CAPITULO
36:
El beso la sorprendió. Fue largo, húmedo y lujurioso. No lo
respondió, pero tampoco puso distancia.
—¿Qué fue eso, Vico? –preguntó Lali, ni bien su amigo se
alejó.
—Nada demasiado bueno, si tenes que preguntar.
—No sé a que vino.
—¡Disculpa!... Fue la emoción. ¡Es que esperé tanto por esta
noticia!
—¿Qué te pone tan contento? ¿Qué esté desempleada?
—Que no vuelvas a ver a Pablo nunca más.
La muchacha sintió otra vez aquella angustia que había apretado
su garganta durante toda la noche.
—No te confundas, Vico. Eso no me acerca ni un paso a vos
Por el contrario, me aleja...
—No entiendo...
—Lamentablemente, tendré que olvidarme de estudiar diplomacia.
Encontrar otro
trabajo no va a ser nada fácil, y, además, no tengo
dinero como para pagar un curso
de portugués. En realidad, no tengo dinero para nada.
—¿Y tus ahorros?
—¿Cuáles?... Traje algo de Mendoza, pero se me fue en los
primeros meses.
Sobrevivir aquí es caro, ¿o por qué te crees que acepté
trabajar como asistente
domiciliaria en primer término?
—Ni me lo recuerdes... Pero de seguro aún tenes la renta
que cobras por la
propiedad de tu madre... Deben pagarte una fortuna por
semejante casona.
—Sí. Pero, para mi desgracia, con eso apenas amortizo el
crédito que tuve que
sacar para hacer frente a su última operación. Todavía me
faltan diez cuotas.
—¿Y lo que Gas había heredado de su tía?
—Se lo entregué a Cielo cuando él murió.
—¡¿Por qué hiciste eso?!
—Sabes que quiero mucho a mi suegra... Ella también estaba
muy deprimida, y no
tenía adonde vivir.
—No me digas que además le envías dinero...
—No tengo que rendirte cuentas.
—Nunca me gustó esa mujer.
—Sí... Ahora entiendo que a vos no te gustaban demasiadas
cosas de mi vida...
—Escucha, Lali. Me parece bien. Podemos olvidarnos de la
diplomacia si quieres.
—¿Podemos?... ¿Por qué lo harías vos?
Vico agachó la cabeza, avergonzado, y su amiga se
enfureció.
—Entonces Pablo tenía razón... Lo propusiste sólo por alejarme de su lado...
—¡¿Eso te dijo?!
—Y por lo visto no se equivocó... Al parecer, sabe juzgar
mejor que yo a la gente...
¡Ay, Vico! ¿Qué voy a hacer con vos? ¿Acaso no me
prometiste seguir adelante
con tu vida?
—Sólo quería ayudar...
—¡No! Querías alejarme de Pablo.
—¡Te estabas enamorando de ese tipo!
—Yo no... –empezó a decir, convencida. Pero se detuvo.
—Escuchame , Lali...
—Escucha vos, Victorio: estás perdiendo tu tiempo conmigo...
Pablo nunca fue el
problema entre nosotros dos. De hecho, mañana voy a ir a
comer con otro.
—¿Otro hombre?
—Un abogado de “RLP”...
“ ¡Otro más!”, pensó ,Vico, lastimado.
—Sí... Parece buena gente, y me ofreció su ayuda.
—¡Para eso estoy yo!
—¡No quiero tu dinero!
—Sé que no lo aceptarías... Pero si te mudaras aquí, ahorrarías
lo de la renta y la
comida.
—¡¿Mudarme aquí?! ¡¿Con vos?!
—Yo viví casi cuatro meses en tu casa, cuando me peleé con
mis padres.
—Pero eso era muy distinto.
—¿Por qué?
—Porque estaba Gas... Porque por aquel entonces nunca hubiera
imaginado que
querías darme un beso como el de hace un rato... Porque
éramos sólo amigos.
—Yo nunca fui solamente tu amigo.
—Mira, Vic... Te agradezco tu ofrecimiento. Pero es imposible
que dos adultos
jóvenes y saludables, de distinto sexo, compartan tanto
tiempo juntos, sin que
vuelen la imaginación y las manos.
—¿Eso fue lo que te ocurrió con Pablo?
Lali lo miró adolorida…..Sí... Seguramente había sido
sólo eso.
Al dia siguiente…
El doctor Peter Lanzani observó a su próxima víctima con
el mismo detenimiento que solía usar con los imputados en el Tribunal. Se podía
saber mucho de una persona sólo con mirarla. Por ejemplo, era obvio que Lali se
había “producido” para bastante más que una simple cena “de amigos”. En efecto,
ahora llevaba abierta la camisa de forma invitante; sus pechos parecían más
juntos, por lo que, de seguro, se había tomado el trabajo de elegir un buen push-
up; y, como si todo eso fuera poco, se había maquillado. Claro que como era
invierno Peter no podía darse cuenta si la muchacha tenía depiladas las
piernas, (¡lástima! porque ese era, a no dudarlo, el indicio más concluyente de
que una mujer buscaba sexo), pero sí, en cambio, podía jurar que su pollera era
mucho más corta que la primera vez, (¡buena señal!)
—Hola...
Peter se apuró a ponerse de pie, para ayudar a Lali a sentarse.
—¿Hace mucho que aguardas?
—Soy yo el que se adelantó –se excusó aquel bello abogado,
mientras en su interior
maldecía a Roberto, que lo había liquidado en sólo tres
sets—. Me gusta llegar
temprano, porque no soporto la idea de hacer esperar a
una dama –mintió con
descaro, tratando así de obtener algún provecho de último
momento a sus pobres
habilidades tenísticas.
Lanzani acercó la silla de Lali con deferencia, y, por supuesto,
aprovechó tanta gentileza para lograr un primer contacto.
—Me encanta tu perfume –comentó mientras simulaba oler su
cuello.
Lali suspiró. Aquel era el derrotero típico de una primera
cita. ¡Qué poca imaginación! Tanto almíbar como aperitivo comenzaba a
asquearla.
—Es jabón barato –se apuró a responder.
—Pues en vos huele como el mejor.
¡Puaj! De tanto dulce ya se estaba empalagando... ¿Acaso aquella iba a ser otra de esas cenas
aburridas?
—Jamás pensé que me invitarías a un lugar tan elegante. No
creo estar vestida para
la ocasión.
—¡Por favor! Estás encantadora... Y tu traje es...
clásico.
—¿Te gusta mi traje?
—¡Por supuesto! Te queda pintado.
—¡Que suerte!...Porque de todos este es el único que me
dieron
—No entiendo...
—Vengo de trabajar... Hasta que aparezca algo mejor, he aceptado
hacer de
recepcionista en una exposición, aquí en la otra calle,
en el museo.
—Entonces el traje no es tuyo.
—¡Ni muerta lo hubiera elegido! La pollera es muy corta, y
la camisa me aprieta.
—¡Qué alivio! Porque, sinceramente, me parece horrible...
—Entonces esto “sí” es una cita.
—¿Cómo?
—Mentiste con lo del traje, mentiste con lo de la cita.
Peter sonrió con el mismo descaro con que solía hacerlo
en el juzgado, cuando sabía que, a pesar de todo, llevaba las de ganar.
—Todos los hombres mentimos un poco a la hora de conquistar
a una bella mujer.
Lali lo observó con detenimiento, al punto que el otro se
incomodó.
—Si lo rechacé a Pablo, ¿por qué pensas que te aceptaría
a vos?
—Puede ser que exagere un poco cuando quiero halagar a
una mujer, pero, a
diferencia de Pablo, yo soy fundamentalmente un buen
tipo. Es evidente que vos
sabes apreciar la honestidad y la transparencia en un
hombre. Y por desgracia esas
son palabras que no figuran en el diccionario de nuestro
jefe... ¿Sabes?, hace ya
cuatro años que trabajo con él, y en todo ese tiempo,
jamás vi a una chica que lo
rechazara como lo hiciste vos... Sólo eso bastó para que
me conquistaras.
—Pues no vas a ganarme mintiendo. Para eso está Pablo.
Peter sonrió.
—Me gustas mucho, Lali.
El camarero se acercó con la carta de vinos. El doctor
Lanzani contempló la lista, y eligió sin dudar el más caro.
—Demasiado tanino –murmuró su invitada.
—¿Cómo?
La joven se dirigió directamente a él.
—Te sugiero que pidas este malbec. No te vas a arrepentir.
—Se hará como dice la dama, entonces –ordenó Peter de
inmediato.
—Se nota que la señorita sabe de vinos –comentó el “somellier”,
encantado— En
efecto, el otro tiene demasiado tanino, y el sabor queda
un tanto opacado. Lali
esperó a que el camarero se retirara, para hablar.
—Disculpa... No he querido pasar sobre vos, pero soy mendocina,
y me crié entre
bodegas...
—¡No te preocupes! –respondió Peter de inmediato, mientras
aprovechaba para
tomarle la mano— No soy del tipo de hombre que se siente
amenazado por una
mujer inteligente.
El joven abogado volvió a mirarla. ¡Raro! Esa Lali comenzaba
a gustarle de verdad.
—Entonces..., ¿te parece bien el lugar?
—Me intimida un poco.
—De seguro Pablo te llevaba a sitios mejores...
—¡Pablo no me llevaba a ninguna parte! –estalló su acompañante.
—¿Cómo?... ¿Entonces entre ustedes nunca hubo una relación?
—¡Por supuesto que no!... Desconozco el motivo por el cual
mi jefe hizo lo que hizo,
y, francamente, esperaba que esta noche vos me dieras una
pista para poder
entenderlo.
—Pablo es un hombre muy reservado...
El “somellier” se aproximó con el vino que, en verdad, era
excelente. Luego llegó el camarero con el menú. Lali tomó la carta, y si bien
no permitió que nada en su gesto lo delatara, se espantó por los precios de los
platillos. Esperó a que estuvieran solos, y se sinceró
—Disculpa..., eh... ¡¿podrías creer que no recuerdo tu nombre
de pila?!
—Decime Peter
—Disculpa, Peter, pero he notado que con lo que va a costar
esta cena, bien podría
alimentarse una familia durante un mes. Por supuesto sé
apreciar las bondades de
una buena cocina, pero no me gustaría comenzar nuestra relación
con un
malentendido.
—No sé a que te referis... Claro que era mejor cuando los
precios no figuraban en el
menú, pero ahora hay una ley. Sé que mezclar dinero con
comida quita el apetito,
pero... sos mi invitada. En tal caso, ese es mi problema.
—Y también el mío... Por algún motivo que desconozco, los
hombres porteños creen
que por el hecho de pagar una cena se hacen merecedores
de...
—Yo no soy como los demás... Y, por otra parte, si lo fuera,
sería el tipo más idiota
del mundo al invitarte. Es obvio que si has rechazado los
quinientos mil dólares de
Pablo...
Lali sonrió. Sí, era cierto... Y eso le sumaba un montón de
puntos al tal Peter... Quizás era hora de comenzar a relajarse.
—Tendrás que tenerme paciencia –se disculpó con una bella
sonrisa—. Desde que
he llegado a la Capital no he tenido buenas experiencias.
—Sí... No es nada fácil tener principios en esta ciudad. Quizás
por eso todavía
continúo soltero...
“Por eso, y porque el estúpido de mi futuro suegro se gastó
todo su dinero justo antes de la boda, con una puta”, pensó Peter amargado.
—Sí... Hoy en día nadie entiende el concepto de “castidad”.
Los ojos de Peter se iluminaron.
—¿Sos virgen todavía?
—No, soy viuda... ¡Pero la castidad no es sólo para los vírgenes!
—¿Viuda? ¿Tan joven? ¿Qué edad tenes?
—Veintisiete, pero estuve cinco años casada.
—¡¿Cinco años?!
—Es una historia dolorosa. Mi marido también era periodista.
Apenas había
cumplido los veinticinco, cuando un tipo al que estaba
investigando por un negocio
sucio, un tal Nicolas Vasquez , lo mandó asesinar.
—¿Nicolas Vasquez?
—¿Lo conoces?
—Cuando comencé a trabajar con Pablo, él lo estaba investigando.
—¿A Vasquez? ¿Estás seguro?... PAblo jamás lo mencionó.
—Ni lo va a hacer. Por aquellos días, recuerdo que me trajo
unos contratos que el tal
Vasquez había firmado con el gobierno de turno, y que
eran una verdadera
aberración legal. No sólo se le había asignado “a dedo”
una valiosa concesión
municipal, sino que también se le garantizaba por ley una
ganancia mínima.
¿Entendes? Hiciera lo que hiciera, cualquiera fuera la
calidad de su servicio, jamás
iba a perder ni un sólo centavo.
—¡Claro que entiendo!... ¡Era el mismo tipo de contratos que
investigaba mi marido!
Peter observó una vez más a la muchacha. Era evidente que
el odio y la sed de venganza hacía fluir en ella una descarga de adrenalina
imparable. Sus mejillas estaban ahora rojas, su mirada brillaba, y su pecho
palpitante parecía querer soltar el botón que lo aprisionaba. Se veía excitada
y salvaje, bastante alejada de la muchachita recatada del principio de la
conversación. ¡Por allí iba a tener que correrla, si la quería sacar buena!
—Como sea, querida amiga, lo cierto es que cuando Pablo ya
tenía al tipo agarrado
por los cojones, con la misma rapidez con la que había
empezado, de un día para
el otro olvidó el asunto, y me ordenó mandar todo lo investigado
al archivo.
—¿Crees que Pablo tuvo miedo?
—¡¿Martinez?! ¡Por supuesto que no!... El muy desgraciado
no le teme a nada.
—¿Entonces?
—Para nuestro querido jefe todo se negocia... Estoy seguro
que luego de tanta
investigación, Pablo se debe haber vuelto un poco más
rico, y Vasquez bastante
más pobre.
Lali se quedó pensativa.
—Quizás por eso se enojó tanto... –reflexionó en voz baja,
olvidando la presencia de Peter.
—¿Cómo?
—Un día busqué en los archivos de Pablo información sobre
Vasquez, sin su
permiso. Por supuesto él se dio cuenta de inmediato, y se
puso furioso. Nunca
antes lo había visto así.
—¡¿Conoces la clave de acceso a los archivos secretos de
Pablo?!
—Me la dio para que pudiera trabajar.
—¡Dios mío! Nunca antes supe de alguien a quien se la hubiera
dado. ¡Esa clave vale fortunas!
Los ojos de Lanzani brillaron de codicia.
—¿Todavía la recuerdas? –preguntó, esforzándose por no
parecer obvio
—Puedes imaginarte que si así fuera, no te la daría... Además,
de seguro ya la ha
cambiado.
—Pero igual es un dato valiosísimo. Todos seguimos un patrón
a la hora de elegir
claves. A veces son fechas, otras, nombre de parientes, o
comidas... Si conoces una
clave previa, es más fácil averiguar la actual... —y,
tratando de sonar inocente,
agregó—. La verdad, no imagino cuál será el patrón que
sigue Pablo...
El doctor Lanzani miró a su invitada, buscando una respuesta,
o, aunque más no fuera, una pista. Pero Lali no era tan tonta. ¡Por algo PAblo
le había confiado su secreto mejor guardado! Sí... Aquella muchacha cada vez le
gustaba un poco más... ¿Qué tan inalcanzable sería?
—¿Puedo hacerte una pregunta, Lali?
—Mientras no sea la clave... –respondió lali con desconfianza.
—¿Sos Testigo de Jehová?
—¡No!... ¿Por qué?
—Bueno, ellos son muy estrictos respecto al sexo.
—Los católicos también. Y se supone que este es un país católico,
¡pero cuando
hablas de castidad!
—¡Te entiendo!... A mí me ocurre lo mismo...
Por toda respuesta, Lali lo miró con sorna, así que aquel
doctor mentiroso se vio en la obligación de justificarse.
—Me refiero a... ¡Yo también soy católico!...
—Pero de seguro, a pesar de ser soltero, no sos virgen...
—No..., claro que no... Pero sólo he tenido relaciones con
dos novias.
“Y le he roto el culo a otras dos mil más”, pensó, divertido
—¿Sos practicante? ¿Vas a Misa?
—¡Por supuesto!... No todos los domingos, pero sigo confesándome
y comulgando
una vez al año. ¡Mi tío es sacerdote en la Iglesia de la
Merced!
Lali lo miró complacida, y Peter lo notó de inmediato.
¡El buen tío Horacio! ¡Sí que le daba satisfacciones aquel viejo! ¡Si el pobre
tío hubiera sabido todas las mujeres que se había llevado a la cama, gracias a invocarlo
como referencia de su honestidad! Como fuera, aquella muchachita crédula era
“pan comido” para él. Nada mejor que aprovechar los ardores de una viuda. Sólo
era cuestión de echar un poco más de leña al fuego, y él podría triunfar donde
el estúpido de Pablo había fallado miserablemente.
Mientras Lali se concentraba en el menú, su compañero
aprovechó para desvestirla con la mirada. ¡Sí! En verdad la joven valía la
pena. Quizás no quinientos mil dólares, (¡vamos! que por esa cifra hasta él
mismo ponía el culo), pero de verdad valía la pena.
—¿Me entregarás la radiografía a la salida? –murmuró ella,
ni bien Peter comenzó
a mirar el menú.
—¿Disculpa?
—Nada.
—Sí, es cierto, te estaba observando... Pero es que no me
figuro como Pablo pudo
confundirse tanto con vos. Se nota a la legua que sos una
buena muchacha... Por
supuesto que alguien estúpido puede pensar que quinientos
mil dólares es
demasiado dinero como para sentirse ofendido, pero la
verdad es que para él no es
casi nada. Lo he visto perder trescientos mil en Las
Vegas, en una noche de juego...
Claro que gracias a eso se ganó la amistad de un mejicano,
dueño de una de las
principales cadenas de televisión en su país, y pudo
venderle el formato de su
programa por tres millones de dólares. Y es que Pablo nunca
da puntada sin hilo.
—Por eso, no entiendo qué pretendía ganar con vos.
¡Eso! ¿Qué pretendería ganar con aquella niña, que no tenía
un centavo? A menos que...
—¿Estás segura de que no provienes de alguna familia millonaria
con la que te has
peleado?
—Mi familia, en efecto, amasó una pequeña fortuna. Durante
años fuimos los más
ricos del barrio. Pero mi padre tuvo la mala idea de
morirse demasiado joven, y mi
madre no era buena para los negocios, así que ahora sólo me
quedan buenos
recuerdos, y deudas.
¡No! Por lo visto, si el muy jodido de Pablo la quería, era
para su uso personal. Él era muy capaz de pagar una fortuna sólo por darse un
gusto. A menos que...
—¿Crees que Pablo se enamoró de vos?
Lali se ruborizó.
Y Peter se dio cuenta de inmediato, complacido. ¿Cuántas
cosas podría lograr si la mujer que su jefe amaba, lo amaba a él? Un hombre
enamorado era capaz de muchas tonterías.
—Creo que soy la figurita que falta en su colección –dijo
al fin Lali, cabizbaja—. Lo
que no me explico es por qué pensó que iba a llegar a mí,
intentando comprarme.
—¿Acaso no conoces su historia?
La joven se interesó de inmediato.
—No.
—Pablo es huérfano, eso lo sabes...
—Alguna vez mencionó algo que me lo hizo suponer.
—¿Recuerdas los ochenta?... No, eras apenas una bebé... Luego
de tanta dictadura
militar, al fin había llegado la democracia. Por un
tiempo todo había funcionado de
maravillas, pero enseguida comenzó a asomar el fantasma de
la hiperinflación. Las
cosas eran incomprables, los precios subían minuto a
minuto, y la sensación en la
calle era de descontento. El nuevo poder se caía a
pedazos por su propio peso, y
mucha gente estaba nerviosa. Al parecer, los padres de Pablo
cometieron la torpeza
de estar en el lugar equivocado, en el momento
incorrecto. Alguien le dio la voz de
alto mientras estaban en su automóvil, se asustaron, y
terminaron acribillados...
—¡Eso es horrible!
—¡No!... La peor parte es que Pablo estaba con ellos. ¿Te
podes imaginar lo que
debe significar ver morir así a tus padres, a los diez
años?
Lali perdió la mirada, más allá de su acompañante. Por un
momento volvió a sentir el sol de un día glorioso de verano, acariciando su
piel. Se vio a si misma caminando por la vereda ancha y arbolada... Y luego a
él... ¿Qué le quería decir? Ah, sí... ¡Claro! Estaban esperando la noticia... Y
quizás él lo imaginó, porque, al verla parada allí, Gas había sonreído de
inmediato, levantando la mano para saludarla, justo antes que... Todavía podía
sentir en la piel el torbellino de aquel auto pasando junto a ella, a toda velocidad.
El estruendo, que no parecía acabarse nunca. Y luego Gas, caído... Bañado en
sangre... Aún podía escuchar su propio grito... Todavía tenia adentro aquella desesperación
en la piel... Porque había cosas que no se podían olvidar nunca, y que pasaban
a formar parte de uno mismo.
—¿Lali?
—Sí... Te escucho.
—Lo cierto es que nadie sabía que hacer con el pobre huerfanito,
así que, de
inmediato, lo fletaron rumbo a Miami, hacia lo de un tío
paterno. El tipo era un
solterón empedernido, con una vida bastante alocada,
pero, además, un periodista
de cierto renombre. Trabajaba para la CNN, creo. Y claro,
ni bien Pablo creció, el
viejo Martinez vio en él a su sucesor, así que lo hizo
estudiar periodismo, y le
consiguió un puestito lo más lejos posible, como corresponsal
en Washington. Al
poco tiempo Pablo ya tenía una acreditación en la Casa
Blanca. ¿Conoces el
trabajo de un periodista apostado en una casa de gobierno?
—No exactamente.
—Lo único que hay que hacer es recibir los partes oficiales,
chismear, y hacer
amigos capaces de darte de tanto en tanto un
“trascendido”. Como ves, aquel era un
trabajo a la medida de alguien tan simpático y
manipulador como nuestro jefe. Pero
él, por supuesto, tuvo que darle además un toque extra.
Te imaginarás... Tenía un
poco más de veinte, su encanto de “latin lover”, y muy
poca moral. Fue todo cuestión
de unos pocos meses allí, para que ya los guardaespaldas
de los senadores no
preguntaran cuando lo veían colarse a hurtadillas, ni
bien el pobre cornudo de
turno se iba de su casa. Pronto ganó cierta reputación
con las damas más
encumbradas de la política. Pero tampoco con eso le
alcanzó. Como siempre,
Pablo quería más. Quería dinero. Mucho dinero. Así que un
día posó su ambiciosa
mirada en la esposa de uno de los hombres más ricos del
mundo. El viejo había
decidido postularse a la presidencia, sin seguir los
canales habituales de la política...
Debes recordarlo, porque el asunto fue muy sonado.
—Pero, si no me equivoco, aquel millonario excéntrico se
bajó de la candidatura en
medio de la campaña, y justo cuando las encuestas
comenzaban a favorecerlo.
—¿Por qué crees que hizo eso?... Durante los meses previos
Pablo no sólo se había
acostado con su mujer, una vieja feísima, por cierto,
sino que le había sacado uno a
uno todos los secretos del marido: el origen oscuro de su
fortuna, su participación en
el tráfico de armas... ¡En fin!, todo tipo de lindezas...
—¿Estás diciendo que Pablo lo chantajeó?
—¡No! Mil veces peor.
—¿Qué puede ser peor que eso?
—Él sabía que teniendo apenas veinte años, no era demasiado
creíble, así que hizo
investigación, fundamentó su caso, y se presentó ante uno
de los periodistas más
reputados de por aquel entonces.
—¿Le vendió la noticia?
—Algunos dicen que por cuatro millones, pero yo creo que
fueron seis. Pablo siempre se va a lo
grande...
—¿Ese fue el inicio de su fortuna?
—¡Y todavía era un bebé!... Claro que luego siguió en el equipo
del periodista por un
tiempo, y gracias a eso, figura en la letra chica de un
premio Pulitzer.
—¿Un Pulitzer? ¡Guau!
—Pero su nombre aparece sólo en los subtítulos.
—¡Pero es un Pulitzer!
—Como sea... Al parecer durante algún tiempo más le continuó
redituando eso de
intercambiar sexo por información. Pero un día alguien
comenzó a inquietarse...
—¿Por eso volvió al país?
—Por eso, y porque, con lo que aquí es un hombre poderoso,
en Estados Unidos no
es nadie. Y a Pablo el poder lo enloquece.
Lali entornó sus bellos ojos marrones. No, no era el poder
lo que seducía a su ex jefe, sino aquella manía por tener el control de todo. Y
ahora que conocía parte de su pasado, comenzaba a entender esa extraña
obsesión.
—Quizás por eso me propuso lo de los quinientos mil dólares...
Peter la observó con curiosidad, y ella le explicó.
—Quizás por su pasado, Pablo es un hombre que necesita
confiar en los que lo
rodean. Creo que por eso me eligió.
—¿Porque sabía que no lo ibas a traicionar?
—¿Alguna vez has visto un dogo argentino?
—Sí... Tengo entendido que son maravillosos con los chicos.
—Y tan fiel con su amo, que no teme dar la vida por él. Por
eso se usa para la caza
mayor. Por eso, y por su fiereza para atacar. Pero el que
los cría para llevarlos al
monte, jamás comete el error de encariñarse con el
animal. Simplemente lo usa.
—¿Crees que Pablo sólo intentaba usarte?
—No lo creo. Estoy segura.
Los ojos de Peter volvieron a brillar. ¡Sí!... Una perra
fiel... Una buena perra...
¡Y cada rato que pasaba la tal Lali le gustaba un poco más!