
casada, aunque fuera un poco, con su vecino. Quizás por eso ahora lo
extrañaba...
¿Se habría enamorado de él sin darse cuenta? ¡¿Enamorada
de Vico?!
Quizás….O quizás se sentía tan sola y desesperanzada, que
estaba comenzando a delirar. ¿Vico? La verdad era que ya no le quedaban muchas
opciones...
Durante los tres primeros meses en la Capital había
salido con decenas de tipos: universitarios, empleados, pobres, ricos, casados
mentirosos, o solteros compulsivos. Pero todos con un denominador común: ¡eran
unos idiotas! Eso ya era razón suficiente como para que estuviera tan preocupada.
Pero, sin duda, no era lo peor. Lo peor era Pablo...
De todos los hombres que había conocido hasta entonces él
era, a no dudarlo, el más peligroso. Y no sólo por ese extraño apego que tenía
a decir mentiras, por su falta total de moral, o por su inteligencia
manipuladora, sino también por esos ojos claros que podían acariciar y lastimar
a la vez, y por la forma apasionada que tenía de entregarse al trabajo.
El tipo no tenía remedio, eso era evidente. Y, sin embargo...
Lali encontraba una sola explicación para sus penurias: estaba necesitando en
forma urgente un hombre. Sexo regular, compañía, charla estimulante... Y un
hijo antes de los treinta. Sobre todo eso: el hijo. Su conciencia no dejaba de
reclamar. Había una promesa de por medio, y fuera como fuera, estaba dispuesta
a cumplirla. Claro que si lo hacía con un hombre de verdad, en vez de tener que
recurrir a...
—¡Lali!
La muchacha volvió a la realidad.
—¿En qué estabas pensando? –le reprochó Vico
—No... En nada...
—¿Me estás mintiendo?
—¡Yo nunca miento! –respondió convencida.
Y entonces se estremeció.
Al otro día…
—¡¿En qué estabas pensando, Berta?!... ¡¿Cómo que no hay
más hojas A4?!
—No es cuestión de lo que yo piense, señor Martinez, sino
de las ochocientas
cincuenta y seis hojas que acabamos de imprimir. Si
seguimos a este ritmo, también
se acabará el toner
—¡Qué fastidio! Es tu obligación prever este tipo de situaciones
La joven resopló en su interior, pero con expresión amable,
respondió.
—En diez minutos vuelvo.
—¡Yo te acompaño! –gritaron Benja y Agus al unísono,
poniéndose ruidosamente de
pie, y armando un revuelo de papeles a su alrededor.
Ante tan ridícula escena, Maca Paz y Pablo, como si lo hubieran ensayado,
murmuraron a un tiempo:
—¡Idiotas!
—Puedo ir sola –anunció, en cambio,Lali, mientras se paraba
con gracia.
Y los tres varones, embelesados, se perdieron en el movimiento
leve de sus pechos firmes, mientras, del otro lado de la mesa, su rival la
contemplaba con odio.
—Séntate, Berta –vociferó Pablo— Te necesito aquí... Maca,
anda vos.
Y bastó escuchar aquella orden para que la muchacha saltara
como una fiera.
—¡No pienso hacerlo! –gritó, furibunda— ¿Acaso crees que
yo también soy tu
empleada?... Y después, ¿qué? ¿Lavo los platos?
—No se te caerían los anillos. Aquí todos trabajamos de todo
–la reconvino su jefe.
Pero, por fortuna, antes de que la sangre llegara al río,
Lali logró interponerse entre ambos.
—Me llevaría más tiempo explicarle adonde ir, que comprarlo
yo misma.
—Yo te acompaño, Lali –se ofreció Benja—. Tengo el auto
en el garaje de cortesía.
—Mejor soy yo el que la lleva –refutó Agus—. A vos enseguida
te reconocen.
Perderías toda la mañana firmando autógrafos.
—Son sólo tres calles. No necesito chofer, ni acompañante.
—¡Pero yo “sí” necesito que revises esta hoja antes de faxearla
al canal! –se quejó Pablo.
De nuevo el revuelo. Y bastó escucharlo para que Lali, en
un movimiento veloz que dejó a todos confundidos, arrebatara el papel de manos
de su jefe, y se fugara mientras, todavía con una sonrisa en los labios,
concluía:
—Lo corregiré en el viaje. Vuelvo en diez minutos.
Ni bien las puertas del elevador se cerraron, y Maca estalló.
—¡¿Se puede saber que les ocurre, manga de imbéciles?!...
¡Ya me tienen harta!... ¡Ni siquiera es tan linda!
Como dos caballeros, Agus y Benja salieron en rápida defensa
de las virtudes de la ausente, pero al instante Pablo los obligó a callar.
—¡Maca tiene razón! Estoy harto de que se comporten como
“Tonto y Retonto” con ella.
—¡¿Que “ellos” se comporten, Pablo? –explotó la dama—
¡¿Qué hay de vos?!
—¿Qué hay de mí?
—¡Vamos! Claro que por delante te muestras indiferente,
pero ni bien la muchacha
mueve el culo, te la comes con la mirada.
—Yo no... –intentó defenderse aquel galán.
Pero no contaba con la furia de una hembra herida en su orgullo.
—¡Y esa estúpida preferencia! ¡Todo lo que hace te parece
maravilloso
—Eso es porque, a diferencia de ustedes tres, Berta...
—¡¿Qué?!...
—...es excelente trabajando.
—¡Vamos, Pablo! –murmuró Agus, con contenida ironía.
—¿Qué te ocurre, Agustin? –le respondió su jefe de mal
modo— Si queres decirme
algo, hacelo de frente.
—Coincido con Maca, amigo... Seamos sinceros... Lali nos
gusta a los tres.
—¡Eso es ridículo! Si yo la quisiera, me la hubiera llevado
a la cama sin pedirle
permiso a ustedes... Incluso, quizás ya lo he hecho.
Discretamente los empleados de aquel hombre vanidoso giraron
sus cabezas para que no los viera reír, cosa que terminó de ofenderlo.
—¡¿Qué les ocurre, imbéciles?! ¡¿No me creen?!
—Lo peor –protestó MAca, sin engancharse en la locura de
su jefe— es que, de
verdad, yo soy más linda que ella.
—Pero con vos ya nos hemos acostado –replicó Benja con
desparpajo.
—¡Yo no! –se quejó Agus, mirándola con lujuria.
—Ni en tus sueños, Sierra –murmuró la muchacha.
De inmediato se produjo una nueva batahola, hasta que
Pablo gritó como si fuera un profesor en el Liceo: — ¡Silencio! ¡Ya me
hartaron!... A ustedes dos les recuerdo que no les pago para que se babeen por
una mujer. En cuanto a vos, Maca... Si queres reconquistar tu puesto de preferida,
tendrás que esmerarte. Junto a “Tonto y Retonto”, brillabas. Pero al lado de Lali....
—¿Lali? –repitió la joven con suspicacia.
—Berta –se rectificó su jefe de inmediato—. Pero como sea
que se llame, a su lado
quedas en evidencia... ¿Cuánto queres apostar a que, en
exactamente diez
segundos, está entrando por allí?... Ocho..., siete...,
seis... Pablo no pudo concluir.
Confirmando sus palabras, el elevador se detuvo, y Lali
apareció tras sus puertas,
cargada de paquetes.
—Tarde, Berta –fue el saludo de su jefe, cuando la joven emergió
de la “pecera”.
Agus y Benja, en cambio, corrieron de inmediato para auxiliarla
con su carga.
—Compré dos resmas, por las dudas, y dejé encargadas otras
dos. También traje
toner.
—¿Y las correcciones? –preguntó Maca, victoriosa.
Lali dudó por un instante, pero luego le extendió el papel.
—Yo dejaría la pregunta sobre sus vinculaciones con la petrolera
para el final. Si el
fulano ha preparado una buena excusa, para esa altura ya
la habrá dicho, y no será
violento para Benja tener que sacarlo a colación. Pero si
no lo ha hecho, estará
nervioso durante toda la entrevista, y será fácil que se
pise con el tema de la
denuncia.
—¿Qué denuncia? –preguntó Maca, sorprendida.
Pablo miró a su empleada con satisfacción, mientras los
otros cruzaron gestos preocupados.
—¡Qué cara tienen todos! –observó Lali— ¿Ocurrió algo en
mi ausencia?
CAPITULO
28:
Lali intentó disimular un bostezo hundiéndose un poco más
en los papeles que tenía delante. Estaba agotada, y eso que apenas eran...
—Las diez de la noche –interrumpió sus pensamientos Pablo.
—¿Cómo? –preguntó ella, sorprendida.
—Que son las diez de la noche.
—¿Cómo sabía que...?
—Es la tercera vez que bostezas, y levantaste tu mano izquierda.
—¡Guau!
—Un buen periodista siempre tiene que observar el lenguaje
corporal del que está enfrente.
—Sí... Una lectura posible es que quiero saber la hora. Otra,
que estoy
horriblemente cansada luego de catorce horas de trabajo
ininterrumpido, y que me
muero por dormir. Pero, al parecer, usted es muy
tendencioso en sus
interpretaciones.
Pablo agachó la cabeza, y sonrió de esa forma pícara que
lo hacía lucir encantador.
—Vamos, Berta –dijo, sin mirarla—. Vos sos todavía una
mujer joven. ¡Qué tendría
que decir yo, entonces!
—Usted es sólo unos años mayor que yo.
—Hoy cumplo veintinueve, y me siento muy viejo.
—¿Hoy es su cumpleaños? –se sorprendió la muchacha.
—Sí.
—Que raro... Nadie dijo nada.
—La última vez que festejé había diez velitas en el pastel.
Y luego pasaron
demasiadas cosas malas como para que valiera la pena
hacerlo.
—Lástima... De haberlo sabido antes le hubiera regalado algo.
Pablo la miró complacido, y se arrellanó en su silla.
—¡Qué interesante!... Todos se quejan a la hora de hacerme
un obsequio. Dicen que
soy una pesadilla. Lo que quiero de verdad, ya me lo he
comprado, y, para colmo,
no soy nada fácil de complacer... ¿Qué me hubieras
regalado vos?
—No me parece tan complicado. Es cierto que sus gustos
son muy precisos, pero
tiene muchos intereses... Claro que como soy pobre, me
alcanzaría sólo para un
libro.
Antes de continuar, y como si estuvieran jugando a las adivinanzas,
Lali lo escudriñó divertida.
—Estoy segura que le fascinarían los “Relatos de los Inesperado”
de Roald Dahl.
Pero posiblemente ya los ha leído en el colegio,
considerando que estudió en Norte
América... Así que me inclinaría por... las
“Falsificaciones” de Marco Denevi.
—¿Marco Denevi?
—Un autor argentino. En Hollywood hicieron una película
con uno de sus libros:
“Ceremonia Secreta”, ¿la recuerda?
—¿Elizabeth Taylor y Mia Farrow?
—Sí.
—¿Y por qué crees que me gustaría un libro, y ese, en particular?
—Sé que es un ávido lector, por su biblioteca. Es cierto que
cada tomo se ve
impecable por fuera, pero eso debe ser obra de su
decorador, porque, al abrirlos, se
nota que han sido leídos... Y es obvio que le gusta la
literatura iberoamericana.
¡Tiene los mejores títulos!... Aunque tal parece que
últimamente no ha podido
dedicarle demasiado tiempo, porque el más reciente de
Vargas Llosa, que desde
que estoy aquí junta tierra sobre el escritorio, tiene anotaciones
sólo hasta la mitad...
Por todo eso, “Falsificaciones” es el libro para usted.
Es pequeño, divertido, y está
dividido en relatos cortísimos. Y, además, de seguro es
posible conseguirlo a buen
precio en una mesa de saldos. Yo quedaría bien con poco,
y usted podría leerlo
en los ratos muertos, como este, en que lo único que hay que
hacer es esperar por
un fax.
Su jefe, que la observaba encantado, se tomó un tiempo para
responder.
—Soy culpable de todo lo que has dicho. Los “Relatos de
lo Inesperado” es uno de
mis favoritos. No lo leí en el colegio, porque el único
inglés que se lee en las
escuelas americanas es Shakespeare. Pero te puedo
asegurar que después de
tanto Faulkner, Somerset Maughan, y Tennessee Williams,
uno aprecia más a
nuestros García Márquez, Vargas Llosa, o Camilo José
Cela. Su literatura
es a nuestra medida: divertida e irreverente... Sí... Es
muy probable que tu obsequio
me hubiera gustado mucho, así que te doy la libertad de
comprármelo cuando
quieras... La verdad, es que has logrado sorprenderme,
Berta... Pero, confiesa: ¿no
será que le regalas a todos lo mismo?
—¡No! ¡En lo absoluto! No es igual comprarle algo a usted,
que a Benjamin
—¿Y qué le darías a él?
—Bueno, Benja es todo un personaje... Creo que en su caso
se aplica el método
que usted tiene con las damas. Sí... Estoy segura que
lograría conmoverlo si le
regalara la fragancia que usa... Pero como mi nariz está
muy ocupada en otras
cosas, y mi presupuesto es mínimo, semejante obsequio
sería imposible. Bueno,
para ser franca, no creo que haya mucho que a él le
guste, y que yo pueda pagar...
—¿Y si el dinero no fuera problema?
—Le regalaría un fin de semana en un spa del exterior, para
que pudiera descansar,
sin que lo molestaran sus admiradoras.
Lali hizo una pausa, pero luego, sonriendo con malicia, agregó.
—Por supuesto que antes tomaría la precaución de pagarle
a alguien para que lo
reconociera en el aeropuerto. El ego de Benja es un poco
frágil, y queremos que
descanse, y no que se traumatice...
Pablo rió con ganas.
—¿Y a Agus?
—La vida de Agustin es el periodismo.
—La mía también.
—Eso no es cierto. A usted le gusta la literatura, el
cine, la música, la sociología...,
¡un millón de cosas! A él, en cambio...
—A él también le gusta el cine.
—Lo imagino: “Rambo”, “La guerra de las Galaxias”, “Terminator”...
Apuesto que
“Matrix” le resultó un poco complicada... Así que si
tuviera que regalarle un video,
sería “El Padrino”, pero estoy segura de que ya lo tiene
en todas sus versiones... Por
supuesto que, descartando el cine, podría recurrir al
viejo truco del deporte: fútbol,
automovilismo, boxeo... Pero esos son los únicos de los que
no sé nada... No... Su
regalo ideal sería también un libro. Aunque tendría que
tratarse de una novedad. ¡El
último de periodismo que hubiera salido!...
—¿Y a Maca?
—No sé. No la conozco tanto... Pero no me puedo imaginar
lo que usted le regala en
cada cumpleaños. Porque dudo que pueda repetir el truco
del perfume para siempre.
—Te confieso que el primer año tuvo el suyo, pero luego
nuestra relación se volvió
todavía más impersonal. Ahora es sólo un cheque.
—Pésima idea. Debe dolerle como una cachetada. Para nosotras
las mujeres, no
existe tal cosa como una “relación impersonal”.
—Te dije que no soy bueno para los regalos.
Se produjo un silencio, y Lali volvió a bostezar.
—¿Está seguro que la máquina de fax funciona, no?
—Ya va a llegar, mujer, no te impacientes...
Lali retornó a sus papeles, y no pudo evitar otro bostezo.
Y entonces sintió como la mirada de él la recorría en forma insolente.
—¿Make up sex? –le preguntó su jefe con descaro.
—¡¿Cómo?!
—“Make up sex”...
Significa...
—Sé lo que quiere decir. Lo que no entiendo es porque usted
lo aplica en una
sentencia, mirándome a mí.
—¡Vamos, Berta! Estás demasiado cansada, y hoy no revisaste
tu celular en todo el
día. Es obvio que estuviste hasta tarde con tu “amigo”, y
me pareció lógico pensar
que tu agotamiento se debe a un buen y delicioso “sexo de
reconciliación”. Por
cierto, la mejor parte de una pelea.
Una rabia ciega comenzó a invadir a Lali. ¡Así era siempre
con su jefe! Como en una montaña rusa, el ochenta por ciento del viaje era
fascinante y encantador, pero el veinte restante, le producía nauseas.
—Escucheme Pablo... –comenzó a decir, furibunda. Pero de
inmediato se detuvo.
No era ese el tipo de conversación que quería sostener con
él. Demasiado peligroso.
Así que se limitó a agregar— ¿Está seguro que funciona el
fax, no?
—¿Sabes, Berta? Sos una de las personas más inteligentes
que conozco..., pero,
lamentablemente, además sos una mujer muy necia. Incluso
me atrevería a decir
que la más necia de todas las mujeres con las que he
estado. Y, créeme, a esta
altura de mi vida, ya he estado con demasiadas.
—¿Por qué siempre que me halaga quiero asesinarlo?
—Otra cualquiera, con tu culo y tu inteligencia, ya habría
conquistado el mundo...
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—¡Vamos! Te bastaría con tu cuerpo para ser rica, y vos lo
sabes. A las mujeres, la
razón o el buen juicio, no les alcanzan para que las
consideren. Además tienen que
ser hermosas. Vos lo sos, y lo sabes muy bien... Por eso
puedes darte el lujo de ese
orgullo horrible que tenes.
Lali sintió un escalofrío por su cuerpo. La adrenalina comenzaba
a fluir en su interior. Estaba en la parte más alta del recorrido, y el paisaje
era embriagante. Pero de inmediato miles de señales de peligro se encendieron
en su mente, y se preparó una vez más para la abrupta caída.
—Ese es un estúpido comentario machista –respondió.
—Machista sería si yo lo hubiera inventado. Pero es una simple
apreciación de la
realidad. A una mujer con tu cuerpo y tu inteligencia le
es más fácil... Y vos lo sabes.
—A mi no me es más fácil.
—Ese es justamente mi punto: no te es fácil, porque sos una
necia...
—Usted confunde ser una necia, con tener dignidad.
—¿Dignidad?... No sé de cual paraíso bajaste, Berta, pero
para comprar un poco de
dignidad en este mundo se requiere de mucho dinero. Y
para tenerlo, primero hay
que saber invertir.
—Yo sé invertir muy bien. El problema es que usted y yo
ahorramos en distintos bancos.
—¿Y cuál es el tuyo?
—Uno que queda en ese paraíso del que bajé... ¿Quiere que
llame por teléfono a
Maca, y le pregunte si ya envió el fax?
Desde el otro lado del escritorio, Pablo la observó con
descaro. Pero no como solía hacerlo, sino con aquella mirada lasciva propia de
un hombre en celo.
—¿Qué es lo que hay que hacer para meterse en tu braga,
Berta?
Lali levantó la cabeza electrizada.
—Voy a hacer de cuenta que no lo escuché.
—¿Por qué? –respondió él, con enojo.
—Usted se aprovecha porque necesito el trabajo. Sabe que,
de ser otra la situación,
le hubiera dado vuelta la cara de un cachetazo.
—Y con esa respuesta has demostrado mi punto: no hay hombres
mentirosos, sino
mujeres a las que les gusta que les mientan.
—No entiendo...
—Desde que Benja te conoció, cada vez que te ve es obvio
que está pensando el
mejor método para meterse en tu cama. Lo mismo ocurre con
Agus... ¡Y hasta con el
portero del edificio!... ¿O acaso no te diste cuenta que
hoy, mientras no estabas,
peleamos por eso?
—¡¿Pelearon por mí?!
—Maca ya está cansada de ver a “Tonto y Retonto” hacer el
ridículo cada vez que te
acercas. Vos, en cambio, juegas con ellos, encantada.
Claro, ninguno de los dos se
atrevería a ser franco con vos, y preguntarte lo que
yo... Y hacen bien, porque, por lo
visto, a pesar de lo que pregonas, sos incapaz de
soportar tanta sinceridad...
La máquina de fax se activó, pero no le hicieron caso, ocupados
como estaban tratando de intimidarse mutuamente con la mirada.
—Si lo que quiere saber es como puede hacer usted para...
–comenzó a decir ella al
fin, con un tono que no anticipaba nada bueno.
Pero Pablo se ahorró a si mismo la vergüenza, interrumpiéndola
de inmediato.
—No se trata de mí. Yo soy sólo un periodista. El tipo que
pregunta lo que los demás no se atreven.
—Pues entonces puede decirles a “Tonto, Retonto y
Tontisimo”...
—¿Tontisimo?... ¿Te referís a mí? ¿Crees que yo soy el más
tonto?
—Me refiero al que sea. Da igual. Lo importante es que, por
si no se han dado
cuenta, estoy totalmente fuera de su alcance. No me gusta
jugar sus juegos.
—Mi pregunta fue simple, y la estás evadiendo. Como
todos, a vos también te
cuesta ser sincera
a la hora de...
—Matrimonio.
—¡¿Qué?!
—¿Quería una respuesta directa, no?... En lo que a mí respecta,
sin matrimonio, no
hay sexo. Y al que no le guste..., no es mi problema.
—¡Sos una falsa, Berta!... ¿Me queres hacer creer que llegaste
a tu boda virgen?
—Crea lo que quiera.
—Bueno, en realidad, tengo entendido que te casaste muy
joven... Y lo hiciste en un
pueblo, así que...
—¡Mendoza es una gran ciudad!
—Como sea... Sí... Concedo que te hayas casado virgen...
—No sabe como me alivia –replicó ella con sarcasmo.
—Pero ya hace más de dos años que murió tu marido... No
pretenderás que crea que...
Lali lo observó furibunda, pero Pablo no se intimidó.
—No sos del tipo de mujer que pueda permanecer tanto
tiempo sin sexo... Tenes
que estar mintiendo.
—¿Piensa que todos somos mentirosos como usted?
—¡Ya te he dicho que no soy un mentiroso!... Y que me ataques
no nos acerca a la verdad...
—¿Lo avergüenza que alguien pueda tener principios, y ajustarse
a ellos?
Envuelto en furia, Pablo se puso de pie, y comenzó a avanzar
en dirección a la muchacha. Lali temblaba por dentro, aunque todavía podía
mantener su gesto desafiante. Pero, ¿por cuanto tiempo? Desvió la mirada en
busca de una tabla de salvación... Y entonces la encontró.
—Señor... Llegó el fax.
Pablo se detuvo, y la observó confundido. Por unos segundos
dudó, pero luego tomó el papel.
—No hay nada para corregir –informó, después de haberlo
leído—. Va como está a impresión
—Entonces puedo irme –se apuró a proclamar ella, mientras
tomaba sus cosas.
Pablo, a unos pasos de distancia, todavía la observaba,
pero sin detenerla. Fue Lali la que, cuando ya casi estaba en la salida, agregó.
—Sabe... Si tuviera mucho dinero, no le regalaría el libro.
No... Le compraría un
equipo para que pudiera escalar el Aconcagua.
—Y rezarías todos los días para que me despeñara.
—Lo digo en serio... Realmente es una gran experiencia...
Yo sólo pude hacerlo por
el lado más transitado. Jamás me animé al otro... Pero
aún así, alcanzar la cima es
increíble... Es curioso lo que ocurre por dentro cuando
se está allá arriba... Claro que
hay gente que piensa “He llegado. Soy el rey del mundo”,
y baja exactamente como
subió. ¡Idiotas hay en todos lados!... Pero los otros...,
los que pueden entender...
—¿Crees que yo entendería?
—No tengo ni la más remota idea... Pero valdría la pena invertir
tanto dinero como
para averiguarlo, ¿no le parece?
Guerra d titanes.Pablo tan baboso como los otros dos.Si k le cuesta a Vico entender.Bien ahi Lali dandole la replica en todo a Pablo.Jajaja yo si k pense k se despeñara aunque fuese unos metritos pata k se lleve un sustillo.No puede ser tan arrogante ralla el yo primero.yo segundo y yo tercero ,sin intermedio los demas a la cola.
ResponderEliminar¿Como se llama el blogs d esa nueva novela?.K yo sepa solo hay tres la d Jess,la d Alexa y la tuya.Si sabes d alguna dimela aqui.Anto me parece k la abandono,una pena,presionenla para k la continue x fa.Gracias x los tres caps.Me diverti.
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