lunes, 5 de febrero de 2018

Capitulo 8 y 9 : "La impostora"



Capítulo 8
     LAli escuchó de nuevo el mensaje de su hermana intentando asumirlo. «Un accidente de autobús… nadie está herido de gravedad… una pierna rota… vamos de camino al hospital…».

     ¿Hospital? Aunque Mar intentaba mantener la compostura, su voz reflejaba tensión y nerviosismo.
     El segundo mensaje del contestador era de Benja, uno de los amigos de Mar. Le informaba de que su hermana acababa de salir del hospital y, aunque no tenía nada importante, tenía fracturas en varias partes del cuerpo. Al parecer, Mar iba a tener que permanecer allí unas semanas más hasta encontrarse mejor.

     Lali se derrumbó en el sofá aliviada. Su hermana estaba bien, gracias a Dios. Al mismo tiempo, se sentía culpable. Debería haber estado en casa para responder al teléfono, de esa manera podría haber hablado con ella y calmarla. Sin embargo, había pasado toda la noche haciendo el amor con Pablo.

     «¡Cielos! ¡Qué desastre!», se lamentó Lali para sí hundiendo la cabeza entre las manos.
     Su hermana todavía tardaría varias semanas en regresar. Eso quería decir que tendría que volver el lunes a la oficina, seguir haciéndose pasar por Mar…

     «¡No puede ser!», volvió a lamentarse.

     Durante una semana, había conseguido engañar a Pablo, pero ¿hasta cuándo podría alargar aquella farsa?
     Lali negó con la cabeza. Su acuerdo con Mar había sido por una semana y, durante ese tiempo, había cumplido con creces. Pero no era sostenible continuar de aquella manera. Antes o después, él descubriría el engaño.

     Sólo había una solución, decirle la verdad. Tal vez, Mar perdiera su trabajo, pero al menos le quedaría la dignidad.

     La decisión estaba tomada.
     Sólo quedaba pensar en cómo hacerlo.
   
     Pablo había pasado el fin de semana dando vueltas a lo que había sucedido la noche del viernes. No la había llamado en ningún momento. Si era capaz de irse de aquel modo después de haber pasado una noche tan memorable, entonces aquella mujer no valía la pena.

     Miró su reloj y maldijo. ¿Dónde diablos estaba?

     Justo en ese momento, escuchó el timbre del ascensor y el ruido de las puertas abriéndose.
     Pablo tragó saliva.

     Un minuto después, su secretaria llamó a la puerta de su despacho.

     —Adelante.

     Sin apenas volverse hacia ella, Pablo vio cómo entraba y se quedaba parada junto a la puerta.

     —Llegas tarde —añadió él observando sus zapatos de tacón hundiéndose en la alfombra.

     —Pablo, tengo que hablar contigo.

     Por el tono de su voz, daba la impresión de que su secretaria estaba a punto de disculparse por el comportamiento que había tenido. Pablo se acomodó en la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza dispuesto a disfrutar de la conversación.

     —¿Lo has pasado bien este fin de semana con tu hermana?

     —Al final no vino. Se va a retrasar unos días.

     Pablo no se sorprendió en absoluto. Siempre había considerado aquello como una simple excusa que ella había utilizado para huir de su casa.

     Su secretaria avanzó un poco hacia su mesa tímidamente, pasándose la mano por el pelo para apartárselo de la cara. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Por haberse acostado una noche con él? ¿Tan mal lo había pasado? ¿Tan duro había sido para ella?

     —He estado a punto de no venir a trabajar —empezó Lali—, iba a llamar para avisarte. Pero luego pensé que te merecías que te dijera todo personalmente.

     —Te recuerdo que no eres tú la que decide si vienes o no a trabajar. Tienes un contrato, ¿recuerdas?

     —Siento si va a ser un problema para ti, pero no puedo seguir haciendo esto.

     Pablo se levantó de la silla como impulsado por un resorte, dio la vuelta a la mesa y se acercó a ella.

     —¿Qué quieres decir con eso? ¿Todo esto es por lo que pasó entre nosotros el viernes? ¿No crees que estás exagerando? ¿No fuiste tú la que dijo que somos adultos?

      Aquellas últimas palabras le habían rondado en la cabeza todo el fin de semana. Mar se había mostrado tan predispuesta como él a pasar la noche juntos. ¿Por qué, entonces, había huido de una forma tan violenta, tan incómoda?

     —No es sólo por lo que pasó el viernes.

     —Pues, ¿de qué tienes miedo?

     —¡No tengo miedo!

     —¿De qué huyes?

     —No lo entiendes…

     —¿No lo pasaste bien conmigo?

     —Ésa no es la cuestión.

     —Entonces, ¿cuál es?

     —Pablo…
     El sonido del teléfono la interrumpió.

     —Debe de ser Rogerson —dijo él tomando su móvil de la mesa—. Estaba esperando su llamada. Continuaremos esta discusión luego.

     —No hay nada que discutir.

     —¡Luego!

     Pablo le dio la espalda y ella, tras unos segundos de indecisión, comprendió que hablaba en serio y salió de su despacho.

     «¡Maldita sea! Debería haberlo hecho por teléfono. Habría sido más fácil», pensó Lali al llegar a su escritorio. Se había dejado llevar por los nervios, había dejado que él la llevara a su terreno. No podía volver a suceder. A la primera oportunidad que tuviera, se lo soltaría todo, iría al grano directamente.

     —Prepárate —le dijo Pablo de pronto desde la puerta de su despacho—. Tenemos una reunión con Rogerson en quince minutos.

     —Pablo, todavía no hemos terminado de…

     —Nos está esperando —la cortó él—. Reunión de equipo.

     —No, espera un momento y escúchame —insistió Lali—. Esto es importante. Yo no…

     —¿No estabas en el equipo? —la interrumpió de nuevo—. Pues ahora lo estás. Después del excelente trabajo que hiciste con ese programa de gestión de proyectos, Rogerson insiste en ello. Además, dado que es bastante probable que tenga que ausentarme por unos días, creo que es lo mejor.

     —Pero yo no he dicho nada todavía —dijo Lali frustrada—. Llevo toda la mañana intentando decir una cosa y tú ni siquiera me escuchas.

     —Veo que estás un poco disgustada —comentó Pablo—. Se te pasará, ya verás. Venga, vamos.

     —¿Quieres hacer el favor de dejar de ignorarme?

     —Mira, querida —dijo Pablo mirándola fijamente—. Rogerson, personalmente, me ha pedido que te incluya en el equipo de trabajo. Si no te parece buena idea, si estás dispuesta a decir que no, entonces creo que lo lógico es que se lo digas a él.

     —Mi problema no es con Phil Rogerson.

     —Perfecto. En ese caso, podremos discutir cualquier problemilla que tengas en otro momento, ¿te parece? Ahora, vamos.
   
     Lali entró en el coche con la cabeza dándole vueltas. Estaba atrapada. Salvando la parte en que Phil Rogerson le había pedido que formara parte del equipo de trabajo del Royalty Cove, el resto le había sonado a chino.

     —Quiero que te unas a nosotros —le había dicho Rogerson sonriéndola—. Siento que eres una persona en quien puedo confiar, sé que no nos abandonarás.

     Lali había asentido con un nudo en el estómago, sintiéndose culpable por la confianza inmerecida que Rogerson estaba depositando en ella. Sólo era una mentirosa, una persona sin valores que estaba siendo atrapada en su propia red de falsedades, una red que crecía y crecía cada vez más.

     ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a confesar la verdad después de lo que había pasado en la reunión? No podía. Sólo conseguiría empeorar aún más las cosas.

     —Estás muy callada.

     Lali miró a Pablo y se dio cuenta de que se había detenido en el aparcamiento de Norfolk Island, un precioso lugar que se hallaba junto a la playa, lleno de palmeras.

     —¿Por qué estamos aquí?

     Pablo no estaba seguro. Lo que sí tenía claro era que no quería regresar a la oficina, regresar a la conversación que habían dejado pendiente.

     Pasar la mañana con ella le había servido para darse cuenta de que nada había terminado entre ellos. No quería dejarla escapar, quería volver a yacer desnudo junto a ella.

     —Pensé que un poco de aire fresco nos iría bien —contestó él finalmente—. ¿Quieres dar un paseo por la playa?

     —¿Qué ocurre? —preguntó Lali sorprendida por su proposición.

     —Vamos —dijo quitándose la chaqueta y subiéndose las mangas de la camisa—. Sólo un rato.

     Diez minutos después, tenía arena en las medias, el cabello lleno de la sal del mar y paseaba por la playa con su traje de ejecutiva. Era una locura, pero no le importaba. El sol brillaba en lo alto del cielo, una suave brisa lo llenaba todo y el ritmo de las olas era como un bálsamo para su corazón.

     De reojo, miró a Pablo, que paseaba junto a ella con los zapatos en la mano y los pantalones remangados por las rodillas. Sus pies dejaban delicadas huellas sobre la arena.
     La belleza de sus pies era uno de los innumerables descubrimientos que había hecho pasando la noche con él. La suavidad de su piel, el tacto de su pelo, parecido al del satén, la fortaleza de sus músculos…
     Aquellos recuerdos estaban haciendo que se excitara de nuevo, calentando su cuerpo al mismo tiempo que los rayos del sol.

     Lali miró las olas rompiendo en la orilla, el agua deslizándose delicadamente por la arena, y deseó que su vida fuera tan sencilla como el ritmo de la naturaleza, exenta de mentiras.

     Pero ya era tarde para eso. Estaba en un callejón sin salida.

     —Has accedido a formar parte del equipo, como quería Rogerson —comentó Pablo como pensando en voz alta.

     —Eso parece —dijo Lali agradeciendo que él rompiera el silencio.

     —Supongo que eso significa que ya no te vas.

     Escucharlo en boca de él hizo que pareciera más real. Efectivamente, tenía que quedarse. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ya no sólo tenía que preocuparse por la promesa que le había hecho a su hermana y por la atracción que sentía por Pablo. Ahora también estaba Phil Rogerson.

     Ya no podía desentenderse de aquello. Había demasiado en juego, demasiadas personas implicadas.
     Tendría que afrontarlo, seguir ocupando el lugar de su hermana para minimizar las consecuencias de sus mentiras y aguardar el regreso de Mar. Y, además, no volverse loca mientras tanto.

     —Eso parece —repitió Lali.

     —En ese caso —dijo Pablo acercándose a ella sin dejar de caminar—, tengo una proposición que hacerte.

     Lali lo miró a los ojos, atrapada por el brillo de sus pupilas, por la fortaleza de su cuerpo, por el calor que emanaba, mientras su cabeza le suplicaba que fuera sensata.

     —No —se adelantó ella—, no lo hagas.

     —Todavía no te he dicho en qué consiste.

     No le hacía falta. Podía leerlo en los ojos de él.

     —No voy a acostarme contigo otra vez.

     Por la reacción que tuvo, Lali supo que había acertado. Pero Pablo no iba a darse por vencido tan fácilmente.

     —¿Por qué? Ya lo has hecho una vez.

     —Eso fue un error que nunca volveré a cometer.

     —Ojalá todos los errores fueran tan placenteros. Tú disfrutaste tanto como yo.

     —Pablo, lo he estado pensando y… creo que deberíamos olvidarlo.

     —Ése es mi problema —dijo él deteniéndose, levantándole la barbilla con una mano mientras con la otra tomaba la mano de ella—. No puedo olvidarlo. No puedo olvidar la sensación de tenerte tumbada junto a mí, el sabor de tu boca, el placer de estar dentro de ti.

     Sus palabras estaban llenas de erotismo, de sensualidad, bañadas por los intensos recuerdos de la noche que habían pasado juntos.

     —Sobre todo cuando siento cómo te corre la sangre por las venas ahora mismo —añadió Pablo

     —Lo que estoy es nerviosa. ¿Cómo quieres que esté tranquila aquí, delante de todo el mundo, en un lugar público?

     —¿Se te endurecen también los pechos cuando estás nerviosa?

     «Sólo cuando estoy cerca de ti», pensó Lali avergonzándose por su comentario, pero consciente de que no había forma alguna de negarlo.

     —Me deseas —continuó Pablo —. Y yo te deseo a ti. ¿Por qué insistes en negar lo obvio?

     —Porque no todo es tan sencillo.

     —¿Por qué no lo es? Me dijiste que no había ninguna otra persona.

     —No, no es por eso.

     ¿Qué podía decirle?

     —Trabajo para ti. No creo que acostarse con el jefe de una sea la mejor manera de mejorar profesionalmente.

     —¿Es eso lo que te preocupa? —preguntó él alzando la cabeza de Lali y mirándola fijamente—. ¿Perder tu trabajo si lo nuestro termina?

     —¿Terminar? No hay nada entre nosotros que terminar.

     —Claro que lo hay. Sólo porque te empeñes en negarlo no vas a cambiar la realidad. ¿Por qué haces todo tan difícil?

     —Estoy intentando hacer las cosas bien.

     —No, lo que estás haciendo es provocarme. Cuanto más te alejas de mí, más tengo que correr para alcanzarte.

     —¿Qué tengo que hacer para que no lo hagas?

     —Muy fácil. Deja que las cosas sigan su curso.

     —Claro, qué fácil es decirlo. De modo que yo me convierto en tu amante de forma indefinida y luego ¿qué? ¿Vuelvo a ser tu secretaria y tú mi jefe como si no hubiera pasado nada?

     —Lo que estás haciendo ahora es justamente eso. Es condenadamente difícil trabajar contigo deseándote como te deseo. Si no te saco de mi cabeza… me voy a volver loco.

     Lali sabía perfectamente a qué se refería, porque a ella le sucedía lo mismo. Trabajar juntos, deseándose como se deseaban, siendo conscientes de lo que se estaban perdiendo por no estar juntos, era algo insoportable.
     Ésa había sido la razón que le había impulsado aquella mañana a decirle a Pablo toda la verdad.
     Pero, después de lo que había pasado en la reunión, había cambiado de opinión.
     ¿Creía él sinceramente que podrían tener una relación laboral normal cuando todo terminara entre ellos, después de todo lo que habían compartido y podrían compartir?
     Había que estar loco para pensar algo así.
     Pero… ¿y si tenía razón?
     ¿Y si era posible?
     En ese caso, habría una oportunidad.
     Lali respiró profundamente, aspirando un aire cargado de sal, arena, vapor de agua y deseo.

     —¿Cuánto tiempo…? —empezó nerviosa—. ¿Cuánto tiempo tardarías en sacarme de tu cabeza?

     Pablo la miró y en sus ojos Lali percibió un tímido brillo de satisfacción.

     —Dos semanas… tal vez tres.

     —¡Vaya! —exclamó Lali intentando aliviar la tensión entre ambos—. ¡Cuánto tiempo!

     —¡Eh! —exclamó él poniendo las manos en los hombros de ella—. Tú me has preguntado, yo sólo intento ser sincero. No hago planes a largo plazo.

     —¿Me estás diciendo que, cuanto antes empecemos, antes conseguiremos cansarnos el uno del otro y antes podremos volver a la normalidad?

     —Más o menos.

     Lali volvió la cabeza y contempló el mar. Desde luego, la idea parecía interesante. Mar iba a tardar al menos seis semanas en regresar. En ese tiempo, Lali podría cumplir su promesa con Phil Rogerson, seguir haciéndose pasar por su hermana y acostarse con Pablo por la noche. Para cuando Mar regresara, todo habría terminado entre ellos.

     Con aquella solución, podía ser una buena hermana, una buena profesional y satisfacer sus deseos.
     Era la solución perfecta.

     —En ese caso —dijo volviendo la cabeza hacia él para mirarlo—, cuanto antes empecemos, mejor.

     Pablo la miró exultante. Quería gritar, quería que se enterara todo el mundo.
     En cambio, lo que hizo fue atraerla hacia él y besarla.

     Durante las próximas semanas, por tiempo indefinido, sería suya. Ella era todo cuanto necesitaba.
     Además, no se parecía en nada a Tina. Ambas eran como la noche y el día. Todo sería diferente con Mar. Con ella no cometería los errores que había cometido con Tina.

     Pablo la abrazó más fuerte aún, absorbiendo su perfume, su olor, su deseo.
     Dejó de besarla, consciente de que una playa pública no era lugar para consumar lo que tenía en mente.

     —¿Qué tenemos en la agenda el resto del día? —preguntó él mirándola.

     —Nada que no podamos dejar para mañana —contestó ella con las mejillas enrojecidas y los ojos llenos de luz.
     Pablo asintió complacido y, dándose la vuelta, la guió de regreso al coche.
     Los negocios podían esperar.
     Tenía cosas más importantes que hacer.


Capítulo 9

   Aquello era un mundo de fantasía, un mundo que Lali nunca había creído que fuera posible. Los días se habían convertido en un vehículo para disfrutar de una forma sorprendente y novedosa del mobiliario de la oficina. Las noches transcurrían en medio de un sinfín de experiencias sensuales.

     Lali estaba como hipnotizada por lo que él la estaba haciendo vivir, por la facilidad con que él la excitaba, por lo completa que se sentía cuando estaba dentro de ella.

     Cada noche, él le pedía que se vistiera con un vestido nuevo cada vez, encargado especialmente para ella en las mejores firmas del mundo, la llevaba a cenar a los mejores restaurantes y, al final, regresaban a la isla privada de Pablo para hacer el amor durante horas.

     Ir a trabajar nunca había sido tan emocionante. Dado que ya no era necesario atenerse a las pautas de comportamiento de Mar, Lali dio rienda suelta a su imaginación y empezó a vestirse con los trajes más sugerentes y atrevidos. Todo para avivar aún más la pasión, si eso era posible.

     Eran las dos de la tarde cuando Lali se sumergió en un baño de espuma después de haber estado haciendo el amor con Pablo . Cerró los ojos y se abandonó al placer que le producía el agua acariciando todas las partes de su cuerpo.

     Por un momento, pensó que, vivir en un paraíso tan perfecto y emocionante como aquél, la estaba condenando de por vida, una vez que todo terminara, a buscar desesperadamente a otro hombre que pudiera llegar a hacerla sentir algo que fuera remotamente parecido que pudiera durar más de unas cuantas semanas.

     —Estás tan preciosa que podría comerte ahora mismo.

     Lali abrió los ojos y vio a Pablo en la puerta del baño, con los ojos clavados en sus pechos, que sobresalían por encima de la superficie del agua. Sus pezones se irguieron en el acto al ver que él también estaba excitado.

     —Pues entonces, ¿a qué esperas? ¡Cómeme!
   
     Un par de días después, Pablo la sorprendió con un regalo, una pequeña cajita azul oscuro que descansaba sobre la almohada.

     —¿Qué es esto? —preguntó Lali

     —Un pequeño detalle.

     —No tienes que comprarme nada.

     —Lo sé. Ábrelo.

     —No —dijo Lali—. Quiero dejar esto claro. Ya haces demasiado comprándome tanta ropa. No quiero que hagas nada más. No hay ninguna necesidad.

     —¿No te gustan las joyas?

     —No las necesito. Me parecen una ostentación inaceptable cuando en el mundo hay tantos millones de personas que pasan hambre. Es un desperdicio, un derroche innecesario.

     —A mí no me importa hacerlo.

     —Pero hay gente en el mundo que no tiene absolutamente nada, sólo su mísera comida diaria y la esperanza de que las cosas cambien algún día. ¿No crees que podrías gastar tu dinero de una forma más útil?

     —¿Desde cuándo estás tan concienciada con los problemas del mundo? —preguntó Pablo abriendo la cajita con impaciencia y mostrándole una cadena dorada de Tiffany que dejó a Lali casi sin respiración—. Compré esto porque quise. Disculpa.

     —Pero, Pablo .., —protesto ella de nuevo mientras él pasaba la cadena alrededor de su cuello.

     —Y porque quiero que te la pongas siempre que hagamos el amor —añadió tumbándola en la cama, poniéndose sobre ella y sujetando sus pechos sin dejar de mirarla—. De ese modo, siempre que la lleves puesta te acordarás de…

     Lali emitió un gemido ahogado cuando Pablo la  penetró, llenándola completamente, haciendo que todo lo demás dejara de importar.
   
     Pablo le había dicho que aquello duraría dos semanas, tres como mucho. Sin embargo, ese tiempo ya había pasado y Lali no veía que aquella loca pasión estuviera apagándose. Trabajaban juntos durante el día, dormían juntos por la noche y aprovechaban cualquier momento libre para hacer el amor.

     Hasta entonces, Lali había temido el momento en que aquel mundo maravilloso llegara a su fin.
     Después de pasar con él todas aquellas semanas, lo que empezaba a temer era que aquella pasión no se terminara a tiempo.

     Lali giró la cabeza y observó el ritmo pausado de la respiración de Pablo, el movimiento ininterrumpido de su pecho subiendo y bajando, las finas facciones de su rostro. Los primeros rayos de luz de la mañana se filtraban a través de las persianas, ajedrezando sus cuerpos.

     No. El problema de verdad no consistía en saber si aquella historia se terminaría antes del regreso de Mar.

     El problema era más complicado. No quería que se terminara.

     ¡Qué estúpida había sido! Se había convencido a sí misma de que todo aquello podía tener algún aspecto positivo, que podía ser la solución perfecta a la extraña situación en que se había visto envuelta, pero, en realidad, siendo sincera, lo había hecho por ella misma, había cedido a una tentación irresistible.

     Lali volvió la cabeza y miró el techo de la habitación. En unas pocas horas, Pablo saldría con Phil Rogerson hacia Milán para cerrar de una vez por todas el acuerdo con Zeppabanca. Pensar que no iba a poder estar con él, aunque sólo fuera por unos días, se le hacía insoportable. Si se sentía de aquella manera por una tontería, ¿qué ocurriría cuando él la abandonara definitivamente?

     Porque ese momento iba a llegar, antes o después. Él mismo lo había reconocido. De hecho, el tiempo que se habían dado ya había expirado. El día fatídico podría llegar en cualquier momento, y, para ella, sería como un jarro de agua fría, como si el universo entero se derrumbara.

     Estaba sumida en esos pensamientos cuando sintió que Pablo abría los ojos lentamente, estiraba torpemente las piernas y, abrazándola, la atraía hacia él.

     —Podrías venir conmigo a Milán —dijo jugando con sus pechos.

     —No es necesario. No me necesitarás para firmar un par de documentos. Estaré aquí cuando vuelvas.

     —Eso espero —replicó él besándola.

     La corriente que atravesó su cuerpo en ese momento casi llegó a convencerla de mandarlo todo al diablo y viajar con él a Milán con su propio pasaporte.

     —¿A qué hora sale mi avión?

     —A las once y cuarto.

     —Bien. Tenemos tiempo.
   
     Lali acababa de regresar a la oficina después de la hora de comer cuando sonó el teléfono.

     —¡Lali ! Perdona por llamarte a la oficina. Te he dejado varios mensajes en el contestador y, como no me llamabas, había empezado a preocuparme. ¿Puedes hablar un momento?

     —Lo siento —dijo Lali sentándose ante su escritorio con un repentino sentimiento de culpabilidad.

     Dormir con Pablo era tan maravilloso que casi se había olvidado completamente de su hermana.

     —He estado muy ocupada, pero sí, podemos hablar. ¿Qué tal va esa pierna?

     —No te lo vas a creer. Los médicos me han dicho que, si sigo así, podré volver a casa para Navidades. Estoy deseando regresar.

     Navidades. Sólo faltaban tres semanas para eso. Siempre había sabido que la aventura con Pablo tendría que acabarse, que el regreso de su hermana la convertiría en una historia imposible, pero tener una fecha concreta lo hacía todo más real. Y, sobre todo, más difícil.

     —Vaya, queda muy poco tiempo —dijo Lali sin mucho entusiasmo.

     —Así podrás volver a tu vida, a estas alturas seguro que ya estás harta de Pablo

     —No es tan malo como parece. Además, ahora mismo está en Italia, ha ido a cerrar definitivamente el proyecto.

     —Me alegro, así no tendrás que estar con él tanto tiempo. ¿De verdad que no se ha dado cuenta de nada?

     —Creo que he conseguido que no note la diferencia.

     —Muchas gracias, Lali. Eres una hermana maravillosa.

     Lali sintió deseos de decirle a su hermana que no era tan maravillosa como ella creía. De saber Mar que se había acostado con Pablo, seguro que cambiaría de opinión. Pero no lo hizo. Se limitó a asentir con un leve murmullo.

     Su hermana no se merecía regresar a casa, después de haber tenido aquel accidente, para descubrir el lío en que Lali había convertido su vida. Lo único que deseaba era que no se complicara todavía más.

     Seguramente, se estaba preocupando innecesariamente. Al fin y al cabo, sólo tenía un retraso de dos días. Después del tiempo que había pasado en los campos de refugiados y de haber estado enferma con aquel virus, sus ciclos menstruales se habían vuelto un poco aleatorios. Además, habían usado protección en todo momento. La probabilidad de que estuviera embarazada era prácticamente nula. No debía preocuparse por una tontería y, mucho menos, decir nada que pudiera alarmar a su hermana.

     Lali cambió de tema y empezaron a hablar de hospitales, de Hawai y de los trucos que había usado para hacerse pasar por su hermana. Cualquier cosa con tal de no hablar de Pablo
   
     El acuerdo con Zeppabanca ya estaba cerrado, los documentos firmados y el servicio de catering del avión impecable, como siempre. Pablo apoyó la espalda en el asiento, estiró las piernas y sonrió. Todo marchaba a la perfección.

     En unas horas, estaría de vuelta y todo sería incluso mejor. Cinco días habían convertido su deseo casi en una obsesión.

     A su lado, Phil Rogerson dejó el periódico sobre la mesita, al lado de su vaso de whisky, y suspiró.

     —Ha sido un buen viaje, pero estoy deseando volver a casa.

     «Desde luego», pensó Pablo, que se estaba imaginando a Mar esperándole en el aeropuerto, con sus bellísimos ojos y sus piernas esculturales vestidas con las medias de seda que tanto le excitaban.

     —Lo único malo es el jet lag —dijo Rogerson bebiendo un trago.

     Pablo sabía perfectamente qué iba a hacer con su jet lag, enterrarlo dentro del cuerpo de Mar.

     —Por cierto —comentó de nuevo Rogerson—, tengo un coche esperándome en el aeropuerto. Si quieres, puedo llevarte…

     —Muchas gracias, Phil —dijo Pablo—, pero ya he hecho planes.

     —¿Va a ir a buscarte Marianella?

     —Sí.

     —Respeto mucho a esa joven. Y la admiro. Eres un hombre afortunado.

     —Es mi secretaria —replicó Pablo con un extraño ataque de celos—. Eso es todo.

     —Vaya, veo que me he equivocado —dijo Rogerson mirándolo.

     —Intimar demasiado con los empleados nunca me ha parecido buena idea.

     —¿En serio? A mí nunca me ha importado, aunque tal vez lo diga porque yo me casé con mi secretaria. Tardé más de seis meses en armarme de valor, pero, ya ves, llevamos cuarenta y cinco años de matrimonio. Doris es lo mejor que me ha pasado en la vida.

     —Demasiado peligroso —insistió Pablo

     —¿Sabes? Eso fue lo primero que me hizo darme cuenta de que tu secretaria, Mar, es una joven especial. Estaba allí pensando, en la sala de reuniones, intentando valorar qué debía hacer, cuando vino ella y me convenció. Me dijo que hay ocasiones en las que una persona debe arriesgarse para conseguir lo que quiere. Eso fue lo que yo hice en su momento con Doris, y me salió bien. Es una chica fantástica.

     Pablo asintió. Estaba completamente de acuerdo con Rogerson. Lo que no podía comprender era por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta.
   
     Hecha un manojo de nervios, con el estómago dándole vueltas y la garganta seca, Lali esperaba en la terminal de llegadas del aeropuerto.

     El correo electrónico que le había enviado Pablo le había puesto en tensión. Saber que deseaba verla en cuanto bajara del avión sólo podía significar una cosa: aquella historia estaba lejos de haber terminado. Y, como siempre le había ocurrido, a pesar de que su cabeza le había enviado señales de advertencia, su cuerpo deseaba verlo de nuevo cuanto antes.

     Tampoco Lali quería que se acabara. Quería hacer el amor con él otra vez, aunque fuera una última vez. Sólo una vez más. ¿Acaso era mucho pedir? Después, todo podría volver a la normalidad y cada uno podría seguir con su vida.

     Las puertas se abrieron y Pablo, imponente en su enorme estatura, apareció enseguida con un maletín en una mano y una maleta en la otra.

     Sus miradas se encontraron y, por un momento, todo alrededor de ellos desapareció.
     Allí estaba él de nuevo. No iba a durar para siempre.

     Podía, incluso, terminarse en cualquier momento.Pero, al menos, Lali ya estaba segura de que, aunque eso sucediera, siempre le quedaría el consuelo de tener algo suyo para siempre. Algo que la ayudaría a sobrellevar el dolor de estar lejos de él, algo con lo que soportar la idea de haberle perdido para siempre, algo con lo que recordar que aquellas semanas habían valido la pena.

     Ni siquiera la perspectiva de ser una madre soltera, sin trabajo y sin una casa propia conseguía enturbiar el placer de llevar un hijo suyo dentro de ella. Tenía ahorrado dinero suficiente para afrontar cualquier problema que pudiera presentarse.

     El padre de su hijo se acercó a ella, con un inequívoco cansancio reflejado en el rostro por el largo viaje, el pelo despeinado y, a pesar de todo, tan atractivo como siempre.

     Pablo la sonrió con esos labios que la volvían loca y Lali fue incapaz de detener su imaginación, que ya estaba rumbo a la casa de él, a la habitación que les estaba aguardando.

     —Hola, Marianella —dijo Phil Rogerson—. Me voy corriendo, tengo un coche esperando fuera. Supongo que os veré a los dos muy pronto.

     Cuando Rogerson se marchó, Pablo la miró fijamente de arriba abajo.

     —Vamos a casa —sonrió.

     —¿Quieres conducir tú? —le preguntó Lali cuando llegaron al pequeño Honda de Mar, abriendo el maletero para que él dejara el equipaje.

     Sin abrir la boca, Pablo metió la maleta en el coche y negó con la cabeza.

     —Hoy quiero el servicio completo.

     Lali tembló por completo. Sus fantasías estaban consiguiendo excitarla cada vez más.
     Tenían muchas cosas que hacer. Además, Lali tenía algo muy importante que decirle. Ya no le importaban las consecuencias para ella o lo que pudiera ocurrirle a su hermana. Debía hacerlo.

     Pero, antes, quería disfrutar por última vez de aquel sexo tan embriagador que sólo él era capaz de darle. Sabía que no se estaba comportando correctamente, pero no le importaba. Necesitaba desesperadamente sentirlo dentro de ella una vez más.

     Fue un trayecto complicado. Pablo, inclinado hacia ella, estuvo constantemente recorriendo su pelo con sus suaves dedos mientras ella intentaba concentrarse en la carretera.

     Después, empezó a acariciarle el cuello, deteniéndose en cada uno de los eslabones de la cadena dorada que él le había regalado, besándole suavemente la piel.

     —Te he echado de menos —dijo él—. He echado mucho de menos tu piel.

     Lal se debatía entre la conducción y sus fantasías.

     —También los he echado mucho de menos a ellos… —dijo introduciendo una mano por su ropa y sosteniéndole un pecho, jugando delicadamente con su pezón.

     LAli se estaba poniendo cada vez más nerviosa. No había mucho tráfico y ya estaban muy cerca de la casa de Pablo, pero no estaba segura de ser capaz de contenerse por más tiempo.

     —Pero, sobre todo, lo que más he echado de menos es esto —añadió deslizando su mano entre las piernas de Lali .
     —¡Pablo! —exclamó ella con el cuerpo al rojo vivo—. ¡No hagas eso! ¡Estoy intentando conducir!

     Lali intentó apartar su mano, pero lo hizo sin mucha convicción. Le excitaba hasta la locura lo que él le estaba haciendo, no quería que parara, le encantaba que Pablo pensara sólo en ella, ser el centro de su mundo.

     —¿No puedes conducir más rápido? —preguntó besándola en el cuello.

     —Si voy más rápido, excederé el límite de velocidad —murmuró ella apenas en un susurro, dominada por olas de pasión que la mecían a su antojo.

     Una parte de ella quería detenerse en mitad de la carretera y dejar que Pablo hiciera con ella lo que quisiera. Sin embargo, otra parte sabía que aquel juego peligroso era mucho más erótico. Todo lo relacionado con él había sido siempre para ella peligroso y erótico.

     —¿Qué ocurre? —preguntó Pablo advirtiendo que estaba deteniendo el coche.

     —El semáforo está en rojo.

     —Perfecto.

     Apenas había puesto el punto muerto cuando Pablo se abalanzó sobre ella, le bajó las bragas y empezó a acariciarla en lo más íntimo de su cuerpo mientras la besaba con tanto ardor que parecía estar a punto de devorarla. Lali llevaba tanto tiempo excitada, llevaba tanto tiempo deseando que él la tocara, que explotó sin poder evitarlo y tuvo un orgasmo allí mismo.

     Aquello era una auténtica locura. Aunque no hubiera mucho tráfico a esa hora, estaban a plena luz del día, en la carretera principal que recorría la Costa Dorada.

     —Ya veo que me has echado de menos —dijo Pablo alisándole la falda y ayudándola a recomponerse.

     —Qué gran poder de deducción —ironizó Lali

     El semáforo se puso en verde y Lali arrancó.

     Cuando llegaron a la isla, hicieron el amor una y otra vez como si llevaran siglos sin verse. Mientras Lali lo tenía dentro de ella, llenándola por completo, sintiendo aquel perfecto cuerpo masculino, que parecía hecho sólo para ella, dándole placer, pensó que tal vez Pablo sabría perdonarle todas las mentiras y alegrarse al saber la noticia que tenía que darle.

     Pero sólo fue un instante, porque entonces Pablo la penetró de nuevo y volvió a transportarla a un lugar en el que la razón no existía, a un lugar donde sólo estaban ellos dos y millones de estrellas que los resguardaban del mundo exterior.
   
     —Ya estoy aquí.

     Pablo entró en la habitación con dos copas y una botella de Dom Perignon envuelta en hielo. Fuera, la noche se estaba haciendo poco a poco dueña de la ciudad.

     Sentada en la cama, Lali le observó tomar la botella, quitar el corcho y llenar las copas con una irreprimible tristeza que contrastaba con la explosión de alegría y placer que había experimentado desde que habían llegado del aeropuerto.

     —¿Qué estamos celebrando? —preguntó Lali tomando la copa rebosante de champán y bebiendo un poco para que no se derramara sobre la cama—. ¿La firma del contrato?

     —Por ejemplo —respondió él sentándose junto a ella—. O, mejor, podemos celebrar que estoy en la cama con la mujer más hermosa del mundo —añadió dándole un pequeño paquete con la firma de Bulgari.

     —Ya te he dicho que no quiero que me hagas regalos.

     —Quería hacerlo. Ábrelo.

     Lali desató el nudo, quitó el lazo que lo rodeaba y, al abrirlo, vio asombrada un brazalete de diamantes.

     —¿No te gusta?

     —Es precioso —admitió Lali notando que su corazón estaba empezando a romperse—. Pero no me lo merezco.

     —Yo creo que te lo mereces todo —replicó Pablo sacando el brazalete de su caja y poniéndoselo a Lalien la muñeca—. ¡Por ti! —exclamó él bebiendo un poco de champán.

     Lali sintió las manos de él recorrer su cuello. Allí estaba ella, bebiendo una copa del mejor champán del mundo, en la cama con un hombre increíble, todavía con su sabor en los labios y el cuerpo agotado por el sexo. Y, sin embargo, dentro de ella, sabía que todo estaba a punto de terminarse.

     ¿Había alguna forma de salvar aquella historia? Si, al menos, él sintiera algo por ella… Aquel beso, aquellos regalos, ¿sólo eran producto de la pasión o escondían algo más?

     —¿No te gusta el champán? —preguntó él.

     —Pablo… —empezó Lali sabiendo que el momento había llegado—. Tengo algo que decirte.

     —Eso me suena mal —dijo Pablo confuso dejando a un lado la copa de champán—. ¿Qué ocurre?

     —Muchas cosas… —titubeó ella sin saber de qué forma podía decirle la verdad, decirle que estaba embarazada.

     Entonces, se dio cuenta de que antes necesitaba descubrir si él sentía algo por ella. Tal vez saberlo no supusiera ninguna diferencia, puede que todo se acabara de todas formas, pero, al menos, si lo que habían compartido juntos durante aquellas semanas había sido algo más que sexo y deseo, Tegan podría guardarlo como un tesoro toda su vida.

     —Cuando todo esto empezó… —comenzó indecisa—, dijiste que no duraría más de dos o tres semanas.

     —¿Te molesta que estemos tan bien juntos?

     —Por supuesto que no…

     Lali empezaba a notar la confusión de él, pero debía seguir la conversación de la mejor manera posible.

     —Pero… No entiendo lo que está pasando —dijo Lali

     —¿Qué hay que entender? —preguntó Pablo besándola—. Estamos juntos, tenemos una relación y el sexo es maravilloso. ¿Qué más hay que saber? ¿Por qué complicar las cosas?

     Lali lo miró mientras las últimas palabras que había pronunciado Pablo se hundían en su corazón como una fría espada. No había nada que hacer. Para él, aquello no era más que una relación pasajera llena de pasión que antes o después acabaría por terminarse.

     —No, claro, no hay ninguna razón —disimuló Lali —. Simplemente, me sorprende que todavía no se haya acabado. Parecías tan seguro de que sólo duraría un par de semanas…

     —Yo estoy tan sorprendido como tú, pero… ¿qué le vamos a hacer?

     —Me gustaría hacerte una pregunta, ¿qué ocurrió con aquella mujer? ¿Qué fue lo que te hizo tanto daño?

     —¿Tina? Olvídalo. Era una falsa y una mentirosa. Se quedó embarazada y…

     El sonido del móvil interrumpió la conversación. Pablo lo tomó para comprobar quién estaba llamando y, al verlo, respondió a la llamada.

     —Espera un momento, es Nell.

     Lali asintió tímidamente, pero estaba muy lejos de allí. No hacía más que repetirse las palabras que acababa de decirle.

     «Se quedó embarazada… Era una mentirosa…», resonaba en su cabeza una y otra vez.
     Si aquello era todo lo que había sucedido, ya no quedaba ninguna esperanza.
     El corazón de Lali se quebró.

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