sábado, 30 de marzo de 2013

Capítulo 36: "Vos necia, Yo mentiroso"




CAPITULO 36:
El beso la sorprendió. Fue largo, húmedo y lujurioso. No lo respondió, pero tampoco puso distancia.
—¿Qué fue eso, Vico? –preguntó Lali, ni bien su amigo se alejó.
—Nada demasiado bueno, si tenes que preguntar.
—No sé a que vino.
—¡Disculpa!... Fue la emoción. ¡Es que esperé tanto por esta noticia!
—¿Qué te pone tan contento? ¿Qué esté desempleada?
—Que no vuelvas a ver a Pablo nunca más.
La muchacha sintió otra vez aquella angustia que había apretado su garganta durante toda la noche.
—No te confundas, Vico. Eso no me acerca ni un paso a vos Por el contrario, me aleja...
—No entiendo...
—Lamentablemente, tendré que olvidarme de estudiar diplomacia. Encontrar otro
trabajo no va a ser nada fácil, y, además, no tengo dinero como para pagar un curso
de portugués. En realidad, no tengo dinero para nada.
—¿Y tus ahorros?
—¿Cuáles?... Traje algo de Mendoza, pero se me fue en los primeros meses.
Sobrevivir aquí es caro, ¿o por qué te crees que acepté trabajar como asistente
domiciliaria en primer término?
—Ni me lo recuerdes... Pero de seguro aún tenes la renta que cobras por la
propiedad de tu madre... Deben pagarte una fortuna por semejante casona.
—Sí. Pero, para mi desgracia, con eso apenas amortizo el crédito que tuve que
sacar para hacer frente a su última operación. Todavía me faltan diez cuotas.
—¿Y lo que Gas había heredado de su tía?
—Se lo entregué a Cielo cuando él murió.
—¡¿Por qué hiciste eso?!
—Sabes que quiero mucho a mi suegra... Ella también estaba muy deprimida, y no
tenía adonde vivir.
—No me digas que además le envías dinero...
—No tengo que rendirte cuentas.
—Nunca me gustó esa mujer.
—Sí... Ahora entiendo que a vos no te gustaban demasiadas cosas de mi vida...
—Escucha, Lali. Me parece bien. Podemos olvidarnos de la diplomacia si quieres.
—¿Podemos?... ¿Por qué lo harías vos?
Vico agachó la cabeza, avergonzado, y su amiga se enfureció.
—Entonces Pablo tenía razón... Lo propusiste sólo  por alejarme de su lado...
—¡¿Eso te dijo?!
—Y por lo visto no se equivocó... Al parecer, sabe juzgar mejor que yo a la gente...
¡Ay, Vico! ¿Qué voy a hacer con vos? ¿Acaso no me prometiste seguir adelante
con tu vida?
—Sólo quería ayudar...
—¡No! Querías alejarme de Pablo.
—¡Te estabas enamorando de ese tipo!
—Yo no... –empezó a decir, convencida. Pero se detuvo.
—Escuchame , Lali...
—Escucha vos, Victorio: estás perdiendo tu tiempo conmigo... Pablo nunca fue el
problema entre nosotros dos. De hecho, mañana voy a ir a comer con otro.
—¿Otro hombre?
—Un abogado de “RLP”...
“ ¡Otro más!”, pensó ,Vico, lastimado.
—Sí... Parece buena gente, y me ofreció su ayuda.
—¡Para eso estoy yo!
—¡No quiero tu dinero!
—Sé que no lo aceptarías... Pero si te mudaras aquí, ahorrarías lo de la renta y la
comida.
—¡¿Mudarme aquí?! ¡¿Con vos?!
—Yo viví casi cuatro meses en tu casa, cuando me peleé con mis padres.
—Pero eso era muy distinto.
—¿Por qué?
—Porque estaba Gas... Porque por aquel entonces nunca hubiera imaginado que
querías darme un beso como el de hace un rato... Porque éramos sólo amigos.
—Yo nunca fui solamente tu amigo.
—Mira, Vic... Te agradezco tu ofrecimiento. Pero es imposible que dos adultos
jóvenes y saludables, de distinto sexo, compartan tanto tiempo juntos, sin que
vuelen la imaginación y las manos.
—¿Eso fue lo que te ocurrió con Pablo?
Lali lo miró adolorida…..Sí... Seguramente había sido sólo eso.

Al dia siguiente…
El doctor Peter Lanzani observó a su próxima víctima con el mismo detenimiento que solía usar con los imputados en el Tribunal. Se podía saber mucho de una persona sólo con mirarla. Por ejemplo, era obvio que Lali se había “producido” para bastante más que una simple cena “de amigos”. En efecto, ahora llevaba abierta la camisa de forma invitante; sus pechos parecían más juntos, por lo que, de seguro, se había tomado el trabajo de elegir un buen push- up; y, como si todo eso fuera poco, se había maquillado. Claro que como era invierno Peter no podía darse cuenta si la muchacha tenía depiladas las piernas, (¡lástima! porque ese era, a no dudarlo, el indicio más concluyente de que una mujer buscaba sexo), pero sí, en cambio, podía jurar que su pollera era mucho más corta que la primera vez, (¡buena señal!)
—Hola...
Peter se apuró a ponerse de pie, para ayudar a Lali a sentarse.
—¿Hace mucho que aguardas?
—Soy yo el que se adelantó –se excusó aquel bello abogado, mientras en su interior
maldecía a Roberto, que lo había liquidado en sólo tres sets—. Me gusta llegar
temprano, porque no soporto la idea de hacer esperar a una dama –mintió con
descaro, tratando así de obtener algún provecho de último momento a sus pobres
habilidades tenísticas.
Lanzani acercó la silla de Lali con deferencia, y, por supuesto, aprovechó tanta gentileza para lograr un primer contacto.
—Me encanta tu perfume –comentó mientras simulaba oler su cuello.
Lali suspiró. Aquel era el derrotero típico de una primera cita. ¡Qué poca imaginación! Tanto almíbar como aperitivo comenzaba a asquearla.
—Es jabón barato –se apuró a responder.
—Pues en vos huele como el mejor.
¡Puaj! De tanto dulce ya se estaba empalagando...  ¿Acaso aquella iba a ser otra de esas cenas aburridas?
—Jamás pensé que me invitarías a un lugar tan elegante. No creo estar vestida para
la ocasión.
—¡Por favor! Estás encantadora... Y tu traje es... clásico.
—¿Te gusta mi traje?
—¡Por supuesto! Te queda pintado.
—¡Que suerte!...Porque de todos este es el único que me dieron
—No entiendo...
—Vengo de trabajar... Hasta que aparezca algo mejor, he aceptado hacer de
recepcionista en una exposición, aquí en la otra calle, en el museo.
—Entonces el traje no es tuyo.
—¡Ni muerta lo hubiera elegido! La pollera es muy corta, y la camisa me aprieta.
—¡Qué alivio! Porque, sinceramente, me parece horrible...
—Entonces esto “sí” es una cita.
—¿Cómo?
—Mentiste con lo del traje, mentiste con lo de la cita.
Peter sonrió con el mismo descaro con que solía hacerlo en el juzgado, cuando sabía que, a pesar de todo, llevaba las de ganar.
—Todos los hombres mentimos un poco a la hora de conquistar a una bella mujer.
Lali lo observó con detenimiento, al punto que el otro se incomodó.
—Si lo rechacé a Pablo, ¿por qué pensas que te aceptaría a vos?
—Puede ser que exagere un poco cuando quiero halagar a una mujer, pero, a
diferencia de Pablo, yo soy fundamentalmente un buen tipo. Es evidente que vos
sabes apreciar la honestidad y la transparencia en un hombre. Y por desgracia esas
son palabras que no figuran en el diccionario de nuestro jefe... ¿Sabes?, hace ya
cuatro años que trabajo con él, y en todo ese tiempo, jamás vi a una chica que lo
rechazara como lo hiciste vos... Sólo eso bastó para que me conquistaras.
—Pues no vas a ganarme mintiendo. Para eso está Pablo.
Peter sonrió.
—Me gustas mucho, Lali.
El camarero se acercó con la carta de vinos. El doctor Lanzani contempló la lista, y eligió sin dudar el más caro.
—Demasiado tanino –murmuró su invitada.
—¿Cómo?
La joven se dirigió directamente a él.
—Te sugiero que pidas este malbec. No te vas a arrepentir.
—Se hará como dice la dama, entonces –ordenó Peter de inmediato.
—Se nota que la señorita sabe de vinos –comentó el “somellier”, encantado— En
efecto, el otro tiene demasiado tanino, y el sabor queda un tanto opacado. Lali
esperó a que el camarero se retirara, para hablar.
—Disculpa... No he querido pasar sobre vos, pero soy mendocina, y me crié entre
bodegas...
—¡No te preocupes! –respondió Peter de inmediato, mientras aprovechaba para
tomarle la mano— No soy del tipo de hombre que se siente amenazado por una
mujer inteligente.
El joven abogado volvió a mirarla. ¡Raro! Esa Lali comenzaba a gustarle de verdad.
—Entonces..., ¿te parece bien el lugar?
—Me intimida un poco.
—De seguro Pablo te llevaba a sitios mejores...
—¡Pablo no me llevaba a ninguna parte! –estalló su acompañante.
—¿Cómo?... ¿Entonces entre ustedes nunca hubo una relación?
—¡Por supuesto que no!... Desconozco el motivo por el cual mi jefe hizo lo que hizo,
y, francamente, esperaba que esta noche vos me dieras una pista para poder
entenderlo.
—Pablo es un hombre muy reservado...
El “somellier” se aproximó con el vino que, en verdad, era excelente. Luego llegó el camarero con el menú. Lali tomó la carta, y si bien no permitió que nada en su gesto lo delatara, se espantó por los precios de los platillos. Esperó a que estuvieran solos, y se sinceró
—Disculpa..., eh... ¡¿podrías creer que no recuerdo tu nombre de pila?!
—Decime Peter
—Disculpa, Peter, pero he notado que con lo que va a costar esta cena, bien podría
alimentarse una familia durante un mes. Por supuesto sé apreciar las bondades de
una buena cocina, pero no me gustaría comenzar nuestra relación con un
malentendido.
—No sé a que te referis... Claro que era mejor cuando los precios no figuraban en el
menú, pero ahora hay una ley. Sé que mezclar dinero con comida quita el apetito,
pero... sos mi invitada. En tal caso, ese es mi problema.
—Y también el mío... Por algún motivo que desconozco, los hombres porteños creen
que por el hecho de pagar una cena se hacen merecedores de...
—Yo no soy como los demás... Y, por otra parte, si lo fuera, sería el tipo más idiota
del mundo al invitarte. Es obvio que si has rechazado los quinientos mil dólares de
Pablo...
Lali sonrió. Sí, era cierto... Y eso le sumaba un montón de puntos al tal Peter... Quizás era hora de comenzar a relajarse.
—Tendrás que tenerme paciencia –se disculpó con una bella sonrisa—. Desde que
he llegado a la Capital no he tenido buenas experiencias.
—Sí... No es nada fácil tener principios en esta ciudad. Quizás por eso todavía
continúo soltero...
“Por eso, y porque el estúpido de mi futuro suegro se gastó todo su dinero justo antes de la boda, con una puta”, pensó Peter amargado.
—Sí... Hoy en día nadie entiende el concepto de “castidad”.
Los ojos de Peter se iluminaron.
—¿Sos virgen todavía?
—No, soy viuda... ¡Pero la castidad no es sólo para los vírgenes!
—¿Viuda? ¿Tan joven? ¿Qué edad tenes?
—Veintisiete, pero estuve cinco años casada.
—¡¿Cinco años?!
—Es una historia dolorosa. Mi marido también era periodista. Apenas había
cumplido los veinticinco, cuando un tipo al que estaba investigando por un negocio
sucio, un tal Nicolas Vasquez , lo mandó asesinar.
—¿Nicolas Vasquez?
—¿Lo conoces?
—Cuando comencé a trabajar con Pablo, él lo estaba investigando.
—¿A Vasquez? ¿Estás seguro?... PAblo jamás lo mencionó.
—Ni lo va a hacer. Por aquellos días, recuerdo que me trajo unos contratos que el tal
Vasquez había firmado con el gobierno de turno, y que eran una verdadera
aberración legal. No sólo se le había asignado “a dedo” una valiosa concesión
municipal, sino que también se le garantizaba por ley una ganancia mínima.
¿Entendes? Hiciera lo que hiciera, cualquiera fuera la calidad de su servicio, jamás
iba a perder ni un sólo centavo.
—¡Claro que entiendo!... ¡Era el mismo tipo de contratos que investigaba mi marido!
Peter observó una vez más a la muchacha. Era evidente que el odio y la sed de venganza hacía fluir en ella una descarga de adrenalina imparable. Sus mejillas estaban ahora rojas, su mirada brillaba, y su pecho palpitante parecía querer soltar el botón que lo aprisionaba. Se veía excitada y salvaje, bastante alejada de la muchachita recatada del principio de la conversación. ¡Por allí iba a tener que correrla, si la quería sacar buena!
—Como sea, querida amiga, lo cierto es que cuando Pablo ya tenía al tipo agarrado
por los cojones, con la misma rapidez con la que había empezado, de un día para
el otro olvidó el asunto, y me ordenó mandar todo lo investigado al archivo.
—¿Crees que Pablo tuvo miedo?
—¡¿Martinez?! ¡Por supuesto que no!... El muy desgraciado no le teme a nada.
—¿Entonces?
—Para nuestro querido jefe todo se negocia... Estoy seguro que luego de tanta
investigación, Pablo se debe haber vuelto un poco más rico, y Vasquez  bastante
más pobre.
Lali se quedó pensativa.
—Quizás por eso se enojó tanto... –reflexionó en voz baja, olvidando la presencia de Peter.
—¿Cómo?
—Un día busqué en los archivos de Pablo información sobre Vasquez, sin su
permiso. Por supuesto él se dio cuenta de inmediato, y se puso furioso. Nunca
antes lo había visto así.
—¡¿Conoces la clave de acceso a los archivos secretos de Pablo?!
—Me la dio para que pudiera trabajar.
—¡Dios mío! Nunca antes supe de alguien a quien se la hubiera dado. ¡Esa clave vale fortunas!
Los ojos de Lanzani brillaron de codicia.
—¿Todavía la recuerdas? –preguntó, esforzándose por no parecer obvio
—Puedes imaginarte que si así fuera, no te la daría... Además, de seguro ya la ha
cambiado.
—Pero igual es un dato valiosísimo. Todos seguimos un patrón a la hora de elegir
claves. A veces son fechas, otras, nombre de parientes, o comidas... Si conoces una
clave previa, es más fácil averiguar la actual... —y, tratando de sonar inocente,
agregó—. La verdad, no imagino cuál será el patrón que sigue Pablo...
El doctor Lanzani miró a su invitada, buscando una respuesta, o, aunque más no fuera, una pista. Pero Lali no era tan tonta. ¡Por algo PAblo le había confiado su secreto mejor guardado! Sí... Aquella muchacha cada vez le gustaba un poco más... ¿Qué tan inalcanzable sería?
—¿Puedo hacerte una pregunta, Lali?
—Mientras no sea la clave... –respondió lali con desconfianza.
—¿Sos Testigo de Jehová?
—¡No!... ¿Por qué?
—Bueno, ellos son muy estrictos respecto al sexo.
—Los católicos también. Y se supone que este es un país católico, ¡pero cuando
hablas de castidad!
—¡Te entiendo!... A mí me ocurre lo mismo...
Por toda respuesta, Lali lo miró con sorna, así que aquel doctor mentiroso se vio en la obligación de justificarse.
—Me refiero a... ¡Yo también soy católico!...
—Pero de seguro, a pesar de ser soltero, no sos virgen...
—No..., claro que no... Pero sólo he tenido relaciones con dos novias.
“Y le he roto el culo a otras dos mil más”, pensó, divertido
—¿Sos practicante? ¿Vas a Misa?
—¡Por supuesto!... No todos los domingos, pero sigo confesándome y comulgando
una vez al año. ¡Mi tío es sacerdote en la Iglesia de la Merced!
Lali lo miró complacida, y Peter lo notó de inmediato. ¡El buen tío Horacio! ¡Sí que le daba satisfacciones aquel viejo! ¡Si el pobre tío hubiera sabido todas las mujeres que se había llevado a la cama, gracias a invocarlo como referencia de su honestidad! Como fuera, aquella muchachita crédula era “pan comido” para él. Nada mejor que aprovechar los ardores de una viuda. Sólo era cuestión de echar un poco más de leña al fuego, y él podría triunfar donde el estúpido de Pablo había fallado miserablemente.
Mientras Lali se concentraba en el menú, su compañero aprovechó para desvestirla con la mirada. ¡Sí! En verdad la joven valía la pena. Quizás no quinientos mil dólares, (¡vamos! que por esa cifra hasta él mismo ponía el culo), pero de verdad valía la pena.
—¿Me entregarás la radiografía a la salida? –murmuró ella, ni bien Peter comenzó
a mirar el menú.
—¿Disculpa?
—Nada.
—Sí, es cierto, te estaba observando... Pero es que no me figuro como Pablo pudo
confundirse tanto con vos. Se nota a la legua que sos una buena muchacha... Por
supuesto que alguien estúpido puede pensar que quinientos mil dólares es
demasiado dinero como para sentirse ofendido, pero la verdad es que para él no es
casi nada. Lo he visto perder trescientos mil en Las Vegas, en una noche de juego...
Claro que gracias a eso se ganó la amistad de un mejicano, dueño de una de las
principales cadenas de televisión en su país, y pudo venderle el formato de su
programa por tres millones de dólares. Y es que Pablo nunca da puntada sin hilo.
—Por eso, no entiendo qué pretendía ganar con vos.
¡Eso! ¿Qué pretendería ganar con aquella niña, que no tenía un centavo? A menos que...
—¿Estás segura de que no provienes de alguna familia millonaria con la que te has
peleado?
—Mi familia, en efecto, amasó una pequeña fortuna. Durante años fuimos los más
ricos del barrio. Pero mi padre tuvo la mala idea de morirse demasiado joven, y mi
madre no era buena para los negocios, así que ahora sólo me quedan buenos
recuerdos, y deudas.
¡No! Por lo visto, si el muy jodido de Pablo la quería, era para su uso personal. Él era muy capaz de pagar una fortuna sólo por darse un gusto. A menos que...
—¿Crees que Pablo se enamoró de vos?
Lali se ruborizó.
Y Peter se dio cuenta de inmediato, complacido. ¿Cuántas cosas podría lograr si la mujer que su jefe amaba, lo amaba a él? Un hombre enamorado era capaz de muchas tonterías.
—Creo que soy la figurita que falta en su colección –dijo al fin Lali, cabizbaja—. Lo
que no me explico es por qué pensó que iba a llegar a mí, intentando comprarme.
—¿Acaso no conoces su historia?
La joven se interesó de inmediato.
—No.
—Pablo es huérfano, eso lo sabes...
—Alguna vez mencionó algo que me lo hizo suponer.
—¿Recuerdas los ochenta?... No, eras apenas una bebé... Luego de tanta dictadura
militar, al fin había llegado la democracia. Por un tiempo todo había funcionado de
maravillas, pero enseguida comenzó a asomar el fantasma de la hiperinflación. Las
cosas eran incomprables, los precios subían minuto a minuto, y la sensación en la
calle era de descontento. El nuevo poder se caía a pedazos por su propio peso, y
mucha gente estaba nerviosa. Al parecer, los padres de Pablo cometieron la torpeza
de estar en el lugar equivocado, en el momento incorrecto. Alguien le dio la voz de
alto mientras estaban en su automóvil, se asustaron, y terminaron acribillados...
—¡Eso es horrible!
—¡No!... La peor parte es que Pablo estaba con ellos. ¿Te podes imaginar lo que
debe significar ver morir así a tus padres, a los diez años?
Lali perdió la mirada, más allá de su acompañante. Por un momento volvió a sentir el sol de un día glorioso de verano, acariciando su piel. Se vio a si misma caminando por la vereda ancha y arbolada... Y luego a él... ¿Qué le quería decir? Ah, sí... ¡Claro! Estaban esperando la noticia... Y quizás él lo imaginó, porque, al verla parada allí, Gas había sonreído de inmediato, levantando la mano para saludarla, justo antes que... Todavía podía sentir en la piel el torbellino de aquel auto pasando junto a ella, a toda velocidad. El estruendo, que no parecía acabarse nunca. Y luego Gas, caído... Bañado en sangre... Aún podía escuchar su propio grito... Todavía tenia adentro aquella desesperación en la piel... Porque había cosas que no se podían olvidar nunca, y que pasaban a formar parte de uno mismo.
—¿Lali?
—Sí... Te escucho.
—Lo cierto es que nadie sabía que hacer con el pobre huerfanito, así que, de
inmediato, lo fletaron rumbo a Miami, hacia lo de un tío paterno. El tipo era un
solterón empedernido, con una vida bastante alocada, pero, además, un periodista
de cierto renombre. Trabajaba para la CNN, creo. Y claro, ni bien Pablo creció, el
viejo Martinez vio en él a su sucesor, así que lo hizo estudiar periodismo, y le
consiguió un puestito lo más lejos posible, como corresponsal en Washington. Al
poco tiempo Pablo ya tenía una acreditación en la Casa Blanca. ¿Conoces el
trabajo de un periodista apostado en una casa de gobierno?
—No exactamente.
—Lo único que hay que hacer es recibir los partes oficiales, chismear, y hacer
amigos capaces de darte de tanto en tanto un “trascendido”. Como ves, aquel era un
trabajo a la medida de alguien tan simpático y manipulador como nuestro jefe. Pero
él, por supuesto, tuvo que darle además un toque extra. Te imaginarás... Tenía un
poco más de veinte, su encanto de “latin lover”, y muy poca moral. Fue todo cuestión
de unos pocos meses allí, para que ya los guardaespaldas de los senadores no
preguntaran cuando lo veían colarse a hurtadillas, ni bien el pobre cornudo de
turno se iba de su casa. Pronto ganó cierta reputación con las damas más
encumbradas de la política. Pero tampoco con eso le alcanzó. Como siempre,
Pablo quería más. Quería dinero. Mucho dinero. Así que un día posó su ambiciosa
mirada en la esposa de uno de los hombres más ricos del mundo. El viejo había
decidido postularse a la presidencia, sin seguir los canales habituales de la política...
Debes recordarlo, porque el asunto fue muy sonado.
—Pero, si no me equivoco, aquel millonario excéntrico se bajó de la candidatura en
medio de la campaña, y justo cuando las encuestas comenzaban a favorecerlo.
—¿Por qué crees que hizo eso?... Durante los meses previos Pablo no sólo se había
acostado con su mujer, una vieja feísima, por cierto, sino que le había sacado uno a
uno todos los secretos del marido: el origen oscuro de su fortuna, su participación en
el tráfico de armas... ¡En fin!, todo tipo de lindezas...
—¿Estás diciendo que Pablo lo chantajeó?
—¡No! Mil veces peor.
—¿Qué puede ser peor que eso?
—Él sabía que teniendo apenas veinte años, no era demasiado creíble, así que hizo
investigación, fundamentó su caso, y se presentó ante uno de los periodistas más
reputados de por aquel entonces.
—¿Le vendió la noticia?
—Algunos dicen que por cuatro millones, pero yo creo que fueron seis.  Pablo siempre se va a lo grande...
—¿Ese fue el inicio de su fortuna?
—¡Y todavía era un bebé!... Claro que luego siguió en el equipo del periodista por un
tiempo, y gracias a eso, figura en la letra chica de un premio Pulitzer.
—¿Un Pulitzer? ¡Guau!
—Pero su nombre aparece sólo en los subtítulos.
—¡Pero es un Pulitzer!
—Como sea... Al parecer durante algún tiempo más le continuó redituando eso de
intercambiar sexo por información. Pero un día alguien comenzó a inquietarse...
—¿Por eso volvió al país?
—Por eso, y porque, con lo que aquí es un hombre poderoso, en Estados Unidos no
es nadie. Y a Pablo el poder lo enloquece.
Lali entornó sus bellos ojos marrones. No, no era el poder lo que seducía a su ex jefe, sino aquella manía por tener el control de todo. Y ahora que conocía parte de su pasado, comenzaba a entender esa extraña obsesión.
—Quizás por eso me propuso lo de los quinientos mil dólares...
Peter la observó con curiosidad, y ella le explicó.
—Quizás por su pasado, Pablo es un hombre que necesita confiar en los que lo
rodean. Creo que por eso me eligió.
—¿Porque sabía que no lo ibas a traicionar?
—¿Alguna vez has visto un dogo argentino?
—Sí... Tengo entendido que son maravillosos con los chicos.
—Y tan fiel con su amo, que no teme dar la vida por él. Por eso se usa para la caza
mayor. Por eso, y por su fiereza para atacar. Pero el que los cría para llevarlos al
monte, jamás comete el error de encariñarse con el animal. Simplemente lo usa.
—¿Crees que Pablo sólo intentaba usarte?
—No lo creo. Estoy segura.
Los ojos de Peter volvieron a brillar. ¡Sí!... Una perra fiel... Una buena perra...
¡Y cada rato que pasaba la tal Lali le gustaba un poco más!

lunes, 25 de marzo de 2013

Capítulo 35: "Vos necia, Yo mentiroso"



Hola chicas paso rapidisimo a traerles   un nuevo capi, porque estoy de salida, gracias por sus comentarios, besos genias :)
CARO

CAPITULO 35:
—¡Señorita! ¡No puede entrar allí!... Tiene que anunciarse primero –se angustió la
dama.
Pero era tanta la furia de Lali que pasó delante de la secretaria sin oírla. Abrió la puerta de un golpe. Sentado detrás de un enorme escritorio, estaba él, Pablo, aquel hombre que la había lastimado tanto. Al oír el estruendo, su jefe levantó la cabeza, y la miró con aquellos ojos verdes, tan bellos como mentirosos. No parecía sorprendido. Por el contrario, era como si la hubiera estado esperando.
—Veo que ya leíste mi propuesta –le dijo con calma, señalando la carpeta que Lali todavía llevaba en sus manos.
Luego hizo silencio, y volvió a mirarla de aquella forma que la hacía estremecer. Y bastó chocarse con el resplandor de sus ojos, para que una furia ciega estallara en el corazón de Lali. Entonces, todavía sin decir palabra, se acercó lentamente hacia él, y cuando ya su proximidad la quemaba, dejó salir toda su ira en forma de un sonoro cachetazo, que cruzó la cara de su jefe sin piedad.
—No te entiendo –fue la única defensa de él.
—No soy una de sus putas...
—No seas necia. Si pensara que sos una puta jamás te hubiera ofrecido esto. Lo
único que yo quería…... – comenzó a decir, mientras intentaba retenerla.
Pero ella se alejó embravecida.
—Sé perfectamente lo que quería. Ya me lo dijo, ¿lo recuerda? Quería meterse en
mi braga. Y, ¿sabe qué, Martinez? Está de suerte...
Y diciendo esto, Lali levantó apenas su pollera, y comenzó a deslizar con furia la tela suave que cubría su intimidad, a través de sus piernas cortas y torneadas.
—¡Ahí tiene mi braga! –gritó, arrojándola sobre el escritorio— Métase en ella, si así lo prefiere. ¡Pero a mi no vuelva a molestarme nunca más!
Sin ocultar su odio, Lali trató de salir de allí cuanto antes. Pero, para su sorpresa, al abrir la puerta se chocó con Peter Lanzani y la secretaria, que la miraban espantados.
—Espero que haya sido un buen espectáculo –dijo con enojo, justo antes de dar un portazo.
Pablo volvió a quedarse solo en su oficina. Por unos minutos permaneció inmóvil, sentado detrás de su escritorio. Pero al fin se estiró, tomó la prenda arrojada por su dueña, la observó, y dejó escapar una sonrisa. Una sonrisa encantadora, por supuesto, como las que sólo él podía hacer.
Lali volvió a apretar con frenesí el botón del elevador, mientras varios empleados la observaban.
—¡Mariana!
La mirada de la joven chocó con aquel bello ejemplar que corría hacia ella. ¡¿Qué querría ahora el muy maldito?!
—Lali...
—Olvídalo... Como ya escuchaste, no pienso firmar nada.
—No, no vengo por eso... Quería pedirte disculpas. Yo... Yo te juzgué mal... Creí que
estabas enterada de lo que decía el papel. Pablo me dijo que lo sabías...
—Me lo había dicho, sí... Pero, ¿cómo podía tomar en serio una locura semejante?
—Tengo que felicitarte... Has hecho lo correcto. No muchas mujeres hubieran
rechazado...
—¿Podemos no hablar de eso, por favor?... Sólo quiero ir a mi casa, y olvidar todo el asunto.
—¿Me permitís que te lleve?
Por un segundo la muchacha lo observó. El tipo parecía buena gente, y ella se sentía sucia, y destrozada.
—Me harías un favor.
—Espera a que le avise a mi secretaria, y vamos.
Lali aprovechó la distracción del joven abogado para contemplarlo. Era alto, musculoso, nariz pequeña, pero interesante. Sí... Quizás existía la vida después de Pablo.
El sólo saber que la niña no llevaba puestas sus bragas lo estaba volviendo loco. Cada vez que su auto se detenía, debía hacer esfuerzos para no deslizar su mano a través de aquellas piernas torneadas, en busca de alguna gratificación. Pero no. No era así como se jugaba el partido contra ese tipo de mujer. Si quería ganársela, no podía cometer los mismos errores que Pablo. No podía atropellar. Por el contrario, tenía que tomarse su tiempo.
¡Sí!... Ya casi sentía la adrenalina del placer, que, a esas alturas, imaginaba doble: por un lado, montarse a semejante yegua; pero por el otro, ganársela a su jefe. ¡Sí!... Robársela a Pablo... Y hasta, quizás, le enviara fotos...
—Me siento tan amargado por haber ayudado a Pablo a tenderte esa trampa.
Lali lo miró dos veces... Parecía sincero.
—No es tu culpa.
Con tanto movimiento, a Lali se le había desprendido el tercer botón de la camisa, y se le veía claramente el Corpiño. Peter sonrió... Con sólo estirar la mano...
—Lo sé... Pero no me alcanza... Quisiera resarcirte de alguna manera por este mal momento.
—¿Tenes un trabajo para ofrecerme?... Acabo de sumarme a la larga lista de
profesionales desempleados en este país.
—Por desgracia es Pablo el que firma mis cheques, y los de mi personal.
—Entonces no, gracias. Prefiero morirme de hambre... Y de hecho, creo que es lo
que va a ocurrir.
—Si necesitas dinero...
“Pagaría lo que fuera por vos”, pensó Peter. Pero, por supuesto, no dijo nada.
—No, gracias... Ahorre algo en los últimos meses... Hay que reconocer que
Pablo paga muy buenos sueldos...
—Sí..., a cambio de chuparte la sangre. Es como una especie de vampiro.
—Es muy exigente con el trabajo, lo sé...
—¿Lo estás defendiendo? –se extrañó aquel galán.
Y Lali se sonrojó.
—¿Acaso vos lo desprecias? –preguntó, sólo por desviar el giro de la conversación.
—¡Por supuesto!
—¿Y por qué trabajas para él?
—Como vos decis, paga muy buenos sueldos. Y yo, a pesar de ser soltero, y tener
mi propio departamento, gasto mucho. Me encanta vivir bien, y viajo todo lo que
puedo.
—Dobla a la derecha luego del semáforo, por favor. Mi casa es la tercera.
—¿Aquí?
—Sí.
Lali se aprestó a bajar. Se moría por llegar a su departamento, ducharse, ponerse ropa limpia..., y echarse en la cama a llorar hasta el día siguiente. Pero justo en elmomento en que iba a salir del auto, su acompañante la detuvo.
—Disculpa, Lali... Sé que no es una buena oportunidad, pero... Me gustaría invitarte
a cenar... No digo hoy, pero quizás mañana...
—Lo lamento...
—No te confundas... No se trata de una cita, sino de una forma de limpiar mi
conciencia. Hay cosas que quisiera explicarte acerca de Pablo... Y, además, por lo
que veo, a vos te está haciendo falta el apoyo de un buen amigo.
—Sí..., eso es cierto.
—¿Entonces nos vemos mañana?
—Será mejor el jueves.
¡Goool! Un gol de media cancha. Un tanto a su favor, que podía decidir el partido. Satisfecho, el doctor Lanzani se despidió, y puso en marcha su auto, sin sacar la vista del espejo retrovisor. ¡Qué colaa! Ya se la imaginaba agachada, implorándole por más... O de rodillas frente a él, tragándose todo, hasta su orgullo. ¡Paciencia! No faltaba tanto para lograrlo...
Porque si algo había aprendido Peter en esta vida, era como se debía “tratar” a una mujer.

viernes, 22 de marzo de 2013

Capítulo 34:"Vos necia, Yo mentiroso"



Hola chicas disculpen por la demora  me cortaron el internet , resulta que a los "eficientes" de telecentro se les ocurrio dejar mi zona sn internet por 4 dias mas o menos, los odioo pero al fin voy aa cambiar me voy de tleecentro , consejo de amiga no se pasen a telecentro juajaja, bueno sin mas les dejo capi rapidito porque mañana tengo clases temprano (si un sabado  q horror), besotes genias

CAPITULO 34:
Lali observaba atentamente el humear de la cafetera. Aquel lunes había sido un día extraño. Durante todo el viaje al trabajo se había preparado mentalmente para enfrentarse con Pablo. Para anunciarle lo que había decidido hacer con su vida. Tenía que ser muy cuidadosa en la elección de las palabras, porque de ninguna manera quería que sonara a un pedido de permiso. Y tampoco quería darle lugar a que opinara al respecto. Así que había ensayado varias veces su breve discurso, para que sonara conciso y contundente.
Pero al llegar allí, unos minutos antes de las ocho, se había sorprendido al encontrar la casa desierta. Pablo no estaba. Nada de desayuno compartido, o asignación de tareas. Nada de nada. Sólo silencio... Como al principio, cuando disfrutaba de la soledad. Pero aquella extraña mañana Lali no había podido disfrutar nada de nada. ¿Estaría haciendo lo correcto?
A las tres de la tarde por fin había llegado su jefe, junto a los demás. Y no se veía divertido o juguetón como en las últimas semanas. Por el contrario, su trato había vuelto a ser distante y serio. Y, por alguna estúpida razón, eso a Lali le estaba doliendo demasiado.
El café ya estaba listo, así que se apuró a servirlo en las tazas, según el gusto de cada uno: negro para Pablo, con cuatro cucharadas de azúcar para Benja, cortado con leche para Agus , y con endulzante para Maca, (aunque a ella más tenía ganas de servirle veneno)
Lali ajustó su rodete, se acomodó la camisa, tomó la bandeja, y se dirigió hacia la living. Por mucho que le costara, estaba firmemente decidida a encarar a su jefe, ni bien se terminara aquella reunión.
—¿Dónde se fueron todos?
—¿Dónde crees? –respondió Pablo con enojo.
—Lástima... Ya hice el café.
—Déjalo por ahí, y séntate.
Lali comenzó a temblar. ¿Cómo era ese discurso conciso y contundente? Ya no podía recordar ni una sola de sus palabras.
Apoyó la bandeja con cuidado de no tirarla, se sentó frente a su jefe, y se obligó a mirarlo a los ojos, simulando calma. Él, en cambió, no se molestó en ocultar su furia.
—¿Tenes algo para decirme, Berta?
La joven se puso colorada.
PAblo se revolvió impaciente en su silla, y miró su reloj.
—Apúrate, porque estoy esperando visitas. “¿Visitas?... Alguna con una braga más
fácil de sacar que la mía.”, pensó Lali.
—¿Vas a hablar, o queres que lo haga yo? –la amenazó él, de mal modo.
Y bastó oírlo, para que las palabras se atropellaran en la boca de la muchacha.
—Este fin de semana he recibido una propuesta interesante, y he decidido aceptarla.
—¿Otra proposición?
—Una en serio –respondió ella, con cierto enojo.
¿Pensaría su jefe insistir con las tonterías del viernes?
—¿Y qué proposición es esa?
—Iniciar la carrera de diplomacia. Mañana mismo voy a inscribirme, y en el mes de
octubre tendré que rendir los exámenes de admisión.
—¡Diplomacia! –se enfureció su jefe— ¡Insistes con eso!... ¿Y de quién fue la
brillante idea? Déjame adivinar: ¡de Victorio!, que, curiosamente, de seguro también
estudiará con vos, comprará todos los libros, y hasta te hará de chofer.
—No le estoy pidiendo permiso.
—¡Mejor! Porque no te lo daría. Hasta un idiota se da cuenta de que llevas el
periodismo en la sangre. Y si ese no estuviera tan interesado en alejarte de...
Pablo se detuvo abruptamente, y la miró de aquella forma que la ponía a temblar. Pero, con gran esfuerzo, una vez más Lali logró sobreponerse.
—Como le dije, los exámenes van a ser recién en octubre. Pero ser admitido no es
tarea fácil. Suele haber no más de treinta vacantes, para cientos de inscriptos, así
que...
—¿Así que...?
—Tendré que esforzarme mucho.
—¿Y por qué me lo cuentas a mí, si te importa tres carajos lo que yo pienso?
—Usted sabe perfectamente que lo que he decidido, tarde o temprano, va a terminar
afectando nuestra relación... laboral.
—¿Afectar? ¡No!... ¡Va a mandar a la mismísima mierda a toda nuestra relación!
—... laboral.
—Laboral, o como sea... Lo cierto es que cuando entres a la Cancillería...
—Si logro entrar...
Pablo la observó, sin molestarse en ocultar su resentimiento.
—Egresaste con un promedio impresionante, tenes el Proficiency aprobado, el nivel
más alto de la Dante Alighieri, y...
Lali lo miró sorprendida, pero él se justificó de inmediato.
—¿Qué? Está en tu currículum, ¿no?... Como sea, cuando comiences a estudiar en
la Cancillería, nuestra “relación”... laboral, o como mierda quieras llamarla, se va a
acabar de inmediato. Es un requisito de la carrera la dedicación exclusiva. Pero,
¿para qué te lo cuento, si vos ya lo sabes? –agregó con amargura.
Lali intentó responderle, pero fue inútil. Un nudo ataba su garganta, y la proximidad de él tampoco era de mucha ayuda. Pablo agachó la cabeza, apesadumbrado, pero de inmediato la levantó, buscando su mirada con renovado impulso.
—¿Qué puedo hacer para complacerte?
Un escalofrío corrió por el cuerpo de la muchacha, así que se apuró a hablar. A decir cualquier cosa, con tal de evitar la mirada de él.
—Yo... Al menos hasta octubre voy a necesitar que se respete mi horario...
Realmente  no quisiera perjudicarlo...
—¿No?
—Así que lo entendería si prefiere buscar cuanto antes a alguien que me reemplace.
—¿Crees que puedo reemplazarte con tanta facilidad? Entonces no has entendido nada, Berta.
Por un segundo la muchacha se sintió desnuda frente a la intensidad de la mirada clara de él. Pero un fuerte timbrazo, impiadoso, la volvió a la realidad. De inmediato se soltó de su influjo con disgusto, y le respondió.
—Sí... Creo que no le va a costar mucho reemplazarme... Y mejor me voy... No vale
la pena que me enfrente con su próxima víctima, porque, a diferencia de lo que
ocurre con los dogos, a mi no me gusta que me lastimen.
Lali salió de inmediato
Al dia siguiente…
—Permiso.-Aquella mujer, a quien difícilmente podía calificarse como una dama, empujó a Lali con la fiereza propia de quien huye de un incendio
Todavía no se acostumbraba al transporte público. En Mendoza se valía de su bicicleta, y aquí en la Capital prefería caminar. No había distancia larga para ella, en tanto el sol calentara el camino. Pero aquella mañana, apurada por el tiempo, había optado por el bus. Ya faltaba poco para las diez, y no quería llegar tarde.
No podía darse el lujo de enojar aún más a su jefe. La niñita de adelante estaba empecinada en jugar a la rayuela sobre sus pies, mientras que el tipo de atrás empujaba de forma sospechosa. Y a esas alturas, Lali ya no sabía si proteger con más empeño su bolso, o su honor. Se sentía muy desgraciada.
Quizás aquello de la diplomacia, como decía Pablo, no era más que un sueño estúpido. Claro que reunía todas las condiciones para lograrlo. Pero también los otros que habían ido esa mañana para inscribirse. La mayoría ostentaba promedios sobresalientes, muchos provenían de carreras aún más largas que la suya, y todos dominaban a la perfección varios idiomas..., ¡incluido el portugués! Sí, porque, saberlo, era un requisito obligatorio en la Cancillería. Resultaba entendible, ya que la Argentina formaba parte del Mercosur, una unión de países de la región que incluía, para horror de Lali, al Brasil. Y no era que ella tuviera nada contra los vecinos, sino que su idioma siempre le había resultado esquivo. Desde niña le había sido casi imposible comunicarse con los muchos turistas cariocas que llegaban a Mendoza, en busca de los placeres de la nieve. Pero por algún motivo tenía una negación especial para el portugués. Y ahora, en apenas unos meses, iba a tener que vencerla.¡Un horror!
Y no era lo único que la asustaba. ¿Podría retomar la rutina del estudio? Hacía mucho tiempo que se había recibido. Pero, lo que era peor: ¿podría acostumbrarse a esa nueva vida?... Ya no más desayunos compartidos con Pablo, o cenas robadas al trabajo. Ya no más aquella deliciosa intimidad entre los dos...
Se bajó del bus, y comenzó a caminar por la Avenida del Libertador. El corazón le latía con fuerza. ¿Estaría Pablo todavía? De ser así, de seguro había preparado algún discurso para disuadirla de su decisión. A él no le gustaba que la gente pensara por cuenta propia, y solía ser muy terco cuando alguien se oponía a su voluntad. Pero así y todo, a pesar que de seguro la aguardaba un reto, el corazón de Lali latía, no tanto por el mal momento que auguraba, sino por aquella presencia que en el futuro le iba a escasear.
Sí... Iba a extrañar esa deliciosa intimidad con su jefe. Abrió uno a uno los cerrojos de la puerta de la cocina, entró, y se apuró a encender los monitores. ¡Nadie! Otra vez estaba sola... Mejor, así se iba acostumbrando. Dejó sus cosas en el cuarto de servicio, y se dirigió directo al fregadero para lavar la, (o posiblemente, “las”), tazas del desayuno. Pero, para su sorpresa, estaba limpio. No había nada en él. Buscó el monitor que mostraba el cuarto de su jefe. La cama estaba deshecha...
Todavía estaba confundida cuando, en un segundo fatal, desvió la mirada hacia la mesa que tenía enfrente, y lo vio. Allí estaba. Aquello que menos esperaba, y más temía. Su futuro, oculto en un sobre blanco que simplemente decía: “Berta”.
Mientras lo abría, otra vez el corazón de Lali comenzó a latir desbocado. Las manos le temblaban...
La nota era simple:
“El doctor Lanzani te espera antes de las dos de la tarde en la oficina de Legales de la revista. ¡No faltes!” ¿Legales?... Eso no podía significar nada bueno. Al parecer su jefe había decidido hacerle caso, y dar por terminada aquella relación... laboral, sin más demora. Quizás hasta había encontrado reemplazante. Lali observó la cámara escondida en uno de los anaqueles de la cocina, y la otra sobre la puerta. Se puso de pie de un salto, y se dirigió al balcón, por la salida principal. Era pleno invierno, y el viento de la mañana se hacía difícil de soportar en aquel piso veintidós. Sin embargo, la vista desde allí era espléndida. El río, los bosques de Palermo, el tren, la locura del tránsito... Todo se veía pequeño e insignificante desde esa altura. Como su vida.
Asomada a la baranda, sintió el llanto que comenzaba a surgir, imparable. El frío era tanto, que las lágrimas parecían congelarse en sus mejillas ni bien salían de sus ojos, pero, a pesar de eso, Lali lo prefería así. No quería darle el gusto a Pablo de que la viera llorar... Iba a extrañarlo... A su trabajo, por supuesto... No. ¿A quién quería engañar? Iba a extrañar a Pablo. Se había acostumbrado demasiado a él. Y pensar en irse de aquel departamento, era como volver a enterrar a Gas.
Perder aquella intimidad con un hombre, la sumergía de nuevo en la más oscura soledad. Claro que, a diferencia de lo ocurrido con su marido, con Pablo nunca había podido ser del todo ella misma, porque... no se podía confiar en alguien así. Porque el tipo era un mentiroso, y carecía de moral y principios, lo cual había sido una verdadera fortuna para ella, porque de otra forma se hubiera terminado enamorando de él sin remedio. Porque, debía admitirlo, Pablo, además, tenía algunas cosas buenas...
Sintió una angustia inexplicable, y más lágrimas acudieron en tropel. Claro que nunca se podía saber, porque su jefe era un mentiroso, pero a veces, sólo a veces, sentía que se estaban comunicando de una manera distinta. Que entre los dos se establecía un lazo fuerte, que no se podía explicar con palabras. Pero, claro, con Pablo nunca se podía saber...
Sí..., había hecho lo correcto al tomar distancia. Porque aquel sentimiento comenzaba a desbocarse en su corazón. Por supuesto que podía controlarlo. Todavía sí. Pero, ¿para qué arriesgarse? No tenía intenciones de acabar como Maca, o como esas secretarias que permitían que sus jefes las usaran durante años, humillándolas, ignorándolas, aprovechándose de ellas, sin más excusas que el amor. ¡Por supuesto que no era que ella se hubiera enamorado de Pablo! Porque uno no se podía enamorar de un mentiroso. Es decir, poder, se podía, pero alguien con la cabeza bien plantada sobre los hombros como ella, alguien que ya había probado el verdadero amor, no ignoraba que relacionarse con un hombre como su jefe sólo significaba desgracia. Era imposible confiar en alguien así, ¿y cómo se hacía para amar sin entregarse? No. No era inteligente darle a guardar dinero a un ladrón, ni amar a un mentiroso.
Y Lali se consideraba a si misma una mujer inteligente, asi que se animo y fue en busca de aquel abogado…
¡Así que esa era la famosa Mariana Esposito! ¡Muy lindo culo! redondito y musculoso. Daba ganas de partírselo sin más trámite. Y esa cinturita, que, de tan estrecha, no sostenía la pollera... ¡Ah! ¡Pero de adelante todavía estaba mejor! ¡Qué buenos pechos! Firmes, sin exageraciones... Debían ser naturales... ¡Y la carita! ¡Qué boquita! ¡Qué labios!... ¡Con razón el hijo de puta de Pablo estaba tan desesperado!
—¿Doctor Lanzani?
—Adelante, por favor... La estaba esperando.
Lali tomó asiento, y aguardó a que su anfitrión se acomodara. La oficina era imponente, totalmente decorada con madera, y con grandes ventanales que se abrían al río. El abogado ocupó el inmenso sillón detrás del escritorio de madera oscura, en donde sólo estaba apoyada una carpeta. Todo en aquel lugar parecía tener el único objetivo de intimidar al que estaba de visita. Y aquel tipo no era la excepción. Su traje caro, su porte elegante... Pero, por fortuna, Lali no era fácil de asustar.
—Ante todo, quisiera pedirle disculpas, señorita Esposito... Estoy conciente de que
el señor Martinez nos encomendó estos papeles una semana atrás, pero...
—¿Hace ya una semana? –se extrañó Lali.
¿Su jefe había pensado en despedirla el martes pasado? Entonces, ¿por qué le había venido el viernes con toda esa estupidez de mudarse a su casa? Y lo que era más raro, si ya lo tenía decidido, ¿por qué no se lo había echado en cara durante la discusión del día anterior?.
—Sí, el martes ocho... Pero usted entenderá que sólo redactar la parte del convenio de confidencialidad nos llevó casi...
—Por supuesto que voy a respetar ese convenio. Ya me había comprometido en el
contrato inicial...
—¿Cómo que hay un contrato inicial?... Nadie me informó nada... ¿Acaso usted ya
vive en la casa del señor Martinez?
—¡No!... Sólo trabajo allí desde las diez hasta las ocho de la noche.
—No entiendo... Creo que lo mejor será que revisemos los términos de este contrato
con calma. Anoche estuve haciéndolo con el señor Martinez hasta bien entrada la
madrugada, pero...
—¿Era usted el que estaba con Martinez??
—Desde las ocho, hasta bien entrada la madrugada... ¿Por qué?
—No. Por nada...
—La cuestión es que este es un tipo de contrato para el cual no existen modelos. Yo
ya se lo advertí al señor Martinez... Pero además me gustaría revisarlo punto por
punto con usted. Claro que, para su tranquilidad, tengo que informarle que se ha
ordenado la compra de los bonos de la tesorería, y espero que, para la tarde, ya
hayan sido depositados en...
—Disculpe... Creo que hay un error... ¿De qué bonos me habla? Lo que tiene que
liquidarme es lo que marca la ley...
—Señorita... Le hablo de quinientos mil dólares en Bonos del Tesoro de la Reserva
Federal de los Estados Unidos, y que van a quedar depositados en la Escribanía,
según los términos de este...
—¡¿Quinientos mil dólares?!
—¿No es lo que habían pactado?
Lali arrebató la prolija carpeta de manos de aquel hombre, que la miraba sorprendido, y comenzó a leer sus páginas con furia, mientras otra vez las lágrimas comenzaban a ahogarla, imparables.
—¿Esto es lo que soy yo para él? –dijo al fin, sacudiendo aquella carpeta que
hubiera preferido no ver nunca— Una puta... Más cara que las otras, puede ser, pero
una puta al fin. Una puta de lujo, y con título universitario... Y yo que creí...
¡Quinientos mil dólares!... Al parecer, ese es mi precio... ¡Para él es todo lo que
valgo!
Por un momento Lali se dejó vencer por la decepción. Se sentía herida. Usada. Como aquellos dogos, había sido cuidadosamente seleccionada, alimentada, y entrenada para lo que debía hacer. El cazador la había tratado como uno de su familia, y había confiado en ella su vida. Pero una vez cumplida la tarea, y si por algún motivo dejaba de serle útil, no iba a dudar en abandonarla a su suerte en un costado del camino, junto con el dinero. Sí... Eso era todo lo que Pablo veía en ella. Una perra fiel, que podía comprarse barata. Al llanto, siguió la furia.
—¿Este es el tercer piso, no?
—El cuarto.
—¿Y la oficina de PAblo está en...?
—El treinta y dos. El último... ¿Adónde vas? ¿Te llevas el contrato? No lo has
firmado.
—Todavía tengo que discutir algunos puntos con mi jefe.
La muchacha salió como una tromba imparable, en busca del elevador. De todas maneras, tampoco fueron muchos los esfuerzos que el doctor Peter Lanzani hizo por detenerla. Él odiaba a Pablo hasta los huesos, pero nunca había encontrado el valor para enfrentarlo. Y si ahora lo iba a hacer aquella niña, quería estar allí, sentado en primera fila, para divertirse.
—Entonces te acompaño –se ofreció. Por fin su día comenzaba a mejorar.