viernes, 2 de febrero de 2018

Capitulo 6 y 7: "La Impostora"



Capítulo 6

     Aquel miércoles amaneció despejado y soleado en toda la Costa Dorada. Todo parecía luminoso y alegre, salvo Lali. No cesaba de repetirse que, de haberle insistido a su hermana por teléfono, Mar habría regresado y ella no tendría que soportar otros tres días más aquella tensa situación con Pablo, aquella inconveniente e incómoda atracción.

     Pasó todo el día esperando un gesto por parte de él, un intento de reanudar lo que había quedado interrumpido el día anterior, pero él no hizo nada.

     Estuvo saliendo de su despacho cada dos por tres con cualquier excusa para acercarse a ella y preguntarle las cosas más nimias. Todo para poder mirarla. Pero nada más. No hizo nada más.
     Lali creyó en muchos momentos que no podría aguantar más la situación, pero, entonces, dieron las cinco de la tarde y salió corriendo de la oficina, feliz por haber sobrevivido un día más.
     El jueves Pablo redobló sus esfuerzos, sus constantes preguntas, sus insistentes miradas, hasta que, a media mañana, Lali no pudo más.

     —¿Qué quieres esta vez? —preguntó furiosa viendo que Pablo se disponía a acercarse de nuevo a ella.

     Sin embargo, en aquella ocasión, en lugar de responder con alguna evasiva, o buscar entre los papeles del escritorio de ella algún misterioso documento, Pablo dejó un paquete de carpetas sobre su mesa.

     —Rogerson necesita esto cuanto antes, pero hay que hacer algunos cambios. Ponte en contacto con alguien de Proyectos y pídele que los haga cuanto antes.

     Lali consultó los documentos que Pablo había depositado sobre su escritorio. No parecía nada complicado. LAli había hecho proyectos mucho más complicados en sus primeros años de vida laboral, antes de empezar a trabajar en GlobalAid.

     —No es necesario avisar a nadie —comentó Lali—. Puedo hacerlo yo misma.

     —¿Desde cuándo sabes utilizar software de gestión de proyectos? —preguntó él mirándola.

     LAli comprendió el pequeño error que había cometido.

     —Hice un curso nocturno hace tiempo —mintió—. ¿No te lo he dicho nunca?

     —Como quieras —respondió Pablo con una sombra de duda—. Pídeles a los de Proyectos que te envíen los ficheros. Lo quiero corregido y en mi despacho antes de diez minutos.

     Lali sólo tardó siete en hacerlo. Aunque eso no hizo que Pablo cambiara de actitud.

     —Muy bien —valoró él en su despacho cuando Lali entró a darle lo que le había pedido—. Parece que tienes muchas habilidades ocultas. ¿Qué otras sorpresas me tienes preparadas?

     Lali respiró nerviosa e hizo una nota mental para recordarle a Mar que se apuntara al primer curso de software para gestión de proyectos que estuviera disponible.

     —Si eso es todo… —dijo Lali deseando escapar de allí.

     —No, eso no es todo —dijo Pablo levantándose de la silla y rodeando la mesa para acercarse a ella.

     Instintivamente, Lali dio un paso atrás. Habían pasado dos días desde la última vez que él la había tocado, y no quería que volviera a suceder. No podía confiar en sí misma.
     Pablo se detuvo a menos de un metro de ella, con sus anchos hombros bloqueando su campo de visión y los ojos fijos en los suyos.

     —Envía esto por fax a Rogerson enseguida —ordenó él dándole unos papeles.

     Cuando llegó el viernes, Lali supo que había llegado el momento de la verdad. Pablo estaba más insoportable e irritable que nunca, pero a ella eso le daba igual. Sólo pensaba en los sesenta minutos que quedaban para que terminara la jornada de trabajo y salir de allí. Al fin, todo habría terminado.
     Sólo quedaba una hora. Lo había conseguido. Había pasado una semana con Pablo sin que él sospechara nada. Había salvado el trabajo de su hermana y, gracias a ella, Mar había podido asistir a la boda de su amiga. Cualquier deuda que Lali pudiera tener con ella había quedado completamente saldada.

     —¿Por qué estás hoy tan contenta? —preguntó Pablo de pronto saliendo de su despacho.

     Lali lo miró mientras el nerviosismo y la atracción que le habían acompañado durante toda aquella semana volvían a dominarla. Al mismo tiempo, sintió algo parecido a la decepción. A partir de aquel día, todo volvería a ser más aburrido y monótono, no volvería a sentir aquella agitación, aquella electricidad embriagadora.

     —Es viernes —contestó ella.

     —¿Y? —replicó él.

     Lali estaba tan contenta que casi sentía deseos de contárselo todo, de compartir con él aquella sensación de éxito.

     —A todo el mundo le gusta los viernes.

     —¿Es que has hecho planes?

     «Por supuesto, ir a buscar a mi hermana mañana mismo al aeropuerto y recuperar mi vida», pensó.

     —Nada especial, lo de siempre.

     Pablo asintió serio con la cabeza y volvió a desaparecer dentro de su despacho.
     ¿Qué le ocurría a su secretaria? Nunca la había visto sonreír de aquella manera.
     Pablo se dejó caer en su silla. En lugar de estar más cariñosa, su secretaria se había empeñado en guardar las distancias lo más posible aquellos últimos días. Había evitado su mirada, se había esforzado para no mostrar la más mínima emoción…

     ¿Por qué estaba de repente tan contenta?
     No sabía la razón, pero algo le decía que la causa no era él.
     Y no le gustaba nada.

     De pronto, su ordenador se iluminó, indicando que había recibido un email. Con el corazón latiéndole deprisa, Pablo se incorporó y lo leyó apresuradamente.

     —¡Sí! —exclamó en la soledad de su despacho dando un puñetazo en la mesa antes de descolgar el teléfono.

     Lali ya había apagado su ordenador y ordenado todos los papeles que se arremolinaban sobre la mesa. Sólo quedaba despedirse de Pablo y todo habría terminado. Nunca más volvería a verlo. Nunca más tendría que lidiar con su mirada oscura y profunda, ni con su aroma, ni con el calor que emanaba de su cuerpo. Nunca más tendría que volver a besarlo.

     ¿Tendría? Lali se dio cuenta de que se estaba mintiendo a sí misma. El contacto con Pablo había sido como un despertar para ella. Toda su vida se preguntaría qué habría pasado si las cosas hubieran sido de otro modo.

     Lali respiró profundamente y se recordó que aquello era lo mejor. Debía actuar de forma sensata. Tenía que irse de una vez.

     —¡Mar!

     Sin previo aviso, Lali sintió que Pablo la tomaba entre sus brazos, la alzaba por los aires y volvía a dejarla en el suelo.

     —¡Giuseppe Zeppa ha recuperado la consciencia y ha preguntado por la marcha del proyecto! ¡Parece que está muy enfadado por el retraso!

     —¡Eso es maravilloso! Me alegro mucho —dijo Lali alegrándose por él.

     —Acabo de hablar por teléfono con Rogerson, está deseando empezar.

     Pablo miró la mesa de su secretaria y, a continuación, se fijó en que estaba a punto de irse.

     —¿Qué estás haciendo?

     —Me voy a casa. Ahora mismo iba a entrar en tu despacho para despedirme.

     —Cambio de planes. Vamos a celebrarlo. Vámonos a cenar por ahí.

     —Pablo, creo que no…

     —Rogerson espera que vayas. Le prometí que estarías allí.

     —¡No tenías ningún derecho a decirle eso!

     —¿Por qué? ¿Qué tienes que perder?

     «Mi entereza», pensó Lali.

     —No puedo ir vestida así —dijo ella.

     —Todavía es pronto. Te llevo a casa y así podrás cambiarte.

     Lali no sabía a quién maldecir. Había estado a punto de librarse de todo, de salirse con la suya. Sin embargo, todo había vuelto a torcerse. ¿Cómo podía tener tan mala suerte?

     Al menos, sólo se trataba de una cena de negocios, con Phil Rogerson, los abogados… Estaría a salvo. Además, por otro lado, se alegraba de tener una última oportunidad de tener a Pablo a su lado.

     —De acuerdo —accedió Lali esperando no tener que lamentar aquella decisión—. A mí también me apetece mucho volver a ver a Phil.
   
     Pablo estaba sentado en el coche hablando por teléfono, esperándola en la puerta de su casa, cuando al fin apareció. Lali vio cómo él colgaba el teléfono y se quedaba mirándola con los ojos extasiados.

     —Estás impresionante —dijo abriendo la puerta del coche para que ella entrara.

     Lali se sintió insegura. Insegura de sí misma, de lo que podría pasar.

     —¿Ocurre algo? —preguntó él.

      —No creo que esto sea buena idea.

     —Rogerson pensaba lo mismo. No estaba seguro de que este proyecto fuera a llegar a buen puerto. Pero tú le convenciste de que, a veces, es necesario correr riesgos. Tal vez deberías seguir tus propios consejos de vez en cuando.

     «No es lo mismo», pensó Lali. Rogerson había decidido correr el riesgo, pero al final le aguardaba una recompensa. Ella, sin embargo… ¿Qué podía ganar? Nada. En cambio, podía perderlo todo. El trabajo de su hermana, su dignidad y, sobre todo, su propio corazón.
     ¿Valía la pena correr el riesgo? No.
     ¿Estaba dispuesta a correrlo? Desde luego que sí.

     Lali se sentó junto a él temblando, sintiendo cómo los ojos de él recorrían su cuerpo.
     «Es una cena de negocios, sólo es una cena de negocios», se repetía LAli a sí misma.
     Sin embargo, eso no le había impedido elegir el vestido más femenino que había podido encontrar en el armario de su hermana, una preciosidad en tonos pastel con la cintura ajustada y la falda con vuelo que descubría sus piernas al menor movimiento. Después de haber llevado aquellos vestidos austeros durante toda la semana, aquel vestido le hacía sentirse atractiva.

     Y la forma en que él la estaba mirando lo confirmaba.

     —Nunca te había visto el pelo así —dijo Pablo extendiendo la mano y acariciándole un mechón—. Me encanta.

     Sus ojos se encontraron y, por un instante, el mundo entero desapareció. La luz de la luna hacía brillar el pelo de Pablo, jugando con las facciones de su cara.

     Con aquel hombre, una noche entera nunca podría ser suficiente. Pero eso era lo que tenía, sólo una noche.

     —¿Te importa si hacemos una parada por el camino? —preguntó él arrancando el coche—. Tengo que hacer una llamada y ver a alguien.

     —Por supuesto que no —dijo ella sin preguntar.

     Pero, cuando llegaron al aparcamiento de Green Valley Rest Home, le miró con curiosidad.

     —Mi abuela —dijo él como leyéndole el pensamiento.

     —¿Tienes abuela?

     —¿Eso te sorprende?

     —Sí. Quiero decir… no. Es decir…

     Lo que le llamaba la atención era que un hombre tan fuerte y tan aparentemente seguro de sí mismo se preocupara por una débil anciana.

     —Además, ya conoces a Nell. Al fin y al cabo, eres tú la que se encarga de enviarle flores por su cumpleaños.

     —¡Ah! ¡Claro! —exclamó Lali disimulando—. Pero yo sólo las mando, eres tú el que se preocupa de ella.

     —Volveré lo antes que pueda —dijo saliendo del coche.

     Pero apenas había caminado un par de metros cuando una mujer con el pelo canoso se acercó a él.

     —¡Pabli! ¿Por qué has tardado tanto?

     —Vamos, Nell… —dijo Pablo tomándola del brazo—. Ya es muy tarde, deberías estar dentro.

     —Ni hablar —dijo la mujer soltándose del brazo de su nieto—. Todo es culpa de las enfermeras, que están deseando que nos vayamos a la cama para poder irse de juerga por ahí.

     —Como quieras —dijo guiándola hasta un banco—. Dime, ¿qué es eso tan importante que querías decirme?

     La mujer avanzó lentamente hasta el banco y, doblando su cuerpo con parsimonia, se sentó.
     —¿Y bien?

     —Las Navidades —dijo ella pronunciando las dos palabras como si fueran balas.

     —Faltan todavía seis semanas para eso, Nell.

     —Lo sé, pero… ¿qué vas a hacer?

     Todavía no lo había pensado. Seguramente, haría lo mismo que los años anteriores. Si su abuela estaba de buen humor y se encontraba bien, reservaría una mesa en algún restaurante y la llevaría a comer. De lo contrario, pasaría con ella algunas horas en la residencia, tomándose algo juntos frente al mar.

     —¿En qué estás pensando?

     —Me gustaría, para variar, que hicieras lo posible para que toda la familia estuviera reunida. Si lo dejas para el último día, Frank y Sylvia ya habrán hecho planes.

     Pablo asintió estoicamente, incapaz de decirle a su abuela la verdad sobre Frank, su hijo, y Sylvia, su nuera.

     —Veré lo que puedo hacer, ¿te parece? —dijo dándole un cariñoso beso.

     —¿Quién es esa chica?

     Pablo sonrió. Su abuela podía estar delicada de salud, pero no cabía la menor duda de que la vista la tenía perfectamente.

     —Es Mar, mi secretaria.

     —Qué nombre tan gracioso para una chica. ¿Es ella la que me envía las flores? —preguntó sin dejar de mirar al coche.

     —Las flores te las mando yo, Nell.

     —Venga… Seguro que no has comprado flores en tu vida. Creo que debería darle las gracias.

     —No hace falta…

     —¿Por qué? —preguntó su abuela mirándolo fijamente—. ¿Te avergüenzas de mí?

     —Por supuesto que no.

     —Entonces, ¿a qué esperas? —dijo la anciana.

     Pablo se levantó del banco y, antes de llegar al coche, vio que Lali salía del vehículo con su maravilloso vestido.

     —Quiere conocerte —le dijo a Lali

     —Ya lo veo —comentó ella.

     —¡Holaaaa! —exclamó la anciana desde el banco.

     Lali dejó que Pablo la llevara hasta donde estaba su abuela.

     —Es un placer conocerla, señora

     —Querida… —dijo la anciana tomándola de la mano—. Llámame Nell. Aunque, ahora que te veo, no tienes pinta de llamarte Mar. ¿Estás segura de que ése es tu nombre?

     —Abuela…

     —Eres demasiado guapa para llamarte asi —insistió la anciana sin dejar de mirarla—. Yo te habría llamado… Vanessa.

     —Ya está bien, Nell —dijo Pablo

     —¿Te he contado alguna vez que, siendo niña, me perdí una vez en las montañas y estuve a punto de ser devorada por un oso? —preguntó haciendo que Lali se sentara en el banco con ella—. No, no creo que lo haya hecho. Pues verás, debía de tener yo unos cuatro o cinco años…
   
     —Tu abuela es todo un personaje.

     El coche de Pablo recorría la ciudad en dirección al restaurante. Lali se había pasado casi todo el trayecto pensando en Pablo , en aquel nuevo aspecto de su personalidad, de su vida. Con su abuela, se había mostrado distinto, cordial, cariñoso… todo lo contrario al frío hombre de negocios que ella había conocido hasta ese momento.

     —Me ha caído muy bien.

     —Creo que el sentimiento ha sido mutuo. Gracias.

     —¿Gracias? ¿Por qué?

     —Por tratarla tan bien, por tener tanta paciencia. No es una mujer fácil de tratar. Contigo ha estado encantadora.

     —Me lo he pasado realmente bien escuchando sus historias sobre Montana.

     —Eso es porque es la primera vez que te las cuenta —dijo Pablo sonriendo.

     —¿Por qué vino tu familia a Australia? —preguntó Lali devolviéndole aquella sonrisa de complicidad.

     —Por lo de siempre. Mi padre se enamoró de una chica que estaba de viaje por Estados Unidos. La siguió hasta aquí, hasta Queensland, para convencerla de que regresara a Estados Unidos para vivir con él, pero, al ver esto, al ver las enormes posibilidades que había en esta ciudad, convenció a Nell para que la familia se trasladara a Australia. Hizo grandes negocios en la década de los ochenta.

     —¿Dónde está ahora?

     —Murió hace cinco años, en un accidente de avión. Mi abuela no recuerda bien ciertas cosas.

     Lali lamentó no haber caído antes en la cuenta. Debería haberlo deducido por los comentarios de la anciana, las constantes preguntas acerca de su hijo, Frank.

     —Lo siento, no me di cuenta. Sé lo que significa perder a un padre, pero no sé lo que se siente perdiendo a un hijo. Debe de ser durísimo. Tiene suerte de tenerte a su lado —dijo Lali extendiendo la mano hacia él instintivamente y apoyándola en su hombro.

     Pablo no había pensado nunca en ello, pero, aunque fuera cierto, no quería hacerlo en ese momento. Tenía cosas más importantes en mente.
     Aquella noche, su secretaria parecía distinta. Estaba más receptiva, no daba la impresión de querer huir. Le había puesto la mano en el hombro por propia iniciativa.
     Pablo detuvo el coche al llegar a un semáforo, tomó la mano de ella entre las suyas y la besó.

     —Esta noche, creo que el afortunado soy yo.


Capítulo 7

     La cena transcurrió como había previsto. Los platos, todos exquisitos, se sucedieron a un ritmo aceptable, acompañados por la suave música de una orquesta, sin que nadie percibiera lo que estaba sucediendo en el interior de Lali . Ella misma intentó hacer lo posible por aparentar normalidad, hasta intervino en las conversaciones triviales que se intercambiaron unos y otros.

     Pero su pensamiento estaba en otra parte. En un hombre. En Pablo. Era como si alguien hubiera accionado un resorte escondido dentro de ella que llevara mucho tiempo sin activarse.
     Cuando la cena terminó y Rogerson y los demás se fueron a casa con sus familias, Pablo se acercó a ella.

     —¿Quieres bailar conmigo?

     Dentro de su corazón, sabía que aquél era el punto sin retorno, que si accedía, no habría vuelta atrás. Pero, por primera vez, una voz interior le susurraba que sentirse de aquel modo no era ningún crimen, que se merecía una oportunidad, aunque fuera la última.

     —Sí —respondió ella dejando que la tomara de la mano y la llevara a la pista de baile.

     La música que estaba sonando era suave, romántica, ideal para amantes, para que ella apoyara la cabeza sobre el hombro de él y se dejara llevar.

     Pablo la abrazó y Lali sintió el cuerpo de él pegado al suyo, transmitiéndole el calor intenso del deseo, el aliento de él jugando con sus cabellos.

     Una noche. Una noche nada más. Una noche sería suficiente para satisfacer la pasión de él y poner fin a aquella agonía. Para cuando Mar regresara al trabajo, todo habría terminado.

     ¿Por qué no? Podía funcionar. Debía funcionar.
     La música se detuvo, pero ninguno de los dos se movió.

     —¿Quieres seguir bailando? —le susurró él.

     —Bailar está bien, es divertido —contestó ella alzando la cabeza para mirarlo—. Pero lo que a mí me gustaría es acostarme contigo.

     Pablo pareció tardar unos segundos en asimilar lo que Lali había dicho. En cuanto lo hizo, el gesto de su rostro mostró todo lo que ella necesitaba saber.

     —Vamos —dijo Pablo

     Apenas habían salido del restaurante cuando Pablo , apoyándola contra un muro, la besó apresuradamente.
     Lali se sentía como si estuviera borracha. Tenía ganas de gritar, de saltar, de hacer cualquier locura, de fundirse en la noche, de disolverse dentro de él.

     A duras penas lograron llegar hasta el coche, abrazándose y besándose mutuamente con urgencia.

     —¿Sabes cuánto te deseo ahora mismo? —preguntó Pablo intentando arrancar el coche.

     No hacía falta que se lo dijera. Podía verlo en su rostro, en sus ojos. Estaba tan excitado como ella.
     Lali puso una mano sobre la rodilla de él y ascendió por su muslo lentamente hasta llegar a su miembro. Estaba tan duro que parecía gritar por salir de su encierro.

     —Yo también te deseo —dijo Lali excitándose sólo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir.

     —Dos minutos —le pidió Pablo intentando contenerse—. Dame sólo dos minutos.

     Encendió el motor y condujo a toda velocidad hasta un puente que daba acceso a una pequeña isla. Tras sacar un pequeño mando a distancia, pulsó un botón y, en el acto, se abrieron unas enormes puertas dejando al descubierto una imponente casa, oculta entre frondosas palmeras, que parecía hecha de cristal.

     —Bienvenida —dijo deteniendo el vehículo y saliendo para abrirle la puerta—. Aquí es donde me escondo cuando salgo de la oficina.

     —¡Vaya! —exclamó ella—. Una isla hecha para el placer de una sola persona. ¡Increíble!

     —Esta noche, será una isla para dos —replicó él pasándole el brazo por los hombros.

     Lali empezó a temblar imperceptiblemente cuando Pablo la atrajo hacia él y la besó. Sentir de nuevo su olor, su tórax presionando contra sus pechos, sus piernas entrelazándose con las suyas, la embriagaba. Ya no había ninguna necesidad de preocuparse por nadie. Podían besarse todo el tiempo que quisieran.

     Pablo empezó a recorrerla con las manos, lentamente, como si ella fuera barro y él la estuviera dando forma, creándola de la nada. Descendió con su boca por su cuello, desviándose hacia el hombro.
     Con un ligero movimiento, le deslizó un tirante por el brazo y después el otro. Sosteniendo sus pechos con las manos, sin apenas esfuerzo, Pablo le quitó el sujetador.

     Lali sintió al aire nocturno acariciándole los pechos y, dominada por el deseo, se echó hacia atrás doblando el cuerpo, presionando su vientre contra su miembro.

     —¡Pablo! —gimió empezando a perder el control.

     —Lo sé —murmuró él bajando las manos hasta llegar a la falda de ella e introduciéndolas bajo los pliegues para descubrir las medias de seda que tanto le habían excitado una semana atrás—. ¡Dios mío! ¡Estaba deseando que las llevaras puestas!

     Con los ojos desorbitados, Pablo la tomó entre sus brazos y la sentó violentamente sobre el capó del coche. Con las piernas de ella a ambos lados, Pablo introdujo una mano bajo la falda de Lali y empezó a bucear en el lugar que ella más lo necesitaba.

     Con un grito ahogado desapareció el último rastro de resistencia que le quedaba a Lali. Pablo, por su parte, no podía pensar en otra cosa que no fuera el cuerpo de ella. De un tirón furioso le bajó las bragas y, mientras ella sentía la brisa recorrer sus partes más íntimas, él se bajó los pantalones.
     Fuera de sí, Lali se lanzó hacia él. Quería tenerlo dentro de ella. Lo necesitaba. No quería esperar más, aunque él estuviera buscando un preservativo. Le daba igual. Cuando consiguió ponérselo, Pablo la sostuvo por las piernas y la penetró completamente, tan fuerte que ambos emitieron un grito desesperado.

     Por unos segundos, ninguno de los dos se movió. Estaban sintiendo el placer del contacto con el otro, algo que habían estado deseando mucho tiempo.
     Pablo empezó a moverse lentamente, adelante y atrás, una y otra vez, alejándose y acercándose, hundiéndose poco a poco en un ritmo que los disolvía el uno en el otro.

     Entonces, sobre el coche, con la brisa nocturna corriendo entre ellos y todo un mundo privado para disfrutar, Lali explotó como nunca lo había hecho.

     Jadeando, se abrazó a él sintiéndose débil, tapándose los pechos, siendo consciente de repente de su desnudez.

     —Si te parece —dijo él subiéndole el vestido y colocando en su sitio los tirantes para que le taparan los pechos—, podemos continuar dentro.

     Lali sonrió, dándole las gracias internamente por haber entendido su incomodidad.

     —¿Tienes la menor idea de lo que esa sonrisa me hace sentir?

     Tomándola en brazos, Pablo entró en la casa, atravesó varias salas y, finalmente, la tendió en una enorme cama. La habitación apenas tenía paredes, sólo cristaleras enormes con vistas a un maravilloso jardín.
     Lali vio cómo Pablo se desanudaba la corbata, se quitaba la camisa y empezaba a quitarse los pantalones. Aquello le recordó otro momento, una ocasión en la que ella había salido corriendo, huyendo de él.
     «Idiota», pensó Lali lamentándose por las innumerables ocasiones que había dejado escapar intentando esconderse de lo inevitable.

     Ya no volvería a huir. Y mucho menos teniéndole a él allí, quitándose los pantalones delante de ella, exhibiendo su cuerpo perfecto.

     Dispuesta a aprovechar cada gramo de placer que él pudiera regalarle, Lali se quitó los zapatos, el vestido, el sujetador y las bragas. Se había quitado todo menos las medias.

     —Gracias por dejártelas puestas —dijo Pablo entrando en la cama y recorriendo sus piernas lentamente—. He soñado con ellas toda la semana.
     Pero Lali no quería más palabras. Al día siguiente se iría de allí y aquello no se volvería a repetir. Quería disfrutar de la magia que había surgido, confundirse con ella y dejar que su cuerpo la transportara a lugares en los que no hubiera estado nunca.
   
     —Quédate conmigo el fin de semana.

     —No puedo, tengo cosas que hacer.

     —Déjalas para otro momento.

     Pablo jamás había pasado una noche como aquélla.

     —No puedo.

     —Si quieres, seguro que puedes. Tengo muchas ideas para este fin de semana —dijo él sonriendo.

     —No puedo, lo siento.

     Pablo pasó la lengua por uno de sus pechos intentando que el cuerpo de ella respondiera. Pero, aunque lo hizo, se mantuvo imperturbable.

     —Por favor, no hagas eso. Tengo que irme.

     —¿Por qué?

     —Ya te lo he dicho —dijo tapándose con la sábana para salir de la cama—. Tengo cosas que hacer.

     —Que no me incluyen —dijo él como si estuviera pensando en voz alta.

     —Efectivamente.

     Pablo se incorporó frustrado.
     —¿Qué es tan importante para que no puedas cancelarlo?

     —Mi hermana regresa hoy de sus vacaciones y tengo que ir a buscarla al aeropuerto —dijo Lali buscando su ropa por la habitación.

     —¡Yo te llevaré! —dijo él enseguida—. Me encantaría conocerla.

     —¡No!

     —¿No quieres que conozca a tu hermana? —preguntó él sorprendido por la vehemencia de su negativa.

     —No es necesario que me lleves, eso es todo.

     —Entonces, tal vez podamos vernos luego.

     —No.

     —¿Mañana?

     —Tampoco.

     Lali se puso los zapatos y guardó las medias en el bolso.

     —¿Qué está pasando aquí?

     —Nada. ¿Debería?

     —Entonces, ¿qué sucede?

     —Mira, no puedo quedarme contigo, ¿entiendes? No podemos volver a vernos.

     —¿Y qué hay de anoche?

     —¿Qué pasa con anoche? Había bebido demasiado. Fue algo que sucedió y ya está. Somos adultos. No significa nada.

     —No habías bebido tanto. Además, fuiste tú la que sugeriste que nos acostáramos, ¿recuerdas?

     —Hace mucho que trabajas conmigo. ¿Te cuadra el comportamiento que tuve ayer con la Mar que conoces?

     —No, pero…

     —¿Lo ves? Había bebido demasiado. Demasiado para mí. Lo siento, Pablo . Llamaré a un taxi. No hace falta que te levantes.

     —Puedo llevarte…

     —Por favor —dijo LAli deteniéndolo con una mano—. Tenemos que seguir trabajando juntos. Creo que es mejor para los dos que yo me vaya en taxi y no prolonguemos más esto, ¿no te parece?

     Pablo la miró fijamente, intentando contener la tensión de su cuerpo.

     —Sí —respondió finalmente—. Tienes toda la razón.

   
     Lali se sentó en el asiento de atrás del taxi haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Necesitaba estar en silencio, pero el conductor no paraba de hablar de la falta de lluvia, del precio de la gasolina, de la crisis de Oriente Medio…

     Pero a ella no le importaba nada de eso. Tenía su propia crisis. No podía apartar de su cabeza la forma en que Pablo la había mirado justo antes de salir de la habitación.

     Estaba furioso, dominado por la ira. Se sentía engañado por haber compartido una noche con ella para que después le dejara de aquella manera. Lali lo comprendía, pero había tenido que hacerlo. No había otra alternativa.

     Era mejor así. Era preferible que él la odiara a continuar con aquello. Se le pasaría enseguida. Para cuando Mar regresara el lunes al trabajo, Pablose habría calmado y ya no le daría tanta importancia al asunto.

     Entró en su apartamento deseando darse una ducha y descansar un poco antes de ir al aeropuerto. Sin embargo, al entrar, vio por la luz parpadeante del teléfono que alguien había llamado.

     Se imaginó que habría sido Pablo , incapaz de aceptar un no por respuesta.

     Pero, al pulsar el botón, se llevó una sorpresa:

     —¡La! ¿Cómo estás? Espero que todo vaya bien con Pablo, porque me temo que voy a retrasarme un poco más…

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