Capítulo 10
Lali se levantó de la cama dispuesta a vestirse, reunir fuerzas y decirle a Pablo toda la verdad en cuanto terminara de hablar por teléfono.
—¡Has estado fuera! —exclamó la abuela de él al otro lado del aparato.
—Sí, he estado unos días en Italia —admitió Pablo con un vago sentimiento de culpabilidad levantándose de la cama y apoyándose en el cristal de la ventana, desde donde se veía la ciudad envuelta en la oscuridad de la noche—. Te lo dije antes de irme, ¿no te acuerdas?
—Bueno, eso ya no importa —contestó ella dando largas al asunto—. Lo importante es que he encontrado una solución para estas Navidades.
Pablo suspiró ante la expectativa de que su abuela volviera a sacar el tema de sus padres.
—¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó con resignación.
—No entiendo cómo no se te ocurrió antes. Aunque, ahora que lo pienso, a lo mejor lo hiciste y lo has estado guardando en secreto para darme una sorpresa… ¿Es eso?
—¿De qué estás hablando? —insistió él empezando a perder la paciencia.
—Vanessa. Hablo de Vanessa. ¿Por qué no le pides que venga a comer con nosotros? Estoy segura de que estará encantada.
—¿No se te ha ocurrido que seguramente ella ya habrá hecho planes? —preguntó Pablo dándose la vuelta y sorprendiéndose al verla vestida y poniéndose los zapatos.
¿Es que pretendía marcharse? ¿No iba a quedarse con él?
—¿Es que no se lo has preguntado todavía?
—Abuela, es mi secretaria.
Al escuchar el comentario de Pablo, Lali lo miró atentamente con los zapatos en la mano.
—¿Y qué quieres decir con eso? ¿Es que ella no celebra las Navidades? —continuó Nell—. Además, me he fijado en cómo la miras. Estás loco por ella. Serás un estúpido si dejas que se te escape.
Por un momento, Pablo sopesó la idea de su abuela. No era tan descabellada. Mar podría conseguir que su abuela disfrutara de las fiestas como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
—De acuerdo, abuela —accedió él—. Pero tengo una idea mejor. Hemos organizado una comida de Navidad con la gente del proyecto del Royalty Cove, será fantástica y Vanessa estará allí. Te lo prometo.
Pablo quedó en llamarla al día siguiente, colgó el teléfono y miró a Mar. Parecía nerviosa, o preocupada por algo.
—Pablo, tengo que… —dijo ella acercándose a él.
—Vendrás a la comida de Navidad del Royalty Cove, ¿verdad?
—¿Perdón? —preguntó Lali sorprendida.
—La comida de Navidad… Nell quiere celebrar estas Navidades como Dios manda y le gustaría que estuvieras allí. He pensado que la mejor solución es llevarla a la comida de la gente del Royalty Cove. No será el día de Navidad, pero seguro que Nell ni siquiera se da cuenta.
—No creo que… —empezó a decir Lali negando con la cabeza.
—Le harías a Nell un gran favor. Lleva años insistiendo con lo mismo. Estar contigo sería como un regalo para ella.
—¿Por qué haces esto? —preguntó ella exasperada.
—¿Hacer qué? A Nell le caes bien. Además, ibas a asistir a esa comida de todas formas —dijo posando su mano en el hombro de ella—. A mí también me gustaría mucho que fueras.
«Cuando sepas la verdad, no tendrás tantas ganas de que vaya a esa comida contigo», pensó Lali
—No sé si podré hacerlo.
—¡Claro que podrás! Es una comida de trabajo.
—Pero es un sábado. No estoy obligada a ir.
—Pero a mí me gustaría mucho que fueras, y a Nell también. Y te advierto que cuando se le mete algo en la cabeza no se da por vencida. Nunca ha aceptado un no por respuesta.
—Ya veo que lo lleváis en los genes.
¿Es que nunca iba a poder librarse de aquella mentira? Cuanto más lo intentaba, más profunda y peligrosa se hacía.
—Hacer a mi abuela feliz significa mucho para mí —añadió Pablo
«¿Y qué hay de mí? ¿Es que yo no te importo nada?», pensó ella.
—De acuerdo —accedió finalmente Lali sabiendo que se iba a arrepentir de tomar aquella decisión, sabiendo que aquello sólo podía hacer que las cosas fueran a peor—. Iré.
Lali decidió mirar las cosas por el lado positivo. Tenía todavía dos semanas más para disfrutar de aquel mundo de ensueño, catorce días enteros que pasar junto a él sintiéndose una mujer especial.
Como si fuera una niña, estuvo contándolos uno a uno, viendo cómo el tiempo consumía uno a uno los días que le quedaban, tachándolos en el calendario con ansiedad, con dolor, como si, con cada marca, la vida estuviera clavándole una espina indeleble en el corazón.
Cuando, el día anterior a la comida de Navidad, su hermana, Mar, regresó, le fue muy difícil ocultar su tristeza. Al día siguiente, le contaría todo a Pablo. Esperaría a que terminara la celebración para no aguarle la fiesta a su abuela. Todo terminaría muy rápido.
Mar descendió del avión sentada en una silla de ruedas. Las dos hermanas rompieron en lágrimas y se abrazaron en cuanto se vieron. Mar estaba emocionada por estar de vuelta en casa. Lali por todo lo que estaba a punto de perder. Pero, por encima de todo, lloraron de alegría por estar juntas de nuevo.
—Creí que ya estabas mejor —comentó Lali al ver la dificultad de su hermana al entrar y salir del coche, el gesto de dolor que invadía su rostro al entrar por la puerta de la casa—. No hay que volver al trabajo hasta después de Año Nuevo, pero… ¿crees que estarás recuperada para entonces?
—Tengo que hablar contigo sobre eso —contestó Mar derrumbándose en el sofá del salón para alivio de su pierna.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lali alarmada—. Pensé que, en cuanto volvieras, te reincorporarías al trabajo.
—Yo también lo creía, pero los médicos me han dicho que voy a necesitar varias semanas todavía para recuperarme e ir a un fisioterapeuta. Estuve pensando si debía pedirte que siguieras haciéndote pasar por mí….
Lali estaba a punto de desmoronarse.
—Pero después pensé que ya has hecho suficiente —continuó Mar—. No puedo pedirte más. Tal vez haya llegado el momento de renunciar a este trabajo.
—Pero… ¡Es toda tu vida! ¡Lo adoras!
—Sí, pero no puedo abusar más de ti. Sé lo difícil que te ha debido de resultar estar con Pablo, que ya no puedes más, que estás deseando dejarlo. No puedo pedirte que continúes.
—Mar… —empezó Lalicon una punzada de culpabilidad—. En realidad, no es para tanto. No es tan malo.
—¿Qué no es tan malo? —preguntó su hermana con los ojos como platos—. ¿Estamos hablando de la misma persona?
—¡Dios mío, Mar! ¡No puedo más! Lo he liado todo. Vas a odiarme cuando sepas lo que ha pasado.
—¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¿Olvidarte de recoger la ropa de Pablo de la tintorería?
—Peor —dijo Lali negando con la cabeza—. Mucho peor.
—Hermanita… —murmuró Mar con dulzura al ver su rostro de preocupación—. ¿Qué ha pasado?
Lali respiró hondo y la miró fijamente.
—Creo que me he enamorado de él.
—¿De Pablo? —preguntó Mar incapaz de creerlo—. Imposible. Completamente imposible. ¿Cómo ha podido suceder?
—No lo sé, pero ha sucedido. Quise mantenerme lo más alejada posible de él, mantenerle a distancia, pero no pude.
—¿Qué? —preguntó Mar como si le hubieran disparado una bala en el estómago—. ¿Me estás diciendo que te has liado con mi jefe?
—Te prometo que no quería hacerlo —admitió Lali
—No me lo digas… —la interrumpió Mar susceptible—. No pudiste evitarlo —añadió en tono sarcástico.
—Lo siento mucho, de verdad. ¿Por qué crees que tenía tanto interés en que volvieras cuanto antes? Sabía perfectamente que estaba complicando las cosas. ¡Se suponía que ibas a estar fuera sólo una semana!
—Lo sé, pero… ¡Cielos! ¡Te has liado con él! ¡Con mi jefe! ¿En qué demonios estabas pensando?
—Mar, no es tan fácil. Pablo puede ser un cabezota, autoritario y demasiado exigente, pero… ¡Dios! ¡Es tan atractivo!
—Podría llegar a estar de acuerdo, pero… ¡No se lía con sus secretarias! ¡Te lo dije!
—¿Qué quieres que te diga? A lo mejor deberías recordárselo a él. Mira, lo siento mucho, de verdad. No quería que todo llegara hasta este punto. Él dijo que cualquier cosa que pudiera haber entre nosotros acabaría muy pronto. Yo también lo creía, y pensé que sucedería antes de que tú regresaras. Pero no ha sido así. Y mañana, debo asistir a una comida de negocios con el equipo del Royalty Cove, con él y con su abuela. Y ahora tú has vuelto, él sigue pensando que soy tú, llevo mintiendo a todo el mundo desde hace semanas… ¡Cielos! ¡Ya ni siquiera sé quién soy yo!
Lali se echó a llorar desconsoladamente, como si todo el peso que había estado aguantando durante todas aquellas semanas, se hubiera derrumbado de pronto sobre sus hombros. Mar abrió los brazos y la acogió, acariciándole la cabeza intentando tranquilizarla.
—Vamos… La… No te preocupes. Encontremos la forma de solucionarlo todo. Haberte liado con él, haberte enamorado… Tal vez no haya sido la mejor idea del mundo, pero… Mira el lado bueno.
—¿Lado bueno? ¿Qué lado bueno?
—Claro —contestó Mar—. Siempre podría ser peor. Podrías haberte quedado embarazada.
Las lágrimas de Lali empezaron a fluir con más intensidad todavía y comenzó a emitir gemidos desesperados.
Mar se echó hacia atrás para mirar a los ojos a su hermana.
—¡Oh! ¡Dios, Lala! —exclamó abrazándola de nuevo—. Por favor, eso no, eso no.
Y el día llegó. El cielo amaneció despejado, con un sol brillante y un grupo de nubes blancas a lo lejos que presagiaban una noche fresca.
Se levantaron pronto para desayunar. Mar se tomó su primer café con leche decente en varias semanas y Lali intentó tomar algo de la taza de té y los huevos fritos que su hermana le había preparado. Ya llevaba varios días despertándose con el estómago revuelto, pero no sabía a ciencia cierta si se debía a su embarazo o a lo nerviosa que estaba.
—Creo que debería ir contigo —dijo Mar—. No creo que puedas afrontarlo sola, tal y como estás.
—No. He sido yo quien lo he liado todo, debo ser yo quien lo afronte.
—Pero fui yo quien te metió en esto. Tú sólo accediste para hacerme un favor.
—Tú no me obligaste a liarme con él ni a quedarme embarazada. Fue culpa mía.
—Pero,La…
—Gracias, hermanita —la interrumpió Lali—. Pero debo hacerlo yo sola. Cada vez que he intentado decirle la verdad, ha sucedido algo que lo ha impedido. Debo detenerlo todo ya. Además, no creo que fuera buena idea que te encontraras con Pablo ahora mismo.
—Antes o después querrá hablar conmigo. Probablemente para cantarme las cuarenta, pero yo también le debo una disculpa.
—Lo sé, pero… déjame que sea yo quien le diga toda la verdad, ¿vale?
—Como quieras. De todas formas, a lo mejor te estás precipitando. Puede que él también sienta algo por ti y que acoja la idea de tener un hijo como un regalo.
—Sería bonito, sí, pero no ocurrirá. Ya se me ocurrió a mí también, así que le pregunté por su antigua secretaria, Tina. Me dijo que le había traicionado quedándose embarazada. Que era una mentirosa. No creo que se ponga muy contento cuando sepa que ha vuelto a cometer el mismo error.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Le dije que me encontraría con él en su casa a las doce —dijo Lali tomando un sorbo de té—. Eso me da dos horas y media para arreglarme, mentalizarme y preparar la mejor de mis sonrisas —añadió con la sensación de estar preparándose para asistir a su propia ejecución.
Pablo dejó las bolsas con las compras que había hecho en el asiento de atrás del coche y arrancó su Mercedes con un gesto de satisfacción. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía realmente contento en Navidades. Por primera vez, estaba deseando pasarlas con su abuela.
Y todo se lo debía a Nell. Aunque fuera difícil aceptarlo, había tenido una idea excelente. Puede que no fuera el día de Navidad propiamente dicho, pero era el mejor plan que había tenido en mucho tiempo. Era más que suficiente.
Pablo abrió la ventanilla del coche y sintió al aire jugando con su pelo. Estaba deseando ver a Mar. Se había acostumbrado a tenerla cerca. ¿Quién lo hubiera dicho unas semanas atrás? ¿Quién hubiera podido predecir que acabaría teniendo una historia con su secretaria, una historia tan larga? Lo más sorprendente, era que no tenía ningún deseo de que terminara. Disfrutaba de Mar cada segundo que pasaba con ella.
Tal era la plenitud que sentía a su lado que había intentado convencerla para acompañarla a su casa y recibir a su hermana, pero ella había insistido en hacerlo sola. Y, aunque sabía que iba a verla muy pronto, había pasado toda la noche pensando en ella, tocando su lado de la cama, intentando descubrir restos de su olor entre las sábanas. Por primera vez en varias semanas, se había despertado sin tenerla entre sus brazos. Y no le había gustado. Se había sentido solo.
Pablo miró la carretera y se dio cuenta de que no podía esperar hasta las doce. Necesitaba verla cuanto antes. Además, no tenía sentido que Mar fuera hasta la casa de él cuando la residencia de Nell y el restaurante estaban, justamente, en la dirección contraria.
Ir a buscarla era una idea mucho mejor. Y si conseguían encontrar un rato antes de ir a buscar a Nell… Entonces sería redondo.
Cuando llamó por primera vez a la puerta, no hubo respuesta. Estaba pensando en que debería haberla llamado por teléfono antes de presentarse en su casa cuando la puerta se abrió.
—Feliz Navidad, Mar —dijo Pablo extendiendo la mano con un pequeño regalo.
Su secretaria apenas reaccionó, como si estuviera en estado de shock. Entonces, Pablo reparó en su pierna. Estaba escayolada.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó él sorprendido—. ¿Por qué no me has llamado?
Algo se movió dentro del apartamento. De pronto, una mujer apareció vestida con un traje muy elegante y con una toalla enrollada en la cabeza.
¡También era Mar!
Las dos lo miraban como si el aire se hubiera detenido súbitamente, como si se hubieran quedado paralizadas.
Pablo sabía que Mar tenía una hermana, pero… ¿qué diablos significaba aquello?
La mujer que le había abierto la puerta se volvió hacia la otra.
—¡Oh, Lali! ¡Lo siento!
Capítulo 11
—¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó Pablo en tono agresivo. Lali tragó saliva y deseó que se la tragara la tierra. No estaba en absoluto preparada para aquello. Entonces, se dio cuenta de que su hermana estaba en la puerta, frente a él, y que estaría todavía más nerviosa que ella.
—Pablo, todo es culpa mía —dijo Lali dando un paso al frente.
—No —replicó Mar desde la puerta—. La culpa es mía.
—¿Qué es culpa vuestra? —preguntó Pablo sin moverse.
—¡Todo! —exclamaron ambas a la vez.
Pablo no entendía nada de lo que estaba pasando, pero, a pesar del increíble parecido entre las dos, sabía perfectamente que la mujer a la que había ido a ver era la que estaba al fondo del apartamento con una toalla enrollada en la cabeza.
—Mar, ¿qué demonios está pasando? —preguntó dirigiéndose a ella.
—Ésa es la cuestión —contestó Lali con los ojos llenos de pánico—. Yo no soy Mar.
—¿Qué no eres Mar? ¿Y cómo quieres que te llame? ¿Vanessa?
—Iba a contártelo todo hoy después de comer, pero, ya que estás aquí… Mi nombre es Mariana,bueno Lali —admitió—. Mar es ella —añadió señalando a su hermana, que se había apartado ligeramente de la puerta.
—¿Se puede saber a qué habéis estado jugando vosotras dos?
—Lo siento —contestó Mar—. Intercambiamos los papeles. Lali se hizo pasar por mí. Se suponía que yo sólo iba a estar fuera una semana.
—¿Y pensasteis que os podríais salir con la suya?
—Se suponía que no estarías en la oficina en toda la semana, que ibas a estar en Milán —contestó Mar—. No era mala idea. Pero, entonces, tuve un accidente, me ingresaron en un hospital y no he podido volver hasta ahora.
Entonces, Pablo lo entendió todo.
¿Cómo no se había dado cuenta? Con razón aquella primera semana había notado a su secretaria tan distinta, con razón se había sentido atraído de repente por sus piernas. ¡No era la misma persona!
—¿Y pensaste que podrían seguir engañándome eternamente?
—No quería, pero no tuve otra opción. Lali aceptó ocupar mi lugar y salvar mi trabajo, y de esa manera…
—¿Tu trabajo? —preguntó Pablo en tono sarcástico—. ¿Sigues creyendo que tienes un trabajo? Debes de estar realmente loca.
La mujer que había estado a su lado las últimas siete semanas, haciéndose pasar por su secretaria, dio un paso al frente y tomó el brazo de su hermana para darle ánimos.
—No hace falta ponerse así —dijo Lali —. ¿No ves que lo está pasando muy mal?
—¿Y tú? —preguntó él—. ¿Por qué te entrometes?
—Porque es mi hermana. Fui yo la que acepté hacerme pasar por ella. Es conmigo con quien deberías enfadarte, no con ella.
—Deberías habérmelo dicho el primer día.
—¿Y crees que yo no quería hacerlo? ¿Qué me gustaba la situación? ¡Por supuesto que no! Pero no pude hacerlo. Mi hermana me lo había pedido y yo se lo debía. No pude hacerlo.
—Se lo debías… ¿Y qué hay del trabajo? ¿Pensaron alguna de las dos en el trabajo?
—Cumplí con el trabajo. Y lo hice perfectamente, lo sabes de sobra. Si no hubieras sido tan cabezota y le hubieras concedido a mi hermana una semana de vacaciones para que pudiera ir a la boda de su mejor amiga, nada de esto habría pasado.
—No era buena idea.
—¿No era buena idea? ¿Es que no podías hacer una excepción? ¿Esperabas en serio que Mar sacrificara toda su vida, incluso a su mejor amiga?
—No te vayas por las ramas —dijo Pablo retomando la razón principal de su enfado al darse cuenta de que empezaba a sentirse culpable—. Has estado todas estas semanas haciéndote pasar por ella sin decirme nada. Es intolerable.
—No hace falta que lo repitas, ya estoy pagando las consecuencias.
Pablo miró a las dos mujeres atentamente. Eran prácticamente idénticas, las mismas facciones, los mismos gestos… Sin embargo, mientras una tenía el rostro pálido y el semblante asustado, la otra le miraba desafiante, con el rostro acalorado y la respiración agitada. ¿Cómo no había percibido antes la diferencia? Teniendo a las dos frente a él, se dio cuenta de que Mar era… Mar, la misma secretaria profesional que había trabajado con él durante un año y medio pero que, como mujer, le resultaba indiferente. Lali, en cambio, era completamente distinta a su hermana. Le había bastado estar un solo día en la oficina para cambiarlo todo.
¿Cómo había sido tan estúpido cuando eran como la noche y el día? ¿En qué había estado pensando?
Pablo hizo un acto de contrición. En sus piernas. Había sido ver aquellas piernas extendidas, trepando por encima del escritorio, lo que le había vuelto loco y le había hecho olvidar todos sus principios acerca de las relaciones íntimas entre compañeros de trabajo. Había sido eso lo que le había hecho olvidar que aquella mujer era su secretaria, había sido eso lo que había destruido dentro de su cabeza cualquier otro objetivo que no fuera llevársela a la cama.
Antes de que pudiera responder, Lali soltó a su hermana, se llevó la mano a la boca y, tapándosela con los ojos cerrados, huyó corriendo para desaparecer detrás de una puerta.
—¿Qué le pasa? —le preguntó Pablo a Mar, que seguía de pie frente a él.
—Deberías preguntárselo a ella, no a mí.
Por un momento, sin saber por qué, a Pablole vino a la cabeza el rostro de Tina, aquella mujer fría y calculadora que había sido capaz de utilizar un error por su parte, un embarazo fortuito y no deseado, para solucionarse la vida para siempre.
—¡Mar! —gritó yendo hacia la puerta tras la que había desaparecido Lali, dándose cuenta, tarde, de que la había llamado por el nombre equivocado—. ¿Qué demonios te pasa? —preguntó intentando abrirla sin éxito, ya que ella había echado el cerrojo.
Tras esperar lo que le pareció una eternidad, Pablo escuchó un ruido y, acto seguido, la puerta se abrió. Lali estaba pálida.
—Estás embarazada —afirmó él con la esperanza de estar equivocándose.
Lali pasó junto a él, apoyándose con la mano en la pared, sin mirarle.
—También iba a decírtelo hoy —murmuró.
—¡Oh! ¡Claro! Ya me lo imagino… Ya te veo llegar a la comida y decirme: «¡Feliz Navidad, Pablo! ¿Sabes qué? No soy tu secretaria, soy la hermana de tu secretaria. He estado haciéndome pasar por ella todas estas semanas. ¡Ah! Por cierto… Estoy embarazada».
Lali miró a su alrededor en busca de su hermana, pero no la encontró. Debía de haberse refugiado en su cuarto para no tener que asistir a aquel cruce de acusaciones y revelaciones.
—¿Crees que todo esto es divertido? —preguntó Pablo tomándola del brazo y forzándola a mirarle a los ojos—. Porque te aseguro que no me lo estoy pasando nada bien.
—¿Sabes? —dijo Lali muy tranquila—. Cuando me agarran de esa forma, me pongo de un humor insoportable. ¿Me puedes soltar, por favor?
Pablo hizo lo que le había pedido y empezó a dar vueltas por la habitación como un animal enjaulado.
Sin dejar de mirarlo, Lali se llevó la mano al brazo, al lugar donde él la había tocado. No le había hecho ningún daño, apenas la había rozado, pero qué diferente había sido de las otras ocasiones en las que él la había acariciado con ternura.
—¿Se puede saber qué te llevó a pensar que podrías salirte con la tuya? —preguntó Pablo rompiendo el silencio y señalándola con el dedo.
Lali bajó la mirada y negó con la cabeza.¿Qué podía decir?Le había mentido.
Se había quedado embarazada.Y él se había enterado de la peor manera posible.
Todo se había perdido.Estaba condenada.¿Lo habría entendido si hubiera llegado a decírselo ella como había planeado? Ya nunca lo sabría.
Pero, en cualquier caso, se merecía una explicación.
—No tiene nada que ver con salirme con la mía. Simplemente he intentado solucionar las cosas causando el menor daño posible. Iba a contártelo todo hoy, después de la comida con Nell. De hecho, intenté decírtelo varias veces, pero siempre ocurría algo que lo impedía.
—¡Vaya! ¡Qué casualidad!
—No, qué frustrante.
—Y que lo digas —replicó él en un tono que indicaba que no creía nada de lo que estaba diciendo.
—Si vas a sentirte mejor, entonces acepto que sólo fueron excusas para retrasar lo inevitable. He intentado convencerme durante todas estas semanas de que estaba actuando correctamente, pero seguramente me haya equivocado. Sin embargo, ¿crees realmente que he disfrutado mintiendo a todo el mundo, haciéndole creer a todo el mundo que era mi hermana? Ni mucho menos. Creí que sólo sería por una semana, que ni siquiera tendría que encontrarme contigo… En cambio, he conseguido liarlo todo y convertir mi vida en un infierno. Pero, maldita sea, te prometo que intenté decírtelo.
—¿Cuándo?
—Aquel lunes, por ejemplo, justo después de… —Lali se interrumpió un instante—. El sábado yo me había ido para ir a buscar a mi hermana al aeropuerto. Estaba deseando que regresara para poder contarle todo con la esperanza de que me perdonara por haberme acostado contigo y haber echado a perder su trabajo, pero me encontré con un mensaje en el contestador en el que me decía que había tenido un accidente y que tardaría varias semanas en volver. Me dije que no podía continuar, que no podía seguir mintiéndote, y más después de lo que había pasado entre nosotros. Al lunes siguiente, fui a la oficina dispuesta a sincerarme.
—¡Pero no lo hiciste!
—Empecé a hacerlo. Pero entonces tú me hablaste de Phil Rogerson, de que quería que formara parte del equipo del Royalty Cove, que confiaba en mí… Antes de que me diera cuenta, había aceptado y estaba sentada en el coche contigo. ¿Cómo crees que me sentí? ¿Puedes imaginarte la presión a la que estaba sometida? ¿Cómo iba a decírtelo después de eso? Lo único que hice fue intentar hacer el trabajo lo mejor posible.
—¿Eso es todo?
—No. Después me dijiste que no me preocupara, que lo que había entre nosotros acabaría antes de dos semanas. ¡Dos semanas! —sonrió Lali—. Era tan tentador… Pensé que podría seguir cumpliendo en el trabajo y estar contigo, al fin y al cabo, mi hermana no iba a volver por el momento. Pensé que podría funcionar.
Lali hizo una pausa para tomar aire.
—Pero no fue así. Cuanto más tiempo pasaba, más me implicaba, con el trabajo y contigo. Pasaban los días, y nada hacía indicar que lo nuestro fuera a terminar. Y, aunque en el fondo no quería que acabara, sabía que no podía seguir mintiéndote. Entonces, descubrí que me había quedado embarazada…
—¿Y quién es el afortunado?
—¿Cómo eres capaz de preguntarme eso? —dijo Lali sintiendo como si una bomba hubiera explotado dentro de ella—. No puedo creer que tengas siquiera el valor de…
—Con tantas mentiras… ¿Qué esperas?
—Hemos vivido una relación juntos durante las últimas seis semanas, ¿es que no sabes cómo ha ocurrido? ¿Dónde estabas? No ha habido nadie para mí en todo este tiempo excepto tú. Es tu hijo, Pablo , lo que está creciendo dentro de mí. Importa poco si te lo crees o no, pero es tuyo.
—¡Siempre utilizamos preservativo!
—¡Pues habrá fallado! ¿Qué quieres que te diga?
—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
—Me enteré cuando estabas de viaje en Milán —admitió Lali.
—¡De eso hace más de dos semanas! —exclamó él indignado.
Lali asintió sin decir nada.
—Y ni siquiera cuando lo supiste me dijiste la verdad, seguiste mintiéndome.
—¡Es tu hijo!
—Y a pesar de todo decidiste no decírmelo.
—No, no es verdad, iba a decírtelo. Eres el padre, tienes derecho a saberlo.
—¡Un derecho que querías arrebatarme!
—¡Iba a decírtelo hoy!
—Si no hubiera venido hoy de repente, habrías seguido engañándome y yo seguiría sin saber nada —dijo Pablo furioso negando con la cabeza.
—Mira, intenté decirte que estaba embarazada desde el mismo momento en que bajaste del avión, pero entonces Nell te llamó por teléfono, empezaste a hablar de la comida de Navidad, de que querías que fuera contigo y con ella…
—Pudiste haber insistido, decirme que esperara, que tenías que hablar conmigo.
—¡Te dije que no quería ir! Pero tú insististe, no querías escucharme, para ti lo único que importaba era lo contenta que iba a ponerse Nell y toda la gente del proyecto. Así que acepté por ti. Por la gente del proyecto. Por Nell.
—Por Nell… —repitió Pablo—. Parece que estás acostumbrada a hacer muchas cosas por los demás. Me mentiste para ayudar a tu hermana, seguiste mintiéndome para no darle un disgusto a Nell… Eres una persona muy noble… ¿O será que siempre acabas pagando con los demás tu inmadurez y tu irresponsabilidad? ¿No será que lo que intentas es ver de qué manera puedes obtener el mayor beneficio para ti misma?
—¡Deja de ser tan manipulador! ¡Iba a decírtelo! ¡Intenté decírtelo! Pero fuiste tú el que insististe en que fuera a comer hoy con ustedes para darle una alegría a Nell. Por eso accedí. Sólo por eso.
—¿De verdad? ¿Seguro que no lo hiciste por ninguna otra razón?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lali perpleja, asustada por lo que implicaban sus palabras.
—Creo que, cuando te dije que iba a haber una comida de Navidad, empezaste a darle vueltas para ver cómo podías sacar el mayor partido a la situación.
—¿De qué estás hablando?
—¿De verdad que no lo sabes? Seguro que habías planeado decir hoy delante de todo el mundo que estás embarazada.
—¿Delante de todo el mundo? ¡Claro que no! Ya te lo he dicho cien veces, iba a decírtelo después de la comida. ¿Por qué habría de hacerlo de otro modo?
—Porque estamos en Navidad —dijo él—. Eso te dio la idea. Soltar la bomba delante de todo el mundo, en estas fechas tan señaladas y tan caritativas, haría que todos sintieran compasión por ti e hicieran presión para que me comportara como un caballero y me casara contigo.
—¿Qué? ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?
—¿Por qué has esperado entonces hasta ahora si no es para aprovechar la oportunidad y casarte conmigo?
—¿Crees de veras que te necesito para sacar adelante a mi hijo? ¡Claro que no!
—Creí que habías dicho que también es hijo mío.
—Eso da igual. Has dejado bien claro que no tienes ningún interés en él. No me importa. Ya te he contado todo. Ya lo sabes. Ya no tengo ningún remordimiento de conciencia ni nada que ocultar. Por mí, puedes olvidar que existo y que llevo en mi vientre un hijo tuyo.
—¿Cómo quieres que olvide algo así?
—Fácil, de la misma manera que eres incapaz de valorar todo el trabajo que he hecho para ti durante todas estas semanas.
—Por no mencionar el trabajo que has estado haciendo fuera de la oficina —añadió él en tono sarcástico.
Lali lo miró a punto de echarse a llorar.
—No entiendo cómo eres capaz de hablar de esa manera. ¿Es que no te has dado cuenta de cómo soy, aunque sea un poco, en las siete semanas que hemos pasado juntos?
—Sí —contestó Pablo fríamente—. Me he dado cuenta de que eres una mentirosa, que no puedo confiar en ti, que eres capaz de hacer cualquier cosa para volver las circunstancias en tu propio y único beneficio.
Lali no podía creerlo. Se había preparado desde hacía días para encajar su enfado, su estallido de violencia verbal, incluso una irrefrenable sensación de decepción. Pero lo único que no había llegado a imaginar era aquella censura sistemática de su carácter, de su forma de ser, de todo lo que había hecho y dicho aquellas semanas.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó con aprensión llevándose la mano a la boca al sentir que volvía a revolvérsele el estómago.
—Ve y haz lo que tengas que hacer —ordenó Pablo señalando el cuarto de baño—. Después vístete. Te esperaré en el coche. Pero te lo advierto, que no se te ocurra decirle ni una palabra a nadie.
—¿Qué? —dijo Lali agitando incrédula la cabeza—. Debes de estar bromeando. ¿Todavía esperas que vaya contigo…?
—¡Por supuesto! ¡Ve a vestirte! —exclamó él firmemente—. No te librarás de todo esto tan fácilmente.
Todas las mesas del restaurante estaban reservadas, pero la comida del Royalty Cove había sido organizada en un salón privado, rodeado de palmeras, con unas vistas extraordinarias al extenso mar que rodeaba el local. Era un lugar paradisíaco, un lugar diseñado para transmitir tranquilidad y relajación.
—¿No es precioso? —preguntó Nell tomando un sorbo de una copa de champán, ajena a la tensión que existía entre las dos personas que se hallaban sentadas a su lado—. Hacía siglos que no me divertía tanto.
Lali sonrió de forma forzada y bebió un poco de agua deseando que todo se acabara cuanto antes para que así pudiera volver al lado de su hermana y olvidar aquella incómoda situación.
Había muchas cosas que pensar, muchos planes que hacer. Para empezar, Mar debía comenzar a ir a rehabilitación y ponerse a buscar un nuevo empleo.
Ella, por su parte, aunque no se veía en absoluto preparada para ello, tenía que mentalizarse para ser una madre soltera y ver cómo y dónde iba a criar al hijo que llevaba dentro de sí. Tenía suficiente dinero ahorrado para los primeros años, sobre todo contando con que la benevolencia de su hermana le permitiera quedarse en su casa una temporada. Pero no podía seguir dependiendo de ella eternamente. Debía pensar algo. Aquello le había pillado completamente desprevenida, era lo último que hubiera podido imaginarse, pero, una vez que había sucedido, de nada valía lamentarse.
Pero todos aquellos planes tendrían que esperar un poco más. Todavía quedaban por servir los postres, el café, las copas… Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago. Y más al ver que ninguno de los presentes parecía tener la más mínima prisa por dar aquello por terminado. Era comprensible. El proyecto del Royalty Cove suponía para ellos un futuro lleno de nuevas esperanzas. Tenían mucho que celebrar.
A su alrededor, la gente conversaba afablemente pero, aunque intentaba participar del buen humor general, no conseguía integrarse con los demás, hasta todo se convirtió en un rumor informe e incomprensible. Mirando su vaso de agua, cerró los ojos y, por un instante, imaginó que las olas se la llevaban flotando hasta lo más profundo del océano y le quitaban de encima todos sus problemas, el hijo no deseado que llevaba en su vientre, el amor no correspondido que profesaba a Pablo, el imborrable sentimiento de culpa…
Tegan se preguntó si él habría albergado, en lo más profundo, algún tipo de amor hacia ella, aunque fuera pequeño. Si, en algunas de las ocasiones en las que la había tenido entre sus brazos, había experimentado cariño o ternura además de pasión. No supo responderse a la pregunta, pero se dijo a sí misma que ya no importaba demasiado, que después de lo que había sucedido en el apartamento de Mar aquella mañana, cualquier rescoldo de amor habría desaparecido…
—Nell te ha hecho una pregunta —lo había dicho Pablo, que la estaba mirando fijamente, con el rostro serio y una pose agresiva.
Desconfiando de ella, de que a pesar de la advertencia cayera en la tentación de decir algo sobre su embarazo delante de todo el mundo, Pablo había intentado sentarla en una esquina de la mesa, lejos de su abuela y de todo el mundo. Pero Nell había insistido personalmente en sentarse junto a la joven secretaria de su nieto, tomándola de la mano para mostrar su incorruptible decisión. A la vista de la situación, lo único que había podido hacer Pablo había sido sentarse al otro lado de su abuela para mantenerse a la escucha y velar por sus intereses.
—Lo siento, Nell —se disculpó Lali , de vuelta a la realidad—. ¿Qué decías?
—Te había preguntado qué querías por Navidad.
—Nada especial —dijo Lali sin poder evitarlo, sonriendo ante la maravillosa inocencia de la anciana.
«Y menos ahora», pensó con amargura imaginando lo increíbles que habrían sido aquellas fiestas si todo se hubiera desarrollado de otra manera.
—Pues yo creo que Santa Claus traerá algo muy especial para ti en su trineo —dijo Nell posando su mano agrietada por la edad sobre la mano de la joven.
Lali sonrió amablemente y agradeció internamente, con sinceridad, el optimismo de la anciana.
Pero lo que ella quería para Navidad nunca lo tendría. Pablo se había encargado de dejárselo muy claro, había destruido todo resquicio de esperanza. Nunca la perdonaría. Jamás.
—Yo sé lo que tú necesitas —insistió Nell, dispuesta a animar a la secretaria de su nieto a toda costa—. Pasadme la botella de champán. La copa de Vanessa está vacía.
Tomando la botella, Phil Rogerson llenó la copa de Nell preguntándose por qué había llamado la abuela de Pablo a la secretaria de su nieto, Vanessa.
—No, gracias —dijo Lali tapando con la mano su copa cuando Rogerson se dispuso a llenarla—. Mejor no.
Lo último que necesitaba en aquel momento era alcohol corriendo por sus venas y agitándole el estómago todavía más.
Viendo que Nell no le quitaba el ojo de encima, Lali recordó felizmente un pequeño regalo que le había comprado a la anciana y lo sacó para desviar por un momento su atención.
—Estaba guardando esto para cuando terminaran los postres, pero creo que ahora también es buen momento —dijo Lali —. Sólo es un pequeño detalle, pero espero que te guste. ¡Feliz Navidad, Nell!
—¡Oh! ¡Me encantan los regalos! —exclamó la mujer aplaudiendo con las manos temblorosas y los ojos húmedos por la emoción—. ¿Qué es?
—Ábrelo y lo verás —dijo Lali
Nell rasgó el papel que envolvía la pequeña cajita con la ansiedad de una niña de seis años. A pesar de todas las preocupaciones y problemas que tenía en la cabeza, Lali no pudo sino sonreír ante la genuina expresión de emoción de la mujer.
—¡Es precioso! —exclamó Nell—. ¡Mira, Pablo! ¡Mira el regalo que me ha hecho Vanessa! —dijo casi gritando mostrándole a su nieto un pequeño camafeo dorado.
—Déjame ponértelo —dijo él tomándolo de las manos de su abuela y ajustándoselo en la solapa.
—Tiene más de cien años —comentó Lali, contenta porque su regalo hubiera sido tan bien recibido.
—¡Cielos! ¡Es casi tan viejo como yo! —exclamó Nell haciendo que toda la mesa se echara a reír—. Me encanta —añadió tomando de nuevo la mano de Lali—. Eres una chica adorable. ¿No es verdad? —preguntó dirigiéndose a su nieto.
Pablo aprovechó que justo en ese momento habían empezado a servir los postres para no responder. Lo que tenía en la cabeza no era apto para ser dicho delante de tanta gente.
Había estado observando a Lali en todo momento. Apenas había tocado la comida. No había bebido ni una gota de alcohol. Era evidente que la situación era incómoda, pero su conducta también parecía motivada por otra razón.
¿Sería verdad que llevaba un hijo suyo dentro de su vientre?
Después de la desagradable experiencia que había tenido con Tina, Pablo se había prometido a sí mismo que nunca más volvería a dejarse impresionar, ni chantajear, por ninguna mujer que acudiera a él afirmando haberse quedado embarazada de un hijo suyo. Cuando Lali le había contado todo aquella mañana, había sido aquella remota sensación de furia, de humillación y defensa propia, la que había acudido a él como un escudo protector.
Sin embargo, allí sentado, mirando a Lali, descubrió que sentía algo extraño. Mientras que con Tina todo había sido desagradable, a pesar de haber terminado por descubrir que todo era mentira, con aquella chica estaba empezando a experimentar algo parecido al orgullo. El orgullo de que ella llevara dentro un hijo suyo.
¿Por qué aquella mujer provocaba en él sentimientos tan contradictorios? Tenía ganas de gritarla, de humillarla por todo lo que le había hecho, por todas las mentiras que le había dicho durante todas aquellas semanas. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía la necesidad de protegerla, de abrazarla para que nada la afectase.
Cuando Lali se disculpó un momento para ir al servicio, Nell se inclinó levemente sobre su nieto.
—Tu madre se comportaba igual —dijo la anciana.
—¿A quién te refieres? —preguntó Pablo
—A Vanessa. No bebe nada. No come nada. Tu madre hacía lo mismo cuando se quedó embarazada de ti. Yo, en cambio, lo hice justo al contrario, ya me conoces. Nunca tuve náuseas, ni vómitos, ni… ¡Pablo! ¿Dónde vas?